E-Pack Bianca y Deseo julio 2023 - Joss Wood - E-Book

E-Pack Bianca y Deseo julio 2023 E-Book

Joss Wood

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Beschreibung

Pack 359 Atrapada con su jefe Joss Wood ¿Cuál era el protocolo de la oficina… cuando una estaba atascada en medio de una tormenta de nieve con su jefe? Con dos hermanas a las que cuidar, Lex Satchell no podía arriesgar su puesto de trabajo como conductora en Industrias Thorpe. Olvidarse de la ridícula atracción que sentía por su jefe, Cole Thorpe, era esencial, aunque resultaba evidente que la atracción era mutua. Ir con él a una lujosa estación de esquí sería una tortura. Pero todo cambió cando una tormenta de nieve los aisló de la realidad. De repente, dar rienda suelta a la pasión era inevitable, pero Lex nunca imaginó que Cole le abriría su endurecido corazón o que lo que veía en ese corazón la haría soñar con algo más que un par de noches de pasión. Refugio de pasiones Cat Schield La frontera entre el amor y el odio estaba a punto de derribarse. El arquitecto de Charleston, Chase Love, tenía que vigilar a Teagan Burns. Su reputación la precedía y no era precisamente buena. La joven, miembro de la alta sociedad de Nueva York, quería comprar la casa ancestral de la familia de Chase, y él estaba decidido a impedírselo. Pero se había encontrado con una contrincante ambiciosa, decidida y… despampanante. Teagan era de armas tomar, aunque no era ella la que estaba siendo irracional. El atractivo arquitecto se negaba a trabajar con ella. Era desesperante…y muy excitante. Pero cuando el pasado de Teagan la sigue a Charleston, debe elegir entre el enemigo que podría buscarle la ruina o aquel del que se está enamorando.

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Bianca y Deseo, n.º 359 - julio 2023

I.S.B.N.: 978-84-1180-371-7

Índice

 

Créditos

Atrapada con su jefe

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Refugio de pasiones

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LEX estaba en la sala de llegadas del aeropuerto de Ciudad del Cabo, con un vaso de café con hielo en una mano y un arrugado cartel de Industrias Thorpe en la otra. Había tenido la intención de hacer otro, pero entre sus innumerables trabajos, llevar a sus hermanas al colegio, supervisar los deberes, hacer la cena y estudiar para obtener su título universitario, apenas tenía tiempo para nada más.

Suspirando, sopló para apartar un rizo de sus ojos. Se había sujetado el pelo en una trenza, pero empezaba a desmoronarse. Necesitaba un corte de pelo, una limpieza de cutis, un masaje, dos millones de dólares…

Lex miró la pizarra electrónica y luego su móvil para comprobar la hora. El vuelo de Londres había aterrizado quince minutos antes, de modo que los pasajeros aparecerían en cualquier momento.

Había conocido a muchos empleados de Industrias Thorpe en los últimos años y se preguntaba a quién estaría esperando en esa ocasión. A veces le tocaba llevar en el coche a alguno muy charlatán, emocionado de estar en África, que la acribillaba a preguntas a las que ella respondía como podía. Otras veces era alguien que se pasaba el viaje al hotel o a las oficinas de Industrias Thorpe pegado al móvil.

En esas ocasiones tenía que controlar el impulso de decir que dejasen el teléfono y mirasen por la ventanilla, que contemplasen la famosa Montaña de la Mesa, a veces cubierta por las nubes, a veces no. Le gustaría recordarles que estaban en una de las ciudades más bonitas del mundo y que debían levantar la cabeza de la pantalla del móvil. Pero, por supuesto, mantenía la boca cerrada porque ese era su trabajo y lo necesitaba.

Lex tomó un sorbo de café, con la esperanza de que la cafeína hiciese efecto. La noche anterior se había quedado dormida en la mesa del comedor a las dos de la mañana. Estudiar para obtener un título en Psicología Forense era algo que solo podía hacer cuando Nixi y Snow se habían dormido e invariablemente para entonces estaba exhausta. Iba aprobando todos los módulos, pero desearía tener tiempo para profundizar en cada tema.

«Estás haciendo lo que puedes, eso es lo único que debes pedirte a ti misma».

Aun así, sentía como si estuviera caminando por una cuerda floja sobre un cañón. En ese momento, la cuerda estaba tensa y firme y ella sabía dónde debía poner los pies, pero si el viento se levantaba o alguien más saltaba sobre la cuerda perdería el equilibrio y caería de cabeza al vacío.

No podía haber interrupciones o distracciones en su vida.

Los pasajeros del vuelo de Londres comenzaban a entrar en la sala de llegadas y Lex tomó un sorbo de café, preguntándose si la rubia alta con los pantalones de lino blanco sería su cliente. O tal vez el chico con gafas y aspecto de empollón. No, esos eran pasajeros de primera clase y la mayoría de sus clientes viajaban en clase ejecutiva o clase económica.

Un hombre vestido de negro, moreno y más alto que la mayoría, metro noventa o más, llamó su atención entonces. Lex ladeó la cabeza, admirando los anchos hombros y ese cuerpo de nadador. Llevaba un jersey de cachemir con cuello de pico, las mangas subidas hasta la mitad de los bronceados antebrazos. El fino material parecía acariciar su ancho torso y sus fuertes bíceps. El elegante pantalón negro destacaba sus largas piernas y llevaba unas modernas zapatillas de deporte en blanco y negro. En las manos, una bolsa de viaje de aspecto caro y una elegante funda de ordenador.

Era tan sexy que le temblaron las rodillas. Estaba como un tren.

Lex no salía con nadie y no lo haría a corto o medio plazo. Aunque tuviese tiempo para una aventura, que no lo tenía, la mayoría de los hombres daban marcha atrás cuando descubrían que debía programar su vida amorosa en torno a las necesidades y demandas de sus hermanas pequeñas. Incluso si solo era una breve aventura, a los hombres les gustaba ser lo primero en la lista de prioridades.

