El cuaderno de los amores perdidos - Paula Ramos - E-Book

El cuaderno de los amores perdidos E-Book

Paula Ramos

0,0
9,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.

Mehr erfahren.
Beschreibung

Skye creía que quedarse atascada ante la página en blanco era el peor escenario posible. Poco podía imaginar que su bloqueo de escritor acabaría con una adivina con intenciones cuestionables, una pluma mágica y un puñado de novelas inacabadas. Pero las reglas son claras: debe resolver cada uno de sus romances antes del próximo Beltane o atenerse las consecuencias. Y conforme la noche de fuego y flores se aproxima, la magia decide darle un último empujoncito: si no es capaz de encontrar la inspiración para sus historias, deberá vivirlas en primera persona. Atrapada entre mundos de fantasía y aventuras, la escritora se verá obligada no solo a enfrentarse a los conflictos de sus personajes, sino también a sus propios sentimientos. Porque mientras Jack y Gavin reclaman su lugar en la historia y en su corazón, Skye descubrirá que, si bien la imaginación es la clave para crear mundos, el amor es el motor de todos los universos. El tiempo corre, la magia espera... y el final aún no está escrito. Llega el esperado final de la bilogía Amor en borrador.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 398

Veröffentlichungsjahr: 2025

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Índice

1. Skye

2. Jack

3. Skye

4. Jack

5. Skye

6. Jack

7. Skye

8. Jack

9. Skye

10. Skye

11. Jack

12. Gavin

13. Jack

14. Skye

15. Jack

16. Jack

17. Skye

18. Gavin

19. Jack

20. Skye

21. Gavin

22. Skye

23. Jack

24. Skye

25. Gavin

26. Jack

27. Skye

28. Gavin

29. Jack

30. Skye

31. Skye

32. Jack

33. Gavin

34. Skye

35. Jack

36. Gavin

37. Skye

38. Jack

39. Skye

40. Gavin

41. Skye

42. Jack

43. Skye

44. Gavin

45. Jack

46. Skye

47. Jack

48. Gavin

49. Skye

50. Jack

51. Skye

52. Jack

53. Skye

54. Gavin

55. Jack

56. Gavin

57. Jack

58. Skye

59. Jack

60. Skye

61. Jack

62. Gavin

63. Jack

64. Skye

Epílogo

Agradecimientos

© del texto: Paula Ramos, 2025.

Autora representada por Editabundo, S.L., Agencia Literaria.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2025.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

Primera edición en libro electrónico: marzo de 2025

REF.: OBDO579

ISBN: 978-84-1098-443-1

Composición digital: www.acatia.es

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados.

Para todas las escritoras, compañeras,

gracias por seguir haciéndonos soñar.

Gracias por seguir haciéndolo vosotras.

Y para ti, Alba,

que ya me acompañabas mucho antes

de saber que yo quería ser una de ellas.

Contuve un quejido mientras me incorporaba, sintiendo cómo algunas ramas, incluso algunas piedras pequeñas, se me clavaban. Observé mi entorno siendo consciente de que podía hacerlo gracias a la luz de la luna, que, llena, bañaba todo con su manto de luz.

Sacudí las manos sobre la tela de los pantalones del pijama. Porque, sí, estaba en pijama. Que hacía apenas un instante me había encontrado en la seguridad de mi dormitorio, a punto de acostarme, era algo para tener en cuenta; en especial porque, de pronto, la pluma me había arrastrado dentro de una de mis historias.

Sentí el tamborileo violento del corazón contra el pecho, pero me obligué a cerrar los ojos y hacer ejercicios de respiración.

Inspira…, espira…, inspira…, espira.

No podía perder los nervios. Estaba sola en… a saber dónde. Podría ser catastrófico que me dejara llevar, pero ¿cómo mantener la calma en una situación como aquella? La pluma había decidido arrastrarme a alguna de mis novelas con la finalidad de, según lo que ponía en su mensaje, mostrarme las consecuencias de no haber llegado a tiempo a mi objetivo.

Ese que me impuso la adivina en cuanto me tendió la pluma.

En la lejanía, se oyó el ulular de un búho, que me hizo reaccionar y dar los primeros pasos con mis calcetines de lana.

Desde luego, llevaba la ropa y el calzado adecuados para la situación. Lo primero que tenía que hacer, además de descubrir en qué historia me hallaba, era conseguir, por lo menos, unos zapatos, porque, aunque el pijama no era lo ideal, la temperatura no resultaba un problema.

Continuando con la caminata, estudié mi entorno.

«¿En qué historia tenía yo un bosque?», me pregunté sin saber muy bien si el rumbo que estaba tomando era el correcto, pero con la decisión de avanzar. No recordaba que ninguna empezara en uno, aunque eso tampoco tenía que significar que hubiera aparecido en el inicio; es decir, no sabía cómo funcionaba la maquiavélica mente de la pluma o, mejor dicho, de la retorcida adivina, así que podía estar en cualquier escena, ¿no?

Mi hilo de pensamientos se vio interrumpido cuando, de pronto, dejé de estar sola en el bosque.

Oí voces.

Sí, en plural.

Y estaban acercándose.

Me agazapé de forma instintiva y algo absurda, porque en mi mente pensaba que era imposible que los extraños me vieran si yo no los veía a ellos. Sus voces eran masculinas, graves, y por la distancia no podía saber a ciencia cierta cuántos eran, pero parecían mínimo tres personas.

«Piensa, Skye —me apremié—. ¿En cuál de tus historias hay un bosque y una escena en la que un grupo lo atraviesa?».

Mi mente iba a mil, pero, por más que lo intentaba, no lograba localizar una, hasta que comencé a vislumbrar luces a lo lejos, entre el espesor de la vegetación. Unas luces que titilaban, como si provinieran de varios farolillos o… antorchas.

Entonces lo supe. Supe dónde estaba y lo que aquello significaba: peligro.

No lo pensé dos veces.

Eché a correr en el sentido contrario al de las antorchas.

Había desaparecido.

Byron se había quedado congelado en la puerta, pero yo había corrido hacia donde había estado Skye hacía apenas unos segundos, y ahora no había rastro de ella. Ni siquiera me había dado tiempo a impedirlo.

Di vueltas sobre mí mismo, sin poder creerme lo que había sucedido.

—Jack. —Me giré hacia el vampiro que había entrado en la habitación, dirigiéndose hacia el escritorio de Skye donde la pluma descansaba sobre unas páginas que no estaban en blanco.

