El condado de Mairena - Pedro Muñoz Seca - E-Book

El condado de Mairena E-Book

Pedro Muñoz Seca

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Beschreibung

El condado de Mairena es una comedia teatral del autor Pedro Muñoz Seca. Como es habitual en el autor, la pieza se articula en torno a una serie de malentendidos y situaciones de enredo contados con afilado ingenio y de forma satírica en torno a las convenciones sociales de su época. En este caso, la trama se articula en torno a un periodista cubano que acude a entrevistar a un matrimonio de la alta nobleza. Sin haberlo conseguido, empezará a preguntar a quienes los rodea y poco a poco descubrirá mucho más de ellos de lo que habría podido sacar en una simple entrevista.

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Seitenzahl: 88

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Pedro Muñoz Seca

El condado de Mairena

COMEDIA EN TRES ACTOS

Saga

El condado de Mairena Pedro Muñoz SecaCover image: Shutterstock Copyright © 1919, 2020 SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726508628

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

PERSONAJES

gregoria. - mercedes. - condesa. - isidora. - purita. - manolita. – marquesa.-juanita. - milagros. - mairena. - carranceja. - rafael. - emilio. - baron. - don telmo. - gerardo. - duque. - martin.-picazo.-santizo. - dourand

ACTO PRIMERO

Lujoso despacho en casa de don Adolfo Mairena. Muebles del más exquisito gusto. Puertas en los primeros términos de ambos laterales. En el foro, un poco hacia la izquierda, amplio medio punto que comunica con otro salón, especie de antedespacho, amueblado también con gran lujo, pero en estilo diferente. Este segundo salón, cuyo fondo está constituido por artísticas vidrieras, se pierde en el lateral izquierda. Es de noche. Las puertas de ambos laterales están de par en par, las cortinas recogidas y los salones todos son un ascua de luz. La acción en Madrid, época actual y el 15 de Abril precisamente.

(Al levantarse el telón están en escena, en el despacho, Isidora Ruiz de Carranceja, señora como de cincuenta años; Purita, su hija, chica de veinticinco, un poco varonil tanto en su indumentaria como en sus maneras; la Condesa de Vanderloc, anciana de muy afable aspecto y de indumentaria tan elegante como sencilla; Juanita Mendaro, señora de treinta y cinco años, un tanto provocativa en el vestir; don Telmo Araujo, señorón muy elegante; Gerardo Iribayen, periodista argentino, melenudito y tal; Picazo, un pollo bien, y Santizo, otro pollo más que bien. En el ante-despacho están Gregoria Gómez de Mairena, la señora de la casa, mujer de cuarenta años, con el pelo teñido de rubio y un poquito recargada en el adorno personal; la Marquesa de Almentero, de mediana edad, elegantísima, y el Barón de Riqué, viejo teñido y compuesto. Las señoras muy bien vestidas y los caballeros de frac. Todos los personajes que están en el ante-despacho forman un solo grupo. De los que están en el despacho constituyen un grupo Isidora, Purita, la Condesa y Santizo. Picazo charla aparte con Juanita y Gerardo con don Telmo.)

GER.—(Adon Telmo, por Gregoria.) ¡Ah! Entonces, la señora de Mairena es aquella, ¿no?

TEL.—Sí, ¿no la conoce usted?

GER.—No: a ella no. El señor Benítez, al saber que yo me proponía celebrar una interviú con don Adolfo Mairena para mandarla a mi periódico de Buenos Aires, me dijo que esta noche, con motivo de la fiesta onomástica de la señora, habría aquí gran guateque y me sería fácil lograr mi deseo. Pero por más que lo he intentado no me ha sido posible. Le embargan aquí y allá. Hay tanta gente en esos salones...

TEL.—Sí: están rebosantes y valga el tópico.

GER.—Ese señor Mairena es un hombre interesantísimo ¿no?

TEL.—¡Ah! Hoy día es una de nuestras grandes figuras. Ahí es nada: una persona que descuella en tantas ramas del saber; en tantas manifestaciones del arte. A mí me asombra; me boquiabre, me abisma.

GER.—Como escritor es un gran cervantista.

TEL.—Y sobre todo muy vario. Ya ve usted: en una semana ha publicado en su periódico “El Despertar” tres crónicas, y sus asuntos no pueden ser más heterogéneos: una trataba de las enfermedades del olivo; otra demostraba que el chocolate fué un invento asirio, y en la última probaba hasta la evidencia que el primer hombre que hizo un viaje submarino fué Jonás, el Profeta.

