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Más de dos milenios después de que fuera escrito, El arte de la guerra sigue siendo uno de los tratados de estrategia militar más influyentes y, además, se ha revelado como una herramienta propicia en el ámbito de los negocios y de las relaciones interpersonales para toda persona que necesite conseguir su objetivo venciendo a un oponente. Entramado de máximas y aforismos de diversa autoría y procedencia, el texto resuena con cada lector de manera diferente y la utilidad de sus enseñanzas reside por completo en la interpretación que cada uno haga de ellas. La presente edición va precedida de un estudio que resulta iluminador respecto a la civilización de la antigua China y a todo lo que concierne a la obra, incluido el intento de desvelar el misterio sobre qué o quién nos habla tras la máscara del célebre «maestro Sun». Traducción e introducción de Gabriel García-Noblejas.
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Seitenzahl: 146
Veröffentlichungsjahr: 2022
Sun Tzu
El arte de la guerra
Traducción del chino clásico y estudio introductorio de Gabriel García-Noblejas Sánchez-Cendal
A mi hermano Miguel, claro.Y a mis primos Bosco y Eduardo.
CRONOLOGÍA DE LAS DINASTÍAS RELEVANTES1
Dinastía Shang 商
1750-1080 a.C.
Dinastía Zhou 周
a) Zhou Occidental西周
b) Zhou Oriental 东周
– Era de “Primavera y Otoño”
– Era de “Reinos Combatientes”
1080-221 a.C.
a) 1080-771 a.C.
b) 771-221 a.C.
771-481 a.C.
481-221 a.C.
Dinastía Qin 秦
221-206 a.C.
Dinastía Han汉
– Han Anterior
– Han Posterior
206 a.C.-220
206 a.C.-9
25-220
Tres Reinos 三国
– Dinastía Wei
220-265
220-265
Dinastía Jin Occidental 西晋
265-316
Dinastía Jin Oriental 东晋
317-420
Dinastías del Norte y del Sur 南北朝
420-589
Dinastía Sui 隋
581-618
Dinastía Tang 唐
618-907
Dinastía Song del Norte 北宋
960-1127
Dinastía Song del Sur 南宋
1127-1279
Dinastía Yuan 元
1279-1368
Dinastía Ming 明
1368-1644
Dinastía Qing 清
1644-1911
1 Autor: Julio López Saco, tomado y modificado levemente de G. García-Noblejas, editor, China. Pasado y presente de una gran civilización, Alianza Editorial, Madrid, 2012, pp. 29-30.
Conviene que el lector sepa cuanto antes que las frases y los párrafos que conforman la obra que se presenta no van trazando un desarrollo sostenido y argumentado. Lejos de haber sido escrito como un todo bien planificado desde la primera línea hasta la última, El arte de la guerra consiste en un montón de textos de diversa procedencia y autoría que, como ya decía hace siglos el erudito chino Liu Yin, de la dinastía Ming, se parece a «un montón de perlas tintineando por un plato». No espere el lector, por lo tanto, poder hacer una lectura al uso, como si fuera un libro estructurado como suelen estructurarse los ensayos, aunque lo parezca a primera vista, pues es una sucesión de frases, párrafos y capítulos que exponen los factores que intervienen en una guerra, las maneras de resolver un conflicto a nuestro favor, los modos de vencer a cualquier oponente a pinceladas sueltas.
El que sea una obra compuesta de aforismos más que de desarrollos, de máximas más que de exposiciones, aclara también el porqué de esa concisión y, a veces, indeterminación semántica de sus frases. No es –como se ha dicho– que el libro sea abstracto; es, simplemente, que el lector se enfrenta aquí a una serie de máximas mínimas, de máximas que nacen y mueren sin mucho desarrollo, como relámpagos que duran dos segundos; sentencias que dejan a veces con ganas de que el autor se explique un poco más. Pero no lo hace. El libro nos ha llegado así y así hay que leerlo.
Esta obra fue escrita para que la leyeran los generales chinos de hace unos dos mil trescientos años, no para los filósofos, ni los pensadores, ni el público en general; y tenía por objetivo el proporcionar a los generales una serie de conocimientos específicos que condujeran a sus ejércitos siempre a la victoria. Hoy día no sólo resulta útil a los generales –y la prueba está en que sigue siendo objeto de análisis y estudio en los cursos de Estado Mayor de numerosos países, como, por ejemplo, España–, sino también a todo aquel que se halle en la tesitura de tener que dirigir a un grupo de personas hacia la consecución de un objetivo, sea éste cual sea, venciendo a un oponente. Sus aplicaciones en el ámbito de los negocios, sobre todo gracias a los hongkoneses y japoneses desde mediados del siglo XX, son ya extraordinarias. Pero también lo son en muchos otros ámbitos de la vida cotidiana de miles de personas. La manera correcta de leer El arte de la guerra está en descubrir para qué nos resulta útil a cada uno.
