El desafío de la noche - Chloe C. Peñaranda - E-Book

El desafío de la noche E-Book

Chloe C. Peñaranda

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Beschreibung

El emocionante segundo volumen de la serie Nytefall de la autora superventas Chloe C. Peñaranda. Parece que la historia está destinada a repetirse y los amantes de las estrellas deberán tomar una difícil decisión: hacerle caso a sus corazones o hacer lo correcto para el resto del mundo. Las pesadillas más malvadas necesitan los sueños más pacíficos. Después de los acontecimientos ocurridos durante el Libertatem, la recién encontrada doncella de las estrellas, Astraea, está decidida a mantener su libertad, incluso aunque eso le cueste traicionar a su propio corazón. Pero el tiempo para recuperar sus recuerdos se está agotando y sabe que al recuperarlos recordará también a su asesino. Astraea decide embarcarse en una aventura para descubrir su pasado y sus poderes latentes parecen convertirse en un reloj de arena en el que la historia amenaza con volver a repetirse. Mientras Nyte trata de mantener bajo control a los vampiros sedientos de sangre, su hermano idea un plan siniestro para derrocarle, lo que puede resultar en una enemistad muy peligrosa. ¿Estarán dispuestos a convertirse en uno de los suyos para conseguir vencer al otro? El pasado no parece querer permanecer oculto. Los amigos parecen convertirse en adversarios, los hermanos en enemigos y lo que estaba escrito en las estrellas hace mucho tiempo parece volver a resurgir para separar a dos almas que nunca debieron unirse. Dejar marchar a Astraea podría salvar al mundo de la oscuridad, pero Nyte no es ningún héroe. Parece que no todos los monstruos son despiadados y no todos los ángeles están libres de pecado.

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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Para mis lectores, siempre.Creed en vosotros más que en nadiey a pesar de lo que digan los demás.

PARTE UNO

Nyte — Pasado

Él vio cómo la oscuridad que le cubría los dedos volvía a desvanecerse para dejar paso a un cálido bronceado. Sin embargo, lo que habitaba en su corazón no desaparecería con tanta facilidad. El Caballero de la Noche había vuelto a renacer como un monstruo que había permanecido oculto, orgulloso de la sangre que se extendía a su alrededor.

El olor a sangre vampírica siempre apestaba a podrido. Sobre todo la de los moradores de la noche. Nyte se sacó un pañuelo del bolsillo de la chaqueta y se limpió el rostro mientras avanzaba sobre los cuerpos. No sentía nada en su interior y casi no recordaba cómo había logrado desgarrar a la docena de ellos con la que se había cruzado en Alisus.

—A tu padre no le va a hacer gracia —le dijo por detrás un vampiro llamado Ripley.

Era un sin alma, un vampiro que se alimentaba de almas en vez de sangre. Hasta donde sabía Nyte, estos podían captar todo el alma de una persona de un simple vistazo y antaño estuvieron aliados con los celestiales para mantener la paz y librar a la tierra y a las estrellas de quienes habían cometido pecados indignos de la redención.

—A mi padre nunca le hace gracia nada —dijo Nyte. Sabía que tendría que enfrentarse a él, pero tampoco es que le importara mucho.

Se acercó al vagón repleto de faes capturados. Todos se acobardaron al verlo. Seguramente estarían pensando que, aunque les acabaran de salvar de un destino horrible, ahora les esperaba uno aún peor. Y no estarían muy equivocados si los planes respecto a ellos eran parecidos a la matanza que acababan de presenciar.

Nyte rompió el candado con facilidad y lo lanzó a un lado para poder abrir la puerta de metal.

Los fae no se movieron.

Ahora venía la peor parte, así que tuvo que ahogar todas sus emociones para poder enfrentarse a ella. No todos iban a sobrevivir. Para que la emboscada fuera creíble y la mayoría pudiera escapar, tenía que haber bajas en ambos bandos. Sin embargo, al echar un vistazo a las vidas aterrorizadas que tenía ante sí, comprendió que era una decisión que no podía tomar.

—No puedo salvaros a todos, así que vais a decidir quién escapa —dijo Nyte.

Con independencia de lo que hiciera o a quién salvara, siempre había una parte malvada en su trabajo. Tenía que sacrificar vidas sí o sí, y los que conseguían escapar no le servían como redención.

