En blanco - Juan Fernández - E-Book

En blanco E-Book

Juan Fernández

0,0

  • Herausgeber: Plataforma
  • Kategorie: Bildung
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2024
Beschreibung

¿Alguna vez te has quedado En blanco? ¿Has sentido que no conseguías utilizar todo tu potencial para aprender? Quizás hayas visto a tus familiares, amigos o alumnos en la misma situación. Y, muy probablemente, la solución ha pasado por «más»: más horas de estudio, más clases, más, más… Pero ¿y si la respuesta no fuese «más» sino «diferente»? ¿Y si podemos mejorar nuestra forma de encarar el aprendizaje para concentrarnos mejor, sacarle más partido a nuestra capacidad de atención y evitar quedarnos En blanco? En este libro escrito con claridad y una prosa asequible, Juan Fernández nos explica de una manera sencilla y práctica las estrategias que te ayudarán a aprender mejor y conocer las bases científicas que explican cómo y por qué funcionan estas herramientas, lo que te permitirá adaptarlas a diferentes contextos. Tu capacidad de concentración mejorará, maximizarás tu aprendizaje, sacarás mayor rendimiento a tu memoria y nunca, jamás, volverás a quedarte «En blanco».

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 219

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



En blanco

Cómo focalizar la atención, la memoria y la motivación para aprender

Juan Fernández

Prólogo de Mónica de la Fuente

Primera edición en esta colección: marzo de 2024

© Juan Fernández, 2024

© del prólogo, Mónica de la Fuente, 2024

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2024

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-10079-41-0

Diseño de cubierta: Sara Miguelena

Fotocomposición: Grafime S. L.

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Precisamente yo, que debía saber que los libros solo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido.

Mendel, el de los libros, STEFAN ZWEIG

Índice

Prólogo de Mónica de la FuenteIntroducción1. En blanco por falta de atención2. Focalizando para llenar el espacio en blanco3. En blanco por falta de memoria4. Focalizando la memoria mediante la práctica5. En blanco por falta de motivación6. Focalizando en la autorregulación para ser independiente de la motivación7. Focalizando en las emociones para lograr la autorregulaciónEpílogo. Creer en la posibilidad de aprenderLecturas recomendadasAgradecimientos

Prólogo

Si el primer libro de Juan me ayudó a replantearme y a intentar despejar la complejidad en la que se educa hoy en día, este segundo libro, sin duda, me ha recordado lo complicado que es el proceso del estudio y, sobre todo, y después de todo, lo difícil que es aprender y, además, hacerlo lo mejor posible.

Este libro que tienes entre tus manos me ha llevado de viaje por el tiempo, empezando por mi propia época de estudiante que, ahora, recuerdo como mucho más llevadera y placentera de lo que seguro fue en realidad. De cómo estudié sin tener ni idea de cómo se tenía que hacer más allá de repetir «hasta que se me quedaba» en la cabeza, y de que me quedé con las ganas de saber qué explicaban en las clases de «técnicas de estudio» y si me hubiera servido de algo.

Me ha recordado que hace unos años, afortunadamente antes de la pandemia, me embarqué en la aventura de estudiar un máster de mi carrera, y no creo que pueda describir con palabras lo arduo que fue para mí, como madre de dos niños, a mis cuarenta años, y dirigiendo mi propia empresa, no solo sacar tiempo para estudiar de nuevo, sino rescatar mi atención del millón de estímulos que me rodean para centrarme en aquellos libros. Ni la voluntad más férrea es capaz de soportar la multitarea acuciante, las veintidós pestañas simultáneas del navegador y las constantes notificaciones de emails, notificaciones de redes sociales y del móvil y requerimientos de la vida adulta.

Leer a Juan ahora me ha llevado directamente a aquellos meses en los que luché conmigo misma para intentar recuperar mis rutinas universitarias, aquellas que pensaba que se me daban tan bien. Me ha hecho reflexionar sobre mi propia manera de enfocar el estudio y las horas empleadas frente al papel, o ahora frente a la pantalla. A cómo me ha afectado el paso de los años a mi manera de concentrarme y cómo he tenido que recolocar mis creencias y lo que sé de mí, y mi manera de atacar «el problema» para poder terminar aquel bendito máster.