Me acerqué para poder leer el mensaje.

—«El tiempo sigue pasando y tú no haces nada para solucionarlo. Jugando con fuego estás. Quizá si ves las consecuencias, aprenderás». —Levanté la mirada hacia Byron, que frunció la boca en un gesto duro—. ¿Qué cojones significa esto? ¿A dónde se la ha llevado?

—Lo sabes perfectamente —contestó el vampiro, cruzando su mirada con la mía.

—¿Cómo? —le miré sin comprender y Byron, ante mi gesto, bufó.

—«Si ves las consecuencias, aprenderás» —volvió a repetir.

Silencio.

Un completo y absoluto silencio por mi parte. Joder…

—«Las consecuencias» —insistió el vampiro—. ¿Qué consecuencias descubristeis que habría si Skye no conseguía localizar los errores de sus historias en un año?

Hostia puta. Se me heló la sangre.

—¿La pluma la ha metido dentro de sus historias?

—Concretaría mucho más esa pregunta —continuó Byron, examinando las anotaciones—: ¿A cuál de todas ellas?

Volví a mirar hacia la puñetera pluma, que parecía inofensiva sobre aquella página, con la esperanza de que, en algún momento, tomara vida de nuevo y me respondiera a las preguntas que estaba haciéndome.

—Tenemos que sacarla de allí —dije con determinación.

—Quizás tan solo esté durante un corto período de tiempo —dejó caer Byron, y recogió la pluma para apartarla y leer bien el escrito sobre la hoja—. Hasta que aprenda las consecuencias.

Leyó como para sí, repitiendo la última parte del siniestro poema a su manera.

—No suena muy tranquilizador. ¿Y si no vuelve? —insistí.

—¿Y romper el pacto que tienen? No lo creo —negó Byron con tranquilidad—. No tendría sentido alguno. Si hiciera eso, el pacto no se estaría cumpliendo por su parte y, por tanto, no sería válido. Me imagino que nuestra adivina, ante todo, quiere que se llegue a término y así conseguir su objetivo: que Skye falle. Por eso se está asegurando de poner las suficientes piedras por el camino para que no lo consiga. Esto que ha pasado ahora, es una de esas piedras.

De verdad, ¿cómo cojones podía estar tan sereno? Yo sentía que me subía por las paredes.

Maldije dando vueltas sobre mí mismo. Tenía la mente a mil y no paraba de martilleármela con posibles desenlaces y consecuencias.

—Joder, ¿y si le sucede algo? Estará sola, a saber dónde, y…

—Tienes que mantener la calma —me interrumpió Byron.

—Estoy muy calmado.

El vampiro me miró con una ceja arqueada.

—No comparto tu opinión.

Suspiré y me alejé varios pasos, temiendo perder la compostura por lo zen que estaba mi acompañante, y volví a recorrer con la mirada la habitación de Skye. No me podía creer que hubiese desaparecido en un instante.

Mierda, si hasta todavía podía oler su característico aroma.

Byron suspiró a mi espalda.

—Debes tener más fe en ella. Es cierto que su imaginación es algo desbocada a veces, pero estoy seguro de que sabrá arreglárselas.

Maldije de nuevo porque, sí, joder. Joder, joder, joder.

—Esperemos entonces que esté en la historia menos peligrosa —pude añadir antes de sentarme en el borde de la cama—. ¿Crees que ellos la encontrarán?

—¿Ellos? —preguntó Byron sin entender.

Asentí.

—¿Lawrence y Eloise? Si está en alguna de sus historias…

—Tiene sentido que se los encuentre —asintió Byron—. Aunque no sabemos realmente cómo funciona. Si lo piensas, puede que toda esta situación sea algo positivo.

Fui yo ahora el que le miró con incredulidad. El vampiro hizo un gesto condescendiente.

—Si va a estar recorriendo la trama de una de sus historias, la va a vivir en primera persona. Así que podrá localizar con facilidad qué falla.

Visto de aquella forma…

—Estoy seguro de que Skye volverá en unas horas —sentenció Byron, caminando hacia la salida del dormitorio.

—¿Tú crees?

—Ha desaparecido a las doce de la noche. Mañana, a estas horas, volverá. Si me pongo en la piel de la adivina, no creo que le interese que Skye esté mucho tiempo por allí. Le da ventaja para descubrir cómo solucionar la historia.

—Si tú lo dices… —claudiqué, cansado—. ¿Y se puede saber a dónde vas?

Me levanté para seguir sus pasos cuando vi que iba a por su chupa de cuero.

—Con todo este revuelo me ha entrado hambre. Voy a dar…

Frené en seco.

—Sí, sí, vale —le interrumpí—. No me apetece saber de tu momento erótico-festivo.

Byron me fulminó con la mirada, completamente ofendido.

—No siempre que me alimento lo hago en esa línea.

—¿No siempre las matas a orgasmos?

Byron hizo el amago de rebatirme, seguramente algún reproche vampiril, pero sacudí la cabeza para impedirlo.

—Mira, en serio, ahora mismo prefiero centrarme en cómo traer de vuelta a Skye.

Byron puso los ojos en blanco y terminó de ponerse el abrigo.

—Hazme caso, Jack, y descansa. Mañana, Skye estará de vuelta. Estoy seguro.

—Estabas seguro, ¿no? —solté mordaz intentando mantener la serenidad ante la situación.

No.

Skye no había vuelto a su habitación la noche siguiente como había estado temiendo, y lo peor era que las horas habían seguido pasando sin tener ningún atisbo de que fuera a ocurrir en algún momento.

No había rastro de ella y no pensaba perder más el tiempo.

—Escribe a Bonnie y dile que venga. Dile que es urgente, pero no la alarmes —pedí a Byron, mientras me dirigía al dormitorio de Skye para volver a examinar por trillonésima vez las hojas y la pluma, todavía esperanzado de que hubiera un mínimo cambio.

—No va a aparecer nada nuevo —la voz del vampiro me sobresaltó cuando se acercó sin hacer ruido.

Lo fulminé con la mirada, malhumorado.

—Deja de hacer eso, joder. Es siniestro que vayas moviéndote con ese sigilo. Además, ¿qué otra cosa quieres que haga? —Volví a centrarme en las páginas escritas—. No es como si tuviéramos otra pista.

—¿Qué pretendes, Jack? Dudo mucho que haya una forma de poder sacarla de allí —dijo Byron, apoyándose en la jamba de la puerta.

