Educar en la complejidad - Juan Fernández - E-Book

Educar en la complejidad E-Book

Juan Fernández

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Beschreibung

En la sociedad abundan mensajes que presentan soluciones simples a problemas complejos. Son atractivos porque responden a la intuición, y nos seducen con la receta mágica que aparentemente nos ayudará a afrontar nuestros retos. Sin embargo, la complejidad de nuestro mundo conlleva necesariamente que las soluciones sean también complejas y la educación no es ajena a este desafío. De hecho, basta con leer los titulares relacionados con la educación para darse cuenta de que, por lo general, hemos renunciado a analizar con profundidad la realidad educativa. En estas páginas se repasan las simplificaciones más frecuentes en torno a la educación, para analizar sus matices y aristas. Se revelan también sus contradicciones, aportando luz desde la investigación educativa para aproximarnos a la realidad, admitiendo que las respuestas son quizá más complejas e inciertas de lo que nos gustaría. Educar en la complejidad es una reflexión calmada sobre la educación. Algo así como abrir las ventanas y airear un tema a veces demasiado encerrado en posturas contrarias. Dirigido a los profesionales del mundo educativo, pero también a las familias y a cualquiera interesado en este mundo apasionantemente complejo, este libro asume que lo complejo puede ser muy hermoso si entrenamos nuestra mirada y buscamos juntos métodos para analizarla.

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Educar en la complejidad

Para tomar decisiones desde el conocimiento

Juan Fernández

Primera edición en esta colección: enero de 2022

© Juan Gabriel Fernández Fernández, 2022

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2022

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-18927-19-5

Diseño de cubierta y fotocomposición: Grafime

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Índice

IntroducciónSinopsis1. Elogio de la complejidadCategorías engañosasLo simple es atractivo para nuestro cerebroUn futuro simplificado2. Una noción compleja de la verdadLa verdad y su proceso de búsquedaLa verdad objetiva y la importancia de los datosDe la persona al sistemaUps… Mentiras comprobadas, pero muy extendidasUn ejemplo sobre la complejidad: el conocimiento3. Sin motivación no se puede trabajar… ¿o sí?¿Solo motivación intrínseca?La motivación intrínseca no es nada simpleAcercarse o salir corriendo¿Cómo lograr la motivación? Ni postre ni aperitivo4. El poder de las emociones desagradablesUna inteligencia emocional que no sea simpleNo busques las emociones en el marco, sino en el cuadroEl poder de las historiasViaje al centro del aprendizajeRenuncia a algo bueno para conseguir algo mejor5. El lenguaje de las expectativas¿Por qué educar?Una cuestión de expectativasLa mejor expectativa: el hábitoY otra buena expectativa: el límiteExpectativas y atención a la diversidad6. Más complejidad no es igual a más métodosUn método para dominarlos a todosLa complejidad del currículumNativos digitales de la isla SentinelLo inútil es muy importanteSospecha del método infalibleEl barroco educativo7. Algunas propuestas para educar en la complejidad¿Por qué no aprendo, doctor?Un modelo de educadorAlgunos parecidos deseables con los médicosCasualidad o causalidadConclusión inacabadaBibliografía

A Mónica, por enseñarme la ternura y la pasión, y por sobrellevar con amor mis complejidades.

A Inés y Gonzalo, por el regalo de acompañar la maravillosa complejidad de su crecimiento.

Introducción

Era febrero de 2018 y yo estaba asistiendo a una formación. Las sesiones se realizaban por las tardes, después de toda la jornada lectiva, y me resultaba bastante agotador. En una de las sesiones, la formadora sacó un libro y nos recomendó su lectura. Creo que fue la primera vez que, como docente, me recomendaban un libro. Antes de ser profesor había trabajado investigando sobre plantas amenazadas, y entonces sí que había leído muchos libros sobre ese tema. Pero mis lecturas como docente se reducían a los libros del CAP (un curso exprés para poder ser profesor en España que ya no existe) y a los artículos del periódico. Quizás por eso me decidí a comprarlo y a leerlo: quería ver si un libro podía aportarme tanto como en mi trabajo anterior.

