Felices juntos - Myrna Mackenzie - E-Book
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Felices juntos E-Book

Myrna Mackenzie

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Beschreibung

Cuando la exmodelo Ivy apareció en el rancho de Noah, él se preguntó por qué una mujer tan guapa quería trabajar con vacas y no en una pasarela. Ivy necesitaba reunir el dinero suficiente para pagar sus deudas a la vez que quería demostrarle a Noah que era una buena vaquera. Ivy no podía evitar que se le partiera el corazón cada vez que veía a la hija pequeña de Noah. ¿Podrían un padre entregado y su hija recomponer el corazón roto de Ivy? Y… ¿que el dúo se convirtiera en trío?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Myrna Topol. Todos los derechos reservados.

FELICES JUNTOS, N.º 2411 - julio 2011

Título original: Cowgirl Makes Three

Publicada originalmente por Mills and Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ es marca registrada por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-650-4

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Inhalt

PRÓLOGO

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 14

Promoción

PRÓLOGO

IVY Seacrest alzó la barbilla y se irguió. Tenía que mirar a Melanie Pressman directamente a los ojos.

–¿Estás segura de que no tienes vacantes en el restaurante?

Melanie esbozó una sonrisa de compasión.

–Me temo que no. Me gustaría hacer algo por una vieja amiga, pero no tengo nada.

Ivy y Melanie nunca habían sido amigas. No habían tenido relación ni siquiera cuando Ivy había vivido allí, en la ciudad de Tallula, en Montana, diez años atrás.

Dada la situación, Ivy sabía que lo más prudente era aferrarse al poco orgullo que le quedaba después de haber pasado los últimos días buscando un trabajo. Melanie no iba a ayudarla más que los demás. Pero su situación era tan desesperada que Ivy tenía que intentarlo una vez más.

La campanilla que había sobre la puerta sonó al entrar Bob, el corpulento marido de Melanie.

–Hola, Ivy –dijo sonriendo–. He oído que has vuelto a la ciudad. ¿Vas a quedarte mucho?

Ivy asintió a pesar de que no tenía pensado quedarse más tiempo del necesario. Se volvió para mirar a Melanie de nuevo. La sonrisa de su rostro había desaparecido. La estaba ignorando. Le había pasado lo mismo con casi todas las mujeres de la ciudad. Era como si pensaran que había vuelto para robarles a sus maridos.

–Podría limpiar –le dijo a Melanie, consciente de que era inútil.

–Te he dicho que no –dijo Melanie–. No tengo ninguna vacante. Nadie en la ciudad tiene vacantes.

Aquélla era la última oportunidad de Ivy y no insistiría tanto de no necesitar dinero tan desesperadamente.

Se dio media vuelta para marcharse.

–En la ciudad, no –dijo Bob–, pero tengo entendido que Noah Ballenger está buscando jornaleros.

A pesar de que estaba de espaldas, oyó el comentario de Melanie.

–Ivy es modelo. ¿No lo sabes? Ella ya no se relaciona con granjeros ni con gente como nosotros. No sabe de las faenas de un rancho. Las cosas han cambiado.

Desde luego que así era, pensó Ivy mientras se dirigía a la puerta. Su mundo se estaba viniendo abajo. Había perdido todo lo que importaba.

–Lo intentaré. Gracias, Bob –logró decir.

–Estúpido. Noah no va a contratarla –dijo Melanie al salir Ivy del restaurante.

Ivy sabía que eso sería lo más probable.

«Tengo que intentarlo», pensó mientras tomaba la carretera en dirección al rancho de Noah Ballenger.

CAPÍTULO 1

NOAH Ballenger apretó el auricular del teléfono con fuerza.

–¿Qué quieres decir con que Ivy Seacrest está de camino para pedir trabajo como jornalera? ¿Le dijiste que estaba buscando a alguien? Bueno, pues dile que no. Deberías saber que no puedo contratarla. Ella no encaja aquí y no hay nada que una mujer como ella pueda hacer. No me importa que se criara en Tallula. Cuando vivía aquí era una princesa y desde hace diez años es una cotizada modelo internacional. No sé qué es lo que busca, pero no lo tengo ni lo tendré.

Era demasiado tarde para retirar lo que se había dicho. Ivy ya estaba de camino y nadie en el pueblo sabía cómo localizarla. Noah tendría que hacer el papel de malo y decirle que no.

Frunció el ceño y colgó. ¿Ivy Seacrest? De ninguna manera.

