0,00 €
Esta edición digital en formato ePub se ha realizado a partir de una edición impresa digitalizada que forma parte de los fondos de la Biblioteca Nacional de España. El proyecto de creación de ePubs a partir de obras digitalizadas de la BNE pretende enriquecer la oferta de servicios de la Biblioteca Digital Hispánica y se enmarca en el proyecto BNElab, que nace con el objetivo de impulsar el uso de los recursos digitales de la Biblioteca Nacional de España. En el proceso de digitalización de documentos, los impresos son en primer lugar digitalizados en forma de imagen. Posteriormente, el texto es extraído de manera automatizada gracias a la tecnología de reconocimiento óptico de caracteres (OCR). El texto así obtenido ha sido aquí revisado, corregido y convertido a ePub (libro electrónico o «publicación electrónica»), formato abierto y estándar de libros digitales. Se intenta respetar en la mayor medida posible el texto original (por ejemplo en cuanto a ortografía), pero pueden realizarse modificaciones con vistas a una mejor legibilidad y adaptación al nuevo formato. Si encuentra errores o anomalías, estaremos muy agradecidos si nos lo hacen saber a través del correo [email protected]. Las obras aquí convertidas a ePub se encuentran en dominio público, y la utilización de estos textos es libre y gratuita.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Veröffentlichungsjahr: 1889
Esta edición electrónica en formato ePub se ha realizado a partir de la edición impresa de 1889, que forma parte de los fondos de la Biblioteca Nacional de España.
Educación y enseñanza
Francisco Giner de los Ríos
Índice
Cubierta
Portada
Preliminares
Educación y enseñanza
CÓMO EMPEZAMOS Á FILOSOFAR
LA REGULARIDAD EN EL TRABAJO
LA CRÍTICA ESPONTÁNEA DE LOS NIÑOS EN LAS BELLAS ARTES
SOBRE LA EDUCACIÓN ARTÍSTICA DE NUESTRO PUEBLO
EL AYUNTAMIENTO DE MADRID Y EL JUEGO DE LOS NIÑOS
LOS PROBLEMAS DE LA EDUCACIÓN FÍSICA
EL ESPÍRITU MECÁNICO EN LA EDUCACIÓN
LO QUE NECESITAN NUESTROS ASPIRANTES AL PROFESORADO
MAESTROS Y CATEDRÁTICOS
UN PELIGRO DE TODA ENSEÑANZA
SOBRE LOS DEBERES DEL PROFESORADO
LAS VACACIONES EN LOS ESTABLECIMIENTOS DE ENSEÑANZA
MÁS SOBRE VACACIONES
LA AGLOMERACIÓN DE ALUMNOS EN NUESTRAS CLASES DE FACULTAD
MÁS CONTRA LOS EXÁMENES
SOBRE EL ESTADO DE LOS ESTUDIOS JURÍDICOS EN NUESTRAS UNIVERSIDADES
LA VERDADERA DESCENTRALIZACIÓN EN LA ENSEÑANZA DEL ESTADO
GRUPOS ESCOLARES
SOBRE LA EDUCACIÓN TÉCNICA EN LA INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA
Notas
Acerca de esta edición
Enlaces relacionados
Los artículos que siguen están tomados del Boletín de la Institución libre de Enseñanza y no son en realidad sino unas cuantas notas entresacadas de mis diarios, extracto de las observaciones, tanteos, ensayos, rectificaciones, que mis compañeros y yo venimos haciendo trece años há en nuestra escuela, verdadero laboratorio y primera fuente de todas nuestras ideas pedagógicas. Esta preciosa experiencia, hemos tenido los más de entre nosotros ocasión de extenderla todavía, ora en las Universidades, ora en los Institutos, ora en las Escuelas Normales, ó en otras consagradas á la educación superior de la mujer, ora en varios órdenes de la enseñanza pública y privada. Y, como resultado del mutuo comercio constante de nuestras observaciones, impresiones é ideas, son las presentes notas, más bien que fruto de un trabajo individual y resumen de opiniones personales, expresión, en lo general de ellas, del espíritu común lentamente formado en el seno de la Institución y que hace de esta un cuerpo vivo, con un alma entregada por entero, en la corta medida de sus fuerzas y al par con otros elementos sociales, á estudiar los graves problemas que conciernen á la reforma de nuestra educación nacional.