Ese libro, The Hidden Lives of Learners, de Graham Nuthall, transformó mi mirada sobre mis clases. Me ayudó tanto que me lancé a compartirlo con amigos y colegas. Pero casi siempre me encontraba con la dificultad del idioma, porque solo estaba disponible en inglés y muchos de mis compañeros no iban a leer un libro en inglés. Así que decidí preparar un pequeño resumen en castellano y presentarlo a un grupo de personas interesadas en educación que nos reunimos bajo el nombre de Medad. Resultó una experiencia tan positiva que decidí crear un blog para compartirlo con más gente.

Unos meses después, ya tenía el blog, pero nadie lo conocía. ¿Qué hacer ahora? Por recomendación de un amigo, decidí crear una cuenta en Twitter y empezar a compartir las entradas que fuera publicando. Comencé también a seguir a muchos investigadores y divulgadores que comparten en esta red social para aprender de ellos. Tomé contacto con blogs como el mío, en mi idioma y anglosajones. Muchos de sus autores me permitieron traducirlos. De hecho, siempre que he pedido traducir un material de un blog me han dicho que sí. Después publiqué mis primeros hilos divulgando las ideas que me parecían más interesantes de lo que iba leyendo. Poco a poco, tanto el blog como mi perfil fueron difundiéndose.

Tres años y más de ciento veinte entradas después, miles de visitas consultan el blog todos los meses. Para mí, resulta un estímulo constante a no dejar de leer, reflexionar y compartir. Gracias a estos tres años tengo la oportunidad de compartir algunas reflexiones sobre educación.

Esta experiencia ha ocurrido mientras tenía hijos, que empezaban a aprender también en la escuela. He vivido, por tanto, la compleja dinámica de las familias hoy en día: la necesidad de conciliar en circunstancias no siempre fáciles, el desconcierto ante ciertas decisiones de la Administración, y una cierta desazón por no saber qué es lo mejor en cada momento.

A lo largo de todo este camino, mi mayor preocupación ha sido siempre analizar la educación con profundidad. Esto es lo que, humildemente, propongo en este libro. Porque la educación de mis hijos o de mis alumnos es un tema complejo que no puede resolverse con mensajes simplistas y superficiales. Durante los últimos tres años he tenido la oportunidad de encontrar un atisbo de respuesta a muchas de mis preguntas, y en todos los casos esa respuesta ha sido compleja: a veces dependiente de otros factores, a veces todavía por comprobar, muchas veces con necesidad de revisión… Son respuestas que me suscitan preguntas nuevas.

En contraste con esta experiencia mía, en los medios con mayor difusión, en la información que llega a las familias y en muchas formaciones docentes predominan los eslóganes que ofrecen una solución simple a los problemas que aquejan a la educación. Comunican a la sociedad que la mejor educación es como una lista de cosas o, mejor dicho, de modas: inteligencia emocional, pensamiento crítico, ciudadanos digitales… Por eso agradezco la valentía de Plataforma Editorial para publicar un libro como este.

Todo esto puede ser necesario, pero bajo mi punto de vista es más importante el cómo que el qué. ¿Cómo trabajamos cada uno de estos aspectos en cada contexto? ¿Solo se aprende lo que emociona? ¿Se aprende mejor leyendo en papel? ¿Qué significa trabajar las emociones? No todo vale ni todo es igual de bueno.

Poco a poco, lo que la sociedad demanda de la escuela también va contagiándose de esa simplicidad. Para mí, el punto culminante fueron los dos cursos de la pandemia de COVID. Tácitamente, aceptamos primero un cierre total de las escuelas sin exigir un plan nacional o regional. Y luego, al curso siguiente, volvimos a aceptar que estuvieran abiertas en condiciones dispares, bajo la necesidad de «conciliación».

