Mis temores - Diana Virguez - E-Book

Mis temores E-Book

Diana Virguez

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Beschreibung

La infancia de Ámbar ha sido traumática, pues su madre la abandonó cuando ella tan solo era una bebé y nunca más la buscó. Por eso creció llena de resentimientos, sobre todo hacia su padre. En su adolescencia fue traicionada por Cleo, una supuesta amiga, quien la entregó a un grupo de pervertidos para que abusaran de ella. Esto hizo que ella cambiara los sentimientos que tenía hacia su padre y que comience a valorar todo lo que él hace por ella. Mientras tanto, al conocer a Alan, el médico que atiende a una de sus clientes, su vida deja de ser gris y comienza a tornarse colorida y brillante. Sentimientos y emociones que había enterrado, ahora renacen y eso la atemoriza. No todo siempre fluye, pues ella aún arrastra las heridas del pasado que no la dejan vivir y experimentar el presente. Sin embargo, él está dispuesto a esperarla y a ayudarla a superar todo lo que sea necesario con tal de que estén juntos, aunque siempre encontraran obstáculos en el camino. Mis temores es una novela actual y romántica, que trata temas reales y sensibles. A través de esta historia y de manera simple, la autora nos pasea por una montaña rusa de sensaciones e invita a vivir el aquí y el ahora. ¿Es posible sanar las heridas del pasado? ¿Podrá Ámbar superar sus temores?

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Magdalena Gomez.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Virguez Teran, Diana Carolina

Mis temores / Diana Carolina Virguez Teran. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2021.

174 p. ; 21 x 14 cm.

ISBN 978-987-708-931-8

1. Narrativa Argentina. 2. Narrativa Erótica. 3. Trauma Emocional. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2021. Virguez Teran, Diana Carolina

© 2021. Tinta Libre Ediciones

Dedicatoria.

Esta historia es un regalo para quienes cada día se levantan con el miedo de seguir, de equivocarse, de no lograr lo planteado, de caer ante las adversidades, de amar… de vivir… para los que enfrentan sus temores…

Agradecimientos

Sin lugar a dudas es mucho lo que quiero agradecer. En primer lugar a Dios, pues no sería posible llegar hasta aquí sin su presencia. A mi familia, que incluso en la distancia me apoya cada día y me incita a continuar.

A quienes me ayudan directa e indirectamente a que esta historia vea la luz del sol; especialmente a Jazmín y Mónica por ser quienes me impulsaron a escribir, a Rosana por ser mis otros ojos y a Eduardo por acompañarme en horas de enajenación.

Pero sobre todo quiero dar gracias a mis queridos lectores que le dan valor a las historias.

Con todos infinitamente agradecida.

Prólogo

Esta es una obra que podrás disfrutar de principio a fin por la sencillez en el lenguaje utilizado y porque muestra una serie de acontecimientos que pertenecen a la ficción pero que fácilmente pueden adaptarse a la realidad. Las situaciones extrañas de la vida nos confirman una vez más que nada es lo que parece y que por más barreras que levantemos, cuando hay amor las cosas suceden sin explicación alguna. Esta es la historia de una mujer que tiene miedo de amar, y a la que su alma noble lleva a experimentar momentos idílicos con quien menos imagina.

Mis temores

Secretos de familia

¿Por qué a mí? ¿Por qué no pudo buscar a otro hombre para que fuera mi padre? ¿Por qué tuvo que irse y dejarnos solos? ¿Por qué no le importó abandonarnos? ¿Por qué no se preocupó por el bienestar de la familia?

Ja, ¡vaya familia me tocó! Nunca dejaré de hacerme estas preguntas porque no puedo entender que prefiriera una vida lejos del hombre que decía amar. Jamás le importamos, no se detuvo a pensar en qué sería de nuestro futuro. No tuvo tiempo para eso. Sí, para sus otros hijos.

