El canario en la mina - Cecilia Denot - E-Book

El canario en la mina E-Book

Cecilia Denot

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Beschreibung

El antisemitismo está aumentando de forma alarmante en todo el mundo. Los judíos son atacados en las calles de ciudades como Nueva York y París, acosados en campus universitarios occidentales, asesinados en sinagogas, escuelas judías y locales kósher en lugares como Nueva Jersey, Toulouse, Pittsburgh y Jerusalén, y atacados a pedradas en la Patagonia argentina. Son culpados por fenómenos tan diversos como los ataques del 11 de septiembre de 2001, la pandemia de COVID-19, el racismo y la caída en las tasas de natalidad occidentales; llamados genocidas, colonialistas y asesinos de niños. Cada vez que hay una escalada en el conflicto árabe-israelí, sinagogas, cementerios, instituciones y personas judías sufren violencia en todo el mundo. Como los canarios que se utilizaban en las minas para detectar la presencia de gases peligrosos antes de que fueran letales para los mineros, el odio hacia los judíos funciona como una advertencia de que el extremismo y el odio en general están creciendo en una sociedad, es un signo de un problema mucho más amplio. Con esta perspectiva, Cecilia Denot busca desmentir los principales mitos y frases hechas que circulan popularmente sobre los judíos e Israel. El canario en la mina es un intento no sólo de informar, sino también de empoderar a los lectores para que se conviertan en sujetos activos en la lucha contra el antisemitismo, ya que este mata a judíos literalmente, pero también mata, de a poco, a todo el tejido social.

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Cecilia Denot

El canario en la mina

Mitos modernos (y no tanto) sobre Israel y los judíos

Diseño de tapa: Osvaldo Gallese

© 2023. Libros del Zorzal

España

<www.delzorzal.com

ISBN 978-84-19496-83-6

Comentarios y sugerencias: [email protected]

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la editorial o de los titulares de los derechos.

A Luciano, Diego, Tomás, Checho, Mari, Miri, Edu, Pivot, por su amistad y por creer en mí desde el minuto uno.

A todos los que alguna vez me dieron un like o compartieron/disfrutaron algún comentario o hilo mío y me dieron su apoyo.

A Leopoldo, por la infinita paciencia, ya que escribir este libro me tomó más tiempo que la salida de Am Israel del desierto.

Al Rab Fada y a mi comunidad, por abrirme las puertas.

A mi familia y amigos.

Y a Di-s, por hacerme de Boca y sionista.

Índice

Introducción | 7

“Los judíos controlan el mundo/los medios/las finanzas” | 11

“Los judíos son más leales al judaísmo/sionismo internacional que a los países en donde viven” | 32

“No soy antisemita, soy antisionista” | 43

“No puedo ser antisemita, porque los palestinos también son semitas” | 60

“Mapas verdes” | 68

“Antes de 1948, musulmanes, judíos y cristianos convivían en paz en Palestina” | 80

“Israel es un apartheid” | 93

“Israel es un Estado genocida/lleva adelante una limpieza étnica” | 126

“Piedras contra balas” | 150

“Por una Palestina binacional e igualitaria/por una Palestina única, laica y socialista” | 168

“El bds es un movimiento pacífico que busca terminar con la ocupación” | 187

“Israel es un enclave yanqui en Medio Oriente” | 214

“Israel hace pinkwashing” | 233

“Los negros son los verdaderos judíos” | 242

“Israel entrena a la policía para enseñarle a reprimir minorías raciales” | 255

“Los judíos estuvieron detrás del tráfico de esclavos en el Atlántico” | 272

“Los judíos askenazíes descienden de los jázaros” | 283

“Los judíos vienen por la Patagonia” | 288

“Los judíos están detrás del comunismo, el feminismo, el aborto, la homosexualidad y la pornografía” | 304

“Los judíos George Soros está detrás del comunismo, el feminismo, el aborto, la homosexualidad y la pornografía” | 319

“Los judíos crearon el coronavirus, propagan enfermedades y hacen atentados de falsa bandera” | 332

“Los judíos buscan sexualizar a los niños: QAnon, el Pizzagate y el deep state” | 343

“Los judíos buscan reemplazar la raza blanca mediante la promoción de la inmigración de minorías raciales” | 354

Reflexiones finales | 371

Introducción

El antisemitismo está en aumento en todo el mundo, y es probable que la situación siga empeorando. Los judíos son golpeados en las calles de Nueva York y París, acosados en los campus universitarios occidentales, asesinados en sinagogas, escuelas judías y locales kósher de Nueva Jersey, Toulouse, Pittsburgh y Jerusalén y atacados a pedradas en la Patagonia. Son culpados por los atentados del 11 de septiembre de 2001, la pandemia del covid-19, el racismo, el feminismo y la caída en las tasas de natalidad occidentales; llamados genocidas, colonialistas, asesinos de niños. Aún hoy siguen siendo las principales víctimas de crímenes de odio en Estados Unidos y Europa. Cada vez que hay una escalada en el conflicto árabe-israelí, sinagogas, cementerios, instituciones y personas judías sufren violencia en todo el mundo.

Los judíos han sido históricamente el chivo expiatorio para explicar todos los problemas del planeta, por lo que el odio hacia ellos está lejos de ser un fenómeno nuevo. Antaño, algunas comunidades cristianas los culpaban de plagas, envenenamientos y asesinatos. Luego, el zarismo los señaló como los artífices del comunismo y de estar detrás de un complot secreto para la dominación mundial. Más adelante, los nazis vieron en los judíos la razón del fracaso alemán en la Primera Guerra Mundial y en la mala situación económica de su país, y el muftí de Jerusalén los acusó de envenenar a los profetas islámicos y de utilizar su vasto poder para apoderarse de los lugares sagrados musulmanes. Hoy, mientras el supremacismo blanco los acusa de estar detrás de planes a gran escala para reemplazar a la raza blanca cristiana, imponer el aborto y conquistar la Patagonia, los activistas antisionistas ven una “mano judía” en la brutalidad policial, en el tráfico de esclavos en el Atlántico y en la política exterior de Estados Unidos. En cada uno de estos momentos históricos, estos prejuicios tuvieron y tienen repercusiones brutales más que conocidas para los judíos.

Pero si bien el antisemitismo siempre contó con elementos religiosos, raciales y económicos, lo característico de su forma contemporánea, tanto la que predomina en las izquierdas como aquella que lo hace en las derechas, es que se trata casi en su totalidad de conspiranoia. El centro del odio, el problema central con los judíos hoy es que se los cree poseedores de una exagerada inteligencia, malicia, riqueza, poder e influencia y, además, que utilizan todas estas cualidades para ejercer un control total o significativo sobre gobiernos, organizaciones internacionales, instituciones financieras, medios de comunicación, industrias culturales, etcétera.

La fantasía de la dominación judía es increíblemente maleable, lo que la hace también increíblemente atractiva. Si bien se sostiene sobre prejuicios precedentes y estereotipos heredados, adopta asimismo nuevas formas para reflejar los temores y ansiedades actuales. En este sentido, en una época como la actual, de creciente polarización política y donde las teorías conspirativas circulan de manera desenfrenada, podría decirse que el antisemitismo está en su salsa. Gracias a siglos de material que culpa a los judíos de todos los males del mundo, los teóricos de la conspiración que buscan un chivo expiatorio para sus penas encuentran en los judíos la mano invisible de su opresor.

Así, la naturaleza conspirativa del antisemitismo provoca que resurja continuamente: los odios y los miedos de hoy riman con los de antaño y todos son fáciles de canalizar a través del odio a los judíos, y de allí la durabilidad del antisemitismo y la facilidad con la que se despliega. Esto hace además que para mucha gente sea muy difícil de reconocer y, por ende, de combatir y de evitar reproducir sin darse cuenta. Gran parte del odio hacia los judíos en la actualidad no viene vestido en uniforme nazi y no proclama de manera abierta su prejuicio; de hecho, se presenta como antirracismo y posiciona a los propios judíos como “opresores” y a los que desarrollan narrativas hostiles sobre ellos como “oprimidos”. Es por eso que incluso muchos activistas contra el racismo no pueden comprender el antisemitismo, porque ven la discriminación como algo ejercido por los fuertes contra los débiles, y el odio a los judíos construye justamente una idea de los judíos como privilegiados y poderosos. De allí se desprende el mayor peligro: esta peculiar forma de ver el mundo y de pensar a los judíos, notablemente adaptable a cualquier fenómeno y naturalizada para millones de personas, siempre tiene el potencial de convertir el odio a ese judío simbólico en persecución efectiva de judíos reales. La historia lo muestra y la actualidad también.

