El amor no tiene normas - Myrna Mackenzie - E-Book
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El amor no tiene normas E-Book

Myrna Mackenzie

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Beschreibung

¡Caviar por comida de rancho! Después de que su prometido le robase la herencia, a Genevieve Patchett no le quedó más remedio que buscarse un trabajo. Por suerte, consiguió una entrevista con el empresario más provocador de Chicago, Lucas McDowell, pero su arrebatador atractivo la dejó sin palabras. Lucas estaba seguro de que la pasión y el talento de Genevieve era lo que necesitaba para poner en marcha la casa de acogida de mujeres. Para él era muy importante que el proyecto fuera un éxito. Genevieve era la perfecta compañera siempre y cuando ignorase su bonito rostro, su melena pelirroja y sus sugerentes ojos verdes.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2011 Myrna Topol.

Todos los derechos reservados.

EL AMOR NO TIENE NORMAS, N.º 2424 - octubre 2011

Título original: Riches to Rags Bride

Publicada originalmente por Mills and Boon®, Ltd., Londres.

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-019-6

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

EPÍLOGO

Promoción

CAPÍTULO 1

GENEVIEVE Patchett estaba mirando la puerta de caoba del despacho donde iba a tener la primera entrevista de trabajo de su vida. A pesar de tener veintiséis años, tenía un currículum vacío, muchas explicaciones que dar y un montón de facturas por pagar. Lucas Mc-Dowell, el hombre que tenía en sus manos su futuro y su supervivencia, tenía fama de ser un hombre de negocios frío y exigente que sólo contrataba a los mejores. Y ella no era la mejor.

Alargó la mano para tomar el pomo de la puerta y su mano tembló, así que lo sujetó con fuerza y se concentró en mostrarse competente. Tenía que conseguir aquel empleo. Su amiga Teresa le había conseguido aquella entrevista.

Genevieve abrió la puerta un poco y enseguida se quedó quieta. Al otro lado se oía una discusión. Una voz femenina hablaba más alta.

De repente la puerta se abrió de par en par y se encontró frente a una mujer morena, muy alta y guapa.

Gen se apartó y la mujer rió con ironía.

–No te vayas, querida. Es todo tuyo. Tan sólo ten cuidado y no te enamores de él. No tiene corazón –dijo la mujer–. Lucas, tu siguiente víctima está aquí.

Con ésas, la mujer se fue por el pasillo y Genevieve pudo por fin ver al hombre moreno de anchos hombros que estaba sentado ante el escritorio. Por una décima de segundo, se preguntó si salir corriendo era una opción. Lucas McDowell llevaba un traje impecable. Tenía facciones de luchador callejero, unos ojos de color gris metálico capaces de ver todas sus inseguridades y… el ceño fruncido.

–Entre, cierre la puerta y siéntese –dijo, señalando la butaca azul que estaba frente a su mesa.

Ella obedeció rápidamente y no dijo nada. Estaba acostumbrada a aquellas salidas de tono. Sus padres eran personas muy temperamentales.

El hombre la miró detenidamente, desde el rostro a las manos que tenía en el reposabrazos de la butaca. Con esfuerzo, contuvo la respiración y trató de relajarse.

–Imagino que usted es Genevieve Patchett –dijo–. Muy bien, empecemos. Pero estaba claro que no tenía ningún interés en empezar nada con ella. Seguía frunciendo el ceño.

Genevieve quiso llorar. Por enésima vez desde que su mundo se viniera abajo, se sintió al borde de un precipicio. Aquella sensación de miedo se estaba convirtiendo en una sensación habitual. Había perdido su reputación y pronto se le acabaría el poco dinero que le quedaba de su fortuna después de que su exnovio, un asesor financiero, vaciara todas sus cuentas. Entonces, se vería obligada a dormir en las calles. Así que huir corriendo de la única entrevista de trabajo que había conseguido no era una opción.

«Déjalo ya», se dijo.

Aquel hombre podía tener una mirada de acero, ser un gigante de la industria y tener una compañía de equipamiento recreativo, pero ella se había criado en una familia que se codeaba con la élite social del mundo. El hecho de que ahora se viera obligada a mendigar para comer no cambiaba eso. Sus padres siempre le habían dicho que teniendo seguridad, o al menos fingiendo tenerla, una persona podía conseguir cualquier cosa.

