El cielo en tu paladar - Diana Virguez - E-Book

El cielo en tu paladar E-Book

Diana Virguez

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Beschreibung

Alex y Paulina, dos amigos de la infancia que se distanciaron por cuestiones de la vida, después de un largo tiempo se reencuentran y descubren que entre ellos más que una amistad existe una atracción sexual a la que, por más que quieran, no se pueden negar. Les toca sortear una serie de obstáculos para los que ninguno está preparado. En ocasiones, reflejando contradicción en las decisiones tomadas. El cielo en tu paladar es una historia actual, cotidiana, altamente erótica y romántica, llena de encuentros y desencuentros, en la que la autora invita a cuestionarse si el amor siempre triunfa. ¿Podrá Paulina despejar las sombras de Alex? ¿La atracción física es todo? ¿Alex será capaz de iniciar una nueva vida? Esta novela distinta, que cala hondo en los sentimientos, le permite al lector vivir la historia de los personajes como si fuera propia.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Luz Battaglia.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Virguez Terán, Diana Carolina

El cielo en tu paladar / Diana Carolina Virguez Terán. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2019.

272 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-339-2

1. Narrativa Venezolana. 2. Novelas Románticas. I. Título.

CDD V863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor. Está tam-

bién totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet

o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2019. Diana Virguez.

© 2019. Tinta Libre Ediciones

Indudablemente es mucho lo que tengo que agradecer.

Al creador de vida,por permitirme dar pasos acertados y desacertados.A mi familia que, lejos o cerca, siempre está conmigo.

A muchas personas que, de una u otra manera, han participado en este proyecto que empezó a cobrar vida por las sugerencias de Jazmín Olivar y Johan Rodríguez, y que finalmente puede ver la luz del sol por el apoyo incondicional de Rosana Stipisich.

Infinitamente agradecida.

El cielo entu paladar

Diana Virguez

Me matan los zapatos de tacón alto. Llego a la acera del edificio y, mientras diviso las escaleras que me separan de la comodidad del departamento, me descalzo; no aguanto más esta extensión de doce centímetros que llevo en los pies. Finalmente, entro al pequeño departamento, doy un suspiro y dejo las llaves, el bolso y las carpetas del trabajo sobre la consola que está justo en la entrada. Busco y rebusco en el bolso y no es posible que haya dejado el celular en la oficina. Debo buscarlo, si no estará ahí hasta el lunes, considerando que hoy es viernes.

Me calzo nuevamente en mis zapatos sintiendo con más intensidad la molestia que me producen, conduzco hacia el este de la ciudad todo lo rápido que me lo permite el infernal tráfico de un viernes en la tarde; llego a las oficinas donde hago de utility mientras termino mi carga académica en administración. Paso las puertas acristaladas que están en la entrada de la Torre Financiera, sonrío levemente, al guardia que está en la caseta de vigilancia hablando por teléfono.

Aligero el paso y llego hasta los ascensores del personal, que son los únicos en funcionamiento a estas horas de la tarde. Ingreso al cubículo, enciendo las luces y justo detrás del escritorio observo la luz centelleante de mi móvil, lo desconecto del enchufe y del cargador mientras me doy cuenta que tengo llamadas perdidas y mensajes de Alex.

Apago las luces, cierro completamente una vez más la oficina, mientras me dirijo de nuevo a la entrada de la Torre Financiera. Le devuelvo la llamada, pero cae directamente al contestador automático, al otro lado del teléfono me saluda una voz ronca y varonil que me dice entre ronroneos:

–No estoy disponible, deja tu mensaje y en cuanto pueda te devolveré la llamada.

Escucho el mensaje completo a pesar de que detesto sobremanera cuando las llamadas saltan al buzón de voz. Llego al auto y guardo mi móvil en la Carolina Herrera de segunda mano, que adquirí en un bazar. De nuevo emprendo rumbo a mi hogar; en el camino a casa pienso para qué me llamó Alex y por qué salta el contestador cuando intento devolverle la llamada. Justo suena mi móvil, al sacarlo y mirar la pantalla aparece un número desconocido, pulso el botón del altavoz y con voz cansina suelto un escueto:

–¡Aló!

–También me alegra oírte y saber de ti –dice sonriente.

En un intento fallido por ser amable sale de mí un exagerado bostezo. Mientras que mi amigo suelta una sonora carcajada. Cesa su burla y da paso a una invitación propia de él para un fin de semana, mis energías son nulas, solo me provoca una ducha de agua tibia, un pijama roído por el uso y una suculenta pasta con camarones que tengo que preparar para no irme a la cama con el estómago vacío.

–¿Por qué estás tan aguafiestas un viernes por la tarde? –Pregunta, mientras yo espero el cambio de luz en un semáforo.

–Algunas no somos ricas de cuna y debemos trabajar para poder vivir ¿Sabes? –contesto con toda la ironía que mis neuronas manejan en este momento de cansancio.

–Hagamos algo –dice él –para compensar haberme burlado de ti. Te invito a cenar, necesito desconectar un poco de la rutina y quién mejor que tú para ayudarme a lograrlo.

Debo admitir que la propuesta logra espabilarme. En el pasado fuimos muy cercanos porque mi abuela lo acogió junto a su hermana cuando su mamá los abandonó.

Alba se casó y se fue a vivir a trescientos kilómetros. Nunca fueron unidos como hermanos a los que les tocó crecer sin el apoyo de su madre. Él se casó antes de los veinticinco años y se mudó de nuestro lado. Por causa de su esposa nos distanciamos mucho. Ni siquiera visitó a mi abuela cuando estuvo enferma y llegó a los actos fúnebres cuando solo quedábamos mi mamá y yo en el campo santo.

