Ecos del desierto - Silvia Dubovoy - E-Book

Ecos del desierto E-Book

Silvia Dubovoy

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Beschreibung

Miguel es un adolescente que no tiene oportunidades de crecimiento en Cuicatlán, su pueblo natal, así que decide cruzar la frontera norte de México en búsqueda de mejores condiciones de vida. Acompañado de su inseparable flauta de barro Miguel siente que debe perseguir el mayor de sus sueños: convertirse en músico, aunque el destino le depara las más inesperadas sorpresas.

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SILVIA DUBOVOY

ilustrado por RENÉ ALMANZA

Primera edición, 2007    Cuarta reimpresión, 2013 Primera edición electrónica, 2015

D. R. © 2007, Silvia Dubovoy, texto D. R. © 2007, René Almanza, ilustraciones

D. R. © 2007, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Coordinación editorial: Miriam Martínez y Eliana Pasarán Diseño Editorial: Gil Martínez Diseño de la colección: León Muñoz Santini

Comentarios y sugerencias:[email protected] Tel. (55)5449-1871

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-3315-6 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

Mi agradecimiento a Eithan Graber, por seguir de cerca esta historia, por encontrar la luz que me serviría de norte para escribirla.

A Paco Pacheco, por acompañarme desde las entrevistas a los indocumentados hasta el desarrollo final de esta historia.

A Santos, Juan Carlos y Federico, por abrir su corazón y hablarme del cruce por la frontera y de su vida como indocumentados en Estados Unidos.

QUERIDO TLALADI VI:

Ayer vi por la televisión cómo morían unos indocumentados al tratar de cruzar la frontera. Sé que a mí me puede pasar lo mismo, pero sabes, Tlaladi, yo no puedo quedarme a hacer ladrillos en el pueblo como los hace mi papá, como los hizo mi abuelo, y mi bisabuelo, y como van a hacerlos mis compañeros de escuela.

Lo que yo quisiera es otra cosa, no sé qué… Por eso desde el camión le digo adiós a Cuicatlán, a sus montes, a mi río y al coro de pájaros que a la distancia parecen despedirme.

Cuando se lo dije a mis papás, mi madre dijo:

—No.

Y mi padre:

—Piénsalo bien, hasta puedes perder la vida.

Pero después de unos días, papá consiguió cinco mil pesos para el enganche de mi viaje; el resto lo pagarán mis tíos de Phoenix.

LA CENTRAL CAMIONERA de la ciudad de México parece un hormiguero. Quién sabe de dónde sale tanta gente cargando bultos, maletas, mochilas; sentada en el piso, caminando o corriendo; y salen y salen camiones cargados de personas.

Yo no sabía a dónde dirigirme.

—Señor, señor, ¿dónde compro un boleto para Nogales?

—Joven, disculpe, ¿dónde se paran los camiones que van a Nogales?

—Señora, ¿cómo hago para tomar el camión a Nogales?

Nadie se detuvo a contestarme.

Finalmente di con la taquilla y compré el boleto. Ahí estaba marcado el número del andén y a empujones me subí al camión, que me pareció grande y cómodo.

Desde mi asiento, junto a la ventana, vi a tres jóvenes tocando la flauta; tenían una cachucha en el suelo donde la gente les echaba unas monedas. ¿Te acuerdas, Tlaladi, que el maestro de música formó una orquesta y que cuando varias canciones nos salían bien nos llevaba a competir a la ciudad de Oaxaca?

El maestro me dijo que si seguía estudiando con tanto entusiasmo sería un gran flautista y me regaló un libro con la biografía de Mozart. Lo llevaba en la bolsa interna de mi chamarra para acompañarme en el viaje.

El camión empezó a moverse.

Pensé que si algún día necesitaba dinero, tocaría en la calle, como esos tres jóvenes.

EN MI CAMINO VARIAS VECES vi cómo la luz se iba yendo hasta que nada quedaba y cómo luego reaparecía por la mañana. Una de esas noches me despertó la lluvia contra el techo del camión. Producía un tamborileo fuerte, como el de los tambores de la banda de la escuela.

Gotas gordas golpeaban los cristales de las ventanas y del parabrisas, explotaban y nada se distinguía más allá de la ventana. Yo no sé por qué me hicieron recordar la tarde en que mi papá estaba echando el barro en las rejillas para hacer ladrillos cuando un golpe de brisa lo cubrió con el humo del horno hasta hacerlo desaparecer. Temí que cuando se disipara el humo ya no estuviera él.

No faltaba mucho para Nogales. Un tal Martín me buscaría en el hotel Buenaventura. “¡Ojalá lo haga!”, pensé, porque si no, Tlaladi, ¿yo qué haría?

—Qué suerte tienes, muchacho —me dijo un taxista en cuanto bajé del camión—. Llegas a las mejores manos. Conozco la zona como nadie. Yo te paso al otro lado.

Unos pasos más allá se me acercó otro y me dijo lo mismo, y más allá apareció un “coyote”. Ése sí que tenía mirada de lobo.

—Ése mi chaparrito, llevo en Nogales más de veinticinco años y conozco el desierto como la palma de mi mano. Para tu seguridad y la mía no acepto mujeres con niños ni gente mayor en el viaje. ¿Qué te parece? Escúchame: si nadie vino a recogerte quiere decir que ya te dejaron. Más vale ir a lo seguro. Dame tu dinero y salimos al rato.

Fui al hotel y, en cuanto me recosté, sonó el teléfono.

—¿Listo para salir?

—¿Quién habla?

—Yo, el que te va a ayudar para que llegues al otro lado.

—¿Y usted cómo se llama?

—¿Qué importa?, lo que cuenta es que soy el mejor. Todos me conocen por el Güero y salgo hoy a las doce de la noche con un grupo pequeño. ¿Paso a tu hotel por el dinero?

Muy asustado, colgué.

Tenía miedo hasta de salir a comprar un refresco, no fuera a ser que justo en ese instante Martín llamara. Pero pasaban las horas y el teléfono mudo. Tenía hambre y un sudor frío me cubría el cuerpo. Me levanté, me lavé la cara, me mojé el cabello, tomé varios vasos de agua y volví a tirarme en la cama. Mucho rato después un ring-ring me sacudió.

—Soy Martín, espérame en tu habitación.

Martín también tenía mirada de lobo, pero sonrió y me dio la mano.

—Tengo noticias de tus tíos.

Mi corazón comenzó a latir a mil por hora.