La salvación no existía para un servidor de la Muerte.

Los fae se miraron y se arremolinaron para protegerse unos a otros y, sobre todo, a los más jóvenes. Nyte se apartó del carruaje y comprobó cómo iban saliendo uno a uno. Cinco hombres, tres mujeres y cuatro jóvenes.

—Ahora tenéis que decidir quién de vosotros va a morir. Mejor aún, matadle vosotros mismos y podréis marcharos.

Nyte permaneció quieto y calmado. Se introdujo en cada una de sus mentes. Esperando.

Ya habían tomado una decisión antes incluso de actuar.

Nyte reaccionó a sus pensamientos y le rompió el cuello a un hombre que iba a abalanzarse sobre la mujer que tenía al lado para salvarse él. Después se giró y colocó la mano sobre el pecho de otro que estaba a punto de traicionar a su amigo. Por último, otro hombre sucumbió a la mano que tenía Nyte sobre su garganta, ya que había fijado como objetivo a uno de los jóvenes del grupo. Nyte lo empujó hacia un lado y ni siquiera miró cuando Ripley capturó al fae. Sus gritos silenciosos no duraron mucho mientras le devoraban el alma.

La sangre que tenía Nyte en la mano se convirtió en humo y desapareció mientras se giraba hacia el resto de faes.

—Dirigíos al sur y no miréis atrás —les dijo, sin rastro de emoción.

Les costó un momento decidir si Nyte iba a perseguirles o no mientras escapaban. Hacían bien en mostrarse recelosos, y esperaba que el miedo que les tenían a él y a cualquier otro vampiro que pudiera ir a por ellos los mantuviera a salvo.

Las mujeres comenzaron a movilizar a los más jóvenes, pero un hombre se giró hacia él. Tenía el cabello de color verde oscuro y unos cuernecitos que se curvaban sobre sí mismos.

—¿P… por qué nos ha ayudado? —le preguntó.

Nyte no sabía cómo afrontar la pregunta. No era la primera vez que se la hacían, y este grupo en concreto estaba tardando mucho en alejarse de él mientras podía.

No sabía qué responderle. Así que le dijo:

—Tu cabello podría deberse a materia estelar. Pero tus cuernos y orejas siempre te identificarán como fae. —El hombre se encogió ante la insinuación—. Si quieres tener la oportunidad de llevar una vida normal, o de seguir vivo y contraatacar…

—Entiendo —dijo el hombre—. Gracias.

Nyte no se sentía muy bien recibiendo ningún tipo de agradecimiento.

—Hay una humana que se llama Lucinda Havesten. Id a la posada Delven, en la frontera de Alisus. Ella os ayudará.

El hombre fae asintió.

—Nunca olvidaré que te debemos una.

El fae se marchó junto al grupo antes de que Nyte pudiera decirle que no necesitaba ningún favor por su parte.

—Señor —un nuevo vampiro le interrumpió. Un sin sombra joven que se llamaba Lionel.

—No deberías estar aquí…

—Han capturado a la doncella de las estrellas.

La mirada de Nyte se dirigió de inmediato al guardia, que se puso rígido.

—Si eso es cierto…

—Lo es. La han retenido en la torre de Astrinus.

Una risa cruel y fría se abrió paso en su interior, pero Nyte no la dejó escapar.

—No han capturado a la doncella de las estrellas —dijo Nyte con un tono burlón y calmado, aunque notó una especie de escalofrío en el pecho—. Ella los ha capturado a ellos.

Le estaba dando la espalda. Su largo cabello plateado, único en el mundo, le caía por la espalda y algunos de los mechones resplandecían con un brillo iridiscente gracias a la luz de la luna a la que estaba admirando.

Nyte ordenó a todos los guardias que se marcharan antes de entrar en la celda.

Ese momento era solo suyo. Ya era hora de enfrentarse a ella de una vez por todas. Quería disfrutarlo a conciencia.

Se mantuvo alejado, oculto por las sombras, y su falta de reacción le hizo preguntarse si seguiría disponiendo de sus habilidades e ingenio.

Hasta que comenzó a girarse.

Solo pudo captar un destello de color azul plateado antes de que una energía le golpeara con la fuerza de la muerte y la destrucción del mismo infierno.

