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En un asentamiento minero fronterizo, dos jóvenes salen de las excavaciones y no regresan. Su caballo, sin jinete y angustiado, finalmente regresa al pueblo, lo que despierta la alarma. Se organiza una partida de búsqueda, que incluye a un soldado y a un minero experimentado, para averiguar qué ha sucedido. Su viaje les lleva a través de un accidentado bosque, pasando por un terreno siniestro, hacia una quebrada conocida como Bluemansdyke, donde las pistas comienzan a revelar un misterio aún más oscuro. El suspense va en aumento a medida que la partida sigue las huellas, descubre indicios de actos ilícitos y se acerca cada vez más a enfrentarse a las fuerzas desconocidas que están en juego.
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Seitenzahl: 41
Veröffentlichungsjahr: 2025
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En un asentamiento minero fronterizo, dos jóvenes salen de las excavaciones y no regresan. Su caballo, sin jinete y angustiado, finalmente regresa al pueblo, lo que despierta la alarma. Se organiza una partida de búsqueda, que incluye a un soldado y a un minero experimentado, para averiguar qué ha sucedido. Su viaje les lleva a través de un accidentado bosque, pasando por un terreno siniestro, hacia una quebrada conocida como Bluemansdyke, donde las pistas comienzan a revelar un misterio aún más oscuro. El suspense va en aumento a medida que la partida sigue las huellas, descubre indicios de actos ilícitos y se acerca cada vez más a enfrentarse a las fuerzas desconocidas que están en juego.
Fiebre del oro, Justicia, Bandoleros
Este texto es una obra de dominio público y refleja las normas, valores y perspectivas de su época. Algunos lectores pueden encontrar partes de este contenido ofensivas o perturbadoras, dada la evolución de las normas sociales y de nuestra comprensión colectiva de las cuestiones de igualdad, derechos humanos y respeto mutuo. Pedimos a los lectores que se acerquen a este material comprendiendo la época histórica en que fue escrito, reconociendo que puede contener lenguaje, ideas o descripciones incompatibles con las normas éticas y morales actuales.
Los nombres de lenguas extranjeras se conservarán en su forma original, sin traducción.
La tienda de Broadhurst estaba cerrada, pero la pequeña trastienda parecía muy acogedora aquella noche. El fuego proyectaba un resplandor rojizo sobre el techo y las paredes, reflejándose alegremente en las botellas pulidas y las escopetas que las adornaban. Sin embargo, una melancolía se apoderó de los dos hombres que estaban sentados a ambos lados de la chimenea, que ni el fuego ni la botella negra sobre la mesa pudieron aliviar.
—Son las doce —dijo el viejo Tom, el tendero, mirando el reloj de madera que había traído consigo en 1842—. Es extraño, George, no han venido.
—Es una noche horrible —dijo su compañero, extendiendo el brazo para coger un trozo de tabaco—. Quizá el Wawirra se haya desbordado, o quizá sus caballos se están estropeados, o quizá lo hayan pospuesto. ¡Dios mío, cómo truena! Pásame un carbón, Tom.
Hablaba en un tono que pretendía parecer tranquilo, pero con una dolorosa emoción que no pasó desapercibida para su compañero. Este lo miró inquieto desde debajo de sus cejas canosas.
—¿Crees que todo va bien, George? —dijo tras una pausa.
—¿Qué todo que va bien?
—Pues que los muchachos están a salvo.
—¡A salvo! Por supuesto que están a salvo. ¿Qué diablos podría hacerles daño?
—Oh, nada, nada, claro —dijo el viejo Tom—. Verás, George, desde que murió la anciana, Maurice lo es todo para mí, y eso me pone un poco nervioso. Hace una semana que salieron de la mina y uno pensaría que ya estarían aquí. Pero no es nada raro, supongo; nada en absoluto. Solo mi maldita tontería.
—¿Qué les puede pasar? —repitió George Hutton, argumentando más para convencerse a sí mismo que a su compañero—. Es un camino recto desde las minas hasta Rathurst, y luego a través de las colinas pasando por Bluemansdyke, y cruzando el Wawirra por el vado, y así hasta Trafalgar por el camino forestal. No hay nada peligroso en todo eso, ¿verdad? Mi hijo Allands me es tan querido como Maurice lo es para ti, amigo —continuó—, pero conocen bien el vado y no hay ningún otro lugar peligroso. Mañana por la noche estarán aquí, seguro.
—¡Ojalá sea así! —dijo Broadhurst, y los dos hombres se quedaron en silencio durante un rato, mirando pensativos el resplandor del fuego y fumando de sus pipas de barro.
Era, efectivamente, como había dicho Hutton, una noche desagradable. El viento aullaba en los desfiladeros de las montañas occidentales y se arremolinaba y formaba remolinos en las calles de Trafalgar; silbaba a través de las rendijas de las cabañas de madera tosca y arrancaba las frágiles tejas que formaban los tejados. Las calles estaban desiertas, salvo por uno o dos rezagados de las tabernas, que se envolvían en sus capas y se tambaleaban bajo el viento y la lluvia hacia sus propias cabañas.
El silencio lo rompió Broadhurst, que evidentemente seguía inquieto.
—Oye, George —dijo—, ¿qué ha sido de Josiah Mapleton?
—Se fue a las minas.
—Sí, pero dijo que volvería.
—Pero nunca volvió.
—¿Y qué ha sido de Jos Humphrey? —preguntó tras una pausa.
—También se fue a las minas.
—¿Y volvió?
—Déjalo, Broadhurst; déjalo, te digo —dijo Hutton, poniéndose en pie de un salto y paseándose por la estrecha habitación—. ¡Estás intentando convertirme en un cobarde! Sabes que los hombres deben de haber ido al interior del país a buscar oro o a cultivar la tierra, tal vez. ¿Qué nos importa adónde hayan ido? No creerás que tengo un registro de todos los hombres de la colonia, como el inspector Burton tiene de los presidiarios.