Su madre había tenido docenas de relaciones amorosas, todas breves, y Lex era bastante cínica sobre el amor y sobre la capacidad de los seres humanos para comprometerse. La verdad, tener un hombre en su vida sería poco práctico.

Una aventura a corto plazo sería complicada, pero con alguien como aquel adonis haría el esfuerzo de encajarlo en su día a día. O en la noche.

Él sacó un móvil del bolsillo trasero del pantalón y miró la pantalla con el ceño fruncido. Su pelo era castaño oscuro, corto y espeso, bien cuidado. No podría decir de qué color eran sus ojos, pero tenía una nariz larga, masculina, la mandíbula cuadrada y unos pómulos altos y marcados. No era exactamente guapo, pero irradiaba tal virilidad que podría parar el tráfico.

Lex vio cómo se pasaba una mano por el pelo en un gesto de frustración antes de llevarse el móvil a la oreja. Parecía italiano, o tal vez griego o árabe. Su nacionalidad no importaba. Sería clasificado como un adonis de Londres a Camberra.

Y ella tenía que dejar de mirarlo con la boca abierta. En serio, debería salir más si era así como la afectaba un extraño, por guapo que fuese.

«Cálmate, Satchell».

Desgraciadamente, apartar la mirada resultó más difícil de lo que había esperado. Estaba a punto de hacerlo, en serio, cuando él giró la cabeza y sus ojos se encontraron. A pesar de estar a cierta distancia, Lex sintió el calor de su mirada por todas partes.

Era fácil imaginar lo que estaba pensando: pelo largo, rojo y rizado, un rostro ovalado cubierto de pecas, una nariz pequeña, unos labios gruesos y ojos verdes. Una chica alta y demasiado delgada, pelirroja, con unos vaqueros negros, botas de motorista y una vieja chaqueta vaquera sobre una camiseta blanca.

El no bajó la mirada y Lex tuvo que hacer un esfuerzo para respirar.

¿Por qué todos los colores y los sonidos del aeropuerto parecían amplificados? Tal vez estaba sufriendo una apoplejía porque su corazón se había vuelto loco y le daba vueltas la cabeza.

O tal vez se trataba de pura atracción animal, un fenómeno que ella no había experimentado nunca, pero del que había oído hablar.

El adonis tomó la bolsa de viaje y empezó a caminar…

Y, madre mía, ¿se dirigía hacia ella?

¿Iba a entablar conversación con ella? ¿Qué? ¿Por qué?

Lex no tenía mucha práctica con los hombres y no sabía flirtear. Además, en ese momento no podía respirar y, a pesar de haber tomado un par de sorbos de su café con hielo, tenía la boca seca. ¿Qué iba a decirle? ¿Y cómo respondería ella?

Lex miró por encima de su hombro. Tal vez se dirigía hacia alguien que estaba detrás… pero no. Definitivamente, el guapísimo extraño se dirigía hacia ella.

Y, por alguna razón, se sentía ridículamente vulnerable. Como si aquel extraño la conociese, como si pudiese descubrir todos sus secretos. Como si supiera que, bajo ese despreocupado y sereno exterior, estaba llena de dudas, cuestionando todo lo que hacía.

Y, a veces, hasta quién era.

Pero el extraño se dirigía hacia ella y Lex no podía dejar de mirarlo. ¿Por qué no podía apartar la mirada? ¿Qué le pasaba?

Sus ojos eran de color topacio, una preciosa mezcla de oro y ámbar con puntitos verdes. Su colonia, una masculina combinación de sándalo, lima y algo herbal se mezclaba con el aroma de un jabón caro.

Se había duchado recientemente porque tenía el pelo húmedo, pero no se había molestado en afeitarse.

De cerca era aún más impresionante que a distancia.

«Tranquila. No digas ni hagas ninguna estupidez».

–Soy Cole Thorpe…

Pero antes de que terminase la frase, un ruido en el bolsillo de sus vaqueros hizo que Lex diese un respingo. El volumen estaba al máximo para poder oírlo desde todos los rincones de la casa y, sobresaltada, Lex apretó el vaso de plástico con tanta fuerza que la tapa saltó.

Y entonces observó, horrorizada, que un chorro de café frío volaba hacia ese hermoso rostro y después se deslizaba por el amplio pecho cubierto de cachemir.

«Oh, no. Oh, no, ayuda, socorro».

 

 

Cole estaba acostumbrado a bajar de su avión privado y subir directamente al coche que lo esperaba en el aeropuerto, una transición que había hecho quinientas veces. Pero su llegada a Ciudad del Cabo no había sido así.

Y, de momento, todo era muy exasperante.

Si su ayudante habitual hubiera estado a cargo del viaje ya estaría en un coche, a medio camino de la oficina. Pero, debido a que Gary estaba de baja por paternidad, tenía que arreglárselas con un asistente virtual y, hasta el momento, estaba demostrando ser un desastre.

Al final del día estaría lidiando con el ayudante virtual número tres o cuatro, ni lo recordaba, y él tenía demasiadas cosas que hacer como para soportar tanta ineficacia. Necesitaba a alguien que le facilitase la vida, no al contrario.

Y, de verdad, ¿tan difícil era encontrar un coche que lo llevase a la sede de Industrias Thorpe en Ciudad del Cabo?

Después de dar vueltas por el aeropuerto durante quince minutos, por fin un empleado de la oficina le había dicho que el conductor le esperaba en la sala de llegadas. Llevaba un cartel y, al parecer, era una mujer pelirroja que seguramente iría vestida de negro.

Cole la encontró inmediatamente, con los ojos clavados en él. Y, por alguna razón, al verla sus pulmones no parecían capaces de llenarse de oxígeno.

