E-pack Bianca octubre 2025 - Kim Lawrence - E-Book

E-pack Bianca octubre 2025 E-Book

Kim Lawrence

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Beschreibung

Venganza o perdón Kim Lawrence La venganza lo encendía, pero la química que había entre ambos era aún más ardiente… Desde que su prometida lo dejó en el altar, Draco se juró no volver a dejarse engañar por ella. Cuatro años más tarde, cuando se encontró con Jane en un pueblo perdido de Inglaterra, no era solo ira lo que sintió, sino también una ardiente atracción… Jane huyó el día de su boda porque había descubierto que no podía darle a Draco lo que él más deseaba: una familia. Cuando volvió a encontrarse con él, no solo le ocultó secretos del pasado, sino también del presente. Pero parecía que la pasión que ardía entre ellos exigía una segunda oportunidad, pero ¿quería Draco retomar la relación… o solo buscaba venganza? Una boda entre enemigos Lorraine Hall Tenía que elegir: ¡odiarle, o casarse con él! Serena Valli no esperaba que la empresa de su difunto padre estuviera ahogada por las deudas. ¿Qué estrategia iba a seguir? Poner en marcha la fusión del siglo casándose con su archienemigo y CEO de Ascione International, Luciano Ascione. Era un plan infalible, si conseguía llegar a soportar a su insufrible, e irresistiblemente atractivo, rival. Llevar una vida de playboy le había ido bien. Así, tanto el mundo como su padre, un hombre cruel, subestimaban todos sus movimientos. También se le daba bien irritar a su inflexible y fascinante prometida. Pero cuando Serena empezó a descubrir su verdadera naturaleza plantando cara a su fuego con el suyo propio, los temores de Luciano sobre quién iba a quedar expuesto empezaron a extenderse. Un cambio de rumbo Lucy King Mantener a su enemiga cerca... para reclamar a su heredero. Un apasionado encuentro con Olympia Stanhope dejó al multimillonario griego Alexandros Andino aturdido. Era la mujer más abrumadora y sexy que había conocido nunca. Sin embargo, al acostarse con ella, se permitió olvidar brevemente que la familia de Olympia destruyó a la suya. Pero ya no podía alejarse de ella... ¡Olympia estaba embarazada! Tras crecer sin reglas ni afecto familiar, la rebelde y autodestructiva Olympia Stanhope quería que su hijo tuviera ambas cosas. Si para eso tenía que aceptar la proposición de matrimonio de Alex, que solo era un acuerdo de conveniencia, lo haría. Pero, aunque la mirada de Alex tenía una nota de desdén, también rebosaba un deseo devastador. Deseo y remordimientos Clare Connelly Ella tenía un secreto: Él era el padre de su hija Imogen Grant no podía olvidar las noches enredada en las sábanas del multimillonario Luca Romano. Su hija era la prueba de esa pasión. Pero Luca rompió con ella sin saber que estaba embarazada, hasta que un encuentro fortuito, años después, los volvió a unir… Creyendo que él era la razón por la que su familia murió en un incendio, Luca había jurado no dejar que nadie se le acercase demasiado, pero no dejaría de lado a su hija. Sin embargo, compartir casa con Imogen era cada día más difícil. Había puesto distancia entre ellos para protegerla... pero esa distancia no era rival para la ardiente atracción que sentían.

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Seitenzahl: 767

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harlequiniberica.com

 

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Bianca, n.º 423 - octubre 2025

 

I.S.B.N.: 979-13-7017-262-6

Índice

 

 

 

Créditos

Venganza o perdón

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Una boda entre enemigos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Un cambio de rumbo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Deseo y remordimientos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Índice

Créditos

Índice

Venganza o perdón

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Una boda entre enemigos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Un cambio de rumbo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Deseo y remordimientos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Portadilla

Prólogo

 

 

 

 

 

Federico esbozó una pequeña sonrisa de satisfacción profesional mientras examinaba las instantáneas sin editar que su equipo y él habían captado hasta el momento.

Normalmente, él no hacía bodas, pero aquel era un evento fuera de lo común. Decir que era la boda de la década no resultaba nada original, pero tampoco era una exageración considerando la lista de invitados y la repercusión mediática que la noticia estaba teniendo en los medios de comunicación.

Algunos cínicos habían sugeridos que el momento elegido para la boda tenía más que ver con motivos prácticos que con el romance, dado que muchos de los invitados de más renombre no habían tenido que viajar desde muy lejos. Muchos de ellos estaban en el Reino Unido desde la ceremonia de galardones de la noche anterior, que el novio había organizado para premiar la innovación en la sostenibilidad medioambiental. Además, el novio llevaba más de dos meses en Londres para facilitar la transición de su última adquisición en el campo de la alta tecnología, con base en el Reino Unido.

Sin embargo, fuera lo que fuera lo que dijeran los cínicos, el evento había captado la imaginación de la gente y era la comidilla de todo el mundo.

A excepción de la feliz pareja.

Se sabía que Draco Andreas era un hombre de pocas palabras y que siempre iba al grano. Sin embargo, también se decía que una mirada de desaprobación del italiano valía varios volúmenes de mil palabras.

En cuanto a la novia, bueno… Normalmente la gente especulaba sobre el vestido, pero, en aquel caso, las especulaciones se centraban en la novia en sí. En la red, solo había un par de fotografías desenfocadas de la futura señora Andreas, en las que se podía distinguir que era pelirroja, o al menos lo había sido cuando se tomaron aquellas imágenes, y muy menuda.

Aquel misterio había acrecentado el interés por la mujer que había cazado al hombre cuyo apellido había copado los titulares los últimos ocho años. En internet, abundaban alocadas teorías.

Federico compartía esa curiosidad, pero ya no iba a tener que esperar mucho tiempo según el horario que se le había facilitado. Consultó su reloj. Dos minutos.

Y no le cabía la menor duda de que serían eso, dos minutos. Todo el evento se había desarrollado con precisión militar. No se había dejado nada al azar. Incluso el tiempo había logrado desafiar las predicciones meteorológicas, algo que él agradecía. A pesar de ser un genio, no había nada de malo en tener la meteorología de su lado.

Lo único que tenía que conseguir era que la novia saliera guapa. Dio por sentado que no sería difícil, dado que Draco Andreas jamás había llevado del brazo una mujer que no lo fuera. No obstante, hasta el momento sus relaciones habían durado muy poco.

Había individuos celosos que sugerían que la riqueza era un excelente afrodisíaco, pero, si las historias que habían aparecido en los tabloides eran ciertas, Draco nunca había tenido problemas para conseguir una cita, incluso antes de verse catapultado de un relativo anonimato.

Dado el perfil que tenía en aquellos momentos, resultaba difícil creer que, tan solo ocho años antes, Draco había heredado un apellido muy importante, un físico espectacular, pero no dinero. La mayoría de la gente había esperado que él tomara el camino de la mayoría de los miembros de familias de abolengo italianas y de muchas otras partes del mundo, empobrecidas a pesar de tener muchas tierras, y que terminara vendiéndolo todo. Sin embargo, Andreas había demostrado ser un hombre que no tomaba el camino fácil.

Había decidido construir su propio camino y lo había hecho a lo grande.

El primer proyecto de su empresa de tecnología emergente había sido una aplicación de móvil que había revolucionado las finanzas personales para millones de personas en todo el mundo. Se podía decir que Draco había sido fundamental para cambiar el panorama financiero mundial, creando una nueva tecnología, apoyando la innovación y creando una nueva generación de emprendedores.

