El ardid - Pedro Muñoz Seca - E-Book

El ardid E-Book

Pedro Muñoz Seca

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Beschreibung

El ardid es una comedia teatral del autor Pedro Muñoz Seca. Como es habitual en el autor, la pieza se articula en torno a una serie de malentendidos y situaciones de enredo contados con afilado ingenio y de forma satírica en torno a las convenciones sociales de su época.

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Seitenzahl: 115

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Pedro Muñoz Seca

El ardid

Estrenada en el TEATRO VICTORIA EUGENIA de San Sebastián, el día 5 de septiembre de 1921, y en el TEATRO ESLAVA de Madrid, el 10 de octubre del mismo año

Saga

El ardid Pedro Muñoz SecaCover image: Shutterstock Copyright © 1921, 2020 SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726508666

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

Esta obra es propiedad de su autor, y nadie podrá, sin su permiso, reimprimirla ni representarla en España ni en los países con los cuales se hayan celebrado, ó se celebren en adelante, tratados internacionales de propiedad literaria.

El autor se reserva el derecho de traducción.

Los comisionados y representantes de la Sociedad de Autores Españoles son los encargados exclusivamente de conceder ó negar el permiso de representación y del cobro de los derechos de propiedad.

______

Droits de representation, de traduction et de repro duction réservés pour tous les pays, y compris la Snóde, la Norvége et la H ô llande.

______

Queda hecho el dapóalto que marca la ley.

A mi buen amigo D. José Fabiani.

REPARTO

PERSONAJESACTORESVENTURA Catalina Bárcena. ISABEL Rafaela Satorres. PEPITA Milagros Leal. ELENA María Corona. ARTURO Nicolás Navarro. GONZALO Manuel Collado. ARROYO Carlos M. Baena. BARÓN Ricardo de la Vega. JUAN José Crespo. CARACALLAJUAN M. Román. ( 1 )

ACTO PRIMERO

Despacho en casa de Arturo Garcés. Un despacho tan elegante como serio; tal vez demasiado serio y sobre todo incómodo, porque no habrá en él ni una butaca, ni un sofá, n í un diván, ni siquiera un sillón que dé idea de comodidad.

La puerta de entrada estará en el foro y habrá una puerta en el lateral izquierda y dos en el lateral derecha. A ambos lados de la puerta del foro dos severas librerías. La mesa de despacho entre las dos puertas de la derecha, y en el primer término de la izquierda mesita con máquina de escribir. Todo del más exquisito gusto.

La acción en Madrid. Epoca actual. En el mes de octubre.

___

(Al levantarse el telón está en escena isabel escríbíendo a máquina. Isabel, que acaba de cumplir los veinte años, es la señora de la casa: una señora elegantísima y monísima.)

Isabei. (Terminando de escribir. ) «Por ser todo ello de justicia que pido. Madrid, nueve de octubre de...» ¡Uf!... Creí que esta demanda no se acababa nunca. (Se levanta y hace sonar un timbre. Luego ordena las cuartillas que ha escrito. Por la puerta de la izquierda entra en escena pepita , una doncella pizpireta, saltoncílla, marisabidilla y simpatiquísima. ) Pepita.

Pepita Señora...

Isabel ¿Hay alguien en el salón esperando al señorito?

Pepita (Muy pronunciado. ) Verélo. (Graciosamente sorprendida de lo que acaba de decir. ) ¡Ay! Verélo... ¡Qué cursi hemos amanecido! (Se acerca a la primera puerta de la derecha, la abre, se asoma y la vuelve a cerrar diciendo. ) No hay nadie, señora.

Isabel ¿Están ahí los escribientes?

Pepita No, señora. El señor Cardona está en la Audiencia; como el señorito tiene hoy vista...

Isabel ES verdad.

Pepita Y el otro..., el señor... (Muy nerviosa. ) Bueno, el otro...

Isabel El señor Arroyo.

