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El mundo está viviendo lo que muchos han denominado «sociedad del conocimiento», un período en donde la información ha cobrado un valor más allá de lo posible imaginar años atrás. Los vertiginosos avances tecnológicos han llevado a algunos teóricos a plantear que el ser humano está inserto en una época de cambios. Sin embargo, el autor de este libro ha optado por hablar de un «cambio de época»: hoy se está viviendo una modificación de la historia humana, más que un conjunto de pequeños, aunque significativos, cambios. Sobre la base del pensamiento humanista integral de Jacques Maritain, el autor presenta una concepción de educación no aséptica ni neutral, sino basada en principios y valores, enfrentando el relativismo moral que impera en muchas situaciones en nuestra sociedad e incluso en los procesos educativos intra y extra aulas. En efecto, se realza la educación como eminente tarea humana, lo que constituye la vía para la humanización de las personas y su evangelización.
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Seitenzahl: 133
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Portada
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Prólogo
Palabras iniciales
I Algunas ideas sobre educación
II La educación como un camino de humanización
III El aporte del cristianismo a la educación
IV Tópicos a superar en el proceso educativo
V El dinamismo de la educación
VI Tareas permanentes de la educación
VII Los desafíos que la educación hoy nos presenta
Palabras finales
Hernán Enríquez Rosas
El bien y la verdad:
Sentido y fin de la educación
El bien y la verdad: Sentido y fin de la educación
Primera edición: julio de 2013
© Hernán Enríquez Rosas, 2013
Registro de Propiedad Intelectual
Nº 230.224
© RIL® editores, 2013
Los Leones 2258
7511055 Providencia
Santiago de Chile
Tel. (56-2) 22238100
[email protected] • www.rileditores.com
Composición, diseño de portada e impresión: RIL® editores
Epub hecho en Chile • Epub made in Chile
ISBN 978-956-284-993-7
Derechos reservados.
A los educadores
que, por vocación, recorren
el camino de la formación integral.
A los niños y jóvenes que anhelan recibir
una educación de calidad.
A los padres que se comprometen con
la educación de sus hijos.
Prólogo
El mundo está viviendo lo que muchos han denominado «sociedad del conocimiento», un período en donde la información ha cobrado un valor más allá de lo posible imaginar años atrás. Los vertiginosos avances tecnológicos han llevado a algunos teóricos a plantear que el ser humano está inserto en una época de cambios. Sin embargo, atinadamente, el autor de este libro ha optado por hablar de un «cambio de época»; vale decir, hoy se está viviendo una modificación de la historia humana, más que un conjunto de pequeños, aunque significativos, cambios.
En Chile, los procesos educativos y sus protagonistas están en permanente tela de juicio; mientras que las instituciones educativas no están satisfaciendo las demandas de los distintos grupos sociales. Frente a esta situación, se busca mejorar los procesos formativos con «recetas» o fórmulas importadas, en las que la tecnificación de la enseñanza y la pérdida de la centralidad del hombre son algo común. En este escenario, el presente texto se levanta para resituar el proceso educativo en su verdadero centro: la persona humana.
Sobre la base del pensamiento humanista integral de Jacques Maritain, el autor presenta una concepción de educación no aséptica ni neutral, sino basada en principios y valores, enfrentando el relativismo moral que impera en muchas situaciones en nuestra sociedad e incluso en los procesos educativos intra y extra aulas. En efecto, se realza la educación como eminente tarea humana, lo que constituye la vía para la humanización de las personas y su evangelización.
Tanto explícita como implícitamente, el texto refiere a los fines de la educación identificados por Maritain: un fin primario centrado en la conquista de la libertad interior y espiritual a la que la persona humana aspira; y otros secundarios, formar al hombre para que lleve una vida normal, útil y de sacrificio en la comunidad, y guiar el desenvolvimiento de la persona humana en la vida social, despertando y fortaleciendo el sentido de su libertad, así como el de sus obligaciones y responsabilidades. Con ello, se deja en claro la preeminencia no excluyente de la persona humana sobre la sociedad. «Es evidente que la educación del hombre debe tener la preocupación del grupo social y preparar al niño para desempeñar en él su papel correspondiente (…) Mas no es este el primero, sino el segundo de sus fines esenciales».
