Venganza o perdón - Kim Lawrence - E-Book

Venganza o perdón E-Book

Kim Lawrence

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.

Mehr erfahren.
Beschreibung

Desde que su prometida lo dejó en el altar, Draco se juró no volver a dejarse engañar por ella. Cuatro años más tarde, cuando se encontró con Jane en un pueblo perdido de Inglaterra, no era solo ira lo que sintió, sino también una ardiente atracción… Jane huyó el día de su boda porque había descubierto que no podía darle a Draco lo que él más deseaba: una familia. Cuando volvió a encontrarse con él, no solo le ocultó secretos del pasado, sino también del presente. Pero parecía que la pasión que ardía entre ellos exigía una segunda oportunidad, pero ¿quería Draco retomar la relación… o solo buscaba venganza?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 204

Veröffentlichungsjahr: 2025

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Portadilla

Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harlequiniberica.com

 

 

© 2024 Kim Jones

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Venganza o perdón, n.º 3188 - octubre 2025

Título original: His Wedding Day Revenge

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9791370007751

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

 

 

Portadilla

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Federico esbozó una pequeña sonrisa de satisfacción profesional mientras examinaba las instantáneas sin editar que su equipo y él habían captado hasta el momento.

Normalmente, él no hacía bodas, pero aquel era un evento fuera de lo común. Decir que era la boda de la década no resultaba nada original, pero tampoco era una exageración considerando la lista de invitados y la repercusión mediática que la noticia estaba teniendo en los medios de comunicación.

Algunos cínicos habían sugeridos que el momento elegido para la boda tenía más que ver con motivos prácticos que con el romance, dado que muchos de los invitados de más renombre no habían tenido que viajar desde muy lejos. Muchos de ellos estaban en el Reino Unido desde la ceremonia de galardones de la noche anterior, que el novio había organizado para premiar la innovación en la sostenibilidad medioambiental. Además, el novio llevaba más de dos meses en Londres para facilitar la transición de su última adquisición en el campo de la alta tecnología, con base en el Reino Unido.

Sin embargo, fuera lo que fuera lo que dijeran los cínicos, el evento había captado la imaginación de la gente y era la comidilla de todo el mundo.

A excepción de la feliz pareja.

Se sabía que Draco Andreas era un hombre de pocas palabras y que siempre iba al grano. Sin embargo, también se decía que una mirada de desaprobación del italiano valía varios volúmenes de mil palabras.

En cuanto a la novia, bueno… Normalmente la gente especulaba sobre el vestido, pero, en aquel caso, las especulaciones se centraban en la novia en sí. En la red, solo había un par de fotografías desenfocadas de la futura señora Andreas, en las que se podía distinguir que era pelirroja, o al menos lo había sido cuando se tomaron aquellas imágenes, y muy menuda.

Aquel misterio había acrecentado el interés por la mujer que había cazado al hombre cuyo apellido había copado los titulares los últimos ocho años. En internet, abundaban alocadas teorías.

Federico compartía esa curiosidad, pero ya no iba a tener que esperar mucho tiempo según el horario que se le había facilitado. Consultó su reloj. Dos minutos.

Y no le cabía la menor duda de que serían eso, dos minutos. Todo el evento se había desarrollado con precisión militar. No se había dejado nada al azar. Incluso el tiempo había logrado desafiar las predicciones meteorológicas, algo que él agradecía. A pesar de ser un genio, no había nada de malo en tener la meteorología de su lado.

Lo único que tenía que conseguir era que la novia saliera guapa. Dio por sentado que no sería difícil, dado que Draco Andreas jamás había llevado del brazo una mujer que no lo fuera. No obstante, hasta el momento sus relaciones habían durado muy poco.

Había individuos celosos que sugerían que la riqueza era un excelente afrodisíaco, pero, si las historias que habían aparecido en los tabloides eran ciertas, Draco nunca había tenido problemas para conseguir una cita, incluso antes de verse catapultado de un relativo anonimato.

Dado el perfil que tenía en aquellos momentos, resultaba difícil creer que, tan solo ocho años antes, Draco había heredado un apellido muy importante, un físico espectacular, pero no dinero. La mayoría de la gente había esperado que él tomara el camino de la mayoría de los miembros de familias de abolengo italianas y de muchas otras partes del mundo, empobrecidas a pesar de tener muchas tierras, y que terminara vendiéndolo todo. Sin embargo, Andreas había demostrado ser un hombre que no tomaba el camino fácil.

Había decidido construir su propio camino y lo había hecho a lo grande.