Alex es un hombre alto, robusto, moreno de ojos achinados color café o miel según la luz y temperamento. Nunca se dedicó a la actividad física, sin embargo se mantenía en forma a pesar de sus años y siempre le molestó que le dijera “viejo”. Solo tiene siete años más que yo, y se acoplaba bien a mi grupo de compañeras de clases cuando salíamos de fiesta. Todo el tiempo fue como un pariente lejano de la familia con el que se comparten muchas cosas. Sé de sus correrías con las mujeres; en más de una ocasión se enrolló con mis compañeras y con las vecinas, hasta con dos a la vez. Jamás pensé que se fuera a comprometer, pero lo hizo, aunque no le duró mucho.

–¿Dónde estás? Dime que sí, compro algo para comer y lo llevo a tu casa, porque estás cansada –dice interrumpiendo mis pensamientos.

–Está bien –contesto resignada e intrigada por tanta insistencia en que nos veamos –en unos quince minutos llego a casa.

–Ahí te veo.

Por segunda vez esa tarde llego a casa, me desvisto y voy al baño. Para relajar mis músculos mezclo agua caliente con agua fría y quedo renovada después de una larga ducha. Busco en el closet algo decente que ponerme y escucho el timbre, halo una batica corta de algodón, un tanga a juego y me visto lo más rápido que puedo, me unto crema corporal de coco y salgo descalza hasta la sala. Cuando abro la puerta está Alex de espaldas, sosteniendo el teléfono entre el hombro y la oreja, con las manos llenas de bolsas de comida.

Pasó tiempo desde el funeral de mi abuela. Debo admitir, para mis adentros, que los años le favorecen; no es el típico galán de telenovela ni mucho menos el adonis que todas soñamos encontrar, pero está de buen visto.

Gira hacia mí con ese aire de superioridad y seguridad que lo caracteriza.

–¡Hola peque! –dice sonriente.

No sé cómo lo logra, pero todo el tiempo muestra una sonrisa, desinhibida y sincera. Irradia una chispa que contagia a los presentes, aunque igual quiero patearlo por decirme el apodo con el que se dirigía a mí cuando era niña. Lo invito a pasar y me alza como si de una muñeca de trapo se tratase. Grito con todas mis fuerzas para que me baje. No se da cuenta que voy a cumplir veintitrés. Cuando recobro la compostura le lanzo una mirada furibunda que lo hace reír a mandíbula batiente.

–Ya, ¿vale? No te enojes conmigo tenemos mucho tiempo sin vernos y siento que estás agitada y estresada, salúdame como es debido y pasemos a comer –dice campante.

Descalza como estoy, soy una cabeza menos que él por lo que tiene que inclinarse para abrazarme y darme un beso en la mejilla. Pasamos a la isleta de la cocina, comemos, reímos y bebemos en absoluta tranquilidad.

–Ya comimos y descansaste un rato, ¿por qué no vamos a algún sitio a bailar y pasarla bien?

–Gracias por tenerme en cuenta, la verdad prefiero quedarme en casa, esta no fue la mejor semana y deseo entregarme a los brazos del buen Morfeo–. Contesto aburrida y cansada. Luego de eso nos despedimos cariñosamente con la promesa de llamarnos.

El sábado despierto poco más de las nueve, con energías para dedicarme a los quehaceres de la casa. Me dispongo a lavar todo lo que está en la cesta, mientras cuelo un generoso café que me terminará de activar. Selecciono ropa que llevaré a los hogares de acogida cuando tenga un tiempo entre el trabajo y la universidad.

A lo lejos escucho el sonido de mi móvil y corro a buscarlo, en la pantalla aparece el circulito del WhatsApp.

Alex_10:12:

No acepto negativas, paso por ti hoy a las 20:00. Vamos a bailar.

Paulina_10:14:

Ok.

El día transcurre sin más, son las seis de la tarde, ni siquiera pensé que me voy a poner para ir a bailar. Después de treinta minutos peleando con el closet me decido por un jean negro con corte a la cadera, un top beige, sin tirantes, con lentejuelas a la altura de los senos que realzan el corte palabra de honor y unas lindas sandalias de plataforma negra. Me maquillo con ojos ahumados, rubor ámbar y solo gloss en los labios para no recargar el rostro.

Lista para salir, como un trozo de queso. Suena el timbre y me exalto. Al abrir la puerta no me pasa por alto el escrutinio, que me hace Alex. Me incomoda un poco.

–Hoy tendré que reventarle la nariz a más de uno.

Con un resoplido y los ojos en blanco halo la puerta, le coloco el seguro y nos vamos.

Llegamos a un restaurante de comida china, el mesonero nos ubica en una mesa para dos, justo en la ventana donde la iluminación es muy tenue. Deduzco que no es la primera vez que viene porque se desenvuelve con naturalidad. Sugiere la especialidad de la casa que consiste en fideos con pollo, llamado: chow mein de pollo,para él ordena lo mismo, pero acompañado de cerdo agridulce. Pienso que el cerdo y el pollo no combinan, mas no digo nada al respecto.

Terminamos nuestra cena entre confesiones. No entiendo qué hace diciéndome que está soltero, que se da cuenta lo especial que soy y lo abandonada que me tiene.

Lo pongo al corriente de lo que hago en las oficinas de la Torre Financiera, le explico que en menos de un mes me conferirán el título de licenciada en administración. No pregunta si tengo novio y no le cuento que con el último idiota que salí, las cosas no funcionaron porque él no tenía sueños ni aspiraciones, puesto que prefería pasar todo el día jugando x-box y no le importaba vivir del negocio familiar.