Digo «reforma» y casi debería más bien decir «creación»: hasta tal punto nos hallamos distantes de haber entrado, en cuanto á la realidad y á lo interno, que no en la vana apariencia de leyes y decretos estériles, en el movimiento de los pueblos cultos: pese al falso patriotismo, ignorante, holgazán y bien avenido con nuestro miserable estado por falta de amor y devoción al ideal y voluntaria incapacidad de alzar los ojos sobre el prado en que despunta la hierba. Porque una nación que, para no hablar sino de los términos extremos de la serie, mantiene Universidades como las nuestras, destinadas por ministerio de la ley—y aun por vocación interior—á repetir el catecismo de los malhadados exámenes; que tiene sus Normales por bajo del nivel á que intentó elevarlas hace cincuenta años la generosa ilusión de Montesino; escuelas primarias á cuyos maestros paga (mejor diría «debe») un salario inferior al del más harapiento bracero(1), y por supuesto al que les satisfacen, no ya Portugal nuestro hermano, sino los Estados del Danubio, mal puede tener otra política, ni otra ciencia, ni otra magistratura, ni otro clero, ni otra milicia, ni otra agricultura, ni otra industria, ni otros alcaldes, ni otros ingenieros, ni otro comercio, ni otra hacienda, ni otro profesorado, ni otra marina, ni otra policía, ni otra administración, ni otras costumbres, ni otro bienestar, ni otra civilización, que los que tiene: y gracias. Al residuo de naturaleza humana que providencialmente aún nos queda, es al que debemos solo eso poco y malo que tenemos todavía.
Compramos el derecho de hablar de esta suerte á precio de todas nuestras energías, puestas con inquebrantable tesón al servicio y amor de la patria, por cuyo renacimiento casi nada hacemos; pero este «casi nada» es todo cuando podemos. En ello nos agotamos sin sacrificio y con honda alegría, predicando hasta á los que no quieren oirnos, uniendo á la censura el remedio, hasta donde nos es dado conocerlo y decirlo; y á la teoría, el ejemplo constante, aunque lleno de dudas, arrepentimientos y fracasos, por la escasez de nuestras fuerzas de todas clases; con que, cayendo y levantando, mostramos al menos voluntad perseverante de comprobar ó rectificar nuestra idea en la experiencia y á la vista de todos. Alejados de la política, donde es nuestra creencia que se malgastan grandes esfuerzos para resultados mínimos, estamos siempre prontos á dar, sin embargo, un consejo y ayudar á poner mano en las reformas gubernamentales, apenas por rara extravagancia de la suerte se juntan allá en las alturas un relámpago de buen sentido y una disposición benévola para nuestros ideales; persuadidos no obstante de que casi todo cuanto en este orden auxiliemos á levantar está condenado por largo tiempo á ser destruido, no bien el relámpago pasa y la corriente de la vulgaridad y de los lugares comunes recobra, como es ley, su natural y hasta legítimo imperio; viéndolo derrumbarse con serenidad y sin ira, prontos á volver á la brecha, no bien nos la entreabra en sus veleidades la fortuna.