El primer proyecto de su empresa de tecnología emergente había sido una aplicación de móvil que había revolucionado las finanzas personales para millones de personas en todo el mundo. Se podía decir que Draco había sido fundamental para cambiar el panorama financiero mundial, creando una nueva tecnología, apoyando la innovación y creando una nueva generación de emprendedores.

Gran parte de esa aparente energía que Draco poseía había ido a parar a la finca que su familia tenía en la Toscana, que, en aquellos momentos, albergaba un pensamiento creativo muy innovador para crear una tecnología más verde, creando puestos de trabajo y atrayendo a los jóvenes a las zonas rurales más despobladas.

En ese momento, uno de los miembros de seguridad respondió a algo que le transmitieron a través del pinganillo y, entonces, asintió a Federico tal y como este había estado esperando. Federico se preparó e hizo un gesto con el pulgar hacia arriba a su equipo. Esperó hasta que el crujido de los neumáticos sobre la grava se hizo más cercano.

Era la primera vez que veía a la novia. Al verla salir del coche, Federico contuvo la respiración a pesar de estar acostumbrado a que las actrices y las celebridades más famosas posaran para él. Los días de anonimato de aquella mujer estaban a punto de terminar.

La mirada crítica, profesional, de Federico, apreció los delicados rasgos, los enormes ojos verdes y el hecho de que la piel de la novia tuviera la misma pálida y cristalina claridad del vestido de seda color perla que llevaba puesto. Había salido del coche con elegancia y, entonces, se detuvo allí, durante un instante, esbelta y erguida bajo el sol, que destacaba los reflejos cobrizos de su cabello. Federico capturó el momento. Estaba disfrutando mucho, por lo que siguió disparando. La novia levantó ligeramente la nariz mientras la única dama de honor le colocaba la larga cola del vestido, realizado en raso y con una delicada hilera de perlas a lo largo de todo el borde.

 

 

–¡Ay, Janie! ¡Estás tan guapa! Esto parece un sueño.

Jane parpadeó como si alguien la hubiera despertado. Hasta aquel momento, el día entero le había parecido una ensoñación en la que ella flotaba oníricamente. Flotaba con el vestido que Draco había elegido para ella cuando Jane fue incapaz de decantarse por ninguno de los diseños que le ofrecía el diseñador. Draco había elegido también las flores, un ramo de orquídeas que ella agarraba con fuerza. Era un ramo muy hermoso, sí, pero, desde su punto de vista, desgraciadamente carecían de aroma.

Se miró la mano y vio el brillo del anillo bajo el sol. Cuando se lo colocó en el dedo, Draco le había dicho que hacía juego con sus ojos. Por esa razón, Jane se había contenido y no le había dicho que hubiera preferido algo menos ostentoso que la enorme esmeralda cuadrada rodeada de diamantes.

Aquel anillo no la representaba. Ella solo era una estudiante que tenía tres trabajos a tiempo parcial para conseguir llegar a fin de mes y que, por primera vez en su vida, disfrutaba de la excitación del amor. Draco sería su primer y último amante. Ningún hombre podría comparársele después. Draco, por su parte, si creía que el anillo la representaba y Jane, por su parte, se estaba esforzando mucho por ser la persona que él creía que era.

No era solo aquel día lo que le parecía un sueño. Sentía que llevaba soñando dos meses, desde la primera vez que vio a Draco y los dedos de ambos se rozaron cuando ella se arrodilló para recoger la taza de café, ya vacía, que ella le había tirado de la mano. Cuando se puso de pie, por primera vez en su vida, se sintió presa de un profundo y desesperado deseo.

–Eres perfecta –le dijo él en aquel momento.

Sin pararse a pensar, Jane no pudo contenerse y le dijo:

–Y tú eres muy guapo.

Después, se pasó la noche en la habitación de hotel de Draco. De hecho, no salieron de ella ni en los dos días ni en las dos noches siguientes.

Ver que Draco la deseaba, que la amaba, él, al que consideraba el hombre más guapo sobre la faz de la tierra, era un sueño para ella. Un sueño del que no quería despertarse.

–¿Estás nerviosa?

¿Lo estaba? La voz de Carrie resonó como si proviniera de un lugar muy lejano. Jane inclinó la cabeza ligeramente. No quería pensar. Solo quería disfrutar del momento. Draco la amaba y ella lo amaba a él. Eso era lo único importante. Se lo repetía una y otra vez como si fuera un mantra, ahogando la otra voz que decía cosas que ella no quería escuchar.