Pepita Sí, señora. (Rechinando los dientes. ) El señor... Arroyo; ya sabe la señora que desde que terminó la carrera de abogado viene muy tarde porque se levanta a las doce, como si futra el Rey o el Papa.

Isabel Pepita.

Pepita Señora.

Isabel Ni el Rey ni el Papa se levantan a las doce: los dos madrugan.

Pepita Pues hacen el primo.

Isabel ¿Crees tú?

Pepita Si yo fuera reina o... papesa...

Isabel No digas disparates.

Pepita (Que nerviosamente está arreglando unos papeles de la mesa y los tiene en la mano. ) Perdone la señora, pero es que cuando hablo del señor Arroyo me pongo de un nerviosismo que..., pierdo los papelas.

Isabel Pues mira, no los toques; déjalos ahí por si acaso.

Pepita Hay que ver el pistazo que se da el muy necio porque ya es abogado. Nada, que se ha olvidado de que su padre es el portero del diez y ocho; y eso que no lo olvide, porque aunque se doctore, su padre será siempre el portero del diez y ocho. En cambio, el mío fué teniente de artillería. Esto se lo tengo yo que refregar por las narices.

Isabel Qué, ¿no vuelven ustedes a arreglarse?

Pepita ¡Por Dios, señora!... Primero el claustro. Lo nuestro no tiene arreglo; porque lo nuestro se acabó, como se acabó la guerra Europea, por causa de los Estados Unidos.

Isabel ¿Qué dices, criatura?

Pepita Digo que él era de la clac de Romea, cosa que a mí no me hacía gracia. Yo nunca aplaudí que él fuese de la clac, y un día me enteré de que se había puesto en relaciones con una artista yanke, que trabajaba allí; una tal Kati-Dam. ¿No la conoce usted? Esa tía rarísima que toca al mismo tiempo un piano y un violín.

Isabel ¿Al mismo tiempo?

Pepita Sí, señora: el piano lo toca con los dientes.

Isabel No puede ser, Pepita

Pepita ES que es de manubrio.

Isabel ¡Ya!

Pepita El me juró que lo de las relaciones no era verdad; pero le cogí un retrato de ella que decía: «A Decoroso Arroyo, su Kati»... y... (con sorda rab í a. ) ya supondrá la señora. (Como si rompiera de nuevo el retrato. ) ¡Ris, rás y rás! le coloqué unas calabazas que se las colocan a un submarino y no se hunde.

Isabel Se pondría furioso, ¿no?

Pepita No, señora; empezó a hacer chistes, que es lo que a mí me tiene con el hígado estofado. Porque mire usté, si él me hubiera pegao se lo hubiera agradecido, créame usted; pero eso de que me dijera que iba a recomendarme a una tía suya que tenía la solitaria porque yo no era una Pepita cualquiera sino una pepita de calabaza, eso no se lo perdono yo a élʼ ni a su padre, que es el portero del diez y ocho (Rie Isabel ) Y es que por hacer un chiste es capaz de jugarse la vida.

Isabel Sí; en eso tienes razón. El señorito dice que es una lástima que sea así. (Suena el timbre del teléfono y acude al aparato lsabel. ) ¿Quién?... Sí, soy yo.. ¡Ah! Matilde... Bien, muchas gracias. ¿Eh?... ¡Oh! Se lo agradezco muchísimo. Perfectamente… Adiós. (Deja el aparato. ) ¡Qué fino está el tiempo! La modista que se ha dado prisa en terminar el traje que le encargué, por si quiero asistir esta noche al Real, a esa velada que ha organizado la de Ciliéza.

Pepita ¿Piensa ir la señorita?

Isabel No deseo otra cosa. Me ilusiona muchísimo esa fiesta, pero como el señorito tiene tanto que hacer... Anda siempre tan atareado… Tú misma ves que apenas descansa.

Pepita La verdad es que no envidio a la señora. ¡Lleva la señora una vida!...

Isabel Mujer, cualquiera que te oyese...