Luego de comer y hablar de todo vamos a bailar a un club exclusivo. Subimos por una escalera estrecha, hasta una puerta de madera en el primer piso. El portero nos saluda amigablemente y me doy cuenta que Alex también es cliente regular de este lugar.

La música es ensordecedora y contagiosa, la decoración es dominó.

Nos ubicamos en un sofá blanco doble, viene una chica muy linda y de piernas interminables, a tomar nuestro pedido. Ordeno un Sea Breeze y él una refrescante cerveza.

Terminamos nuestras bebidas y nos arrastramos a la pista donde pulula la gente al ritmo de salsa. Encantada me dejo llevar por la música, siento que estamos sincronizados y flotando en el aire con Gilberto Santa Rosa de fondo. Después de más de veinte minutos bailando volvemos a nuestro sofá y vemos caras conocidas.

Está su prima Ruth con Leo, mi compañero de clases de finanzas, acompañados de otras personas que no logro ubicar en mi mente. Alex me encamina hacia el nutrido grupo de conocidos y observo como su prima se fija en la mano que él tiene alrededor de mi cintura.

Nos saludamos con tranquilidad y nos enteramos que Leo y Ruth están saliendo desde hace algún tiempo.

–¿Son novios? –pregunta uno de los chicos.

–¡Sí! –dice Alex.

–¡No! –digo yo al mismo tiempo.

–Creo que están empezando a salir… –acota Ruth.

–Conociendo las correrías de Alex, no me fijaría en él –digo relajada.

Ese comentario hace reír a más de uno menos al protagonista. Se tensa y bebe su cerveza de un solo trago. Seguimos bailando hasta las tres de la madrugada, estamos achispados. Comienzan a encender las luces y Ruth, cual quinceañera, propone que juguemos a “laruleta de la verdad”. Agarra un tequilero y los demás nos reunimos alrededor de la mesa mientras ella explica que a quién le apunte el culo del vaso debe preguntar a quién le señale la boca de este, y debe contestar con la verdad. En caso de negarse está obligado a cumplir con la penitencia que el grupo decida.

Cuando Reith, uno de los amigos de Leo, me pregunta si participo en tríos, no me siento cómoda y me niego a contestarle, no quiero develar las intimidades delante de unos extraños ebrios.

–Deberás besar a mi primo. Nada de piquitos ni roce de labios –impone Ruth y los demás la apoyan entre silbidos y aplausos.

Serán muchos los Sea Breeze que tomé, pero la idea no me parece descabellada. Prefiero eso a tener que decirles que desde hace tres años no tengo intimidad, y que fueron más los momentos de dolor que los de placer.

Un silencio generalizado se extiende por la sala, antes de que unamos nuestros labios. Empezamos con algo casto y suave, poco a poco adquirimos intensidad, la vehemencia con la que me besa no es normal. Ni siquiera Andy, logró que la pasión y el calor corrieran con velocidad, desde mi nuca hasta mi sexo en segundos. No sé qué aspecto tendrá mi cara, pero la de Alex destila sexo y ganas de más.

–Si sigo, no habrá nada ni nadie que pueda detenerme –dice jadeante y sin un ápice de vergüenza.

La risa de nuestros compañeros de tragos hace que salga de la nebulosa en la que me deja el beso. Reúno todas mis fuerzas, rompo el círculo que está alrededor de la mesa, me despido y bajo las escaleras seguida de Alex. Llegamos a la acera, subo al taxi que está detenido en el bordillo y le pido que me lleve a casa. Él no tiene tiempo de despedirse ni de decir o hacer algo.

Duermo como nunca, hasta las doce. Despierto con el tono de llamada de mi móvil con la canción Bailando de Enrique Iglesias. Me levanto de prisa, no recuerdo haber bebido tanto como para que el mundo se tambalee debajo de mis pies. Deslizo el dedo por la pantalla, una ronca y sensual voz me acaricia los sentidos a través de la línea telefónica.

–Dime ¿Por qué me perdí tus besos durante tanto tiempo?

Quedo perpleja porque a decir verdad nunca imaginé esta reacción ante el beso escandaloso que nos dimos.

–¿Para eso estás llamando? Es inoportuno y de mala educación interrumpir el sueño de una mujer un domingo después de una juerga.

–Vamos a vernos –dice tras un instante de silencio.

–Si tú crees que por un simple beso somos algo así como novios o pareja déjame decirte que estás equivocado. Un beso se le da a cualquiera –contesto altiva.

Mientras suelto esa sarta de mentiras, mi pulso se acelera.

–Vamos a vernos –contesta sereno.

–No puedo Alex. Voy a visitar a mis padres, ellos me esperan todos los domingos y hoy no será la excepción solo porque tienes un ataque de remordimiento o yo qué sé. Olvídalo, pasa página. No creo que un beso adornado con cervezas y Sea Breeze sea lo más impactante del mundo. Adiós.

Exasperada, llego a la cocina y preparo una taza de café antes de ir al baño. Me lavo el cabello con mimo y delicadeza para retirar el olor a cigarrillo y alcohol de la noche anterior. Visto una túnica azul cielo, unas sandalias planas, dejo que el cabello se seque con la brisa y me enrumbo a casa de mis padres.

Nada más detener el coche en la entrada sale mi padre. Para él siempre seré su muchachita.

–¡Hola papá!

–Capullito, Dios te bendiga ¿Por qué estás tan ojerosa? Seguro que no estás comiendo bien.