GER.—Yo he leído su obra sociológica sobre el origen gótico de las huelgas y quedé encantado.

TEL.—No lo dudo.

GER.—Además he oído decir que compone linda música, ¿no?

TEL.—Lindísima; y música de ideas, de conceptos, como yo entiendo que debe ser la música. Nada de melodías ni de ritmos. Estrenó hace dos años un poema titulado: “La República de Platón”, que fué un verdadero asombro. ¡Qué manera de describir! Se percibían con toda claridad las máximas de la filosofía platoniana. Actualmente creo que da los últimos toques a otra sinfonía titulada: “La Sed de Pan”.

GER.—(Extrañado) ¿Qué me dice, mi amigo? ¿La sed de Pan? Caramba, no imagino...

TEL.—Se trata del dios Pan, como podrá usted suponer.

GER.—¡Ah! ¡Ya! ¡Qué pavada! Estaba distraído... (Sigue hablando.)

JUA.—(A Picazo) Pues hasta el otro día no he sabido yo que a don Adolfo Mairena le habían premiado en la última exposición de pinturas.

PIC.—Sí: una tercera medalla. Y ya usted ve; el primer cuadro que pintaba; qué suerte, ¿eh?

JUA.—¡Es mucho el talento de ese hombre!

PIC.—Es una enciclopedia.

JUA.—¿Y era bonito el cuadro?

PIC.—Bonito y grande: muy grande: las figuras eran de tamaño natural.

JUA.—¿Qué asunto tenía?

PIC.—Un asunto histórico: Carlo Magno y los doce pares.

JUA.—¡Oh! Pues ya sería grande, sí. Digo: veinticinco personas... (Sigue hablando.)

COND.—(En su grupo.) Pues yo comprendo que una señorita siga la carrera de farmacia y hasta la de medicina, pero la de veterinaria, vamos. no me cabe en la cabeza.

ISID.—Esta hija mía, para ser rara en todo, hasta en eso.

SANT.—(A Purita)¿Y termina usted este año?

PUR.—Sí, señor; este año.

COND.—¿Pero cómo se le ocurrió?...

PUR.—Por puro romanticismo, señora. Yo entiendo el romanticismo a mi manera. Aliviar el dolor de los seres conscientes no tiene importancia. Los seres conscientes saben indicar dónde les duele y hasta conocen a veces las causas del dolor. Los inconscientes, ni se quejan ni saben expresarse. ¡Aliviarles en su dolor es tan hermoso! Es hacer el bien por el bien mismo, sin aspirar siquiera a su agradecimiento. No me negará usted que hay en esto mucho de poesía.

COND.—¡Oh! ¡Ya lo creo!...

SANT—¡Quién lo duda!... (Siguen hablando.)

PIC.—(A Juanita, por la Condesa.)¿Y quién es esa señora anciana?

JUA.—La Condesa de Vanderloc, la madre de Rafael Solares, el secretario particular del señor Mairena.

PIC.—¡Ah! ¿Esa es la viuda de Solares del Hoyo, el novelista?

JUA.—La misma.

PIC.—Creo que el muchacho vale mucho y que le hace cucamonas a Merceditas, la hija de Mairena.

JUA.—No creo. Eso quisiera Gregoria, la madrastra de Mercedes, que como buena parvenú sólo sueña con títulos y con grandezas, pero él está muy poseído de su aristocracia y ella muy engreída con sus millones. (Grandes risas en el antedespacho)

GREG.—(En su grupo.) Pícara, más que pícara.

MARQ.—Conste que esto no es hablar mal.

GREG.—No, qué ha de ser. ¿Verdad, Barón?

BAR.—Casi nada.

GREG.—Es usted temible, Marquesa, temible.

MARQ.—Por Dios, no me dé usted esa fama.

GREG.—Temible, temible. (Entrando en el despacho.) Hay que reirse a la fuerza; esta Marquesa de Almentero tiene unas ocurrencias... ¡Oh! don Telmo... ¡No le había visto!...

TEL.—Acabo de llegar, Gregoria. (Presentando.) El señor Iribayen, periodista cubano... (Saludos.) Desea celebrar una interviú con su esposo de usted, pero hasta ahora no ha podido lograrlo.

GREG.—¡Ah! ¿no? ¿Y dónde está Mairena? Hace un gran rato que no le veo. Aquí viene Carranceja; él nos dirá... (Por el foro entra en escena Amador Carranceja, hombre como de cincuenta años, de cara vulgar y tipo vulgarísimo. Hasta el frac parece en él una prenda plebeya.)