—Claro que tiene que haberla —insistí—. Y la vamos a descubrir.

El vampiro me estudió con un gesto condescendiente, pero no dijo nada. Aproveché la oportunidad para intentar arrancarle alguna emoción.

—¿Por qué estás tan tranquilo? Si le pasa algo a Skye, tu mera existencia peligra.

Sin embargo, su gesto no cambió.

—Por favor, para de ser tan dramático. Ya te he dicho que confío en ella. Al fin y al cabo, me ha creado a mí.

Casi bizqueé. Casi.

—Oh, sí, al ser superior —ironicé.

Byron cuadró los hombros, entrecerrando sus ojos.

—No quiero entrar en muchos detalles, pero tengo unos cuantos años más que tú, experiencia y conocimientos que…

—Sí, ¿te he dicho que me estás empezando a recordar a alguien? Una rubia alta que hasta hace unas semanas estaba también dando por saco con lo inteligente y superior que era al resto —interrumpí, y el gancho pareció surtir efecto porque Byron cerró la boca.

Normal, era duro que te dijeran que te parecías a Eloise Carter.

Byron carraspeó.

—En fin, solo quería decir que creo que, si alguien ha sido capaz de crearme, es que tiene una inteligencia por encima de la media. Sobrevivirá.

No pude evitar dibujar una sonrisa casi irónica. Lo que había que oír.

—Siento ser el pesimista en la relación —el vampiro frunció el ceño ante el comentario—, pero olvidas que en la ecuación está la mente maquiavélica de una bruja, esa que ha conseguido sacarnos de las historias y está jugando con su vida ahora mismo. Así que déjame decirte que, aunque Skye no es ninguna tonta, ahora mismo está en peligro. Y nos necesita, porque somos los únicos que sabemos dónde está.

Byron terminó claudicando con un movimiento seco.

—Está bien. Te concedo la parte en que a pesar de sus habilidades puede que necesite que entre todos la saquemos. Pero insisto: estoy convencido de que está bien.

Esperaba que no se equivocara, aunque el vampiro por ahora no había dado una.

Corría por mi vida y nunca había pensado que me encontraría en esa situación.

Siseé cuando la rama de uno de los árboles me arañó la mejilla. No estaba teniendo una huida de película o, mejor dicho, de libro.

Había perdido un calcetín y mi pijama se encontraba en condiciones deplorables por las múltiples caídas que había tenido al tropezarme con rocas, raíces y demás vegetación tropical, aquella que hacía unos años había estado investigando para la isla Calavera, donde había averiguado que estaba.

De todas las historias, había tenido que terminar en una de las más peligrosas. Aunque, claro, ¿qué esperaba? Habría sido demasiado sencillo aparecer en la pacífica cafetería de Anabelle.

Oí detrás de mí la siniestra marcha de mis perseguidores, pero no era tan valiente como para mirar y descubrir cuánta distancia nos separaba. Debía resguardarme y ya tenía un escondite en mente, pues Elisabeth, la protagonista de esta historia, lo había encontrado antes en su momento.

Estaba en el bosque de las Almas Perdidas, o lo que venía a significar el territorio de los Calaveras, donde una vez que entrabas nunca salías con vida.

«¿Por qué se me ocurren estas cosas?», me recriminé al oír más cerca las voces de mis supuestos enemigos. Si mi imaginación no hubiera sido tan retorcida, no estaría en aquella situación.

Pero bueno, Elisabeth, mi protagonista aventurera y cansada de ser una dama sobreprotegida de la que solo se esperaba que diera su mano en matrimonio, había…

«Skye, por Dios, céntrate», me dije.

Estaban intentando darme caza y, como bien sabía, los calaveras no fallaban. Solo necesitaba un…

¡Un árbol hueco!

Allí, a escasos cinco metros, pude ver, entre la densa vegetación, que uno de los árboles tenía un recoveco donde poder esconderme, como hizo en su momento Elisabeth, salvándose de ser capturada y…

Algo me agarró del tobillo y tiró de mí con la fuerza suficiente como para hacerme caer y alzarme cabeza abajo. Me golpeé duramente la espalda contra el suelo hasta que dejé de tocarlo.

Oí unos vítores detrás de mí y el corazón se saltó un latido al entender que me habían capturado.

Había caído de lleno en una de las trampas de los calaveras.

Con horror, vi que las antorchas se acercaban mientras mi mundo se tambaleaba.

Intenté obtener la fuerza necesaria para desatar la gruesa y áspera cuerda, pero fue ridículo. Ni siquiera conseguí el impulso necesario para rozarme el tobillo, aunque debía confesar que me quedé petrificada cuando los calaveras llegaron hasta mí: tenía que concederme que ponían los pelos de punta. Si quería que el lector los temiera, desde luego lo había logrado con creces.

Todos llevaban la capa negra con capucha de la que nunca se deshacían, al igual que su ropa, del mismo oscuro color, lo que les permitía ocultarse entre las sombras, como criaturas sobrenaturales, porque, además, cada uno de ellos se cubría el rostro con una máscara de calavera teñida de negro.

Pero eran humanos. Claro que lo eran. Piratas que delinquían y se creían dueños de la isla.

—Hola, preciosa —saludó uno de ellos, provocando un estallido de carcajadas por parte del resto de sus compañeros—. ¿Qué haces tan sola por el bosque? ¿No te han dicho que es peligroso?

Las risas volvieron a acompañarnos y yo tan solo podía esperar bocabajo para descubrir qué me iban a hacer.

—Parece que te ha comido la lengua el gato —se mofó otro con una voz profunda, mientras se aproximaba y giraba la cabeza, en un gesto casi antinatural, para poder observarme mejor.

—¿No dices nada? —insistió el primero, y yo continué guardando silencio, aunque en realidad estaba aterrada.

Sabía que hablar sería aún peor, pero tampoco tenía una alternativa mejor, lo que hizo que me preguntara qué podía decirles. ¿Que era su creadora?

Descarté la idea con rapidez. Aparte de que no me creerían, algo me decía que me atravesarían la garganta con un puñal antes de que terminara de decir la primera palabra.

No.

Lo mejor que podía hacer era guardar silencio e idear un plan para escaparme.

—Soltadla.

Sin siquiera haber podido registrar aquella orden, caí duramente contra el suelo.

Gemí de dolor, pero me incorporé rápido, aunque no llegué muy lejos. Me detuve, congelada, en cuanto sentí el frío metal contra la piel de la garganta.

