El anarquismo y otros ensayos - Emma Goldman - E-Book

El anarquismo y otros ensayos E-Book

Emma Goldman

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Beschreibung

Emma Goldman (1869-1940) fue, junto con Rosa Luxemburgo, la revolucionaria más importante de finales del siglo XIX y primera mitad del XX. Luchadora indomable de ideología anarquista, tan admirada como temida, Goldman tuvo una vida azarosa con motivo de sus ideas y su beligerancia, que hacen de ella una fuente fundamental para el activismo social, estudiantil y feminista y la lucha política tanto del siglo XX como de nuestros días. Su admiración por el empuje del anarquismo español y la actividad de figuras como Ferrer Guardia la llevó a mantener una relación especial con nuestro país. El anarquismo y otros ensayos (1910) -libro que, en palabras de la autora, debe «hablar por sí mismo»- reúne sus puntos de vista y sus propuestas acerca de asuntos fundamentales en la lucha social ayer como hoy, como la violencia política, las instituciones carcelarias, el patriotismo frente a la libertad, las iniciativas pedagógicas, la libertad -sexual, institucional, de sufragio- de la mujer, y el poder del teatro como divulgador de las ideas. Introducción de Ana Muiña

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Seitenzahl: 366

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Emma Goldman

El anarquismo y otros ensayos

Traducción de Alejandro Pradera

Índice

Emma Goldman, la persistencia de la rebeldía

El anarquismo y otros ensayos

Prefacio

El anarquismo: lo que significa realmente

Minorías contra mayorías

La psicología de la violencia política

Las cárceles: crimen y fracaso social

El patriotismo: una amenaza para la libertad

Francisco Ferrer y la Escuela Moderna

La hipocresía del puritanismo

El tráfico de mujeres

El sufragio femenino

La tragedia de la emancipación de la mujer

El matrimonio y el amor

El teatro moderno: un poderoso divulgador del pensamiento radical

Créditos

Emma Goldman, la persistencia de la rebeldía

Emma Goldman junto a Rosa Luxemburg han sido, internacionalmente, las dos revolucionarias más importantes de finales del siglo XIX y del XX; una, en el campo anarquista, y la otra, en el socialista. Sus vidas corrieron en paralelo, las dos combinaban pensamiento y acción, eran casi de la misma edad, judías, nacidas en los confines anexionados al Imperio ruso, encarceladas en múltiples ocasiones y exiliadas en varios países. Sus huellas conducen a otra precursora del siglo XVIII estimada por ambas activistas, la escritora y filósofa feminista Mary Wollstonecraft. Mujeres irrepetibles.

La notoriedad de esta «anarquista de ambos mundos» –como la definió quien fuera secretario general de la CNT, José Peirats, en su libro biográfico sobre Emma Goldman– emerge con prontitud. Repasando minuciosamente la prensa norteamericana, de 1888 a 1922, impacta comprobar la cantidad de primeras planas de los grandes periódicos de varios Estados dedicadas a Emma, con su nombre compuesto por las cajas tipográficas como titular a cinco o seis columnas e ilustrando las informaciones con su rostro dibujado a tinta o grabado. The Evening World (Nueva York, 4 de octubre de 1893) informa de que «la reina de los anarquistas neoyorquinos» (como la prensa la apodó) está siendo enjuiciada. El presidente Teddy Roosevelt la llamó «loca... una pervertida tanto mental como moral», argumentos de peso en línea con otras barbaridades que profería: «Los anarquistas son los enemigos de la Humanidad, de toda la Humanidad, y su grado de criminalidad es más profundo que ningún otro». El diario The New York Times dijo que era una «extranjera malévola... separada de la masa de la humanidad». The San Francisco Call la describió como una «criatura despreciable... [una] serpiente... incapaz de vivir en un país civilizado». El Gobierno de Estados Unidos, en 1917, no dudó en tildarla de «la anarquista más hábil y más peligrosa de la nación». Cruzando el océano, en la prensa española de 1937 (en el quincenal de actualidad antifascista Mi Revista) se afirmaba con acierto que era «la mujer más destacada del anarquismo internacional». Emma, huyendo siempre por causas económicas y políticas de su país de origen, Lituania, había vivido en San Petersburgo, Alemania, en varias ciudades de Estados Unidos, y durante periodos residió en Viena, la URSS, Suecia, Francia, Inglaterra, España, Canadá… Era admirada y temida en todo el mundo con igual vehemencia.

Muchas feministas norteamericanas del underground de finales de los años sesenta e inicios de los setenta crecieron oyendo hablar en sus casas de una mujer «de armas tomar», a la que llamaban «Emma la roja», aludiéndola a veces en tono peyorativo y, en otras, como una figura de leyenda.

A finales de la década de 1950, cuando, desde diversos sectores de la sociedad norteamericana se ensalza la prosperidad basada en el consumo y «el fin de las ideologías», en oposición, algunos jóvenes universitarios «radicales» comienzan a redescubrir a Emma Goldman y a dar una nueva dimensión a las múltiples facetas de esta extraordinaria luchadora.

Richard Drinnon será uno de los primeros, dedicándole su tesis doctoral en 1957 y, posteriormente, un libro donde amplía lo investigado, convertido en un referente: Rebel in Paradise: a Biography of Emma Goldman (University of Chicago Press, 1961). El historiador quedó fascinado por su personalidad y sus ideas, aunque reconocía que, en su ignorancia y petulancia juvenil, al inicio de sus investigaciones Emma le resultaba rimbombante para ser una mujer y que el anarquismo le parecía una especie de chifladura política.

Y fue Drinnon quien reeditó, con una apuesta gráfica muy sesentera, y prologó una obra de Emma que él consideraba valiosa, olvidada durante décadas entre los polvorientos anaqueles de algunas viejas bibliotecas: Anarchism and Other Essays (Nueva York: Dover Publications, 1969), que es la que ahora se presenta.

