El cerebro adolescente - Natalia López Moratalla - E-Book

El cerebro adolescente E-Book

Natalia López Moratalla

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Beschreibung

Ciertamente esta etapa de la vida supone un equilibrio inestable entre cabeza, corazón y desarrollo de las capacidades propias. Los procesamientos cognitivos, emocionales y ejecutivos tienen diferente velocidad, y su maduración lleva diferente ritmo. Integrar estos sistemas y regularlos requiere estrategias adecuadas de control. Con un lenguaje sencillo, la autora introduce al lector en el complejo proceso de maduración del cerebro humano. La herencia genética se combina aquí con las vivencias personales, en un esfuerzo para integrar cabeza y corazón. Ese será el reto de todo adolescente: lograr entenderse, conocer sus límites, encontrar respuestas. Por la gran flexibilidad de las conexiones neuronales -causa también de su inestabilidad-, es el tiempo de las metas ambiciosas, del descubrimiento del amor romántico y de la solidaridad.

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NATALIA LÓPEZ MORATALLA

El cerebro adolescente

EDICIONES RIALP, S. A.

MADRID

© 2019 by NATALIA LÓPEZ MORATALLA

© Fundación Familia Sociedad y Educación (FASE)

© 2019 by EDICIONES RIALP S. A.,

Colombia 63, 8.º A, 28016 MADRID

(www.rialp.com)

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-5122-4

ISBN (edición digital): 978-84-321-5123-1

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

PRÓLOGO

I. ¡YA SE LE PASARÁ LA ADOLESCENCIA!

¿Enfermedad pasajera o gran oportunidad?

La construcción del cerebro no acaba nunca

Una noticia espectacular e inesperada: el cerebro humano es ilimitado

Lo recibido con la herencia genética

Genios, expertos, buenos o malos para las matemáticas

No todos han tenido una infancia feliz y entran en la adolescencia traumatizados

II. LA ARQUITECTURA Y LA HUELLA DIGITAL DEL CEREBRO EN LA ADOLESCENCIA

El cerebro adolescente ¿invulnerable e impredecible?

La construcción del cerebro desde la vida fetal

Maduración de las conexiones funcionales del cerebro

Las fibras nerviosas y los fascículos en la arquitectura del cerebro

III. EMOCIONES BAJO CONTROL: AUTOCONTROL

¿Tiene algún sentido el caos emocional en la adolescencia?

El sistema de recompensa emocional del adolescente

La amígdala cerebral necesita “consultar” con varias áreas para evaluar las emociones y preparar la respuesta

Autocontrol: control cognitivo y control de los impulsos

La red de autocontrol y las emociones

IV. ADICCIÓN CON O SIN DROGAS

La adición ¿una trampa sin salida?

Todas las adiciones, aunque son diferentes, aumentan el baño del cerebro en dopamina

Adiciones modernas: las nuevas tecnologías

Conocer las causas que disparan la adición para prevenir

Recuperarse de una adicción

El Experimento Islandés: es posible un estilo de vida sensata

V. ¿QUIÉN SOY YO? ¿CÓMO SOY? MI HISTORIA Y MI FUTURO ¿CON O SIN MEMORIA?

La memoria redescubierta

La memoria amuebla el cerebro

El hipocampo confecciona los mapas que orientan navegar por la vida

Memoria emocional y memoria autobiográfica

Memoria en presente y memoria de futuro

VI. LA EMPATÍA: UN DON NECESARIO EN EL MUNDO VIRTUAL

La cara, ¿Seguirá siendo el espejo del alma?