A pesar de que su aplicación en la vida de cada lector moderno sea sin duda un factor importante en nuestra obra, en las siguientes líneas viajaremos al pasado y trataremos de contextualizarla en la historia y el pensamiento de sus tiempos para, así, entender en qué consistió su originalidad y valor y, quizá también, poder estimarla en una más justa medida.
Intentar desvelar quién escribió y cuándo El arte de la guerra nos servirá sin duda para aclarar dicha falta de estructura en nuestro libro. Para hacerlo, conviene empezar recordando, con el historiador chino del siglo XVIII Chang Hsüeh-ch’eng (1738-1801), que no «hay un solo ejemplo de escritura (individual) de libros en la Antigüedad»2 china, es decir, que ni El arte de la guerra ni ninguno de los demás grandes libros de la China clásica, es decir, ninguna de esas obras que tienen ya una dimensión universal, fueron escritos a título individual, por un solo hombre, por un autor único.
El proceso que culminaba en la formación de un libro era más o menos como sigue. O bien, una vez muerto un determinado maestro de pensamiento, los discípulos coetáneos o posteriores ponían por escrito las anécdotas y pensamientos del maestro, sus teorías, sus observaciones, a veces citando palabra por palabra y a veces resumiendo o describiendo; o bien una serie de autores de una misma escuela iban escribiendo textos sueltos que terminaron atribuyendo a un maestro más bien inventado.
Fuera como fuere, con o sin maestro de carne y hueso, lo que nos interesa destacar es que el conjunto de textos sueltos de una escuela iba creciendo con el paso de los años, iba rehaciéndose, recortándose, aumentándose, corrigiéndose, hasta que, en un momento de difícil determinación, alguien –a veces archiveros imperiales, a veces no– juntaba todos aquellos fragmentos bajo un título. A partir de entonces, sobre todo a partir de la dinastía Han Posterior (25-220 d.C.), pero no siempre, se transmitían en una sola versión. Y lo habitual es que, ya en la dinastía Song, se hicieran las primeras ediciones impresas, unitarias y estables, fijadas ya para la posteridad.
Se ve, por tanto, que los libros no solían nacer enteros y cerrados, sino que se asemejaban a cajones en los que iban depositándose, casi sedimentándose, fragmentos, frases y textos de escuela hasta que, en un determinado momento, se “editaban”, se los hacía circular escritos a pincel sobre varillas de bambú cosidas con hilos entre los miembros de la escuela en cuestión fundamentalmente; o, dinastías después, ya hacia el siglo x d.C. y tras la invención de la imprenta, en papel.
El lector comprenderá ahora por qué resulta casi imposible encontrar una sola gran obra que, con anterioridad al año 221 a.C., haya sido escrita por un solo autor. El “libro” no era algo que tuviera un principio y un fin prefijados desde el momento de su gestación, porque los libros no se escribían de principio a fin siguiendo un esquema previamente establecido por una sola mente, ni eran obra de una sola pluma, sino que se iban formando por acumulación de textos que provenían de diversas plumas y de distintos momentos históricos. El período de recopilación de todos esos textos y frases que luego terminarían formando un libro es, en consecuencia, difícil de determinar y muy extenso en muchos casos. Piénsese, por ejemplo, que el Libro de los cantos (诗经)3, la mayor obra de poesía de la civilización china, tardó en componerse más de cuatro siglos.
Se entenderá ahora por qué resulta poco o nada viable saber quién escribió las grandes obras de pensamiento de la Antigüedad, ni tampoco cuándo. Las excepciones existentes (como, por ejemplo, Los anales de Lü Buwei (吕氏春秋), terminado en 239 a.C.) confirman la regla. Hablar de los textos “del” maestro Zhuang o “de” Confucio es ciertamente arriesgado si no erróneo, ya que tales libros no eran de Confucio ni del maestro Zhuang en el sentido actual de la expresión, sino obra de un variado, extenso y nutrido grupo de seguidores del confucianismo y del taoísmo, respectivamente. Eran obra de los miembros de la escuela. Eran libros de anónima autoría colectiva.
El título es el tercer aspecto que querríamos comentar. La mayoría de los títulos de entonces son, simplemente, el nombre del maestro que se consideraba fundador de la escuela en cuestión. Por ejemplo, el título del libro en que se recogieron los textos de la escuela del maestro Guan no es otro que Maestro Guan (官子) o Libro del maestro Guan. El maestro Guan no los escribió todos y acaso ninguno, pero llevan su nombre como marca distintiva, como seña de identidad de escuela.