En Argentina, es común escuchar que los atentados a la Embajada de Israel y a la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (amia), que tuvieron lugar en los años noventa, representan algo que les pasó a “los judíos” y que, por lo tanto, sólo los atañe a ellos, dado que fueron las víctimas. Para muchas personas en todo el mundo, esta misma perspectiva aplica al antisemitismo en general. Sin embargo, así como las dos bombas en Buenos Aires fueron ataques, sí, contra la comunidad judía en particular, pero también también contra la República Argentina en su conjunto, el antisemitismo pone en peligro directo a los judíos, y a su vez amenaza y concierne a la sociedad toda. El odio contra los judíos tiene un impacto real más allá de los crímenes de odio concretos. Su carácter conspirativo lo convierte en una forma de ver el mundo que distorsiona la manera en que las personas comprenden cómo funciona la realidad. El antisemitismo debe interpelar a todos no sólo porque luchar contra la discriminación hacia cualquier minoría debería hacerlo, sino también porque cuando el odio hacia los judíos crece en una sociedad es una señal de que en esta crece a su vez una forma conspirativa de ver el mundo que inevitablemente terminará afectando a otros grupos y a la sociedad en su conjunto.

En este sentido, el académico estadounidense Walter Russell Mead afirmó una vez que el aumento del antisemitismo es una señal de un fracaso social y cultural generalizado, un indicador de que la sociedad está perdiendo la fe en los valores liberales y la capacidad para comprender el mundo moderno y prosperar en él.1 Las sociedades que toleran el antisemitismo, en su opinión, dan un paso fatídico hacia la pérdida tanto de la libertad como de la prosperidad. Esto es así, sigue Mead, porque las personas que piensan que “los judíos” dominan la política pierden la capacidad de interpretar críticamente los acontecimientos, de identificar y diagnosticar los problemas sociales y de organizarse con eficacia para lograr un cambio positivo. Así, el antisemitismo enmarca a la democracia como una conspiración en lugar de como una herramienta de empoderamiento. Si se cree que “los judíos” manejan los medios de comunicación, los bancos, la policía y la política exterior de Estados Unidos en Medio Oriente, se pierde la capacidad de comprender lo que sucede alrededor y no se hace absolutamente nada para resolver los problemas, sino más bien lo contrario, dado que por esta obsesión contra los judíos se desvían atención, recursos y esfuerzos. En otras palabras, cuanto más adhieren las personas a la cosmovisión antisemita y la visión conspirativa del mundo que esta implica, más pierden la fe en la democracia, el liberalismo, las instituciones. Por lo tanto, resulta fundamental estudiar y entender la naturaleza del odio contra los judíos, no sólo para poder combatirlo, sino además porque suele ser un signo de un problema mucho más amplio.

Es por ello que este libro buscará desmentir los principales mitos, prejuicios y frases hechas que circulan popularmente sobre los judíos e Israel. Se comenzará por aquellos más generales sobre la supuesta dominación mundial judía, para luego pasar a la principal forma en la que se manifiesta el antisemitismo en la actualidad, esto es, el odio hacia el Estado de Israel. Allí se explicará, primero, por qué el antisionismo —que no significa “criticar a Israel”, sino llamar a su destrucción— es antisemitismo y, segundo, por qué la narrativa simplista sobre el conflicto árabe-israelí, que se ha construido casi como sentido común y que consiste básicamente en demonizar a Israel, es falsa. Además, se mostrará cómo estos discursos construyen una figura del judío como categoría de opresión, lo cual termina convirtiendo el odio contra ellos en algo casi virtuoso, poniendo en peligro no sólo a los israelíes, sino incluso a todos los judíos de la diáspora. Alrededor de este recorrido también se observará el antisemitismo islámico. Finalmente, se analizarán los discursos que circulan en las extremas (y no tan extremas) derechas occidentales actuales, relacionados en gran medida con percibir a los judíos como los promotores de políticas progresistas a nivel mundial y como enemigos de la raza blanca y el cristianismo. A lo largo del texto, se verá que existen muchas coincidencias en la manera de pensar a los judíos entre todos estos grupos, lo cual se relaciona con el mencionado carácter conspirativo del antisemitismo: si los judíos son responsables de cada problema percibido, entonces las personas con ideales totalmente opuestos pueden adoptarlo.

Se dice popularmente que los judíos son el canario en la mina de carbón. Esta metáfora se origina en los tiempos en que los mineros solían llevar canarios enjaulados mientras trabajaban: si había metano o monóxido de carbono en la mina, el canario moría antes de que los niveles del gas alcanzaran los peligrosos para los humanos. De la misma forma, el odio a los judíos funciona como una advertencia de que el odio y el extremismo están creciendo en una sociedad: el antisemitismo es el primer síntoma de una enfermedad generalizada o en camino a generalizarse. Es autodestructivo, porque involucra no sólo emociones negativas sobre un grupo de personas, sino también un conjunto de ideas profundamente falsas sobre cómo funciona el mundo. El antisemitismo mata a judíos literalmente, pero también mata, de a poco, a la sociedad. Es necesario, por lo tanto, identificarlo y oponerse de un modo activo, emanciparse de él, ser antiantisemita. Ojalá este libro pueda contribuir a ello.

Nota

1Walter Russell Mead, “The bbc and ‘The Jews’”, en The American Interest, 2012, disponible en <https://www.the-american-interest.com/2012/05/13/the-bbc-and-the-jews/>.

“Los judíos controlan el mundo/los medios/las finanzas”

En una entrevista a Michel Houellebecq en 2015, el escritor francés afirmó que el antisemitismo no consiste en una forma de racismo, ya que la apariencia o el estilo de vida judíos no constituirían, para él, los motivos principales para atacar a los judíos. En cambio, el autor indicó que se trataría, lisa y llanamente, de una teoría de la conspiración.1 Es decir, para el antisemita los judíos son personajes que actúan en las sombras, conspiran constantemente contra todo y todos, salvo contra ellos mismos, y son responsables de toda la infelicidad en el mundo. Así, si algo va mal, es por culpa de los judíos, de los bancos judíos, de las organizaciones judías o del Estado judío.

En esta misma línea, el historiador David Nirenberg afirma en su libro Anti-Judaism: The Western Tradition que el antisemitismo es una herramienta de uso extendido, ya que puede desplegarse para explicar cualquier problema, como un arma que puede desenfundarse en cualquier frente.2 El odio hacia los judíos aparece, entonces, como una suerte de comodín que permite explicar absolutamente todos los problemas sistémicos y de gran alcance, señalando a este grupo como responsable de controlar el tablero del mundo en secreto, mover las piezas a gusto y piacere y decidir sobre la vida de todos los demás.

El antisemitismo históricamente ha tenido componentes conspirativos, pero lo predominante en el discurso de odio hacia los judíos en general han sido prejuicios religiosos, raciales o económicos. Sin embargo, lo característico de la forma contemporánea del antisemitismo, tanto en las izquierdas como en las derechas, es que el elemento conspirativo ha cobrado un papel central; incluso podría decirse que el odio hacia los judíos en la actualidad es casi en su totalidad conspiranoia. Si bien las categorías religiosas, raciales o económicas están presentes, no son ya lo principal, sino que aparecen como un elemento más dentro de la gran conspiración judía mundial.

Es que el centro del odio, el problema central con los judíos hoy, es que se los cree poseedores de una exagerada inteligencia, malicia, riqueza, poder e influencia y, además, que utilizan todas estas cualidades para ejercer un control total o significativo sobre gobiernos, organizaciones internacionales, instituciones financieras, medios de comunicación, industrias culturales, etc. Asimismo, desde esta perspectiva, es imposible confiar en el judío, dado que es únicamente leal a sí mismo y a los suyos, inasimilable, y siempre oculta sus verdaderas intenciones: nada de lo que hace es desinteresado y, aun cuando parece obrar bien, es simplemente una pantalla de humo para ocultar sus oscuros planes.

