El caso de Paul - Willa Cather - E-Book

El caso de Paul E-Book

Willa Cather

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Beschreibung

El caso de Paul fue publicado por primera vez en 1905 dentro del primer libro de cuentos de Willa Cather, El jardín de los Troll, que lanzó su carrera. El relato, considerado uno de los mejores de la literatura norteamericana de todos los tiempos, explora las contradicciones de muchos jóvenes con vocación artística que viven en un mundo materialista. Cather se basó en un hecho real que ella vivió cuando enseñaba en Pittsburgh, Pennsylvania: retrata a un joven que vivía para la belleza y pensaba que el dinero podría salvarle del tedio cotidiano. Paul es visto por su profesora como un bicho raro. Para él, tanto la escuela como su casa son aburridas y deprimentes. La verdadera vida se encuentra en el teatro en el que trabaja. Huirá a Nueva York queriendo disfrutar al máximo, alejándose de la monotonía del día a día…

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Seitenzahl: 45

Veröffentlichungsjahr: 2015

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EL CASO DE PAUL

Un estudio sobre el temperamento

Willa Cather

Título original: Paul's Case

© Aurora Echevarría, 2015, por la traducción, cedida por Círculo de Lectores, S.A.

Edición en ebook: marzo de 2015

© Nórdica Libros, S.L.

C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B 28044 Madrid (España)

www.nordicalibros.com

ISBN DIGITAL: 978-84-16112-59-3

Diseño de colección: Filo Estudio

Corrección ortotipográfica: Ana Patrón

Maquetación ebook: Caurina Diseño Gráfico

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Contenido

Portadilla

Créditos

Autor

Willa Cather

(Virginia, 1873 - Nueva York, 1947)

Wilella Sibert Cather, narradora estadounidense cuya obra revela gran sensibilidad poética y poder descriptivo al evocar sus recuerdos de infancia en Nebraska, la dura lucha contra la naturaleza de los inmigrantes colonizadores y los conflictos entre la ciudad y el campo. Famosa por sus novelas, en las que retrata la vida cotidiana de personajes corrientes de los Estados Unidos, empleando para ello un lenguaje igualmente cotidiano. Sus maestros fueron Flaubert y Henry James, mientras que sus preferencias literarias se dirigían hacia Hawthorne, Turguénev, Mérimée, Conrad y Stephen Crane. Entre sus obras destacan Mi Ántonia o El canto de la alondra. También escribió algunos de los mejores relatos de la literatura norteamericana, como El caso de Paul, publicado en nuestra colección Minilecturas.

El caso de Paul

Era la tarde que Paul tenía que comparecer ante el profesorado del instituto Pittsburgh para dar razón de sus diversas faltas. Lo habían expulsado temporalmente hacía una semana, y su padre se había presentado en el despacho del director y confesado su perplejidad respecto a su hijo. Paul entró sonriente y afable en la sala de profesores. Se le había quedado un poco pequeña la ropa, y el terciopelo marrón del cuello de su abrigo abierto estaba deshilachado y gastado; pero a pesar de todo ello tenía algo de dandi, y llevaba un alfiler de ópalo en su recién anudada corbata negra y un clavel en el ojal. Este último adorno al profesorado le pareció que no era debidamente indicativo del espíritu contrito que correspondía a un chico expulsado.

Paul era alto para su edad y muy delgado, de hombros altos y apretujados, y pecho estrecho. Sus ojos destacaban por cierto brillo histérico, y los utilizaba continuamente de una forma teatral y consciente, particularmente ofensiva en un muchacho. Las pupilas eran anormalmente grandes, como si fuera adicto a la belladona, pero alrededor de ellas había un brillo vítreo que no produce esa droga.

Cuando el director le preguntó por qué estaba allí, Paul explicó, con bastante corrección, que quería volver al colegio. Era mentira, pero Paul estaba muy acostumbrado a mentir; de hecho, le parecía indispensable para salvar las desavenencias. Se pidió a sus profesores que enunciaran sus respectivos cargos contra él, lo que hicieron con tanto rencor y encono que revelaban que no se trataba de un caso corriente. Entre las ofensas mencionadas se contaban el desorden y la impertinencia, pero todos sus profesores coincidieron en que era prácticamente imposible poner en palabras la causa real del problema, que radicaba en la actitud histéricamente desafiante del chico; en el desprecio que todos sabían que sentía por ellos y que al parecer no hacía ningún esfuerzo por ocultar. En una ocasión en que había estado haciendo la sinopsis de un párrafo en la pizarra, su profesora de lengua se había puesto a su lado y tratado de guiarle la mano. Paul se había echado atrás con un escalofrío llevándose las manos violentamente a la espalda. La perpleja mujer difícilmente se habría sentido más dolida y avergonzada si la hubiera golpeado. El insulto era tan involuntario y claramente personal como para ser inolvidable. De un modo u otro había hecho conscientes a todos sus profesores, tanto hombres como mujeres, de esa sensación de aversión física. En una clase permanecía sentado tapándose los ojos con una mano; en otra siempre miraba por la ventana durante el recitado de la lección; en otra hacía un reportaje en directo de la clase con intención humorística.

Sus profesores creyeron esa tarde que toda su actitud quedaba simbolizada en su forma de encogerse de hombros y en el clavel impertinentemente rojo, y se abalanzaron sobre él sin piedad, con la profesora de lengua encabezando la jauría. Él aguantó sonriendo, los pálidos labios separados sobre la dentadura blanca. (Torcía continuamente los labios, y tenía la costumbre de arquear las cejas, lo cual era irritante y despectivo en sumo grado.) Chicos mayores que Paul se habrían derrumbado y vertido lágrimas bajo ese bautismo de fuego, pero a él no le abandonó ni una sola vez su sonrisa fija, y las únicas muestras de su incomodidad fueron el nervioso temblor de sus dedos al juguetear con los botones del abrigo y de vez en cuando una sacudida de la otra mano con que sostenía el sombrero. Paul siempre sonreía, siempre miraba en derredor, dando la impresión de creer que podían estar vigilándolo y tratando de detectar algo. Esa expresión consciente, como no podía distar más de la alegría infantil, solía atribuirse a su insolencia o «viveza».

En el transcurso de la investigación, una de las profesoras repitió un comentario impertinente del chico, y el director le preguntó si le parecía que era cortés hablar de ese modo a una mujer. Paul se encogió ligeramente de hombros e hizo un tic con las cejas.