Mi padre, un hombre de un metro setenta y ocho, blanco como la leche, ojos marrones y cabello cobrizo, es amable y cariñoso sobre todo con su única hija. Mamá viene a mi rescate, y al fondo de mi bolso se escucha el pitido incesante de un WhatsApp. Entramos a casa y siento el aroma de torta de piña y galletas que están en el horno. Por más que intento que mi madre entre en razón ella siempre cocina para un ejército, y termino llevándome a casa envases con comida.

Saco el teléfono antes de adentrarnos a la cocina y ayudar a mamá a servir, veo que tengo diez WhatsApp.

Nata_13:36:

¡Hola! Amiga. Sácame de la miseria e invítame a comer en casa de tus papás.

Nata_13:37:

¿Sí? Please. Intento llamar a George y no atiende, quién sabe en qué cama terminó anoche.

«Sonrío al ver el mensaje de mi amiga Natacha».

Paulina_13:50:

Ven, hay comida para un regimiento y olvídate de George, ya aparecerá.

George, Natacha y yo somos amigos desde la adolescencia y cada vez que podemos nos reunimos en casa de mis padres, si él no anda de “Don Juan” por toda la ciudad aprovechándose de su físico para mantener relaciones esporádicas y simultáneas.

Alex_13:01:

¡Hola! Pau de verdad, por favor, quiero hablar contigo. Vamos a vernos.

Alex_13:05:

¿Por qué no me respondes?

Alex_13:06:

¿Tan mal fue el beso?

Alex_13:09:

Por favor no dejes que ese beso nos cambie, hablemos. ¿Sí?

Alex_13:21:

Ya sé que me dijiste que irías a casa de tus padres, pero al menos puedes contestar.

Alex_13:25:

No recuerdo a tus padres como unos ogros, seguro no se molestarán si envías un puto mensaje.

Alex_13:28:

Vale, está bien. Entendí tu indirecta. Te arrepientes de haberme besado.

Alex_13:31:

Maldita sea peque, ¿por qué no me contestas y me hablas claro de una puta vez?

No conozco a este hombre de las cavernas. ¿Cómo pasó de “por favor, quiero hablar contigo” a maldecir en cuestión de minutos? Así, menos quiero hablarle. Si en algún recóndito lugar de mi ser existía la mínima oportunidad de llamarlo, él solito la acaba de matar.

–¿Pasa algo? ¿Todo bien? –pregunta mi madre.

–Coloquemos un puesto más, la Nata viene en camino –contesto y la abrazo.

Mi madre una morena de cabello liso, negro azabache, delgada, debió ser hermosa en su juventud. Tiene un carácter amable y recio, que no le impide brindar amor y dulzura a su única hija y a sus amigos.

Servimos la mesa y justo cuando nos disponemos a comer suena el timbre. Mi padre se ofrece a abrir, sabemos que es Nata. Aparece como un torbellino, abrazándolo y besándolo, más de lo que a él le gusta. Mi amiga siempre luce bella y hoy no es la excepción. Viste unas sandalias playeras azul eléctrico, unos shorts negros y un top a juego con las sandalias.

Suelta a mi padre y se lanza en los brazos de mamá haciendo un espectáculo digno de una telenovela maiamera. Cuando finaliza el show, se acerca y nos saludamos fraternalmente.

–Gracias por acogerme, una vez más. Desde que mamá y papá se mudaron al otro lado del mundo los domingos son demasiado aburridos, sobre todo porque no tengo novio y mi única amiga anda demasiado estresada –comenta mientras nos sentamos.

–Sabes que esta también es tu casa, puedes venir cuando lo desees. Así nos haces compañía. ¿Verdad Francisco? –dice mamá con sinceridad.

Papá asiente con la cabeza. Mis padres no pueden ser más distintos en sus características físicas y en el carácter. Mamá habla hasta por los codos y papá solo lo necesario.

Entre risas y cuentos comemos y luego nos sentamos en el caney que está en el patio de la casa. La brisa fresca transporta a una casa de campo. Ahí les digo que el señor Linares me ofreció un cargo de más rango y prestigio para cuando tenga el título en la mano. Nata nos cuenta que está ultimando detalles para inaugurar un spa en las próximas semanas y que no podemos faltar al evento.

–Pauli, tienes que reunirte con la contadora de la empresa, hay cosas que deseo revises para tu futuro –comenta papá.

Por un rato me olvido del teléfono, hasta que suena Bailando de Enrique Iglesias. Cuando veo que es Alex, desvío la llamada, no quiero hablar con él frente a mis padres.

Natacha se da cuenta que algo pasa.

–Deberíamos irnos, hay cosas del spa que deseo mostrarte –dice anunciando nuestra partida.

Le sigo el juego mientras mamá nos arma envases con comida para llevar. Salimos diciendo que llamaremos pronto.

Cuando quedamos solas no puedo escapar de las garras de mi amiga.

–Conduce el auto, nos vemos en tu casa, voy detrás de ti –ordena.

Las calles de la ciudad un domingo por la tarde son solitarias, lo que hace que el recorrido sea rápido. Llegamos a casa, Natacha da chance de que organice los envases en la nevera. Finalizada la tarea se instala en el mueble de dos plazas que decora la sala y con su pulcro índice izquierdo me señala el puf que está enfrente.

–Escúpelo –enfatiza.

Sé que se refiere a la llamada. Le cuento lo acontecido desde el viernes cuando salí del trabajo. El asombro no cabe en su cara. Yo también estoy sorprendida por el comportamiento de Alex. No es propio de él. Hasta a la misma Natacha la invitó a salir cuando andaba en problemas con su ex mujer. A mí siempre me vio con ojos distintos. O eso creía.

El teléfono suena, le muestro la pantalla para que vea que es él y nos quedamos inmóviles.