El último paso en la existencia de las grandes obras de la Antigüedad consistía, como es previsible, en su fijación definitiva, edición y transmisión. Quién y cuándo desempeñara tal tarea es una incógnita en el caso de ciertas obras, aunque no de todas. En consecuencia, lo normal es ignorar cuándo empezaron a existir, con exactitud y en forma de libro, muchas de las grandes obras de pensamiento chinas de la época4. Sabemos con seguridad, no obstante, que durante la dinastía Han (206 a.C.-220 d.C.) se llevó a cabo una profunda labor de investigación, recuperación y edición (¿o deberíamos decir reedición?) de los textos antiguos, y que se fijaron entonces muchas de las ediciones que han llegado hasta nuestros días.
El cuarto y último factor que nos ayudará a comprender mejor por qué hay tal nebulosa rodeando los conceptos de autoría y fecha de composición de obras semejantes al Arte de la guerra es que carecemos de textos originales de la época, de ediciones cercanas a los “autores” o, al menos, a la época de composición de los libros. Tales ediciones prínceps sólo han sido conocidas en el último siglo gracias a los arqueólogos chinos. Exhumados en tumbas, dichos hallazgos librescos nos ayudan a confirmar si los textos que nosotros leemos actualmente son iguales a los que leían los chinos de entonces, o diferentes. El Libro del Tao (道德经) es un buen ejemplo en la medida en que ahora, tras los descubrimientos de la arqueología del siglo XX, sabemos que durante las dinastías Zhou y Han circuló en distintas versiones; tanto es así que hay quien prefiere hablar de los libros del Tao, en plural, en vez del libro del Tao, pues ya es palmario que en la Antigüedad no se transmitía una sola edición, sino varias y distintas, que no había “un” Libro del Tao sino varios5, y nada nos asegura que no se vayan a encontrar más en otras tumbas en el futuro.
Dicho todo lo cual, y viniendo ya a la obra que ahora nos interesa, no sorprenderá al lector saber que es probable que el genial estratega llamado “Sun Tzu” o “maestro Sun” jamás existiera, como veremos a continuación. Ni tampoco sorprenderá saber que, si existió y escribió algo en su vida, seguramente jamás escribió la totalidad del libro que hoy presentamos y probablemente ninguna de sus partes. Y, en fin, tampoco llamará la atención que debamos descartar que fuera escrito en el siglo VI a.C., como se creía tradicionalmente, y que debamos pensar, más bien, que El arte de la guerra es una obra que fue compuesta como lo fueron casi todas las demás de su época, es decir, por acumulación de textos que diversas personas escribieron a lo largo de varias décadas y que, en un momento determinado, quedaron reunidos establemente bajo el título «孙子兵法»6 o, simplemente, «孙子» (que significa ‘Maestro Sun’7). Desde luego, las características estructurales y lingüísticas del libro que aquí presentamos son lo suficientemente reveladoras y contundentes como para estar seguros de que su composición siguió los pasos que acabamos de describir, es decir, que fue compuesto por acumulación en un período que abarca al menos cien años.
Entonces, ¿cuándo se compuso El arte de la guerra y quién lo hizo? La obra se fue formando a lo largo de la segunda mitad de la dinastía Zhou, es decir, el período llamado “Zhou Oriental”, y se terminaría de componer en los años que reciben el nombre de “Era de los Reinos Combatientes” (481-221 a.C.). Dataciones más exactas, que debemos a Bruce E. Brooks, proponen con notable solidez los años 345 al 272 a.C. como fechas para la composición de sus distintos capítulos8, aunque hay autores que apuestan por dataciones más antiguas9.
¿Qué sabemos del putativo autor, el maestro Sun, cuyo nombre completo es Sun Wu? Prácticamente nada más que lo que nos narra de él la magna Historia general (史记), obra de Sima Qian (145-86 a.C.), y esta escasez de datos es notablemente extraña; dado que Sun Wu habría sido el autor de un gran clásico de estrategia, además de un victorioso general de la China clásica al servicio del rey He Lü († 496 a.C.) del reino de Wu, cuyo ejército habría conducido a una antológica victoria sobre el poderosísimo reino de Chu, lo lógico habría sido encontrar muchas menciones de él en textos como Los comentarios de Zuo (春秋左转, s. IV a.C.). Pero no es así. No hay ni una.
Sólo Sima Qian, una de las mayores plumas de la Antigüedad de Asia Oriental, le concedió unas líneas en su capítulo 65. Pero la biografía que ahí hizo del maestro Sun tiene unos rasgos tan anecdóticos, impresionistas y legendarios que más parece ficción que realidad. Las conclusiones de estudios modernos, como los de Jens Østergård Petersen10, muestran que «maestro Sun» no era más que una rúbrica bajo la que no había sino nada, humo: una figura de leyenda, el nombre al que se atribuía el más alto conocimiento alcanzable de las cosas de la guerra.