Noah apenas había tratado con Ivy cuando vivía allí. Se había ido del pueblo al cumplir los dieciocho años. Lo poco que sabía era que Ivy era cuatro años menor que él y que tenía una extraña belleza que hacía que la gente se girara a mirarla y por la que cualquier hombre del pueblo habría matado. Noah había sido la excepción. Había pasado sus años de juventud aprendiendo a llevar el rancho que desde hacía generaciones había pertenecido a su familia. Cuando Ivy había sido lo suficientemente mayor como para fijarse en ella, él se había ido a la universidad y se había enamorado de la mujer equivocada.

Un antiguo y casi olvidado dolor se mezcló con una sensación de traición y Noah no hizo nada para impedirlo. Tenía que recordarlo porque debido a su mala experiencia con Gillian, había hecho cosas de las que se arrepentía. Y todo porque se había olvidado de que el rancho Ballenger era su mundo y la herencia que iba a dejarle a su hija.

Ivy Seacrest era una exótica intrusa de otro mundo. No encajaba en aquel pueblo que vivía del ganado. No sabía por qué estaba en Tallula cuando ni siquiera había vuelto cuando la muerte de su padre ocurrida un año antes. Tampoco tenía ni idea de por qué quería trabajar en un rancho. Quizá fuera un truco publicitario, algo relacionado con su carrera como modelo.

Ni lo sabía ni le importaba y de ninguna manera iba a permitir que se quedara en su rancho. Ya había tenido suficiente en lo que a mujeres se refería. Una de ellas le había roto el corazón. Otra lo había traicionado a él y a su hija porque había cambiado de opinión respecto a ser la esposa de un ranchero.

Había acabado con todo eso y no quería saber nada de mujeres.

–Da media vuelta a tu bonito trasero y lárgate, Ivy –murmuró.

Pero haría lo que tenía que hacer. Y lo que tenía que hacer en aquel momento era quitarse de encima a Ivy Seacrest.

***

Ivy se quedó mirando la casa del rancho y casi tropezó. Intentó no pensar en lo que estaba a punto de hacer. Aquél era un mundo al que había jurado no volver. Era un entorno lleno de duros y tristes recuerdos.

«No hay otra opción. Hazlo», se había dicho.

Era fácil de decir, pero antes tenía que conseguir que Noah Ballenger la contratara y estaba segura de que no iba a ser sencillo. Quizá fuera imposible.

«No, no puede ser imposible. No voy a dejar que me detenga sólo porque no le guste».

No era broma que a Noah no le gustase. Había sido el único hombre al que no le había gustado mientras había vivido allí. Al menos, nunca se había fijado en ella, lo que, por aquel entonces, era prácticamente lo mismo.

Tampoco caía bien a las mujeres. Era evidente por la cantidad de veces que la habían rechazado en los últimos días al pedir un puesto de trabajo. Pero tenía que trabajar. Por muchos recuerdos trágicos y dolorosos que le trajera, trabajar en un rancho era la única cosa que sabía hacer después de desfilar.

Una sensación de pánico se apoderó de ella al volver a estar en un rancho. Su padre había vivido obsesionado con su rancho sin importarle nada más, ni siquiera la salud de su esposa. Presa de los malos recuerdos, Ivy siguió andando. A veces había que pasar por el infierno para liberarse y aquel trabajo en el rancho era su billete para salir del pueblo que había matado a su madre. Noah Ballenger era su única esperanza.

Ivy aceleró el paso.

«Acaba con esto. Termina. Trabaja hasta que consigas el dinero suficiente y luego huye tan rápido como puedas».

Casi corrió hacia la puerta. Allí, se detuvo para respirar hondo. Probablemente Melanie habría llamado a Noah para advertirle de que Ivy estaba de camino, por lo que con un poco de suerte, lo encontraría en la casa.

Aun así, Ivy se quedó pensativa. Después de llegar a la puerta, una sensación de temor la asaltó. Se había criado en el rancho de su padre y se había sentido atrapada, como si le hubieran robado su personalidad. Ahora, estaba dispuesta a volver a esa clase de vida. ¿Estaba loca?

«No, estoy desesperada. Llama a la puerta y di lo que tengas que decir para conseguir el trabajo. Esto es algo temporal. No será como la última vez».

Estaba preparándose mentalmente cuando la puerta se abrió de par en par y apareció en la entrada un hombre grande, de anchos hombros. Noah Ballenger era más alto que la mayoría de los hombres. Era como un muro. Grande, imponente, de pelo oscuro y, por la expresión de sus ojos, no parecía muy contento de verla.