–No, no estoy nerviosa –negó mientras se llevaba la mano a la boca–. Deseo esto más que nada en el mundo –añadió con un cierto tono de desafío–. Lo único es que no me reconocí cuando me miré en el espejo. Pero el amor es lo que cuenta, ¿verdad?

Carrie no dijo nada. Se limitó a apretar la fría mano de su amiga. Jane respiró profundamente y se levantó ligeramente la falda para comenzar a subir los bajos escalones de piedra. Sin saber por qué, se preguntó cuántas novias habrían subido aquellos escalones, cuántas habrían sido felices y cuantas habrían vivido para arrepentirse.

A medio camino, se detuvo y se giró para mirar a su amiga.

–La verdad importa, ¿verdad, Carrie?

Aquella inesperada pregunta hizo que la dama de honor parpadeara y se echara a reír.

–No me irás a decir que tienes un secreto culpable, Janie, porque no voy a creerte –le dijo. Jane le dedicó una mirada compungida y la sonrisa de Carrie se desvaneció–. Son los nervios de última hora –añadió para tranquilizarla–. Respira profundamente.

Jane asintió y siguió subiendo la escalera hasta llegar a la puerta del templo. Dio varios pasos por el pasillo central y, entonces, vio cómo Draco se daba la vuelta. Alto, exclusivo, su hermoso amante italiano se giró para mirarla. observó sus ojos y sintió cómo el posesivo pulso del deseo que irradiaba de él recorría rápidamente el espacio que los separaba.

Ella quería andar, echar a correr hacia sus brazos más que nada en el mundo, pero la vergüenza se apoderó de ella, enfriando el fuego que ardía en su interior y matando por completo la alegría que sentía.

Cuando las miradas de ambos se cruzaron, Jane perdió el control sobre su propia negación al mismo tiempo que el ramo de flores. Este se deslizó de sus dedos y cayó al suelo.

El silencio en sí mismo era una mentira. Había guardado el secreto durante dos días. Había tenido dos días para sincerarse con él y no lo había hecho porque, en el fondo de su corazón, sabía cuál sería la respuesta. Draco quería un hijo, un heredero para la fortuna familiar de la que hablaba con tanta pasión. A ella le había parecido bien porque llevaba toda su vida queriendo una familia, una familia a la que pertenecer.

Sin embargo, después de su última visita al médico, Jane sabía que las posibilidades que tenía de darle un hijo eran pocas o prácticamente inexistentes. No habría bebé con el cabello oscuro de Draco. Jane no podía darle lo que más deseaba y, un día, él lo sabría también y la odiaría por ello. La pena que sentía en el pecho se había convertido en un dolor físico y le dolía más que el que había experimentado durante tanto tiempo. Un dolor que, por fin, tenía nombre. Endometriosis.

No podía hacerle algo así. Lo amaba demasiado.

Dejo escapar un pequeño sollozo y se levantó las pesadas faldas. Entonces, con las lágrimas cayéndole por las mejillas, se dio la vuelta y echó a correr.

El silencio que resonó a sus espaldas fue ensordecedor. Todos los ojos estaban pendientes del hombre que estaba frente al altar, un hombre cuyo rostro parecía estar tallado en fría piedra. El único fuego estaba en las llamas de furia helada que ardían en sus ojos.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

La estrecha carretera rural serpenteaba interminablemente a través de la campiña inglesa, bordeada por espesos setos bajo las copas de viejos árboles. En otro momento, Draco habría disfrutado de aquel rincón de la Inglaterra rural que nunca había visitado antes.

Martilleaba suavemente los dedos sobre el volante de su elegante coche negro. Aquel era el único indicador de la frustración que sentía bajo la superficie. El cielo estaba encapotado y amenazaba lluvia, lo que encajaba perfectamente con su estado de ánimo.

Podría haber prescindido perfectamente de todo aquello. La visita a una obra no era su idea de un viaje de placer. Resultaba que el jefe de obra había recortado gastos que no debería haber recortado y había enfurecido a la población local, que lo habían puesto en conocimiento de los medios de comunicación.

De repente, un monstruoso tractor apareció delante de él. Avanzaba a una velocidad que chocaba abiertamente con el ajustado horario de Draco, lo que agudizó aún más su enfado. El conductor del tractor se comportaba como si él fuera invisible.

No era así como el presidente de Andreas Company debería pasar la mañana. Esbozó una medio sonrisa. Al menos no había perdido la capacidad de reírse de sí mismo. Sin embargo, ¿quién se lo diría cuando la perdiera? La triste verdad era que, en aquellos momentos, absolutamente nadie. No siempre había sido así, pero, en realidad, no siempre había sido multimillonario. La gente no les dice a los multimillonarios lo que tienen que hacer.