En este libro soy conscientemente provocador, porque mi objetivo es conseguir que los lectores reflexionen, aunque finalmente no acaben por estar de acuerdo conmigo. Por eso es importante puntualizar que este libro no está escrito contra nadie. De hecho, mi experiencia es que casi siempre hay una buena intención detrás (es importante ese «casi»). Tampoco es un libro para zanjar los temas planteados; al contrario, lo que pretendo es abrir el horizonte a un cuestionamiento profundo de algunas prácticas que están tremendamente implantadas. ¿Significa que son todas malas? No, significa que, para aplicarlas con sentido, hay que conocer bien el fundamento teórico que las sustenta. Y esto no siempre pasa, y a veces no existe ni el más mínimo fundamento teórico detrás.

La innovación educativa no debe tener como objetivo generar una noticia o colocar un mensaje en el tríptico informativo o en la web de un colegio. Hace falta un análisis profundo de cada idea educativa, qué pruebas las respaldan y bajo qué circunstancias particulares funcionan. También, y no menos importante, a qué intereses sirven. La buena innovación no necesita justificar su importancia, porque sus resultados la avalan. Pero sí necesita justificar su fundamento teórico, para entender por qué funciona y profundizar en ello. La educación, en cambio, siempre será importante porque forma la sociedad del futuro.

A lo largo de los capítulos de este libro trataremos de poner encima de la mesa algunas de las cuestiones que son, en mi opinión, las que más a menudo se simplifican y malinterpretan. Lo haré pensando en los docentes, pero también (y mucho) en el conjunto de la sociedad, y especialmente en las familias que reciben mensajes equivocados sobre la educación.

Educar en la complejidad es una propuesta para cambiar nuestra mirada sobre la educación. Todos los implicados en ella (alumnado, familias, comunidad educativa, Administraciones, etcétera) debemos educar y educarnos en la complejidad. Admitir que lo simple no vale, aunque nos convence en un principio y vende más. Preguntarnos con seriedad y rigor si existen pruebas fiables de que las estrategias que utilizamos en la escuela mejoran el aprendizaje. Confesar que hay métodos que son eslóganes publicitarios y están condenados a fracasar, y a hacer fracasar a los más vulnerables.

Quizás no sea el planteamiento más popular ni el más fácil de entender. Pero está en juego comprender la educación como un espacio de reflexión profunda sobre temas transversales de la sociedad. Reducir la educación a bueno/malo o actual/pasado de moda no solo es falso, sino que pone en riesgo la actualización constante en métodos eficaces y probados que requiere nuestra labor como docentes y como padres.

En el primer capítulo, «Elogio de la complejidad», a través de una pequeña síntesis de investigaciones sobre el cerebro trataré de explicar por qué las soluciones simples tienen mayor difusión y persisten con mayor eficacia en amplios sectores de la sociedad. Utilizando ejemplos de la educación en la escuela y en la familia, propondré una mirada que asuma la complejidad de los problemas educativos. Se trata, por tanto, de proponer un camino distinto para encontrar soluciones, más que un conjunto cerrado de soluciones.

En el segundo capítulo, «Una noción compleja de la verdad», exploramos la verdad como un proceso de búsqueda y la importancia de las pruebas para evaluar la veracidad de las afirmaciones. Analizamos después las implicaciones que tiene esto en la educación.

Nos gustaría tener unos polvos mágicos de la motivación que pudiéramos espolvorear en la cabeza de nuestros hijos y alumnos. En el tercer capítulo, «Sin motivación no se puede trabajar… ¿o sí?», hablaré de cómo a veces recurrimos a técnicas que, en el fondo, se parecen bastante a estos polvos mágicos. Además, trataremos de explicar malentendidos como este sobre la motivación, y cómo podemos generar una motivación duradera a partir del sentimiento de ser competente en algo.

El cuarto capítulo está dedicado a «El poder de las emociones desagradables». Afirmar que «sin emociones no hay aprendizaje» es como decir que «sin respiración no hay aprendizaje». Queramos o no, tenemos emociones todo el tiempo. Explicaremos que tampoco hace falta sentirse estupendamente para aprender, sino vincular las emociones al aprendizaje.