Era alta, casi un metro setenta y cinco, con unas botas toscas y feas, pero decir que tenía el pelo rojo sería como decir que el sol era amarillo. Era una descripción carente de imaginación para un tono tan inusual. Largo y rizado, no era rojo, naranja o castaño rojizo sino una cacofonía de colores que le recordaba a las hojas de arce que alfombraban el suelo del Parque Nacional Bukhansan en Corea del Sur. Y esas pecas…

Eran perfectas. Y no solo en la nariz o en las mejillas, no. Todo su rostro estaba cubierto por una Vía Láctea de puntitos de color canela.

Era de infarto

Era delgada, pero con curvas, y tenía una boca ancha y sexy y unas cejas perfectamente arqueadas sobre unos ojos brillantes. ¿Verdes, azules? No lo sabía bien. El inusual color de su pelo la hacía destacar entre la multitud y eso no era fácil en un aeropuerto abarrotado.

Y, al parecer, aquella chica era su conductora.

Era la primera mujer que lo atraía de ese modo en mucho tiempo. Los últimos seis meses habían sido un ajetreo continuo y el sexo no estaba en su lista de prioridades, pero aquella chica era una empleada de Industrias Thorpe y él no tonteaba en la oficina.

Después de guardar el móvil en el bolsillo del pantalón, se colgó al hombro la bolsa de viaje y se dirigió hacia la pelirroja. Ella lo miraba con expresión recelosa, pero el brillo de sus ojos le decía algo más. Cole tenía edad y experiencia suficientes como para saber que esa inmediata e inconveniente atracción era recíproca, pero después de todo lo que había pasado en los últimos meses aquello no era lo que necesitaba.

Se dijo a sí mismo que debía recuperar el control. Estaba cansado, estresado, y esa reacción era exagerada. La pelirroja solo era otra mujer, nadie especial. Él no tenía tiempo para aventuras. Tenía que dirigir un fondo de cobertura, vender una serie de empresas que había heredado a su pesar y una vida que reanudar.

Se iría de Ciudad del Cabo en una semana, tal vez dos.

De modo que se acercó a la conductora, diciéndole a sus pulmones que se calmasen de una vez. Pero la verdad era que la encontraba tan atractiva que parecía como si hubiera metido una mano en su pecho para apretar su corazón.

Normalmente sereno y firme, Cole nunca se había dejado llevar por una simple atracción física. Claro que aquella atracción era tremenda, pero solo tenía que calmarse y…

Estaba presentándose cuando fue interrumpido por lo que parecía el sonido de una sirena. La pelirroja, sobresaltada, apretó el vaso que tenía en la mano y un chorro de café lo golpeó en la cara y se deslizó por su jersey.

Cole se quedó inmóvil, atónito y empapado, preguntándose qué había pasado. Y entonces vio que los ojos de la pelirroja se llenaban de lágrimas.

Él podía soportar un vuelo largo, tener que buscar un coche que no aparecía en un aeropuerto lleno de gente o recibir un chorro de café en la cara, pero las lágrimas de una mujer…

No eso no. Las lágrimas de una mujer lo enloquecían.

Cuando la sirena dejó de sonar, Lex cerró los ojos, rezando para que aquello fuese una pesadilla, para no estar llorando delante de su jefe, el reciente propietario de Industrias Thorpe, el hombre que pagaba su salario.

¿Qué demonios le pasaba? Ella no lloraba nunca. ¿Y por qué delante de él precisamente?

Lex sacó del bolso un paquete de pañuelos, pero le temblaban tanto las manos que no podía tirar de la lengüeta. Una mano grande y bronceada le quitó el paquete y sacó un par de pañuelos con los que se secó las lágrimas a toda prisa, agradeciendo no llevar una gota de maquillaje.

Le gustaría que se la tragase la tierra. Cualquier cosa sería preferible a sentirse como una idiota.

La última vez que lloró espontáneamente fue cuando Joelle, su madre, le tiñó el pelo de rubio platino. Entonces tenía trece años, pero ahora tenía más del doble y debería ser capaz de controlar sus emociones.

Y normalmente era capaz. Entonces, ¿por qué lloraba? No estaba triste ni especialmente preocupada. Sí, estaba cansada, pero había aprendido a funcionar con una mínima cantidad de horas de sueño.

¿Estaba estresada? Sí, seguramente. Era una mujer de veintiocho años que intentaba, con la ayuda de su hermana Addi, criar a sus dos hermanas pequeñas, estudiar, estirar sus ingresos y mantener unida a su heterogénea familia. Lex estaba estudiando Psicología y sabía que el estrés siempre encontraba una forma de expresarse, a veces cuando la persona menos se lo esperaba, y que a veces se liberaba entre lágrimas.

Y el agotamiento te hacía más propenso a estallidos emocionales. Sí, ella tendía a reprimir sus sentimientos porque no tenía tiempo para lidiar con ellos y se decía a sí misma que procesaría todo lo que sentía más tarde, cuando estuviese menos cansada, cuando estuviese sola. Sin embargo, nunca tenía tiempo y rara vez estaba sola, de modo que tal vez todos esos sentimientos reprimidos se habían acumulado.

¿Pero por qué tenía que llorar delante de su jefe? ¿Era porque, de modo inconsciente, su atracción por él la había hecho recordar que seguía siendo una mujer, capaz de sentirse excitada sexualmente y sabiendo que no podía hacer nada al respecto?

¿Saber que no podría aceptar una invitación para tomar una copa o para cenar juntos la había hecho recordar todo lo que había sacrificado por sus hermanas, todo lo que no podría tener?

¿La había hecho recordar que no era una chica normal, que tenía más responsabilidades que la mayoría y que a veces se sentía atrapada y culpable por sentirse así?

Posiblemente. Probablemente.

Pero ya descubriría más tarde las razones para sus lágrimas. Lo que tenía que hacer en ese momento era calmarse, preferiblemente antes de que Cole Thorpe la despidiese. Porque si lo hacía tendría una excusa decente para llorar y otra razón para estresarse.

Necesitaba desesperadamente ese trabajo, que la ayudaba a cumplir con sus deberes de madre sustituta.