–Pues contéstale, ¿qué esperas? Si no se aparecerá aquí.

Dudosa de qué le diré y cómo me sentiré deslizo el dedo por la pantalla.

–¡Aló!

La respuesta llega de inmediato.

–Por fin te dignas a contestarme, no me cuelgues, tenemos que hablar. Abre la puerta, estoy afuera.

Con las manos le hago señas a Natacha indicándole que está afuera, ella agarra su bolso y se dirige hasta la puerta, no tengo tiempo de contestar porque él cuelga. Nos despedimos con un abrazo. Sé que la próxima vez que nos veamos hará un interrogatorio nada convencional.

Ellos hablan en la entrada, no me entero qué se dicen. Mi cerebro aún intenta procesar todo esto.

Alex cierra la puerta y se queda pegado a ella mirándome con una intensidad que me da calor.

–¡Hola!

Mi garganta está áspera como una lija, incapaz de emitir sonido alguno. Solo lo observo y doy media vuelta para buscar un poco de agua. Tengo que estar centrada en lo que diga, pero más en lo que haga. Anoche, por exceso de alcohol, terminé con la lengua de Alex en lo más profundo de mi garganta.

Siento sus pasos tras de mí, volteo para verlo.

–¿Quieres jugo de naranja? –pregunto con timidez.

Niega con la cabeza. Se aproxima y con la mano le hago la señal de alto. Se detiene. No entiendo su comportamiento y tampoco el mío, porque no me es indiferente aunque me incomoda. Nos miramos a los ojos y hace un gesto para que vayamos a la sala. A mí me da igual donde hablemos o mejor dicho donde hable él.

No sé qué puedo decirle. A mi mente vienen pensamientos que no expreso. «Me gustó tu beso, pero paso de ti» o «vamos a intentarlo a ver qué sale».

Nada de lo que diga o haga puede ser normal entre nosotros. ¡Por Dios! Alex me conoce desde que me faltaban piezas dentales.

Nos sentamos. Él en un extremo del sofá yo en el puf; imagino que espera que me siente a su lado, sin embargo prefiero mantener las distancias.

–Flaca, te juro que no sé qué me pasa, pero desde que subiste al taxi frente al club no dejo de pensar en ti y en lo rico que se sienten tus labios –explica con voz suave.

Quedo pasmada, por un momento pensé que no le había gustado, pero ¡No! Viene él y suelta semejante bomba.

Carraspeo todo lo que puedo, bajo su atenta mirada, me llevo el vaso a los labios y doy un buen trago.

–¿Y qué te hace pensar que me gustó?

Me siento estúpida. Claro que me gustó, es más lo disfruté y él lo sabe. Se lo demostré cuando le correspondí el beso. Como si le hubiera quitado un peso de encima se relaja en el sofá.

–Nadie podrá decir lo contrario, que no quieras admitirlo lo respeto mas no lo comparto. Debo dejar las cartas sobre la mesa y decirte que este juego apenas comienza y que quiero más, que te quede claro, flaca.

Con firmeza se levanta, alza mi cara, planta sus labios sobre los míos y no me da chance de responder. Cuando reacciono estoy sola en la sala pensando en las últimas palabras de Alex “este juego apenas comienza y que quiero más…”

Amanece, y tengo ojeras para cinco rostros. Me levanto de la cama sin haber pegado un ojo, pensando en cómo y cuándo cambiaron las cosas entre nosotros. Siento que me perdí la mejor parte de la película. Preparo mi dosis diaria de café, tomo una taza antes de arreglarme para ir al trabajo. La sesión de maquillaje es extrema, pues debo disimular la cara de trasnocho. En cuanto finalizo de acicalarme, desayuno y salgo. Me levanté tan temprano que me da tiempo de todo, hasta de llegar veinte minutos antes a la Torre Financiera. Mientras se hace la hora envío WhatsApp a mamá y a Natacha.

Paulina_8:14:

Buenos días, espero estén bien. Los quiero.

Mamá_8:17:

Bendecida semana mi amor, papá y yo también te queremos.

Sonrío con el mensaje de mamá, me gusta empezar el día haciéndoles saber que estoy bien.

Paulina_8:19:

¡Hola! Si es verdad que existen los extraterrestres imagino que a Alex lo poseyó alguno porque de verdad no entiendo su comportamiento… Hoy estoy full, llegaré a casa sobre las 21:30. Avísame si te puedo llamar a esa hora.

Nata_8:21:

¿Piensas dejarme todo el día con esta intriga?

Paulina_8:25:

Hasta yo estoy intrigada, solo te puedo decir que anoche aseguró que “este juego apenas comienza y que quiero más”.

Cuando voy a guardar el teléfono llama Natacha.

–Habla claro, ¿qué es eso del juego? Pau, en serio, no puedes decirme eso y esperar que no me devane los sesos pensando en ese juego de palabras o como tú lo llames. Ustedes prácticamente crecieron juntos, hasta se bañaban en la lluvia cuando eran chicos. ¿De dónde sale ese gusto?, justo ahora.

En este instante me estoy preguntando lo mismo. Expulso el aire retenido y las palabras que se están acumulando en mi mente.

–Nata, de verdad no sé. Decirte que me gusta sería mentirte, pero tampoco me desagrada, es algo extraño. Ni yo misma sé descifrar. Te dejo, tengo que trabajar.

Voy a la mesa de trabajo, reviso los correos electrónicos y me detengo a trabajar en uno de ellos.

Soy interrumpida por Anita, la recepcionista.

–Te busca un repartidor –dice con una falsa sonrisa.