—Si yo fuera tú, estaría quieta —dijo el calavera que sujetaba el puñal.

Supe quién era sin necesidad de presentaciones: Dash, segundo al mando. Lo descubrí por las plumas de cuervos que llevaba en sus hombros, colocadas como si tuviera alas descansando en su espalda.

Entonces fui consciente, mientras seguía sintiendo el metal sobre la piel, de que o espabilaba o terminaría muerta en mitad del bosque cuando descubrieran que no llevaba nada de valor.

En realidad no sabía si podía morir dentro. Quizá lo que sucedería sería que aparecería de nuevo, como en un videojuego, para volver a empezar la partida; o tal vez volvía al mundo real. En cualquier caso, no era muy sensato arriesgarse, porque también existía la posibilidad de morir de verdad.

Así que tenía que tomar las riendas de la situación, como haría alguna de mis protagonistas fuertes y valientes.

Me cuadré de hombros, levantando el mentón, y dibujé una sonrisa que esperaba que fuera peligrosa.

—¿Por qué diablos sonríes, preciosa? ¿Es que buscabas la muerte? —quiso saber Dash, y mi sonrisa se amplió.

Había captado su atención.

—No me vais a matar —solté, y me sentí orgullosa de mi determinación.

Las risas desagradables no tardaron en aparecer, rodeándome y sacudiéndome los huesos; sin embargo, mantuve la mirada clavada en Dash y su calavera.

Este levantó la mano en un gesto seco que provocó que todos guardaran silencio.

—¿Y por qué estás tan segura de ello?

«Bien, Skye —me dije—, este es el momento de jugar bien tus cartas».

—Porque sé dónde encontrar polvo de hadas, Dash.

Volví a sonreír, esta vez de verdad, pues el murmullo que me rodeó y la forma en que el filo dejó de arañar mi piel ratificaron que mi plan había funcionado: había captado su interés.

—Luego me dirás cómo sabes mi nombre, preciosa, pero ahora te vienes con nosotros.

Y antes de que pudiera añadir nada más, sentí que me cubrían la cabeza con algo que me impedía ver. Forcejeé, pero fue inútil.

Comenzaron a llevarme a rastras y supe hacia dónde nos dirigíamos.

A ver cómo salía de esa.

—Esto es una locura. ¿Cómo no me habéis avisado antes? —soltó Bonnie, entre escandalizada y preocupada.

Lancé una mirada de suficiencia a cierto vampiro, cuya respuesta fue poner los ojos en blanco.

—Pensaba que volvería —se defendió.

Bonnie se levantó del taburete de la barra de la cocina de Skye y se dirigió al dormitorio de su amiga para ver con sus propios ojos el terrible poema que había escrito en el papel.

—¿Cómo vamos a sacarla de allí? Oh, Dios, Skye —se lamentó con gesto asustado.

Entonces, miró con determinación la pluma.

—¿La habéis usado? —dijo de pronto.

—¿Cómo que si la hemos usado? —pregunté yo, sin comprender a qué se refería.

Bonnie señaló la pluma con una fijeza que hizo que me pusiera tenso.

—A ver, ella ponía los nombres de quienes quería que salieran.

Capté enseguida lo que quería decir.

—No…, no habíamos caído —tartamudeé—. Joder, Bonnie, ¡eres brillante!

Ella sonrió mientras cogía con determinación la pluma y escribía el nombre de Skye.

Skye Cowan.

—Veamos si funciona —murmuró Bonnie, dando unos pasos hacia atrás.

—Sí, seguro —soltó Byron con tono mordaz, y tanto Bonnie como yo nos giramos hacia él.

—No le hagas caso —dije yo—, está mustio desde hace unas semanas.

—Por favor —suspiró Byron—, no va a funcionar. La única que tiene la capacidad de usar la pluma es la propia Skye. Nadie más. A no ser que hayáis hecho algún trato con la adivina que no hayáis compartido con los demás…

La sonrisa de Bonnie fue desapareciendo y la mía se debilitó al encontrar sentido a sus palabras.

—¿Y qué propones hacer, chico listo? —Bonnie se cruzó de brazos.

—Que ambos vayáis al lugar donde tendríamos que haber ido desde el principio: Books&Mac. Id a la librería y hablad con Gavin. Se le ocurrirá algo o, por lo menos, sabrá dónde buscar.

—¿A Gavin? —pregunté algo incómodo.

La oscura mirada del vampiro me fulminó.

—Fue el que descubrió la leyenda del niño Darrogh.

Me cuadré de hombros a sabiendas de que me había ganado en cuanto a deducción, por mucho que me pesara.

—Tiene todo el sentido —asintió Bonnie, volviendo al salón para buscar su abrigo y salir en ese mismo momento—. Vamos ahora mismo. Tú, Byron…

—Sí, esperaré aquí a que volváis —dijo el vampiro.

Era lo malo de tener un pequeño inconveniente con el sol.

—No te preocupes, no tardaremos en volver —prometí, siguiendo los pasos de Bonnie.

Por supuesto, no podía negar que quizá, aunque mis celos no estaban de acuerdo con tal afirmación, quizá, sí, quizá, no era mala idea recurrir al escocés. Era cierto que Gavin era dueño de una librería repleta de todo tipo de conocimiento y que había descubierto la leyenda de la libélula, la pluma y el niño galés.

Así que, sí, podría decirse que fui con las esperanzas renovadas a verle, aunque nunca lo aceptaría en alto.

Sin embargo, los acontecimientos dieron un nuevo giro cuando, al llegar a la abarrotada librería, nos recibió una intrigada Caroline que se acercó a nosotros en cuanto vio a Bonnie.

—Hola, ¿qué tal está Skye? Desde que dejó la librería no la hemos vuelto a ver, esperábamos que en algún momento se pasara para contarnos lo de su dimisión —preguntó cuando llegó hasta nosotros.

—Ha vuelto a coger ese maldito virus y la pobre está fatal. Nosotros pasábamos por aquí y veníamos a saludar a Gavin —mintió Bonnie sin despeinarse.

Era de las mías.

—¿Está por aquí? ¿Puedes avisarle? —continuó ella mientras yo echaba un rápido vistazo por la librería, intentando localizar al palo en el culo, aunque quizá estuviera en la planta de arriba o en su mismo despacho.

—¿Gavin? Qué va. —Caroline sacudió la cabeza en un gesto negativo—. Hace días que no aparece por la librería.