CARR.—(Con un periódico en la mano y muy contento.) ¡Gregoria, Gregoria! ¿Dónde está?

GREG.—¿Eh? ¿Qué sucede?

CARR.—Un gran triunfo de su esposo. Oíganlo todos.

TODOS.—¿Eh? ¿Qué? ¿A ver?... (La Marquesa y el Barón entran en el despacho, atraídos por lo que dice Carranceja.)

CARR.—Un gran triunfo como agricultor.

TEL.—¡Hola!

CARR.—¡Ha obtenido en el concurso de ganados de Sevilla todos los premios!

MARQ.—¿Todos?

COND.—¡Qué atrocidad!

BAR.—¡Es mucho hombre!

PUR.—¿Pero todos los premios, papá?

CARR.—Escucha; aquí lo dice. (Buscando en el periódico.) Vean ustedes... Cerdos: primer premio, don Adolfo Mairena. Lote de seis procedentes de su granja modelo, sita en Zalamea y denominada: “El new england agrícola”... ¿Eh? ¿Qué tal? (Vuelve a leer.) Caballos de toros...

PUR.—¿Cómo de toros?...

CARR.—De tiro. Es de tiro; sólo que el tiro no está en su sitio. Fíjate que hay un blanco... (Vuelve a leer.) “Caballos de tiro: primer premio, Adolfo Mairena. Yeguas de vientre: primer premio, Adolfo Mairena. Lote de quince, etc., etc. Merinos...”

GREG.—¿A qué seguir, amigo Carranceja? Con decir que se ha llevado todos los premios...

CARR.—Es verdad.

GER.—Ignoraba yo que su esposo fuera también agricultor.

GREG.—¡Oh! Es tantas cosas...

GER.—Ya sé, ya. Y veo que el éxito va con él a todas partes.

CARR.—Sí, señor. Como que todo cuanto hace, cuanto emprende, lleva el sello de lo ultramoderno. Esta granja modelo, “El new-england”, nombre que se debe a la feliz iniciativa de su esposa (Por Gregoria.) es una maravilla. Higiene, confort, incubadoras para que no se molesten las gallinas, impermeables para que no se moje el ganado, en fin, dicen que a las ovejas las peinan todos los días, no les digo a ustedes más. ¡No hay otro hombre como Adolfo!

GREG.—Usted no es un buen juez para juzgarle, amigo Carranceja. Le tiene demasiado cariño...

CARR.—Hemos sido como hermanos desde pequeños. El siempre demostró valer más que yo, es verdad, pero eso mismo me ha unido más a él, porque yo no le he envidiado nunca: me he limitado a seguirle... Además de que le debo favores de los que no se olvidan. Adolfo ha sido mi providencia.

GER.—A propósito: ¿sería usted tan amable que me diese algunos detalles para ir preparando mi interviú?...

CARR.—Con muchísimo gusto. Pregúnteme.

GER.—(Llevándole aparte.) El señor Mairena es farmacéutico, ¿no?

CARR.—Sí, señor: premio extraordinario en la licenciatura y un gran enamorado de su carrera. Eso no se puede decir en alta voz, porque su esposa... ¿eh? Pero él es farmacéutico ante todo. Claro que ahora no tiene farmacia abierta, porque un hombre de su talla... pero aun la Mairenina, ese elixir estomacal que le hizo millonario, le deja anualmente más de cuarenta mil duros.

GER.—Ah, ¿pero ese específico anti-dispépsico tan nombrado, es suyo?

CARR.—Sí, señor.

GER.—¡Qué hombre, ché! Tiene una sola hija, ¿no?

CARR.—De su primer matrimonio.

GER.—Del segundo nada, ¿eh?

CARR.—Nada; es decir, pudo haber, ¿eh? Porque una vez sí... pero no... La pobre Gregoria yendo a San Sebastián, a resultas de un susto...

GER.—Comprendido: algún descarrilamiento...

CARR.—Sí. Iban en automóvil, pero, vamos, sí, un descarrilamiento. (Siguen hablando.)

GREG.—(Que habla con el Barón.) ¡Ah! Entonces el procedimiento es que nosotros pidamos el título a Su Majestad, ¿no?

BAR.—Justo. Un hombre de los méritos de su esposo tiene perfecto derecho a solicitar un titulo nobiliario que perpetúe su ilustre apellido.