Un don con un componente cognitivo y otro emocional

Empatía en la adolescencia

Pensamientos propios, autoconocimiento y capacidad de juicio

Estrategias de entrenamiento de la empatía

VII. LAS DISTANCIAS AFECTIVAS: CERCANO, LEJANO, FUNDIDOS EN UNO

Un mapa social en el cerebro

El odio y la carencia de afectos

El enamoramiento, un afecto que tiende a la fusión

Un vínculo universal vivido de formas diferentes

Configuración de la identidad personal-sexual en la adolescencia

EPÍLOGO

BIBLIOGRAFÍA DIVULGATIVA

PARA SABER MÁS

AUTOR

PRÓLOGO

PROBABLEMENTE ESTAREMOS DE ACUERDOEN QUE, durante la infancia, la influencia genética y la del entorno familiar revisten un particular protagonismo en comparación con la acción personal biográfica. Un niño es un niño, no un adulto. Caracteriza al entero organismo psicosomático de su persona no estar maduro para tomar, con independencia y responsabilidad, el gobierno de sí mismo y la elección de su proyecto de vida. Hoy sabemos, gracias a las neurociencias, que los cerebros de un niño y de una niña están formando sus estructuras y dinámicas neuronales con diferencias sexuales específicas y de manera muy amplia e intensa. Sabemos también que dicho proceso durará muchos años y, desde luego, alcanzará toda la adolescencia y le marcará el resto de su vida.

Es un lugar común afirmar que la adolescencia es la edad de transición de niño a adulto. Esta definición corre el riesgo de ser una indefinición: el adolescente sería el que dejó de ser niño, pero todavía no es adulto. Entonces ¿qué es? Pues es muy difícil no ser ni fu ni fa. Si la consideramos una edad de mero tránsito hacia la edad duradera, la propia del adulto, la adolescencia será un trámite tan pasajero como arduo y complicado, pues hay mucho trecho entre un niño y un hombre. Podríamos caer entonces en una visión negativa —y bastante frecuente— de la adolescencia: la de creer que se trata de una enfermedad, y que con el tiempo se pasa. ¡Cuanto antes, mejor! Cuando unos padres nos dicen que sus hijos llegan a esa edad, ponemos cara de consuelo, comprensión y ánimo. Y no pocas madres, ante lo inevitable de ese peligroso tránsito, sueñan con que un hijo que permanezca siempre siendo su niño.

Entre muchas, una de las aportaciones de López Moratalla consiste en superar ese saco de tópicos. Presenta la adolescencia como una gran oportunidad de crecer. Es ahora cuando, por primera vez y poniendo cimientos para la vida adulta, el protagonista es la propia persona, “en acción personal”. Ahí reside la grandeza, singularidad y trascendencia de la adolescencia, como específica oportunidad de crecimiento. Pero ahí radica también su dificultad. El adolescente ha de iniciarse en el saber, en las artes y en la responsabilidad de “gobernarse a sí mismo”, tomando las riendas de su cuerpo personal masculino o femenino. Este cuerpo reorganizará los componentes recibidos de su herencia genealógica y de las influencias de su entorno. Esta pugna por crecer, autogobernarse e independizarse, lleva aparejado, como es obvio, un ponerse frente a lo heredado en la niñez y revisar lo recibido en clave de enfrentamiento y rechazo.

En este marco, López Moratalla nos aporta un valiosísimo conjunto de informaciones, procedentes de la genética y de las neurociencias. De su mano conoceremos los procesos de cambio y maduración del cerebro y, desde esa nueva conformación de sus estructuras y dinámicas, analizaremos cómo incide en su psicología y en su entero organismo somático masculino o femenino. Los dos primeros capítulos explican el cerebro, la herencia genética, y los procesos de construcción de las conexiones neuronales desde la infancia hasta la adolescencia. Tenemos entonces las bases para afrontar el gran tema del capítulo III: las emociones y el modo de controlarlas. Esta cuestión continua tratándose en el capítulo V, dedicado a las bases cerebrales y a la memoria de la propia identidad -¿quién soy yo?-, y se concluye con esclarecedoras aportaciones sobre la empatía, la disposición al don amoroso, y las percepciones psicosomáticas relativas a la afectividad. Mención propia merece el capítulo IV, dedicado la exploración neurológica y psicosomática de las adicciones, hoy una desgraciada epidemia.

