El caso Léon Sadorski - Romain Slocombe - E-Book

El caso Léon Sadorski E-Book

Romain Slocombe

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Beschreibung

París, primavera de 1942. Bajo ocupación nazi la población capitalina vive con temor al bombardeo aliado y a merced del contrabando, las desapariciones forzadas. Para Léon Sadorski, inspector de policía modélico, anticomunista y antisemita, la política colaboracionista de Vichy representa una oportunidad de ascenso social, mientras hace lo que mejor sabe: extorsionar, perseguir y arrestar judíos, terroristas y miembros de "La Résistance". Sin embargo, su plácida rutina de acoso y derribo será puesta en jaque cuando la Gestapo le encomiende una misión especial llena de traiciones, intrigas y dobles agentes.

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Ähnliche


EL CASO LÉON SADORSKI

 

Título original: L’Affaire Léon Sadorski

© Malpaso Holdings, S. L., 2020

C/ Diputació, 327, principal 1.ª

08009 Barcelona

www.malpasoycia.com

© de la traducción: Julia Escobar

ISBN: 978-84-18546-64-8

Diseño de interiores: Malpaso Ediciones

Maquetación: Joan Edo

Imagen de cubierta: Malpaso Ediciones

Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro (incluyendo las fotocopias y la difusión a través de Internet), y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo, salvo en las excepciones que determine la ley.

Para Jean-Hugues Oppel

 

«No hay fronteras cuando se cuenta con colaboradores eficaces».

VICTORIA KENT,Cuatro años en París, 1940-1944

«[…] Los hombres corrientes que configuran el Estado –sobre todo en épocas inestables–, ahí está el verdadero peligro. El verdadero peligro para el hombre es usted, soy yo. Y si no está convencido, es inútil que siga leyendo».

JONATHAN LITELL,Les Bienveillantes

«Iban a apagar París. Era muy natural, pero París sin luz causaba una sensación extraña. Era como si fueran a apagar el resplandor del mundo».

ERICH MARÍA REMARQUE,Arco de triunfo

 

 

 

ADVERTENCIA

Ni el autor ni el editor se identificancon las opiniones expresadas por el personaje principalde este libro. Pero son el reflejo de su época,y también pueden presagiar las que nos esperan.Porque «el vientre del que ha surgido la bestia inmundasigue siendo fecundo».

103-8

NOTA INDIVIDUAL

Caso en contra de:

Sadorski, Léon, René, Octave, 44 años, nacido el 10-8-1900 en Sfax (Túnez)I.P.A1 en la tercera sección de los R.G, domiciliado en el número 50, quai des Célestins, París 4.

Situación administrativa:

Inspector en prácticas, arrestado del 14-12-1920…………………………………………………………………… titular, del 8-1-1922Suspendido, ………………………………………………………… del 18-4-1934Reincorporado, ……………………………………………… del 1-10-1939Inspector especial …………………………………… del 26-2-1940Delegado en funciones de Jefe de Brigada,arrestado del 26-9-1940

I.P.A. ………………………………………………………………………… del 23-1-1941

En la actualidad:

Detenido.

Situación familiar:

Casado, sin hijos.

Distinciones honoríficas:

Medalla militar

Cruz de Guerra 1914-1918

Medalla a la dedicación, de bronce…………………………………………………………, de plata.

Gratificaciones

2-6-1942,250 francos.

DELORME,

Secretario

 

_______

1. Inspector principal adjunto (Salvo indicación contraria, todas las notas son del autor).

I

LA GESTAPO

IV J SA 225 a

París, 11 de marzo de 1942

NOTA

Asunto: La deportación de los judíos.

El S.S –Hauptsturmführer Dannecker, que estaba en Berlín para tratar los asuntos judíos, informa sobre las novedades siguientes:

El S.S. –Obergruppenführer Heydrich ha conseguido que el 23 de marzo2 se ponga a nuestra disposición un tren para evacuar a los 1.000 judíos que siguen en el campo de Compiègne y que deben ser deportados. Irán primero a un campo de reagrupación en Silesia para ser distribuidos posteriormente en los diferentes lugares de servicio para el trabajo en el Este.

Además, el S.S. –Obergruppenführer Heydrich ha dado su aprobación para que se evacúen a otros 5.000 judíos de París en 1942.

Durante la reunión habitual de los martes en los locales del SD3, a la que asisten tanto representantes de la embajada como de la Comandancia militar y de la Comandancia (del Gran París), hemos decidido de común acuerdo que primero evacuaremos a esos 5.000 judíos de París, ya que es en París donde la cuestión judía es más urgente y donde hay una mayor proporción de judíos y que, además, queremos dar al nuevo Comisario de Asuntos Judíos la ocasión de rodarse unos meses antes de enfrentarse a asuntos tan espinosos y decisivos como la deportación de los judíos en zona no ocupada.

Igualmente, el S.S. -Obergruppenführer Heydrich ha dado su aprobación para otras deportaciones de mayor envergadura en 1943.

{…}

Asimismo, el SD de Berlín ha sido avisado también que los representantes de Rumanía, Eslovaquia y Croacia han expresado su desinterés por los judíos que residen fuera de su territorio.

Sugiero que se consiga la confirmación del ministro de Asuntos Exteriores sobre esta última información y, una vez obtenida, incluir a los ciudadanos de esos Estados en la evacuación de los judíos de París.

Adjunto un esbozo de telegrama en este sentido.

Firmado: ZEITSCHEL4

1. Al Consejero Schleier.

2. Al Consejero de embajada Achenbach.

3. Al Consejero Rahn.

4. Al agregado de legación diplomática Krafft von Dellmensingen.

5. Al Dr. Kuntze.

 

_______

2. El convoy salió en realidad el 27 de marzo de la estación de Bourget-Drancy (565 deportados) y después de Compiègne (en torno a 547 deportados), para llegar a Auschwitz el día 30. En ese convoy había mayoría de franceses, de origen o naturalizados.

3. Ver Glosario, al final del libro (N de la T).

4. El SS-Sturmbanführer (comandante) Carltheo Zeitschel (1893-1945), asesor político en la embajada alemana de París y notorio antisemita, encargado de los judíos y los francmasones.

1

QUAI DES CÉLESTINS

Todas las mañanas, Yvette, la señora de Léon Sadorski, emerge de las brumas del sueño espoleada por un deseo desmesurado de hacer el amor. La temperatura de su cuerpo sube un grado, el sexo se le humedece al instante y entonces se acurruca contra el inspector principal adjunto Sadorski, dando un leve suspiro. Por lo general, su marido suele responder a sus avances, pero esa mañana del 1 de abril de 1942, apenas suena el despertador, otras preocupaciones de índole menos frívola se aparecen por su mente. El hombre se aparta con suavidad, entra en el cuarto de baño; orina, se afeita y luego, en camiseta, se dirige a la cocina a preparar el café. Las agujas del reloj de pared señalan las 7.38 (hora alemana, el alba apenas despunta). Descorre las espesas cortinas negras de la defensa pasiva y abre las contraventanas. Por encima de la isla de Saint-Louis, detrás de las ventanas del piso de tres habitaciones que la pareja tiene alquilado en el quai des Célestins desde antes de la guerra, el cielo anuncia, como el día anterior, un hermoso día de primavera. El aire es de una pureza extraordinaria, y es esa una de las ventajas más notables de la Ocupación desde que todo el mundo, dada la escasez de gasolina, se desplaza a pie o en bicicleta, incluidos los polis de los RG.5 El inspector principal adjunto, León Sadorski, enciende su primer cigarrillo.