Cuando levantó la mirada, él estaba quitándose el jersey empapado y ese torso ancho y musculoso provocó una especie de aleteo en su útero y un inconveniente calor entre las piernas.

Él estaba tirando de la camiseta negra que llevaba bajo el jersey y Lex no podía dejar de mirar sus bíceps. Luego se puso en cuclillas, abrió su bolsa de viaje y sacó otro jersey de color gris pálido que se puso a toda prisa antes de incorporarse sin decir una palabra.

No podía haber tardado más de un minuto, pero a Lex le pareció como si hubiera estado mirando una película porno. Y le gustaría rebobinar.

Pero aquel hombre era su jefe y ella necesitaba el trabajo, de modo que en lugar de comérselo con los ojos debería disculparse e intentar actuar como la profesional que era. Claro que, después de haberle tirado el café encima había muchas posibilidades de que tuviera que despedirse de su puesto de trabajo.

Lex se aclaró la garganta.

–Siento mucho haberle tirado el café y siento haber llorado. No sé qué me pasa.

Él puso la mano sobre la suya, pero la apartó enseguida, como si le hubiese mordido una cobra.

–¿Cómo te llamas?

Lex había olvidado decirle su nombre. Genial, todo iba genial.

–Lex Satchell.

Él tomó la bolsa de viaje y se la colgó al hombro.

–Me gustaría salir del aeropuerto de una vez. ¿Dónde está el coche?

Lex tuvo que pararse un momento para pensar.

–En la planta de abajo. No está lejos, pero si lo prefiere puede esperarme en la zona de recogida. Yo llevaré su bolsa de viaje.

–Tengo dos piernas, puedo andar.

Sí, tenía dos piernas estupendas, larguísimas, fuertes…

–Vamos –dijo él entonces con tono brusco–. Quiero ir al hotel y luego a las oficinas de Industrias Thorpe.

¿Significaba eso que no estaba despedida? ¿O estaba esperando que lo llevase al hotel antes de darle la patada?

Lex siguió los anchos hombros sintiéndose totalmente desorientada. Cole Thorpe parecía un hombre indescifrable y no debía ser la primera persona, ni la última, que se preguntaba cuáles eran los planes del poderoso empresario.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

COLE subió al todoterreno de Industrias Thorpe y se sentó detrás de su guapísima conductora.

Su conductora, se recordó mentalmente. No quería mirarla, pero sus ojos seguían saltando del hermoso perfil a los delgados hombros y a la mano que tenía sobre el volante. Conducía con seguridad, maniobrando con facilidad en medio del intenso tráfico.

Parecía extraño que la mujer seria y remota detrás del volante fuese la misma que había estado llorando solo unos minutos antes.

A juzgar por el brillo de mortificación en sus ojos, llorar no era algo que hiciese a menudo. O en absoluto. ¿Qué habría provocado esas lágrimas, el episodio del café?

¿Había temido que le gritase o la despidiese? Absurdo, él no haría eso. Solo había sido un accidente.

Le gustaría pedirle una explicación, pero era su empleada y la mejor manera de mostrar respeto era fingir que no había pasado nada.

Pero sentía curiosidad, una anomalía porque en general la gente no era lo bastante interesante como para sumergirse en su psique, y en parte porque quería consolarla y asegurarle que no había perdido su trabajo, si eso era lo que le preocupaba.

El loco impulso de protegerla lo aterrorizaba. Él nunca había sido protegido e incluso cuando era niño se esperaba que lidiase con los caprichos de la vida y con las decepciones sin quejarse. Él no mimaba a la gente, no sabía cómo hacerlo, así que esa necesidad de protegerla y remediar lo que fuese que la aquejaba lo desconcertaba por completo.

Cole giró la cabeza para mirar por la ventanilla. Aquel día estaba en Ciudad del Cabo, la semana pasada había estado en Chicago, dos semanas antes en Hong Kong. Además de visitar las oficinas regionales de Industrias Thorpe por todo el mundo, también administraba un fondo de cobertura de miles de millones de dólares aclamado internacionalmente.

No podía trabajar más, era imposible, y por eso estaba agotado.

Cole se levantó las gafas de sol y presionó sus párpados con un dedo, pensando en su hermano mayor, Sam, meditando con una túnica de color naranja.

Sam había dejado atrás el avión privado, los trajes de cinco mil dólares, los largos días de trabajo y la responsabilidad que exigía ser el presidente de Industrias Thorpe para convertirse en monje budista. El celebrado primogénito del famoso empresario Grenville Thorpe había dejado atrás su privilegiada vida para ir a un monasterio budista y Cole se preguntó si se arrepentiría de esa decisión.

Los acontecimientos de los últimos seis meses pasaron por su mente en una serie de instantáneas. La muerte de su padre un año antes había sido una conmoción, no porque sintiera pena por el hombre al que nunca había conocido sino porque la muerte de Grenville había destrozado sus planes de vengarse del padre que le había dado la espalda durante toda la vida.

Durante cinco años, Cole había ido comprando silenciosa y subrepticiamente acciones de Industrias Thorpe, la empresa multinacional de su padre. Llevaba unos meses sin organizar una adquisición hostil cuando Grenville murió de un ataque al corazón en su yate, frente a la costa de Amalfi. Sam, su hermano, había heredado todos los activos de Grenville y las acciones en Industrias Thorpe.

Cole, por supuesto, ni siquiera había sido mencionado en el testamento.

Como no tenía el menor deseo de arruinar a Sam, porque no tenía nada en su contra, Cole reevaluó sus planes. Su único objetivo al adquirir acciones de Industrias Thorpe había sido mirar a su padre a los ojos cuando le dijese que ya no podía fingir que no existía, pero su muerte le había quitado esa venganza de las manos.

Y luego Sam, seis meses después de la muerte de su padre, había cambiado sus trajes de Armani por túnicas de color naranja, su vida como uno de los solteros más cotizados del mundo por la abstinencia y la abundancia por una comida al día y una esterilla en el suelo.