Se sentó erguida y se obligó a olvidar la desagradable escena que había visto. Lo miró directamente a sus ojos grises intimidatorios.

–Señor McDowell. Me gustaría que…

–No –dijo él, su voz cortante como un cuchillo–. Se-ñorita Patchett, los dos sabemos que lo que le gustaría no va a afectar su destino.

–¿Mi destino?

La manera en que lo había dicho, como si tuviera alguna clase de control sobre ella, hizo que Genevieve se revolviese en su asiento. Se sentía muy sola. Aun así, sabía que era muy afortunada de que le hubiera concedido aquella entrevista.

–Muy bien –convino ella, esperando que continuara.

Deseaba escapar de su insolente mirada.

–Dejemos una cosa clara. La única razón por la que está aquí es porque uno de mis empleados se ha marchado a Australia y ha sido recomendada por Teresa March –dijo, aunque Genevieve ya lo sabía.

Había sido un golpe de suerte que Teresa hubiera estado en la ciudad visitando a unos familiares. Le había contado que Lucas, un hombre con el que Teresa había trabajado, estaba en Chicago buscando un colaborador justo cuando Genevieve estaba empezando a contar sus últimos dólares. Sin dudarlo, Teresa había insistido para intentar conseguirle el trabajo a Gen.

«¿Debería decirle algo? ¿Debería decirle que estoy agradecida a Teresa? ¿O se dará cuenta de lo desesperada que estoy?», pensó.

No sabía. A pesar de tener veintiséis años, aquello era nuevo para ella.

«Déjate llevar por tu instinto», pensó.

Pero haciendo eso había llegado a confiar en Barry, que había aprovechado para robarle todo el dinero y traicionarla, además de hacerle daño. Aun así, Teresa podía haberle salvado la vida al conseguirle esa entrevista. Tenía que elogiarla.

–Teresa es una santa –dijo y se sonrojó al ver que él arqueaba una ceja.

Teresa tenía fama de ser una chica a la que le gustaba pasárselo bien, aunque nunca dejaba que la diversión interfiriera en el trabajo.

–Bueno, no es exactamente una santa, pero es una persona muy agradable una vez se la conoce –añadió Genevieve, corrigiéndose–. Yo… Usted la conoce y…

La expresión de Lucas no revelaba nada. Se quedó callado mientras ella se ponía cada vez más nerviosa.

Genevieve quiso llevarse la mano a la boca. ¿Por qué estaba tartamudeando? Lucas McDowell no la consideraba la candidata ideal. Iba a pensar que era tonta y la despediría de allí sin darle el trabajo.

–Le estoy muy agradecida por esta entrevista –concluyó y rápidamente se preguntó si habría sonado demasiado ansiosa.

Le dirigió una rápida e intensa mirada, como si pudiera leer sus pensamientos, y anotó algo en un cuaderno. El corazón de Genevieve empezó a latir con fuerza. Se imaginaba gastándose su último dólar sin saber qué dirección tomar o dónde ir.

–Lo siento. Yo… Señor McDowell, ¿podemos empezar de nuevo? –preguntó ella.

Él dejó el cuaderno y rodeó la mesa hasta quedarse ante ella con los brazos cruzados. Estaba muy cerca y Genevieve se vio obligada a mirarlo a los ojos.

–¿Empezar de nuevo?

–Sí, así. Soy Genevieve Patchett, creo que tiene un puesto vacante y quisiera ser la persona que lo ocupe. Tengo referencias –dijo y sacó la lista que Teresa le había ayudado a preparar.

El hecho de que aquellas referencias fueran de personas que todavía no habían oído los malvados rumores que Barry había hecho correr sobre ella, la hacía sentir culpable. Quería pedirle a Lucas que no creyera los rumores que oyera sobre ella, pero Teresa le había aconsejado que no lo hiciera.

Lucas tomó el papel y sus dedos estuvieron a escasos centímetros de los de ella. El pulso estuvo a punto de parársele al ver que lo tomaba y lo dejaba en la mesa sin leerlo.

–¿No las quiere? –preguntó con voz entrecortada.