Gran parte de esa aparente energía que Draco poseía había ido a parar a la finca que su familia tenía en la Toscana, que, en aquellos momentos, albergaba un pensamiento creativo muy innovador para crear una tecnología más verde, creando puestos de trabajo y atrayendo a los jóvenes a las zonas rurales más despobladas.

En ese momento, uno de los miembros de seguridad respondió a algo que le transmitieron a través del pinganillo y, entonces, asintió a Federico tal y como este había estado esperando. Federico se preparó e hizo un gesto con el pulgar hacia arriba a su equipo. Esperó hasta que el crujido de los neumáticos sobre la grava se hizo más cercano.

Era la primera vez que veía a la novia. Al verla salir del coche, Federico contuvo la respiración a pesar de estar acostumbrado a que las actrices y las celebridades más famosas posaran para él. Los días de anonimato de aquella mujer estaban a punto de terminar.

La mirada crítica, profesional, de Federico, apreció los delicados rasgos, los enormes ojos verdes y el hecho de que la piel de la novia tuviera la misma pálida y cristalina claridad del vestido de seda color perla que llevaba puesto. Había salido del coche con elegancia y, entonces, se detuvo allí, durante un instante, esbelta y erguida bajo el sol, que destacaba los reflejos cobrizos de su cabello. Federico capturó el momento. Estaba disfrutando mucho, por lo que siguió disparando. La novia levantó ligeramente la nariz mientras la única dama de honor le colocaba la larga cola del vestido, realizado en raso y con una delicada hilera de perlas a lo largo de todo el borde.

 

 

–¡Ay, Janie! ¡Estás tan guapa! Esto parece un sueño.

Jane parpadeó como si alguien la hubiera despertado. Hasta aquel momento, el día entero le había parecido una ensoñación en la que ella flotaba oníricamente. Flotaba con el vestido que Draco había elegido para ella cuando Jane fue incapaz de decantarse por ninguno de los diseños que le ofrecía el diseñador. Draco había elegido también las flores, un ramo de orquídeas que ella agarraba con fuerza. Era un ramo muy hermoso, sí, pero, desde su punto de vista, desgraciadamente carecían de aroma.

Se miró la mano y vio el brillo del anillo bajo el sol. Cuando se lo colocó en el dedo, Draco le había dicho que hacía juego con sus ojos. Por esa razón, Jane se había contenido y no le había dicho que hubiera preferido algo menos ostentoso que la enorme esmeralda cuadrada rodeada de diamantes.

Aquel anillo no la representaba. Ella solo era una estudiante que tenía tres trabajos a tiempo parcial para conseguir llegar a fin de mes y que, por primera vez en su vida, disfrutaba de la excitación del amor. Draco sería su primer y último amante. Ningún hombre podría comparársele después. Draco, por su parte, si creía que el anillo la representaba y Jane, por su parte, se estaba esforzando mucho por ser la persona que él creía que era.

No era solo aquel día lo que le parecía un sueño. Sentía que llevaba soñando dos meses, desde la primera vez que vio a Draco y los dedos de ambos se rozaron cuando ella se arrodilló para recoger la taza de café, ya vacía, que ella le había tirado de la mano. Cuando se puso de pie, por primera vez en su vida, se sintió presa de un profundo y desesperado deseo.

–Eres perfecta –le dijo él en aquel momento.

Sin pararse a pensar, Jane no pudo contenerse y le dijo:

–Y tú eres muy guapo.

Después, se pasó la noche en la habitación de hotel de Draco. De hecho, no salieron de ella ni en los dos días ni en las dos noches siguientes.

Ver que Draco la deseaba, que la amaba, él, al que consideraba el hombre más guapo sobre la faz de la tierra, era un sueño para ella. Un sueño del que no quería despertarse.

–¿Estás nerviosa?

¿Lo estaba? La voz de Carrie resonó como si proviniera de un lugar muy lejano. Jane inclinó la cabeza ligeramente. No quería pensar. Solo quería disfrutar del momento. Draco la amaba y ella lo amaba a él. Eso era lo único importante. Se lo repetía una y otra vez como si fuera un mantra, ahogando la otra voz que decía cosas que ella no quería escuchar.

–No, no estoy nerviosa –negó mientras se llevaba la mano a la boca–. Deseo esto más que nada en el mundo –añadió con un cierto tono de desafío–. Lo único es que no me reconocí cuando me miré en el espejo. Pero el amor es lo que cuenta, ¿verdad?

Carrie no dijo nada. Se limitó a apretar la fría mano de su amiga. Jane respiró profundamente y se levantó ligeramente la falda para comenzar a subir los bajos escalones de piedra. Sin saber por qué, se preguntó cuántas novias habrían subido aquellos escalones, cuántas habrían sido felices y cuantas habrían vivido para arrepentirse.

A medio camino, se detuvo y se giró para mirar a su amiga.

–La verdad importa, ¿verdad, Carrie?

Aquella inesperada pregunta hizo que la dama de honor parpadeara y se echara a reír.

–No me irás a decir que tienes un secreto culpable, Janie, porque no voy a creerte –le dijo. Jane le dedicó una mirada compungida y la sonrisa de Carrie se desvaneció–. Son los nervios de última hora –añadió para tranquilizarla–. Respira profundamente.

Jane asintió y siguió subiendo la escalera hasta llegar a la puerta del templo. Dio varios pasos por el pasillo central y, entonces, vio cómo Draco se daba la vuelta. Alto, exclusivo, su hermoso amante italiano se giró para mirarla. observó sus ojos y sintió cómo el posesivo pulso del deseo que irradiaba de él recorría rápidamente el espacio que los separaba.

Ella quería andar, echar a correr hacia sus brazos más que nada en el mundo, pero la vergüenza se apoderó de ella, enfriando el fuego que ardía en su interior y matando por completo la alegría que sentía.

Cuando las miradas de ambos se cruzaron, Jane perdió el control sobre su propia negación al mismo tiempo que el ramo de flores. Este se deslizó de sus dedos y cayó al suelo.

El silencio en sí mismo era una mentira. Había guardado el secreto durante dos días. Había tenido dos días para sincerarse con él y no lo había hecho porque, en el fondo de su corazón, sabía cuál sería la respuesta. Draco quería un hijo, un heredero para la fortuna familiar de la que hablaba con tanta pasión. A ella le había parecido bien porque llevaba toda su vida queriendo una familia, una familia a la que pertenecer.

Sin embargo, después de su última visita al médico, Jane sabía que las posibilidades que tenía de darle un hijo eran pocas o prácticamente inexistentes. No habría bebé con el cabello oscuro de Draco. Jane no podía darle lo que más deseaba y, un día, él lo sabría también y la odiaría por ello. La pena que sentía en el pecho se había convertido en un dolor físico y le dolía más que el que había experimentado durante tanto tiempo. Un dolor que, por fin, tenía nombre. Endometriosis.

No podía hacerle algo así. Lo amaba demasiado.

Dejo escapar un pequeño sollozo y se levantó las pesadas faldas. Entonces, con las lágrimas cayéndole por las mejillas, se dio la vuelta y echó a correr.

El silencio que resonó a sus espaldas fue ensordecedor. Todos los ojos estaban pendientes del hombre que estaba frente al altar, un hombre cuyo rostro parecía estar tallado en fría piedra. El único fuego estaba en las llamas de furia helada que ardían en sus ojos.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

La estrecha carretera rural serpenteaba interminablemente a través de la campiña inglesa, bordeada por espesos setos bajo las copas de viejos árboles. En otro momento, Draco habría disfrutado de aquel rincón de la Inglaterra rural que nunca había visitado antes.