El rescate de Goldman fue imparable con la emergencia de los nuevos movimientos sociales, particularmente el estudiantil y el de la emancipación de las mujeres, aunque también contribuyó el underground o el Mayo del 68. La revolucionaria llegó a convertirse en un icono del «rojerío» norteamericano. Su nombre, su retrato y sus palabras estaban por todos lados (serigrafiadas y rotuladas en camisetas, banderolas, chapas, carteles…), recordándola como una gran agitadora y teórica de la libertad. Era tal el tirón que tenía, que incluso la famosa frase que todo el mundo le atribuye –«Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa»– jamás la pronunció; fue una invención para comprimir sus amplias reflexiones al respecto en un escueto eslogan de marketing, eso sí, alternativo, que cupiera en el anverso de unas camisetas. El lema ficticio se sigue reproduciendo más de 50 años después.

El colectivo Students for a Democratic Society (SDS) –nacido en 1960 en el campus universitario de Michigan y luego en Berkeley, feminista y opositor la guerra de Vietnam, de donde salió la Weather Underground, conocidos como The Weathermen, homenajeando una canción de Bob Dylan– comenzó a interesarse por la historia del anarquismo y del radicalismo en Estados Unidos: los mártires de Haymarket en Chicago, a quienes recordamos en todo el mundo cada Primero de Mayo obrero; los Wobblies, el sindicato anarquista y socialista revolucionario que organizó en 1912 la huelga textil de Pan y Rosas en Lawrence (Massachusetts), uno de los gérmenes del 8 de Marzo; sus miembros se aprendieron las canciones «protesta» de Joe Hill; se lamentaban por las ejecuciones de los inocentes Sacco y Vanzetti, equiparándolas a las injusticias cometidas con los anarquistas de Chicago; y lo sabían todo a cerca de Emma Goldman, Mother Jones y Lucy Parsons, las pioneras.

Fueron los miembros de la SDS quienes, tomando como referente a Emma Goldman, divulgaron el concepto de la democracia participativa u horizontal, cuestionando el derecho al voto parlamentario basado en ilusiones sobre dónde reside el poder real. También fundamentaron su aversión al capitalismo y al militarismo, y volvieron a recuperar el movimiento Free Speech [‘Libertad de expresión’], impulsado por ella. No es anecdótico indicar que la procedencia de los miembros del SDS era mayoritariamente judía como la de Emma, quien tuvo una solidaridad particularmente específica con el pueblo judío. De hecho, muchas de sus conferencias las daba en yidis, la lengua que sobrevivió al exterminio judío, y se consideraba a sí misma «una judía errante».

Esta simpatía hacia Emma en relación con su pensamiento libertario y a sus orígenes judíos igualmente se evidencia en otras grandes figuras de la contracultura norteamericana con la misma identidad cultural y lingüística que ella, como Noam Chomsky, Abbie Hoffman y los yippies, y Howard Zinn, quien nos ha dejado Emma: A Play in Two Acts, una obra de teatro puesta en escena en 1976. Zinn la describe así: «Emma parecía incansable mientras viajaba por el país dando conferencias, en todas partes, a grandes audiencias sobre el control de la natalidad (“una mujer debe decidir por sí misma”), sobre los problemas del matrimonio como institución, sobre el patriotismo (“el último refugio de un sinvergüenza”), sobre el amor libre (“¿qué es el amor, si no es libre?”), y también sobre el drama en literatura (Shaw, Ibsen, Strindberg)».

El cine se hizo eco de la importancia social que tuvo y, entre mediados de los setenta y el inicio de los ochenta, aparecen varios filmes exitosos donde la escritora anarquista tiene personaje; y tampoco es casual la procedencia judaica de sus creadores. En Ragtime de Milos Forman, basado en una conocida novela con el mismo título de Edgar Lawrence Doctorow, escrita en 1975, se reconstruye la ebullición social de la ciudad de Nueva York de 1902 a 1912. Emma Goldman aparece vinculada a la famosa actriz y modelo Evelyn Nesbit, quien recibió una fuerte suma de dinero para hacer frente a unos juicios que no podía afrontar económicamente y, en vez de usarla, se lo donó a Emma, quien posteriormente se la entregó al periodista y activista John Reed. También aparece en pantalla en Hester Street, de la directora Joan Micklin Silver, que cuenta la historia de los inmigrantes judíos que llegan a Nueva York en 1896. Aunque de todas ellas, la más conocida en el Estado español sea Reds (Rojos, 1981), dirigida, producida, escrita y protagonizada por Warren Beatty, con Maureen Stapleton en el papel de Emma, nominada a varios premios.

¿Pero quién fue realmente Emma la roja?

Emma Goldman era una fuerza de la naturaleza. No conocía el miedo. La rebeldía se había manifestado en su carácter desde pequeña. Nacida en 1869, la vida que llevó era impensable para la hija de una familia judía de clase media-baja de Kaunas, Lituania, entonces anexionada al Imperio ruso. Una niña ignorada por su madre y a la que su padre, gerente de una posada, maltrataba, golpeaba y castigaba con crueldad. Igualmente le negaba el acceso a los estudios secundarios, a pesar de su notable inteligencia. Cuando Goldman le pidió permiso para seguir instruyéndose, el padre-padrone arrojó sus libros al fuego, gritándole: «Todo lo que una hija judía necesita saber es cómo preparar el pescado gefüllte, cortar bien los fideos y darle al hombre muchos hijos»1.