El discurso del autor remarca la idea de que la educación es vía natural para favorecer el proceso de humanización, buscando prioritariamente fortalecer la inteligencia y la voluntad, a fin de promover la libertad de la persona. Desde la visión del humanismo integral, la educación debe unir las distintas facetas de la persona humana y no entenderlas y abordarlas separadamente, algo habitual cuando se estudia el proceso educativo desde una perspectiva tecnicista. La educación, en consecuencia, debe coadyuvar a la integración de todas las dimensiones de la persona humana: cognitiva, psicomotriz, afectiva, espiritual, moral, ética y estética.
La educación, en definitiva, deberá propiciar el cumplimiento de la meta de toda persona: llegar a ser lo que es. El niño debe llegar a ser un hombre. Así, entonces, no es el educador el que forma; es el aprendiz quien se forma con la ayuda del educador. He aquí la «pedagogía de la libertad» de la que habla Maritain (no confundir, por favor, con la «pedagogía de la liberación»).
Como se planteaba al comienzo, hoy, en el sentido de proceso y sistema, la educación ha sido influenciada fuertemente por enfoques técnicos, a tal punto que ya no se sabe si los educadores y los educandos son personas o máquinas. De ahí el valor de este texto, que aborda la educación poniendo el centro en la persona humana y su desarrollo integral como principal desafío.
El mundo de hoy, completamente «globalizado», plantea a la educación desafíos específicos distintos a los de épocas pasadas. Sin embargo, su desafío primordial ha sido, es y será el desarrollo íntegro de la persona humana. Esta es una cuestión que no puede eludirse al educar. Por tanto, educador, educando y los agentes que colaboran en este proceso, deben centrarse en ello y no solo en las especificidades técnicas del acto educativo. Nadie debiera cuestionar la necesidad de una educación integral. La persona es un todo unificado y armónico que, para su desarrollo, requiere que el proceso educativo aborde todas sus dimensiones; sin embargo, nunca en la historia –y hoy no es la excepción– se ha valorado con los mismos parámetros el desarrollo de cada una de ellas. Ya lo planteaba Benjamín Bloom, en los 60, con la disyuntiva: «cabezas bien formadas o cabezas llenas»1.
Aunque algunas teorías y enfoques educativos hoy intentan aplicar en cierto modo las ideas expuestas por Maritain, existen distancias claves que no permiten una correcta asimilación de las ideas. La filosofía y la antropología que sirven de base de estas teorías y enfoques, por lo general, desconocen la concepción antropológica cristiana de la Iglesia Católica, la que por siglos ha sustentado diferentes instituciones educativas afines a esta Iglesia y a las que hasta el presente se les reconoce su calidad en los procesos formativos. Solo para reflejar el aporte de la educación católica, un dato relevante: actualmente en el mundo existen 1.200 universidades católicas, 2.700 seminarios y sobre 250 mil escuelas o colegios católicos.
Nuestra Iglesia ha contribuido mucho a la educación. Hoy, más que nunca, debe seguir haciéndolo.
Dr. Jaime Constenla Núñez
Decano de la Facultad de Educación
Universidad Católica de la Santísima Concepción
1Bloom, B. «La inocencia en la educación». Conferencia dictada por Benjamín Bloom en el CPEIP, Santiago de Chile, mayo de 1972.
Palabras iniciales
La formación de la persona humana es una tarea exigente y desafiante, ardua y compleja.
El proceso educativo, que busca dotar a la persona humana de una formación integral, es una labor difícil y está sujeta a cuestionamientos. Por ello, no nos debe llamar la atención el enjuiciamiento de hoy y, si bien inicialmente parece dificultoso de asumir por parte de los educadores, puede convertirse en un motor efectivo de renovación y cambio.
En todo proceso, la crítica es necesaria; más aún, ella colabora en la revisión de los caminos recorridos, pues permite rescatar lo bueno y superar aquello que ya no responde a los requerimientos actuales. En este sentido, es necesario asumir con esperanza y confianza el hecho de que somos protagonistas de un cambio de época, para la cual, las respuestas de antaño no son suficientes.