A través de los dientes, dejó escapar un silbido de triunfo cuando por fin, después del cuarto intento, consiguió adelantar al tractor y apretar el acelerador.

Aquella controversia podría haberse evitado y, por ende, el origen de su frustración. La irritación inicial que Draco había sentido por la situación se había transformado en un profundo resentimiento. Aquella era precisamente la razón por la que tenía un equipo, un equipo en teoría muy capacitado, que no necesitaría su intervención directa en un proyecto de tan poca importancia. Sin embargo, aquello había ido más allá del proyecto en sí mismo o de la inversión económica. Suponía un daño a su reputación que él había ido a reparar.

La estrecha carretera se abrió de repente, revelando la amplia extensión boscosa que había agitado el avispero. En la distancia, se veían unas cuantas casas desperdigadas y la torre de una iglesia. Vio al jefe de proyecto al mismo tiempo que el tipo lo vio a él.

–Patán perezoso –musitó. Entonces, aminoró la marcha y respiró profundamente para tranquilizarse. Lo único que necesitaba era una encantadora ofensiva y no dudaba de su capacidad para calmar los ánimos y ganarse de nuevo a la población local.

En realidad, no se centraba todo en relaciones públicas y limitación de daños. Draco creía en aquel proyecto y poseía datos y cifras que respaldaban su opinión. En Italia, había dos pueblos de vacaciones ecológicas muy lujosos y similares a aquel, que reportaban enormes beneficios a las comunidades rurales en las que se habían creado.

Miró a la gente mientras pasaba lentamente a su lado. Se dirigió a aparcar el coche en un lugar seguro sobre la hierba y se fijó en la inevitable presencia de las cámaras y de los medios de comunicación. Entonces, examinó la multitud que lo rodeaba para buscar a alguien que pudiera estar al mando. No tardó en darse cuenta de que había un hombre con un collar de perro que se estaba dirigiendo a un canal de televisión. Draco decidió que no parecía demasiado rabioso.

Entonces, ocurrió.

En su visión periférica, vio el destello de un vivo color rojizo entre los suaves verdes y marrones del campo. Draco apretó instintivamente el pedal del freno y detuvo el coche en seco.

El mundo pareció detenerse. Las protestas pasaron a un segundo plano. El aire pareció abandonar por completo el interior del coche, dejando un vacío. Draco se sobresaltó al reconocer a quién pertenecía aquel cabello y su cuerpo tembló como si acabara de recibir una descarga eléctrica.

¡Jane Smith!

No la había buscado. No había tenido interés alguno por saber la razón por la que ella lo había humillado. Su motivación para hacer lo que hizo seguía siendo un misterio para él. Metafóricamente, había guardado todos los pensamientos que pudiera tener sobre ella, junto con el anillo de compromiso que Jane le había enviado a través de un mensajero, en un profundo baúl y había tirado la llave. Llevaba así cuatro años.

Había tomado la decisión consciente de no permitir que ella ocupara espacio en su cabeza. Había seguido con su vida y se había felicitado por el hecho de haber logrado dejar atrás el pasado.

Por supuesto, había habido momentos de debilidad, aunque prefería no contar las escasas ocasiones en la que había visto a una pelirroja y se le había hecho un nudo en el estómago, una mezcla de ira y de deseo que no quería reconocer.

En esas ocasiones, la pelirroja había resultado ser una desconocida, pero no en aquella ocasión.

Ella tenía el rostro en la dirección opuesta a la de él, pero no importaba. Bastaba con el modo en el que se movía, con la elegancia de una bailarina, o el gesto con el que se apartaba el cabello. El recuerdo de su risa consiguió escapar de aquel baúl mental en el que había encerrado todo lo referente a Jane. Esta resonó con fuerza en su cabeza, como si fuera una antigua melodía que no podía sacarse de la cabeza. Una melodía que evocaba recuerdos, buenos recuerdos que habían sido cancelados por aquella humillante escena final. Durante un instante, aquel recuerdo fue tan fuerte que casi consiguió saborear la humillación de nuevo entre los labios.

Sus ojos se oscurecieron hasta evocar la negrura de la medianoche. Su falta de control sobre las respuestas físicas de su cuerpo se añadió a la humillación que sentía. El hecho de que su control, algo que siempre había dado por sentado, le fallara tan dramáticamente alimentó la ira que crecía dentro de él.