Martilleaba suavemente los dedos sobre el volante de su elegante coche negro. Aquel era el único indicador de la frustración que sentía bajo la superficie. El cielo estaba encapotado y amenazaba lluvia, lo que encajaba perfectamente con su estado de ánimo.

Podría haber prescindido perfectamente de todo aquello. La visita a una obra no era su idea de un viaje de placer. Resultaba que el jefe de obra había recortado gastos que no debería haber recortado y había enfurecido a la población local, que lo habían puesto en conocimiento de los medios de comunicación.

De repente, un monstruoso tractor apareció delante de él. Avanzaba a una velocidad que chocaba abiertamente con el ajustado horario de Draco, lo que agudizó aún más su enfado. El conductor del tractor se comportaba como si él fuera invisible.

No era así como el presidente de Andreas Company debería pasar la mañana. Esbozó una medio sonrisa. Al menos no había perdido la capacidad de reírse de sí mismo. Sin embargo, ¿quién se lo diría cuando la perdiera? La triste verdad era que, en aquellos momentos, absolutamente nadie. No siempre había sido así, pero, en realidad, no siempre había sido multimillonario. La gente no les dice a los multimillonarios lo que tienen que hacer.

A través de los dientes, dejó escapar un silbido de triunfo cuando por fin, después del cuarto intento, consiguió adelantar al tractor y apretar el acelerador.

Aquella controversia podría haberse evitado y, por ende, el origen de su frustración. La irritación inicial que Draco había sentido por la situación se había transformado en un profundo resentimiento. Aquella era precisamente la razón por la que tenía un equipo, un equipo en teoría muy capacitado, que no necesitaría su intervención directa en un proyecto de tan poca importancia. Sin embargo, aquello había ido más allá del proyecto en sí mismo o de la inversión económica. Suponía un daño a su reputación que él había ido a reparar.

La estrecha carretera se abrió de repente, revelando la amplia extensión boscosa que había agitado el avispero. En la distancia, se veían unas cuantas casas desperdigadas y la torre de una iglesia. Vio al jefe de proyecto al mismo tiempo que el tipo lo vio a él.

–Patán perezoso –musitó. Entonces, aminoró la marcha y respiró profundamente para tranquilizarse. Lo único que necesitaba era una encantadora ofensiva y no dudaba de su capacidad para calmar los ánimos y ganarse de nuevo a la población local.

En realidad, no se centraba todo en relaciones públicas y limitación de daños. Draco creía en aquel proyecto y poseía datos y cifras que respaldaban su opinión. En Italia, había dos pueblos de vacaciones ecológicas muy lujosos y similares a aquel, que reportaban enormes beneficios a las comunidades rurales en las que se habían creado.

Miró a la gente mientras pasaba lentamente a su lado. Se dirigió a aparcar el coche en un lugar seguro sobre la hierba y se fijó en la inevitable presencia de las cámaras y de los medios de comunicación. Entonces, examinó la multitud que lo rodeaba para buscar a alguien que pudiera estar al mando. No tardó en darse cuenta de que había un hombre con un collar de perro que se estaba dirigiendo a un canal de televisión. Draco decidió que no parecía demasiado rabioso.

Entonces, ocurrió.

En su visión periférica, vio el destello de un vivo color rojizo entre los suaves verdes y marrones del campo. Draco apretó instintivamente el pedal del freno y detuvo el coche en seco.

El mundo pareció detenerse. Las protestas pasaron a un segundo plano. El aire pareció abandonar por completo el interior del coche, dejando un vacío. Draco se sobresaltó al reconocer a quién pertenecía aquel cabello y su cuerpo tembló como si acabara de recibir una descarga eléctrica.

¡Jane Smith!

No la había buscado. No había tenido interés alguno por saber la razón por la que ella lo había humillado. Su motivación para hacer lo que hizo seguía siendo un misterio para él. Metafóricamente, había guardado todos los pensamientos que pudiera tener sobre ella, junto con el anillo de compromiso que Jane le había enviado a través de un mensajero, en un profundo baúl y había tirado la llave. Llevaba así cuatro años.

Había tomado la decisión consciente de no permitir que ella ocupara espacio en su cabeza. Había seguido con su vida y se había felicitado por el hecho de haber logrado dejar atrás el pasado.

Por supuesto, había habido momentos de debilidad, aunque prefería no contar las escasas ocasiones en la que había visto a una pelirroja y se le había hecho un nudo en el estómago, una mezcla de ira y de deseo que no quería reconocer.

En esas ocasiones, la pelirroja había resultado ser una desconocida, pero no en aquella ocasión.

Ella tenía el rostro en la dirección opuesta a la de él, pero no importaba. Bastaba con el modo en el que se movía, con la elegancia de una bailarina, o el gesto con el que se apartaba el cabello. El recuerdo de su risa consiguió escapar de aquel baúl mental en el que había encerrado todo lo referente a Jane. Esta resonó con fuerza en su cabeza, como si fuera una antigua melodía que no podía sacarse de la cabeza. Una melodía que evocaba recuerdos, buenos recuerdos que habían sido cancelados por aquella humillante escena final. Durante un instante, aquel recuerdo fue tan fuerte que casi consiguió saborear la humillación de nuevo entre los labios.

Sus ojos se oscurecieron hasta evocar la negrura de la medianoche. Su falta de control sobre las respuestas físicas de su cuerpo se añadió a la humillación que sentía. El hecho de que su control, algo que siempre había dado por sentado, le fallara tan dramáticamente alimentó la ira que crecía dentro de él.

Desgraciadamente, no fue lo único que creía. Las imágenes prohibidas, guardadas celosamente durante tanto tiempo, comenzaron a adueñarse de él.

El sol parecía acariciar el cabello de Jane y lo deslumbraba. Sentía un hormigueo en la piel al recordar sus caricias, delicadas como el sedoso cabello que le acariciaba el torso cuando ella se sentaba a horcajadas encima de él. Y la boca…

Apretó la mandíbula y trató de apartar aquel insidioso batiburrillo de imágenes y sensaciones para centrarse de nuevo en el presente.

Un presente en el que los fieros rizos de Jane Smith bailaban al viento en contraste con los tonos más apagados del resto de los manifestantes. Draco tardó varios instantes en asimilar detalles más mundanos. Tenía el cabello más corto, a media espalda en vez de por la cintura, y había también… ¿un bebé?

Aquella imagen provocó un ronco sonido en su garganta. ¿Un bebé? Sintió que sus músculos se tensaban por el rechazo a lo que estaba contemplando.

¿Y por qué no iba Jane a tener un bebé? Había seguido con su vida, igual que él. Simplemente era un giro que Draco no había anticipado.

¿Anticipado? Se burló de sí mismo. Como si hubiera anticipado algo de todo aquello. ¿Por qué iba a haberlo imaginado? Jane Smith formaba parte del pasado y Draco era un hombre que vivía en el presente.

Podría haber rechazado aquella vuelta al pasado, pero una parte de él había decidido llevarlo por aquel camino, recordando instantes que habían quedado congelados en el tiempo, imágenes del pasado, del día en el que se conocieron. Antes de aquel día, se habría burlado de la idea de que tocarse los dedos con otra persona podría resultar vagamente erótico.

Mientras contemplaba la esbelta figura, los vaqueros y las botas desaparecieron. Jane apareció envuelta en una nube de seda y raso. Sin darse cuenta, soltó el freno y el coche se deslizó silenciosamente, encajando perfectamente en el espacio que él había elegido. Entonces, Draco decidió dar la bienvenida a la oportunidad de demostrar que Jane Smith no significaba nada para él.