–No las necesito. Ya he comprobado su pasado. Sé todo lo que necesito saber. Si no lo hubiera hecho de antemano, no estaría aquí ahora.

–Entiendo. Pero su cabeza daba vueltas. ¿Qué sabía? ¿De qué se había enterado?

Por vez primera, Lucas sonrió. Aquella sonrisa transformó su rostro en algo… masculino y viril, además de peligroso. Genevieve se dio cuenta de que se estaba acomodando demasiado en su asiento. Se enderezó y levantó la cabeza.

«Intenta mostrarte segura y competente», se ordenó.

–No lo entiende, pero no es culpa suya. Este trabajo no se parece en nada a lo que ha hecho anteriormente.

Abrió la boca para decirle que nunca había tenido un trabajo, pero la cerró. Le había dicho que conocía su pasado. Si era cierto, entonces sin duda lo sabría. Pero quizá quería poner a prueba su sinceridad. Abrió la boca de nuevo, pero volvió a cerrarla. Esa sinceridad podía echarlo a perder todo. Y entonces se moriría de hambre y…

–Yo…

Cerró los ojos dispuesta a hacer lo correcto o, al menos, a que las palabras que salieran de su boca fueran las correctas. Todavía tenía que elegir entre decir la verdad o desfallecer. Una mujer no podía alimentarse de verdades.

–Nunca ha tenido un trabajo serio, ¿verdad? –le preguntó, poniendo fin a su dilema.

–¿Y eso importa? –preguntó tragando saliva.

«Por favor, que diga que no».

–No lo sé todavía. Depende.

Genevieve respiró hondo, confiando en que no se diera cuenta de lo nerviosa que estaba. –¿De qué depende? –Para empezar, no tiene ni idea de lo que implica este trabajo, ¿verdad?

–Lo cierto es que no.

Confiaba en que no implicara algo que estuviera más allá de sus habilidades. –¿Qué quiere que haga? –Lo que quiero si le doy el trabajo… Bueno, empecemos por algunas preguntas sobre usted. Era un hombre desesperante. No había contestado a su pregunta y… Oh, no, ahí llegaba la parte más dura.

«No me pregunte por las mentiras que Barry ha contado sobre mí porque ya ha habido mucha gente que me ha dado la espalda por su culpa».

–¿Cuáles son sus habilidades?

Aquélla era la clase de pregunta que podía hacer que saliera por la puerta antes de que la entrevista comenzara.

«En circunstancias menos estresantes, puedo mantener una charla, sé cómo hay que vestirse, cómo elegir un buen vino, cómo supervisar al servicio…».

Por alguna razón, dudaba de que cualquiera de aquellas cosas fuera a serle de ayuda en aquel momento.

–Yo… No sé qué clase de habilidades son las que está buscando –dijo, confiando en que le diera una pista de lo que necesitaba.

–Necesito a alguien que sepa conseguir lo que se propone.

–Yo he… –dijo y su voz se quebró.

Se las arregló para tragar saliva, respirar hondo y volver a empezar. Si no le daba una buena respuesta, si no sonaba convincente, iba a perder aquella oportunidad. Genevieve se esforzó en seguir respirando con normalidad.

–He organizado eventos y he supervisado las listas de invitados –dijo con un tono de voz sorprendentemente firme, teniendo en cuenta los frenéticos latidos de su corazón.

Lo cierto era que los eventos consistían en la fiesta que sus padres daban todos los años. Lo que a ella le tocaba hacer nunca había sido difícil. Sus padres siempre le decían lo que querían exactamente y siempre era lo mismo. Respecto a la lista de invitados, la gente siempre había acudido en tropel para ver el arte de sus padres, así que su principal misión había sido reducir la lista de invitados hasta dimensiones proporcionadas. Su papel siempre había sido discreto tanto para organizar la fiesta como para llevar un control del trabajo de sus padres.

Lucas se cruzó de brazos, lo que acentuó la anchura de sus hombros y la hizo sentir más pequeña de lo que era. Una sonrisa asomó en sus labios, como si supiera lo que estaba pensando. Confiaba en que no supiera lo que estaba pensando.

–Sus padres, Ann y Theo Patchett han revolucionado el mundo del diseño con sus figuras de cristal artesanal. Tengo entendido que viajó con ellos a todas partes y que estuvo a su lado en todo momento. Imagino que consiguió todo lo que quería.