¿Qué había poseído a su hermano para transferirle todo lo que había heredado de Grenville, incluida su participación mayoritaria en Industrias Thorpe?

Cole siempre había querido la compañía, pero no de ese modo. No significaba nada si no obtenía su dulce venganza. Ahora, Industrias Thorpe solo era una carga para él.

Grenville debía estar revolviéndose en la tumba, pensó. El adorado primogénito había renunciado a su herencia y su segundo hijo, despreciado y rechazado, ahora era el dueño de todo.

¿Despreciado? No, eso no era verdad. Para despreciar a alguien al menos debía importarte un poco y Grenville no tenía el menor interés por él. Había sido descartado, como si no fuera digno de su atención.

Su móvil empezó a sonar en ese momento y suspiró al ver el nombre de Melissa. No se molestó en responder y dejó que la llamada fuese al buzón de voz.

Junto con la empresa, los apartamentos y otras posesiones materiales, también era responsable de la novia de Sam, Melissa. Ahora era dueño del apartamento en el que vivía la aristocrática rubia y había seguido con la tradición de pagarle una asignación mensual.

Y le parecía bien. Sam y ella habían estado juntos durante mucho tiempo y Melissa esperaba casarse algún día, de modo que se merecía algún tipo de compensación. Pero, en los últimos meses, a pesar de haberse visto solo en la boda de un amigo, la prensa había comenzado a vincularlos, tratándolos como una pareja.

No era verdad. Él había tenido un par de relaciones en su vida, pero nada serio. No se le daba bien ser parte de una pareja. Había sido criado por una madre fría, su padre lo había ignorado y había tenido muy poco contacto con su hermano, de modo que estaba acostumbrado a su vida solitaria y le gustaba. Cuando volviese a Londres le regalaría a Melissa un paquete de acciones y la escritura del apartamento. Eso aliviaría el dolor de cortar sus lazos con la familia Thorpe.

Con un poco de suerte, deshacerse de Industrias Thorpe sería igual de fácil. Al principio, había decidido que desmantelar la empresa y vender sus activos a empresarios locales era la forma más eficaz de deshacerse del imperio Thorpe. Pero, si bien podía obtener mucha información de los balances y los libros de cuentas, Cole sabía que la mejor manera de recopilar información era hacer sus propias evaluaciones. Había pasado muchas semanas recorriendo el mundo, visitando todas las empresas Thorpe e inspeccionando los activos que había recibido de Sam.

Pondría a la venta los apartamentos de Londres y Hong Kong, vendería su yate y su helicóptero privado, y su colección de arte iba a subastarse en unos meses.

Tenía intención de poner una parte de las ganancias en una inversión a plazo fijo, en caso de que Sam decidiera que ya no le interesaba el budismo, pero el resto pensaba distribuirlo entre varias organizaciones benéficas. Él tenía sus propios apartamentos, sus colecciones de arte y sus coches. No necesitaba el dinero de nadie.

Lex miró por el espejo retrovisor y vio su expresión sombría. Desearía poder preguntarle qué le preocupaba, por qué parecía como si llevase el peso del mundo sobre sus impresionantes hombros. Parecía tan solo.

Le gustaría distraerlo, sacarlo de ese sitio oscuro en el que parecía estar metido. No era parte de sus deberes y él podría decirle que se ocupara de sus propios asuntos, pero nadie debería parecer tan desolado.

En fin, ya le había tirado el café y se había puesto a llorar, no quería darle otra excusa para despedirla, de modo que la pregunta no podía ser personal. Pero podía preguntarle si había estado antes en Ciudad del Cabo. La ciudad era un tema inofensivo y, a pesar de tener todo el dinero del mundo, Cole Thorpe parecía necesitar urgentemente un amigo.

 

 

Lex estaba a punto de abrir la boca cuando sonó su móvil y, al reconocer el número del colegio Saint Agnes, su corazón dio un vuelco.

Recibir una llamada del colegio al que iban sus hermanas nunca era bueno. Además, Cole escucharía la conversación.

Maldita fuera, otra mancha en su informe. Las estaba acumulando.

La profesora de Nixi le dijo que las niñas estaban bien y solo llamaba para recordarle que había prometido llevar veinticuatro magdalenas para la merienda del colegio.

–Y las necesitamos a la hora del almuerzo –dijo la mujer–. Le envié un recordatorio la semana pasada.

Lex hizo una mueca. Su bandeja de entrada estaba llena a rebosar y ese correo podría haberse perdido fácilmente.

–Lo siento, pero no lo he visto –se disculpó–. Y aunque fuese a comprarlas, no creo que pudiese entregarlas a tiempo. Estoy trabajando.

–Haga lo que pueda, señorita Satchell –respondió la mujer antes de cortar la comunicación.

Lo intentaría, pero no veía cómo iba a aparecer en el colegio con veinticuatro magdalenas cuando tenía que llevar al señor Thorpe de un lado a otro.

No sabía si iba a necesitarla durante todo el día, pero si era así tendría que llamar a su alumno para posponer la clase de francés, otro de sus trabajos a tiempo parcial.

Además, debía enviar una exposición a su profesor de la universidad antes de las cinco de la tarde y aún no la había terminado.

Pero Cole era lo primero. Su trabajo como chófer para Industrias Thorpe, que había conseguido a través de Addi, estaba bien pagado y no podía perderlo.

Eso si él no la despedía en cuanto llegase al hotel.

Magdalenas. ¿Qué más problemas iba a ponerle la vida por delante aquel día?

Lex pensó llamar a Addi, que trabajaba en la sección de hostelería y ocio de Industrias Thorpe, pero sabía que su hermana mayor estaba muy ocupada y no atendería la llamada. En otra ocasión le habría pedido al ayudante de Addi, Giles, un amigo de la familia, que fuese a comprar las magdalenas, pero no podía hacerlo con su jefe escuchando la conversación.