Unos días antes, durante la noche del 27 al 28 de marzo, los ingleses habían atacado Saint-Nazaire en el más puro estilo del arte del desembarco. Tras varias horas de lucha encarnizada, sus comandos consiguieron irrumpir en plena ciudad y dañar las instalaciones portuarias reservadas a los submarinos boches;6 ¡antes de retirarse llegaron a plantar su bandera en el ayuntamiento! Por supuesto, todo esto ha creado cierto ambiente de nerviosismo entre la gente, y las imaginaciones, siempre dispuestas a encenderse, están lanzadas. Sadorski, en su despacho del cuartel de la Cité, ha sabido de muy buena fuente que la población de Saint-Nazaire apoyaba al enemigo y que ya se llevaban a cabo severas represalias en todos los barrios. La prensa francesa hace lo que puede para explicar que esos hechos son, en definitiva, la prueba flagrante de que nuestras costas se mantienen «inexpugnables». El inspector principal adjunto no tiene la menor duda. Su trabajo es el mejor lugar para apreciar el poderío boche: casi a diario se cruza con los delegados de la Sipo-SD7 uniformados o de paisano. En cuanto está preparado el café, Sadorski aplasta su colilla en el fregadero y llama:

–¡Yvette!

Ella se ha puesto una bata sobre el conjunto azul celeste que ciñe sus caderas y que suele utilizar como camisón. Todavía despeinada, su mujer le sonríe mientras moja una tostada con mantequilla en su «café nacional», hecho con garbanzos tostados, profusamente espolvoreado con leche deshidratada y azucarado con sacarina. Se oyen las campanas en el silencio de la gran ciudad.

–¿Sabes lo que leí ayer, cariño?

Sadorski emite un gruñido.

–Imagínate –prosigue ella– que un médico del Pré-Saint-Gervais ha inventado una galleta hecha con espinas de pescado.

–¿En serio?

–Sí, te lo aseguro: el doctor Percherona, «globetrotter, escritor y químico eminencia», no soy yo quien lo dice sino La Semaine; nos va a dar sus espinas de pescado sin cupones de por medio, transformadas en un alimento rico y completo que degustaremos en forma de paté o galletas. Este científico ha explorado Mongolia, ha estado con los lamas, los hechiceros, los adivinos y ha visitado miles de islas del Japón. Dice que allí, entre los japoneses, se siente «en el sendero de los dioses».

Sadorski se ríe mientras sacude los hombros y mira hacia arriba, acaricia la mano de Yvette, enciende otro gauloise8 y se levanta suspirando.

–Bueno, tesoro, esto no es todo, pero tengo que marcharme.

Ella lo gratifica con un mohín enfurruñado que a él le parece adorable: tras doce años de vida en común, el inspector Sadorski está tan enamorado de su mujer como al principio. ¡Mucho más! Y a diferencia de algunos colegas, no la engaña con las mecanógrafas de la tercera sección de los RG. Él solo se permite «pequeños extras», camareras de bar u hotel, durante algunos asuntos del departamento. ¿Por qué arriesgarse cuando encuentras en tu casa toda la felicidad del mundo? Una o dos aventuras algo más serias que las demás lo curaron de espanto. Además, él y ella tienen sus juegos, sus escenitas privadas… lo que su mujer llama, ruborizándose, sus «tonterías».

Ella es la única capaz de entender, incluso alentar, sus deseos más vergonzosos. Les llevó tiempo, pero lograron una armonía, una sincronización casi perfecta. Sadorski se inclina para besar a Yvette en la frente; aspira su olor, mete la mano izquierda en el escote de la bata, ella lo deja hacer.

–Te obsesionas demasiado con tu trabajo, cielito… y con los bombardeos. Pero la otra noche apenas hubo un muerto y quince civiles heridos… más dos alemanes alcanzados por la metralla. ¿Me llevas al cine el domingo? Echan Mam’zelle Bonaparte. Está ambientada en el Segundo Imperio, con Raymond Rouleau y Edwige Feuillière…

–También podríamos ver Bolero, o La duquesa de Langeais….

–¡No, prefiero a Raymond Rouleau!

Antes de enfundarse la automática que cuelga de la mesita de luz, el inspector le promete a su mujer que lo pensará. Mientras baja la escalera, se le ocurre que ese fin de semana se dará una vuelta por el mercado negro de los polacos de Saint-Paul para comprarle dos nuevos pares de medias y lencería. ¡No en vano estamos en primavera! La savia no solo afecta a los árboles; en la ciudad, las chicas están tan guapas que marean. Y aunque al transeúnte que mira los escaparates parisinos –los que no están repletos de simulacros– le pueda parecer que las tiendas están llenas, en cuanto entra a pedir algo se ve que no hay variedad. Todo desaparece y los precios se disparan más rápido que el mercurio del termómetro. Comprar ahora accesorios tan corrientes como pañuelos, camisas, calcetines, es un verdadero lío. Los comerciantes esconden la mercancía para revenderla más cara. Sadorski tiene que enseñar su tarjeta profesional y poner un aire amenazador. Como por ensalmo, lo que había pedido aparece de pronto y el precio baja algo; exige por principio una rebaja más, que le conceden como es natural. Si el comerciante es judío, se expone a serios problemas, sobre todo desde que, en una reciente nota del 20 de marzo, Tanguy, el jefe de la PJ, ha ordenado a los agentes que en los casos de aumentos ilegales de precios –cuando se trate de israelitas– se identifique cualquier infracción al reglamento de judíos que el delincuente pudiera haber cometido. Al llegar al entresuelo, Sadorski se detiene para pegar el oído a la puerta que da al rellano.

En el cartón blanco donde está el timbre hay escrito un nombre extranjero, probablemente judío: Odwak. Madre e hija. Se mudaron a principios del mes pasado. La primera da clases de música, la segunda va al liceo en la Rive Gauche. Sadorski se ha cruzado con ellas a veces en la entrada y, un día, vio de lejos a la pequeña sola en el Pont-Marie, con su cartera. Cuando la señora Odwak toca el piano se puede soportar porque ejecuta bien y siempre piezas bonitas. Pero las desmañadas escalas de sus alumnos ponen al inspector de los nervios y también a su mujer y, sin duda, a todo el vecindario. Antes, el ruido de la circulación ocultaba el de los ejercicios musicales. Ahora hay que padecer por lo menos veinte veces al día, en la misma calle, el mismo fragmento del método Dalcroze9 mal repetido. Parece como si todos los niños de la capital estudiaran piano, pero aquella mañana no hay un solo ruido en el apartamento de las Odwak. Tampoco se oye la radio, lo que sin duda les conviene (los judíos tienen prohibido poseer receptores de radio por orden alemana del 13 de agosto de 1941). Sadorski olfatea: no huele a desayuno, el apartamento parece vacío. Tira su colilla a propósito en el felpudo, se va del inmueble sin echar ni siquiera una ojeada a los buzones.

Como no tiene tiempo, renuncia a su copita de calvados en el bar del Pont-Marie, situado en la esquina de la calle Nonnains-d’Hyères; deja atrás la cola de señoras burguesas, mujeres del pueblo y criaditas, desplegada desde las verjas de la carnicería vigiladas por un guardia urbano encargado de mantener el orden en los comercios, y cruza la calle mientras enciende un cigarrillo. El toque de queda terminó a las cinco de la mañana. Los cubos de basura frente al ayuntamiento están sin recoger. Los perros callejeros los hociquean con las patas apoyadas en los bordes mientras empujan las tapas con sus morros. París está cada vez más sucio. Circulan muy pocos vehículos en el muelle: bicis, carretillas, algunos camiones alemanes y una de sus motos verdosas con sidecar. Los petardos explotan en la tranquilidad de la ciudad, del río y de los muelles. Antaño, no muy lejos de ahí, estaba el frontón de la Cruz Negra, dónde actuaban, en 1645, Molière y su troupe del Ilustre Teatro. El comediógrafo fue detenido y después encerrado en Châtelet por una deuda de quince libras al encargado de las candelas. En sus ratos libres, Sadorski se ocupa de la historia de París, sobre todo la relacionada con los polis. Nació en Túnez, bajo el signo de Leo. Es un hombre de baja estatura, achaparrado, de hombros anchos, barbilla huidiza, nariz corta, frente abombada bajo una cabellera ondulada, prematuramente encanecida. Esto ocurrió el 14 de junio de 1940 en pocas horas, en Étampes, durante la debacle, cuando aún no había cumplido cuarenta años. El aire es fresco, humedecido por los chubascos nocturnos. Sadorski observa desde el parapeto del muelle las barcazas amarradas en el puerto de Saint-Paul, luego se dirige al puente de Louis-Philippe para llegar a su trabajo.