La familia se traslada a San Petersburgo en busca de una vida mejor. Su padre trabaja como gerente de una tienda de ultramarinos. En su casa se hablaba yidis y ruso. En la ciudad de los canales y ríos, Emma toma conocimiento de la causa nihilista que defendían Nekrasov, Turguénev, Chernishevsky, Vera Zasulich, Sofia Perovskaia y otras muchas personalidades que renegaron de su origen aristocrático uniéndose al pueblo para que tomara conciencia de su deplorable situación; por eso se les conocía como naródnik (‘ir al pueblo’). La joven pudo informarse de la represión zarista contra estos círculos revolucionarios donde militaba su tío materno y, también, quien años más tarde sería uno de sus mejores amigos, Kropotkin. Nuestra protagonista, con 17 años, trabajaba duramente en una fábrica de corsés y luego en otra de guantes, sufriendo la explotación como las demás obreras.

Emma era una de esas mujeres fuertes que no se dejan dominar por nadie, ni siquiera por un progenitor autoritario, que además intenta casarla por la fuerza siendo una adolescente. «No me sometería a sus planes, quería estudiar, conocer la vida, viajar», recordaba en sus memorias, alegando páginas más adelante: «nuestro mutuo antagonismo, en mí se había convertido en odio». Y, resueltamente, sin pensarlo, huye del asfixiante ámbito familiar y del antisemitismo imperante en la Rusia de los Romanov.

Con ilusión, parte con su hermana Helene hacia el paraíso americano de la libertad. Llega a Estados Unidos en 1885. En 1887 ahorcaban en Chicago a Albert Parsons, August Spies, Adolf Fischer y George Engel (Louis Lingg se suicidó en su celda para no ser ejecutado), los llamados Mártires de la plaza de Haymarket. Este impacto marcaría el derrotero que iba a seguir en su vida. El paraíso americano se le revelaba, de golpe, tan infernal como el zarista. Se quedó espantada de que la «libre y democrática América», equiparándose a las «corruptas y opresoras monarquías de Europa, como Alemania, Rusia o España», enviara a la muerte a aquellos inocentes. Ese era el paraíso capitalista. Los asesinados acabaron por decidir el ideario revolucionario y anarquista de Emma Goldman. Con el resplandeciente entusiasmo tan característico de su naturaleza decidió dedicar toda su energía a la emancipación de la esclavitud asalariada. Su labor periodística en la prensa obrera comienza en este momento. De agosto y diciembre de 1889 colabora en el conocido periódico The Freiheit, de Johann Most, para organizar la conmemoración de los Mártires de Chicago. Le siguieron cientos de cabeceras hasta que decide fundar su propia revista, Mother Earth, en 1906, hecho que no le impidió seguir publicando en los medios anarquistas de todo el mundo.

Se establece en Rochester, ciudad del Estado de Nueva York, en la casa de su hermana Lena. Como tantas otras inmigrantes, cose para ganarse la vida de 10 a 14 horas diarias (la promulgación de jornada laboral de las 8 horas extensiva a la clase obrera la consiguieron las prolongadas luchas anarquistas años después). Sufre el acoso sexual de sus patronos. Comprueba la pasión norteamericana que existía por el dinero y, a la par, la explotación despiadada hacia las gentes trabajadoras, en su mayoría migrantes de otros países más empobrecidos.

Contrae matrimonio y, aunque dura un año, la experiencia le resulta tan importante –«la vida se volvió insoportable»– como para no repetirla. Respecto a su separación matrimonial diría: «fui inmediatamente condenada al ostracismo por toda la población judía de Rochester. No podía ir por la calle sin sentirme despreciada y acosada. Mis padres me prohibieron entrar en su casa y, de nuevo, sólo Helene se mantuvo a mi lado». Comienza a escribir sobre el tema, primero en The Firebrand, en su artículo periodístico de 1897 «Marriage» (‘Matrimonio’) donde concluye: «El matrimonio, la maldición de tantos siglos, la causa de los celos, el suicidio y el crimen, debe ser abolido si deseamos que la generación joven crezca como hombres y mujeres sanos, fuertes y libres».

Más adelante volverá sobre este asunto en «El Matrimonio y el amor» (1910): «El matrimonio y el amor no tienen nada en común: están tan separados como los polos: y en realidad, son antagónicos entre sí. […] Que el matrimonio es un fracaso es algo que no niegan más que los muy estúpidos. No hay más que echar un vistazo a las estadísticas sobre divorcios para darse cuenta del fracaso tan amargo que es en realidad el matrimonio».

Para escapar de este escándalo, su hermana le pagó, de sus escasos ingresos, el billete a Nueva York. En 1889, con 20 años, sola y sin conocer a nadie salvo a su tía, se instala en el gris-sucio East End, el Lower East Side neoyorquino, uno de los barrios más míseros de entonces, repleto de gentes inmigrantes y la zona de las fábricas textiles que ardían demasiado a menudo con las obreras dentro, como la Triangle Shirtwaist Factory. Se une al movimiento anarquista de los inmigrantes judíos, asociándose con el veterano y conocido anarquista alemán Johann Most, y el mucho más joven Alexander Berkman, Sasha, inmigrante judío ruso como ella. Con ambos practica las relaciones de «amor libre», aunque con Berkman estaría unida hasta su muerte. La pareja de amantes y amigos, en 1892, creía ciegamente en el rebelde resurgir de la clase obrera americana. Y Sasha jugó un papel decisivo en otra lucha obrera clamorosa: Homestead2.

En Homestead, Pensilvania, existía una empresa siderúrgica del magnate Henry Clay Frick quien, al declararse una huelga en 1892, recurre a los famosos detectives y matones rompehuelgas Pinkerton (el ojo que nunca duerme era su emblema); tampoco duda en avisar al Ejército, que comete una masacre. Emma y Sasha deciden que, para llamar la atención sobre aquel suceso sangriento cuya víctima era, como siempre, la clase obrera, debían acabar con la vida del magnate. Pero no tenían dinero para afrontar la acción. Siempre andaban sin un mísero dólar. Berkman y Emma, por fin, consiguen reunir el dinero para hacerse con una pistola y viajar a Pensilvania, pero únicamente tienen para un billete. Sasha, con nula destreza en el manejo de las armas, sólo hiere al empresario y tampoco consigue tragarse el veneno que llevaba preparado para matarse, pues preveía que le iban a detener y condenar a muerte. Le caen 21 años de presidio aunque finalmente pasa 14, y cientos de polizontes siguen el rastro de la intrépida Emma. Su opinión sobre el ilegalismo, la mal llamada «propaganda por el hecho», quedaría plasmado en varios escritos, entre otros, en «La psicología de la violencia política» (1917).