El trabajo de Addi pagaba la mayor parte de las facturas y Lex se ocupaba de atender a las más pequeñas. Sin la contribución de las dos, las niñas habrían sido separadas por los Servicios Sociales. El salario de Addi hacía posible que permaneciesen juntas y que Lex tuviese tiempo libre para estar con las niñas les daba la estabilidad emocional que ellas no habían tenido.

No podía creer que hubiera pasado tanto tiempo desde que asumieron la responsabilidad de las niñas. A los veintitrés años, acababa de conocer a un chico que podría hacerle cambiar de opinión sobre el amor, la confianza y el compromiso. Addi estaba comprometida y Storm, la hermana mediana, acababa de terminar sus estudios.

Pero, de repente, después de cinco años sin saber nada de su madre, Joelle se había presentado con Nixi y Snow, dos nuevas hermanas a las que no conocían. Estaban intentando asimilar la noticia de que su madre tenía cinco hijas de cinco hombres distintos cuando Joelle les pidió que cuidasen de las niñas durante un fin de semana.

Por supuesto, no había vuelto a buscarlas.

Como resultado, la boda de Addi se pospuso y poco después se canceló. El novio de Lex había salido huyendo y, una vez más, se confirmó su sospecha de que el amor se esfumaba en cuanto aparecía el menor problema. El padre de Addi había desaparecido cuando Joelle le dijo que estaba embarazada y Lex ni siquiera conocía al suyo.

El mensaje estaba claro: no se podía contar con el amor en los momentos difíciles. La determinación, la persistencia y el esfuerzo eran los rasgos necesarios para lidiar con la realidad de una madre increíblemente voluble e irresponsable.

El amor era algo en lo que no se podía confiar.

El GPS interrumpió sus pensamientos, advirtiéndole que debía tomar la siguiente salida, y Lex intentó volver al presente.

En general, siempre estaba demasiado ocupada como para mirar atrás y rara vez se permitía pensar en el pasado y en la mala suerte que Addi y ella habían tenido. Era lo que era y nada podía cambiar esa realidad.

En fin, estaba cansada y estresada y por eso estaba siendo bombardeada por recuerdos del pasado. Y, a los veintiocho años, no podía operar con tres horas de sueño noche tras noche y estar siempre alegre y llena de energía.

Dos años más de estudio, se dijo mientras tomaba la salida. Luego tendría su título de Psicología Forense y, siendo las niñas un poco mayores, podría buscar un trabajo en ese campo. Tal vez incluso podría tener una aventura, un poco de diversión.

Hasta entonces solo tenía que seguir esforzándose, pero a veces sentía que, por mucho que se esforzase, estaba defraudando a sus hermanas igual que su madre las había defraudado a Addi y a ella una y otra vez. Pero ella, al menos, estaba dando lo mejor de sí misma, poniendo un pie delante de otro para seguir adelante.

–¿Tienes hijos? –le preguntó Cole.

Lex miró por el espejo retrovisor y su estómago dio un vuelco cuando sus ojos se encontraron. ¿Era decepción lo que veía en los ojos castaños? No, solo estaba proyectando su atracción por él. Los hombres ricos y guapos no desperdiciaban su tiempo o su energía con mujeres que no eran asombrosamente guapas o increíblemente inteligentes, incluso ambas cosas a la vez.

–No, las magdalenas son para el colegio de mis hermanas.

–¿Y por qué has recibido tú esa llamada? ¿Dónde está la madre de las niñas?

Lex se detuvo en un semáforo y apretó el volante.

–Mi hermana Addi y yo estamos criando a nuestras dos hermanas pequeñas. Addi trabaja en el sector de hostelería y ocio de Industrias Thorpe.

Le pareció ver un brillo de respeto, o tal vez de aprobación, en sus ojos y eso la animó.

–¿Vuestros padres han muerto?

Esa sería una explicación mucho más sencilla que el profundo egoísmo y la falta de responsabilidad de Joelle.

Cuando el semáforo se puso en verde, Lex aceleró, pero tuvo que pisar el freno cuando un autobús se metió en su carril.

–Los conductores de Ciudad del Cabo son lo peor –murmuró, señalando una verja–. Pero ya casi hemos llegado.

–Una pena –murmuró él.

¿Y qué significaba eso?, se preguntó Lex mientras atravesaba la verja del hotel.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

COLE admiró la famosa Montaña de la Mesa tras el hotel y entendió por qué se decía que el Vane tenía las mejores vistas de la famosa montaña.

A pesar de que Industrias Thorpe poseía un hotel en el paseo marítimo, Jude Fisher, que era amigo de los propietarios, le había recomendado el Vane porque, según él, hospedarse allí era una experiencia que no podía perderse.

–¿Piensa ir a la oficina más tarde o debo esperarlo aquí?

Él negó con la cabeza.

–Mi ayudante ha alquilado un coche para mí. Prefiero conducir yo mismo –respondió, tratando de ignorar el cosquilleo que recorría su espalda cada vez que la miraba.

Tal vez podría cancelar el alquiler del coche. Odiaba no estar detrás del volante, pero no le importaría pasar más tiempo mirando aquel rostro tan bonito.

No, eso era una estupidez. Siempre había pensado que tener un conductor era algo pretencioso, un gasto absurdo. Y estar encerrado en un coche con una mujer a la que deseaba de forma enloquecedora era una receta para el desastre.

Lex era su empleada y él no cruzaba esa línea, nunca. Eso era buscarse problemas que no necesitaba y para los que no tenía tiempo, pero la idea de no volver a verla le resultaba insoportable.

Quería saber por qué estaba criando a sus hermanas, quería saborear la piel de su cuello, besarla por todas partes y enredar sus muslos desnudos en sus caderas. Quería…

«¿En serio, Thorpe?».

¿Qué le pasaba? ¿Y qué tenía esa mujer que lo fascinaba tanto?