Todas las campañas de esta clase tienen sus obstáculos. Sin salir de la propia esfera en que luchamos, no solo nosotros, sino todos cuantos pugnan por sacar á la enseñanza de su actual desolación, basta acordarse del benemérito Montesino, con cuya obra fuera inmodestia comparar la de la Institución (salvo en la común tendencia y buen deseo) y á quien ya hoy ponen—en teoría—sobre el candelabro, queriendo darnos con su luz en rostro, aquellos mismos que cincuenta años há se empeñaban en ponerle el celemín por montera. Las ideas que han agotado su virtualidad, los organismos cadavéricos, los intereses seculares y hasta las preocupaciones de los antiguos sistemas, son otras tantas fuerzas resistentes cuyo rozamiento disminuye, por ministerio de la naturaleza, la velocidad con que los ideales devienen. Al servicio de estas fuerzas, por tantos estilos respetables y muchas de las cuales han prestado favor y beneficio (allá en sus días) á la cultura patria, se ponen también, como siempre, las pasiones de todas clases, generosas y abyectas: la noble ilusión de perpetuar el pasado, la codicia de acaparar siquiera lo presente; el amor á privilegios y formas ya inútiles, pero por tanto tiempo consustanciales con nuestra vida; el sentimiento de la propia inferioridad y el despecho ante el desvío en que nos va dejando á la margen la historia; hasta la rebelión del esclavo, que no quiere ser libre... todo ello se junta aquí, como en todas partes, solo que á un nivel algo más bajo, como lo es nuestro estado intelectual y moral. Desdichado el que pierda, no ya en responder á la insolencia con la insolencia, sino en estériles disputas, el tiempo y las fuerzas de que todos hemos menester para nuestra obra: por desgracia, aun así son bien insuficientes. Las minorías—y todos cuantos quisiéramos remove la educación nacional somos una minoría aún, y lo seremos largo tiempo—no tienen por único deber investigar, censurar, ensayar, propagar; no solo han de ser perseverantes, incorruptibles y enérgicas, sino sufridas, mesuradas é indulgentes. Dejarse contagiar por la pasión con que se revuelven las mayorías decrépitas; perder el respeto á cosas y personas, incluso á los hombres malignos ó poco sinceros, que harta desgracia tienen en su pecado y que por obrar así no dejan de ser hombres, ni de llevar el signo de Dios en la cara, sería proceder como el niño, que se irrita contra la piedra con que tropezó; como el maestro que reprende al niño porque se porta como tal; ó como el misionero que se encoge y lamenta de la rusticidad, pasión y malos tratos de las tribus salvajes, cuya humanización y cultura tiene precisamente él por ministerio.
La causa de la educación y la enseñanza está mal ahora entre nosotros, principalmente, porque el marasmo del siglo XVII y la revolución del XIX han interrumpido á porfía y casi por completo la evolución natural de sus institutos; y esta suspensión de desarrollo ha endurecido y semi-petrificado, cuando no destrozado y triturado, su organismo, privándolo de la flexibilidad necesaria para adaptarse gradualmente á las actuales condiciones. De aquí la irritación de esos institutos, excusable en la crisis que hoy sufren: no quieren morir, ni trasformarse, ni consentir la condensación de los nuevos centros de vida que engendra la necesidad, apenas comenzada á sentir, y de donde temen con sobrada razón que ha de venirles su mudanza ó su muerte: que no sé de cierto cuál de las dos más teman. En presencia de esta crisis, hay que proceder á un tiempo con tesón y con humanidad: curando la llaga sin contemplaciones, pero con amor y misericordia hacia el enfermo, atenuando hasta el último límite sus dolores y soportando sus imprecaciones con indulgencia infinita.
Además, estas resistencias naturales, por implacables que sean, tienen sus ventajas. Obligan con su hostilidad y sus entorpecimientos á poner cada vez mayor circunspección en lo que pensamos, queremos, decimos; á examinar con mayor detenimiento los problemas, á contener nuestra precipitación, á reconocer nuestros errores, á rectificar nuestras soluciones y procedimientos, á tener más modestia en cosas tan complicadas y difíciles, á comparar lo grande del fin con la pequeñez y cortedad de nuestros medios, á renunciar á la infalibilidad, á escudriñar en el fondo de nuestra conciencia nuestros móviles, á ser más severos con nosotros mismos y más humanos para con los demás, á elevar cada día más alta la mirada y á hacer más recta y pura la conducta. Cuántos hombres honrados y hasta incorruptibles no habrían quizá llegado á serlo, de faltarles la poderosa ayuda del encarnizado afán de sus adversarios para hallar en su vida una mancha! Bendita mil veces la divina ley que del mal saca el bien y lo trae por fuerza á servir y valer para encaminar la humanidad á su destino!