La miro fijamente tratando de recordar si compré o encargué algo en los últimos días, pero no recuerdo nada.

–Hazlo pasar. Estoy muy ocupada.

Sonríe y se da la vuelta contoneando las caderas de manera exagerada. A los minutos entra un chico alto y extremadamente delgado con una gorra negra y una franela del mismo color, en sus manos un descomunal ramo de rosas rosadas. Hace que firme la nota de entrega y se va tan rápido como llegó.

Desprendo la tarjeta y leo en una letra, sin duda, masculina por la potencia de cada trazo:

“Reflejan la inocencia, la pureza, pero también la pasión… así como TÚ.

¡Feliz día mi flaca!

AG.

Siento que todos los colores están reflejados en mi cara. Para colmo el señor Linares, mi jefe, un hombre que pudiera ser mi papá por la edad y el cariño que me brinda, sale de su despacho y lo primero que encuentra es el ramo.

–Veo que tienes a alguien bebiéndose los vientos, ojalá te merezca –comenta.

Qué puedo decir, sonrío e intento disimular el embrollo interno. Al mediodía voy al lunch de la oficina y caliento el almuerzo que traje, cortesía de Aurora Morlés, mi madre. Escucho el sonido del WhatsApp, con temor desbloqueo la pantalla.

Alex_13:21:

¡Buen provecho! Flores para una flor.P .D. Nos vemos esta noche.

No es una pregunta, es una aseveración y estoy demasiado ocupada. Pedí permiso para trabajar hasta media tarde e ir adelantando lo que tengo pendiente en la universidad. Suspiro, se me va el apetito.

Paulina_13:23:

Gracias por las flores. Lo siento por ti, pero tengo planes.

Una vez más el teléfono acusa la llegada de un WhatsApp, reúno toda la fuerza de voluntad necesaria para enfrentarme a esta nueva situación.

Alex_13:27:

Flaca, esperaré lo que sea necesario, pero no me voy a rendir. Nos vemos.

Me gusta y me confunde. En cuanto a relaciones de pareja Alex me lleva una ventaja enorme. Primero por la edad, segundo ya estuvo casado, tercero es capaz de mantener dos relaciones al mismo tiempo. Andy fue mi único novio, éramos inexpertos en cuanto al sexo y las relaciones en general, quizá por eso lo nuestro no funcionó más de un año después de que decidimos acostarnos.

Intento no darle más vueltas al asunto. Casi no como, vuelvo a mi puesto de trabajo y me dedico de lleno a los nuevos formatos hasta que se hace la hora de retirarme. Cuando salgo Anita se acerca.

–Pau parece que no te gustaron las flores, en tu lugar estaría brincando de la emoción, te veo preocupada –dice como si entre nosotras existiera mucha confianza.

–Estoy cansada, nos vemos mañana.

La asesoría en la universidad es rápida. Llego temprano a casa. Me ducho con agua tibia para relajarme y tratar de conciliar el sueño que no tuve la noche anterior.

Saco de las gavetas un culotte morado con una blusita de tirantes a juego, me enfundo en él para dormir.

No sé cuánto tiempo pasó desde que cerré los ojos, pero me despierta el insistente sonido del timbre. Más desorientada que de costumbre voy hacia la entrada, enciendo la luz para ver la hora en el reloj de la sala. Son casi las doce de la noche, pienso en papá y mamá, en Natacha, hasta en los vecinos que rara vez veo. Suena nuevamente el timbre.

–¿Quién? –pregunto con voz ronca.

–Abre. No te hagas rogar.

¡Dios mío! Alex está aquí, es verdad que no se dará por vencido. Descalza, con ropa de cama y despeinada, abro la puerta. Él entra vestido como si fuera a alguna cena o reunión semi formal, lleva un jean oscuro, una camisa verde botella remangada hasta los codos. Se ve imponente, varonil, sexy.

–¿Qué haces aquí? ¿Tú no sabes cuáles son las horas adecuadas para hacer visitas?

Clava sus ojos en mí y a simple vista se ve molesto.

–Si contestaras tu puto teléfono no estaría aquí para decirte que me ausentaré de la ciudad.

Esa última parte no me gusta para nada, ¿por qué? La verdad no sé.

–¡Ah!

De pronto recuerdo que el teléfono aún está en mi cartera y que en la universidad se descargó.

–No tengo por costumbre estar pegada al teléfono y menos cuando no estoy esperando llamadas importantes –explico.

Me mira como si me quisiera zarandear para que no diga tantas estupideces. Visiblemente molesto.

–Pues, tendrás que estar pendiente del teléfono porque te llamaré cuantas veces sea necesario –Se acerca y su expresión se suaviza –para mí tampoco es fácil todo esto, nunca me propuse que pasara nada y cuando te digo que quiero más es en serio. Dejemos que las cosas fluyan.

Me lleva hasta el sofá. Se posiciona sobre mí. Nos besamos degustando nuestros labios como hambrientos delante de un banquete. Mi lengua sale al encuentro de la suya, un beso lánguido, pasional. Recorre cada rincón de mi cavidad bucal, mordisquea mis labios, la mandíbula y cuando sus dientes entran en contacto con mi piel la maravillosa sensación se extiende hasta el clítoris. Aferro fuertemente sus hombros como si fuera mi tabla de salvación en un naufragio. Sus manos empiezan a recorrer mi costado, llegan hasta mi cadera, me toma por el muslo izquierdo y alza mi pierna, su bragueta encaja con exactitud en mi sexo. Puedo sentir su erección palpitar sobre los sensibles labios vaginales. Solo nos separa la ropa que llevamos puesta, en mi caso no es mucha. Interrumpo el beso, no vamos a ser capaces de detenernos. Él hace un escrutinio en mi cara como buscando una explicación.