Este libro, en definitiva, enseña a canalizar las energías del adolescente, a encauzar y prevenir, e incluso a rescatar de naufragios. No son consejos procedentes de un ámbito moral o pedagógico. Su contexto es el científico: el que procede de un concienzudo análisis de procesos genéticos y neuronales. Ahí reside su extraordinario valor y utilidad, no solo para el encuentro multidisciplinar sino para la sólida fundamentación de una correcta praxis psicológica y educativa. Padres y madres se evitarían perplejidades, errores y desesperanzas leyendo este libro. Es muy cierto que, como padres de adolescentes, somos aprendices. También lo son los abuelos, cuando sus nietos llegan a esa edad. Es propio de los aprendices cometer errores. El peor de ellos, tal vez, es suponer que todo lo sabemos. Si el lector se reconoce aprendiz y, por profesión o por familia, tiene adolescentes a su cargo o en su vida, experimentará que el “tiempo es oro” si lo dedica al libro de Natalia López Moratalla.

PEDROJUAN VILADRICH

Catedrático de Universidad y escritor

¿Enfermedad pasajera o gran oportunidad?

La adolescencia es una fase de la vida que “no pasa” sin más: una parte importante del futuro depende de lo que ocurra en esta época.

El desarrollo del cerebro y su maduración es un proceso dinámico en el que lo recibido en la herencia genética para llegar a funcionar de forma adecuada, requiere siempre entrenamiento, “uso”, porque es plástico. Por ello, cuando hablamos de “cerebro infantil” o “cerebro adolescente” estamos refiriéndonos a la estructura funcional que se alcanza en esa personal combinación de natu­raleza —lo recibido—, con la educación, el entorno, la cultura…, y las propias experiencias y decisiones.

La mayor interacción de los tres elementos —herencia, entorno y vivencias— se produce precisamente en la etapa que nos ocupa, la adolescencia.

Hace ya varias décadas que la adolescencia dejó de ser el periodo de tránsito, relativamente pacífico, que se inicia con la pubertad y acaba con la madurez de la primera juventud. La necesaria transición desde la dependencia del núcleo familiar a las relaciones interpersonales y sociales, se vio siempre acompañada de cambios emocionales y mentales. Cambios en la motivación, en los impulsos y las emociones. Además, el cerebro se hace receptivo a la aparición de nuevos estímulos psicológicos, como los sexuales, reflejándose el conjunto en una revolución del mundo afectivo personal.

Siempre fue necesario aprender a vivir de la vida misma, y la ayuda de los padres y educadores fue más o menos imprescindible o necesaria. Ciertamente esta etapa de la vida supone un equilibrio inestable entre cabeza, corazón y desarrollo de las capacidades propias para ejercer actividades. Los procesamientos cognitivos, emocionales y ejecutivos tienen diferente velocidad, y su maduración lleva diferente ritmo. Integrar estos sistemas y regularlos requiere estrategias adecuadas de control.

Es preciso considerar que en la época actual se han producido muchos cambios, sin vuelta atrás, que además se han dado en poco tiempo. Demasiado poco para un cerebro que se ha adaptado a los cambios de la vida social y cultural a lo largo de los dos millones de años que el hombre lleva sobre la Tierra.

Nos corresponde, por tanto, confiar en la capacidad del cerebro de ser moldeado por las experiencias, lo que denominamos plasticidad. El reto de conseguir una buena adaptación de su funcionalidad a los tiempos presentes es inmenso. No obstante, el conocimiento de nuestro cerebro, que permite hoy la neurociencia, es tan apasionante como para querer aprender cómo es y cómo funciona.

Pero antes de señalar esos cambios y sus efectos sobre la maduración, debo dar al lector una buena noticia. Durante mucho tiempo el galimatías de regiones, áreas, núcleos, etc., que describen la anatomía cerebral, con nombres a menudo difíciles, nos hizo a muchos desistir del estudio del cerebro, a pesar del interés en conocerlo que nos despiertan los temas del cerebro y la mente. Aquí necesitaremos usar algunos términos especializados de las neurociencias —núcleo accumbens, precúneo, etc.—, pero la experiencia muestra que la aventura de meternos y entender el cerebro de un adolescente es lo suficientemente fascinante para que los nombres, “la jerga” empleada, nos llegue a resultar familiar.