Aunque no tienen la culpa de nada, igual siento celos, porque estuvo con ellos en las noches con fiebre, en la mañana de Navidad, en el día de Reyes, en el primer día de escuela y en otros tantos momentos importantes en la vida de un niño. Lloré, sufrí mucho su ausencia, sobre todo cuando a los diez años vi mi prenda íntima manchada con sangre. No estuvo ahí para decirme qué debía hacer cuando la menarquía irrumpió en mi inocente y atormentada infancia.

Ámbar.Adolescencia

Solo la he visto en las fotos que él atesora en su cajón. No sé por qué lo hace si ella se fue, si lo dejó conmigo, que siempre he sido una carga.

Me gustaría no tener sus mismos rasgos. Papá dice que soy su viva imagen y lo último que quiero es parecerme a un ser tan frío y malvado como ella. No justifico su abandono porque, si ya no lo quería a él, al menos me hubiese llevado consigo. No es digna de que la llame mamá, no es digna de que algún día la perdone y la acepte en mi vida; decidió por todos que la mejor salida sería estar separados y que cada uno hiciera de sí mismo lo mejor que pudiera. No, definitivamente nunca la perdonaré.

Ámbar. Adultez

Claro que no voy a aceptar a ningún idiota que venga a entorpecer mis planes de vida. He trabajado mucho para llegar a este punto, para ser una mujer independiente, trabajadora, emprendedora, ambiciosa y feliz de estar con el hombre más maravilloso del mundo, el que me daría el firmamento si así se lo pidiera. Ese que no duda ni un momento en ponerme en primer lugar y que sabe lo que pienso con tan solo mirarme. Aquel al que en un momento de mi existencia llegué a odiar, o al menos eso creía, pero que hoy por hoy amo con todas las fuerzas de mi ser.

***

Tomo una enorme bocanada de aire.

—No vuelvas a tocar ese tema, te lo he dicho un millón de veces. Me ha costado mucho llegar a ser quien soy —digo. Elda encoje los hombros de manera indiferente, blanquea los ojos.

—¿Algún día te darás la oportunidad de amar? —dice como quien no quiere la cosa.

—Nunca —le contesto con la voz cargada de resentimiento.

Mi mente se traslada a mi infancia, donde todo era mísero y limitado; un escalofrío me recorre el cuerpo y me hace estremecer.

Elda siempre me hace lo mismo, con sus preguntas que no tienen sentido. No comprende que me costó un mundo aceptar que mi padre hizo lo mejor que pudo con lo poco que tenía. Sacudo esos tristes y absurdos pensamientos de mi mente, agarro los lentes de sol, las llaves del auto y la miro por sobre mi hombro con actitud arrogante.

—¿Vamos? —pregunto.

Elda me sigue de cerca con una sonrisa en los labios, es una de las pocas personas en las que confío. Es muy noble y sensible, le cuesta ver la maldad en las demás personas; y no la culpo, creció en una familia rodeada de amor, no con lujos, pero sí con el calor de un hogar. Sumida en mis pensamientos llego hasta el ascensor del edifico y detrás de mí va Elda, o como le digo yo, “la voz de la conciencia”.

—Amby, imagina que a tu vida llega un hombre apuesto, elegante, romántico, inteligente, amoroso, que está dispuesto a todo por ti. ¿Te negarías a vivir esa experiencia?

Ingreso en el auto y suspiro fuertemente para que note que me tiene cansada; trato de explicarle como si de una niña pequeña se tratase.

—A ver, reina del romanticismo, no estoy interesada en nada de lo que acabas de describir. ¿Qué te hace pensar que el amor es verdadero, si estás tan sola como yo? Ese hombre que acabas de describir no existe. O mejor dicho sí, existe, pero está vetado para ambas porque es mi papá. Y ya, por favor, no me jodas más, deja el tema de una vez por todas.