Quería cerrar los ojos y regresar a Nueva York. Sin embargo, se quedó donde estaba. Tragó saliva y trató de recuperar el control de sus latidos y de su respiración.

–Hola –logró decir, alargando la mano–. Probablemente no me recuerdes. Soy Ivy Seacrest. Viví en el rancho Seacrest Shores. Tengo entendido que estás buscando jornaleros y vengo a ofrecerme para el puesto.

Ivy trató de esbozar una sonrisa profesional. Debería resultarle fácil. Su sonrisa había sido su tesoro. Pero Noah la estaba mirando como si fuera algo… desagradable. Aquella sonrisa no parecía estar funcionando.

–Recuerdo a tu familia –dijo con cierta calidez en su tono.

Ivy se preguntó qué sería lo que recordaba.

–Bob Pressman me ha dicho que estás buscando jornaleros. Me gustaría presentarme al puesto.

La miró con aquellos ojos, conocidos en el pueblo por atraer a las mujeres. Se sentía atrapada y sobrecogida por su mirada. Su corazón latía con fuerza. Pero tenía la impresión de que Noah iba a intentar deshacerse de ella cuanto antes.

–Quizá podamos hablar de esto en tu despacho –sugirió Ivy, extendiendo la mano y confiando en que la dejara pasar.

Noah se movió, pero hacia delante, bloqueándole el paso y haciendo que sus dedos rozaran su pecho.

Él se quedó mirando su mano, sin inmutarse. Ivy podía sentir el calor de su piel a través del algodón de su camisa. Su respiración se aceleró. Había algo muy viril en aquel hombre, algo salvaje bajo aquella fachada.

Noah Ballenger iba a ser un hombre difícil de convencer y eso no era bueno. Ivy estaba acostumbrada a manipular a la mayoría de los hombres y aquéllos con los que no había podido, la habían destrozado.

–Disculpa, lo siento. Yo… –dijo apartando la mano.

–¿Por qué? –preguntó él–. ¿Para qué quieres un trabajo aquí? Las malas lenguas dicen que odias los ranchos. Sé que te fuiste en cuanto conseguiste un contrato como modelo gracias a tu físico. No trates de convencerme de que sientes cariño por tu tierra.

Ivy volvió a mirar aquellos ojos color ámbar, tratando de no reaccionar ante la referencia de Noah a su físico. Su aspecto era lo único con lo que podía contar, pero las cicatrices que ahora tenía eran un constante y doloroso recuerdo del día en que lo había perdido todo. Para su sorpresa, Noah había dejado de fruncir el ceño. Su expresión delataba sus ganas de saber por qué estaba allí. No quería darle explicaciones, pero parecía que no iba a tener otra opción.

–Ya no soy modelo.

Se había acostumbrado a decir aquellas palabras, así que podía pronunciarlas sin transmitir emoción alguna en su voz, aunque el miedo de no tener modo de ganarse la vida estaba ahí.

Noah se quedó mirándola unos segundos y ella sintió que la intensidad de su mirada la desnudaba. Deseaba bajar la cabeza y ocultar lo que estaba viendo. El modo en que observaba las cicatrices de su rostro estaba a punto de hacerle perder la compostura. Tenía tendencia a revivir aquellos terribles momentos de dos años atrás.

«No, no pienses en ese día».

De alguna manera, consiguió arreglárselas para sostener su mirada y se obligó a no recordar las cosas tan horribles que la habían llevado a la puerta de Noah Ballenger.

–Eso sigue sin explicar tu repentino interés por los ranchos cuando antes los odiabas.

Empezó a sentir pánico. No quería hablar de sus motivos.

–Eso, ¿qué más da? Lo importante es que puedo hacer el trabajo.

–Depende –dijo él–. Si dudara de que un hombre pudiera hacer bien el trabajo que dice poder hacer bien, haría muchas preguntas.

Ella se quedó quieta, mirando aquellos ojos. Él no cedió, así que Ivy apartó la mirada.

–Estoy aquí porque tengo que pagar los impuestos del rancho de mis padres, de mi rancho, y no tengo el dinero.

–Y quieres quedarte con él.

Ella sacudió la cabeza. No, odiaba ese rancho. Llevaba allí unos días y no había dejado de tener amargos recuerdos.

–Quiero vender el rancho, pero tengo que pagar los impuestos antes.

¿Sería evidente la desesperación en su voz? ¿Acaso ya no le quedaba orgullo?