—¿Gavin no está?

Intenté asimilar lo que implicaban las palabras de la chica.

Caroline asintió.

—No sabemos nada de él, y es raro. Vale que suele hacer algunos viajes al año, pero nunca se ha marchado sin avisar antes.

Joder. Joder.

Bonnie y yo intercambiamos una mirada. Aquello solo podía significar una cosa: Skye no había sido la única que había terminado arrastrada dentro del mundo de sus historias.

—Quizá le ha salido un imprevisto familiar y ha tenido que viajar —sugirió Bonnie, en un intento de disimular eso a lo que, seguramente, ella también estaba dándole vueltas.

—De hecho, habíamos pensado que se habían ido a algún lado juntos.

Aquella frase me trajo de vuelta.

—No están juntos —intervine ganándome una mirada por parte de Bonnie—. Skye está mala, no está de viaje.

Y menos con el petardo ese. Aunque, irónicamente, al final parecía que era eso lo que había pasado: que ambos estaban juntos en el puñetero mundo imaginario de Skye.

Había que joderse con la mente de la adivina. Podía hasta imaginármela regodeándose por mis celos. Pero una cosa era la realidad y otra que la gente, sus compañeros de trabajo, pensaran que estaban liados.

Una mierda.

—En fin —añadió Bonnie—, si aparece Gavin, ¿puedes avisarme?

Caroline asintió y nosotros volvimos a salir. El día era especialmente cálido, todo lo cálido que podía ser Edimburgo en verano.

Bonnie enroscó el brazo en el mío.

—Estamos en problemas —susurró agarrándose con fuerza.

—¿Por qué narices se ha llevado la bruja también a Gavin? —dije, sin entender nada—. ¿Qué gana con eso?

—Lo sabes de sobra, Jack. —Bonnie suspiró.

Maldita adivina. Nos estaba haciendo perder más tiempo.

Teníamos que dar con la forma de sacarlos de allí. Solo esperaba que, allá donde se encontrara Skye, estuviera sana y salva.

Toda aquella situación era surrealista. Encontrarme allí, en uno de esos lugares que había imaginado, era… ¿extraordinario?

Los calaveras dejaron de arrastrarme y me quitaron el saco de la cabeza. Entonces, me descubrí en un establo que reconocí enseguida: era el de la finca abandonada que se encontraba en la linde del bosque, lugar que Elisabeth descubrió en una de sus aventuras acompañada por Lawrence.

Lo que más me llamaba la atención era que los escenarios no seguían la trama de mi historia cronológicamente. Si hubiera sido así, en ese momento no nos encontraríamos allí, sino que todavía estaríamos en el bosque, seguramente en presencia de…

—Tú, preciosa, ¿de dónde has dicho que eres? —Levanté la cabeza cuando escuché que se dirigían a mí.

La noche todavía nos acompañaba y habían avivado la fogata que serviría para cocinar algo y también para iluminar el establo abandonado. Era grande, polvoriento y con los techos altos y viejos, y algunas gruesas vigas, que habían visto tiempos mejores, lo atravesaban.

Estaba segura de que, ante una lluvia torrencial, no nos guarecería del temporal.

—No lo he dicho —contesté al calavera que me había formulado la pregunta.

Me tensé de nuevo, estudiando mi alrededor, pues sabía que no eran los típicos que entablaban una conversación cortés, así que prefería estar alerta ante cualquier movimiento sospechoso, aunque también sabía que estaría perdida si decidían atacarme. Mis dotes de defensa personal eran nulas, pero también era consciente de otra cosa: había prometido darles el polvo de hada que tanto ansiaban.

—No eres de aquí —dijo de pronto una voz profunda, y supe que era Dash, quien me escrutaba entre las sombras, sentado en la zona más alejada, donde casi no llegaba el fulgor de la fogata.

—No. No lo soy. —Era absurdo negar lo evidente.

Cualquier otro habría continuado con el interrogatorio, pero Dash no. Dash era bastante inteligente como para saber leer mi lenguaje corporal y entender que no soltaría muchos más datos hasta que me viera con su líder.

Lo que no sabía era que no pretendía llegar hasta ahí. Si se daba ese caso, estaría perdida. Sería incapaz de huir, aunque tampoco es que supiera cómo podía escaparme en ese momento.

Estaba descubriendo que todo aquel lugar no funcionaba como una sucesión de escenas, sino que tenía «vida propia». Es decir, los lugares estaban, pero la vida seguía fluyendo independiente de la trama. Y es que, ¿dónde se encontraban mis protagonistas? ¿Todavía no había comenzado su historia? ¿Quizá ya había terminado?

Era desconcertante, e irremediablemente pensé en él. Porque, si estuviera allí… Si Jack estuviera allí estaría compartiendo conmigo diferentes teorías locas hasta encontrar una respuesta. Porque así era él.

Una sensación me atravesó en el pecho al recordarle, una que supe identificar con claridad. Sin embargo, algo me sacó de mis cavilaciones. De pronto, vi que algunos de los calaveras salían del establo y se internaban en la noche.

Supe, sin necesidad de que dijeran nada, que no estábamos solos.

Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos: en menos de un instante se empezaron a oír gritos y claros sonidos de lucha.

Me levanté cuando vi que el resto de los calaveras salían a ayudar a sus compañeros. Todos menos dos, que se quedaron para cerciorarse de que no huía. «Perfecto».

A pesar de todo, debía ser sincera conmigo misma y reconocer que me daba cierto reparo salir sin…

Un trozo de lo que parecía una viga cayó sobre uno de los calaveras que estaban custodiándome, y, horrorizada, di un traspié.

No caí al suelo porque algo, o más concretamente alguien, lo impidió.

Levanté la mirada, sorprendida, mientras el otro calavera comenzaba a luchar, espada en mano, con un contrincante que había salido de entre las sombras. Pero no perdí el tiempo en ver cómo se las apañaba, puesto que quien me estaba sujetando era un pirata rubio y atractivo que conocía muy bien.

—¡Lawrence! —exclamé sorprendida.

—Skye, qué bien verte. —Fue el saludo de mi pirata favorito, que, dedicándome una de sus dulces sonrisas, me ayudó a estabilizarme—. No tenemos mucho tiempo, así que sígueme.

No hice preguntas, tan solo asentí y, agarrada de su mano, seguí a Lawrence fuera del establo; nos internamos en la oscura noche y dejamos a la espalda lo que parecía una pelea.