El inspector se desplaza a pie siempre que puede, o en bicicleta cuando está en misión, y a veces en un coche de emergencias durante operaciones importantes, barreras policiales o redadas. París ya no tiene taxis ni automóviles, casi no hay autobuses ni tranvías, estos desde 1938 cuando se cerró la última línea. Por lo tanto, o la población pedalea o se sumerge en el subterráneo, donde se despachan a diario no menos de tres millones de billetes, un tercio más que antes de la guerra. Tomar el metro se ha convertido en una pesadilla, sobre todo en las horas punta. Muchas estaciones están cerradas sin motivo aparente. Desde hace algunos meses los trenes son cada vez más cortos, cuatro vagones en vez de cinco, cuando no tres. Su frecuencia también ha disminuido: hay que esperar en el andén entre cinco y siete minutos en horas de mayor afluencia, y entre diez y quince en las más muertas. Como hay poco ruido en la superficie, el rugido de los trenes se oye desde las aceras como un eco siniestro que asciende del infierno. Los viajeros se empujan y se pisotean por miedo a perder su tren. A veces, ante las puertas automáticas, la cola llega hasta la escalera de entrada de la estación. Así como al aire libre la ciudad parece tranquila y somnolienta por la escasez de automóviles, ahí abajo, se arma una batalla campal. En los vagones, todos sudan y el metro se convierte en una peste hecha de diferentes sudores, ropa sucia, mal aliento, brillantina y perfume barato.

Para ganar sitio, en la línea 4 han retirado algunos asientos y los han sustituido por transportines. Los soldados del ejército de ocupación se asfixian como los demás desde que tienen que desplazarse también en ese medio de transporte. A veces se encuentran unidades enteras que viajan gratis cargadas con su impedimenta: mochilas, tarteras, mantas, todos bajo la luz macilenta. Para ahorrar electricidad, con los cien mil kilovatios que se mandan cada hora a Alemania, han desenroscado la mitad de las bombillas de los pasillos y de los trenes. Para bajar, Sadorski se ve obligado, como todos los demás, a abrirse paso entre los cuerpos apelotonados. Consigue escaparse de la estación de metro con alivio. Pero tanto por las mañanas –iguales que la de ese hermoso primer día de abril de 1942– como por las noches, el inspector principal adjunto Sadorski se aleja de su mujer con pasos tranquilos o rápidos según las circunstancias, sueña con ella, y vuelve andando con su gauloise entre los labios, ávido de reunirse con Yvette en el tercer piso de ese edificio gris y compacto del número 50 del quai des Célestins, a orillas del Sena.

 

_______

5.Renseignements généraux (RG) es un servicio de Inteligencia general creado para informar al gobierno sobre cualquier movimiento que pueda dañar al Estado. Lo denominaremos con estas siglas en todo el texto. (N de la T).

6. Término peyorativo con el que los franceses llaman a los alemanes; lo he traducido también por «teutón». (N de la T).

7. Ver Glosario (N de la T).

8. Cigarrillos franceses muy populares de la época, equivalentes a nuestros «celtas» (N de la T).

9. Método interpretativo de la música a través del cuerpo, inventado por Émile Jacques-Dalcroze, compositor y teórico suizo (Viena, 1865-Ginebra, 1950) (N de la T).

2

CHUBASCOS DE ABRIL

Un camión de reparto desemboca en el puente del Arzobispado para entrar en el quai aux Fleurs, con un ruido de chatarra. Esos camiones franceses, sin reparar ni pintar desde hace tres años, son espantosos y circulan con un ruido infernal. Al principio de la calle Massillon, a la sombra de Notre-Dame, hay un cartel sobre una pared que representa a un obrero en paro asomado desde la ventana de su insalubre alojamiento. El hombre contempla el horizonte, donde se alza una magnífica fábrica bajo un cielo resplandeciente. La leyenda dice: «¡Si quieres ganar más, ven a trabajar a Alemania!». Sadorski se acerca, frunce el ceño. Algún chico bromista o un verdadero resistente, vaya usted a saber, ha añadido aviones que tiran bombas sobre la fábrica teutona. «Cerdos», musita el policía. ¿Y nuestras casas? ¡Más de seiscientos muertos, durante la noche del 3 de marzo! Sadorski vio cómo se iluminaba toda la parte oeste de París desde su ventana. En los puentes, los curiosos contemplaban el espectáculo como si fueran fuegos artificiales. Los ingleses –y detrás de ellos los francmasones y la banca judía– bombardeaban sin descanso los talleres y los suburbios populares. Pillaron por sorpresa a la DCA alemana. ¡Ni siquiera hubo alarma! Parecía que allá, por Billancourt, todo saltase por los aires. Los cristales de las ventanas vibraron hasta en el centro de la capital. Se oían a lo lejos las sirenas de los bomberos y de las ambulancias precipitándose al horno. Incluso apareció un Blenheim solitario sobrevolando su calle, quai des Célestins. Aterrado, Sadorski arrastró a Yvette hasta el dormitorio y la obligó a refugiarse debajo de la cama, donde se reunió con ella. Desde Étampes, el inspector siente pánico a los bombardeos aéreos. Al día siguiente la gente decía que los ingleses habían tirado bombas atómicas, lo que es del todo imposible; se trataba apenas de munición con gran fuerza explosiva. El entierro de las víctimas fue declarado día de luto nacional, los periódicos denunciaron la barbarie anglosajona: «un ataque bestial de los ingleses contra la población y los edificios civiles de un barrio de París». Diez días después seguían sacando cadáveres de los escombros en la zona afectada. Pero lo que no dijo la prensa y que los RG sabían a la perfección, fue que las fábricas Renault quedaron devastadas y con ellas los tanques y los camiones de la Wehrmacht que fabricaban en ellas.

El 1 de marzo, en la calle Tánger, abatieron a un centinela y el 4, día del entierro del teutón, los teatros y los cines estaban ya cerrados por orden del comandante del Gran París. Veinte rehenes comunistas y judíos fueron fusilados de inmediato como «testigos de ese pérfido crimen», según el cartel de aviso de las Autoridades ocupantes. Se fusilarían otros veinte más después del 16 de marzo si no se encontraba a los asesinos, pero la policía francesa se empleó a fondo: el 8 de marzo las Brigadas Especiales echaron el guante al principal responsable, un estudiante rojo alemán, llamado Karl Schoenhaar. A mediados de abril comparecerá ante un tribunal especial y será fusilado. Su cómplice, Tondelier, detenido en el mismo operativo, cantó de pleno e hizo que cayeran varios camaradas al señalar los sitios de encuentro y las horas de sus citas.