El nacimiento de este antisemitismo conspirativo actual puede rastrearse en los siglos xix y xx en Europa, donde comenzó a tomar forma la noción de que los judíos conspiran para dominar el mundo. Hasta ese entonces, convivían allí las tres formas de discurso antijudío mencionadas: la religiosa, la económica y la racial, de las cuales vale la pena hacer una breve descripción.3 La primera, que se remonta al nacimiento del cristianismo, giraba principalmente alrededor de una supuesta responsabilidad judía por la muerte de Jesús. En la teología de los primeros cristianos se encuentran los fundamentos más claros del antisemitismo: la tradición Adversus Judaeos (argumentos contra los judíos) se estableció alrededor del año 140 en un momento en que la distinción entre el judaísmo y el cristianismo aún era borrosa. Entonces demonizar a los judíos se convirtió en una parte central de la estrategia cristiana para ganar adherentes y zanjar internas propias, como aquella entre quienes creían en un dualismo entre la ley y el Evangelio y aquellos que defendían la unidad de ambos elementos.

Siguiendo a Nirenberg, Justino Mártir (100-165), uno de los primeros filósofos cristianos, alegó que los judíos eran un pueblo maldito desde que habían matado a Cristo. Según él, en la Biblia Dios presentó la ley de forma carnal, porque los judíos —que sólo saben leer literalmente— no habrían sido capaces de comprenderla de otra manera, pero que el verdadero significado de la ley siempre fue espiritual. Asimismo, san Agustín (354-430) afirmaba que leer “carnalmente” era convertirse en una bestia como los judíos, circuncidados en la carne, pero no en el corazón.4 Otros padres de la Iglesia buscaron demostrar mediante prejuicios antisemitas que el Dios vengativo del Antiguo Testamento era de hecho el mismo Dios misericordioso y compasivo del Nuevo Testamento cristiano: por ejemplo, Tertuliano (155-240) presentó a los judíos como malvados y merecedores de ira justa: de esta forma, el comportamiento de los judíos y sus pecados explicaban dicho contraste.5 Para demostrar esta peculiar malevolencia, Tertuliano retrató a los judíos negando a los profetas, rechazando a Jesús, persiguiendo a los cristianos y rebelándose contra Dios. Este autor además argumentó que los gentiles habían sido elegidos por Dios para reemplazar a los judíos, porque eran más dignos y honorables. Entonces, los dualistas eran presentados como los judíos, criaturas sin espiritualidad, puramente carnales.6 Asimismo, relacionar a los judíos con Judas, el personaje que, se dice, traicionó a Jesús, también era común para invocar acusaciones de deslealtad judía, algo que aparecía en los escritos de san Jerónimo (342-420), quien, además, los acusaba del uso inmoral del dinero.7

Estos y otros estereotipos moldearon las actitudes cristianas hacia los judíos desde la Antigüedad hasta el período medieval. La expansión del cristianismo en Europa occidental trajo aparejada la popularización de uno de los más antiguos prejuicios antisemitas: el libelo de sangre, que consiste en acusar falsamente a los judíos de asesinar a niños cristianos para usar su sangre en la realización de rituales religiosos o para hornear matzá, un pan plano sin levadura que los judíos comen en Pésaj (festividad a veces mal llamada “Pascua judía”). Al mismo tiempo, dice Nirenberg, en la Europa medieval gobernantes locales y funcionarios de la Iglesia impusieron restricciones legales a las profesiones que podían ocupar los judíos. Los empujaban a trabajos que estaban prohibidos para los cristianos por considerarlos socialmente inferiores o incluso un pecado, como prestamista y recaudador de impuestos. De esta forma, pasaron a dominar estas áreas, lo que condujo a la histórica asociación de los judíos con el dinero y la usura. Además, muchas veces los campesinos que se veían obligados a pagar sus impuestos a los judíos los percibían como aquellos que robaban sus ganancias mientras permanecían leales a los señores en cuyo nombre trabajaban esos judíos.

Estos prejuicios a menudo aparecían en la literatura y el arte de la época, donde los judíos eran presentados como inescrupulosos, hambrientos de dinero, que trabajaban en contra de los intereses del ciudadano honesto. Un ejemplo famoso es Shylock, el codicioso prestamista judío en El mercader de Venecia (1596), de William Shakespeare (1564-1616). Todas estas acusaciones se acentuarían con la Revolución Industrial: a medida que el capitalismo reemplazó otras formas tradicionales de comercio, la asociación de los judíos con el dinero permaneció, y el prejuicio hacia ellos tomó una nueva base, el anticapitalismo. Así, se terminaría de consolidar el antisemitismo económico con la figura del banquero judío, burgués, parásito y opresor, que competía de manera deshonesta contra el pequeño comerciante y explotaba a la clase trabajadora.

Durante la Ilustración, Voltaire (1694-1778) incluso presentó al antisemitismo como una respuesta racional al comportamiento judío. Estaba en la naturaleza de los judíos, sostenía, ser amantes del dinero, por lo que su naturaleza, más que su religión, era el problema.8 El pensamiento racial llegó a la escena décadas después de la muerte de Voltaire, pero al desvincular el discurso antijudío de la religión y anclarlo en la etnografía sentó bases para los teóricos raciales. Para el francés, un pueblo cuya existencia se basaba en un pensamiento religioso y, por lo tanto, erróneo, difícilmente pudiera sobrevivir a través de los siglos. Pero la resiliencia judía desafiaba su receta: la razón dictaba que los judíos debían desaparecer junto con la superstición y toda religión y, sin embargo, no lo hacían. De allí la rabia de Voltaire, que sería luego repetida por los pensadores racionalistas, materialistas y progresistas de la izquierda durante las generaciones venideras.9

Hacia fines del siglo xix, cuando el concepto de raza comenzó a calar profundamente en la cultura política europea, tuvo lugar el nacimiento del tercer tipo de antisemitismo mencionado, el racial y pseudocientífico, que argumentaría que los judíos tenían “peculiaridades tribales inmutables”, lo que los hacía incapaces de asimilarse. Bajo esta perspectiva, nada podría alterar su extranjería, ni siquiera el cambio de religión: una vez judío, siempre judío.

Así pensaba uno de los primeros antisemitas racialistas, el periodista alemán Wilhelm Marr (1819-1904), quien justamente acuñó en 1879 el término “antisemitismo”, dado que consideraba que el que se usaba hasta entonces —Judenhass, literalmente “odio a los judíos”— no era suficiente, porque no incluía a aquellos que, por ejemplo, se habían convertido al cristianismo. Marr era un hombre secular que no suscribía a las antiguas acusaciones religiosas contra los judíos, tales como el deicidio o que los judíos participaban en el asesinato ritual de niños cristianos. Su problema con los judíos tenía que ver con una cuestión racial: creía que estos estaban envueltos en un conflicto racial de larga data con los alemanes y que, dado que este enfrentamiento se basaba en las diferentes cualidades de las razas judía y alemana, sólo podía resolverse con la victoria de una y la muerte definitiva de la otra.