En realidad, ¿por qué sentía la necesidad de demostrarse lo que ya sabía?

 

 

Jane estaba en el exterior de la protesta. Sabía que Mattie, al que llevaba a sus espaldas en una acolchada mochila, se había quedado dormido. Su cabecita descansaba, protegida por un gorro de lana con su pompón y todo, contra su cuello.

No estaría dormido mucho tiempo. Necesitaría volver a comer y… Jane ahogó un bostezo. A ella misma le vendría muy bien una siesta. Mattie había estado despierto la mayor parte de la noche. En ocasiones, en realidad con bastante frecuencia, le parecía que el bebé sentía que ella no tenía ni idea de lo que estaba haciendo.

Tal vez solo estaba enfadado. Ella lo estaba, pero Mattie… lo que el pequeño había perdido era incalculable. En un instante, había tenido unos padres que lo adoraban y, de repente, a causa de un estúpido accidente, se había tenido que conformar con ella. Miró a su alrededor. ¿Se daría alguien cuenta si se marchaba en aquel instante?

En realidad, no era que fueran pocos los que estaban en la protesta. Las cámaras, a las que ella evitaba siempre, habían atraído a una multitud más grande de lo esperado.

Ella se había presentado en el despacho del editor del periódico local exigiéndole que la recibiera. Su determinación se había visto acicateada por una justa indignación, con las fotografías de los buldóceres y las excavadoras, símbolo de la devastación, en su teléfono.

No había sabido lo que esperar. Un artículo, quizá una mención en la radio, pero, por supuesto, no que apareciera en las noticias nacionales. Además, ¿se habría acercado allí si hubiera conocido de antemano el nombre asociado al proyecto que había cortado maravillosos árboles mientras que el pueblo dormía?

Andreas. Resultaba patético que aquel apellido siguiera evocando en ella una reacción tan visceral. No parecía que aquel pequeño proyecto pudiera formar parte del radar de Draco. Unos pocos árboles y unos lugareños exaltados quedaban muy por debajo de su interés.

«Espero que sea así», pensó. Lo último que quería era atraer la atención de Draco. Ella había seguido con su vida.

La llorosa mujer que había salido corriendo de la iglesia, a la que un guarda de seguridad trató de detener antes de que saltara una valla, desgarrándose la falda del vestido de novia, para luego desaparecer corriendo por una calle lateral, le parecía en la actualidad una desconocida.

Ni siquiera quería pensar en la imagen que debía de haber dado. Por si esto fuera poco, una inesperada tormenta la había empapado en segundos, por lo que había sido un verdadero milagro que alguien se hubiera ofrecido a ayudarla. Solo Dios sabía cómo le habría ido el resto del día si el conductor de un monovolumen, que viajaba con su ruidosa familia, no se hubiera detenido para preguntarle si necesitaba ayuda. Carrie, que sin que Jane lo supiera la había estado siguiendo desde la iglesia, llegó en aquel momento, sin aliento y totalmente empapada, mientras que una llorosa Jane trataba de comunicarse con aquellos amables desconocidos.

La familia las llevó a las dos al piso de Carrie, donde Jane le contó a su amiga su historia, mientras las dos tomaban vino en tazas envueltas en toallas.

–¿Y no se lo has contado a Draco? –le había preguntado Carrie.

Jane negó con la cabeza, gesto que repitió en el presente para dispersar el recuerdo. ¿Por qué pensaba tanto en Draco últimamente? Tal vez por el hecho de haberse convertido en la madre de un bebé huérfano. El descubrimiento de que no iba a poder ser madre había sido la razón de que hubiera salido huyendo de la iglesia.

Había pensado en escribirle una carta para explicárselo todo, pero ¿de qué serviría? Draco jamás le perdonaría por el modo en el que le había humillado. No, su única reacción habría sido de alivio antes de colgarse del brazo a la siguiente glamurosa belleza que hubiera aparecido en su vida. No habría sido por mucho tiempo. Su vida amorosa tenía una puerta giratoria.

Si él se había librado de ella, Jane también se había librado de él. La perspectiva que le habían dado aquellos cuatro años había hecho que resultara evidente que, aunque el hecho de no darle un heredero no hubiera sido un obstáculo insuperable, el matrimonio no habría funcionado. Había estado tan enamorada de él, tan desesperadamente enamorada del amor, que el futuro le había parecido un lugar encantador, visto a través de cristales de color de rosa.

Con el tiempo, se había dado cuenta de que prácticamente todas sus conversaciones habían implicado que ella tratara de decir lo que él quería escuchar. Jamás se le había pasado por la cabeza que él pudiera serle infiel y, si lo hubiera pensado, seguramente lo habría justificado diciendo que él se había aburrido de ella y se habría culpado de todo.

La situación entera de la relación entre ambos había sido un desastre en ciernes.

–Señorita Smith…

Jane parpadeó cuando un periodista de un conocido programa de naturaleza se presentó ante ella, acompañado de un cámara. «Dios», pensó, mientras esbozaba inmediatamente una sonrisa.

–Debe de estar encantada con el número de personas que han acudido hoy.

Ella respiró profundamente.

–Sí, pero no me sorprende que a la gente le importe. La gente está molesta y escandalizada por este descarado acto de vandalismo ecológico. Hace diez años, un informe demostró que en esta zona había cuatro refugios de murciélagos, que había búhos y pájaros carpinteros. Ahora, todos ellos, junto con otras muchas especies, han perdido sus casas. Este es un hábitat protegido, los árboles que han cortado estaban protegidos, por lo que se ha infringido la ley. ¿Y todo por qué? ¡Por dinero rápido!

El periodista se volvió hacia la cámara.

–Ha hablado Jane Smith, que alertó a las autoridades de este incidente.

Jane dejó escapar un profundo suspiro de alivio cuando el reportero, sin dejar de hablar a la cámara, le sonrió y le dio las gracias antes de dirigirse hacia el vicario.

–¡Vaya, vaya! –exclamó la esposa del vicario–. Mi Henry está disfrutando de sus cinco minutos de fama.

–Pues se puede quedar con los míos… ha sido aterrador… Dios, ¿he hecho el ridículo? ¿Y cómo es posible que ese hombre supiera mi nombre?

–Eres famosa… tú comenzaste esto. En cuanto a lo de hacer el ridículo, en realidad me parece que eres brillante. ¿Vas a venir a la reunión del club de lectura o tienes otra entrevista en algún lado?

Jane soltó una carcajada y agarró su pancarta con fuerza renovada.

–Vaya, no me he leído…

–No te preocupes. No se lo ha leído nadie. Tráete una botella… No –susurró, tras mirar a Mattie–. Lo siento. Tú serás la adulta responsable de la sala, pero no te preocupes. Yo no voy a cocinar –añadió la mujer, mientras se alejaba riéndose.

Jane no había pertenecido nunca a una comunidad. Resultaba agradable y, al mismo tiempo, desesperadamente triste que la razón por la que lo era fuera una terrible tragedia.

Carrie debería estar allí. Jane no quería vivir una vida que debería ser la de su amiga, aunque fuera una vida muy agradable.

A pesar del tiempo que había transcurrido, seguía formándosele un nudo en la garganta cada vez que pensaba en Carrie. Ella había pasado a formar parte de la vida de Jane durante el último año que esta pasó en el sistema de acogida.

Había sido la atracción de los opuestos. Carrie era habladora y descarada mientras que Jane, a lo largo de los años, había perfeccionado el arte del mimetismo. Sin embargo, el vínculo entre ambas había sido casi inmediato.