No mucho. Había perdido su orgullo junto a su hijo, su marido y su carrera en aquel accidente de coche dos años antes, pero no quería contárselo a aquel hombre.

–Lo siento, pero no quiero hablar de ello. Tienes derecho a preguntarme por qué quiero este trabajo y la respuesta es la misma que le he dado a otras personas: necesito trabajar y conozco la vida en un rancho.

–La odias y se nota.

No podía negarlo. Aunque le dijera que había ganado el premio al Mejor Jornalero del año, seguiría sin creerla.

–¿Por qué no buscas un empleo en el pueblo? No puedes trabajar aquí.

–Me esforzaré –prometió.

–No he dicho que no tuvieras que hacerlo.

–Entonces, contrátame. He oído que necesitas a alguien.

–Necesito a alguien fuerte.

–Soy fuerte.

Por unos segundos, pensó que iba a sonreír. Se había pasado la mano por la mandíbula, como si quisiera ocultar la risa.

–Eres alta, pero necesito a alguien más corpulento.

–Comeré más.

Esta vez sí sonrió.

–Ivy…

–Puedo hacerlo, Noah.

–Lo siento, Ivy, pero encontrarás otra cosa. Necesito un hombre.

–Eso es discriminación y es ilegal.

–Entonces, demándame.

Como si no supiera que no lo haría. No podía. No tenía tiempo ni aunque tuviera el dinero para pagar a un abogado. Y si tuviera el dinero, ya habría pagado los impuestos y se habría marchado del pueblo.

–¿No vas a invitarme a pasar? ¿Podemos hablar de esto? Podrías… Ya sé, podrías hacerme una prueba. Déjame demostrarte…

–No –dijo interrumpiéndola–. Lo siento, Ivy. No puede ser. Adiós.

Dio un paso atrás y le cerró la puerta en las narices.

Ivy se quedó allí unos segundos. Estaba a punto de estallar de ira. Luego, se dio media vuelta y se marchó, sin dejar de caminar hasta que perdió de vista la casa.

«Olvídalo. Se ha acabado», pensó.

¿Qué iba a hacer?

Se detuvo y contempló los terrenos, los graneros, la maquinaria y las vallas. Todavía podía oír las palabras de su padre: «La tierra nunca te dará la espalda». Quizá no, pero le había robado una parte importante de su vida.

Allí quieta, mirando el rancho de Noah, más grande que el de su padre, recordó haber ayudado en los partos de los terneros y haber dado de comer al ganado en invierno. Todavía sabía hacer aquellas cosas y, haciéndolas, podría comprar su salida de Tallula.

Se giró de nuevo hacia la casa y recordó las últimas palabras de Noah: «No puede ser».

–Quizá no, Noah –susurró–. Pero no será porque no lo intente. Todavía no me has perdido de vista.

Noah se quedó mirando por la ventana, viendo a Ivy marcharse y sintiéndose el más imbécil del mundo. Caminaba orgullosa, pero había visto decepción en sus ojos antes de irse.

Eso no cambiaba nada. Llevaba viviendo en aquel rancho toda su vida. Era suyo desde que su padre muriera cinco años atrás y había contratado a un buen número de personas en ese tiempo. El rancho Ballenger era el legado que iba a dejarle a su hija cuando muriera. Aquella pequeña de dos años y medio llamada Lily era lo más importante para él. No podía arriesgarse con el rancho. Necesitaba gente capacitada trabajando allí y no alguien que odiara ese estilo de vida y que se fuera en el momento menos pensado, dejándolo en la estacada. Necesitaba alguien comprometido y sabía que no todo el mundo lo era. Prueba de ello era que tenía una hija cuya madre la había abandonado.

Era su deber proteger a su hija de ese tipo de personas. Así que, a pesar de que sentía lástima por los problemas económicos de Ivy, a pesar de que la admirara por tener las agallas de pedirle trabajo, no podía negar que aquél no era sitio para ella.

Mientras habían estado hablando, había estado observando. Era delgada, de aspecto frágil, aunque no sabía si se debía a sus años como modelo o a algo más. Lo que sabía era que no había lugar para esa fragilidad en un rancho. Le había pedido que la pusiera a prueba, mirándolo con aquellos enormes ojos azul violeta. También le había dicho que había dejado de ser modelo. Se había llevado la mano a la cara y se había dado cuenta de que tenía un pliegue junto a la nariz. No sabía el motivo de aquellas cicatrices, pero su cuerpo no parecía afectado.