Desgraciadamente, no fue lo único que creía. Las imágenes prohibidas, guardadas celosamente durante tanto tiempo, comenzaron a adueñarse de él.

El sol parecía acariciar el cabello de Jane y lo deslumbraba. Sentía un hormigueo en la piel al recordar sus caricias, delicadas como el sedoso cabello que le acariciaba el torso cuando ella se sentaba a horcajadas encima de él. Y la boca…

Apretó la mandíbula y trató de apartar aquel insidioso batiburrillo de imágenes y sensaciones para centrarse de nuevo en el presente.

Un presente en el que los fieros rizos de Jane Smith bailaban al viento en contraste con los tonos más apagados del resto de los manifestantes. Draco tardó varios instantes en asimilar detalles más mundanos. Tenía el cabello más corto, a media espalda en vez de por la cintura, y había también… ¿un bebé?

Aquella imagen provocó un ronco sonido en su garganta. ¿Un bebé? Sintió que sus músculos se tensaban por el rechazo a lo que estaba contemplando.

¿Y por qué no iba Jane a tener un bebé? Había seguido con su vida, igual que él. Simplemente era un giro que Draco no había anticipado.

¿Anticipado? Se burló de sí mismo. Como si hubiera anticipado algo de todo aquello. ¿Por qué iba a haberlo imaginado? Jane Smith formaba parte del pasado y Draco era un hombre que vivía en el presente.

Podría haber rechazado aquella vuelta al pasado, pero una parte de él había decidido llevarlo por aquel camino, recordando instantes que habían quedado congelados en el tiempo, imágenes del pasado, del día en el que se conocieron. Antes de aquel día, se habría burlado de la idea de que tocarse los dedos con otra persona podría resultar vagamente erótico.

Mientras contemplaba la esbelta figura, los vaqueros y las botas desaparecieron. Jane apareció envuelta en una nube de seda y raso. Sin darse cuenta, soltó el freno y el coche se deslizó silenciosamente, encajando perfectamente en el espacio que él había elegido. Entonces, Draco decidió dar la bienvenida a la oportunidad de demostrar que Jane Smith no significaba nada para él.

En realidad, ¿por qué sentía la necesidad de demostrarse lo que ya sabía?

 

 

Jane estaba en el exterior de la protesta. Sabía que Mattie, al que llevaba a sus espaldas en una acolchada mochila, se había quedado dormido. Su cabecita descansaba, protegida por un gorro de lana con su pompón y todo, contra su cuello.

No estaría dormido mucho tiempo. Necesitaría volver a comer y… Jane ahogó un bostezo. A ella misma le vendría muy bien una siesta. Mattie había estado despierto la mayor parte de la noche. En ocasiones, en realidad con bastante frecuencia, le parecía que el bebé sentía que ella no tenía ni idea de lo que estaba haciendo.

Tal vez solo estaba enfadado. Ella lo estaba, pero Mattie… lo que el pequeño había perdido era incalculable. En un instante, había tenido unos padres que lo adoraban y, de repente, a causa de un estúpido accidente, se había tenido que conformar con ella. Miró a su alrededor. ¿Se daría alguien cuenta si se marchaba en aquel instante?

En realidad, no era que fueran pocos los que estaban en la protesta. Las cámaras, a las que ella evitaba siempre, habían atraído a una multitud más grande de lo esperado.

Ella se había presentado en el despacho del editor del periódico local exigiéndole que la recibiera. Su determinación se había visto acicateada por una justa indignación, con las fotografías de los buldóceres y las excavadoras, símbolo de la devastación, en su teléfono.

No había sabido lo que esperar. Un artículo, quizá una mención en la radio, pero, por supuesto, no que apareciera en las noticias nacionales. Además, ¿se habría acercado allí si hubiera conocido de antemano el nombre asociado al proyecto que había cortado maravillosos árboles mientras que el pueblo dormía?

Andreas. Resultaba patético que aquel apellido siguiera evocando en ella una reacción tan visceral. No parecía que aquel pequeño proyecto pudiera formar parte del radar de Draco. Unos pocos árboles y unos lugareños exaltados quedaban muy por debajo de su interés.

«Espero que sea así», pensó. Lo último que quería era atraer la atención de Draco. Ella había seguido con su vida.

La llorosa mujer que había salido corriendo de la iglesia, a la que un guarda de seguridad trató de detener antes de que saltara una valla, desgarrándose la falda del vestido de novia, para luego desaparecer corriendo por una calle lateral, le parecía en la actualidad una desconocida.