Y también me ha hecho plantearme lo bonito que hubiera sido haber tenido a Juan hace veinte años como profesor, o como blog de referencia, para que me ayudara a sacarle todo el partido posible a mis horas de «hincar codos». A disfrutarlo un poco más, y a autoboicotearme un poco menos. Y seguramente también a aprender mejor.

Por supuesto, como madre, y como profesional y observadora de este mundo educativo que nos rodea, me ha hecho pensar en la suerte que tienen los lectores que vayan a desembarcar en estas páginas. Sobre todo si, como a mí, les fascina el funcionamiento de la atención, la propia y la ajena, de la memoria, del aprendizaje, de nuestra manera de enfrentar la búsqueda de conocimiento, de cómo utilizar de la mejor manera las herramientas con las que ya contamos para unir puntos y conseguir ver el dibujo completo.

Me ha hecho preguntarme si, como padres y educadores, podemos orientar a nuestros alumnos, a nuestras hijas e hijos, en su propia búsqueda del conocimiento, para que no cometan los mismos errores que tuvimos nosotros. ¿Estamos enfocados tan solo en los resultados y olvidamos la importancia de los procesos y en que sea un aprendizaje significativo? ¿Sabemos realmente apreciar el esfuerzo o incentivarlo de una manera positiva y no basada en las recompensas más inmediatas (y fáciles de comprar, añadiría)? ¿Necesitan las madres y padres saber cómo se aprende para ayudar a sus criaturas? Pues sin hacernos expertos en la materia, que no podemos saber de todo, tenemos con este libro un aliado estupendo y accesible para acercarnos con algo más de tiento a este mundo del aprendizaje, yendo más allá de la nota final o de las horas que se pase encerrado frente al libro.

Con En blanco —como tampoco hacía en su primer libro—, Juan no te dará el trabajo hecho. Lo siento, no te asegurará el 10 en ese examen que tanto temes, pero sí te ayudará a prepararlo, con tiempo, calma y horas de sueño. Con reflexiones, consejos y evidencia científica, o con la evidencia de que la ciencia no tiene todas las respuestas, para que tu propio viaje sea lo menos tortuoso posible. Y te dará mucho sobre lo que pensar para que manejes, tú o tus hijos o alumnos, con la mayor certidumbre posible, todas las variables que se te pueden presentar en tu viaje particular.

Que te conozcas todo lo que puedas, desde la perspectiva académica. Que, pese a las dificultades, que siempre las hay, puedas alcanzar esa meta que te habías planteado.

Y, por último, que sea un viaje por tu propio conocimiento para llegar al mejor puerto: no quedarte en blanco.

MÓNICA DE LA FUENTE, FUNDADORA DE MADRESFERA.

Introducción

Cuando estaba en segundo de carrera entré en un momento de crisis importante. Me había apuntado a un programa de mentorización en la universidad, y el programa ofrecía la posibilidad de que un investigador joven de la universidad te acompañara y aconsejara durante tus primeros años de carrera. Tuve una suerte agridulce, ya que mi mentor resultó ser un joven profesor, brillante, pero obsesionado con el expediente académico. En realidad, creo que lo hacía por mi bien, ya que la nota es un requisito imprescindible para obtener una beca doctoral, que era lo que yo pretendía en aquel momento. Sin embargo, en cada uno de nuestros encuentros me insistía en que, si quería obtener una beca de investigación, «no podía sacar menos de notable en ninguna asignatura».