Llegamos hasta un grupo montado a caballo que parecía esperarnos, y Lawrence me ayudó a auparme sobre uno de ellos, algo que, he de confesar, me asustó. No podía imaginarme que un caballo fuera tan… alto.

Me agarré a las correas con fuerza, pero me tranquilicé cuando Lawrence se colocó detrás de mí y me estabilizó con sus fuertes brazos.

—Huid ya. Nosotros iremos en la otra dirección —oí que decía uno de los piratas compañeros de fatigas de mis protagonistas.

Antes de saber quién lo había dicho, Lawrence apremió a nuestra montura y cabalgamos veloces, alejándonos de todo.

Por fin, después de las horas que llevaba en la isla Calavera, me atreví a respirar hondo.

Tras varios días de diferentes suposiciones y posibles planes de ataque, decidimos volver a la librería, aunque tuvimos que esperar a que cayera la noche para regresar a Books&Mac. Necesitábamos que el lugar estuviera desierto para explorar todo con tranquilidad, por no señalar que no queríamos que Byron se desintegrara bajo el sol.

Habíamos dejado pasar un tiempo prudencial tras el descubrimiento de que Gavin también había sido arrastrado fuera de la realidad, por si volvían por sí solos. No negaría que habían sido días de absoluta tortura, en los que habíamos confiado en que Skye estuviera bien, pero al final volvimos a intentar tomar las riendas de la situación.

Gracias a la copia de llaves de Skye, Bonnie, Byron y yo estábamos revisando una zona cada uno, en busca de todo libro relacionado con brujas, portales a mundos imaginarios, maldiciones y cualquier término de ese listado que habíamos estado elaborando sobre temas relacionados.

Por supuesto, antes de todo aquello nos habíamos acercado al supuesto apartamento de Gavin preocupados por Gandalf, el golden retriever del escocés, porque con Gavin también desaparecido no sabíamos nada del paradero de su leal compañero, como se empeñó en repetirnos en varias ocasiones cierto vampiro. Para que luego fuera de tío duro. Se moría por el peludo.

Cuando el portero de lo que parecía el carísimo edificio nos indicó que solo podía decirnos que ni Gavin ni Gandalf estaban, y que le avisaría de nuestra visita en cuanto volvieran, comenzamos con la búsqueda.

Y no iba especialmente bien.

Yo me estaba encargando de la búsqueda de portales a mundos imaginarios y, cómo decirlo, aquello era como buscar una aguja en un pajar.

Por un lado, había descartado ir a la sección de fantasía, pero Byron, el maldito de Byron, me había soltado la pullita de que la leyenda de Darrogh no era un cuento, y, claro, en ese momento estaba revisando las sinopsis de toda la sección.

No íbamos a terminar en la vida. O por lo menos a tiempo. No sin la ayuda de Gavin, era absurdo negarlo.

Dejé el último libro en su sitio e intenté pensar y darle algo de sentido a aquella locura. Lo más sencillo era recapitular todo lo que había sucedido desde que había empezado, recordar cada episodio, cada detalle, y que todo, absolutamente todo, partía de algo.

Me quedé congelado cuando la idea hizo clic.

¿Cómo no habíamos pensado en esa posibilidad?

—No veo que estés buscando mucho —dijo de pronto Byron.

Convivir solo con él durante esos días me había costumbrado a sus repentinas apariciones y no me sorprendió.

—Estoy pensando.

—¿En? —insistió, examinando con parsimonia los libros que nos rodeaban en el estrecho pasillo donde nos encontrábamos.

—En que creo que tenemos la solución delante de nuestras narices y no hace falta que perdamos el tiempo rebuscando entre cientos de tomos.

Algo parecido al interés cruzó la mirada oscura del vampiro.

—Ilumíname.

—No. No lo sé. Es decir…. Creo que tenemos que darle una vuelta a todo…

—¿Qué está pasando aquí? ¿Os estáis escaqueando de buscar? —Bonnie apareció de pronto, con gesto de sospecha.

—El historiador dice que no cree que la solución se encuentre entre los libros.

Miré mal al vampiro.

—No lo he dicho así —me quejé.

Me giré hacia Bonnie, que se había cruzado de brazos.

—Me refiero a que, vale, puede que la respuesta esté en uno de estos miles de libros que hay aquí, pero, si pensamos con sensatez, solo somos tres personas para consultarlos, y algo me dice que no tenemos tanto tiempo.

—¿Y qué propones? —preguntó Bonnie.

—A ver, todo empezó por la pluma, ¿no? —Lancé la pregunta y comencé a frotarme las manos, caminando en pequeños círculos.

—Más bien con la adivina —puntualizó Byron.

—Yo diría que la niebla —añadió Bonnie.

Joder, esos dos iban a terminar por darme un dolor de cabeza terrible.

—Sí, bueno, sí —intervine, intentando atajar—. Al final, si lo pensáis con detenimiento, todo nos lleva a la pluma. Esa que Skye ha utilizado para sacarnos de nuestras historias y luego la ha metido a ella, ¿no?

—Correcto —dijo reacio Byron.

Bonnie asintió y yo sonreí a mi pesar.

—La pluma —insistí.

Bonnie me miró confundida.

—La pluma es la que se utilizó para sacarnos y luego meter a Skye. La pluma es la que tiene el poder.

Ellos intercambiaron una mirada.

—¿Quieres probar a escribir nuestros nombres con la pluma? —dedujo Byron, y yo di una palmada de entusiasmo.

—Ya sé que hemos dicho que no iba a funcionar, pero podemos probar —propuse desesperado por dar con una solución—. Al escribir nuestros nombres salimos del cuaderno, ¿y si al volver a hacerlo regresamos?

—Es una teoría interesante, pero creía que habíamos quedado en que la única capaz de usarla era Skye —meditó Byron.

—Bueno, no tenemos nada que perder, ¿no? —dije, pero Bonnie torció el gesto.

—No estoy muy segura. ¿Y si funciona y os manda a vuestras historias, y Skye no está en ninguna de ellas? Estaríais atrapados de nuevo sin poder ayudarla, porque Skye es la única que, sabemos, tiene la capacidad de haceros salir.

Byron me miró con seriedad, intercambiando una mirada que supe interpretar a la perfección.

—Es un riesgo que habrá que correr. Incluso puede que no funcione y nos quedemos igual, pero tendremos que arriesgarnos.