Emma no dejaba de darle vueltas al asunto monetario para comprar el arma de fuego. En un momento desesperado –relata José Peirats– «piensa en Sonia, la heroína de Crimen y castigo, de Dostoyevski, que se prostituyó para socorrer a su familia. Y piensa en el sacrificio de las heroínas nihilistas. Una noche de julio de 1892, cubierta de burdas galas, se lanza por la Calle 14 a la caza del cliente. En el momento preciso, vacila, y la empresa se reduce a un estéril vagar hasta horas avanzadas. Cuando al fin se decide, el escogido es un sesudo puritano que se limita a hacerle un discurso edificante y para que “rehaga su vida” le regala 10 dólares». Emma, entonces tenía 23 años, y aunque personalmente nunca se ganó la vida con su cuerpo, sí conocía a sus vecinas prostitutas, sus padecimientos y su generosidad. Cuando era perseguida por la policía o le negaban el alojamiento, hechos que sucedían muy a menudo, sólo las prostitutas del barrio le daban cobijo. Esa proximidad con la explotación sexual de las mujeres y su simpatía hacia quienes la padecían revertió en una obra clave para ciertos sectores de los movimientos feministas de los setenta e incluso en la actualidad: «El tráfico de mujeres» («The Traffic in Women», 1910), que se recoge en el presente volumen. En este texto argumenta que la principal causa de la esclavitud «blanca» es la explotación capitalista, en todas sus formas, siendo la prostitución una de las más penosas. Goldman hace una crítica brillante, como hizo de igual modo «la Rosa roja»3, al papel que han desempeñado las iglesias cristianas en el fomento y mantenimiento histórico de la prostitución. Emma equipara el matrimonio con la prostitución, argumentando que en ambos casos las mujeres son vendidas y tratadas como esclavas. De otro lado, subraya que el doble rasero que rodea a la sexualidad masculina y femenina presiona a las mujeres que realizan actividades sexuales fuera del matrimonio a una vida de prostitución: «así la sociedad crea las víctimas de las que después intenta deshacerse en vano». En otro escrito dirá: «La hipocresía del puritanismo», insiste sobre estos argumentos.

La pensadora radical irá a prisión en 1893, acusada por la Corte penal de Nueva York de incitación a la revuelta. El veredicto marcó un precedente, al ser la primera mujer en Estados Unidos condenada a prisión por delitos políticos con penas dilatadas. La prensa cubrió la información ampliamente. El diario The Evering World, del 4 de octubre de 1893, abría sus páginas afirmando que: «Emma Goldman no parece peligrosa. Es pequeña, tiene una tez suave, clara, y un rostro lleno de inteligencia. Conversa fluidamente. Cuando habla, su cara se ilumina y resulta prácticamente hermosa, a pesar de la pronunciada y extraña forma de la barbilla y de la mandíbula inferior».

Encerrada en la cárcel de Blackwell’s Island, cuidó de las enfermas hospitalarias con los rudimentarios conocimientos que el doctor de la prisión le daba, y se hizo cargo de la sala de enfermería con 16 camas, así como de la distribución de alimentos a las enfermas reclusas. Sus amistades le llevaban libros y en la prisión había una biblioteca. Tuvo la oportunidad de estudiar a fondo el idioma inglés y su literatura. Otro gran conocedor del movimiento anarquista estadounidense, Paul Avrich (Anarchist Portraits, 1988), indica que Emma se familiariza con los grandes escritores norteamericanos. En Bret Harte, Mark Twain, Walt Whitman, Thoreau y Emerson encontraría grandes tesoros. Profundiza en las obras de Nietzsche y de Ibsen, del que será una gran especialista y traductora. Sale de Blackwell’s Island en agosto de 1894, convertida en una mujer de 25 años, más madura y transformada intelectualmente.

Las prisiones, según Emma, fueron su escuela de aprendizaje. «Todo se mezclaba en una parodia fantasmagórica y burlona de oscuridad y desesperación». «En la soledad y el aislamiento de la celda –añade– uno encuentra el valor para enfrentarse a la desnudez de la propia alma. Sí se sobrevive a la prueba, no te hiere tan fácilmente la desnudez de otras almas». Reconoce que «en los últimos 20 años de mi actividad pública siempre había tenido hasta el último minuto la incertidumbre de si me estaría permitido hablar o no, o si dormiría en mi propia cama o sobre una tabla en la comisaría».

Ante ese desasosiego de no saber si visitaría el calabozo o no, siempre iba provista de un pequeño maletín donde guardaba una muda, los productos de higiene básicos y un libro. Sus periplos se recogen en su ensayo «Las cárceles: crimen y fracaso social», aparecido originalmente en Mother Earth, y luego en El anarquismo y otros ensayos.