Como madres y padres, también como docentes, pero sobre todo como sociedad, nuestro lenguaje verbal y no verbal comunica unas expectativas sobre la importancia de la escuela y las consecuencias de nuestro desempeño en ella. Partiendo, cómo no, de algunos tópicos frecuentes, en «El lenguaje de las expectativas» analizaré cómo podemos utilizar el lenguaje de las expectativas para potenciar las ganas de aprender.

A veces les digo a mis alumnos que son nativos digitales, pero de los nativos que bailan vestidos con hojas de parra alrededor del fuego. Aparte de la broma, que ellos reciben como lo que es, en este capítulo hablaremos de los métodos. «Más complejidad no es igual a más métodos» analizará el papel de los métodos en educación. Naturalmente, el problema de la educación es un problema de método, pero no solo es eso. Reducirlo a un problema de método significa que con un método mejor automáticamente todos aprenderán mejor, sean cuales sean sus circunstancias. Esto, como se puede intuir, está lejos de la realidad.

Finalmente, el último capítulo trata de aterrizar todo lo dicho para proponer «Algunas propuestas para educar en la complejidad» como recurso a la hora de enseñar y aprender toda esta complejidad. El debate sobre si la educación se parece a la medicina nos llevará a analizar algunas diferencias, pero también algunas similitudes interesantes que podrían ayudarnos a manejar toda la complejidad desarrollada anteriormente.

Sinopsis

Abundan en la sociedad mensajes que presentan soluciones simples a problemas complejos. Son atractivos porque responden a la intuición y nos seducen con la aparente solución de nuestros desafíos. Sin embargo, la complejidad de nuestro mundo conlleva necesariamente que las soluciones sean también complejas, aunque eso implique una inevitable incertidumbre. La educación no es ajena a este desafío, y de hecho basta con leer los titulares educativos para darse cuenta de que hemos renunciado a analizar con profundidad la realidad educativa. Y sin embargo, esta realidad es compleja como pocas por la cantidad de ideologías, intereses y colectivos implicados en ella.

Educar en la complejidad trata de repasar algunas de las simplificaciones más frecuentes en torno a la educación para analizar sus matices y aristas. Trataremos de revelar sus contradicciones, aportando luz desde la investigación educativa para aproximarnos a la realidad admitiendo que las respuestas pueden ser más complejas e inciertas de lo que nos gustaría.

Se dirige a los que se dedican a ello, pero también a las familias y a cualquiera interesado en este mundo apasionantemente complejo. Solo así podremos asumir que lo complejo puede ser muy hermoso si entrenamos nuestra mirada.

1.Elogio de la complejidad

Educar en la complejidad es una invitación a huir de la explicación simple y clara, que suele estar equivocada, cuando se refiere a problemas complejos. Y sí, admitámoslo, la educación y sus problemas son temas muy complejos. El problema es el atractivo que tiene para nosotros lo simple, porque a nuestro cerebro le encantan las cosas que son sencillas, coherentes y fáciles de asimilar, aunque sean erróneas.

En este primer capítulo desarrollaré algunas ideas en torno al atractivo de lo simple, con ejemplos educativos y también de andar por casa. La sobreabundancia de información que nos rodea favorece la prevalencia de aquellos mensajes que entendemos mejor, con consecuencias a veces nefastas para el pensamiento crítico sobre qué es educar.

Categorías engañosas

Yo soy madrileño, hijo de madrileños. Los madrileños somos un poco chulescos, y nos gusta ir a la playa los fines de semana y tomarnos una caña en la terraza de un bar en el centro de la ciudad. Nos llevamos mal con los catalanes, que son unos tacaños y van de modernos. Con los vascos algo mejor, aunque son exagerados y cabezotas. Los argentinos, todo el día con el mate y la parrilla. Los colombianos llegan tarde siempre. ¿Verdad?