Pero se lo había imaginado mal, pensó Genevieve. Sus padres habían tenido una personalidad muy fuerte y había tenido que hacer todo como ellos habían querido, a la sombra de sus egos. No destacaba en nada y últimamente, nada le había salido bien. Después de la muerte de sus padres, se había comprometido con un estafador que había conocido gracias a ellos y que luego le había robado antes de abandonarla. ¿Debería contarle a Lucas McDowell la verdad?

«No, se te da bien cumplir órdenes. Así que cumple las órdenes e intenta hacer lo que te diga. Eso, si te contrata».

–Sus padres decoraron algunas de las casas más lujosas del mundo –estaba diciendo él–. Teresa me llamó cuando iba a empezar a entrevistar a candidatos. Necesito a alguien que sepa decorar y que sea organizado. Eso es lo que más me interesa.

Genevieve se preguntó qué sería exactamente lo que Teresa le había contado y cuánto de bien conocería a Teresa. Era una mujer lista y exagerada. Si Lucas pensaba que Genevieve era un genio creativo y descubría la verdad… No podía mentir y menos después de lo que había pasado con Barry. Abrió la boca para decir que no se parecía en nada a sus padres, pero la cerró.

–No tengo la experiencia de mis padres –dijo con franqueza–, pero he pasado la vida en sitios preciosos, admirándolos durante largas horas y en algunos casos catalogando los detalles cuando mis padres necesitaban ayuda.

Estaba segura de que no era aquello lo que estaba buscando, pero Lucas la miró detenidamente.

Genevieve trató de no estremecerse ni de reparar en lo guapo que era. Varias veces en su vida, su confianza había sido traicionada, pero nunca de la manera en que lo había hecho Barry. El amor ciego por un hombre había sido su perdición. No le pasaría nunca más. Teresa ya le había advertido de la reputación de Lucas como rompecorazones.

«No importa lo irresistible que sea», pensó Gen.

No necesitaba un hombre. Lo único que quería en aquel momento era un trabajo. El dinero sería su salvación. Necesitaba poner orden en su vida y no confiar en nadie. Era una regla muy sencilla. Pero antes tenía que conseguir el empleo. Levantó la mirada y vio que Lucas la estaba estudiando detenidamente.

–¿Quién eligió su ropa? –preguntó de pronto.

–¿Disculpe? –preguntó sorprendida, pero rápidamente recuperó su expresión de tranquilidad.

Era una pregunta extraña, pero ¿y qué? Quizá fuera un excéntrico, pero sólo tenía que importarle que le estaba ofreciendo un empleo.

–La he elegido yo.

Se la había hecho a medida. Por aquel entonces, tenía mucho dinero.

–Ya.

Genevieve trató de evitar responder a aquello, pero no pudo.

–¿Tiene algo de malo?

Él reparó en su falda color bronce y en su blusa de color dorado oscuro, con botones de cristal color crema asimétricos que ella misma había hecho.

–Es interesante. El efecto es soso, incluso antiguo. Pero los botones son… lo más extraño. Contrastan con el resto del atuendo, pero quedan bien. Se ve que sabe acerca de colores y mezclas para conseguir que el resultado funcione. Y los colores destacan tu cabello pelirrojo. Aunque la falda es demasiado corta.

De manera automática, Genevieve se miró las piernas. La falda dejaba al descubierto sus rodillas. Se mordió el labio. Si la contrataba, iba a ser muy difícil trabajar con él. –Es el largo que suelo llevar. ¿Supone algún problema con su código de vestimenta?

Lucas se sorprendió.

–No tengo ningún código. Tan sólo quería comprobar cómo defendía su postura. –Yo… Quería decirle que estaba siendo injusto. Estaba siendo entrevistada para un puesto de trabajo y temía enfrentarse a su posible jefe. Pero decirle a alguien que estaba siendo injusto no era su estilo. Le gustaba seguir la corriente para agradar. Y en aquel momento, estaba asustada, nerviosa, cansada y hambrienta.

–No me gustaría que jugara conmigo –dijo ella, sorprendiéndose a sí misma.