Más aún, si tenemos en cuenta el cambio radical que han dado las neurociencias actuales en relación a la funcionabilidad del cerebro. En efecto, años atrás, los científicos centraban su atención en la medida de las áreas activadas o silenciadas, mientras los participantes en los experimentos realizaban la tarea que se les asignaba. De ahí que las expresiones del tipo “la sede de la conciencia”, “las emociones están en”, llevó a pensar frecuentemente que lo mental —pensamientos, afectos, deseos…— “está en el cerebro”. Pero evidentemente no es así: en el cerebro solo están las células, las neuronas con sus terminaciones, que constituyen la materia gris, y las grandes fibras que permiten comunicar áreas cercanas o distantes, formando la materia blanca.

Los avances que los investigadores están consiguiendo, nos están permitiendo ver el cerebro “en acción”. Hoy en día, afortunadamente, empleando técnicas de imagen avanzadas, entendemos de circuitos y redes, de conexiones por donde ha de pasar la información, y de mapas mentales que nos orientan en los espacios geográficos, físicos, afectivos o cognitivos. Lo que importa son las conexiones, los cables que forman en paralelo las terminaciones, llamadas axones, por los que pasa a otra neurona la información recibida y elaborada en esa neurona. “Ver” la estructura íntima del cableado del cerebro, y “verlo” en funcionamiento por activación de una red, que además se alía con otras redes, o se suelta de ellas, nos lleva a comprender cómo se va armando la arquitectura funcional del cerebro de una persona desde niño y, tras la pubertad, en la adolescencia.

Se trata, por tanto, de conocer en qué consiste esa onda de maduración biológica del cerebro durante la adolescencia, y cómo se establecen las conexiones entre las neuronas hasta llegar a alcanzar el patrón universal del trazado de las conexiones neuronales. Así llegaremos a saber cómo se desarrollan y manifiestan las capacidades genuinamente humanas.

Aunque hablemos de cerebro emocional, de cerebro ejecutivo o del cerebro de las relaciones interpersonales, no nos quedamos en las regiones, sino en la sincronización de las neuronas, a través de las conexiones entre las células que las integran en esa zona concreta. Neuronas que, por ello, participan en el procesamiento de unas actividades concretas relacionadas con las emociones, la toma de decisiones, etc.

¿Es la adolescencia una crisis inevitable?

El mito de la “crisis inevitable” va tomando una fuerza que hace unas décadas no tenía. La pubertad se ha adelantado —en buena medida por la mejora de la alimentación— y la madurez se ha retrasado —al menos, en lo que supone la edad de la independencia social y profesional—, por lo que la inestabilidad permanece más tiempo, con todas sus consecuencias.

El conductismo[1] ha perdido su fuerza. Conocemos que realmente la inmadurez del cerebro, debida a la edad, no es la causa determinante de la crisis. La causa de la crisis de la adolescencia, con sus problemas emocionales, es más bien el resultado de las influencias sociales y de las propias actitudes sobre la base de una inestabilidad natural del cerebro. Los estilos de vida actuales generan que las temeridades para la vida y la salud —conducción arriesgada, borracheras, relaciones sexuales precoces—, constituyan fenómenos frecuentes entre adolescentes. Incluso conductas que afectan a la salud psíquica del adulto comienzan y arraigan entonces.

Precisamente, la base biológica de muchos trastornos neuropsiquiátricos o neuropsicológicos reside en el hecho de que el patrón universal de la arquitectura del cerebro, un patrón dado por los genes, es directamente dependiente, a su vez, de las vivencias.

Los nuevos estilos de vida están presididos por la velocidad, puesto que queremos alcanzar los deseos y los resultados de inmediato, por el estrés, por la necesidad de emociones positivas constantes, y la facilidad de encontrar respuestas online sin necesidad de una búsqueda paciente. ¡Imaginación al poder, y a la hoguera con las normas!, es el grito de guerra.

Todas estas experiencias “atípicas”, y muy especialmente el tránsito de las relaciones personales —estar juntos, verse, mirarse, hablarse— a las relaciones por conexión virtual, cambian el cerebro: inciden en el desarrollo de los circuitos funcionales del cerebro y alteran la secuencia natural y precisa de la onda de maduración que, desde la nuca avanza hacia la frente en estos años de la adolescencia.