Como se ve, la creciente secularización, si bien debilitó al viejo antisemitismo de raíces cristianas, despertó una nueva forma armada con argumentos pseudocientíficos, raciales y económicos: antagonismo entre arios y semitas, el carácter extranjero de los judíos, su dominio económico, su presencia en ciertas profesiones. Además, las tres formas de prejuicios antijudíos se combinaban y retroalimentaban entre sí: el de tipo religioso convivía habitualmente con acusaciones económicas, mientras que el racial aparecía en escritores seculares como Marr y Voltaire. Asimismo, el propio Voltaire relacionaba a los judíos con la usura e incluso Karl Marx, en su ensayo de 1843 “Sobre la cuestión judía”, utilizaba a los judíos de manera simbólica para representar la esencia del capitalismo. Estas combinaciones continuaron profundizándose en los escritos de furiosos antisemitas del siglo xix. Por ejemplo, el anarquista francés Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865) afirmaba en 1847 que el judío era “antiproductor, ni agricultor ni industrial, ni siquiera realmente comercial. Siempre es un casamentero fraudulento y parásito, que opera en los negocios como en la filosofía, a través de la fabricación, la falsificación, el regateo”.10 Además, decía:

Esta raza [la judía] lo envenena todo, metiéndose por todas partes, sin mezclarse jamás con ningún pueblo. Solicitar su expulsión de Francia, con excepción de las personas casadas con francesas; abolir las sinagogas, no admitirlos en ningún empleo, perseguir finalmente la abolición de este culto. No en vano los cristianos los han llamado deicidas. El judío es el enemigo de la humanidad. Esta raza debe ser devuelta a Asia, o exterminada. Por el hierro o por el fuego, o por la expulsión, el judío debe desaparecer […] Lo que los pueblos de la Edad Media odiaban instintivamente, yo lo odio reflexiva e irrevocablemente.11

Esta articulación de las tres fuentes principales de los prejuicios antijudíos en una misma representación se terminó de consolidar en los escritos de Édouard Drumont (1844-1917), quien en 1886 publicó La Francia judía, donde buscaba “probar” que la Tercera República, positivista, laica, anticlerical, era un “régimen judío”. Por un lado, según el autor, las finanzas y el capitalismo estaban en manos de los judíos, a quienes asociaba además con el dinero y la burguesía. En segundo lugar, inspirado en las ideas de escritores racialistas franceses como Arthur de Gobineau (1816-1882)12 y Ernest Renan (1823-1892),13 Drumont describía la historia del mundo como una batalla entre judíos semitas e indoeuropeos arios. En sus escritos, oponía el “semita mercantil, codicioso, intrigante, sutil, astuto” al “ario entusiasta, heroico, caballeroso, desinteresado, franco, confiado hasta la ingenuidad”,14 y afirmaba que “los defectos del semita explican el antagonismo natural que ha existido entre ellos y los arios a través de los siglos”.15 Para Drumont, además, los semitas tenían un cerebro “diferente al nuestro, su evolución es diferente, todo lo relacionado a ellos es excepcional y bizarro, vienen de nadie sabe dónde, viven en el misterio, mueren entre conjeturas, y son mirados con desconfianza con justicia por parte de los europeos”.16

La Francia judía no fue el primer libro que se dedicó a la “cuestión judía” en Francia, pero mientras los anteriores habían sido un fracaso, el de Drumont pronto se convirtió en el primer best seller antisemita en el país. Para el historiador francés Michel Winock, esto se debe a que este texto hizo algo que sus antecesores no: combinó todas las formas de antisemitismo: la racial (oposición entre “arios” y “semitas”), la económica (afirmar que las finanzas y el capitalismo están en manos de los judíos) y la religiosa (en referencia al pueblo deicida), y supo unificarlas en una sola perspectiva histórica.17

Drumont además fundó, en 1890, la Liga Antisemita Francesa, con el objetivo de “poner a los corruptores e invasores judíos del otro lado de la frontera”,18 y posteriormente, en 1892, el periódico político antisemita La Libre Parole. Antisecular y antirrevolucionario, acosado por la nostalgia de la época del Ancien Régime, de una era de oro preindustrial y monárquica, Drumont afirmaba que “el único que se había beneficiado con la Revolución era el judío”.19 Consideraba que la Francia del pasado, “la Francia de las Cruzadas, de Bouvines, de Marignan, de Fontenoy, de Saint Louis, de Enrique IV y Louis XIV”, había sido gloriosa, porque le había “cerrado las puertas” a los judíos y había “hecho de su nombre el insulto más cruel”.20 En sus distintos escritos, instó a que los judíos fueran devueltos a su estatus preemancipación, perdiendo así sus derechos como ciudadanos, pidió confiscarles su riqueza y, finalmente, llamó a su eliminación física. En La Francia judía, declaró esperanzado que en las sociedades cristianas “generalmente surge, en países que no han decaído del todo, un hombre enérgico que, armado con una escoba vigorosa, barre a esta gente [los judíos] más allá de las fronteras”.21 Además, según él:

Gracias a la eliminación de este veneno, Francia, que todavía estaba sumida en los horrores de la Guerra de los Cien Años, alcanzó rápidamente un grado increíble de prosperidad; se convirtió en la gran nación europea, predominante tanto en el ámbito militar como en la literatura, en las artes, el buen gusto […] era el árbitro, el modelo, la envidia del mundo entero; tenía entre sus hijos a gloriosos generales, ilustres ministros, escritores incomparables; tenía triunfos y reveses, pero el honor estaba a salvo […] Con ella todos eran, si no ricos, al menos felices, porque el judío no estaba allí para ejercer su parasitismo usurero en el trabajo ajeno. En una palabra, desde 1394, fecha en que expulsó a los judíos, Francia se puso de pie. A partir de 1789, fecha en que volvieron los judíos, Francia ha estado en continuo declive.22

Así, la “Francia judía” a la que aludía con el título del libro representaba, para el autor, la decadencia de su época: según Drumont, los judíos no sólo eran deicidas, burgueses y étnicamente inferiores, sino que incluso estaban detrás de la república y los valores laicos y progresistas y, por consiguiente, de la caída en desgracia de las monarquías, el cristianismo y el Ancien Régime.

La quiebra en 1882 de la banca Union Générale, ligada a sectores monárquicos católicos, fue uno de los hechos que Drumont señaló como prueba de esta conspiración. Esta banca buscaba desplazar al banco judío y al banco protestante que dominaban el mercado financiero parisino de esa época y, para ello, realizó una serie de artimañas financieras que terminaron llevándola a la quiebra. Los banqueros de la Union Générale comenzaron a multiplicar las adquisiciones e inversiones de riesgo, particularmente en Europa central (por ejemplo, financiaron y construyeron el primer ferrocarril en Serbia), adquirieron compañías de seguros, financiaron operaciones en el norte de África con otros bancos mientras especulaban en la Bolsa.23 Esto los hizo crecer extremadamente rápido, algo que continuó hasta 1882, cuando la empresa, obligada a suspender sus pagos, colapsó, trayendo consigo un crac bursátil.24 Un grupo de financieros, entre los que estaban las bancas rivales a las que Union Générale se había propuesto desplazar, se organizó para evitar una crisis financiera más global, pero no ayudaron a la Union Générale, sobre todo por el carácter delictivo de muchas de las prácticas que había llevado adelante. Debido a esto, tanto el fundador de la banca quebrada como otros antisemitas como Drumont atribuyeron su caída a una “conspiración judía” para destruir los bancos católicos franceses.25

Para promover el antisemitismo, Drumont también explotó el escándalo de Panamá de 1892, donde la empresa francesa creada para llevar a cabo la construcción del canal de Panamá se vio envuelta en el pago de sobornos para financiar el proyecto, lo cual la llevó a la quiebra. El hecho de que hubiese habido dos judíos involucrados en el pago de sobornos le alcanzó a Drumont para señalar una “mano judía” en este fracaso que terminó con la construcción del canal llevada adelante por Estados Unidos. Asimismo, durante el affaire Dreyfus de 1894, Drumont fue uno de los más vocales en acusar falsamente de traición al capitán judío francés (este caso será analizado con mayor detalle en el próximo capítulo).