Años más tarde, mientras estudiaba Arte en la facultad, Carrie había conocido al encantador Robert. Los dos se habían casado y habían tenido un bebé, aunque no en ese orden. El fin de semana de vacaciones había supuesto una luna de miel retrasada para ellos. La pareja le había confiado a su precioso bebé de ocho semanas mientras se marchaban.

–No lo dejaría con nadie más que contigo –le había dicho Carrie–. Serán solo tres noches…

Aquellas tres noches se habían convertido en siempre cuando el tren en el que la pareja viajaba a Escocia sufrió un accidente. La tragedia copó todos los titulares durante varios días.

Las vidas de Jane y Mattie cambiaron para siempre. Jane, que había creído que nunca sería madre, lo era, más o menos. La adopción estaba a punto de ser ratificada y ella, una urbanita empedernida, estaba viviendo en aquel pueblecito, en la casita que Robert y Carrie habían heredado de una tía abuela de él.

Jane había estado totalmente decidida a adaptarse a la vida en el campo por el bien de Mattie, pero, al final, no le había resultado tan difícil como había anticipado. Había sentido una inmediata conexión con el campo y se había sumergido en todo lo que este podía ofrecerle. Por primera vez, había comprendido la necesidad de la gente de proteger el campo para las generaciones futuras, para la generación de Mattie. Aquel era el hogar del pequeño, su herencia. Ver la destrucción a su alrededor había provocado en ella una reacción casi visceral, muy personal.

De repente, la tristeza que la envolvía en ocasiones como si fuera una enorme ola negra se apoderó de ella y la obligó a bajar la pancarta. Se fue apartando poco a poco del grupo. Necesitaba un descanso. Estaba segura de que nadie la echaría de menos.

Entonces, ocurrió…

Durante la entrevista, había sido consciente de la llegada de un enorme coche negro que había atraído la atención de todos los presentes, aunque no la suya. Nunca le habían gustado los coches lujosos. Por lo tanto, miró sin curiosidad alguna, pero su actitud cambió cuando reconoció al hombre que estaba tras el volante. Todo se heló a su alrededor y se quedó sin aliento.

Unos ojos oscuros la miraron fijamente. Los latidos del corazón se le aceleraron. Casi podía escuchar cómo la sangre le latía en los oídos, tan alto que estuvo a punto de ahogar el suave grito de sorpresa que se le escapó de los labios.

Era él. Draco Andreas.

Los recuerdos regresaron con fuerza. Había estado tan enamorada de él que no había sido consciente de la fama y la riqueza de Draco ni de que, en realidad, Londres no fuera su hogar. Cuatro años atrás, era solo Draco. El hombre que la hacía reír, el que se preocupaba tanto por ella, el hombre que, en aquellos momentos, era famoso por cambiar de pareja de la misma manera que una persona normal se cambia de calcetines.

En aquel momento, el bebé se despertó y empezó a llorar, alertado tal vez por la tensión. Jane agarró con fuerza la pancarta y vio cómo la alta y elegante figura salía del vehículo. El pánico se apoderó de ella. Aquel no era el momento adecuado para una confrontación.

En realidad, ese momento no existiría nunca.

Jane miró rápidamente a su alrededor y, aliviada de que las piernas la obedecieran, se deslizó entre las sombras de los árboles. Mientras se distanciaba de la protesta, notó aliviada que los sonidos de la misma se convertían en un murmullo indistinto. El terreno familiar del bosque la acogió en su seno, pero la paz y el alivio que normalmente le proporcionaban la eludían en aquella ocasión. Aquello le sorprendió. Decidió que solo necesitaba un momento para recuperar la tranquilidad.

Apoyó las manos contra un tronco cubierto de musgo y cerró los ojos. Desgraciadamente, sus pensamientos eran un caos. En lo único en lo que podía pensar era en el rostro de Draco, en la dorada piel que cubría unos rasgos perfectos, con pómulos esculpidos, frente amplia y una fuerte y firme mandíbula. Se decía que el diablo estaba siempre en los detalles y Draco siempre le había hecho pensar en un ángel caído, oscuro y devastador. Los detalles de sus simétricos rasgos eran fascinantes. Hipnóticos.

Sintió que se le hacía un nudo en el estómago al recordar aquellos ojos, oscuros como la medianoche, bajo las espesas cejas y enmarcados por negras y espesas pestañas. Los esculpidos pómulos y la afilada nariz contrastaban dramáticamente con los gruesos labios de la sensual boca.

La autoridad chocaba con la sensualidad, pero el conjunto resultaba profundamente masculino.

Apretó la mandíbula, negándose a dejarse llevar por la nostalgia, el deseo o el anhelo, una extraña combinación que no estaba dispuesta a analizar.

Para mantener la cordura, tenía que seguir asegurándose que, en aquellos momentos, su vida era totalmente diferente. Se centraba en el pequeño Matthew y en las responsabilidades que conllevaba su tutela. Era una vida más amable, más bondadosa, con clubes de libros y yoga en el salón de plenos del pueblo.

Respiró con determinación y se cuadró de hombros. Draco Andreas formaba parte de su pasado y no iba a permitir que él turbara la vida que se había construido para él y para el niño que dependía de ella. Avanzó hacia el interior del bosque pensando en cómo podría afrontar la inevitable confrontación con el hombre que, en el pasado, había sido el centro de su universo. Seguramente él se había olvidado de ella o la odiaba profundamente por lo ocurrido.

¿De verdad era algo inevitable?

¿Preferiría ella que la odiara a que la hubiera olvidado?

¿Cómo se enfrentaría a aquella situación? ¿Qué le diría al verlo?

Vaya, ¡qué casualidad encontrarte aquí!

Dios santo, ¡cuánto tiempo sin verte!…

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Se escuchó un murmullo de anticipación cuando el imponente y dinámico Draco Andreas apareció, impecablemente vestido con un traje gris y una camisa blanca sin corbata.

Jane estaba sentada en la última fila, detrás de un hombre muy alto, con un sombrero incluso más alto que él. No podía verlo bien, pero sabía que su aspecto sería perfecto.

El hombre que estaba sentado delante de Jane se quitó el sombrero y ella se hundió un poco más en el asiento. Se escucharon un par de gritos airados, que no tardaron en desvanecerse por la imponente autoridad que proyectaba la alta y esbelta figura. Subió los escalones que conducían al pequeño escenario, estrechó la mano del vicario y dirigió su atención a una audiencia hostil, pero por fin en silencio.

Parecía estar perfectamente cómodo con la situación. Observaba a todos los presentes atentamente y, a pesar de estar medio oculta, Jane se hundió un poco más y bajó los parpados.

Y eso que había dicho que no se escondería…

El orgullo la había llevado hasta allí. Después de analizar mucho la situación, la determinación la había empujado, asegurándole que no podía permitir que aquel retazo de su pasado hiciera descarriar su vida.

Draco se marcharía de su vida tal y como había entrado en ella. Jane debía reaccionar del mismo modo. No podía permitirse ni huir ni esconderse, que era lo que, para su vergüenza, su instinto le pedía que hiciera. Sin embargo, eso no significaba que tuviera que anunciar su presencia. Para ser una activista con pancarta y todo, no le gustaba demasiado el enfrentamiento.

¿Se acordaría de ella?

Jane había cambiado mucho en cuatro años. Cuando se miraba en el espejo… De hecho, ¿cuándo se miraba en el espejo?