Sadorski entra en el portal de la prefectura, muestra deprisa su tarjeta al guardia de servicio, se dirige a los pasillos y luego a la escalera. Echa una mirada al despacho de los inspectores, frunce el ceño: Foin ya está ahí, reuniendo un equipo. Es su rival desde hace tiempo y dirige la otra brigada, formada por no menos de siete inspectores a sus órdenes, casi todos, como su jefe, miembros de la célula Bedel. Foin, aunque vive en la calle Ordener, ya está en el tajo. A pesar de ser de la misma edad, mes más o menos, es IPA desde 1939 y tiene más antigüedad que Sadorski. Su brigada es concienzuda y se encarga de cribar todos los papeles de identidad en la estación de Austerlitz. Los inspectores allí compiten por ver quién encontrará más judíos en falta. A Sadorski le gustaría que los muchachos de su equipo mostraran el mismo entusiasmo. Los inspectores jóvenes le temen por sus gritos y sus súbitos y violentos accesos de ira. «Sado», como le llaman en el cuartel y también sus soplones, tiene reputación, tal vez exagerada, de ser un tipo duro.

Entra en la sala 516, en el segundo piso del ala norte. Los miércoles los dedica habitualmente al archivo: los expedientes del secretario encargado de elaborar las fichas están ya sobre la mesa. Sadorski se sienta, enciende la lámpara, lanza una rápida mirada al retrato de Yvette sobre su escritorio, coloca el paquete de gauloises en el platillo. Se pone las gafas de montura metálica antes de hojear las copias de papel carbón del informe semanal para el gran jefe. Como siempre, la cosa empieza con consideraciones de índole general:

Las consecuencias del bombardeo inglés del 3 de marzo, y en particular las exequias de las víctimas, no han provocado ninguna reacción notable en la opinión pública.

Una parte de la población sigue convencida de que los ingleses acaban de iniciar una serie de operaciones que, al atacar al potencial bélico de Alemania, deberán acelerar el fin de las hostilidades.

Por eso esperan, si no con aprensión, al menos con resignación, los próximos ataques anunciados de la aviación británica sobre las fábricas que trabajan para las autoridades alemanas.10

Sadorski enciende un cigarrillo y sigue leyendo y expulsando el humo por las narices a cada calada.

Sin embargo, los habitantes de los barrios donde hay establecimientos de ese tipo manifiestan su inquietud y muchos ya se han mudado.

Se sigue, en esos barrios, expresando críticas a la instalación de estaciones de DCA en ciertos edificios particulares y muy en particular en grupos escolares. Se teme que esos establecimientos se consideren objetivos militares y sean bombardeados.

Bastantes personas, basándose en el hecho de que muchas víctimas del reciente bombardeo han muerto en los sótanos, consideran que en la mayoría de los casos estos refugios son insuficientes. Por ello advierten a los servicios de Defensa pasiva que recuerden rápidamente las prescripciones relativas al apuntalamiento de los refugios.

La población ha seguido manifestando su compasión hacia los siniestrados. Ha apreciado la ayuda de los poderes públicos y las listas de suscripción son bien recibidas en todas partes.

Durante las dos alarmas del 13 de marzo, el público en general ha dado prueba de despreocupación y ha demostrado su rechazo a dirigirse a los refugios.

Además, el público sigue estando muy preocupado por las continuas dificultades de abastecimiento…

Llaman a la puerta y Sadorski rezonga:

–¡Adelante!

Es el inspector Beauvois. Rubio, bajito, con su habitual aire obsequioso. También pertenece al equipo de Bedel; Camby, su vecino de Charenton, que el mes pasado se fue a trabajar al servicio de protección de Pucheau, ministro de Interior, fue quien lo invitó a la avenida Ópera para presentarle al miliciano…

–Otro expediente, jefe: una nota que nos ha pasado la primera sección… ¿Qué tal la mañana? Hace buen tiempo, ¿verdad?

Sadorski responde con otro gruñido.

–Creo que vamos a reventar de calor. ¿De qué va ese expediente?

–Una mecanógrafa de Asuntos Judíos que se acuesta con los teutones.

–¿Y qué coño nos importa a nosotros? Enséñemelo…

Sadorski abre la carpeta que lleva escrito en letras mayúsculas «Yolande Metzger».

La ficha manuscrita lleva el número 3650, arriba a la izquierda.

METZGER, Yolande Marguerite, nacida el 13 de febrero de 1921 en Gagny (Seine-et-Oise), hija de Jean, Joseph, nacido el 17 de julio de 1884 en Estrasburgo (Bajo-Rin) y de Waldeck Marguerite, nacida el 4 de septiembre de 1897 en Germeshein (Palatinado) (Alemania), es soltera.

Sadorski, tacha «Palatinado».

Tiene una hermana, Marguerite, Thérèse, nacida el 9 de julio de 1925 en París (distrito XVI).

Ha sido concebida (Sadorski tacha con rabia y lo sustituye por «nacida»), de padre alsaciano, reintegrado de pleno derecho en la categoría de francés en aplicación del tratado de paz del 28 de junio de 1919, y de madre alamana, de nacionalidad francesa por matrimonio,

Metzger, Yolande vive con sus padres domiciliados desde 1925 en el número 69 de la avenida Kléber con un alquiler anual de 1800 francos. Antes vivían en la avenida de Montfermeil en Gagny (Seine-et-Oise).

Taquimecanógrafa, Metzger Yolande estuvo empleada un tiempo en el servicio de traslado de obreros franceses voluntarios para trabajar en Alemania, cuyas oficinas están situadas en el 23, quai d’Orsay, antes de entrar a prueba en el Comisariado General de Asuntos Judíos, situado en el número 1 de la plaza des Petits-Pères, con un sueldo mensual de 1.500 francos. Trabaja de 9 a 12 horas y de 14 a 19 horas.

Desde febrero de 1941, su padre, que habla correctamente inglés, alemán, español y francés, trabaja como traductor intérprete por cuenta de las Autoridades alemanas en los almacenes Dufayel, bulevar Barbès, en París, con un sueldo mensual de 3.600 francos.

Aunque Metzger padre da la impresión a los demás de estar cargado de buenos sentimientos nacionales, no ocurre lo mismo con la señora Metzger y sus dos hijas, que sin tapujos profesan sentimientos germanófilos. Cuando su marido no está presente, a la madre no le importa decir que nunca hubiera debido casarse con un francés,

Además, la conducta de todas ellas es deplorable. Mientras su marido trabaja, la señora Metzger y su hija mayor reciben numerosas visitas masculinas, casi todos alemanes de uniforme o de paisano, y van con frecuencia los grandes hoteles del barrio de l’Étoile. Para terminar, se cree que la hija menor no va con regularidad al liceo y se ofrece a los viandantes en la calle; hay que observar que la madre la deja estar a solas con hombres jóvenes durante horas enteras.

El invierno pasado, los inquilinos de la casa donde vive la familia Metzger estaban acostumbrados a encontrar, ya de noche, dentro del portal o en los rellanos de los pisos, a las dos chicas Metzger con soldados alemanes en actitudes pecaminosas.

Metzger Yolande, que acaba su trabajo a las 19 horas, vuelve a casa de sus padres a las 21.00h, o incluso después. Hasta entonces se supone que está en diferentes cafés, frecuentados por clientes ricos.

Desde el punto de vista de la honradez, a los miembros de la familia Metzger no se les objeta nada.

La señora Metzger y sus hijas no tienen antecedentes penales.

Sadorski deja la hoja y cierra la carpeta.

–Bueno, voy a darle esto a la señorita Poirier después del almuerzo para que lo pase a máquina. De todos modos, no hay motivo para seguir este caso: son alsacianos, no judíos. Mi madre es de origen alsaciano, como usted sabe, aunque yo haya nacido en Túnez….

Beauvois sonríe servilmente.

–Por eso habla usted el idioma de nuestros amigos de allende el Rin…

–¡Muy útil en estos días! Gracias, Beauvois.

El rubio da media vuelta para salir del despacho y Sadorski ve que le han pinchado un pececito de cartón en la chaqueta.