A mediados de 1896, vuelve a tener problemas con la policía. Emma siempre estuvo muy pendiente de lo que sucedía en las tierras de España; admiraba el empuje obrero y la determinación del anarquismo español. La activista, en colaboración con los grupos anarquistas italianos y españoles, organiza una fuerte campaña para protestar y manifestarse en el Consulado español de Nueva York, con motivo de los procesos militares a 87 anarquistas catalanes muy destacados, como Teresa Claramunt, y de las torturas indescriptibles que les infligieron en la fortaleza de Montjuïc (Barcelona), a causa de la bomba del día del Corpus en la calle Canvis Nous. Hubo más de 400 detenciones y el escándalo transcendió internacionalmente, pidiendo la revisión del juicio hasta 1898. Nuestra protagonista ya era una famosa oradora, conocida por hablar con claridad y fino sarcasmo. Así que en el transcurso de dicha manifestación le preguntan: «¿No cree que se debería matar a alguien de la delegación diplomática española en Nueva York como venganza, dadas las graves torturas que se han cometido?». Ella, precavida por si era un policía infiltrado quien la interpelaba, contesta provocativamente: «No, no creo que ninguno de los representantes españoles en Nueva York sea lo suficientemente importante como para que se le mate, pero, si estuviéramos en España ahora, mataría a Cánovas del Castillo». Sería otro anarquista, Michele Angiolillo, quien le tomaría la palabra. Y después del atentado en el balneario guipuzcoano de Santa Águeda, en el que pereció el presidente del Consejo de Ministros, Emma no tendría un minuto de respiro, acosada por los periodistas y la policía.

Desde su salida de prisión en octubre de 1894 había estado atendiendo a las mujeres y niños de su barrio paupérrimo y en el Hospital Beth Israel como enfermera no titulada. Viaja a Europa para estudiar medicina en Viena, en el Hospital General. Quería ser una gran enfermera y comadrona. Obtiene dos títulos en 1896, uno de obstetricia y otro de enfermería. En esta ciudad escucha un ciclo de conferencias de Sigmund Freud: «Su sencillez y seriedad, y su mente brillante se combinaban para darle a uno la sensación de ser guiado desde un sótano oscuro a la luz del día. Por primera vez, capté la gran importancia de la represión sexual y sus efectos sobre el pensamiento y las acciones humanas». Asiste a todo tipo de eventos culturales, disfrutando especialmente con la ópera de Wagner y las interpretaciones de Eleonora Duse. Lee sin parar a los modernos, profundizando en «la magia del lenguaje de Nietzsche».

Antes de llegar a la ciudad del Danubio da una serie de conferencias en Holanda, Inglaterra y Escocia. De sus charlas en Londres recuerda: «Me hice famosa rápidamente; en cada mitin la multitud era cada vez más numerosa». En esta ciudad residían exiliados un buen número de anarquistas. Conoce a Louise Michel, la famosa comunera: «su sonrisa era tan tierna que ganó mi corazón inmediatamente». Contacta con Errico Malatesta, una persona «muy amable», aunque por cuestiones idiomáticas hablaron poco. Y se encuentra con su admirado teórico del comunismo libertario: «Mi visita a Piotr Kropotkin me convenció de que la verdadera grandeza siempre va unida a la sencillez. Él era la personificación de ambas. La lucidez y brillantez de su mente se combinaban con su bondad para formar, en un todo armonioso, una personalidad amable y fascinante». La amistad con el príncipe anarquista que «renunció a su linaje como sucesor directo del trono de Rusia», permanecerá de por vida. En 1901, Kropotkin fue invitado por el Instituto Lowell de Boston a dar una serie de conferencias sobre la literatura rusa, de la que era considerado en su tiempo como uno de los máximos especialistas. Era su segunda gira americana, con miles de asistentes en sus encuentros, generaba mucha expectativa en el movimiento anarquista. Emma Goldman escribió a Kropotkin antes de su viaje comentándole que podía organizarle una serie de conferencias y logró obtener su consentimiento. Todas las conferencias fueron recogidas y publicadas en Nueva York cuatro años después –sospechamos que con el apoyo de Emma– en un libro: La literatura rusa, los ideales y la realidad4.

Emma Goldman sigue viviendo su vida. Durante la guerra hispano-estadounidense, el espíritu chovinista, el patriotismo exacerbado alentando la guerra estaba en un punto álgido. Para contrarrestarlo y, al mismo tiempo, recaudar fondos en apoyo al movimiento revolucionario cubano, se une a sus compañeros anarquistas latinos exiliados en Norteamérica, entre otros al español Pedro Esteve y a los italianos Gori, Merlino y Ferrara. En 1899 se embarca en otro viaje prolongado, terminando en la costa del Pacífico. Las repetidas detenciones y acusaciones, marcarán cada gira de propaganda.

En noviembre del mismo año emprende una segunda gira de conferencias por Inglaterra y Escocia. Cierra el viaje en París acompañado de su amigo, el escritor checo-estadounidense Hippolyte Havel. La pareja se queda un mes en la ciudad conociendo a fondo la cultura y los círculos anarquistas franceses. «Pero –explica Emma– también había venido a París por otro propósito. Era hora de empezar el trabajo preliminar para el congreso». Ambos asisten y participan activamente en el llamado Primer Congreso Internacional anarquista, en septiembre de 1900. Este encuentro importante –que se llevaba preparando desde el entorno libertario un par de años antes como alternativa a los congresos socialistas, aprovechando la Exposición Universal en París–, realmente tuvo el nombre de Congreso Revolucionario Internacional de París, aunque investigando al respecto, en otros documentos de la época, también aparece como Congreso Internacional de Librepensadores, organizado por la Federación Internacional de las Sociedades de Librepensadores. Goldman lo cita como el «Congreso Neomalthusiano», relatando que «las sesiones tendrían que ser secretas, pues el Gobierno francés prohibía cualquier intento organizado de limitar la natalidad». Efectivamente, el Gobierno francés del que formaba parte el ministro socialista Millerand lo prohibió, persiguiendo por todo París a los cientos de delegados internacionales que pudieron llegar. La asistencia fue escasa, con no más de una docena de delegados en cada sesión.