Quizá estuviera más cansada de lo que pensaba, puesto que se estaba comportando de una manera estúpida. ¿Qué hombre contrataría a alguien que lo reprendía? Abrió la boca para disculparse, pero fue demasiado tarde. Lucas ya estaba hablando.

–Tiene razón. Mi comentario ha sido injusto dadas las circunstancias. Así que hagamos una cosa. Durante el resto de la entrevista, trate de contener los nervios y compórtese como lo haría si ya estuviera trabajando para mí. ¿De acuerdo?

–Y… –dijo ella y tragó saliva–. ¿Qué pasa si no le gusta cómo me comporto?

–No la contrataré –respondió él encogiéndose de hombros–. En cuanto tenga la más mínima duda, daré por terminada la entrevista. ¿Le parece bien?

–¿Es siempre así de franco, señor McDowell?

Si la contrataba, ¿tendría que estar alerta todo el tiempo?

–Siempre.

Él se quedó mirándola a los ojos y Genevieve no pudo apartar la vista. Aquella expresión… Parecía que estaba esperando a que objetara algo. Genevieve sintió que todo su cuerpo se ponía en alerta. Aquel hombre era muy poderoso y el hecho de que tuviera su futuro en las manos le resultaba aterrador, pero todavía no había dado por terminada la entrevista.

–Creo que puedo hacerlo bien, señor McDowell.

–Soy un poco imbécil. Su falda está bien. Contésteme a una pregunta: ¿tiene algún problema con la gente sin hogar, con la gente que no tiene dinero ni prestigio, con la gente con problemas?

«Voy a acabar desmayándome. ¿Está hablando de mí? ¿Hasta dónde han llegado sus averiguaciones? ¿Conoce todos mis problemas?».

–Creo que la gente no debería ser juzgada por su situación económica. Me gustaría que la mayoría de la gente pensara como yo.

Pero sabía que ése no era el caso.

Lucas sacudió la cabeza.

–De acuerdo. Última pregunta: Teresa y usted no se han visto mucho últimamente, pero me contó que de jóvenes, estaban muy unidas. Estoy seguro de que compartió secretos con usted. Me gusta saber todo sobre mis empleados, su pasado y su presente. ¿Puede contarme alguno de esos secretos?

–¡No! –exclamó Genevieve en un tono de voz demasiado alto.

Se había sorprendido ante aquella pregunta extraña y grosera. Por unos segundos, sintió asco. Aunque nunca antes hubiera tenido una entrevista de trabajo, estaba segura de que ese tipo de preguntas no eran apropiadas. ¿Qué clase de hombre tenía enfrente?

Miró a Lucas y en aquel momento supo que con su respuesta había sentenciado su destino. Lucas la estaba observando intensamente, con aquellos ojos hipnotizadores. ¿Qué se sentiría sin dinero, sin casa y sin comida? Sin duda alguna pronto lo sabría.

–No –dijo de nuevo, esta vez con más tranquilidad. Teresa, a pesar de su dinero y de su carácter alegre, había tenido una infancia difícil. Confiaba en Teresa. La expresión de los ojos grises de Lucas pareció suavizarse.

–¿Cuándo puede empezar a trabajar? –preguntó él.

–¿Cómo?

–Trabajar. ¿Cuándo puede empezar a trabajar? ¿A eso ha venido, verdad? –Sí, pero pensé que… Su pregunta… Yo… –La mayoría de la gente tiene secretos. No tengo interés en revolver en el pasado de Teresa. Lo que quería saber era si estaba dispuesta a revelar esos secretos para conseguir un trabajo. Tenía que estar seguro. El puesto es suyo.

Genevieve dejó escapar un suspiro profundo. Todavía se sentía desorientada y algo alarmada ante la atracción física que sentía hacia aquel hombre que no seguía las reglas. ¿Cómo iba a tratar con alguien cuyos métodos no acababa de entender?

–Me temo que estoy en desventaja, señor McDowell. Teresa me dijo que para este trabajo sería necesario tener conocimientos en decoración y ser ordenada. Me contó lo poco que sé, pero como ya le he dicho antes, no tengo ni idea de lo que implica o por qué necesita que revele los secretos de una amiga.