–¡Beauvois!

–¿Sí, jefe?

–No, nada…

Un minuto después, Sadorski oye risas11 en el despacho de los inspectores y vuelve a ocuparse de los informes policiales.

Un industrial ha sido acusado de violar la ley del 21 de octubre de 1940 sobre aumentos de precio ilícitos. Ofrecía diecisiete vehículos de oruga Unic tres veces más caros de lo que le habían costado, que eran 500.000 francos.

Lo mismo con tres comerciantes de vino: les han incautado seis mil botellas de Old Brandy y tres mil botellas de orujo de Borgoña, vendidas por cuatro veces su valor real.

Un hombre y una mujer acusados de aumento ilícito, ampliación del comercio y no declaración de existencias… Fabricaban y revendían a precios prohibitivos artículos de marroquinería, y eran propietarios de un almacén de pieles, telas, cuero, calzado, carteras, etc., con mercancía tasada en 2.500.000 francos, que les ha sido incautada.

Hay decenas de casos de este tipo. El policía pasa las páginas sin apenas leerlas y llega a las medidas de encarcelamientos de la semana: veinticuatro comunistas, ocho israelitas, cincuenta y un extranjeros indeseables, transferidos a la Porte des Lilas, al campo de Tourelles. Este antiguo cuartel está situado entre el bulevar Mortier, la calle Tourelles, la avenida Gambetta y la calle Camille-Douls. Antes encarcelaban ahí a los combatientes españoles refugiados en Francia y a los que llegaban de la Europa del Este. Desde la Revolución nacional, la Ocupación y la posterior entrada de la Wehrmacht en Rusia llevan ahí sobre todo a los gaullistas, los comunistas y los judíos. Y a algunos prisioneros comunes para compensar. Se autorizan los paquetes y las visitas, y se puede ver el cielo. Sadorski piensa que la Administración francesa es demasiado condescendiente con esa chusma.

Mientras pasa las páginas, el inspector piensa en las hermanas Metzger, Yolande y Marguerite… ¿Qué edad tendrán, según sus fichas? Veintiuno la primera y apenas diecisiete la segunda. Y se frotan con los teutones en los pasillos, en el hueco de la escalera, en el vestíbulo del portal de la avenida Kléber, y van donde los ricachones… Follan a la vista de todos, con las faldas levantadas, las piernas abiertas, en los rincones oscuros; y sin duda en los aseos de los cafés de las plazas de l’Étoile y de l’Opéra. Antes de volver a casa y saludar cariñosamente a papá y mamá, con el semen todavía húmedo cayéndoles por la entrepierna. Semen teutón. Sadorski sonríe al pensar en las dos putas; bajo la mesa del despacho su verga se endurece. Mira la fotografía de Yvette que le sonríe desde su marco.

Suena el teléfono.

Es el inspector principal Cury-Nodon, encargado, entre otras cosas, del enlace con el despacho de las SS en la prefectura.

–¿Sado? Venga a verme en cuanto termine su turno…

Sadorski asiente, algo sorprendido, pero el otro ya ha colgado. Cuelga a su vez el aparato y se pregunta qué querrá decir. Cury-Nodon suele ser en general más hablador, más cordial. Aunque su actitud no signifique nada especial. Este exinspector de la PJ es un miedica, un hipócrita de cuidado: «Mi querido Sado», por aquí, «mi excelente colaborador», por allá, pero a tus espaldas habla pestes de ti. Chismes que te pueden costar caro si llegaran a oídos de la Sipo-SD. Varios comisarios e inspectores han sido deportados a Alemania y no necesariamente por acciones de resistencia…

Con la cabeza en otra parte, Sadorski clasifica y anota las fichas que más tarde pasará a máquina la mecanógrafa cuando la «tome prestada» a su sección de los RG. Oye gritos, chillidos, lo corriente en ese sector del cuartel, a los que no presta la menor atención. En muchas fichas de traslado a Drancy o a Tourelles, en particular de hombres, Sadorski añade con lápiz rojo frases de este tipo: Sospechoso político, peligroso para el orden interno; Exmiembro de la subsección judía del Partido Comunista, propagandista muy activo a favor de la Tercera Internacional, políticamente sospechoso. Militante sionista y socialista, revolucionario, agitador político, peligroso para el orden público. Y así, sin interrupción, oraciones que firma con sus iniciales. Posee todo un arsenal de frases parecidas, con infinitas variantes. Algunas le han sido sugeridas por el comisario Lantelme, que dirige la tercera sección de los RG y la brigada de Juegos. La idea es garantizar que el detenido así clasificado tenga prioridad en las listas alemanas de rehenes fusilables cuando haya represalias por atentados. Hitler, como siempre, fue muy claro al dictaminar su código para los rehenes: «por la vida de un soldado alemán, en general se considerará adecuada la condena a muerte de entre cincuenta y cien comunistas». Que estas acusaciones añadidas a las fichas de los sospechosos casi nunca se basen en una realidad tangible es la última de las preocupaciones de Sadorski o de sus jefes. En definitiva, se trata de israelitas, casi todos extranjeros: se les puede tratar con mayor dureza que a los gaullistas, en principio franceses de pura cepa. Aunque es más conveniente no exagerar. Un día, el inspector general Delzangles señaló a un viejo judío polaco, analfabeto y casi ciego, como «peligroso terrorista comunista y progaullista». Su sobrina protestó y se originó un pequeño lío.

Ya es mediodía, la hora del descanso. Sadorski nota un retortijón en el estómago. Aplasta su colilla contra el cenicero, deja las pilas de informes, se pone la chaqueta y cierra el despacho. Al pasar por el de los inspectores, ve a uno de los hombres del equipo Mercereau, un tal Lavigne. Recién casado, acaba de tener un niño y todos los días hace el trayecto desde Épinay-sur-Seine. Es moreno, alto y robusto, de esos que les gustan a las mujeres

–¿Estás solo? –le pregunta Sadorski–. ¿Adónde han ido los demás? Bueno, vamos a picar algo…

El joven policía asiente, halagado porque el jefazo de la sección lo invita a acompañarlo a comer, pero algo inquieto, pues «Sado» es famoso por sus cambios de humor, sus bruscos ataques de ira y los insultos groseros contra sus subalternos.

–¿Vamos al Henri-IV?

–Sí, jefe.

El tiempo es bueno y cálido. Los dos policías, vestidos de paisano, caminan por el quai des Orfèvres, luego atraviesan la plaza Dauphine. En un banco hay una joven sola con aspecto de estudiante. Lleva una falda a cuadros y una camisa. Está sentada leyendo un librito bajo los árboles cuyas ramas, agitadas por el viento, empiezan ya a tener brotes. Sadorski se detiene junto a ella. La chica tiene un bonito pelo color castaño.

–¿Qué lee usted, señorita?

La joven levanta la cabeza.

–Poemas de Paul Valéry.

–Tenga cuidado.

Ella le mira con asombro:

–¿Por qué?

–No lleva usted paraguas. En abril el cielo cambia abruptamente y los chubascos podrían empapar esa bonita camisa blanca…

Suelta una carcajada y sigue caminando sin esperar respuesta, mientras da una calada a su cigarrillo. Lavigne, tan desconcertado como la lectora en su asiento, ajusta su paso al del inspector, con las manos en los bolsillos.

 

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10. Conservamos en parte la grafía y las faltas gramaticales de los documentos procedentes de los archivos de la prefectura de policía, así como en los textos similares que se reproducen más adelante.