Arranco el auto con destino a las oficinas que tengo en el centro, hay unos asuntos que debo resolver. Desde que gané el caso de Iris, quien fue víctima de violencia por parte de su pareja, tengo muchos más casos sobre el escritorio. Enciendo la radio y suena una canción del boricua Luis Fonsi; a decir verdad, me encanta.

“…Juro que vale la pena esperar y esperar y esperar un suspiro, una señal del destino.

No me canso, no me rindo, no me doy por vencido”.

Elda no deja que termine de escuchar la canción, que por de más tiene una letra preciosa.

—¡VES! Te lo dije, Amby. Como dice Fonsi, “una señal del destino”, eso es lo que necesitas para tu vida. Quizá la vida te los ha puesto frente a ti y tú los has ignorado, como siempre ¿Qué me dices de Arnaldo? Es guapo, sexy, joven, soltero e inteligente, esto último dicho por ti misma.

Intento ignorarla, pero está más pesada que de costumbre. Subo el volumen de la radio y ella lo baja.

—¿Es que tú piensas ser la tía solterona de mis hijos? —pregunta molesta—. Porque aunque estoy más sola que la una no pretendo pasar el resto de mi vida así, todos los días le pido a San Antonio que me dé un novio que me quiera y me respete.

No aguanto más y suelto una estruendosa carcajada hasta llegar a las lágrimas, y ahora es ella quien se cruza de brazos y frunce el ceño.

—A ver, ¿cuál es el chiste? —Enojada me increpa—: No he dicho nada tan gracioso como para que casi te hagas pis encima.

***

Llegamos a la oficina, cada una se pone a lo suyo. Elda está siendo mi asistente mientras consigo a alguien, porque Fabiana está de reposo prenatal.

Reviso un caso de violencia de género que encuentro sobre el escritorio y no puedo evitar remontarme a mi adolescencia. A lo que me pasó por ir de rebelde, por no hacerle caso a mi padre pero sí a mis “amigos”, esos a los que se les olvidó que por más que quisiera aparentar y demostrar que era mayor, solo tenía quince años.

Vuelvo a la edad de oro, a cuando todo brilla cual purpurina. Pero para mí no fue así. Por más que pase el tiempo, no logro sacar esas imágenes de mi mente.

***

Eran cerca de las diez de la noche, aquel sábado espantoso. Terminaba febrero y mi papá, como siempre, me limitaba en todo; no tenía permiso para ir a fiestas y menos para llegar a casa de noche. «Él cree que me quedaré encerrada, pero ya Cleo y yo tenemos planeado ir a una fiesta en casa de Eddie. Allí estarán los chicos del equipo de fútbol con los que soñamos despiertas. Nunca he ido a una fiesta de esas, pero todos comentan que es lo máximo; se baila, se consume alcohol y algunos hasta se drogan. Yo voy solo porque estoy harta de esta prisión a la que me tiene sometida este hombre. No les perdonaré a mis padres que me hayan destrozado la vida antes de que naciera. No pensaron en mí, así que tampoco pensaré en ellos».

Reviso la poca ropa que tengo y no veo nada como para ir a una fiesta. «Bueno, no me preocuparé por eso, porque Cleo me dijo que ella tenía ropa para mí». Salí de la habitación y fui directo a la cocina, preparé unos sándwiches y un jugo de fresas, coloqué los platos sobre la mesa, volteé y deposité en el vaso de mi papá la pastilla que me había dado mi amiga; según ella, caería rendido una vez que se tomase todo el jugo. Comimos en el más absoluto silencio, yo trataba de no mirarlo; terminé con lo mío y me fui a la habitación.