Como mi sueño era precisamente dedicarme a la investigación, consultaba en cada cuatrimestre mi expediente académico para saber si me encontraba por encima del 2,5 (sobre 4) que, según mi mentor, me abriría las puertas de una beca predoctoral. Estas afirmaciones se repetían en cada encuentro, y me generaban angustia y preocupación. Recuerdo cuando le conté, al acabar el primer cuatrimestre de mi segundo curso, que había sacado un aprobado en Genética. Su cara de desaprobación, y el hecho de que se trataba de algo que ya no tenía arreglo, me tuvo varios días dando vueltas a diversas maneras de mejorar. Empecé a solicitar libros de la biblioteca, pasaba los apuntes a limpio…

Y, sin embargo, era incapaz de mejorar mis notas. Cada vez me costaba más dedicar tiempo al estudio, porque notaba que era absolutamente ineficaz. Tampoco me sentía capaz de estudiar todo el tiempo, porque estaba en otras cosas que me aportaban mucho, como el baloncesto y un voluntariado, y, simplemente, no quería renunciar a ellas. Y lo que quizá resulte más sorprendente es que hasta entonces mis calificaciones habían sido muy buenas, hasta el punto de que en mis dos primeros cursos de universidad había obtenido una beca que me pagaba los estudios, pero era verdad que en primero había prosperado, sobre todo, gracias a la enorme cantidad de datos que recordaba del colegio. En segundo curso, en cambio, con muchísimo temario nuevo, estaba sobrepasado; por ejemplo, en Genética, donde se me pedía reproducir el libro del profesor que impartía la asignatura. En tercero, ya sin beca, decidí emplearme a fondo en cada trabajo de clase. Los entregaba todos, y en más de una ocasión fui felicitado por ellos, pero al final la calificación dependía exclusivamente de los exámenes. ¿Por qué mi esfuerzo no obtenía resultado? Al final, mis calificaciones bajaron, perdí mi beca y comencé un proceso de declive de la autoestima e inseguridad académica que no desapareció hasta mucho tiempo después.

Durante ese tiempo me planteé muchas alternativas: cambiar de carrera, de horario (eso lo hice: pasé del turno de mañana al de tarde), de asignaturas… Pero nunca fui capaz de plantearme que lo que me estaba pasando no dependía de todos estos temas, ni tampoco de mi propia capacidad. Y la verdad es que no he sido capaz de entenderlo hasta que tuve la fortuna de convertirme en docente de personas de entre doce y dieciocho años. Ha sido paseando por las clases, viendo a mis alumnas y alumnos desesperarse, esperanzarse, fracasar y triunfar, cuando me he dado cuenta de lo que necesitaba cambiar, y es lo mismo que muchos de esos alumnos a los que he observado también necesitan cambiar. Acompañarlos me ha permitido releer mi propia historia como estudiante, y comprenderla mucho mejor. Durante los últimos años también he leído mucho sobre educación. He tenido éxito traduciendo esas lecturas en mi blog (www.investigaciondocente.com) y aprendiendo sobre el aprendizaje y la enseñanza. En realidad, ahora me siento capacitado para compartir todo lo que he aprendido y ayudar a aprender mejor a los demás.

Gracias a mis alumnos y a mis lecturas lo he entendido. He comprendido que puedes tener dificultades por muchas razones, no solo por una cuestión de esfuerzo, como, por ejemplo, por no entender lo que lees, por procrastinar, por no saber desarrollar hábitos, etc. En mi caso, lo que hubiera necesitado cambiar eran mis estrategias de estudio. No solo mis relaciones con la manera de estudiar, sino también cómo afrontar las propias horas de clase y los exámenes. Y también mis hábitos de motivación y percepción como estudiante.

En general, nuestra manera de comportarnos frente al aprendizaje se basa en la intuición y en lo que sentimos como más útil, pero, a veces, resulta una guía muy pobre para orientar nuestra forma de aprender. Afortunadamente, también he aprendido que podemos mejorar mucho nuestra propia manera de aprender. En cualquier etapa de la vida, ya sea porque te tienes que preparar para un nuevo trabajo, porque necesitas aprobar unas oposiciones, para ayudar a tus hijos o porque tengas el deseo de aprender algo. Pero ¿cómo hacerlo? Este libro trata de aportar respuesta a todo ello.