Hacía malabares con su trabajo como recepcionista en la consulta del médico y el cuidado de su hijo, lo que no le dejaba mucho tiempo para preocuparse por las arrugas. Además, con tanto ajetreo había perdido casi cinco kilos, unos kilos que no necesitaba perder. Sabía que su rostro había perdido lozanía. Además, la última vez que se cortó el cabello había sido en el lavabo de su cuarto de baño…

También su guardarropa estaba a años luz de la ropa de diseño que Draco solía comprarle. En realidad, se avergonzaba de lo maleable que había sido y lo desesperada que había estado por agradarle. Le había permitido que la vistiera como si fuera un maniquí. Recordó cómo le había fascinado su cabello y le había hecho prometerle que jamás se lo cortaría. Le encantaba llenarse las manos con él.

Y ella había accedido sin pensárselo.

Decidió que no había habido nada simbólico en el hecho de que hubiera decidido cortarse el cabello casi veinte centímetros dos semanas después de la fallida boda. Simplemente, era mucho más cómodo así.

Incapaz de seguir resistiéndose a la tentación, inclinó la cabeza para mirar hacia un lado y vio que Draco seguía de pie. Parecía estar aparentemente relajado mientras utilizaba su carismática sonrisa. Aquella sonrisa ya no le afectaba como en el pasado, pero aún sentía el poder de su alcance.

Cuando recordó el instante en el que los dos se habían visto antes, decidió que, sin duda, él la había reconocido. En el momento en el que las miradas de ambos se cruzaron, vio la venganza dibujada en su rostro. Draco no era un hombre misericordioso. Claro que la había reconocido. Inmediatamente, volvió a colocarse detrás del hombre.

–Señoras y caballeros –dijo. Su cálida voz tenía un ligero acento, aterciopelado, que pareció hacer despertar los nervios dormidos. A Jane se le puso la piel de gallina–, en primer lugar, les debo una disculpa por haber talado esos árboles sin autorización –añadió. Dejó que los murmullos de desaprobación de los presentes cesaran antes de seguir hablando–. No voy a excusar lo que ha ocurrido, porque no hay excusa alguna. Comprendo su ira. Yo también la siento.

La persona que estaba al lado de Jane comenzó a aplaudir. Draco miró hacia el lugar y sonrió. Jane estaba totalmente segura de que era la única a la que aquella sonrisa le había provocado una vergonzante incomodidad entre las piernas.

Trató de controlarse y se aclaró la garganta. Se recordó que aquel comportamiento salvaje y despreocupado formaba parte ya solo del pasado.

Jane ni siquiera pudo escuchar la siguiente parte del discurso. Tuvo que sacar fuerzas de flaqueza para no salir corriendo hacia la puerta cerrada y alcanzar la libertad que le ofrecía el exterior, lejos de la melodiosa voz de Draco. Aquella voz le estaba provocando pensamientos turbadores sobre sus labios, que seguían siendo hermosos y muy sensuales. Además, tenía una lengua que sabía moverse muy bien… «¡Basta ya, Jane!».

La parte del discurso que ella pasó por alto debió de ser muy buena, porque, en aquella ocasión, el aplauso fue más generalizado. Se escucharon incluso un par de gruñidos de aprobación de algunos de los manifestantes más críticos.

Draco se los había ganado. Como siempre. Los tenía a todos en la palma de su mano.

Recordó cómo aquella misma mano había cubierto sus senos, diciéndole que eran del tamaño perfecto. Jane tuvo que respirar profundamente y desabrocharse un poco la blusa, que contenía dolorosamente los erectos pezones. Dadas las circunstancias, parecía inútil fingir que los años habían aminorado la susceptibilidad que ella tenía ante su magnética masculinidad.

Desgraciadamente, no era la única que se sentía atraída por Draco. Miró a su alrededor con un cierto cinismo. Seguramente había más de unas cuantas cabezas llenas de fantasías referentes al millonario italiano, lo que no importaba mientras fueran eso, solo fantasías. Lo peligroso era caer presa del embrujo de Draco.

Como era de esperar, se había ganado a todos los presentes, como ocurría siempre. En aquellos momentos, le resultaba increíble que, cuando se conocieron, ella no hubiera sabido quién era. Aquel hecho le había resultado a Draco muy divertido porque, incluso cuando ella supo los detalles, no pareció comprender del todo la extensión de su poder, de su riqueza y de su fama. Tan prendada había estado de él que ni por un momento se había parado a pensar que ella no encajaría en su vida. Había llegado a pensar que ella podría ser la elegante mujer que podría acompañarlo a todas partes para decir lo correcto a cada persona que conociera.

Eso solo podría haberse producido si ella no hubiera abierto la boca nunca, pero, en realidad, él nunca le había hablado de sus negocios o de su importante papel en el mundo empresarial. Sus conversaciones giraban siempre sobre la finca que tenía en la Toscana, el lugar que iba a ser su hogar. El lugar perfecto para Jane y para criar a los hijos que tendrían juntos.

Desgraciadamente, aquello había sido precisamente lo que ella había querido escuchar. Draco le había estado ofreciendo lo que siempre había deseado.

Como no quería reconocer el dolor que le producía aquel pensamiento, se dijo que ya tenía la familia que quería y que esa sería precisamente toda la familia que necesitaría. En cuanto a un hombre que la completara, no creía que fuera a ocurrir. Mattie se llevaba todo su tiempo y energías. Y, sobre el sexo, desde Draco, su libido parecía haber caído en un estado de total hibernación y, en realidad, no estaba dispuesta a despertarla.

Cerró su diálogo interior y volvió a conectarse con las palabras de Draco.

–Reconozco los errores que se han cometido en la ejecución del proyecto.

Jane se arriesgó a dedicarle otra mirada y vio cómo él extendía las manos en un gesto de mea culpa.

–Yo acepto la total responsabilidad de lo ocurrido y les aseguro que voy a tomar medidas inmediatamente para rectificar el daño que se ha cometido con el bosque. Se iniciará mañana mismo un plan para reforestar las zonas dañadas y asegurar así la conservación de este hermoso ecosistema para las generaciones venideras.

Draco explicó sus planes para dicha reforestación antes de empezar a hablar del bienestar para la comunidad, revelando una visión más importante que pareció hacerse eco entre los habitantes del pueblo.

Jane decidió que había que admitir que el proyecto resultaba muy interesante y que, además, las palabras de Drago, aunque astutas, sonaban sinceras. Trató de analizar las palabras objetivamente, pero fracasó miserablemente. Para ella, las sensaciones iban más allá.

–Comprendo la importancia de la comunidad –dijo Draco, recorriendo uno a uno los rostros de los que le rodeaban–. Por ello, como reconocimiento a su paciencia y comprensión, Andreas Company financiará la restauración del tejado de la iglesia, un símbolo de nuestro compromiso con el bienestar de este pueblo.

Jane decidió que aquel había sido un bonito gesto mientras un murmullo de apreciación silenciosa recorría toda la estancia. Draco Andreas, el maestro de la persuasión, estaba entretejiendo una narrativa que llegaba directamente al corazón de todos los presentes.

Jane recordó que, en su caso, Draco no había necesitado usar sus poderes de persuasión para meterla en la cama. Las mejillas se le ruborizaron al recordar la primera vez y la sorpresa que se dibujó en el rostro de él cuando comprendió que ella era virgen. Apartó inmediatamente aquel recuerdo y volvió a escuchar lo que Draco decía.

–Además, como gesto adicional de buena voluntad, voy a extender la invitación a un miembro de nuestra comunidad… –anunció Draco, mientras buscaba sutilmente entre los rostros de todos los presentes.