–No puedo, será mejor que te vayas.

La transformación es inmediata. Se pone de pie de un salto, pasa las manos por la cara, bota aire por la nariz como un toro embravecido.

–¿No estarás hablando en serio? ¿Crees que somos dos adolescentes que no se pueden hacer responsables de sus actos? ¡Flaca de verdad! Mira como me tienes. Vamos a pasar días sin vernos, no me puedes dejar así –dice señalándose la bragueta.

Paso por su lado abro la puerta.

–Es lo mejor Alex, hablamos luego.

Quiero besarlo y sentirlo dentro de mí, pero tengo miedo de lo rápido que van las cosas y de lo que se está despertando. Camina hasta la puerta y se detiene. No me atrevo a mirarlo.

–Esto no se le hace a un hombre. Apréndete eso muchachita –solo escucho sus lacerantes palabras.

Tengo una opresión en el pecho que estoy segura no me dejará dormir.

Llevo tres semanas sin saber de él.

Papá, mamá y yo asistimos a la inauguración del spa de Natacha, una recepción íntima y acogedora. El trabajo de promoción y publicidad se hizo con grandes avisos en las principales calles de la ciudad. Un mes después termino la carga académica.

Extraño a Alex, tengo curiosidad por saber qué piensa. Se marchó molesto, sin embargo debería ser yo la ofendida, puesto que me ve como una fresca que anda abriéndose de piernas al primero que aparece en su casa a la medianoche. No quiero dar el brazo a torcer.

Invierto energías en buscar la ropa que me pondré el día de mi graduación, quiero un vestido sexy, negro, llamativo y elegante. Algo un poco difícil mas no imposible si se tienen como aliadas a mi madre y Natacha. Visitamos varias tiendas y nada me gusta.

Mamá no entiende por qué tengo que ir vestida de negro para el que será uno de los días más importantes de mi vida. Natacha opina que con cualquier cosa me veré bien porque el color canela de mi piel es muy favorecedor. Por fin en una mini boutique encuentro lo que deseo; un vestido negro con un escandaloso escote, de largo medio con caída que acentúa mis caderas. Debo contrastarlo con algo de color fuerte o brillante. Lo compro decidida.

El atronador sonido del timbre me despierta. No amanece aún, por lo menos eso creo. Suena el timbre una vez más, no logro espabilarme. El reloj indica las 7:00h.

–¿Quién es? –Grito con voz ronca.

Antes de que vuelva a sonar el infernal pito. Abro la puerta y encuentro más de doce rosas rojas bien distribuidas en un arreglo floral. No diviso quién lo sostiene. Sé su procedencia.

Despacho al repartidor y desprendo la tarjeta.

Perfectas, como tú… ¡Felicidades! Y éxitos en esta nueva etapa de tu vida. Pronto celebraremos juntos. Con cariño sincero. AG.

No sé cuántas veces la leo, me apetece hacerlo. Voy al cuarto, busco el móvil y le envío un WhatsApp simple e impersonal.

Paulina_7:08:

Gracias, no tenías por qué molestarte. Feliz día. ☺

Alex_7:10:

Quisiera estar ahí para verte recibirte. Sé que Lela, esté donde esté, se siente muy orgullosa de lo que lograste.

Lloro de nostalgia. Él me conoce, incluso más que Natacha. Claro que mi Lela, esté donde esté se siente orgullosa.

Me baño antes de que llegue mi amiga con su equipo, que me maquillará y peinará para el acto de graduación. Cuando estoy terminando de desayunar suena el timbre y aunque en el fondo quiero que sea Alex, sé que es el torbellino de Natacha.

Luigi, un hombre atractivo y elegante, con un cutis de porcelana, debe medir más del metro ochenta. Ashley, su asistente, no es bonita, pero si bien maquillada y arreglada. Trini, la manicurista, una morena hermosa, de baja estatura con curvas definidas. Antes de que me dé cuenta están manos a la obra y Natacha comienza con su cruel interrogatorio.

–¿Cuándo apareció el poseído por los extraterrestres? ¿Irá al acto de graduación? ¿Por qué se fue sin decir nada? ¿Cuándo llegó esta belleza? ¿Te llamó?

Harta de sus preguntas, grito.

–¡BASTA! Déjalo estar. Lee la nota y sacia tu curiosidad.

Creo que ninguno de los presentes esperaba mi reacción, pero me molesta tanta insistencia. No se habla más y en poco más de una hora estoy lista.

La ceremonia es solemne y sencilla. Mis padres y Natacha están eufóricos, la recepción que la universidad preparó para los graduados es acogedora. Tomamos fotos y perpetuamos el momento. Mi padre está muy emocionado.

–Mi niña bonita está grande. El próximo traje que usaré será cuando te lleve al altar.

No quiero llorar para no arruinar el maquillaje sin embargo, la emoción de sus palabras hace que una solitaria lágrima descienda por mi mejilla. Mamá solo nos observa y entre llanto de felicidad contenido, sonríe. Vamos a Tablao, un restaurante español donde preparan una cazuela de mariscos insuperable. Allí festejamos mi título de licenciada en administración.

Mis padres se van a casa, Natacha y yo a mi departamento. Tomamos una botella de vino mientras reímos y hacemos planes para los días libres. Suena el timbre y nuestras miradas reflejan tensión.

Natacha abre la puerta y aparece un sonriente y despreocupado Alex con las manos en los bolsillos de un pantalón de lino negro, y una camisa de mangas largas del mismo color. Está de pie en la entrada del departamento con las piernas ligeramente separadas, destilando sensualidad y morbo.