11. En Francia las inocentadas son el 1 de abril y las llaman «poisson d’avril» (N de la T).

3

LAS BUENAS PALABRAS DEL INSPECTOR BAUGER

En el bar Henri-IV, delante del Pont-Neuf, hay ajetreo, una pequeña fiesta: en torno al mostrador se reúne una parte de los hombres de las secciones anticomunista y antiterrorista. Han descorchado champagne. Los policías celebran la promoción «al mérito excepcional» de uno de los suyos, André Guillanneuf, nominado esa misma mañana inspector principal adjunto encargado del fichero especial por haber arrestado al estudiante Schoenhaar en la exposición «El bolchevismo contra Europa». El fichero especial, designado con el término de «cuaderno C», concierne exclusivamente a los militantes comunistas; incluye sus apellidos, nombres propios, dirección y cualquier información útil sobre ellos. A cada comunista detenido –lo que sucede cada vez más a menudo desde la ley del 3 de septiembre de 1940 que prorroga el decreto del 18 de noviembre de 1939– se le retira del cuaderno C para colocarlo en un fichero diferente pero que depende del mismo servicio. El comisario Labaume fue quien organizó este sistema por orden del director general de los RG, que a su vez se limitaba a transmitir las instrucciones del gobierno de Vichy.

Sadorski y Lavigne se dirigen a una mesa junto la ventana. Piden dos bocadillos de paté y vino de la reserva del patrón. Un tipo de la Brigada Especial 2, veterano de la primera sección, Robert Bauger, reconoce a Sadorski. A finales de los años treinta ambos trabajaron en la agencia Dardanne, calle de la Lune, junto a la Escuela de Radio: un gabinete de la policía privada en el que Sadorski fue contratado tras ser suspendido en 1934. Investigaciones, vigilancias, discreción garantizada. Bauger, un tipo fornido con sotabarba y mejillas sonrojadas deja una botella de champagne a medio empezar en la mesa.

–Saludos, colegas –dice después de apretarles la mano–, estamos celebrando el ascenso de Guillanneuf que llega a IPA por haber trincado a dos imbéciles con su maletita de explosivos en la exposición antibolchevique. De paso ha conseguido que liberen a su cuñado, que estaba en el stalag.12 ¿Conocéis el último chiste?

Arrastra una silla de otra mesa y se instala de cualquier manera.

–Un tipo le dice a una embarazada: «¿lo ha conseguido sin cupón?

–Sí, responde ella, pero …. ¡qué cola!».

Bauger ruge de risa, acompañado por Sadorski y, con menos fuerza, por Lavigne. Este, se aclara la voz antes de contar a su vez una historia chusca:

–El día de mi boda, en febrero de año pasado, alguien de la familia de una pareja que estaba al fondo de la sala preguntó al alcalde, en voz muy alta, si era necesario sacar cupones para casarse… Todo el mundo se sujetaba las costillas de la risa. El alcalde tenía sentido del humor y replicó de inmediato: «No señor, además, eso ya está racionado: ¡una mujer para toda la vida!».

Los tres se desternillan y brindan con champagne. El bar lleno de humo resuena con las risas de los polis, las conversaciones excitadas y el tintineo de los cubiertos.

–A propósito de colas– pregunta Sadorski, inclinándose sobre la mesa para que lo oigan– ¿de qué va ese expediente de las chicas de la avenida Kléber que ha llegado a la tercera sección? Lo he descubierto esta mañana.

Bauger no parece entender.

–¿Qué chicas?

–Yolande y Marguerite Metzger. Su padre es intérprete de los teutones en Dufayel. Las dos chavalas se acuestan con soldados alemanes, parecen condenadamente descaradas…

–Te lo habrán pasado porque son judías. Metzger es un apellido judío.

–No, son alsacianas. Y la madre alemana al cien por ciento.

El otro se encoge de hombros.

–Si el expediente no se ha quedado en la primera sección es porque no son comunistas. A mi entender, llegó allí por una denuncia…

–No la he visto en el expediente– señala Sadorski.

–Entonces viene directo de la calle Saussaies.

Sadorski no ignora que a veces la sección anticomunista, igual que la suya, aunque en menor medida, tiene que hacer el trabajo sucio para la Gestapo. Las peticiones las transmiten a la dirección de los RG, que las trasladan a los servicios del comisario Labaume. Las investigaciones vuelven a la policía alemana una vez concluidas.

–Esos tipos van vestidos de paisano –precisa Bauger dirigiéndose a Lavigne, que parece sorprendido–. Casi siempre son los mismos: Herr Jung y Herr Reiser. Cada vez que pasan, el comisario elabora las notas de servicio, bajo sus indicaciones, por supuesto. Y siempre nos dice que se trata de investigaciones urgentes, ¡prioridad absoluta!

Piensa un momento y añade:

–Alguien entre los alemanes sospechaba algo de esas chicas, debido a su relación con los soldados. Y como no han encontrado que sean comunistas ni terroristas, pues tú has heredado el expediente.

–Me pregunto… –cavila en voz alta Sadorski–. Metzger padre habla varios idiomas. Algo propio de un infiltrado de la III Internacional… un judeobolchevique… Había muchos judíos en Alsacia y desde hace tiempo. Más de quince mil se replegaron a la zona nono13 durante la debacle, Hitler expulsó a los últimos en julio de 1940. Metzger a mí también me parece un apellido judío, a fin de cuentas. La madre es alemana, pero eso no quiere decir nada, su país estaba atiborrado de comunistas antes de que Hitler pusiera orden. Recuerden el Frente Rojo, la organización paramilitar comunista. Ella y las chicas podrían pertenecer a la subsección judía del PC. ¿Se dan cuenta? Camufladas como alsacianas proalemanas y chicas fáciles…

–A pesar de las oportunidades, no salen de los soldados alemanes – señala Lavigne.

–Eso no quiere decir nada. Tal vez esperen un pez gordo. Algún oficial superior SS… Algún general…

–¡Maldición! –gruñe Bauger–. Podrías tener razón. ¡Y los colegas no se han dado cuenta de nada!

Sadorski sonríe con frialdad. Enciende un cigarrillo.

–La investigación ahora es mía. Me pasaré mañana por la avenida Kléber para interrogar, primero que nada, a los porteros.

–Es normal, Sado –admite el barbudo, con el rostro congestionado–. De todos modos, a nosotros no nos falta trabajo. Ayer mismo, con los colegas de la Brigada Especial 2, hemos incautado en la calle Geoffroy-Saint-Hilaire dos pistolas 6,35, unos diez documentos de identidad falsificados, libros de familia, documentos alemanes de imitación para circular en tren, cuatro tapones de rosca para bombas y documentos: guías de ferrocarriles, listas de materiales y recursos, una relación detallada sobre el suministro eléctrico de la región parisina, listas de nuestros policías infiltrados con sus direcciones…

Bauger se calla y señala el bulto de su arma reglamentaria en el bolsillo de la chaqueta.

–Que vengan esos cabrones, ¡encontrarán quién los reciba!

–¿Detuvisteis a alguien? –pregunta Sadorski.

–A dos hombres y una mujer, miembros de una célula del PC. Están arrestados, ¿no oíste los chillidos antes de comer? Dado el estado de sus huevos, pasará mucho tiempo para que uno de ellos pueda acostarse de nuevo con una puta.

Sadorski sonríe, conoce la técnica: se coloca al sujeto entre dos mesas apenas apartadas, antes de acercarlas con un golpe seco. Lavigne también la conoce, pero tuerce la boca al escuchar a Bauger.

–Aún eres joven –dice este último–. ¡Ya aprenderás!