Jane se rebulló con incomodidad en el asiento y se sintió como si la mirada de Draco se hubiera detenido en ella. Decidió que era imposible, dado que el hombre que estaba sentado delante de ella la tapaba por completo. Decidió tratar de canalizar su tranquilidad interior. Y fracasó miserablemente.

–Vamos a celebrar un curso de entrenamiento en energía alternativa en mi casa. Creo que los representantes locales deberían estar presentes a la hora de darle forma a la tecnología verde del futuro. Después de lo que le ha ocurrido a vuestra comunidad y ver lo robusta que ha sido vuestra respuesta, siento que vuestras opiniones tienen un valor incalculable.

Jane sintió que la mirada colectiva de todos los presentes seguía la mirada de Draco en dirección a ella. Levantó la barbilla y decidió que aquello no había sido un accidente.

Cuando todos empezaron a aplaudir, Jane se levantó y sonrió mientras se dirigía hacia la puerta, con la excusa de que tenía que volver junto a Mattie. En realidad, su jefa, la médico de familia, le había dicho que no había prisa alguna cuando se ofreció a cuidar del pequeño.

Jane llegó hasta la puerta antes de que una voz la llamara por su nombre y la obligara a detenerse. Era el vicario.

–Jane, querida. Me alegro de haberte alcanzado. Quería hablar contigo, pero no esperaba que el señor Andreas lo mencionara hoy. Espero que no te importe, pero, cuando me dijo lo del curso, pensé en ti. Sentí mucho que no estuvieras presente cuando lo hablamos en la reunión que tuvimos, pero el resultado fue unánime. Todo el mundo estuvo de acuerdo en que serías la candidata perfecta.

Jane le interrumpió con una carcajada.

–¿Perfecta? Se me ocurren cuatro personas que están mucho más cualificadas que yo. En realidad, yo no tengo cualificación alguna.

–Pero tu entusiasmo y…

–No soy más que una aficionada y los dos lo sabemos.

Durante un instante, el vicario pareció derrotado, pero insistió.

–Fuiste tú quien empezó con las protestas. Deberías ser la que…

Jane se mordió los labios. Aquello le estaba empezando a parecer una conspiración.

–Evidentemente, me siento muy halagada de que hayas pensado en mí, pero… no me gustaría que fuera por caridad. Además, me temo que me resultaría muy difícil…

–Estás pensando en Mattie, pero, según tengo entendido, durante la conferencia habrá guardería. Además, un poco del sol italiano, unas vacaciones… Es justamente lo que necesitas.

Aquel comentario confirmó las sospechas de Jane. Era la pobre madre soltera que jamás se podría permitir unas vacaciones en Italia. La intención era buena, pero que lo hicieran por caridad le molestaba profundamente.

–Además, yo me quemo con el sol –añadió.

El vicario se rio como si ella hubiera dicho una broma.

–Lo digo en serio. Hay muchas personas más cualificadas que yo para esto… además, en la consulta andamos algo faltos de personal.

–Sí, ya lo hemos hablado con la doctora Grace y ella ha dicho que te debe vacaciones, así que no hay ningún problema. Ya tiene preparada una sustituta.

Jane respiró profundamente. Se estaba dando cuenta de que se estaba quedando sin salidas.

–Parece que lo has pensado todo…

–¿Significa eso que estás de acuerdo?

Jane suspiró. Por otro lado, si sacaba a Draco de la ecuación, la oferta resultaba muy tentadora. Desgraciadamente, él no era la clase de hombre que se desvanecía en una bocanada de humo. Su presencia no era algo que se pudiera ignorar.

Admitió que era una locura, pero… El curso sería muy interesante. Además, podría ver el hogar de Draco, su vida… Claro que sentía curiosidad. ¿Quién no? Seguía teniendo dudas, pero la tentación era muy grande…

Al final, asintió de mala gana. En realidad, no creía que Draco fuera a estar presente en el curso. A pesar de que era una estupenda publicidad para él, estaba segura de que delegaría la dirección del curso en otras personas.

–Evidentemente, con Mattie habría ciertas condiciones. Necesitaré más información.

–Por supuesto, por supuesto. Es comprensible. Le haré saber tu petición al señor Andreas.

–Bueno, estoy segura de que el señor Andreas tiene cosas mucho más importantes de las que preocuparse. Me las puedo arreglar con uno de sus asistentes.

 

 

–Gracias, pero no –dijo Grace cuando Jane le ofreció un café–. Ya sabes que me encanta cuidar de los niños. Echo de menos cuando mis hijos eran pequeños y no me daban malas contestaciones. Y hablando de mis hijos, tengo que ir a comprobar que hayan hecho los deberes. Como ya sabes, con su padre hacen lo que quieren –añadió con un gesto de desaprobación–. ¿Sabes una cosa, Jane? Me alegro mucho de que hayas accedido a ir a la Toscana. Necesitas un descanso.

–No son unas vacaciones.

–Cierto, pero estoy segura de que encontrarás tiempo para disfrutar del sol y del mar y tal vez incluso para ligar con algún guapo italiano –bromeó Grace antes de marcharse, con el teléfono móvil en la oreja. Acababa de recibir una llamada.

 

 

Jane cerró la puerta y se reclinó contra la pared. Cerró los ojos y espiró con fuerza. El único sonido que se escuchaba era el del reloj que había en la pared, encima de la chimenea abierta. En aquel momento, habría agradecido el furioso llanto de un bebé para que la distrajera de los pensamientos que le rondaban por la cabeza.

Acababa de apartarse de la pared cuando alguien llamó a la puerta. Grace siempre se olvidaba de algo.

La sonrisa se le heló en los labios al tener que levantar mucho la mirada para poder llegar a observar el rostro del hombre que esperaba en la puerta. El oscuro cabello acariciaba la viga de apoyo del porche.

–Draco… Señor Andreas –se corrigió rápidamente.

Si su aura le había hecho sentirse incómoda en el pueblo, en su casa se sintió totalmente abrumada por la cercanía de su potente masculinidad.

–Bueno, dejémoslo de nuevo en Draco –replicó. Una sonrisa burlona frunció su boca. La estaba mirando fija, poderosamente, bajo el embrujo de su taciturna mirada. Las pestañas eran tan largas que casi rozaban el afilado contorno de sus pómulos–. Todas las mujeres con las que me he acostado me llaman por mi nombre de pila, cara.

La burla que contenían aquellas palabras escoció profundamente a Jane y eso la ayudó a liberarse de la confusión que sentía. En ocasiones, la ira ayuda a despejar el pensamiento.

–Y te acuerdas de todos sus nombres. Me siento muy impresionada –le espetó ella con voz desagradable e irónica.

Draco dio mentalmente un paso atrás. Jane ya no estaba tratando de hacerse invisible, una táctica que siempre le había divertido. Antes, había sido como el equivalente adulto del niño que cierra los ojos y cree que ha desaparecido. Sin embargo, en aquel momento, estaba frente a frente con él, sin arredrarse.

¿De verdad creía que una mujer como ella, con el cabello del color del fuego, ojos de esmeraldas y un cuerpo…? Cortó inmediatamente aquel pensamiento antes de que pudiera hacer que aquella visita extremadamente incómoda fuera aún más dolorosa.

Sintió una nueva oleada de desprecio por sí mismo al recordar cómo, en los días posteriores a la humillante huida de Jane, él había permanecido despierto por las noches, anhelando su presencia. En aquel momento, mientras la observaba, admiraba la delicada y respingona nariz, los hermosos ojos verdes, los gruesos labios y la testaruda inclinación de la barbilla.