–Lo sé y me disculpo por esta extraña entrevista. Lo único que puedo contarle es que algunas de las tareas que desempeñará, si acepta el empleo, serán públicas y otras confidenciales. La persona que contrate ha de ser capaz de manejar información personal muy confidencial. Es difícil medir esa clase de lealtad. La mayoría de los candidatos insistirían en que son capaces de mantener la discreción, pero en realidad hay poca gente capaz de resistirse a contar una historia jugosa. Así que, me disculpo por mis maneras. Le aseguro que de ahora en adelante, tendremos una relación laboral normal.

Genevieve lo dudaba. No había nada normal en Lucas McDowell.

–De acuerdo. ¿Podría contarme por favor en qué consiste el trabajo?

Él la miró sorprendido.

–Es muy educada, teniendo en cuenta que la he intimidado.

–Es usted el que tiene la sartén por el mango.

–Cierto. De acuerdo, Genevieve. He comprado unos terrenos en los suburbios. La idea es construir un refugio para mujeres sin suerte, un lugar donde puedan rehacer sus vidas. Vamos a conseguir que sea algo de lo que la ciudad esté orgullosa. Espero que sea el primero de muchos, así que vamos a darle mucha publicidad. Quiero que el Hogar de Angie sea un lugar perfecto, el epicentro de un movimiento que cambiará vidas. Eso quiere decir que habrá que dar a conocer el proyecto al público y a los posibles patrocinadores –dijo y tomó aire antes de continuar–. Algunas mujeres no querrán dar a conocer detalles íntimos. Otras, confiarán tanto como para contar parte de su historia. Es importante que la persona que contrate sepa organizar un gran espectáculo, a la vez que mantenga la discreción. Tengo que estar seguro de que quien trabaje para mí sepa dar a conocer el proyecto sin traicionar la confianza de sus habitantes. Es una fina línea que no debemos cruzar.

Genevieve sabía lo que era ver traicionada su confianza.

–Por eso me preguntó por Teresa.

–Si hubiera intentado decir algo sobre su pasado, la habría detenido inmediatamente y no la habría contratado.

–Señor McDowell, le aseguro que lo entiendo. No siempre es fácil ni aconsejable confiar en alguien.

–Estoy de acuerdo.

–Entonces, ¿por qué yo?

Él se encogió de hombros.

–Me gusta elegir a mis empleados. Teresa es de confianza. Ella la recomendó, aunque eso sólo no habría sido suficiente. Necesito un buen director de proyectos y estoy seguro de que podía haber encontrado a otra persona. Pero usted tiene una ventaja, algo a su favor.

¿Directora de proyectos? Genevieve deseó cerrar los ojos. ¿Habría exagerado Teresa sus habilidades?

–¿Cuál es mi ventaja?

–Si ha organizado los eventos sociales de sus padres, sabe cómo conseguir las cosas y cómo enfrentarse a contratiempos, problemas y empleados. Ha demostrado que sabe mantener un secreto si es necesario y tiene experiencia en decoración, algo que yo no tengo. Además, como le he dicho, no quiero que este proyecto, el Hogar de Angie, sea algo puntual. Quiero conseguir donaciones para abrir más casas.

Genevieve trató de evitar el temblor de sus manos. Lo último que quería en aquel momento era llamar la atención. Además, a pesar de su apellido, no era capaz de atraer gente.

Tragó saliva.

–Usted es conocido –dijo ella.

Él sacudió la cabeza.

–Tengo dinero y un negocio exitoso. Salvo algunas excepciones, los empresarios conocidos no dan nombre a edificios. Pero la gente como sus padres, artistas reconocidos mundialmente, sí. Su apellido es como un diamante. Pone a la gente de buen humor, los emociona. Y usted tiene ese apellido.

Genevieve sintió que el corazón se le encogía. Como siempre, despertaba interés por los talentos de sus padres. Quería dar marcha atrás, pero no podía.

–¿Quiere eso decir que de verdad he conseguido el empleo? –preguntó.

–Sí, si lo quiere. Si no, dígamelo ahora. Tengo una agenda apretada. En cuanto acabe aquí, tengo cosas que hacer en Francia, inaugurar una nueva tienda en Japón y quiero terminar aquí en seis semanas. Así que, si no puede hacer esto, o no quiere, dígamelo. Es libre para marcharse, Genevieve.