Al salir del Pont-Neuf tras el almuerzo, Sadorski compra un ejemplar de Au Pilori a un vendedor ambulante. Evita mirar hacia la Samaritaine. Otra vez las imágenes de Étampes en junio de 1940: los brazos, las piernas, los cristales, los escaparates, las puertas hechas pedazos… todo vuelve a su memoria en el acto. Y la visión del autobús destrozado. La pequeña con solo media cara, aún viva… Sadorski no se lo ha contado a nadie, excepto a Yvette, una noche que se despertó aullando por una de sus pesadillas. Ella puede comprender esas cosas, es una mujer dulce. Por lo demás, no le da detalles de su vida profesional, ni de los individuos, a menudo mujeres, muchachas, a las que él, sin ningún estado de ánimo particular, con la satisfacción del deber cumplido, del trabajo bien hecho, manda a la cárcel antes de que las trasladen a un centro de detención o un campo de concentración.

Poco después de las dos de la tarde, una cabeza asoma por la puerta. Es alguien de su sección, el inspector especial Magne.

–Tenemos una misión, jefe, detener a un tipo llamado Rozinsky, avenida Mozart, y llevarlo a la comisaría.

–¿A estas horas? ¿Quién da la orden?

–El inspector principal Martz.

Este último aterrizó una mañana de diciembre de 1941, con el tiempo atrozmente húmedo y templado que vino después de un mes de frío glacial y nieve. Un veterano de la quinta sección del contraespionaje, que hasta la primavera de 1940 estuvo a cargo de la vigilancia de agentes alemanes. Sadorski no se fía de él. Además, en aquella época, Martz pisaba el terreno de los demás y ahora parecía considerar su nuevo destino como una degradación, como si la tercera sección fuese un avispero. Pero Sadorski necesita el visto bueno de sus jefes si quiere ascender. Se levanta, deja su revista, y aplasta su cigarrillo en el cenicero al ponerse la chaqueta. Los dos hombres bajan en busca de sus bicicletas. Hay varios Citroën aparcados en el patio, pero están reservados para las Brigadas Especiales.

Los policías montan sus bicis, cruzan el Petit-Pont y giran a la derecha por el muelle Saint-Michel para bordear el Sena. El tiempo es magnífico. Los escasos coches ruedan con las ventanillas abajo. Como cada día desde junio de 1940, aviones con cruces negras atraviesan con estruendo el cielo de la antigua capital, pero nadie pone atención. Hay pocos camiones y automóviles teutones, por la escasez de gasolina: para circular les hace falta una autorización, la Feldgendarmerie es previsora y en los cruces suele haber controles frecuentes. Además, debido a la guerra contra los bolcheviques cada vez hay menos alemanes en París; el orden, tanto en la ciudad como en la periferia, lo garantiza ahora la policía francesa. Sadorski y su colega se deslizan entre carruajes, bicicletas, algunas con remolque, y bicitaxis. Estos últimos tienen derecho a la tarjeta T, de «trabajadores», que merece el máximo de carne y pan. Sadorski ha oído decir que un equipo de ciclistas en forma puede conseguir hasta 1.500 francos diarios.

–Mire a esa finolis de allí –dice el inspector Magne.

Señala a una mujer de los barrios elegantes, sobre su flamante bicicleta. La ciclista lleva un traje muy poco práctico; el viento le levanta la falda y ella gesticula con pudor para tratar de controlarlo. Ahora es su sombrerito el que va a salir volando: alto, voluminoso y frágil, como exige la moda. Necesita al menos una mano para sostener el manillar, así que debe elegir entre exhibir los muslos algo más o despedirse del bonito sombrero comprado en la famosa calle de la Paix. Sadorski se ríe al contemplar la escena. Su colega lanza una broma salaz.

La brisa atraviesa el río y levanta olitas plateadas. Los inspectores giran a la derecha por el puente de Iéna, pasan por debajo del vigilante palacio de Chaillot, enfilan el bulevar Delessert en dirección a la Muette. La subida los hace jadear y sudar. La dirección que le han dado a Magne es avenida Mozart, 159. El problema radica en que el número no existe.

–¡Mierda! –dice el inspector especial–. Volvemos al cuartel… se acabó el asunto. No es culpa nuestra.

Sadorski lo mira con desprecio. Militar de carrera, ayudante en jefe en el decimotercer regimiento de tiradores marroquíes en Fez, Magne entró en la prefectura de policía en 1938, donde lo destinaron a la Sección Especial de Investigación. Es el arquetipo del poli «todo servicio», ese que se limita a obedecer una consigna y sin ella está perdido. Sus capacidades intelectuales son limitadísimas. Fuera de eso, es nazi al cien por ciento: admira a las juventudes hitlerianas, trata a las maestras laicas de putas, y cuando habla de Hitler dice con respeto, «nuestro Führer».

–Ni hablar. No es más que un error de número. Vamos a empezar por el 59. Si el judío no está ahí, iremos cada uno por nuestro lado, a pie, a preguntar a los porteros de todos los números que acaben en 9.

Magne lo sigue refunfuñando y aparca su bici ante el 59. Su superior llama a la ventana de la portería. La cortina se levanta y detrás del cristal aparece una faz pálida.

–Policía, dirección de los RG y Juegos. ¿Vive aquí alguien llamado Rozinsky?

–En el segundo piso.

Sadorski toma el ascensor mientras que su colega sube por la escalera para evitar sorpresas desagradables en caso de que el sospechoso hubiera visto a los inspectores por la ventana e intentara escabullirse. Se reúnen en el descansillo del segundo. La puerta es de madera barnizada, todo respira lujo y bienestar. Sadorski llama al timbre. Al cabo de un minuto nota que hay alguien detrás de la mirilla y la puerta se entreabre. Con voz desconfiada, una mujer pregunta por la identidad de los visitantes. Sadorski responde con aspereza:

–Prefectura de policía, subdirección de Asuntos Judíos. Buscamos al señor Rozinsky para proceder a una identificación…. Esta es nuestra orden de registro.

La mujer se pone a chillar en español, lengua que ninguno de los dos policías entiende. Cuando intenta cerrar la puerta, Sadorski la empuja con el hombro y se abre paso al apartamento seguido por Magne, quien ha sacado su arma reglamentaria, una Sans Pareil 6,35 tan pequeña que parece de juguete. En el vestíbulo, la judía sigue gritando. Dentro hay dos personas más: una joven y un cincuentón de bigotito, delgado y con aire distinguido, vestido con una chaqueta cruzada azul oscuro, que se lanza sobre el teléfono.

Sadorski lo sujeta del brazo.

–Está prohibido, señor.

–Pero…

–Siéntese. Para empezar, enséñeme su documentación.

El hombre duda, mientras la chica mira con inquietud a los policías. Morena, pelo rizado, lleva un vestido claro de algodón bien cortado que deja ver las piernas. Sadorski la dirige una mirada de aprobación. La mujer sigue protestando enloquecida. Su marido habla con mesura, en un francés impecable, pero con un leve acento hispánico.

–Calla, Lucía –dice y luego se dirige a Sadorski–, debe haberse equivocado, comisario. Estoy en regla con las autoridades francesas y alemanas. Mi nombre es Alberto Rozinsky, cónsul del Paraguay. Puede comprobarlo en mis documentos de identidad… Como es natural, tengo inmunidad diplomática. Y ahora, ¿me autorizan ustedes a hacer unas llamadas a los servicios oficiales?

 

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12. Campos de prisioneros en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial (N de la T).

13. Apelativo común para la zona libre, o zona no ocupada bajo el régimen de Vichy.

4

EL JUDÍO DE LA AVENIDA MOZART

Magne, perplejo –ha sido guardia urbano–, se pone siempre nervioso alrededor de gente de alcurnia…y guarda el arma. Sadorski examina con cautela la documentación del judío.

–¿Por qué no está usted en su consulado, señor Rozinsky?

–He vuelto a mi casa para buscar algunas cosas. Que yo sepa no está prohibido. –Su voz, más que miedo, traduce cierta irritación–. ¿Puedo telefonear?