El impacto del antisemitismo de Drumont puede verse en los escritos de uno de sus admiradores, el historiador griego-estadounidense Telemachus Timayenis (1853-1918), considerado el padre de las publicaciones antisemitas en Estados Unidos. En su libro The OriginalMr. Jacobs (1888), Timayenis afirmaba que los judíos eran mentirosos natos, embaucadores, cobardes, usureros, mercenarios, explotadores y una raza inferior a la aria, con la cual estaban enfrascados en un conflicto perenne. A lo largo del texto, el autor retrata a los judíos como enemigos jurados de la civilización cristiana, con la intención de gobernar el mundo, y concluye con una advertencia al lector para que no vote por los judíos, no simpatice con ellos y, sobre todo, no confíe en ellos: “El judío nunca será igual al gentil. O se encoge ante ti o te aplasta. Está o por encima de ti o por debajo, jamás será tu igual”.26

El antisemitismo, por lo tanto, comenzaba a cobrar la forma principal que tiene actualmente, la de una conspiración, un principio de explicación del mundo e incluso una práctica militante. Los judíos dejaban de ser acusados de cosas aisladas por distintos grupos y pasaban a convertirse en un poder tentacular, un sujeto político unificado y sumamente poderoso y codicioso, culpable de la explotación económica y del reemplazo de los valores nacionales por otros extranjeros y decadentes, todo como parte de un oscuro plan de dominación racial que llevaban adelante en las sombras. Vale destacar, además, la omnipresencia de esta conspiración que presenta un panorama en el que los judíos están en todas partes, no sólo en términos geográficos, pues su presencia es tentacular: están en las corporaciones, en las sociedades anónimas, en las organizaciones internacionales, en los medios de comunicación, en el poder de lobby, en las agendas de todos los partidos políticos. Nada está fuera de su alcance e influencia.

Pero el aumento del antisemitismo y el desarrollo de esta veta conspirativa no tenían lugar únicamente en Europa occidental: en el este, lejos de estar emancipada, la población judía —que era mucho más numerosa que aquella del oeste— soportaba condiciones políticas y sociales mucho más difíciles. Los judíos estaban confinados en un sector geográfico que se conocía como Pale of Settlement (Zona de Asentamiento), que incluía el territorio de las actuales Bielorrusia, Lituana y Moldavia, gran parte de Ucrania y el centro-oeste de Polonia, y partes pequeñas de Letonia y de lo que ahora es Rusia. Allí, estaban privados de vivir y trabajar en el resto de Rusia, y bajo presión de los zares para asimilarse y convertirse a la fe ortodoxa. En este contexto, aparecen textos como The Book of Kahal (1869), de Jacob Brafman (1825-1979), un judío lituano convertido, donde se afirmaba que había una conspiración judía que lo abarcaba todo, que los judíos eran un Estado dentro de un Estado y que en cada ciudad “había un comité ejecutivo judío que, basado en las prescripciones del Talmud, estaba tratando de esclavizar y explotar a los no judíos”.27 Asimismo, en 1883, apareció el semanario polaco Rola, desde el cual se llamaba a la lucha contra los judíos por considerarlos una mala influencia en la sociedad del Reino de Polonia, acusándolos de estar tanto detrás de los partidos socialistas como de controlar la política financiera global.28

El zar Alejandro II, quien asumió en 1855, fue más permisivo con los judíos: abrió las escuelas públicas a ellos y comenzó a permitir que muchos pudiesen vivir y trabajar fuera del Pale. Según Phyllis Goldstein, los judíos comenzaron a abrir fábricas y a fundar bancos y ayudaron a construir gran parte de los ferrocarriles del país. Pero a pesar de estos éxitos, o quizás debido a ellos, el antisemitismo se intensificó en toda Rusia en la década de 1870: muchos rusos creían que los judíos se estaban volviendo demasiado poderosos y tenían demasiados privilegios.29 Los periódicos rusos advertían que la presencia de estudiantes judíos en las escuelas públicas conduciría a la dominación judía de profesiones como derecho, ingeniería, medicina y arquitectura, ocupaciones que alguna vez estuvieron abiertas sólo a los rusos. Otras publicaciones responsabilizaron a los judíos por el movimiento revolucionario que estaba surgiendo en Rusia, así como por los males asociados con el socialismo y el capitalismo.30

El asesinato de Alejandro II en 1881 trajo consigo el régimen de Alejandro III, y con ello, un huracán reaccionario, tradicionalista y antioccidental que sería trágico para los judíos, que ocupaban el peldaño más bajo en la jerarquía étnica rusa.31 Ese mismo año, se desató una oleada de pogromos antisemitas con decenas de muertos, heridos y mujeres violadas, además de miles de casas y negocios saqueados o arrasados. La pasividad cómplice de las autoridades zaristas y el silencio de las élites, además de constantes nuevas discriminaciones, expulsiones y restricciones, provocaron un éxodo masivo de judíos. La ola de violencia llevó además a que miles de jóvenes estudiantes y trabajadores judíos depositaran sus esperanzas en ideas radicales y revolucionarias, por lo que muchos se incorporaron a movimientos subversivos antizaristas. Este fenómeno se convirtió en uno de los tópicos predilectos del antisemitismo, que exageró la presencia judía en el movimiento bolchevique y los culpó de la revolución y posteriormente del comunismo. Las nuevas olas de pogromos que tuvieron lugar en 1904-1906 y 1918-1919 fueron aún más violentas que aquella de 1881-1882 y se cobraron la vida del 10% de los judíos ucranianos.32

Fue en este contexto que se publicaron en Rusia Los protocolos de los sabios de Sion (1903), quizás el texto antisemita más notorio y ampliamente distribuido en la modernidad. Creado por el zarismo en un intento de destruir al movimiento bolchevique vinculándolo con este complot, este panfleto falso está escrito como si fuesen una serie de minutas de veinticuatro supuestas reuniones de élites judías en las que se conspiraba para conquistar el mundo, destruir la religión cristiana, convertir a los no judíos en esclavos y apoderarse de varias instituciones globales. Para lograr este plan, según el texto, se utilizaban todas las herramientas disponibles, incluido el capitalismo y el comunismo, el filosemitismo y el antisemitismo, la democracia y la tiranía, y el control de la banca, los medios de comunicación y las finanzas globales. Los conspiradores judíos son descriptos como “una mano invisible” que empuja piezas de ajedrez en las sombras, como serpientes venenosas, arañas que tejen telas y lobos listos para devorar ovejas cristianas, todas metáforas que se volvieron esenciales para el vocabulario conspirativo. Los protocolos… se inspiraron en la novela Biarritz (1868), del periodista antisemita alemán Hermann Goedsche (1815-1878), publicada bajo el seudónimo de sir John Retclifdonde, donde se relataba la historia del Sanedrín,33 un cuerpo judío supremo formado por representantes de las doce tribus de Israel, el cual supuestamente se reunía cada cien años en Praga para planificar la creación de una suerte de dictadura global. Este objetivo se lograría, según el autor, mediante la conquista de las finanzas internacionales, la promoción de causas progresistas y revoluciones.

Los protocolos… terminaron de consolidar la idea de que los judíos dominan el mundo y que lo hacen a través de estrategias en apariencia contradictorias, promoviendo al mismo tiempo el capitalismo y el socialismo. Que su aparición haya coincidido con el comienzo de olas de pogromos antisemitas en el Imperio ruso muestra que los discursos sobre los judíos, lejos de quedar simplemente en mentiras panfletarias, se tradujeron en prácticas violentas masivas. Sin embargo, a pesar de su falsedad y de la sangre derramada, 117 años después Los protocolos… están ampliamente disponibles en numerosos idiomas, en forma impresa y en internet, y siguen siendo considerados como evidencia genuina de que existe una conspiración judía mundial, es decir, continúan siendo la fuente principal de inspiración para todo tipo de teorías antisemitas desopilantes. La efectividad de Los protocolos… radica en que la vaguedad con que están escritos les permite a los antisemitas llegar más allá de sus nichos tradicionales y alcanzar una gran audiencia internacional. Es importante mencionar además el carácter oscuro de Los protocolos… en sí mismos: a la vez que acusan a un pueblo de conspiración, son ellos mismos resultado de algo deliberadamente opaco, dado que no se conoce con claridad la autoría ni su fecha exacta de publicación (1903 es la más aceptada).