Él había conocido a muchas mujeres guapas y deslumbrantes, y se había acostado con varias de ellas, pero ninguna lo había hecho sentir como si tuviese dieciséis años, desconcertado y totalmente cautivado.

«Solo es una mujer como cualquier otra».

Podría repetir ese mantra hasta que saliera el sol por la mañana, pero eso no cambiaría nada. Había algo en ella que lo atraía de un modo poderoso, casi aterrador, y lo mejor sería alejarse de ella.

–¿Entonces no necesita que lo lleve a ningún sitio?

–No.

«Desgraciadamente».

Le pareció ver un brillo de decepción en los ojos verdes, casi de pánico, y estuvo tentado de cambiar de opinión solo para volver a verla.

Esos ojos, ese rostro, esa voz áspera y profunda, lo tenían cautivado. Podía mirarla y escucharla durante horas.

El portero del hotel se acercó para tomar la bolsa de viaje y Cole salió del vehículo, con Lex tras él. Estaba a punto de despedirse cuando sonó su móvil y era uno de sus mayores clientes, alguien cuya llamada no podía ignorar.

–Lleva mi ordenador a la habitación y espera allí hasta que suba –le indicó.

Su ordenador portátil, de última generación, era toda su vida y nunca lo perdía de vista porque contenía toda su información personal y comercial, pero confiaba instintivamente en Lex.

Por supuesto, podría haberlo sostenido en la mano mientras respondía a la llamada porque apenas pesaba, pero no quería hacerse preguntas incómodas.

Diez minutos más tarde entraba en el impresionante vestíbulo de estilo art déco. Un conserje se ofreció a acompañarlo a su habitación, pero Cole rechazó la oferta. Era una suite de hotel, no un viaje interestelar.

Con la tarjeta en la mano, tomó el ascensor y, unos segundos después, salió a un amplio pasillo. Lex estaba frente a la puerta de la suite, con el ordenador colgado al hombro.

Cole entró en la suite y miró los enormes ventanales que dominaban todo el espacio. La habitación estaba en la última planta, de modo que tenía una fabulosa vista de la montaña.

–Esta tiene que ser la mejor vista de Ciudad del Cabo –dijo Lex, tras él.

Cole iba a quitarle el ordenador de las manos, pero ella se lo ofreció al mismo tiempo y sus dedos se rozaron.

Cole no podía creer que un simple roce pudiese tener tanto poder, pero era incapaz de apartar los ojos de ese rostro tan encantador. Nerviosa, Lex se pasó la punta de la lengua por los labios…

–Señor Thorpe, yo…

Las palabras quedaron colgadas en el aire.

Lex era su conductora, su empleada, alguien a quien no debería acercarse. Pero no podía hacerlo.

–Deberías apartarte –murmuró, con una voz extrañamente ronca.

–Debería –asintió ella, como si estuviese mareada–. Sé que debería, pero no puedo.

En lugar de apartarse, Cole deslizó el pulgar por sus nudillos y ella echó la cabeza hacia atrás, casi ofreciéndole los labios. ¿Y qué podía hacer él más que aprovechar el momento?

Estaba a un centímetro de su boca, a punto de besarla, pero entonces Lex se apartó.

–¿Estás casado? –le preguntó.

–No.

–¿Estás comprometido con alguien, te acuestas con alguien?

Cole había estado demasiado ocupado esos últimos meses como para pensar en el sexo. La única mujer con la que había tenido contacto era Melissa, pero no había nada entre ellos. Bueno, se habían besado una vez, pero fue un beso instigado por ella. Cole no tenía el menor interés.

–No –respondió, desesperado por besarla.

–¿Estás seguro?

–Sí, maldita sea. ¿Puedo besarte de una vez?

–No deberíamos. Trabajo para ti –le recordó Lex, sin poder disimular su anhelo.

Quería que la besara tanto como lo deseaba él y si la presionaba un poco sabía que lo admitiría.

–Dime que no te bese, Cole –le suplicó Lex.

–No puedo –susurró él, inclinándose hacia sus labios.

Estaba a punto de besarla cuando unas voces en el pasillo lo devolvieron al presente. La puerta de la suite estaba abierta y cualquiera que pasara por delante los vería besándose.

Una fría dosis de realidad hizo que se apartase. Estaba en Ciudad del Cabo para trabajar y Lex era su empleada.

Él no hacia esas cosas. No era el tipo de hombre que coqueteaba con las empleadas, daba igual que fuesen gerentes, limpiadoras o conductoras.

Era el dueño de la empresa. Él pagaba su salario.

Él no era ese tipo de hombre.

De modo que recuperó su ordenador e intentó calmarse.

–Gracias por traerme al hotel –se despidió.

–Es mi trabajo.

Lex se despidió con un gesto antes de darse la vuelta para dirigirse al ascensor. Cuando las puertas se cerraron, Cole tomó aire e intentó tranquilizarse. No recordaba cuándo se había sentido tan desequilibrado, tan fuera de sí.

¿Cómo podía haber perdido el control de ese modo?

 

 

Antes de que llegasen sus hermanas Lex había tenido un par de amantes y creía saber lo que era la atracción física.

Pero estaba muy equivocada.

Nada la había preparado para la intensidad de esa atracción. Tan pronto como los dedos de Cole rozaron los suyos sintió como si estuviera en otro universo donde nada existía más que ellos.

A pesar de que no se habían besado, aún se sentía temblorosa, mareada. Un millón de mariposas revoloteaban en su estómago y sentía como si pudiera dormir durante una semana o correr una maratón.

En otras palabras, no era ella misma.

Estaba en el porche de su casa, con una manta alrededor de los hombros, escuchando la risa de sus hermanas en la cocina, pero no podía dejar de pensar en lo que había pasado en el hotel. A solas con Cole, se había sentido fascinada por el deseo que veía en sus ojos, desesperada por sentir el roce de sus labios, las enormes manos moviéndose sobre su cuerpo.