Después de esperar unos veinte minutos, más o menos, salí y observé que mi papá estaba dormido sobre la mesa; me escabullí sigilosamente y, con el mismo cuidado, cerré la puerta de entrada. Cleo me aguardaba en la cafetería que estaba frente a la plaza; era un poco antigua, pero su mobiliario e infraestructura estaban impecables, así que entramos cual vendaval hasta el baño. Me embutí en unos shorts negros que a duras penas me cubrían el trasero, y los combiné con un crop top con tiras cruzadas entre los senos; aunque no tenía mucho, los hacía lucir más abultados. Cleo llevaba un vestido corto atado al cuello, con la espalda al aire. Salimos y unos señores mayores nos dijeron “niñas, vayan a vestirse”, pero no les hicimos caso y seguimos nuestro rumbo.

Llegamos a la casa de Eddie. Me sentía desnuda vistiendo así, sin embargo, Cleo me dijo que cuando entrara en calor se me pasaría. Se acercaron dos de los chicos del equipo de fútbol, y me sentí más nerviosa. Uno de ellos me tendió un vaso con un líquido rosado; lo olí y sentí aroma a frutilla, di un pequeño sorbo y percibí el sabor dulzón de un jugo, así que seguí tomando. Sonaba la música, y Cleo me arrastró hasta el jaleo.

Cuando creí que ya estaba achispada, dejé de ver a mi amiga. Seguí bailando e intenté, sin éxito, divisarla entre la muchedumbre.

La música era ensordecedora, los cuerpos sudorosos se congregaban. Me sentía mareada, con la visión borrosa e inestable. Unas manos se posaron en mis caderas y las movieron al compás del ritmo que sonaba; me dejé hacer, cada vez estaba más mareada. Giré mi rostro y ya no solo tenía a alguien detrás, frotando el centro de su cuerpo contra mi trasero, sino que el chico que me había dado el primer vaso de coctel estaba frente a mí, acercando su pelvis a la mía. Acompasado con su compañero, el que estaba detrás me movía cual muñeca de trapo; el que tenía enfrente se reía y se relamía los labios.

Mis piernas estaban pesadas, ya no me movía ni disfrutaba la música. Las manos de uno de mis acompañantes subieron hasta mi cintura, y con los pulgares rozó levemente mis senos. No podía realizar acciones voluntarias, pero era consciente de todo lo que pasaba a mi alrededor. Aunque tenía la visión borrosa, busqué a Cleo con la mirada, mas no conseguí verla. Aquel al que sí le podía ver el rostro me daba miedo; era moreno, tenía unos ojos negros penetrantes, las cejas pobladas y los labios gruesos. Algo no me gustaba, me atemorizaba.

Se inclinó y acercó su boca a la mía, y la asaltó abruptamente; quise gritar o golpearlo, pero no podía, porque mis extremidades pesaban toneladas. Nos separamos y él le hizo un gesto a alguien a mis espaldas.

***

Desperté tendida sobre un monte, algunas ramas o palos lastimaban la parte posterior de mi cuerpo. Unos labios arremetieron violentamente contra los míos, los mordieron hasta hacerlos sangrar. Ríos de lágrimas corrían hacia mis sienes mientras otras manos intentaban desabrocharme el short, al tiempo que sentía el calor de un aliento sobre mis senos; mis pezones también eran torturados. Intenté moverme, mas no podía; el que buscaba desnudarme se desesperó y me propinó una bofetada, a la vez que apremiaba a su acompañante:

—¡Apúrate! Ricky, esta zorrita no se puede ir lisa de aquí. Cleo cumplió y nos la trajo, no podemos desaprovechar esto.

Lloré más, si eso era posible; la que consideraba mi amiga sabía lo que me iban a hacer.

Con desespero hurgó en mi entrepierna y coló los dedos por debajo del short y de la panty; de pronto, una voz distinta a la que había registrado anteriormente bramó:

—Rey, no servirá de nada, es muy estrecha y ni siquiera se ha mojado. — Siguió escarbando en mi zona íntima y sentí un pinchazo, que dolió. Una estruendosa y horrible carcajada retumbaba en mis oídos—. Listo, Rey. —Se inclinó sobre mi cuerpo inerte y me magulló la boca una vez más. Sus dedos seguían dentro de mí, con cada movimiento brusco me lastimaba.