¿Por qué? Tengamos presente que la educación es una labor que busca penetrar en la interioridad del hombre mismo, es decir, entrar verdaderamente en la persona, quien en su condición de única e irrepetible, está llamada a crecer y a desarrollar al máximo sus potencialidades. Educar es, pues, entrar en ese hombre y en esa mujer que son, en su realidad misteriosa, inabarcables.
Toda persona es, por naturaleza y por gracia divina, una realidad inagotable. La riqueza de la condición humana radica en que cada uno de nosotros inicialmente se agota en sí mismo, pero, en su desarrollo esencial y en su despliegue existencial, es capaz de abrirse al otro, y en esa apertura, tiene la posibilidad de crear humanidad. Es así que la comprensión de la necesidad de los otros abre al hombre a una realidad nueva y, desde ella, se proyecta a la trascendencia.
Por tanto, es necesario, hoy más que nunca, preguntarse: ¿cómo aprehender de la persona humana la riqueza que en ella se encuentra?, ¿cómo disponer correctamente su espíritu para no violentarlo?, ¿cómo asumir, lo más plenamente posible, su situación existencial?, ¿cómo no caer en una masificación aniquiladora de quien inicia un camino de educación y formación?, ¿cómo hacer propia su situación vital? y ¿cómo vivir con alegría y esperanza, con eficacia y respeto, la labor educativa y formadora?
En el presente ensayo, quisiera responder a estas interrogantes y a los desafíos que ellas presentan.
Para ello, recogeré la rica enseñanza que el filósofo e intelectual francés Jacques Maritain2 nos ha legado. A sus palabras uniremos, en el desarrollo del texto, otros aportes que complementarán y profundizarán estas enseñanzas.
Así, aspiramos a que este ensayo pueda ser comprendido como un instrumento válido para quienes hacen de la educación no un medio para sobrevivir, sino la acogida a una vocación que invita a los educadores a la tarea formativa; comprendida, además, como la respuesta a un llamado a servir, asumiendo que el ser educador no es aceptar aleatoriamente un camino, y menos una respuesta resignada a un anhelo profesional no satisfecho.
La educación requiere de mujeres y hombres generosos, capaces de renunciar con alegría a ellos mismos para ejercer una tarea que es dura y que ciertamente no verá resultados inmediatos, pero que se entiende a sí misma como una cuestión sobresaliente que conducirá al educando –y al mismo educador– a alcanzar niveles de vida superiores.
Las fuentes que utilizo tienen una clara identidad cristiana. Entiendo que no puede y no debe ser distinto. Quienes hemos acogido el don de la fe estamos llamados a comunicarla a los otros. No tenemos por qué ocultar lo que gratuitamente hemos recibido. Ciertamente, esta visión cristiana de la educación y de la realidad está llamada a recoger los aportes que otras miradas del mundo nos pueden aportar. Pero entendemos que lo uno no tiene por qué negar lo otro.
El presente ensayo se divide en siete capítulos. En ellos desarrollo algunas temáticas que nos introducirán en el tema educativo y que pueden ayudar a valorar adecuada y positivamente el rol del maestro y el lugar fundamental y privilegiado que tiene el educando en dicho proceso.
2Jacques Maritain, filósofo e intelectual francés, nació el 18 de noviembre de 1882 en París y falleció el 28 de abril de 1973 en Toulouse. Fue un católico ejemplar, converso del protestantismo, que desarrolló un pensamiento cristiano integral. Su obra abordó una amplia temática filosófica que buscó reconocer en el hombre una humanidad abierta a la trascendencia. Su filosofía inspiró a muchos, pues abordó temáticas relevantes sobre el hombre, la política, las cuestiones sociales y la educación. Su trabajo está recopilado en diecisiete volúmenes que reúnen todos sus escritos.
I
Algunas ideas sobre educación
Es importante y necesario reconocer que la práctica educativa y formativa resulta compleja y, más aún, requiere no solo de un conocimiento teórico de lo que se hace, sino que también exige un conocimiento tanto práctico como existencial.