–¿Puedo pasar o no estoy invitado?

Natacha termina de abrir la puerta y sus ojos van de Alex a mí y de mí a Alex. La tensión en el ambiente se puede cortar con un cuchillo.

–Bueno, las invito a bailar. Es un acontecimiento importante, debemos celebrarlo.

Entra, me acuna el rostro entre sus manos, besándome tiernamente.

–¡Felicidades! –expresa emocionado.

Es algo surrealista, con él nunca me imaginé así, pero no tiene caso negarlo. Me gusta lo que sucede entre nosotros.

Llegamos a un club llamado Squadron, hay música de todo tipo, el ambiente es agradable.

–¿Qué van a tomar? –pregunta Alex.

No quiero mezclar más bebidas pues durante la celebración en la universidad tomé cervezas, en el almuerzo con mis padres un champán espumoso y con Natacha un vino dulce, necesito tener mis cinco sentidos bien puestos, así que solo pido unalimonada. Nos adentramos en la pista de baile paseando por diferentes estilos musicales. No sé cuánto tiempo transcurre antes de regresar a nuestra mesa. Se acerca un moreno atractivo. Saluda a Alex con camaradería.

–¿Quiénes son estas bellezas que te acompañan?

–Mi novia Paulina Arcia y su amiga Natacha Reyes –dice con naturalidad, pasando su brazo por mis hombros.

Intento procesar “mi novia Paulina Arcia”, Natacha de un salto se pone de pie y le da la mano al amigo de Alex del cual no escucho el nombre. Quedamos solos en la mesa y me giro para verle a la cara.

–¿Desde cuándo somos novios? ¿Por qué no me enteré de eso?

Echa la cabeza hacia atrás, cierra los ojos, baja la cabeza lentamente hasta la altura de mi cara, abre los ojos y fija su mirada en mí.

–No nos neguemos esto, tú lo sientes y yo también. Es mi manera de decirles que no estás disponible, que en este momento eres mía y que lo vamos a intentar.

Quiero subirme en sus piernas y besarlo con todas las fuerzas. Él lo lee en mi mirada.

–Voy a pedir la cuenta y nos vamos –afirma antes de que pueda protestar.

–¿Y Natacha?

–Créeme está en buenas manos –contesta y me guiña el ojo.

Salimos del club, agarrados de las manos y me gusta la naturalidad con que lo hacemos.

Por primera vez voy al departamento de Alex. Es un edificio nuevo al este de la ciudad, bastante lujoso con vigilancia privada. La estancia es amplia decorada en tonos negros y gris claro. Desde la sala se observa la cocina, también negra, y un pasillo con varias puertas cerradas, imagino que son las habitaciones y el cuarto de baño.

Ofrece algo de beber o picar que no acepto. Suspira y da media vuelta para ir a la cocina.

–Estás en tu casa, puedes hacer lo que desees.

Mantenemos una distancia prudencial mas el ambiente no es tenso.

–Necesito el baño, por favor –digo en voz alta desde la sala.

Señala la puerta con su mano. Voy y me quedo un rato mirando lo amplio y bien decorado del cuarto de baño. Alex llama a la puerta, y con manos temblorosas, abro.

–¿Todo bien?

Simulo en mi rostro una media sonrisa.

–¡Sí! –Afirmo fuertemente.

Se acerca, rodea mi cintura, nos besamos y siento las piernas convertirse en gelatina. Nos acostamos en el sofá, sube el vestido hasta dejarlo enrollado en la cintura, levanta su torso y su mirada traspasa mi piel. Desciende lentamente con sus labios recorriéndome hasta llegar al ombligo, con su lengua dibuja círculos alrededor del mismo, al tiempo que baja la diminuta tanga.

No me siento preparada, pero tampoco quiero decirle que pare. Cuando los tobillos son tocados por la prenda levanta su mirada hacia mí como esperando una respuesta, echo la cabeza hacia atrás y suelto un gemido que le da pie para que continúe. Un lametazo que recorre mi sexo desde la abertura hasta el clítoris, me hace temblar.

Con sus dedos separa los labios vaginales y su lengua transita pausada y tortuosamente entre ellos, dibujo círculos con la cadera, la alzo en busca de más, hunde un dedo en mí, lo hace entrar y salir sin piedad alguna, añade otro y siento que no podré soportar más. Por primera vez en mi vida quiero gritar de placer, una gota de sudor surca mi espalda y los puños están llenos de su cabello, se me reseca la boca cuando un tercer dedo se adentra en mí y no puedo más. Un atronador orgasmo se apodera de mi cuerpo, tiemblo y entre susurros pronuncio su nombre. Con ojos vidriosos veo como se relame los labios, disfrutando de mis jugos en su boca. Se levanta y me tiende una mano para que haga lo mismo, no me fio de mis piernas. Alex se percata de ello y me abraza por la cintura. Nuevamente nos besamos.

–Nuestra primera vez, de muchas, será en mi cama –promete.

Nos dirigimos a la habitación en la que destaca una cama tamaño kingsize de madera color caoba, con un cabezal decorado con unas siluetas humanas en relieve. Las paredes son color cremé, el piso está cubierto por una alfombra de piel sackboy, las sábanas son marrón chocolate cubiertas con un edredón a juego. Decir que el corazón se me va a salir por la boca y que siento las palpitaciones hasta en los oídos no es exageración. Quiero esto, quiero estar con Alex, quiero más de lo que experimentamos en la sala.

Nos conduce hasta la cama, se toma todo su tiempo para quitarme el vestido, me agarra por la cadera.

–Eres perfecta.