Hippolyte Havel sostiene, en la semblanza biográfica y la introducción a los textos de Emma Goldman en la edición original de este volumen (Anarchism and Other Essays, 1910), que dicho «Congreso de 1900 se celebra en casa de un camarada a las afueras de París». Un dato ampliamente obviado es que ese camarada que cedió su casa era Francisco Ferrer y Guardia, exiliado en París desde hacía años. Podemos afirmar que Goldman y Ferrer entablan contacto en este momento. Otras pocas sesiones se celebraron en los locales de la logia masónica del Gran Oriente Francés, del que Ferrer era un miembro destacado. Alguno de los puntos del orden del día de los debates eran: el feminismo, la coeducación de los sexos y la libertad sexual. Se aprueba crear la Federación Universal de la Liga de Regeneración Humana, cuya «Memoria» se había llevado para ser debatida, defendiendo la maternidad consciente y libre.

A partir de este Congreso librepensador, racionalista y neomalthusiano, Emma, en todas sus conferencias, añade, cuando no se lo prohíben, el tema de la igualdad y la coeducación de sexos, y el control de la natalidad. Las campañas impulsadas por ella y Margaret Sanger en Estados Unidos (como las que en Inglaterra iniciaron Mary Stopes y Dora Russell y antes en Francia, Nelly Roussel) se convirtieron en el gran movimiento «Birth Control», perseguido con penas de cárcel por la Ley Comstock5.

Las resoluciones aprobadas en dicho Congreso coincidían con los planteamientos de La Escuela Moderna que Ferrer pondría en marcha en Barcelona al año siguiente.

En el ámbito pedagógico, a Emma le habían impactado «los nuevos esfuerzos en el terreno de la educación, conocidos como la Université Populaire, que eran respaldados casi exclusivamente por anarquistas». También la escuela que fundó Louise Michel en Londres; el orfanato de Cempuis, de Paul Robin; o las Parrafadas populares –Causeries populaires– de Albert Libertad y sus grupos de educación. Pero los centros de La Escuela Moderna habían tenido una propagación increíble, extendida internacionalmente por el impune encarcelamiento de Ferrer junto a José Nakens y su posterior ejecución en 1909 por el Gobierno monárquico de Maura bajo la instigación de la Iglesia.

«Para perpetuar el trabajo y la memoria de Francisco Ferrer», Goldman con 22 anarquistas y otra gente afín ponen en marcha en su barrio, el Lower East Side (St. Mark’s place), The Modern School (conocida como Ferrer School y, también, Ferrer Center) en enero de 1911, patrocinada por la Asociación Francisco Ferrer, muy activa desde 1910.

The Modern School fue el centro del Dadaísmo neoyorquino, incluso antes de denominarse como tal. En esta escuela libre, creada para personalidades inconformistas e innovadoras, estudió Man Ray, representante máximo del dadá norteamericano, y expondría por primera vez, mostrando sus trabajos. Admirador y amigo de Emma Goldman, Ray colaboró como portadista y grafista en la emblemática publicación Mother Earth, «un mensual dedicado a la ciencia social y la literatura» dirigido por Emma, que mantuvo en pie de 1906 a 1917, cuando la policía la incautó. La redacción estuvo en el Lower East Side y el Village. El centro se convirtió en un lugar de encuentro de radicales, inmigrantes y bohemios. Las clases eran gratuitas, el célebre profesorado no cobraba, y se impartía arte, pintura, filosofía, política e historia, ciencias naturales, sociología, sexualidad, o inglés para inmigrantes. Se daban conferencias sobre literatura, había grupos de discusión y de teatro. El plantel del profesorado y conferenciantes asociado a la Ferrer School era de lujo, Emma Goldman y Alexander Berkman disertaban sobre filosofía anarquista; Isadora Duncan daba talleres de danza; Elizabeth Gurley Flynn exhortaba sobre mujeres y sindicalismo wobbly; Margaret Sanger difundía las teorías del control de la natalidad y los medios anticonceptivos; Eugene O’Neill y Lola Ridge leían poesía; John Reed, Jack London y Upton Sinclair impartían clases de literatura; Clarence Darrow, de derechos civiles; Manuel Komroff, de teoría del guion; Louise Bryand conferenciaba sobre periodismo y la liberación de las mujeres... Los reputados pintores Robert Henri y George Bellows, también fundadores de Ashcan School, dieron clase a Man Ray, Max Weber, Clara Tice y Edward Hooper, entre otros jóvenes que luego tendrían renombre internacional. En la Ferrer School también estaba el poeta y escultor, además de activista anarquista, Adolf Wolff, que enseñaba francés, implicado en el dadaísmo desde su génesis, al igual que otra profesora, Adon (Donna) Lacroix. Man Ray trabó amistad con dos pintores franceses exiliados, Francis Picabia y Marcel Duchamp. Los tres quedaban para tomar copas y debatir en el bar de la Ferrer. Finalmente, los tres junto con la ceramista Beatrice Wood comenzaron a dar forma al primer núcleo dadá en 1915, el mismo año en que asesinan a Joe Hill, el poeta cantor de la clase trabajadora6.

Son unos años frenéticos. Mientras activa la Ferrer School, Emma decide acopiar una serie de artículos, que anteriormente habían ido apareciendo en Mother Earth, para dar cohesión divulgativa a sus principales planteamientos vitales y teóricos. Ya estaba funcionando la sección de publicaciones «Mother Earth publishing association» y lo aprovecha para editar El anarquismo y otros ensayos. Este contiene unas notables contribuciones a lo que significa en la práctica el anarquismo y, también, el anarca-feminismo, con aportaciones trascendentales como «La tragedia de la emancipación de la mujer», «El sufragio femenino» y los otros textos que hemos citado. La fecha de publicación es un año posterior a la que figura impresa en el libro: 1910. En la edición original, Hippolyte Havel escribe su introducción en diciembre de 1910, por tanto el libro salió a la calle en enero de 1911. La obra tuvo gran acogida, la segunda edición revisada apareció ese mismo año, 1911, en Nueva York y Londres a la vez. La tercera edición revisada es de 1917. Está disponible en la Universidad de Berkeley. Proliferan las traducciones a otros idiomas, incluido el chino y el japonés (Anãkizumu: shin ni museifu shugi wa nani o kiso to shite iru ka, 1932). En España sus textos comienzan a publicarse hacia 1930, como «La tragedia de la emancipación femenina», editado por la editorial de la revista valenciana Estudios en su colección «Los pensadores».