Pero no sólo sinólogos europeos modernos como J. Ø. Petersen han expresado sus dudas acerca de la autenticidad histórica del maestro Sun; ya hicieron lo mismo autores chinos hace ochocientos años, a finales del siglo XII y comienzos del XIII en plena dinastía Song. Voces como las de Ye Shi (1150-1223) y Chen Zhensun (c. 1262) dudaban que hubiera existido tal persona, de que hubiera vivido tan atrás en el tiempo y de que hubiera escrito El arte de la guerra con argumentos de notable solidez11. Sun Wu, el reputado general y autor de nuestro libro, no habría escrito nuestra obra. No sabemos quién lo hizo. Pero sí sabemos que el nombre no era el hombre.
A pesar de desconocer cuándo y quién escribió El arte de la guerra con exactitud sí sabemos que circulaba en el siglo II a.C. en una versión prácticamente igual a la actual. La prueba no es otra que un ejemplar de El arte de la guerra que se desenterró en 1972 en una tumba de las excavaciones de Yingqueshan, actual provincia de Shandong12. La tumba en que se encontró el ejemplar en cuestión está datada entre 140 y 118 a.C. Es la edición más antigua con que contamos por ahora.
En otra tumba, datada en el siglo i a.C., situada en la actual provincia de Qinhai y que recibe el nombre de Shang Sunjia Zhai, se encontraron también diversos fragmentos de libros de temática militar. No hay en dicha tumba otro ejemplar de El arte de la guerra, sino una buena cantidad de textos militares donde figura con frecuencia el maestro Sun, o, más exactamente, donde vemos muchas frases a él atribuidas de la misma manera en que nuestro libro comienza cada capítulo: «Dijo el maestro Sun». Según el paleógrafo chino Li Ling, ninguna de dichas frases atribuidas al maestro Sun en estos textos aparece en El arte de la guerra13; de lo que se deduce que en la dinastía Han Anterior (206 a.C.-9 d.C.) existían diversos textos sueltos atribuidos a una figura a la que se llamaba “maestro Sun”.
Y sin duda hubo más copias diferentes en circulación, ya que la primera traducción que se hizo de nuestro libro a una lengua extranjera (al tangut, en el siglo XII) muestra claramente que el original de aquella traducción era distinto de nuestro original.
La primera copia impresa de nuestro libro data de finales de la dinastía Song y se publicó, junto a otros clásicos de estrategia militar, bajo el título Los siete libros militares (武经七书)14, siendo emperador Shenzong (r. 1068-85). Dicho emperador incluyó nuestra obra, con las otras seis, en lo que actualmente llamaríamos cursos de Estado Mayor, pues decretó que era requisito para formar parte de los mandos del ejército el haber estudiado a fondo Los siete libros militares.
Pero antes de que existiera esta copia impresa, hubo otras muchas copias de los trece capítulos que constituyen nuestro libro, lo que muestra la gran importancia que se le fue concediendo con el paso de las dinastías ya desde la dinastía Han Posterior (25-220 d.C.). En todas las copias encontramos notas aclaratorias al texto original; notas cuyo número va en aumento y cuya autoría se debe a notables eruditos ya de lo militar, ya de lo histórico. Y tantas han llegado a ser las notas a lo largo de los siglos que actualmente ocuparían veinte veces más espacio que el propio libro. Pero nada hay en ello de excepcional; anotar libros al reeditarlos era un hábito en China y se hacía con las obras más memorables.
No nos detendremos en hablar de todos los anotadores, pero sí aclararemos que en la última dinastía, la Qing, Sun Xingyan estableció la edición que se transmitió durante siglos con los anotadores principales, que pertenecen a dinastías sucesivas anteriores y que son los siguientes: Cao Cao (finales de la dinastía Han), el caballero Meng (dinastía Liang, de las Dinastías del Sur), Li Quan (c. 750, dinastía Tang), Jia Lin (finales del siglo VIII), Du You (735-812, dinastía Tang), Du Mu (803-852, dinastía Tang), Chen Hao (finales de la dinastía Tang), Mei Yaochen (1002-1060, dinastía Song del Norte), Wang Xi (c. 1082, dinastía Song del Norte), He Yanxi (finales del siglo XII) y Zhang Yu (Song del Sur). Pero hubo más ediciones y más anotadores en dinastías posteriores a la Song cuyas obras se han perdido.
Sólo destacaremos entre dichos anotadores al general Cao Cao (155-220). Es una figura notable en la Historia Militar de China, ya que dio comienzo al período histórico de los Tres Reinos y fundó la dinastía Wei (220-265). Y es una personalidad igualmente notable en el mundo de la estrategia, pues editó nuestro libro y le añadió las –en nuestra opinión– más valiosas notas que se le hayan puesto.