Por otra parte, las luchas de hoy día no son ya como las que hicieron tan heroica la vida de nuestros mayores. Cada vez la cultura va limando las garras á la fiereza humana y dando á las resistencias conservadoras, todavía en nuestro país tan desapoderadas, mejor inteligencia de las cosas, mayor modestia, modos más compatibles con la vida civil. Después de todo, correrá el tiempo, y los ciegos verán, y andarán los tullidos, y la historia consolidará de todas nuestras empresas lo que haya de incorporarse al fruto de las empresas pasadas, y barrerá lo inútil; las minorías se harán mayorías; las fuerzas que hoy pugnan por andar adelante se tornarán freno y contrapeso para las nuevas energías que suscita la renovación perenne de las cosas: y gracias si no se petrifican, como ahora lo están entre nosotros, no por ley invencible, sino por esa parálisis morbosa que ha sufrido nuestro desenvolvimiento nacional.
Si no me equivoco al declarar este espíritu como el espíritu de la Institución, mal se puede temer que, por nuestra parte, contribuyamos lo más mínimo á traer sobre la patria una situación semejante á la que la campaña en pro de la reforma pedagógica ofrece en otros países (en Austria, más aún en Francia, y acaso todavía más en Bélgica), donde se acentúa un fenómeno que en otros pueblos no presenta—al menos por hoy—tanta gravedad, á pesar de las tentativas de los conservadores holandeses y de la inquietud, hoy apaciguada, que promovió hará un año la información escolar en Inglaterra.
Es notorio que, en toda la edad moderna, singularmente en los últimos siglos, la vida social se ha venido secularizando en todas partes, en reacción contra el sistema medioeval; secularización que, si en el fondo, á mi entender, representa, como el liberalismo contemporáneo y como tantas otras crisis, un movimiento relativamente necesario y bienhechor, tomado servilmente á la letra, y no en su representación universal (donde no caben semejantes interpretaciones), conduce para muchos al ateismo, tácito ó expreso, en la vida, como al positivismo dogmático y á la proscripción de lo trascendental en la ciencia. Ahora bien, entre varias razones, acaso esta sea la principal de que en ciertos pueblos la causa de la educación y la enseñanza tradicionales—como de diversos intereses del antiguo régimen—se haya hecho por unos y por otros solidaria de la causa de la religión. Los que podríamos llamar partidos religiosos, católicos ó protestantes, llevados por la índole de su significación, y á veces por vocación sincera, á interesarse en los problemas que tocan á la vida superior del espíritu, han tomado casi en todas partes sobre sí la obra de influir hondamente en la educación: influjo legítimo y aun beneficioso, cuando no lo impurifican pasiones é intereses exclusivos. Entre nosotros, esos partidos vienen atravesando profunda crisis, que los divide, no en los matices graduales de toda comunión racional de personas, sino en verdaderas facciones que ásperamente se desgarran, sin que la invocación de un ideal común baste siquiera á moderarlos. Pero, así y todo, constituyen un elemento importante, cuya fracción gubernamental, ingerta en el bando conservador, no sin repugnancia del espíritu láico, revolucionario y escéptico de este, le ha traído tanta fuerza, como contrariedades y disgustos al imponerle algunos, por lo menos, de sus compromisos.
Claro se vió, por su mal, cuando esta fracción puso mano desde el poder en la enseñanza pública, originando dolorosos conflictos. Verdad es que, entonces, lejos de mostrar una preparación sólida para abordar los graves y complejos problemas que pretendía de plano resolver, cedió al prurito de improvisación, tan extendido entre nosotros; y en vez de una obra nacional, aunque en el sentido de sus principios y de sus obligaciones, emprendió una atolondrada é informal desorganización de esa enseñanza, donde se mezclaban, entretejían y destejían con precipitación vertiginosa, soluciones de mera ocurrencia con despojos arrancados, casi literalmente, de legislaciones exóticas, sin tomarse el trabajo, no va de adaptarlos á nuestras necesidades, mas de disimularlos siquiera. El más grave ejemplo que dieron muchos de sus hombres fué, sin embargo, el de una falta de sinceridad tan aparente, que contrista el ánimo pensar hasta qué punto se han contagiado del vulgar maquiavelismo al uso en nuestra sociedad descreída, la noble inteligencia, amplia cultura y brío de tantos pensadores ilustres: cuando no deben el prestigio de su causa en el mundo sino á su severa censura de la inmoralidad política reinante y á su proclamación de un orden ético superior en la vida.