En la etapa de la adolescencia en que la memoria de la propia vida, la autobiografía, está empezando a construirse, la influencia sobre la identidad y la personalidad de estos estilos de vida es enormemente directa.

No obstante, las palancas que mueven el mundo de los adolescentes han de tener temeridad: al menos, una veta. Sin el placer por el peligro y la fascinación de lo nuevo no arrancaría la aventura de la búsqueda de la felicidad. Ese tiempo siempre será —por la flexibilidad de las conexiones neuronales que da la inestabilidad— el tiempo de las metas ambiciosas, del descubrimiento del amor romántico y de la solidaridad.

Estrategias exploratorias-cognitivas con las emociones al rojo vivo

Durante la adolescencia, el paso de la mentalidad infantil a la mentalidad de adulto requiere un cambio de estrategias que no se logran de forma automática dejando pasar los años.

En esta etapa junto a una atracción por las novedades, que aporta motivación por conocer, hay de forma natural una gran respuesta emocional, una búsqueda de la recompensa inmediata, y una falta de nitidez de los recuerdos que añade sensación, y realidad, de confusión.

El proceso natural de adaptación desde el entorno familiar al entorno social cuenta así con los mecanismos de exploración impulsados por la búsqueda de emociones gratificantes. En la cultura occidental actual, el aumento desproporcionado de búsqueda de experiencias y vivencias guiadas, prácticamente en exclusiva, por la recompensa emocional, facilita respuestas automatizadas, muchas de ellas condicionadas, sin que medie el control cognitivo-afectivo.

Lo más propiamente humano es que lo cognitivo y lo emocional-afectivo es inseparable: lo cognitivo emociona y lo emocional aporta conocimiento. Y, justamente, la tarea de esta época consiste en integrarlos.

Sin embargo, el desarrollo de las estrategias mentales exploratorias y emocionales se ven dificultadas por un sistema de recompensa/castigo, que es fuerte pero inmaduro: en la etapa adolescente el equilibrio es, de por sí, inestable, debido a que en la balanza beneficios/riesgos pesan mucho más los beneficios que los riesgos. No es que los adolescentes no teman los riesgos de las acciones que detectan como arriesgadas, sino que esperan demasiado de las recompensas que esas acciones puedan proporcionarle.

La integración cognitiva-emocional se logra cuando se es dueño del tiempo propio, cuando se alcanza el autocontrol. A grandes rasgos las estrategias mentales-exploratorias de los adolescentes, que avanzan de lo analítico a lo global, se basan en reducir el tiempo de espera de la recompensa, mientras que las estrategias de control emocional permiten dilatar esa espera.

La necesidad de experimentar novedades y la audacia tienen su sentido natural en la necesidad de conocerse a uno mismo y a los demás, y lograr así la autonomía personal. Pero sin un “¡cálmate y piensa!”, propio del autocontrol, se dispara la impulsividad: se actúa antes de tiempo, sin previsión y sin valorar bien las consecuencias.

La organización de la arquitectura de las conexiones cerebrales debe alcanzar un grado tal que permita tomar decisiones sopesadas, frenar la impulsividad propia de la juventud, etc. Volveremos a las estrategias más adelante.

Por otra parte, la herencia genética que cada uno recibe hace que durante la construcción del cerebro existan variaciones individuales, que además se potencian con las experiencias vividas, diferentes en cada persona. No hay dos cerebros iguales, ni todos alcanzan la maduración de la región frontal con igual intensidad y a la edad prevista según la biología. Lo que es radicalmente común a todos es que somos necesariamente libres: eso implica que tenemos la tarea de vivir la vida liberándonos del encierro de los automatismos de la biología y de los propios de la infancia, para encontrar un sentido a la existencia y proyectar el propio futuro.

Nunca está todo perdido. Y nunca es fácil. Las vivencias adecuadas inducen cambios en la expresión de los genes que refuerzan el cableado, y permiten alcanzar la autonomía y la riqueza propias de la vida afectiva.