Tras unos instantes en silencio, el vampiro lo rompió:

—¿Vamos?

—Vamos —asentí yo.

Tras un largo camino a galope, cuando parecía que el cielo por fin comenzaba a clarear, llegamos.

No pude evitar abrir los ojos como platos al ver la capital de la isla Calavera: La Perla.

Ante mis ojos se presentó aquel lugar que hacía años había estado imaginando: la calle principal empedrada, de donde derivaban las diferentes calles, algunas más anchas, otras más estrechas y misteriosas, incluso otras que no llevaban a ningún lado; el mercado, siempre lleno de vida, griterío, movimiento de dinero y tratos, daba paso a la plaza principal, donde se encontraban el consejo, las numerosas tabernas, posadas y hasta los diferentes negocios, como la forja.

Pero yo sabía que la ciudad escondía mucho más, como el muelle y el astillero, donde atracaban las embarcaciones que llegaban desde diferentes puntos del mundo, y que ocasionaban que la ciudad sin ley fuera una marabunta cultural. Tampoco podía olvidar el mercado negro o los diferentes refugios clandestinos que cada una de las bandas tenía.

Todo ello empezó a presentarse ante mí como una ciudad aletargada, pues la vida en La Perla bullía en cuanto el sol se escondía, así que las calles estaban prácticamente vacías, y los negocios, cerrados. No parecía haber ni un alma, aunque yo sabía que eso no era realmente cierto.

Lawrence nos dirigió con decisión hacia una de las posadas, que reconocí porque formaba parte de la trama de mi historia, y me bajé del caballo con su ayuda en cuanto llegamos a la pequeña cuadra.

—Vamos —me apremió, indicándome la entrada al lugar.

—¿Es seguro? —pregunté yo a mi vez antes de seguirle.

—Creo que nadie mejor que tú puede responder a eso —dijo Lawrence, y yo asentí, porque ¿qué lugar había seguro dentro de aquella isla?

—Espera, ponte esto.

Antes de salir del todo de la cuadra, el pirata me tendió su capa, que me puse para esconder mi peculiar atuendo.

No hacía falta que dijera que, cuanto menos llamáramos la atención, mejor.

Iba a decirle que no se molestara, porque uno de los últimos castigos de la pluma había sido sumirme en un estado incorpóreo, cuando el pirata pudo acomodármela sin problema alguno, sin atravesarme.

De la impresión, di un paso atrás.

—¿Qué pasa? —susurró Lawrence sin entender mi reacción, mirando a nuestro alrededor en busca del peligro.

—Me has tocado —respondí, y, para cerciorarme, alargué la mano y le sujeté del brazo—. ¡Oh, Dios! ¡Yo también puedo tocarte! Tendría que haberme dado cuenta cuando me han atrapado los calaveras.

Un brillo en la mirada de Lawrence me indicó que estaba recordando.

—Supongo que aquí, dentro de tu historia, no funciona la magia de la pluma. Tampoco he escuchado ninguno de tus pensamientos —dijo, y ambos nos buscamos con la mirada, entendiendo sin necesidad de palabras lo que eso significaba.

El pirata me hizo un gesto para que le siguiera.

Lo hice siendo consciente de que allí no se oirían mis pensamientos, no me perseguiría la mala suerte y también dejaría de ser como un fantasma, aunque eso significara que, como había comprobado, se me podía capturar, atacar y, sí, matar.

Intentando alejar mis pensamientos de ideas tan agoreras, seguí los pasos de Lawrence arrebujada debajo de la capa.

Por fin entramos en la posada y una mezcla de olor entre madera, ron y pis me invadió las fosas nasales. Había algunos clientes fumando y todavía bebiendo repartidos por el salón grande, como agarrándose a los últimos resquicios de su embriaguez antes de caer redondos, así que bajé la cabeza y me convertí en la sombra de Lawrence, que no tardó en hacerse con una habitación.

Subimos las estrechas escaleras de madera, que crujían bajo nuestras pisadas, y, tras recorrer el largo pasillo con habitaciones a ambos lados, de donde procedían algunos sonidos de los que no quería ser testigo, terminamos al final del todo, en la habitación…

—Ciento cuatro —susurré, captando la atención de Lawrence.

Este me miró sorprendido.

—Es la que… —comenzó, pero yo le interrumpí.

—La que hace esquina y nos permite ver si alguien se aproxima.

Lawrence asintió y me permitió pasar primero a la pequeña habitación, donde el calor era sofocante debido al clima tropical y la humedad que se colaba por la ventana.

—He conseguido algo de ropa para que puedas cambiarte —explicó en cuanto cerró la puerta tras de sí, asegurándola con una silla contra el tirador—, pero antes, dime, Skye, ¿qué haces aquí?

Una grandísima pregunta.

—Entonces, no sabemos cuánto tiempo vas a estar atrapada.

—No —afirmé, terminando de abrocharme el cinturón tipo corsé.

En otras circunstancias, habría estado admirando la ropa, la estancia, alucinada de estar allí, pero, claro, la realidad no era tan idílica.

—Y has terminado en esta historia porque… —siguió meditando Lawrence.

—Me imagino que la adivina, ante la posibilidad de escoger, no me llevaría a la más tranquila.

—Ni a una cuyo error no hubieras localizado —puntualizó él con atino.

—No había pensado en eso —contesté abatida, al darme cuenta de que podría haber utilizado a mi favor aquel detalle, pero la bruja y la pluma habían tenido mucho cuidado al seleccionar a qué historia llevarme—. En definitiva: estoy en una de las más peligrosas y en la que ya no tengo que buscar qué falla.

Exhausta, me dejé caer en la única cama, cuyo colchón, que crujió escandalosamente ante mi movimiento, prometía uno de los peores descansos.

—¿Y cuál es el objetivo de todo esto? —siguió Lawrence, que ahora vigilaba el exterior a través de las cortinas.

—¿Aparte de enseñarme lo que sucedería si no cumplo el trato? Es fácil: hacerme perder el tiempo —contesté, sin ningún atisbo de duda—. Si te das cuenta, ya he perdido unas buenas horas aquí. Quizá esté días. Imagina lo que supondría eso, y más si estoy en una historia en la que peligra mi seguridad, en la que tengo que estar totalmente centrada en sobrevivir…

Empezaba a pensar de verdad que podría morir allí dentro.

De pronto, llamaron a la puerta de la habitación. Tres golpes secos y un cuarto que sonó más suave.