Pepita ES que me da pena el ver a la señorita sin ir a ninguna parte, siempre entre estas cuatro paredes... (Rumor de voces dentro )

Isabel Calla, calla y mira a ver quién es.

Pepita (Desde la puerta del foro. ) Es el señorito Gonzalo; el cuñado de la señorita.

Isabel (Extrañada. ) ¿Tan temprano?

Pepita ¿Manda algo la señera?

Isabel No, nada. Cuando mande el vestido Matilde me avisas.

Pepita Sí, señora. (se va por la puerta de la izquierda. )

(Por la puerta del foro entra en escena gonzalo guerra , un hombre joven, muy elegante y con una gran cara de buenazo. )

Gon. Dios te guarde, Isabelita.

Isabel Hola, Gonzalo. ¿Pero qué es esto? ¿Cómo tú tan de mañana? ¿Ocurre algo?

Gon. No, mujer; que he tenido que ir al Banco a unas cosillas y me he citado aquí con tu hermana.

Isabel. Cómo, ¿pero también ha madrugado Ventura?

Gon. Sí; no tardará en venir. ¿Y tu marido?

Isabel En la Audiencia.

Gon. Tengo que felicitarle por su último éxito.

¡Qué bárbaro!... ¿Eh?

Isabel Sí.

Gon. ¡Haber ganado también ese pleito de las minas!... ¡Hay que ser un tío! Yo no he visto suerte semejante. ¡Qué bruto! Nada; que va de triunfo en triunfo. Ayer me lo decía pepe Carranque: «Este año no hay triunfos más que para Arturo y para Karukí».

Isabel ¿Quién es Karukí?

Gon. Un caballo que él tiene, que le ha ganado ya nueve carreas.

Isabel ¡Ah! Vamos. Ese pepe Carranque siempre tan exquisito.

Gon. Os quiere mucho. En el Casino decía a gritos que tu marido llevaba una carrera brutal. ¡Yo le tengo una admiración!...

Isabel ¿A Carranque?

Gon. ¡Quita, mujer! A tu marido. ¡Eso es trabajar y subir!... Yo, como no hago nada ni me ocupo de nada y me aburro como un ermitaño...

Isabel ¿Vas al Real esta noche, al festival de la Ciliéza?... ¿Eh?...

Gon. Claro, mujer. ¿Sabes tú de alguna fiesta a la que tu hermana no me lleve?

Isabel Hombre, lo dices en un tono como si te quejaras.

Gon. Y me quejo, Isabelita, me quejo. Esto no es vivir. Yocreo que debo tener por ahí... algún mote. Antes de comer, a la Castellana a las cuatro, a hacer visitas. que me cargan un horror; a las seis al té y luego al teatro. Por la noche a comer aquí o allá, o al teatro otra vez o a tal reunión o a cual baile... ¡Un aburrimiento! Ventura me considera como una especie de perro faldero que tiene que ir detrás de ellas a todas partes, y me tiene frito.

Isabel ¿Pero a ti qué es lo que te gustaría hacer?

Gon Mujer, a mí me gustaría trabajar como trabaja todo el mundo. ¿No tengo minas en el Norte? Pues en una de las minas. Yo sentado en mi despacho, manando a todo el mundo... (como si ya estuviera en su despacho díaponiendo de vidas y hacienda. ) A ver, usted, Larraillaga, coteste a esas cartas... Usted, Blendiocnechea, vea cómo están los cambios... Usted... Belastegoitia, dígame cuántas toneladas se han mandado a Inglaterra. ¡Trabajar, señor! Lo que se dice trabajarʼ y no hacer lo que hago.

Isabel Lo que son los caracteres. Tú por hacer esa vida no eres feliz, y yo no lo soy por hacer lo contrario.

Gon. (Asombrado. ) ¿Cómo? ¿Qué dices, Isabelita? ¿Que tú no?...

Isabel Hombre, es un decir; no hay que tomar las cosas por donde queman. En el fondo no puedo estar más satisfecha de mi suerte, pero...