El mayor peligro del antisemitismo conspirativo radica en la conclusión a la que esta forma de ver el mundo termina por arribar: Proudhon afirmaba que había que devolver a los judíos a Asia o exterminarlos. Voltaire, que el antisemitismo era una respuesta racional al comportamiento judío. Drumont, que para recuperar la gloria pasada había que “barrer” a los judíos. No mucho tiempo después, el régimen nazi (1933-1945) llegó a conclusiones no muy diferentes, con consecuencias más que conocidas. Para el nazismo, el antisemitismo oficial era una respuesta al enemigo judío que había “atacado primero”: se hacía alusión constantemente a la “judería internacional” como un sujeto político con un enorme poder y hostil a Alemania y se afirmaba que los judíos planeaban el “exterminio” y la “destrucción” de los “pueblos y la cultura europea” buscando el “establecimiento de una dominación mundial judía internacional sobre Europa”.34 El relato oficial giraba alrededor de la idea de que Alemania era una pobre víctima inocente de la todopoderosa conspiración global judía: cada una de las políticas antisemitas, incluso el genocidio, se presentaron como una respuesta justificada a lo que los judíos le habían hecho a Alemania y los alemanes. Desde la perspectiva nazi, la Solución Final fue una represalia necesaria en el contexto de una guerra de defensa más amplia contra la judería internacional. Además, cuenta Jeffrey Herf que, en mayo de 1943, Goebbels mantuvo una larga conversación con Hitler sobre Los protocolos de los sabios de Sion, donde se concluyó que eran “tan modernos como el día en que se publicaron por primera vez”.35 Goebbels estaba incluso “asombrado” por la manera “completa” en la que ese panfleto “exponía la lucha judía por dominar el mundo”,36 y Hitler creía que eran “absolutamente genuinos”, ya que pensaba que nadie mejor que los propios judíos para describir sus planes de dominación mundial.37

Se observa, entonces, la consistencia de un discurso que crece, se expande y también presenta una maleabilidad que le permite adaptarse a distintas temporalidades y países. El judío es, por consiguiente, un recurso simbólico que se utiliza para representar todo lo que una sociedad teme y rechaza o todo a lo que un grupo se opone, para así definirse por oposición. Los nazis necesitaban la figura del judío para presentarla como la antítesis de ellos mismos, como la representación de todo lo opuesto a sus valores fundamentales. En este sentido, Slavoj Žižek sostiene que, aunque todas las ideologías afirman representar la realidad y proponen un orden armonioso para explicarla, tal promesa es imposible de cumplir, por lo que todas ellas necesitan un judío simbólico para tapar su fracaso en simbolizar la realidad total.38 En otras palabras, la sociedad crea la fantasía de un judío omnipotente para, por un lado, definirse por oposición a él como una comunidad armoniosa y, por otro, explicar que la razón por la que esa armonía no está presente y en su lugar hay antagonismos y desgracias es porque hay un poder obsceno que conspira constantemente contra ella. Así, el antisemitismo aparece como una reacción de quienes realzan lo “nativo” y lo asocian con la pureza y señalan en aquello que no se asimila (o a lo que no le permiten asimilarse del todo) la amenaza existencial para la continuidad de eso “nativo” y de la nación misma.

Y es esta fantasía de que la sociedad sería maravillosa si no fuese por ese poder judío oscuro y extraño que lo impide lo que hace que el antisemitismo siempre tenga el potencial de convertirse en odio genocida: al ver a los judíos como seres inherentemente malignos que se la pasan llevando adelante planes y prácticas abominables contra el mundo, sobre el cual al mismo tiempo ejercen un control sobrenatural y tentacular, y al culparlos sin prueba alguna de todas las crisis y los problemas sociales sistémicos y de gran alcance, el odio hacia los judíos lleva a la conclusión de que la única forma de terminar con el sufrimiento es resistirlos y destruirlos. Esta es la misma conclusión a la que llegan quienes odian al Estado judío, dado que también lo consideran el mal absoluto entre las naciones y, por lo tanto, exigen no su reforma, sino su destrucción. Esta peculiar manera de ver el mundo y de pensar a los judíos, notablemente adaptable a cualquier fenómeno y naturalizada para millones de personas, siempre tiene el potencial de convertir el odio a ese judío simbólico en persecución efectiva de judíos reales.

Pero, aunque son personas reales las que sufren como resultado de estos prejuicios, el judío del antisemitismo conspirativo es una creación discursiva, un “judío” simbólico que no refleja el comportamiento y las creencias reales de los judíos reales, pero que sirve como chivo expiatorio para simplificar problemas complejos y crear el villano perfecto que por oposición lo haga ver a uno benevolente y virtuoso. Es por ello que toda teoría conspirativa y todo conspiracionista resultan peligrosos para los judíos, dado que esa forma de pensamiento, tarde o temprano, tiende hacia el antisemitismo: una vez que se decidió que una mano invisible está detrás de todos los problemas del mundo, es sólo cuestión de tiempo para que se decida también que esa mano pertenece a un judío.

Esto ocurre porque, mientras la mayoría de las formas de racismo representan a sus víctimas como infrahumanas, inferiores y hasta estúpidas, un “otro” que es menos que un “nosotros”, el antisemita considera a su objeto de obsesión, los judíos, como un “otro” también inferior, pero a la vez extremadamente inteligente y antihumano. Es decir, los racistas desprecian a las personas de color porque las perciben como brutas, vagas, violentas, improductivas y, en contraste, los antisemitas ven a los judíos como más ricos, poderosos, inteligentes e influyentes que ellos, atributos que están convencidos de que utilizan para dañar a los no judíos. Si bien en ambos casos se percibe al “otro” como una “raza inferior” que de alguna manera está “desviada” y “pervierte” la humanidad de la nación europea “pura”, la deshumanización descriptiva es diferente (inferior débil para los negros, inferior temible para los judíos). En consecuencia, el antisemitismo, más que a despreciar al judío, enseña a temerle y a desconfiar de él, ya que lo presenta como un peligro para los no judíos. Y esto es lo que lleva al carácter conspirativo de este tipo de odio: sería imposible que el racista imagine a los negros controlando el mundo, porque los cree muy poco inteligentes; en cambio, el antisemita piensa a los judíos como tan poderosos, inteligentes y malvados que eso lo lleva a imaginar que tienen la intención colectiva de dañar a los demás y dominarlos a ellos y a las sociedades en las que viven.

En la actualidad, y como se verá a lo largo de este libro, las teorías conspirativas antisemitas de izquierda y de derecha tienen narrativas adyacentes: ambas ven a los sionistas/judíos como actores deliberadamente maléficos cuyo propósito es causar todo el daño posible sobre sus víctimas. Los sionistas/judíos son extirpados de las normas más básicas del comportamiento humano: en todos los grupos, hay una diversidad de actores que adoptan múltiples estrategias para defender sus intereses, pero para el conspiracionismo antisemita los judíos son colocados en el plano de lo satánico, y todos son percibidos como igualmente malos, como un actor unificado con un poder fuera de cualquier sentido de contexto y proporción y con el único interés de dañar a los demás.

Para ciertos sectores extremistas de derecha o islamistas, los judíos son una fuerza omnipotente con poderes casi sobrenaturales que buscan, en Occidente, Medio Oriente o cualquier lugar del mundo, promover intereses contrarios a los nacionales, terminar con la raza blanca y el cristianismo, humillar al islam o desestabilizar a los países para establecer regímenes “títeres” del “judaísmo/sionismo internacional” (o, como en la jerga antisemita estadounidense, un gobierno de ocupación sionista o un nuevo orden mundial). Los extremismos de izquierda, por su parte, ven al judaísmo como un poderoso lobby sionista, un brazo del colonialismo blanco europeo que mueve los hilos de la política exterior estadounidense subyugándola a los intereses israelíes, compra políticos de todos los partidos y países para que sean leales a Israel en vez de a sus naciones, entrena a las fuerzas de seguridad para que repriman minorías raciales y vende “propaganda gay” para ocultar sus oscuros planes, principalmente el sometimiento y desplazamiento de “poblaciones nativas” del Medio Oriente.