Alguien se arrodilló e introdujo su pene en mi boca. Estaban abusando de mí, y nadie me salvaría.

«¿Cómo pude ser tan idiota? Caí en la trampa de Cleo». Cuando me estaba dando por vencida, escuché una tercera voz.

—¿Qué mierda hacen? ¿Se han vuelto locos? Rey, ¡suéltala! —El que estaba entre mis piernas fue quitado abruptamente, y el otro se alzó. Me sentí más desnuda que al principio.

Voces iban y venían, todo sucedía a mi alrededor, nadie era capaz de darse cuenta de que aún seguía tendida en el monte. Frío, sentía mucho frío en todo el cuerpo, como si se impregnara por debajo de mi piel. Por fin alguien se apiadó. No supe quién era, y tampoco me importó. Mi vida estaba más jodida de lo que había estado hasta hacía unas horas.

***

Reaccioné tendida en el desvencijado sofá de casa, sentía una capa áspera y amarga sobre la lengua. Intenté abrir los ojos y vi a Raúl. Parecía que hubiese envejecido veinte años, lloraba cual niño pequeño; estaba destrozado, nunca lo había visto así. También se encontraba ahí una señora que no conocía. Me dolía todo el cuerpo, desde la cabeza hasta las piernas, y sentía el ojo derecho inflamado. Imágenes de lo vivido se repetían en mi cabeza y empecé a temblar, lloraba desconsoladamente. Raúl se me acercó.

—¿Quién te hizo esto, mi niña? ¿Por qué no me hiciste caso? ¿A dónde fuiste? —preguntó entre hipidos. Cada una de sus preguntas me hacía llorar más—. ¡Juro que los mataré! Mal nacidos, cobardes.

La señora, no supe en qué momento, fue a la cocina y volvió con una bandeja que posicionó violentamente sobre la consola que estaba cerca de la entrada. Le colocó una mano sobre el hombro a Raúl y ordenó con voz fuerte, muy fuerte para una mujer tan menuda como ella:

—¡Cálmate! ¿Qué quieres, ir detrás de los culpables, matarlos, que te arresten? ¿Quieres dejar a esta niña sola?

Cada palabra que salía de su boca hundía más a Raúl, se veía como un globo desinflándose, cayó de rodillas y enterró el rostro entre sus manos; su cuerpo temblaba a causa del llanto. La pequeña mujer se niveló con él, lo ayudó a ponerse de pie, lo sentó en el otro sillón y le entregó una taza con alguna infusión; se aseguró de que la tuviese bien sujeta entre sus manos, giró sobre sus talones, cogió con una mano una bolsa de hielo y con la otra una humeante taza, se acercó a mí y con voz suave, dulce y tal vez amable me dijo:

—Cielo, voy a colocarte esto en el rostro, debes aguantarlo para ir bajando la hinchazón. —Los ojos casi se me salieron de las órbitas; aunque la sensación fría me hizo pegar un respingo, poco a poco el frescor me fue aliviando. Ella siguió hablando, como si nos conociéramos desde siempre—. Te preparé un té de manzanilla y piña para empezar a bajar la intensidad del dolor y la inflamación interna que tienes. —Con la mirada le preguntaba quién era, pero ella seguía—:¿Puedes sentarte?

Raúl la interrumpió.

—Marissa, ya mi muchacha ha sufrido mucho.

Ella lo miró con reproche. Volvió conmigo, me ayudó a sentarme...

***

Nunca más supe de Cleo ni de ninguno de ellos; fue lo mejor. Meses después de lo sucedido nos mudamos cerca de la casa de Marissa, y desde ahí nuestras vidas cambiaron para siempre.