Me levanté de la cama mientras Lawrence se dirigía a la puerta sin titubear. Al abrirla, ante nosotros apareció un hombre de complexión fuerte, mirada profunda y larga melena castaña.

Asintió mirando a Lawrence, no sin antes revisarle de arriba abajo, como cerciorándose de la integridad del pirata, y luego entró sin ningún titubeo, antes de cerrar la puerta tras de sí.

—Skye, este es…

—Stede —dije yo, estudiándole desde las botas hasta la ropa manchada de barro, y terminando en los ojos marrones, que tenía clavados en mí, observándome con genuino interés—. ¿Cómo estás? Soy Skye.

—Sé quién eres. —Pude intuir el atisbo de una pequeña sonrisa debajo de la perilla.

Miré a Lawrence y caí en algo cuando Stede se situó al lado del pirata rubio, su cuerpo inclinándose hacia el suyo casi de manera inconsciente.

—Entonces —ladeé la cabeza—, ¿en qué punto de la historia…?

—Ya estamos juntos, sí —atajó Stede, lanzando una mirada a Lawrence, que, tras dedicarle una bonita sonrisa, volvió a centrarse en vigilar el exterior.

—Pero… —Arrugué el gesto al no entenderlo—. Si vuestra historia ha terminado, ¿por qué…?

—¿Por qué continúa? —terminó por mí Lawrence, echándome un rápido vistazo.

—Sí, no tiene sentido. ¿No debería empezar desde el principio de nuevo?

—El final no es cerrado del todo —repuso Stede, quitándose algunas de las armas que llevaba encima—. Y, además, tú al escribir ese final, ¿no imaginaste qué más nos depararía el futuro?

Me quedé congelada, porque lo que estaba diciendo tenía cierto sentido. Al terminar su historia, sabía que esa trama terminaría, pero que ellos, Lawrence y Stede, seguirían viviendo aventuras juntos hasta que envejecieran.

Levanté la mirada para observarlos y pillé de nuevo entre ellos una sonrisa cómplice, llena de cariño.

Yo también sonreí.

—Es como si fuerais reales —dije, captando su atención de nuevo.

—¿Acaso no lo somos, Skye?

La pregunta que lanzó Stede me hizo guardar silencio, porque para mí, con independencia de todo el suceso con la adivina y la pluma, mucho antes de que algunos de ellos traspasaran sus páginas hasta visitarme, eran reales. Claro que lo eran.

Y aquello que acababa de averiguar en cierta forma me tranquilizaba. Me llenaba de paz saber que, aunque terminara sus tramas, sus historias continuaban. Me reconfortó y me recordó a esa sensación de cuando terminas de leer una novela que te ha cautivado y te preguntas qué les deparará el futuro a esos personajes.

Todo aquello me confirmaba que sus aventuras seguían, porque en la mente de sus escritores, y de sus lectores, su vida continuaba.

La conversación entre ellos había seguido fluyendo, a pesar de que estaba inmersa en mis propios pensamientos, pero la pregunta directa que me hizo Stede me sacó de mis cavilaciones.

—¿Qué les prometiste?

—¿Perdón? —Pestañeé confundida.

—¿Qué les prometiste a los calaveras? Te están buscando con ahínco —explicó el pirata.

Miré a Lawrence, que, al notar el cambio en mi actitud, se alejó de la ventana.

—Bueno…, esperaba ganar algo de tiempo. —Desvié la mirada.

—Skye, ¿qué les prometiste? —insistió Lawrence.

—Que quede claro que no pensaba dárselo —quise tranquilizarlos antes de soltar la bomba, lo que preocupó a ambos, que entrecruzaron una nueva mirada. Suspiré—: Polvo de hadas.

Stede maldijo y Lawrence tan solo guardó silencio.

—Eso es imposible —descartó Stede, que recordé que era mucho más visceral que Lawrence—. Nadie sabe si es real, si existe…

Sin embargo, detuvo su verborrea al mirarme.

—Tú has creado todo esto. —Volvió a guardar silencio, como si de pronto cayera en la cuenta de una gran verdad—. ¿Es real?, ¿existe?

—Sí, pero todas las oscuras leyendas que rodean al misterio son ciertas. Es peligroso llegar hasta él, prácticamente imposible, y, una vez que lo consigues, sí, puede otorgar poder sobre el objeto en el que se espolvoree, cumplir tu mayor deseo, pero… ¿quién se arriesgaría a todos esos peligros?

—¿Hace falta que te contestemos? —gruñó Stede, para después soltar una maldición—. En buen lío nos has metido.

—¡Necesitaba algo con lo que ganar tiempo! —me defendí.

—Bueno, antes de agobiarnos con ese tema —intervino Lawrence—, creo que tendremos que pensar bien qué vamos a hacer. Tenemos que sacarte de aquí y hacerte volver a tu realidad antes de que se te acabe el tiempo.

—Me parece perfecto. —Stede se giró hacia su pareja, con los brazos en jarras—. Pero, dime, cariño, ¿cómo piensas devolverla a su realidad si no tenemos ninguna pluma mágica? ¿O es que tienes escondido algo debajo de los calzones?

—No seas ordinario, por favor —se quejó el rubio, lanzándome una mirada de disculpa mientras sus mejillas se sonrojaban ante la sonrisa canalla de su compañero.

Sin embargo, yo me había quedado en un punto de aquella conversación.

—Polvo de hadas.

Los dos piratas se giraron en mi dirección, y yo me incorporé hacia ellos con entusiasmo.

—¡El polvo de hadas! —repetí—. Con el polvo de hadas podríamos hacer que una pluma común fuera mágica y me devolviera a mi realidad.

Un silencio sepulcral nos rodeó a los tres hasta que Lawrence lo rompió.

—Dicho así… —dejó caer, mirando no muy convencido a Stede, que suspiró abatido.

—¿Quién ha dicho que se acababan las aventuras?

—¿Y bien? ¿Quién hace los honores? —pregunté.

Volvíamos a estar en la casa de Skye, concretamente en su habitación, delante de la dichosa pluma. Por fin, casi un mes después de la marcha de nuestra escritora favorita, nos preparábamos para la acción.

—Creo que, antes de que os precipitéis, deberíamos pensar en algunos detalles —dijo Bonnie, que cogió la pluma adelantándose a Byron, quien parecía ir directo a escribir su nombre.

El vampiro la fulminó con la mirada y ella le dedicó un gesto condescendiente.