Demanda un conocimiento práctico en la medida en que se comprende que la experiencia del maestro es fundamental en el ejercicio pedagógico. El proceso educativo entrega un conocimiento que no es posible obtener solo en virtud de una correcta formación sistemática del maestro, sino que se adquiere recogiendo lo vivido en años de una práctica junto al alumno, al niño, al joven que busca ser formado. La ciencia del maestro puede ser enriquecida, pero nunca reemplazada por los nuevos aportes que las metodologías contemporáneas pueden entregar, por muy valiosos que nos puedan parecer.
A lo anterior se suma el conocimiento existencial del alumno, que es fruto de estar en el aula con él; es allí donde se da el encuentro auténtico del maestro con el educando. Dicho conocimiento personal del alumno, con toda su historia y sus circunstancias, permitirá al maestro desarrollar sus potencialidades para obtener verdaderos, buenos y efectivos resultados.
El encuentro del maestro con el niño y el joven genera una unidad existencial que trasforma y profundiza el conocimiento teórico, enfrentando al educador con la realidad que vive aquel que es sujeto del proceso educativo, y que lo hace salir del anonimato al que nuestro sistema educativo lo somete.
Aun así, entendemos que no basta la experiencia, que de suyo es muy relevante. A ella se debe unir un conocimiento profundo de la realidad vital del alumno; una realidad que va más allá de la percepción que el maestro puede tener en la normal relación que se da en el aula y que ha de apuntar al conocimiento profundo de quien nunca es objeto de un proceso, sino que siempre es sujeto de un camino de crecimiento y desarrollo.
Tengamos presente que el formando no es un nombre más en una lista, ni menos un número. El niño y el joven son un universo único e irrepetible, entregado a las manos de un educador que no está llamado únicamente a moldear o esculpir, tal como el artesano o el escultor lo hace en su obra, sino que a descubrir quién está frente a él: por esencia, un misterio, en su condición de persona humana.
Sí, el niño y el joven son, como toda realidad humana, un misterio inagotable, un universo indeterminado, una partícula en el espacio y un instante en el tiempo; pero, además, siempre constituyen una realidad que sobrepasa estas coordenadas. Son, por ello, seres esencialmente inimitables.
1. El concepto de educación
El término educación puede ser comprendido de variadas formas y maneras3.
Así, una de sus significaciones más comunes nos recuerda al proceso de enseñanza que se desarrolla al interior de una escuela, un instituto o una universidad.
Etimológicamente, la palabra educación tiene, al menos, dos sentidos:
El primero procede del término latino educare, que significa criar o alimentar; es decir, la labor del educador tiene que ver con el ejercicio de acompañar y de nutrir al sujeto para que este pueda desempeñarse adecuadamente en su hábitat. Implica comprender que el objeto de la educación puede ser conducido integralmente en su proceso de desarrollo. Pero aquí se desconoce (o se ignora) lo que el educando puede aportar. Esta comprensión de la realidad educativa se asienta sobre el supuesto que el educando es una mera materia inerte (objeto) que debe ser trabajada de modo análogo a como lo haría el artista con el bloque de mármol a esculpir.
El segundo tiene sus raíces en otro término latino, exducere, cuyo sentido es sacar, llevar o conducir desde la interioridad hacia fuera. Este significado nos permite afirmar que la educación es un proceso de alimentación que, mediante una influencia externa, incrementa el ser biológico y espiritual del hombre; por lo tanto, se trata de un proceso de encauzamiento o de conducción de disposiciones ya existentes en el ser, que se propone su configuración física y espiritual. Es una tarea que busca tomar del educando lo que posee, para sacarlo a la luz del día y potenciarlo.
Así, los términos de educare-exducere, en conjunto, nos remiten a la dirección que asume el proceso educativo, a saber, un camino de arriba hacia abajo, es decir, del objeto al sujeto (educare) y, también, como elemento principal, un desarrollo desde adentro hacia afuera (exducere), es decir, desde el sujeto del proceso educativo hacia quien lo conduce.
En consideración a lo anterior, resulta importante mencionar las formas de la educación según la dirección del proceso: heteroeducación, como influencia externa, y autoeducación