Según Scott Shay, las teorías conspirativas sobre los judíos de la extrema izquierda y la extrema derecha, si bien son muy similares, se diferencian principalmente en dos cosas. Primero, en los grupos identificados como víctimas de los sionistas/judíos. Para unos, son la raza blanca, el cristianismo, el hombre común; para los otros, las personas de color, los palestinos, los oprimidos. Es decir que cada expresión de antisemitismo puede articular dimensiones étnicas, religiosas, nacionalistas y de clase. En segundo lugar, el tratamiento que hacen del Holocausto: tanto la extrema derecha como la extrema izquierda afirman que los judíos lo utilizan para conseguir “fines sionistas”. Sin embargo, los segundos rara vez niegan que haya ocurrido, mientras que para los primeros el negacionismo es un elemento central en su narrativa.39 A estas dos diferencias identificadas por el autor, puede sumárseles una tercera, que son las intenciones que se esgrimen a la hora de combatir a los sionistas/judíos: para unos, librar a la sociedad de una influencia extranjera hostil a los valores cristianos, a los blancos, al interés nacional; para otros, luchar contra el colonialismo, el racismo y el apartheid.

Como se ve, hay muchas similitudes entre estas formas de pensar a los judíos y aquellas planteadas por Drumont, Los protocolos… y la propaganda nazi. La idea de que estos son extremadamente poderosos y malvados y ejercen una influencia significativa en los acontecimientos del mundo se repite una y otra vez a lo largo de la historia entre personas que adhieren a ideologías de lo más disímiles. Esto no significa decir que todo es lo mismo: es posible observar similitudes entre las distintas formas de antisemitismo sin que eso implique igualarlas. Que unas no hayan inspirado un genocidio no impide señalar que algunos de los prejuicios que reproducen sobre los judíos son similares y en algunos casos idénticos a aquellas que sí terminaron de esa manera. De hecho, es necesario hacerlo para poder aprender de la historia y evitar justamente que los horrores del pasado se repitan, dado que, como se dijo, el antisemitismo conspirativo, venga de donde venga, siempre tiene el potencial de convertirse en genocida.

Por ejemplo, el antisemitismo islámico ha inspirado guerras contra Israel que hubiesen terminado en una matanza de judíos a gran escala de haber sido exitosas. El hecho de que los judíos contasen con un Estado y un ejército poderosos y, por lo tanto, lograsen impedir que se concrete un genocidio no quita que los intentos existieron. Esta forma de antisemitismo incentivó además decenas de pogromos, la expulsión de casi un millón de judíos del mundo islámico y numerosos atentados terroristas antisemitas en Israel y en el mundo, incluyendo los de la Embajada de Israel y la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (amia) en Buenos Aires. El principal colaborador de Hitler en el mundo árabe era Amin al-Husayni, muftí de Jerusalén y líder de los árabes en Palestina, quien quería extender la Solución Final al Medio Oriente. El régimen que gobierna la República Islámica de Irán organiza concursos de cómics para negar el Holocausto y plantea abiertamente la necesidad de borrar a Israel del mapa. Asimismo, el antisionismo plantea, con cada vez más apoyo, proyectos serios de desmantelar al único Estado judío del mundo para crear uno de mayoría árabe, lo cual resultaría en la práctica en una limpieza étnica de judíos del Medio Oriente, en el mejor de los casos, y en un genocidio, en el peor. Sí, muchos de quienes proponen esta solución no odian a los judíos y simplemente creen que esa sería la mejor forma de resolver el conflicto. Pero no cambia el hecho de que en la práctica terminan reproduciendo antisemitismo y que este los lleva a la conclusión de que hay que eliminar al único Estado judío y, con ello, poner en peligro la integridad física y los derechos más básicos de 7 millones de judíos. El camino al infierno está plagado de buenas intenciones.

Finalmente, el antisemitismo conspirativo, al girar alrededor de la construcción de un judío (o un Estado judío) simbólico que no existe y poco tiene que ver con los judíos (y el Estado judío) reales, no está relacionado necesariamente con la presencia efectiva de judíos. De hecho, este tipo de discursos resulta aún más exitoso cuanto menos contacto se tenga con el grupo al que se señala como culpable de la conspiración, dado que es más fácil creer y reproducir fantasías sobre un colectivo si no se tuvo ni se tiene contacto con miembros de él en la vida real. Una vez que se entra en contacto con personas reales a las que esos prejuicios hacen referencia, estos pierden al menos parte de su efectividad. Por ejemplo, durante la discusión sobre el matrimonio gay en la Argentina (2009-2010), muchas personas decidieron compartir públicamente sus historias, hecho que alentó un contexto progresivamente favorable a la visibilización de esta comunidad y la lucha por sus derechos. Esto, a su vez, se tradujo en un paulatino aumento del apoyo generalizado en torno a la ley, es decir, los discursos agresivos y estigmatizantes sobre los homosexuales perdieron fuerza cuando estos dejaron de referirse a un grupo abstracto y simbólico y pasaron, para muchas personas, a referirse a personas reales, al vecino, al peluquero, al compañero de trabajo, al amigo de toda la vida.

En otras palabras, lo que perdió fuerza fue un discurso deshumanizante del otro. Lo mismo ocurre con los discursos antisemitas, y por eso, en países sin población judía considerable, como lo son en la actualidad los de mayoría musulmana, las teorías conspirativas sobre los judíos están mucho más extendidas que en, por ejemplo, Buenos Aires o Nueva York. Según datos de 2017 de la Anti-Defamation League (adl), una organización no gubernamental (ong) judía estadounidense que lucha contra el antisemitismo y otras formas de odio, si bien las representaciones antisemitas aparecen con mayor frecuencia entre los musulmanes en comparación con los miembros de otras religiones, la dimensión geográfica marca una gran diferencia.40 Precisamente, según esta organización, aquellos musulmanes que viven en Medio Oriente y África del Norte tienen muchas más actitudes antisemitas que sus pares de América y Europa, debido a su falta de proximidad con judíos en la vida cotidiana. Por ejemplo, en Estados Unidos, donde vive casi la mitad de la población judía mundial, la adl encontró que el 34% de los musulmanes encuestados tenía puntos de vista antisemitas, comparado con el 55% en Europa y el 75% en Medio Oriente o África del Norte.

Asimismo, el estudio indica que la mayoría de los musulmanes en esas dos últimas regiones tienen opiniones desfavorables sobre Israel, mientras que el 50% de sus correligionarios estadounidenses presentaban una opinión favorable de ese país. Es por esto que en la actualidad es cada vez más frecuente que en aquellos espacios donde ganan poder los grupos obsesionados con Israel se aliene o incluso expulse a los judíos. Eso genera un clima en el que sólo aquellos que son antisionistas se sienten bienvenidos o cómodos para expresar sus opiniones abiertamente. Es mucho más fácil difundir mentiras y propaganda cuando el receptor no tiene posibilidad de contrastar esa información con otra cosa.

Ejemplos sobran. Tras el ascenso de Jeremy Corbyn en el Partido Laborista británico en 2015, esta agrupación se vio envuelta en decenas de escándalos antisemitas. Los tres principales diarios judíos del país publicaron una solicitada en tapa en la que advertían acerca del peligro de que llegase a convertirse en primer ministro. Miembros judíos del partido denunciaron haber sufrido bullying y acoso interno.41 Según encuestas,42 la mayoría de los judíos británicos pensaban que el laborismo se había vuelto un partido antisemita, y casi la mitad consideraba “seriamente” la posibilidad de dejar el país si ganaba Corbyn.

Por otro lado, en marzo de 2017, la activista de ultraizquierda palestino-estadounidense Linda Sarsour, quien por entonces lideraba la organización feminista Women’s March (Marcha de las Mujeres, una suerte de NiUnaMenos de Estados Unidos), afirmó que no había lugar para nadie que se considerase sionista en el feminismo: “No tiene ningún sentido que alguien diga: ‘¿Hay lugar para las personas que apoyan al Estado de Israel y no lo critican en el movimiento?’. No puede haberlo en el feminismo. O defiendes los derechos de todas las mujeres, incluidas las palestinas, o ninguna”, dijo.43 La cúpula de la organización, incluida Sarsour, tuvo que renunciar dos años después por numerosas acusaciones de antisemitismo. En junio de ese mismo año, en una marcha lgbt en Chicago, dos mujeres judías lesbianas fueron expulsadas por cometer el “crimen” de portar banderas del orgullo con la estrella de David, lo cual, para los organizadores, hacía sentir “poco segura” a la gente, dado que era una marcha “pro-Palestina” y “antisionista”.44 En Brasil, activistas del Partido Socialismo y Libertad (psol) buscaron expulsar a turistas israelíes de la Marcha del Orgullo de San Pablo de 2018.