Recordó entonces la imagen del niño a su espalda. «Tú no vas a tener hijos con ella, sino otro hombre», le recordó una insidiosa voz en el interior de su cabeza.

Aquello significaba un final. La situación no se estaba desarrollando tal y como él había anticipado. La Jane que había conocido siempre había tenido un cálido sentido del humor y una hermosa risa. Pero jamás había visto en ella el sarcasmo. Era un cambio demasiado dramático.

La miró fijamente. Admitió que sentía curiosidad, pero no deseo. Estudió atentamente los suaves contornos de su rostro, los grandes ojos, que iban enmarcados por profundas ojeras y la cautela que relucía en su mirada. La boca seguía siendo generosa, pero la inclinación de la barbilla sugería una testarudez que no reconocía.

–¿Me estabas buscando? –le espetó ella con altivez.

Draco frunció el ceño y se irguió en toda su altura, de casi un metro noventa. La miró desde arriba con gesto gélido, tratando de controlar el desprecio que estaba sintiendo en aquellos momentos.

–No sabía que tenía que buscarte…

¿Acaso habría anticipado Jane que la buscaría y había esperado la reacción de Draco al verla? ¿Y si ella había orquestado aquella situación? Las sospechas se apoderaron de él, pero Jane iba a sentirse muy desilusionada. No. Él no la había buscado. No había tratado de encontrar a su novia a la fuga. Hacerlo lo habría convertido en su propio padre, un hombre tan obsesionado con una mujer que había terminado pagando por ello, obsesionado hasta el punto de la locura. Su padre abandonó a la madre de Draco, ofuscado por la que luego se convertiría en su segunda esposa.

Antonio Andreas había concedido a su segunda esposa todos los caprichos que ella quería, caprichos que, irremediablemente, implicaban grandes sumas de dinero. Cuando el dinero que servía para alimentar el lujo y el exceso que ella ansiaba se acabó, cuando no quedó ninguna obra de arte que vender, ella, tal y como era previsible, lo abandonó por otro hombre que sí podía darle lo que quería. Dejó atrás a su hijo, el medio hermano de Draco, dado que el niño hubiera impedido que ella llevara a cabo su estilo de vida.

Sin ella, la situación debería haber mejorado, pero no había sido así. Antonio, incapaz de aceptar la realidad, se había dedicado a acosarla e incluso, haciendo el ridículo delante de todo el mundo, a suplicarle que regresara. No parecía que le importara que ella lo humillara constantemente y, a pesar de todo lo que aquella mujer le había hecho, se negaba a escuchar nada malo en su contra. Cuando Draco, incapaz de contenerse más, levantó la voz, tuvo que experimentar el lado más desagradable de su padre e incluso el golpe de sus puños a pesar de que solo era un adolescente.

Sin duda, el desprecio que sentía por su padre había tenido una gran influencia en cómo reaccionó al verse abandonado junto al altar. Él mismo lo reconocía. No ir a buscar a Jane después de lo ocurrido había sido una cuestión de principios. No podía permitirse preguntar ni cómo ni por qué, y mucho menos salir a buscarla.

Y, sin embargo, allí la tenía. Si hubiera creído en el destino, habría admitido que lo suyo tenía que ser, pero Draco estaba convencido de que un hombre labra su propio destino. ¿Era aquello una oportunidad? Si lo era, ¿para qué? ¿Tal vez para la venganza que tanto ansiaba? ¿Para las respuestas que ni él mismo quería admitir que necesitaba?

Vio que Jane se sonrojaba. No fingió no comprender a lo que Draco se refería ni al doble significado de sus palabras. En realidad, Draco no se había estado refiriendo a aquel instante ni a aquel lugar.

–Por supuesto que no. Jamás lo hubiera esperado –dijo ella–. ¿Por qué estás aquí?

Draco sonrió de nuevo.

–¿No me vas a invitar a pasar? –le preguntó, aunque resultaba evidente que esa era la intención de Jane. Tal vez se estaba preguntando cómo explicaría su presencia al novio o al esposo, al padre del niño cuya existencia era aún incapaz de asimilar.

–Yo…

Antes de que Jane pudiera pensar en una excusa, Draco entró en la casa. Era un espacio muy pequeño y él no era un hombre menudo.

El instinto la llevó a cerrar los ojos para tratar de hacerse lo más pequeña posible. Sin embargo, era muy consciente de que eso no servía de nada cuando, tras un breve contacto del brazo de Draco contra su hombro, sintió unas profundas oleadas de deseo por todo el cuerpo. El cálido y masculino aroma de su cuerpo parecía flotar en el aire y dificultaba que pudiera pensar con claridad.

Amar a Draco siempre había sido una locura. Bueno, en realidad, desearlo. Aquella corrección hizo que le resultara más fácil respirar. Aspiró profundamente para tranquilizarse. Entonces, se dio la vuelta y lo siguió hasta su pequeño y acogedor salón. Entonces, vio la estancia a través de los ojos de Draco.

Con gran nerviosismo, se retorció las manos y miró a su alrededor, a cualquier sitio, menos a él. Vio el hogar que Carrie y Robert habían construido juntos con tanto amor y se imaginó cómo resultaría a los ojos de Draco. Él no vería los objetos que tenían valor sentimental, ni los que habían aprovechado. Solo vería una sala pequeña y algo desaliñada.

La idea de que pudiera estar burlándose de lo que veía la hizo ponerse a la defensiva. Rápidamente, fue a recoger un juguete que se había caído del cesto en el que tenía todos los juegos de Mattie y se volvió a mirarlo con la barbilla levantaba, para darle al menos la impresión de que estaba muy segura de sí misma. En el pasado, siempre se había mostrado muy insegura ante él. No quería decir nada equivocado ni ponerse algo que no fuera apropiado y comportarse en la mesa como si no tuviera modales.

Decidió que aquella casa era más que suficiente y que, en ella, podría comer con las manos si así lo deseaba.

Comprendió que aquel pensamiento era el equivocado cuando recordó una ocasión en la que Draco le dio de comer con los dedos un delicioso pastel de crema. Ella le había limpiado los dedos con los labios y la lengua y…

Decidió poner fin a aquel pensamiento porque resultaba muy destructivo para ella en aquellos momentos. Se colocó las manos en las caderas como si quisiera comunicarle que aquella era su casa y que, fuera lo que fuera lo que él pensara, iba a defenderla con la vida si era preciso. Defendería todos y cada uno de los detalles de un hogar que se había creado con tanto amor.

Cuando las miradas de ambos se cruzaron, ella tuvo la satisfacción de ver que Draco tenía una expresión de asombro en el rostro.

–Me gusta lo que has hecho en esta casa.

Jane entornó la mirada. No le había parecido que la voz de Draco sonara sarcástica o burlona. Observó cómo la cabeza de él prácticamente tocaba las bajas vigas del techo, que Carrie había pintado de blanco para que diera más sensación de amplitud. Recordó cómo su amiga se había reído al comentar que menos mal que su marido no era muy alto.

El recuerdo le provocó un nudo en la garganta y los ojos se le llenaron de lágrimas. Parpadeó con fuerza, porque no quería que la situación con Draco fuera aún más incómoda si se ponía a llorar delante él.

Notó que Draco la observaba y respiró profundamente para tratar de ocultar la pena que sentía tras una fachada de desafiante beligerancia mientras esperaba. Había decidido que ella no sería quien rompiera el silencio.

Y tuvo que esperar durante un largo e incómodo tiempo.