Del último párrafo lo único que es verdad son las seis primeras palabras. El resto corresponden a una simplificación extrema (y dañina) de la realidad, y, sin embargo, estamos rodeados de mensajes que fortalecen este tipo de estereotipos. ¿Por qué? Porque las personas manifestamos una tendencia enorme a la categorización. Para lidiar con la complejidad del mundo, establecemos clasificaciones que nos faciliten manejar la enorme cantidad de información que nos llega del ambiente.

La categorización ha sido especialmente importante para mí, porque antes de dedicarme a la docencia trabajaba con plantas. De todas las ramas de la biología, yo me especialicé en botánica. En botánica es muy importante la clasificación. Por ejemplo, al ver una margarita reconozco que pertenece a la familia de las «compuestas» por su flor. Saber que pertenece a esa familia me permite deducir semejanzas con otras especies de su misma familia, como los dientes de león (soplamos sus semillas para pedir deseos). Quizás por mi entrenamiento en este sentido siempre he sentido un impulso irrefrenable de clasificar.

Probablemente uno de los hábitos que más he cambiado en mi década como docente tenga que ver con esto: al principio, de manera espontánea, clasificaba a los alumnos en categorías ficticias que, a mi entender, mejoraban mi docencia. En el fondo solo me ahorraban un esfuerzo mental, pero me impedían comprender la complejidad de cada persona que tenía delante. Este libro es una invitación a cambiar de este modo nuestra mirada sobre la educación. Categorizar nos puede ahorrar esfuerzo, pero no merece la pena. Hablar de educación es hablar de complejidad.

Con el paso de los años he aprendido a no fiarme demasiado de este afán clasificatorio cuando se trata de las personas, y mucho menos con niños y adolescentes. El libro de Graham Nuthall[4] (mencionado en la introducción) que tanto me marcó fue el primero de muchos otros que he leído. Casi todos nos advierten de que enseñar es un ejercicio de adaptación: lo que funciona en una clase puede no funcionar en la siguiente; lo que funcionó con el hermano mayor ya no sirve para el pequeño. Una asignatura por la tarde puede resultar mucho más difícil que la misma asignatura cuando toca a primera hora. Hablaremos más a fondo de esto en el capítulo dedicado a las expectativas, pero creo que es bueno conservar una cierta capacidad de sorpresa y de esperanza en el cambio.

De modo más general, este afán de clasificar también funciona en la sociedad en su conjunto con respecto a la educación. El problema es que, en ocasiones, las categorías no son «funciona» o «no funciona», sino «innovador» o «tradicional». En mi opinión, este es un buen ejemplo para empezar a desgranar qué supone mirar la educación desde la complejidad.

Como ya hemos dicho, categorizamos como especie para manejarnos en el mundo. Y como hay tantas ideas educativas, tratamos de poner orden en ellas aplicando clasificaciones. Cuando el foco no está en su eficacia en un contexto determinado, sino en una serie de creencias previas de lo que entendemos como «lo bueno», llamemos como llamemos a las categorías, en el fondo estamos diciendo «bueno» o «malo». Por ejemplo: realizar un Kahoot! en clase es algo bueno, explicar utilizando el libro de texto es algo malo. Pero ¿es esto realmente así?

Y aquí es donde llega la complejidad: depende. Lo importante es si el foco de la actividad está en el aprendizaje (con o sin diversión) o en la diversión (con o sin aprendizaje). Un aprendizaje sin diversión es probablemente menos eficaz, pero la diversión sin aprendizaje es cero aprendizaje.

Por esto mismo, un Kahoot! o cualquier herramienta similar es un buen recurso para utilizar en una clase a la hora de activar lo que los alumnos ya saben, por ejemplo. También es muy eficaz para trabajar el recuerdo de lo que ya se ha aprendido.

En el primer caso estamos activando lo que llamamos «conocimientos previos», y facilitamos que lo que se va a aprender se conecte con lo que ya se sabe. Este proceso aumenta muchísimo la eficacia del aprendizaje.[6]

El segundo caso es lo que llamamos evocación, y es una de las estrategias más ampliamente estudiadas y demostradas como eficaces para aprender.[3, 7]