Emma nunca tuvo una vida tranquila. En palabras de otra pionera legendaria, Voltairine de Cleyre, caracterizando a Emma Goldman después de su encarcelamiento en 1893: «El espíritu que anima Emma Goldman es el único que emancipará al esclavo de su esclavitud, al tirano de su tiranía; es el espíritu que se atreve a sufrir».

Durante la Gran Guerra fundó la Liga contra la Conscripción militar, hizo públicas sus convicciones criticando el conflicto por considerarlo un acto de imperialismo: «Ninguna guerra se justifica si no es con el propósito de derrocar el sistema capitalista y establecer el control industrial de la clase trabajadora […]. El baluarte más grande del capitalismo es el militarismo». Recién acabada la Gran Guerra, fue la redactora del programa de La Liga por la Amnistía de los Prisioneros Políticos, entre 1918 y el inicio de 1919, reclamando los derechos y la libertad de todos los prisioneros de guerra.

La detienen en 1916, por repartir folletos sobre los anticonceptivos. Vuelven a apresarla en 1917. Desde febrero de 1918 a fines de septiembre de 1919 volverá a estar entre rejas. El Gobierno federal cae sobre ella. En diciembre de 1919 la deportan a la Unión Soviética ilegalmente por la fuerza, junto con Beckman y otros 247 revolucionarios. Durante la audiencia en la que se trataba su expulsión, J. Edgar Hoover, que era el presidente de la misma y el primer director del BOI (el precedente del FBI, del que también fue director, y años después el responsable de la caza de brujas macarthista), calificó a Emma como «la mujer más peligrosa de América».

La URSS, el paraíso proletario por el que había organizado multitud de campañas de ayuda, la desilusiona por completo (Dos años en Rusia, 1923, Mi desilusión en Rusia, 1925). Ella y Berkman habían recorrido la Rusia revolucionaria de extremo a extremo, Ucrania y el Cáucaso inclusive. Percibían cómo de los soviets autogestionados se iba pasando a escenarios dictatoriales. Comparten el hambre y la humillación con los humildes, y viven de cerca el drama brutal de Kronstadt. Conocen al ucraniano Nestor Majnó con su Ejército Negro de voluntarios guerrilleros anarquistas y la represión bolchevique que se cierne sobre ellos. Emma alega que «Trotski protesta demasiado» cuando el responsable del Ejército Rojo dijo que iba a abatir a los anarquistas como si fueran patos. En Moscú, Emma pierde además, uno tras otro, a dos de sus mejores amigos: John Reed, a quien cuidará como enfermera hasta su muerte en octubre de 1920, y a Kropotkin, al que despidió en su entierro multitudinario en febrero de 1921.

Hubo todavía un nuevo paraíso en la vida de Emma: la España de 1936. Un paraíso tan efímero como magnífico, el de la revolución social y las colectividades. En sus visitas a la España revolucionaria en guerra demostró una vez más no conocer el miedo. En diciembre de 1937, en las entrevistas y charlas, cuando le preguntaban por el asedio, el terror y las bombas que caían incesantemente sobre la población civil por primera vez en la historia de la humanidad, contestaba: «Si hay tanta gente que se expone a los bombardeos y los soporta, yo puedo hacerlo también».

De su estancia por las tierras de España, las grandes llanuras, cabe resaltar su apoyo y colaboración con la revista Mujeres Libres, de la organización anarca-feminista con el mismo nombre, su afecto hacia Lola Iturbe y la estrecha relación que mantuvo con Lucía Sánchez Saornil y la SIA (Solidaridad Internacional Antifascista), organización humanitaria de la que Lucía fue Secretaria General en 1938 y Emma Goldman representante de la misma en Inglaterra.

José Peirats –el biógrafo en lengua castellana de Emma, a quien conoció personalmente en Lérida en 1936–, la describe así en Emma Goldman, anarquista de ambos mundos (2011, primera edición en 1978): «Su rostro estaba marcado por el sufrimiento, con unas pupilas que, a través de sus gruesos lentes para corregir la miopía, se clavan en las pupilas de quienes la miramos». En su Diccionario del anarquismo, en la entrada correspondiente a Goldman, Peirats relata: «Al estallar la guerra civil española ofreció voluntariamente su ayuda a CNT-FAI. Hizo 3 viajes a este país en tanto que representante de aquellas organizaciones del exterior. Había puesto grandes esperanzas en la causa del pueblo español y cuando se produjo la derrota, la sacudió una crisis moral que la llevó a la tumba. Murió el 14 de mayo de 1940 en Toronto (Canadá). Fue enterrada al lado de la tumba de sus compañeros, los Mártires de Chicago. En la tumba hay un epitafio que dice: La libertad no descenderá al pueblo, el pueblo debe ascender por sí mismo a la libertad».

Este gran ser humano que fue Emma Goldman yace en el cementerio de Whalheim, en Chicago. En la inscripción de su lápida, durante años se ha podido ver, corregida a rotulador, el año de su defunción. Federico Arcos, el anarquista español exiliado en Toronto y gran admirador de Emma hasta su fallecimiento, cada vez que iba a visitarla, insistentemente ponía 1940 en vez de 1939, como está esculpido erróneamente en su tumba.

Ana Muiña

1. Emma Goldman (1995): Viviendo mi vida.

2. Véase, Louis Adamic (2017, orig. 1931): Dinamita. Historia de la violencia de clases en Estados Unidos, La Linterna Sorda Ediciones.