Cuando la miraba de ese modo se sentía poderosa, femenina, guapa.

Se había olvidado por completo de las magdalenas y Snow y Nixi, con razón, estaban enfadadas.

Suspirando, se sentó en el sofá del porche, sintiéndose cansada y extrañamente excitada.

Hasta aquel día no había sabido lo intensa que podía ser la atracción física, o cómo podía hacer que uno actuase de modo irracional. Si hubiera sabido que Cole iba a poner su mundo patas arriba habría salido corriendo porque ella estaba familiarizada con los efectos del deseo desenfrenado; llevaba toda su vida viviendo con las consecuencias.

Su madre, Joelle, era una mujer muy sensual, alguien que nunca ocultó el hecho de que adoraba a los hombres. Estaba hecha para vivir grandes emociones, no para la monogamia. Pasaba de un hombre a otro, persiguiendo ese constante subidón sexual… y si lo que Lex había experimentado con Cole era lo que Joelle perseguía, casi empezaba a entender a su madre.

Le daba igual que viviese de ese modo. No podía importarle menos con quién se acostaba o por qué. Era su cuerpo, su vida, su elección…

Pero sus hermanas y ella eran víctimas aleatorias de la guerra de su madre contra las normas sociales, contra el hecho de estar siendo sexualmente restringida. De niñas, Addi y ella habían conocido a tantos hombres que perdieron la cuenta. Vivían en cuartos de invitados, casas o tugurios del último novio de Joelle. Mantenían la cabeza baja y fingían ser invisibles, pero en unas pocas semanas, a veces en unos meses, tenían que mudarse a otro sitio.

Solo el padre de Storm, Tom, se las arregló para llevarse a su hija con él. Tras la separación, la vida había seguido como siempre: una serie de casas y hombres extraños hasta la adolescencia, cuando Joelle convenció a su tía Kate para que se quedase con ellas durante las vacaciones de verano, con la excusa de que había encontrado trabajo en Tailandia.

Su madre no había vuelto hasta un año después, pero la tía Kate anunció que no tenían que irse con ella, que aquel era su hogar. Era difícil saber quién se había alegrado más de tal noticia, pero gracias a años de inestabilidad, Lex sabía que todo podía cambiar en un momento y se negó a hacerse ilusiones.

Solo cuando Addi y ella heredaron aquella casa tras la muerte de su tía sintió que tenían cierta seguridad, un lugar que era suyo de verdad. No tendrían que volver a mudarse, nunca más estarían a merced de la caridad de otra persona y nadie las usaría como peones para quedarse en algún sitio:

«¡No puedes echarnos! ¡Tengo dos hijas!».

Y Joelle no podría culparlas cada vez que rompía con un hombre.

«Si no fuera por vosotras, él seguiría queriéndome».

Por supuesto, la historia se había repetido cuando su madre apareció cinco años antes con dos hijas más a cuestas y sin intención de cuidar de ellas.

Joelle hacía promesas con gran facilidad, pero todo era mentira. A pesar de hacer todo lo posible para convertirse en lo que ella quería, desde cambiar el color de su pelo a cubrir sus pecas con maquillaje, su madre siempre desaparecía.

Y, si su propia madre no la había querido lo suficiente como para quedarse, ¿quién iba a hacerlo?

–¿Lex, estás bien?

Addi había salido al porche con una copa de vino que le ofreció antes de sentarse a su lado. Lex se quitó la manta de los hombros y la colocó sobre sus piernas, acurrucándose contra su hermana mayor. Habían pasado su infancia así, unidas, enfrentándose a un mundo gobernado por adultos irresponsables y tratando de seguir reglas que no entendían.

–¿Las niñas están viendo la televisión? –preguntó Lex.

–Sí –respondió Addi–. ¿Estás bien? Llevas aquí mucho rato.

–Bueno…

Lex iba a hablarle sobre el «casi beso», pero se detuvo al darse cuenta de que Addi no estaba bebiendo. Compartir una copa de vino al final del día era lo que hacían, una tradición.

–¿Tú estás bien? –le preguntó–. ¿Has oído algo sobre tu trabajo?

Addi negó con la cabeza y Lex se dio cuenta de que no quería hablar sobre su situación laboral.

–Sabes que no me preocupa que me despidan, encontraré otro trabajo rápidamente. Pero no hablemos de eso ahora, ¿de acuerdo? –Addi apoyó la sien en el hombro de Lex–. Storm ha llamado para saber si puede llevarse a las niñas a la casa que Hamish y Callie han alquilado en la playa.

Hamish era el hermanastro de Storm, del primer matrimonio de su padre, y estaba casado con la pediatra de Nixi y Snow. Tenían dos hijos, aproximadamente de la misma edad que las niñas.

–¿A ti qué te parece? –le preguntó Lex.

–Creo que deberían ir –respondió Addi–. Durban es estupendo en invierno, mucho más cálido que Ciudad del Cabo, y las niñas lo pasarán en grande. ¿Y quién mejor para cuidarlas que un cirujano ortopédico, una pediatra y su hermana, que es una niñera experta? Además, tú necesitas un descanso, Lex. Pareces agotada.

Lo estaba, y la idea de no tener que preocuparse por las niñas durante tres semanas la hacía sentir tan culpable como emocionada.

–Me parece bien que vayan.

Lex dejó la copa sobre la mesa. No estaba de humor para beber y quería encontrar la forma de introducir a Cole Thorpe en la conversación.

–Así que recogí al gran jefe en el aeropuerto… –empezó a decir–. Y le tiré el café encima.

Addi la miró, horrorizada.

–Por favor, dime que es una broma.

«Ojalá lo fuese».

–Tú te llevas bien con Trish, del departamento de Recursos Humanos. ¿Has oído si piensan despedirme?

–No he oído nada. Que yo sepa sigues siendo la conductora de Cole Thorpe.

–Uf, menos mal.

–Es muy guapo –