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Este libro recoge un discurso en Harvard sobre lo más característico del oficio intelectual, y una conferencia en la Universidad de Marquette, donde el autor argumenta sobre la importancia de la historia del pensamiento en la enseñanza general de la filosofía. Gilson logra despertar el afán de búsqueda, y enseña rigor intelectual y amor a la verdad a quien desea construirse y construir una sociedad mejor.
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Veröffentlichungsjahr: 2015
ÉTIENNE GILSON
El amor a la sabiduría
EDICIONES RIALP, S. A.
MADRID
© 2015 de la versión española, presentación y notas, realizada por RAFAEL TOMÁS CALDERA, by EDICIONES RIALP, S. A.,
Alcalá, 290 - 28027 Madrid
(www.rialp.com)
Fotografía de cubierta: © idea – Fotolia.com
Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN: 978-84-321-4520-9
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ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
PRESENTACIÓN
ÉTICA DE LOS ESTUDIOS SUPERIORES
HISTORIA DE LA FILOSOFÍA Y EDUCACIÓN FILOSÓFICA
REFERENCIAS
PRESENTACIÓN
Nada tan propio de lo humano como el afán de saber, que debe marcar un rumbo en la vida de cada uno.
Lo que nos lleva desde la temprana infancia a preguntar en forma incesante, de todo alrededor, qué es y por qué, no es una simple curiosidad sino real voluntad de sentido. Se anuncia en ello nuestra llamada —una inclinación dada con la naturaleza— a vivir en la verdad y en el amor.
Es cierto que podemos ser poco consecuentes con nosotros mismos y buscar la realización personal en finalidades menos íntimas y, por ello, menos verdaderas: placeres del cuerpo, el dinero que permite obtenerlos y otorga a la vez un definido sentimiento de importancia; la fama, la influencia sobre los otros, en un ámbito reducido o más universal. El elenco de esas posibilidades es clásico y —bajo formas y con modos cambiantes— siempre idéntico.
Acaso más grave, sin embargo, resulte esa trivialización actual del afán de saber, que deriva en insaciable curiosidad televisiva, búsqueda de mensajes de todo tipo y valor, presencia constante en las redes sociales.
Con esa conversión a lo trivial, nuestra búsqueda del amor gravita hacia el yo. Todo ha de girar en ese sistema planetario cuyo centro es un yo contraído, que no puede hacer justicia a personas ni a cosas.
Acercarnos, pues, a estas páginas de Étienne Gilson (1884 - 1978), donde se plasma el afán de saber de un hombre extraordinario, nos ayuda a recobrar el sentido de la propia grandeza humana, esa llamada nuestra a una vida en la verdad y el amor. Una vida, no unos resultados que —en el límite— podrían lograrse de modo impersonal, mecanizado.
Se recogen aquí un discurso suyo en la Universidad de Harvard sobre lo que podía considerar más característico del oficio intelectual; y una conferencia en la de Marquette, donde argumenta cómo ha de formar parte la historia de la filosofía en la enseñanza de la filosofía. En ambos textos, se nos hace presente un indeclinable amor a la sabiduría.
Sus palabras han tenido lugar en lo que se llama con propiedad el mundo académico. Fueron pronunciadas en el ámbito universitario. Ello parecería limitar el público al cual estarían destinadas y en cierta manera así ocurre. Su mensaje resulta de gran utilidad para quien se encuentre en una situación semejante: estudiante universitario, joven académico, investigador en ciernes.
Pero sin exagerar se puede decir que el núcleo de lo que se nos propone alcanza a cualquier otra persona en medio de los afanes, más prácticos, de su desempeño profesional. Por una parte, recuerda la necesidad de conocer la historia de aquello a lo cual nos acercamos, si en efecto queremos entenderlo. La dimensión de lo pasado es esencial en la vida de las personas, de las ciencias, de las sociedades. Lo humano se hace en el tiempo. La verdad, intemporal, se alcanza desde una situación concreta.
Al hablar de erudición, por otra parte, nos plantea una clave muy importante: cómo la cantidad en los frutos deriva de la calidad de la acción del sujeto. En pocas palabras, que la fuente del avance en el conocimiento humano es la rectitud del espíritu en busca de lo verdadero. Ella conduce a la persona a su madurez. Nos lleva a amar esa perfección que habita en los detalles, con una serenidad que no cede sino ante la verdad contemplada.
El sabio francés podía hablar con autoridad de estos temas porque su vida fue una búsqueda sostenida y una continua afirmación. De gran fecundidad intelectual, su obra pionera en historia de la filosofía medieval abarca un sinnúmero de títulos publicados y no pocas iniciativas de difusión. No resulta excesivo afirmar que, con su impulso, su estilo ágil y sus trabajos eruditos, abrió amplio cauce a una multitud de discípulos.
Los abre aún a quien se acerque a sus obras en busca de saber y de orientación.
El conocimiento no es algo hecho: es el acto de una persona. Lo que nos comunica un maestro —encontrado en el presente o por la mediación de la historia— es menos un conjunto de afirmaciones que una vida. Despierta en nosotros el afán de búsqueda, confirma nuestras intuiciones con el aporte de su luz, nos enseña rigor intelectual y sostiene nuestro amor a la verdad.
Cuando ello ocurre, bien dice Gilson: «Una nueva vida filosófica ha sido encendida por otra vida filosófica. No hay aquí nada que recuerde la donación de un presente; es más bien un acto que responde a otro acto y una existencia que hace eco a otra existencia. En semejante nacimiento espiritual, todo es viejo y nuevo, todo está en el tiempo y fuera del tiempo».
Puedan estas páginas ser para el nuevo lector lo que ya han sido para tantos que lo han precedido en el camino.
Rafael Tomás Caldera
ÉTICA DE LOS ESTUDIOS SUPERIORES
Miembros de la Escuela de Posgrado en Artes y Ciencias:
Desde el momento mismo en que supe que iba a dirigiros la palabra hoy, comencé a buscar un tema que resultase de algún interés para todos y cada uno de vosotros. Estamos aquí reunidos, estudiantes y profesores, representantes de los más diversos ramos del saber —a decir verdad, tan diversos, que en momentos de crisis a veces nos preguntamos cuál pueda ser la función de ciertas disciplinas extraordinarias incluidas en los catálogos de nuestras universidades: la ciencia de descifrar jeroglíficos, por ejemplo, o la enseñanza de metafísica medieval—. Al mismo tiempo, y poniendo a un lado toda otra consideración, nos inclinamos a pensar que debajo de esta extrema diversidad de intereses hay cierto denominador común, un objetivo y propósito común a toda disciplina representada en una universidad, a saber, la erudición.[1] Tomad ramas de estudio tan diversas como queráis —ciencias, historia, letras o artes plásticas—, en cuanto se las considera como objeto de estudios superiores, todas ellas deben tender hacia un cierto ideal que se expresa con la palabra ‘erudición’. Esto es tan evidente, que las universidades merecen en mayor o menor medida el nombre de tales, en tanto su nivel de erudición sea más o menos elevado. Los problemas comienzan, sin embargo, cuando tratamos de avanzar más allá de este punto y definir qué es la erudición.