Además de todo eso, no estaba hecha para aquella vida. No podía volver a equivocarse con una mujer. No sería capaz de soportar ese dolor. Pero sobre todo, no podía olvidarse de Lily.

Su hija y el rancho eran ahora su mundo. Ambos estaban por encima de sus deseos. Así que no podía dejarse llevar por un par de bonitos ojos, unas largas piernas o una larga melena.

Pero esperaba que Ivy encontrara pronto algún trabajo y que reuniera el dinero necesario. Así se iría y no correría el riesgo de sentir interés por ella.

Aquella noche después de cenar, salió con Lily al porche a ver la puesta de sol y vio a Brody llegar a la casa.

–Vengo de hacer unos recados. Todo el mundo comenta que Ivy Seacrest estuvo aquí hoy para pedir trabajo como jornalera –dijo Brody.

Noah recordó que Brody e Ivy eran de la misma edad.

–Olvídalo, Brody. No voy a contratar a Ivy. No quiero que tengas algo más bonito que las vacas que mirar. No va a volver.

Noah siguió pensando eso hasta que a la mañana siguiente se encontró a Ivy echando paja en los establos.

–Buenos días, Noah –le dijo.

El pelo de Ivy era de un color imposible de describir. Tenía mechones de color miel, mezclados con otros de color castaño y rubio. Sus ojos eran vivos y su sonrisa radiante. Noah se sintió como si hubiera recibido un puñetazo en el pecho, consciente de la mujer que tenía ante él. Se contuvo para no bajar la mirada a la camisa azul y a los vaqueros que tanto marcaban sus curvas.

–Buenos días, Ivy –dijo–. Si me devuelves el rastrillo, te acompañaré a la puerta. Ayer hablaba en serio.

La sonrisa de Ivy se congeló.

–Tenía que intentarlo –dijo–. No volveré a molestarte.

Demasiado tarde, pensó Noah. Estaba preocupado por ella, pero tenía miedo de volver a equivocarse con una mujer.

–Admiro tu tenacidad. Te deseo suerte.

Noah se dio la vuelta y se dirigió a Brody.

–Hice eso una vez. Dejé que Pamala fuera la mujer de un ranchero. ¿Y dónde está ahora? Está en California, tratando de convertirse en actriz. Ni siquiera se molestó en despedirse de Lily. ¿Qué le voy a decir a mi hija cuando quiera saber por qué su madre nunca viene a verla?

Brody palideció, pero no apartó la mirada.

–No puedes dejar que tu error con Pamala afecte tu vida y todo lo que haces.

Pamala no había sido ni su primer ni su único error con una mujer, pero eso no era asunto de Brody.

–Escucha –dijo Noah–. Ivy no va a trabajar aquí. Pediré a las mujeres de la ciudad que le faciliten algunas cosas básicas para que tenga comida y ropa. Pero no voy a darle trabajo. Es mi última palabra.

A pesar de lo que hiciera o dijese, nunca iba a formar parte del rancho Ballenger.

CAPÍTULO 2

LE HABÍA dicho a Noah que no volvería a molestarlo, así que ¿por qué estaba allí reparando una parte de la valla?

Ivy luchaba con su conciencia. Sabía que mantenerse alejada de aquel hombre mientras intentaba impresionarlo con su habilidad para hacer el trabajo era ir más allá del límite. Pero ¿qué podía hacer? Necesitaba dinero para sobrevivir. Si conseguía el dinero suficiente para pagar los impuestos, podría vender el rancho. Luego, podría esconderse una temporada. Así no tendría que enfrentarse a los periodistas que querían preguntarle acerca de la pérdida de Bo y Alden y de cómo el accidente había cambiado su vida. Habían pasado dos años, pero cada vez que una nueva modelo era descubierta, la prensa la buscaba para saber qué había sido de ella.

Había disfrutado de su vida como modelo y su físico le había proporcionado un trabajo honesto, pero cómo se sentía por haber perdido ese físico era… complicado. Sus cicatrices no eran sólo el recuerdo de una vida que había amado y que ahora había perdido. Eran también el recuerdo de que no había podido hacer nada para salvar a su bebé y eso nunca podría ocultarlo bajo el maquillaje. Ella había sobrevivido mientras Bo había muerto. No podía perdonarse y tampoco quería hablar de ello. Necesitaba permanecer en el anonimato y conseguir el dinero suficiente para desaparecer.

Así que sí, se sentía culpable por su comentario impulsivo, pero no podía darse por vencida. Tomó los alicates, estiró el alambre y puso la grapa en su sitio.