3. Véase, Ana Muiña (2019): Rosa Luxemburg en la tormenta, La Linterna Sorda Ediciones.

4. Piotr Kropotkin (2014, orig. 1905): La literatura rusa, los ideales y la realidad, La Linterna Sorda Ediciones.

5. Véase, Ana Muiña (2008): Rebeldes periféricas del siglo XIX, La Linterna Sorda Ediciones.

6. Véase, Ana Muiña (2016): Futurismo Dadá Surrealismo, La Linterna Sorda Ediciones.

El anarquismo y otros ensayos

Prefacio

Hace aproximadamente veintiún años escuché al primer gran orador anarquista: el inimitable John Most. Entonces me parecía, y siguió pareciéndomelo durante muchos años, que la palabra hablada lanzada entre las masas con aquella elocuencia tan maravillosa, con tanto entusiasmo y ardor, nunca podría borrarse de la mente y el alma humanas. ¿Cómo podía cualquier persona, de entre de las multitudes que acudían en masa a los mítines de Most, hacer caso omiso de su profética voz? ¡No me cabía duda de que la gente no tenía más que escucharle para desprenderse de sus antiguas convicciones y ver la verdad y la belleza del anarquismo!

En aquella época mi único gran anhelo era poder hablar con la lengua de John Most: ser capaz yo también de llegar de esa forma a las masas. ¡Ay, la ingenuidad del entusiasmo de la Juventud! Es el tiempo en que hasta lo más difícil no parece más que un juego de niños. Es la única parte de la vida que vale la pena. Pero, ¡ay! Esa época no dura mucho. Al igual que la primavera, el periodo del Sturm und Drang1 del propagandista da paso al crecimiento, frágil y delicado, que debe madurar, o bien morir, de acuerdo con su capacidad de resistencia frente a mil vicisitudes.

Mi gran fe en que la palabra hablada era capaz de obrar milagros, ya no existe. Me he dado cuenta de su incapacidad para hacer brotar el pensamiento, o siquiera las emociones. Paulatinamente, y no sin una gran lucha contra esa constatación, llegué a ser consciente de que la propaganda oral es, en el mejor de los casos, poco más que un medio de sacudir a la gente de su letargo: no deja una impresión duradera. El propio hecho de que la mayoría de la gente únicamente asiste a los mítines si previamente ha sido espoleada por el sensacionalismo de la prensa, o porque piensa que va a divertirse, es una prueba de que en realidad las personas no tienen una necesidad interior de aprender.

Con la modalidad escrita de la expresión humana ocurre todo lo contrario. Nadie se tomaría la molestia de leer libros serios a menos que esté intensamente interesado en las ideas progresistas. Eso me lleva a otro descubrimiento que hice al cabo de muchos años de actividad pública. Es este: sea cual sea su nivel educativo, un alumno solo acepta aquello que su mente ansía. Es una verdad ya reconocida por la mayoría de los docentes modernos en lo que respecta a la mente inmadura. Yo creo que es igual de válida para los adultos. Es igual imposible crear anarquistas o revolucionarios que crear músicos. Lo único que se puede hacer es plantar las semillas del pensamiento. Que a partir de ahí se desarrolle algo vital depende sobre todo de la fertilidad de la tierra humana, aunque no hay que pasar por alto la calidad de la semilla intelectual.

En los mítines, el público se distrae con mil cuestiones secundarias. El orador, por muy elocuente que sea, no puede pasar por alto la inquietud de la multitud, con la inevitable consecuencia de que no logra llegar a lo más hondo. Con toda probabilidad, ni siquiera se hará justicia a sí mismo.

La relación entre el escritor y el lector es más íntima. Es cierto que los libros solo son lo que queremos que sean; mejor dicho, lo que leemos en ellos. Que podamos hacerlo viene a demostrar la importancia de la expresión escrita en contraposición con la expresión oral. Esa certeza es lo que me ha inducido a reunir en un libro mis ideas sobre distintos asuntos de relevancia individual y social. Representan las luchas de mi mente y mi alma a lo largo de veintiún años: sobre lo que he sacado en limpio tras muchos cambios y revisiones interiores.

No soy tan optimista como para esperar que mis lectores sean tan numerosos como las personas que me han oído hablar en público. Pero prefiero llegar a los pocos que realmente desean aprender que a los muchos que vienen a entretenerse.

En cuanto al libro, debería hablar por sí solo. Los comentarios explicativos no hacen más que restar valor a las ideas que se exponen. Sin embargo, me gustaría anticiparme a dos objeciones que sin duda se plantearán. Una tiene que ver con el ensayo El anarquismo; la otra, sobre Minorías contra mayorías.

«¿Por qué no dice usted cómo funcionarán las cosas bajo el anarquismo?» es una pregunta a la que he tenido que responder mil veces. Porque creo que el anarquismo no puede imponer sistemáticamente al futuro un programa ni un método blindados. La cosa contra la que tiene que luchar cada nueva generación, y la que menos es capaz de dejar atrás, es el lastre del pasado, que nos tiene a todos agarrados como dentro de una red. El anarquismo, por lo menos tal y como yo lo entiendo, deja libertad a la posteridad para desarrollar sus propios sistemas en concreto, en armonía con sus necesidades. Ni nuestra imaginación más vivaz sería capaz de prever las potencialidades de una raza liberada de limitaciones externas. Por consiguiente, ¿cómo podría nadie pretender trazar una línea de conducta para los que vendrán después? Nosotros, que pagamos muy caro cada bocanada de aire puro y fresco, debemos cuidarnos de la tendencia a encadenar el futuro. Si logramos despejar el terreno de la basura del pasado y del presente, dejaremos a la posteridad el legado más grande y más seguro de todas las épocas.