En blanco es el título que he escogido para este libro. No necesariamente porque me quedara en blanco en los exámenes, algo que también sucedía a veces, sino porque mi horizonte de posibilidades estaba en blanco. Sabía que iba peor de lo que quería, pero estaba en blanco en la manera de mejorar. Dedicaba más esfuerzo, pero un esfuerzo muy poco fructífero.

Yo tuve que pasar por muchas dificultades, y mucho, mucho trabajo estéril, para mejorar. Muchos de los conocimientos que he aprendido han sido resultado de mis lecturas para mi blog (www.investigaciondocente.com), pero también de mi experiencia personal salpicada de grandes fracasos y numerosos intentos. Todavía me siento un estudiante. De hecho, mientras escribo este libro estoy realizando el doctorado en Psicología. Acaban de rechazar la publicación del primer artículo que mandamos a una revista científica. Tal vez, con las herramientas que he aprendido como docente de Secundaria, esta vez pueda terminarlo con éxito. Todo mi propio aprendizaje que recoge el libro no llega tarde para mí, así que espero que tampoco para los lectores y todas las personas que puedan beneficiarse de él. Cuando escribía este libro no pensaba en un tipo de persona en concreto. He tratado de escribirlo pensando en cualquier persona que necesita aprender en cualquier momento de la vida, no solo para jóvenes. También para los que, como yo, tenemos que enfrentarnos a algún tipo de aprendizaje profesional que nos capacite para lograr nuevos objetivos en la vida. Espero que, seas como seas, en estas páginas encuentres una palanca para desatascarte en los momentos en los que te encuentres… en blanco.

1.En blanco por falta de atención

Laura se encuentra, una vez más, frente a un folio con algunas operaciones matemáticas. Puedes imaginarte que son largos problemas de álgebra lineal de primero de carrera, o unas operaciones con fracciones de segundo de Secundaria. Está sentada en su mesa de estudio, donde ha dispuesto todo de forma que tenga espacio para la sesión de trabajo. Ha dedicado mucho tiempo a prepararlo todo, y tiene un bolígrafo para pasar a limpio una vez que acabe las operaciones. También dos lápices y una goma, un sacapuntas recién estrenado, y algunos subrayadores de varios colores, porque la tranquiliza tenerlos siempre a mano por si acaso. De hecho, cuando está cansada, su manera favorita de estudiar es subrayar, aunque luego no recuerda para qué usaba cada color. Por fin, después de tanta preparación, comienza a leer los ejercicios. Al analizar el primero la invade una sensación de alivio. Sabe hacerlo, seguro, sin embargo, continúa leyendo y llega al segundo enunciado, donde se sobresalta.

—¿Esto lo hemos dado? —se pregunta—. Creo que no… vamos a ver. No, seguro que no lo hemos dado. Voy a preguntar por el grupo si el primer ejercicio lo hemos dado. Anda, mira el mensaje que ha mandado Dani…

Esta pequeña historia ilustra varios de los aspectos que vamos a tratar en esta primera parte del libro. En primer lugar, cuando hablamos de falta de atención, no debemos asociarlo directamente a una falta de atención intencionada. Puede ser que a veces alguien diga: «Mira, dejo de estudiar y me pongo con el móvil», pero muchas otras veces no es así, como vemos en la historia de Laura. Ella se ha esforzado en ponerse a estudiar, pero su atención se ha volcado primero en lo superficial (la preparación del material) y luego ha descarrilado hacia una conversación de WhatsApp.