Ahuyento esos recuerdos de mi mente, regreso al aquí y al ahora, termino de leer el expediente que tengo entre las manos y hago algunas anotaciones para poder estudiar este caso. La víctima está en coma y solo tenemos el informe médico forense y la declaración de algunos vecinos; de estas últimas no me fío mucho. Los vecinos sirven para comentar lo sucedido en los pasillos o en las calles, eso sí, pero si son llamados ante un tribunal, en la mayoría de los casos se aterran y les cuesta enfrentarse a tal situación.

Me dirijo a la oficina de uno de mis compañeros. Aquí trabajamos tres abogados de planta, jóvenes y emprendedores con un sueño en común: hacer de este despacho uno de los más reconocidos. Cuando otros colegas necesitan reunirse con nosotros o algún pasante requiere asesoría, disponemos de la sala multiuso; a los clientes los atendemos en las oficinas asignadas para cada uno. El repiqueteo de mis tacones hace eco por toda la recepción; Elda está metida de cabeza en unos archivos y yo sigo hasta la oficina de Arnaldo, y abro la puerta sin anunciarme. Está con una mujer que nada más verme se coloca unos lentes oscuros que le cubren la mitad del rostro. Me apresuro a cerrar, pero el galante Arnaldo me llama:

—Ámbar, espera, ya hemos terminado, si viniste hasta acá es porque necesitas algo.

La señora, que ya debe estar finalizando las cuatro décadas pero a todas luces se ve que es una esclava de la belleza, se despide de él con un firme apretón de manos, no con un beso, como hace la mayoría de las mujeres; al pasar por mi lado solo inclina la cabeza. Cuando quedamos solos, hablamos del caso que revisé anteriormente. Antes de que regrese a mi oficina, él insiste en que lo acompañe a una cena benéfica que será en un mes; según el joven y apuesto abogado, no tiene compañía para la ocasión. Me levanto para regresar a mi oficina, Arnaldo insiste:

—¿Entonces cuento contigo?

—¿Seguro soy tu mejor opción?

—Ámbar, lo que se recaude será destinado a las víctimas de la violencia en todas sus manifestaciones, a los que no tienen apoyo de ningún ente gubernamental. —Toma mis manos entre las suyas, suspira y prosigue—: Sé que no dudarías en colaborar, así que sí, tú eres mi mejor y única opción. —Sonrío y él sabe que me convenció—. No se diga más, el primero de marzo tenemos una cita.

Negando con la cabeza salgo de su oficina, y me detengo a hablar con Elda para que me entregue unos documentos. Es pasado el mediodía, así que decidimos pedir algo de comida porque estamos famélicas; almorzamos entre risas y anécdotas.

—Te voy a comentar algo. No me vayas a reprender, sé que a ti no te van esas cosas, pero yo estoy probando. Nunca antes había hecho nada igual, pe...

—¡YA! Elda, por amor de Dios, dime lo que me tengas que decir sin darle tantas vueltas, que estás acabando con mi paciencia —la interrumpo.

Oculta el rostro en el pliegue de su brazo; yo la apremio para que termine de decirme lo que sea que está pasando.

—Conocí a alguien por Instagram y hemos estado escribiéndonos.

No puedo creer lo que estoy escuchando, ¿acaso mi amiga perdió la cordura? Le lanzo una mirada furibunda porque me cuesta creerlo. Retiro lo que queda de mi almuerzo, me limpio la comisura de los labios, respiro profundo.

—No sé a qué estás jugando, sabes lo que pienso al respecto. ¿Quieres ser una más de las estadísticas? Porque créeme que no es agradable representar un número. No eres una adolescente como para que te estés ilusionando con una fachada, porque eso es lo que representan las redes sociales, son pocos los que allí se muestran tal cual son. —Ella va a hablar, pero alzo la mano y la interrumpo—. Déjame terminar, porque esto es un tema delicado, no deberías tomártelo a la ligera. Piensa si es un secuestrador, un timador, un asesino en serie o un violador. ¿No has aprendido nada de los expedientes que te he dado para que leas? Conmigo no cuentes para esta locura. —Me levanto y la dejo ahí, petrificada; sabía que no me gustaría su noticia.