Abrir una ventana por la que introducirse en ese complejo mundo es la pretensión de este libro. «El cerebro es como es —repetía mi querido profesor Jiménez Vargas—, y no como quieren algunos que sea para que funcionen sus teorías».

La construcción del cerebro no acaba nunca

Todas las células del cuerpo humano contienen el mismo material genético (la herencia genética o genoma), pero cada tipo celular dentro de cada órgano o tejido tiene un programa genético diferente. Así, únicamente se copian a RNA —y se traducen a proteína[2]— los genes que esas células necesitan específicamente para su función, mientras el resto se silencian.

La expresión y traducción de los genes se controla mediante un sistema de regulación formado por una serie de factores que no están al principio, sino que van apareciendo en un momento concreto y en el espacio corporal que le corresponde. El mecanismo de regulación más estudiado es una modificación química que se da en la citosina, una de las unidades —o sillares— que integran el ADN. Esta modificación consiste en la introducción de un pequeño grupo llamado metilo. Los grupos metilo, que cuelgan de la citosina como banderines, actúan como señales de reconocimiento para que ciertas proteínas se unan al ADN y le indiquen a un gen concreto si debe expresar o silenciar su mensaje.

La construcción del cuerpo sigue la dinámica espacio-temporal de crecimiento y desarrollo de los seres vivos que se denomina dinámica epigenética. En cada una de las etapas, los efectos que producen las nuevas proteínas sobre el material genético dan lugar a una retroalimentación de la información genética; es decir, aumenta la información al aparecer información nueva con el proceso mismo.

Esta modificación del estado del material de partida, el material genético, en cada fase del proceso hace que el resultado sea más que la suma de las partes. Aparecen, entonces, características nuevas que no estaban en la configuración del material inicial, y en este sentido se habla de que emergen nuevas propiedades.

La dinámica epigenética permite que se registre el paso del tiempo y las influencias del ambiente, y que se haga siempre de forma armónica. El ser vivo, se organiza como un todo, y en él cada uno de los órganos y tejidos presentan su propia unidad en el todo corporal.

La formación del cuerpo de cada hombre, a diferencia del organismo de cada animal, cuenta con un plus de información, que se incorpora intrínsecamente a la construcción del cuerpo. Es la información que le viene de su capacidad de relación con los demás y que potencia y retroalimenta la mera información genética y epigenética, aportando un plus de realidad a cada persona[3]. Todo aquello adquirido por educación y cultura y las vivencias propias, se combinan para dar la identidad personal, gracias a la dinámica epigenética.

Pues bien, el cerebro de cada uno comienza a construirse —con dinámica epigenética— durante la vida en el seno materno, pero a diferencia del resto de los órganos y tejidos, su construcción no termina nunca. El proceso es ordenado tanto en el espacio cerebral como a lo largo del tiempo. Unos genes se traducen a proteínas en las neuronas que ocupan un determinado lugar, y lo hacen en tiempos precisos, siguiendo una secuencia concreta. El conjunto de genes de los que depende el funcionamiento del cerebro (el transcriptoma cerebral humano), se expresa de modo específico en las numerosas áreas que constituyen este órgano. Como es de esperar, las diferentes áreas según los genes que se traducen o silencian en las neuronas que las forman, coinciden con regiones cerebrales de función definida.

Si sirve el ejemplo, es el cerebro como una orquesta, donde multitud de músicos interpretan sus partituras. Hay piezas en las que tocan, se superponen y se encadenan, y piezas en las que permanecen en silencio, originando como resultado “regiones cerebrales” bien diferentes.

Sin embargo, es una orquesta muy peculiar puesto que no tiene un director que dé la entrada y la salida a unos y otros. Esas grandes regiones cerebrales se subdividen en pequeñas parcelas de neuronas que se caracterizan por las conexiones específicas que establecen con neuronas de otras regiones, y esto siempre en base de su actividad cerebral dependiente de la localización que ocupan. Podemos decir que en la orquesta polirítmica algunos grupos de músicos de cada zona “conectan con la mirada” con otros que interpretan una partitura diferente, y se ponen así de acuerdo para sincronizan sus ritmos.