Hay personas que asocian inequívocamente una falta de estudio a una falta de interés por estudiar. Aunque puede ser el caso en algunas, también suele ser habitual que al principio haya una verdadera intención de dedicar tiempo al estudio. El problema es que Laura no ha sido capaz de focalizarse de manera efectiva en una tarea, y por eso es propensa a desviarse hacia otros estímulos. Como podemos imaginar, el problema consecuente ocurre después de una tarde conversando por WhatsApp (y después mirando Instagram, y después chequeando el correo, y después…) mientras sus ojos están delante, física pero no mentalmente, de los ejercicios. Llegará a la siguiente clase con la idea de que se ha pasado toda la tarde estudiando y, cuando experimente que no es capaz de resolverlos y que no entiende «de qué va la película», es probable que se desanime. Porque quedarse en blanco desanima, y mucho. Y se desanima con razones, quizá no rigurosas, pero razones, al fin y al cabo. En definitiva, no podemos asignar sin más una falta de atención a una falta de interés o de ganas de hacerlo bien.

Escribo este párrafo, que tal vez resulte polémico, al principio del libro, por una razón: estoy escribiendo este texto precisamente por esto. Lo escribo porque estoy convencido de que la razón del fracaso en el aprendizaje no es única, sino múltiple. Porque años de enseñanza y de lectura me convencen de que muchas personas que creen que no pueden, realmente sí que pueden. Necesitan saber por dónde empezar, y qué primeros pasos dar. Necesitan desenredar un ovillo que se les ha enredado, en algunos casos, por cuestiones ajenas a su persona, y en otros por cuestiones propias, pero en todos los casos se ha enredado muchísimo.

Además, si la experiencia de intentar y fracasar se repite a menudo, quizás aprenda algo equivocado y muy peligroso: practicar matemáticas en casa no sirve para nada, porque, en realidad, el «tiempo atencional» dedicado a las matemáticas ha sido muy escaso. ¿Cuánto tiempo pasas realmente imbuido en la tarea en cada sesión de estudio? Esta es la pregunta fundamental a la que hay que enfrentarse. A lo largo del libro iremos desgranando estrategias que nos permitan resolver estas situaciones. Lo importante de esta primera parte es lo siguiente: si alguien pasa todas las tardes estudiando y ha suspendido, no existe una única explicación. Quizá no es que esa persona tenga poca capacidad, sino que no ha aprendido a orientar su atención de manera adecuada. Una pregunta que a mí me ayuda en este sentido (y en otros) es: ¿dedico mi atención a una cuestión adyacente o estructurante? Por ejemplo, ¿tener tres subrayadores es adyacente, accesorio, podría vivir sin ellos? ¿Resolver dos problemas diferentes es adyacente o estructurante? ¿Tener luz natural es adyacente o realmente con ella estudio mucho mejor? ¿El móvil cerca de mí es adyacente? Por eso casi siempre la solución no es dedicar más tiempo, sino dedicar mejor el tiempo. A esta idea volveremos más adelante en el libro.

Los problemas adyacentes son, por tanto, aquellas cuestiones cuya solución nos facilita la vida un poco. Si los resolvemos, nos sentimos más cómodos, pero no son fundamentales, y debemos tener mucho cuidado con el tiempo que les dedicamos. Porque podemos pasar toda una tarde en cuestiones adyacentes, ordenando y pasando a limpio, pero sin dedicar tiempo a lo estructurante. Los problemas estructurantes son aquellos que realmente nos hacen aprender. Por ejemplo, si Laura en una tarde resuelve correctamente dos ejercicios muy similares, o cuatro ejercicios de tipos ligeramente distintos. Esto sí que va a tener un efecto en su aprendizaje. ¿Ha realizado unos apuntes con las ideas más importantes de dos temas? ¿O ha pasado a limpio unos apuntes que ya tenía mientras cantaba sus canciones favoritas? Distinguir entre cuestiones adyacentes o estructurantes cambia el modo en el que evaluamos el tiempo de trabajo.