Gon. ¿Te falta algo acaso? ¿No tienes un marido joven, guapo, noble, rico y que te quiere a cegar?

Isabel Como yo le quiero a él; vaya una cosa. No es de eso de lo que me quejo.

Gon. ¿No es un hombre de un mérito extraordinario reconocido por todo el mundo? Ya ves lo que dice Pepe Carranque...

Isabel No me lo vayas a repetir.

Gon. Pues ahí es nada, ser a sus años uno de los primeros abogados de Madrid: ganar cuanto quiere... Bien es verdad que se mata trabajando.

Isabel Eso es precisamente lo que le censuro. Bueno es trabajar, pero no deben exagerarse las cosas. Bueno que atienda a sus pleitos, que adquiera fama, que aumente nuestro patrimonio, pero no a costa de que él no descanse un momento y de que viva yo sacrificada.

Gon. ¿Tú?

Isabel ¿Acaso no conoces mi vida? ¿Ignoras que para mí no hay la menor diversión, que me paso meses enteros sin salir de casa? ¿Sabes a lo que tengo que apelar para distraerme? A copiar yo misma los escritos y los laudos de mi marido.

Gon. Eso debía enorgullecerte.

Isabel Y me enorgullece, pero mira, me aburre. Yo vivía de otro modo de soltera; iba al mundo, lo mismo que Ventura.

Gon. De tu hermana no hables.

Isabel ¿Por qué?

Gon. Porque esa... se ha casado conmigo.

Isabel ¿Acaso eres tú mejor que Arturo?

Gon. ¿Yo? Vamos, no digas burradas, Isabelita. Arturo es un hombre, qué digo un hombre, Arturo es un tío y yo soy un Juan de las Viñas. ¡Ojalá valiera yo lo que él! Pero por eso mismo, no debes aspirar a hacer con él lo que Ventura hace conmigo. ¡Tu marido!... ¡Sí, sí!... ¡Al instante hace Arturo de perro faldero como yo!

Isabel No digo tanto, pero podía, al menos armonizar el ejercicio de la abogacía y el complacerme a mí; como hacía en los primeros meses de casados. Ya ves, tengo unos deseos locos de ir al Real esta noche, ¿te apuestas algo a que no lo consigo?

Gon. ¡Bah! No exageres, mujer: te unes a nosotros y en paz.

Isabel Eso sí que no.

Gon. ¿Eh?

Isabel O voy con él o me quedo en mi casa. ¿Yo de esas mujeres que a los dos años de casadas van a todas partes con una hermana o con una amiga, porque el marido no puede acompañarlas? ¡Quiá hijo! Claro que si mi marido no me quisiera, ¿qué remedio me quedaría? ¿Pero, queriéndome? De ninguna manera. Si él no puede acompañarme yo no debo ir.

Gon. Lo que es la vida: unas con mucho y otras con nada. Tú sin poder hacer tu voluntad y en cambio tu hermana haciendo todo el santo día lo que le da la realísima gana.

Ven. (Que ha entrado en escena por la puerta del foro y se ha detenido al oir estas frases de Gonzalo. ) Porque se puede.

Gon. ¡Caramba!

Isabel ¿Ventura?

Ven. Buenos días. (Besa a Isabel. Esta Ventura es joven, guapa, elegante y una mujer muy pizpireta. ) ¿Qué estaba diciendo éste?

Isabel Nada. Hablábamos de la fiesta del Real.

Ven. ¿Qué, vas por fin?

Isabel Creo que no.

Ven. Como siempre. ¿Y lo sufres?... Hija mía eres una santa, pero una santa de palo pintado. Ya podía éste decirme a mí...

Gon. ¡Sí, sí!...

Ven. Por supuesto, que yo en tu caso... Mira, yo en tu caso... ¡¡Jesús!!

Gon. Haz el favor de no meter cizaña en los matrimonios.

Ven.