–Proceda.

El cónsul le dice a su hija algo en español. La muchacha descuelga el teléfono y marca un número de la ciudad. Por su parte, Sadorski dirige a Magne una mirada furibunda. Su colega no le ha informado cuáles eran los motivos por los que iban a casa de los Rozinsky. Al ver el apellido, el IPA dedujo que había que detener a ese individuo solo porque era judío. Pura rutina del servicio tras las nuevas legislaciones. Pero es evidente que están ante una persona importante. Las conversaciones telefónicas de la señorita Rozinsky, en el más puro francés, con personas de sociedad, lo confirman. Sadorski espera ahora que esta visita no comprometa su futuro por culpa de ese nazi descerebrado, sin contar con el miserable del inspector principal que ha sido quien los ha despachado allí. Cuando la hija ha terminado la cuarta llamada a sus contactos –uno de ellos el adjunto de la Embajada del Reich, el Dr. Mittelsten-Scheid, a quien se dirigió en un perfecto alemán–, Sadorski gruñe:

–Mi colega va a controlar sus cartillas de racionamiento y sus respectivos estados civiles.

El cónsul Rozinsky abre la boca:

–Pero bueno…

Su esposa empuja a Magne, se precipita al pasillo y baja la escalera de cuatro en cuatro. El inspector especial blasfema y se lanza en su persecución. Sadorski, enfurecido, saca su automática y apunta a los otros dos. El sudamericano palidece. Su hija dice algo en su idioma, con un tono irritado. Magne sube al cabo de un minuto con la mujer sometida, el brazo contra la espalda. Ríe:

–La chiflada ha ido a contarle al portero que somos «falsos policías». He tenido que enseñar mi tarjeta y mi placa…

Al ver el arma que empuña Sadorski, la señora Rozinsky lanza un grito agudo y se desploma en la alfombra oriental. Presa de un ataque de nervios. Su hija reacciona al instante, se arrodilla a su lado y le da dos bofetadas. La mujer se calma y empieza a sollozar. Sadorski comprende que se trata de una enferma, de una neurótica, y ordena a su adjunto:

–René, vete a la cocina con estas señoras. Controla las hojas de alimentación, las cartillas y anota sus respectivos estados civiles.

Luego, señalando al diplomático el interior del apartamento:

–Me gustaría echar un vistazo a su despacho, señor Rozinsky. Sadorski inspecciona la habitación con detenimiento, hurga en todos los rincones. Saca libros de las estanterías y los sacude, sin éxito. Abre una maletita negra. Dentro hay un monedero de cuero con dinero francés en billetes de mil. Deja el monedero encima de la mesa del despacho, entre él y Rozinsky, antes de encender tranquilamente un cigarrillo.

–Lo siento mucho, señor cónsul, pero tendrá que acompañarnos a la comisaría de La Muette. Esta historia necesita ciertas aclaraciones. Además, encuentro el comportamiento de la señora muy sospechoso. Si yo fuera una mala persona ya la habría encerrado por resistencia a la fuerza pública. Puede usted llevarse una muda de ropa interior por si lo tenemos que retener algún tiempo. Yo, en su lugar, no contaría demasiado con esa «inmunidad diplomática» de la que habla: con las nuevas leyes hacemos lo que nos da la gana. Estamos cubiertos, señor Rozinsky. En estos días, cuanta más gente con un apellido como el suyo llevemos más nos felicitarán nuestros jefes; cuando no llevamos suficientes, nos echan una bronca. Lo único que no ha cambiado en la policía es que el pequeño funcionario está mal pagado. Ya sé que todo esto es muy fastidioso. Si pudiera evitarle problemas, yo lo haría, créame. Pero…

Suspira y mira con atención el monedero. El diplomático permanece en silencio.

–Venga –dice el inspector adjunto–. Yo le tiendo una mano.

El otro lanza un suspiro de hartazgo. Recoge el monedero, lo abre.

–¿Le bastará con cinco mil francos? No estoy muy seguro de que a mis amigos de la embajada de Alemania les parezca bien que abuse usted de…

Sadorski sonríe.

–En realidad, pienso que su situación solo pide un arreglo. No vale la pena que nos siga, en definitiva, ni que moleste a sus amigos por tan poca cosa. Piense que no le he pedido nada, ¿vale?

Toma los cinco billetes que le tiende el cónsul, los dobla, los envuelve en el pañuelo y los mete en el bolsillo de su chaqueta.

–Como es natural, no mencionará usted a nadie este gesto… amistoso. Le podría acarrear más problemas. Sean prudentes, usted y su familia, no salgan demasiado, excepto lo estrictamente necesario. La posición de los israelitas en Francia es difícil y no va a mejorar. Pero redactaré un buen informe sobre usted, señor Rozinsky. Siento mucho haberle causado tantas molestias.

En la mesa de la cocina, el inspector Magne casi ha terminado de copiar, con su aplicada letra, los nombres de los ocupantes del piso.

–Le explica a su jefe que a habido un error. Estas personas están en regla.

Magne parece asombrado. Más adelante, mientras pedalean entre las tranquilas calles de Passy, le pregunta:

–¿Qué le vamos a decir al inspector Martz?

Sadorski quita la mano derecha del manillar, la mete en el bolsillo y le da un billete de mil francos.

–Toma, es tu mitad. Le explicaremos que no había ningún Rozinsky en el número 159 por la sencilla razón de que el número 159 no existe.

Sadorski baja silbando en punto muerto por el bulevar en dirección al Sena. A su izquierda, entre los escalones que llevan hasta la calle Franklin, hay una estatua de un joven efebo que toca la flauta de Pan. Los cuatro billetes que siguen en el bolsillo de Sadorski representan más de un mes del salario de un inspector principal. Su estúpido colega no hablará, ahora que se ha pringado al aceptar su pequeña prima. Pasan frente a un garaje junto a los jardines del Trocadéro. Sadorski piensa en las medias de seda y en la lencería fina que comprará a Yvette en el mercado negro de Saint-Paul con el dinero del judío; podrá incluso comprarle la bicicleta nueva que le pidió desde hace tiempo… Los dos ciclistas se dirigen a la Torre Eiffel. Un bateau-mouche cargado de turistas desaparece bajo un arco del puente de Iéna.

A las cinco de la tarde Sadorski se dirige como estaba previsto al despacho de Cury-Nodon. Calvo, distinguido, vestido con esmero como siempre, el inspector principal se parece a esos intelectuales de los cafés Flore y Deux-Magots. El hombre contempla a su visitante con una amabilidad que contradice el inquieto parpadeo de sus ojos pálidos, detrás de las monturas de concha. Ese hipócrita, que se considera su «mejor amigo» en la sección… La principal actividad de ese funcionario consiste en arrastrarse ante el comisario Baillet, director adjunto de los RG y protegido del gran jefe, con la esperanza de ascender.

–Mi querido Sado, el capitán Voss lo ha invitado a presentarse en su despacho mañana a las 9.30h.

El SS-Hauptsturmführer Voss es uno de los principales representantes de la Sipo-SD en la prefectura. Desde que se marchó el teniente Limpert, es el responsable de las relaciones para Asuntos Judíos y de transmitir las instrucciones del capitán de las SS Theo Dannecker, que dirige la Sección IV J de la Gestapo. Sadorski se queda algo sorprendido de que lo hayan convocado ante los oficiales de enlace de las SS.

–¿Pero, por qué motivo, señor?

Cury-Nodon sonríe y abre los brazos:

–¿Cómo puedo saberlo? Supongo que el capitán tiene consignas que darle sobre los judíos. Un excelente colaborador como usted, Sado, no tendrá problemas para colaborar con él. Pero, bueno, yo no hago sino informarle de la convocatoria para mañana a primera hora…