En mis años como docente he aprendido algo que no aprendí como estudiante: la unidad de medida del estudio no es la hora. En una hora podemos aprender conocimientos o no aprender absolutamente nada. El tiempo dedicado me parece, desde este punto de vista, una aproximación muy pobre al estudio. En algunos casos, como la preparación de una oposición, más tiempo puede ser condición necesaria pero no suficiente. Además de más tiempo, necesitaremos estrategias eficaces que nos ayuden a optimizar ese tiempo. Por otra parte, cuando te pasas horas y horas tratando de resolver un problema complejo de matemáticas, o escribiendo borradores y borradores de un libro, al menos cuando terminas te das cuenta del esfuerzo. El tiempo ha sido empleado en algo. Miras tus hojas y sientes que has pasado mucho tiempo enfrascado en la tarea, aunque haya sido poco provechoso. Sin embargo, cuando tu atención desconecta, puedes perfectamente haber pasado dos horas sin haber escrito más que unas líneas, y cuando, después de todo ese tiempo de vagabundeo mental, vuelves a enfocarte en la tarea, llegas a pensar: pero ¿qué ha pasado?

En segundo lugar, esta historia muestra también cómo la atención de Laura ha sido capaz de centrarse en algo muy concreto: buscar y colocar sus materiales. Un fenómeno interesante y muy práctico para entendernos a nosotros mismos es esta oscilación entre la atención focalizada y la distribuida. En este capítulo y el siguiente hablaremos de lo que sucede cuando nos preparamos para ganar control sobre esta oscilación. Es decir, cuando mejora nuestra capacidad de regular la atención focalizada, que, por cierto, no tiene una duración máxima determinada e igual para todos los individuos. Podemos prestar atención más de veinte minutos seguidos a un texto o un problema, a pesar de lo que digan algunos vídeos que circulan por internet. Un director de orquesta que coordina durante una hora la ejecución de los dos primeros movimientos de una sinfonía es un buen ejemplo de la máxima expresión de atención focalizada.

Prestando atención a la atención

Ahora que hablamos de la atención en este capítulo, te pido, querido lector, que dediques unos minutos a prestar atención a tu atención. En primer lugar, mira a tu alrededor e intenta captar el mayor número posible de estímulos visuales. Observa la luz que entra a través de la ventana, o las lámparas que iluminan la habitación en la que ahora te encuentras. Después, fíjate en los objetos que la luz ilumina. Atiende a su forma, tamaño, ubicación y color. Puede que haya más personas alrededor, en cuyo caso será necesario observar sus rasgos, su vestimenta… Quizá, si has conseguido centrar tu atención en todos los objetos y personas del entorno, sentirás que tu atención está sobrecargada.

Vamos a continuar con el mismo ejercicio, pero ahora además con todos los sonidos de tu entorno, como el ruido de un ordenador, el de un reloj o la charla de dos personas que susurran entre sí. A continuación, intenta mantener todos estos estímulos visuales y auditivos, pero observa también los sentidos de la piel: ¿puedes sentir la presión que crea tu reloj en la muñeca, y puedes percibir un ligero picor o una presión sutil? ¿Puedes percibir los calcetines en el dedo gordo de sus pies? Y ahora, mientras continúas leyendo… ¿puedes percibir todos estos estímulos a la vez?

Espero que este sencillo ejercicio introductorio haya terminado con una conclusión: no podemos atender a todo a la vez. Como dice Charo Rueda en su estupendo libro Educar la atención con cerebro: «No tenemos el cerebro para ello». La atención, parece, simplemente «sucede». Y, sin embargo, cuando sucede nos hace conscientes de estímulos que antes no procesábamos: la presión del reloj, la luz de la ventana, el tacto de los calcetines… Más que de un filtro se trata de un procesamiento cognitivo continuo. Consciente e inconscientemente, tu cerebro va procesando el entorno a través de la atención y diciendo a qué cosas merece la pena dedicar más energía.