Llego a casa cansada, aún sin creer que mi amiga no tome conciencia del peligro al que se expone aceptando esas “amistades” por redes sociales. Decido no darle más vueltas al asunto y revisar unas cajas que todavía no he desembalado desde que me mudé; descorcho una botella de vino, saco una copa del modular y me sirvo. Quiero poner un poco de orden en casa. Me siento en el piso y destapo una de las cajas; tiene algunos libros, carpetas con fotografías y unas cartas que nunca había visto. «Esto debe ser de papá; desde que decidió viajar de mochilero, cual jovencito, por todo el país, se ha desprendido de muchas cosas». Imagino que estas eran para botarlas; finalmente decido que, si están aquí, las revisaré. Despliego una y aprecio una caligrafía que no he visto nunca antes.

Raúl, nada de lo que hoy estamos viviendo era lo que tenía planeado para nuestro futuro. Siempre quise apostar a más y que nuestra vida fuera perfecta, no llena de lujos pero sí de mucho amor, y este último no lo he sentido desde que te empeñas en trabajar de sol a sol como si estuviéramos muertos de hambre. Quiero vivir con lo necesario y que me ayudes en casa, sola no puedo con todo, la bebé demanda mucha atención, la casa se nos está cayendo encima, en las noches no pego un ojo y en el día solo quiero dormir y dormir, y sin embargo la nena nos necesita. A ti casi no te veo, te vas antes de que salga el sol y regresas de noche. No es la vida que me prometiste, mucho menos la que soñé, porque sigues trabajando tanto y el fruto de tu esfuerzo aún no lo veo. No sé qué estamos haciendo de nuestras vidas, pero lo que sí sé es que no quiero seguir así. Mi vida es un caos, ¿qué crees que le voy a enseñar a Ámbar? Nuestro primer hijo murió por mi culpa y no quiero que esto le suceda a ella también, sálvala de mí y de mi ineficiencia como madre...

Los ojos se me llenan de lágrimas, ¡cuántos secretos rondan mi vida! ¡Dios! ¡Tuve un hermano! No puedo terminar de leer. Sigo hurgando entre las cosas y encuentro unas fotografías; en una está ella, jovencita, con una sonrisa muy parecida a la mía. Nunca entenderé qué le paso, solo sé que no ha estado y que por ella he vivido los días más trágicos de mi existencia.

Hay otras cartas; sin embargo, no creo tener el valor para leerlas, temo lo que descubriré. Sigo pasando las fotografías, en otra estamos mi padre y yo cuando era bebé; a simple vista se ve que no sabía cargarme. Un trozo de papel cae de entre mis manos.

“No soy buena para ustedes, sé que la educarás y la harás feliz… Ojalá algún día me perdonen. Con amor, Lucrecia”.

Mi cabeza parece un trompo; «¿Cómo cree que abandonar una familia es un acto de amor?». Nunca he sabido qué fue de su vida, solo que debía luchar por una vida mejor. Tomo todo el vino de un solo trago y me sirvo más; es demasiado dolor para procesar, y la única persona que puede aclarar todas mis dudas se encuentra en el medio de la selva creyéndose Tarzán. Me froto el rostro, no sé qué hacer ni qué pensar.

***

Espero que al otro lado de la línea contesten, aunque soy consciente de que es tarde y a lo mejor tendré que esperar hasta mañana. Cuando ya me dispongo a colgar, una voz fuerte y gruesa traspasa mi oído.

—Habla Mateo, ¿qué quiere?

Entablo con él la comunicación más fría y corta que se haya realizado en la historia. Acordamos una cita para el día siguiente; este hombre me llevará a reencontrarme con mi pasado, o mejor dicho, con mi origen. Hoy, a mis veinticinco años, he decidido dejar atrás tanto misterio.