El cerebro es un órgano plástico: necesita ser usado

La plasticidad cerebral es un término que se refiere a la capacidad del cerebro de cambiar y adaptarse para aprender y mejorar sus habilidades cognitivas. Como resultado de la experiencia, la anatomía funcional se modifica. La herencia genética no determina las funciones y capacidades humanas. A lo largo de la vida se crean y amplían unas conexiones, mientras otras se debilitan. El dicho popular que afirma que «lo que la naturaleza no da, Salamanca —refiriéndose a su Universidad— no lo presta» debe ser matizado, ya que no es del todo cierto.

Al nacer, el cerebro tiene millones de neuronas, que se interconectan entre sí, creando un cableado que permite que el impulso nervioso pase de célula a célula. La información del impulso, recibido a través de las terminaciones dendritas de una neurona, se procesa en el soma, o cuerpo, y la información pasa a través del axón —terminación con capacidad de crecer— a otra neurona, la célula diana. El espacio formado entre las dos neuronas que conectan es conocido como sinapsis.

En los periodos críticos del desarrollo se crean y organizan las conexiones. En cada etapa, la organización permite la eficiencia local y global del cableado que conduce la información, y las redes se van haciendo paulatinamente funcionales, completas y operativas.

Cada uno nace con las predisposiciones cognitivas necesarias para atender a los rasgos del entorno, que son claves para la supervivencia. Y lo hace buscando información relevante, tanto del medio natural como de tipo social, fruto de la relación con los demás. Al adivinar y comprender las motivaciones de los demás puede copiar las ideas o inventos más provechosos de otros, innovar y crear. Así adquiere conocimientos por mera transmisión cultural, sin tener experiencia directa de esos eventos.

El nicho del hombre es cognitivo y cultural, por lo que es tarea y responsabilidad de cada uno conservar la plasticidad de su cerebro toda la vida. No se trata, como se ha afirmado, de que no sabemos “todavía” usar todo el cerebro. Lo que ocurre, más bien, es que hay que entrenarlo, y sólo el uso hace crecer su estructura funcional. Y, con ello, las capacidades humanas de cada uno.

Una noticia espectacular e inesperada: el cerebro humano es ilimitado

El cerebro humano es la estructura más compleja y ordenada de la naturaleza. La configura cada uno con su vida, sobre la base de lo construido a partir de la herencia recibida de sus dos progenitores.

Al nacer el cerebro está ya organizado en tres capas concéntricas, se han formado los dos hemisferios cerebrales, cada uno de los cuales tiene unos territorios definidos como lóbulos cerebrales —frontal, parietal, temporal y occipital—, delimitados por grandes surcos.

El cerebro humano, y solo el humano, tiene una estructura geométrica fractal. Un fractal es una figura geométrica cuya sencilla estructura básica se repite a diferentes escalas y es autosimilar: es decir, que su forma procede de copias más pequeñas de la misma figura. La figura geométrica —un triángulo, por ejemplo— se forma por conexiones entre neuronas, que se repite indefinidamente girando, plegándose, expandiéndose…, etc. sin fin, y tiene cabida en el volumen del encéfalo que encierra el cráneo.

Se puede ilustrar este proceso con el ejemplo del triángulo de Sierpinski, en el que un triángulo puede ser dividido en cuatro nuevos triángulos conectando el punto medio de cada lado, e ignorando el triángulo central. Se dividen una y otra vez con el mismo procedimiento cada uno de los tres triángulos de las esquinas. Si cada vez que se crea un nuevo conjunto de triángulos, se reproduce el procedimiento en los tres triángulos más pequeños de las esquinas, y así indefinidamente, se ve que este procedimiento puede, sin aumentar el tamaño, dar lugar a una cantidad enorme de figuras triangulares, interconectadas.

Cuando el proceso de particiones se hace en tres dimensiones, se crea, sin aumento de tamaño, el tetraedro de Sierpinski, una generalización tridimensional del triángulo.