Por este motivo, decimos que la atención puede suceder de dos maneras: cuando seleccionamos un estímulo del entorno, o cuando ese estímulo nos llama la atención (una expresión de lo más exacta, en este caso). Veamos: cuando alguien levanta la mano y la sacude mientras nos mira y dice nuestro nombre, solemos prestar atención. Es lo que se denomina un procesobottom-up o «de abajo arriba». Hay una señal que capta nuestra atención y «sube» hasta nuestra consciencia. Sin embargo, si como lector te encuentras leyendo este libro en el autobús, probablemente tengas a tu alrededor muchísimos estímulos. Con un poco de suerte, te está resultando interesante lo que lees y decides conscientemente prestar atención a estas líneas. En este caso, aunque inconscientemente percibas una conversación a tu lado, tu atención pone por delante esto que te estoy contando. Hablamos entonces de procesotop-down o «de arriba abajo»: de nuestra consciencia «baja» al estímulo. Mientras que la atención de abajo arriba sucede de forma automática, la atención de arriba abajo requiere poner en marcha nuestra maquinaria cognitiva: poner atención, esforzarnos en ello, en suma.

Inmediatamente, podemos pensar en que hay dispositivos a nuestro alrededor que apelan claramente a nuestra atención bottom-up: un sonido, un cartel iluminado o el claxon de un coche son buenos ejemplos de ello. Y las notificaciones sonoras del teléfono móvil, también, por supuesto. Y, sin embargo, para el aprendizaje lo esencial es la atención top-down. Precisamente porque sucede cuando decidimos de manera consciente dirigir nuestra atención hacia algo: una hoja con apuntes, un manual, unas operaciones como las de Laura… A lo largo de este capítulo hablaremos a menudo de la atención con símiles relacionados con el agua: la atención top-down es aquella que podemos enfocar como si fuera una manguera para regar una maceta de nuestra ventana.

Vivimos en un mundo lleno de llamadas a nuestra atención bottom-up: luces que se encienden, sonidos de mensajes, y un cada vez más larguísimo etcétera, pero la atención no solamente funciona con llamadas de atención, más bien disponemos de un sistema de control (la red atencional ejecutiva) para dirigir la atención según nuestros objetivos. Podemos entender ahora lo importante que resulta no rodear a los niños y tampoco a nosotros mismos de llamadas bottom-up que nos interrumpan cuando estamos concentrados en nuestro aprendizaje.

Resulta esencial para el propósito de este libro que reflexionemos acerca de las oportunidades que tenemos para trabajar en nuestra atención de arriba abajo, top-down, porque a medida que ejercemos este control consciente de la atención vamos entrenándonos y ganando en esa capacidad de control. Si toda nuestra vida se limita a responder a sonidos, vibraciones y estímulos luminosos, nos va a resultar muy difícil enfocarnos en un tiempo de atención sostenida. Cuanto más practiquemos la atención sobre un material parecido al material que debemos aprender (sea este un folio, un problema, un engranaje mecánico, un sistema eléctrico, etc.), más fácil será luego dedicar la atención necesaria a ese tipo de problema. Podemos empezar a trabajar con los más pequeños de la casa en este sentido, por ejemplo, mediante libros de pegatinas. Pegar una pegatina en un espacio reservado para ello es una forma de ejercitar la psicomotricidad fina, a la vez que acostumbramos al peque a disfrutar prestando atención a un libro.

De manera fascinante, a la vez que sucede todo esto, y aunque no lo percibamos, nuestro cerebro se encuentra constantemente tratando de predecir cuánta atención necesitaremos dedicar al entorno, y cuánta podemos reservar para una tarea específica. Como dicen Adam Gazzaley y Larry D. Rosen en su libro The Distracted Mind: nuestro cerebro vive en el futuro. Si tú, lector, me permites continuar con el símil, se trata de decidir con cuánta agua regar varias macetas de diferentes tamaños y especies, para que no se nos muera ninguna. Cuanto más familiar es la tarea, mejor puede nuestro cerebro estimar cuánta atención precisará. Y, como explicaremos más adelante, la familiaridad apela a la memoria procedimental y acaba incluso haciendo prescindible a la atención. ¿Por qué zapato empezaste a atarte los zapatos esta mañana? ¿Qué manga de la camisa te pones primero? Probablemente sea siempre el mismo zapato y manga de la camisa, pero la memoria procedimental se ha encargado de automatizar el proceso para que no requiera atención.