Tres años más tarde, nueve organizaciones estudiantiles de la Facultad de Derecho de la Universidad de Berkeley, California, adhirieron a un estatuto declarando apoyo al movimiento bds (Boicot, Desinversión y Sanciones contra Israel) y comprometiéndose a no invitar a ningún orador “que haya expresado apoyo al sionismo, al Estado apartheid de Israel y la ocupación de Palestina”.45 Los miembros de la Asociación de Estudiantes Judíos de esa facultad respondieron diciendo que esto dejaba afuera a los estudiantes judíos de estas agrupaciones y eventos y que obligaban a los estudiantes judíos a elegir denunciar una parte importante de lo que son “o autoexcluirse silenciosamente”.46 Este, además, no es un caso aislado: desde 2015 hasta la actualidad, fueron aprobadas más de 71 declaraciones oficiales de organizaciones estudiantiles en campus universitarios de Estados Unidos apoyando el bds.47 Incluso el Harvard Crimson, el periódico estudiantil de la Universidad de Harvard, respaldó este movimiento en un editorial en abril de 2022, generando malestar en los estudiantes judíos.

Además, en el año académico 2021-2022, hubo 143 eventos (excluyendo mítines) antisionistas en los campus universitarios estadounidenses,48 uno de los cuales fue protagonizado por Mohammed El-Kurd, un activista palestino que reivindica el terrorismo, compara a Israel con los nazis, defiende a Hamás, le pide a Dios “que nos libre de los sionistas” y afirmó que espera que “cada uno de ellos [los israelíes] muera de la manera más tortuosa y lenta”.49 Por otro lado, en decenas de universidades se lleva adelante una vez al año la “Semana del Apartheid Israelí”, una serie de conferencias organizadas por el bds que comenzaron en Canadá y se extendieron a Estados Unidos y a muchos otros países de Europa y América Latina.

Tal como lo expresaron los estudiantes judíos de Berkeley, de manera creciente y a medida que gana mayor popularidad, el antisionismo fuerza a los judíos a una situación de tener que elegir qué identidad conservar y cuál descartar para superar esta supuesta contradicción entre su sionismo y su progresismo (que no existe). De lo contrario, serán excluidos de cada vez más espacios, ya sea agrupaciones estudiantiles, movimientos feministas, marchas lgbt o partidos políticos históricos. Como se dijo, es mucho más fácil difundir mentiras y propaganda sobre un grupo cuando el receptor no tiene posibilidad de contrastar esa información con otra cosa.

En suma, el antisemitismo contemporáneo no sólo puede definirse principalmente como una gran teoría conspirativa, sino incluso como la madre de todas ellas. Dada la polivalencia del pensamiento conspirativo y su potencial adaptabilidad, el antisemitismo no muere, muta, y se presenta como el comodín perfecto para explicar todos los problemas estructurales del mundo, lo que lo convierte en un odio que siempre tiene el potencial de volverse genocida. Su persistencia radica, además, en que en distintos contextos siempre ha sido conveniente a los intereses de un grupo proclamar su identificación con lo humano en oposición a otros que se presentan como perversos o desviados y, por lo tanto, culpados y responsabilizados de distintos males.

En este sentido, el judío ha sido el chivo expiatorio perfecto, debido a su negativa histórica a asimilarse o a abandonar sus creencias y forma de vida en pos de ideas universalistas, sean estas el cristianismo, los Estados nación capitalistas o la concepción de ciudadanía soviética que pretendía ir más allá de las distinciones étnicas. Esto queda claro en las palabras del revolucionario francés Clermont-Tonnerre, quien hablando en un debate de 1789 sobre el estatus de los judíos en la nueva nación francesa afirmó que había que otorgarles todo como individuos, pero rechazarlos como nación, porque “es repugnante tener en el Estado una asociación de no ciudadanos y una nación dentro de la nación”.50 Del mismo modo, hoy el antisionismo no alcanza a comprender por qué sus deseos de desmantelar Israel y crear un Estado único de mayoría árabe son rechazados por los judíos, quienes insisten en tener un país propio. El judío es aquello que molesta; su existencia misma y su negativa a abandonar su especificidad desafían las pretensiones hegemónicas de cualquier tipo. Por ello las teorías conspirativas sobre los judíos pueden acomodarse a distintos tiempos y realidades y son compartidas por personas de lo más variopintas.

Y es por ello también que el antisemitismo es sumamente difícil de combatir y de evitar reproducir incluso de manera inintencional. Muchos activistas que dicen estar en contra del racismo no alcanzan a comprender la naturaleza conspirativa de aquello a lo que se oponen, porque ven la discriminación como algo ejercido por los fuertes contra los débiles, y precisamente el antisemitismo ha sedimentado la noción de que los judíos son siempre los privilegiados y poderosos. Por eso, ¿cómo no sospechar de ellos?

Notas

1Sylvain Bourmeau, “Scare Tactics: Michel Houellebecq Defends His Controversial New Book”, en The Paris Review, 2015, disponible en <https://www.theparisreview.org/blog/2015/01/02/scare-tactics-michel-houellebecq-on-his-new-book/>.

2David Nirenberg, Anti-Judaism: The Western Tradition, Nueva York, W. W. Norton & Company, 2013.

3El recorrido histórico realizado aquí estará lejos de ser minucioso y completo, ya que eso escapa a las posibilidades de este trabajo. Para ampliar sobre la historia del antisemitismo en general y en Europa en particular, se recomiendan: Léon Poliakov, The History of Anti-Semitism, 4 tomos, París, Calmann-Lévy, 1955, 1961, 1968 y 1985; David Nirenberg, Anti-Judaism: The Western Tradition,op. cit.; Walter Laqueur, The Changing Face of Anti-Semitism: From Ancient Times to the Present Day, Nueva York, Oxford University Press, 2008, y Phyllis Goldstein, A Convenient Hatred: The History of Antisemitism, Brookline, Facing History & Ourselves National Foundation, 2012.

4David Nirenberg, Anti-Judaism: The Western Tradition,op. cit.

5Ibid.

6Ibid.

7Robert Michael, A History of Catholic Antisemitism, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2008.

8David Cesarani, The Left and the Jews, the Jews and the Left, Londres, Labour Friends of Israel & Profile Books, 2004.

9Ibid.

10Léon Poliakov, The History of Anti-Semitism, vol. 3: From Voltaire to Wagner, París, Calmann-Lévy, 1968, p. 374.

11Ibid., p. 376.

12Gobineau era un aristócrata francés que buscó legitimar el racismo dándole un tinte “científico” y desarrollando una teoría sobre la “raza maestra aria”. Tras las revoluciones de 1848, escribió Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, donde argumentó que los aristócratas eran superiores a los plebeyos, dado que se “mezclaban” menos con razas inferiores y, por lo tanto, tenían más rasgos arios. Sus obras influyeron en destacados antisemitas, como Drumont, pero también Richard Wagner y diversos líderes del Partido Nazi, quienes editaron y volvieron a publicar su trabajo.

13Renan era un orientalista francés, especializado en lenguas y civilizaciones semíticas. Veía la historia del mundo como una batalla entre los semitas y los indoeuropeos arios y es conocido por ser uno de los primeros en promover la falsa teoría sobre que los judíos askenazíes eran descendientes de los jázaros (ver en este libro el capítulo “Los judíos askenazíes descienden de los jázaros”).

14Édouard Drumont, La France Juive, París, Marpon et Flammarion Éditeurs, 1886, p. 33.

15Ibid., p. 38.

16Thomas P. Anderson, “Édouard Drumont and the Origins of Modern Anti-semitism”, en The Catholic Historical Review, vol. 53, núm. 1, 1967.

17Michel Winock, Nationalism, Anti-Semitism, and Fascism in France, California, Stanford University Press, 1990.

18Édouard Drumont, Le Testament d’un antisémite, París, Librairie de la Société des Gens de Lettres, 1891, p. 45.

19Léon Poliakov, The History of Anti-Semitism,