Pero cualquiera que, desde el poder ó fuera de él, sea en lo por venir la participación de esas tendencias en la obra de la educación nacional: ora pugnen con afán generoso por formar el espíritu interno de esta educación, que es hoy hasta donde cabe un mecanismo inerte, como cuerpo sin alma, é inspirándose en su ideal y consagrándose á él con amor y devoción austera, colaboren pacíficas á la redención intelectual y moral de la patria; ora por el contrario se empeñen más y más en los derroteros de la política dominante y no tema compartir sus vicios, su egoismo, su perfidia, su rencor venenoso, creo poder esperar que la Institución, respetando la diversa actitud que los partidos liberales adoptasen acaso, por desgracia; dejando á cada cual que allá con su conciencia se las haya, y contemplando con dolor, mas sin remordimiento, la cruel situación que por culpa de estos y de aquellos venga en su día á engendrarse, jamás adquirirá, como hasta hoy no la ha adquirido, la grave responsabilidad de tomar parte en la implacable lucha de hiel y de exterminio que aflige en tantos pueblos la obra sagrada de la educación nacional: obra que en tan gran parte—mucho mayor de lo que el espíritu sectario de los unos y los otros presume—está por cima de las más hondas divergencias y pudiera y debiera ser labor común, á que todos los hombres de buena voluntad coadyuvasen con análogo espíritu en fraternal alianza. Regnum divisum desolabitur. Y ya está el nuestro bastante dividido.
Setiembre de 1889.
Al comienzo de la vida, y aún entrados ya en ella, á cada nuevo grado y á cada nueva relación de nuestra cultura, no podemos valernos sólo por nosotros mismos. Necesitamos sostenernos para andar; y así, cayendo y levantando, llega el día en que poco á poco nos es dado caminar bajo nuestro propio gobierno.
El pensamiento no es, contra lo que vulgarmente se dice, una esfera distinta y aún opuesta á la vida; sino parte de ésta, cuyo desarrollo sigue exactamente. Sin duda que su primer excitante, el primer tutor que estimula su atención y por tanto su actividad reflexiva, son las cosas mismas, y ante todo el mundo exterior que nos rodea: porque para el salvaje, cual para el niño, el mundo interior, con serle tan inmediato, apenas existe como objeto de conocimiento, sino como sujeto que indaga y descubre al verdadero objeto, que está fuera. Así tan sólo ha comenzado el hombre á darse cuenta de ese mundo. Pero, al principio, el movimiento es tan ténue, que los anales de la vida del individuo, como los de la civilización, lo dejan pasar inadvertido; no obstante que la acumulación de esos esfuerzos personales para ponerse y resolver el problema fundamental del ser de las cosas que contemplamos, es lo que hace posible, por la tradición y por la herencia, la formación gradual de la Filosofía. Sus gérmenes, imperceptibles antes, llegan un día, al amparo de la escritura y de una vida social hecha estable, á desenvolverse en concepciones sistemáticas, que señalan el comienzo de su edad histórica.
Pero con ser indiscutible esta—que se podría llamar—tutela objetiva del pensamiento, no lo es menos que, para que el proceso del pensamiento filosófico alcance á constituirse, ya diferenciado, en una esfera sustantiva de la cultura humana, en forma de ciencia, todavía se requiere algo más. Todo movimiento del sujeto, por ténue que sea, en busca de lo que son en sí las cosas, aunque apenas desflore su superficie, es ya ciertamente un episodio de la historia de la Filosofía. Pero, si esos movimientos constantes, inherentes á nuestra naturaleza racional, bastan para dar de ella testimonio y conservar su carácter al espíritu, no bastan, en medio de la vida, así perdidos y entrelazados con ésta, para constituir aquella esfera independiente. Sino que el sujeto há menester recogerse en sí mismo, tender la vista á la totalidad del horizonte intelectual y consagrarse á su exploración laboriosa, concienzuda y paciente, con las mejores fuerzas de que le sea dado disponer.