Nyte se introdujo en su mente por instinto para eliminar su presencia. Las sombras no eran suficiente para ocultarse.

Esto era imposible.

Era totalmente imposible.

No era más que un engaño perverso, pero, aun así, no podía entender cómo seguía convencido de que eran el uno para el otro. De que ella era suya y lo vinculaba a sí, lo protegía y fortalecía.

No. Ella era suya y lo debilitaba, destruía y erradicaba.

Era astuta y absolutamente impresionante.

Le sobrevino la rabia ante su audaz intento de embrujarlo con un hechizo celestial. Escaneó la celda con sus ojos plateados y Nyte se relajó un poco, ya que sabía que ella no era inmune a su habilidad para doblegar mentes.

Astraea.

La hija del Amanecer y del Anochecer. La verdadera soberana de todo Solanis. La doncella de las estrellas.

Una criatura magnífica e indiscutiblemente poderosa.

La atracción que sentía por ella se convirtió en todo un desafío a la gravedad mientras él se mantenía firme.

Tenía que salir de allí, de modo que dio dos pasos antes de que la voz de Astraea consiguiera algo que nadie había logrado antes: silenciar a la bestia que habitaba en su mente.

—¿Por qué te escondes?

«Su voz».

Luchó contra la urgencia que sentía de expulsarla de su mente, a pesar de que sabía que quería volver a oírla.

—¿Por qué finges que te han capturado? —No pudo resistirse al impulso de responderle mentalmente.

Cuando ella lo escuchó, soltó un jadeo superficial. Él posó la mirada en aquellos labios rosados, que ahora tenía entreabiertos y… «joder, debería matarla y terminar con esto de una vez por todas».

Nyte no había ido armado, ya que matarla con sus propias manos sería mucho más gratificante. Sin embargo, parecía que el demonio que habitaba en su mente preferiría desgarrarse a sí mismo antes que acercarse a ella con mala intención.

Astraea tenía que morir. Y él se aseguraría de que así fuera.

Las pesadas cadenas tintinearon mientras ella examinaba sus ataduras.

—Parecen muy reales —dijo ella—. Aunque no puedo decir lo mismo de ti.

Quiso fundir el hierro que tenía alrededor de las muñecas y estrangular al guardia responsable de colocárselas.

Por las estrellas, quería…

—Debes de ser ese al que llaman Caballero de la Noche —dijo ella.

Aquel nombre no sonaba correcto. No en sus labios. Sin embargo, el ser malvado que había en él se asomó con regocijo para enfrentarse a su mayor enemiga.

Estrellita.

Tenía una marca. Su aroma a lavanda y miel atrajo a Nyte un poco más cerca para que pudiera inhalarlo por completo. Para intoxicarse. Dio otro paso. Ella era una droga, y él sentía demasiada curiosidad por probarla, ya que sabía que podía eliminar aquella aflicción como si fuera una plaga. «Solo transigiré un poco más».

—¿Por qué crees eso? —le respondió él.

Se había enfrentado a innumerables amenazas. Había presenciado derramamientos de sangre de todos los colores. Sin embargo, el peligro más letal siempre era el más hermoso. Y Astraea… era tan increíble, hermosa y tentadora que no era justo compararla con ninguna otra cosa en el mundo. Solo con su propia sombra.

Era la estrella más brillante.

—He oído hablar de tus habilidades mentales —dijo sin rodeos, sin parecer impresionada. No le tenía miedo. Su indiferencia le dolió.

Cuando alzó el rostro por completo, el impacto de su mirada clavándose en la de él hizo que su siguiente paso lo estrellara contra el muro de piedra.

Fue entonces cuando, en contra de su voluntad, le hizo una promesa: nadie le haría daño. Nadie la tocaría. Nadie excepto él.

Así que cuando descubrió que tenía una marca reciente en la mejilla que todavía enrojecía su piel pálida, Nyte casi perdió los papeles.

No iba a preguntárselo. No. Algo en el brillo de sus ojos le dijo que usaría sus propias palabras en su contra. El hecho de que se preocupara de cualquier rasguño que ella pudiera tener lo debilitaba, y eso podría volverse en su contra.

Pero lo que más lo desconcertaba era la facilidad con la que ella lograba encontrar su mirada cuando él estaba seguro de que su imagen seguía bloqueada en su mente.

—Me he enfrentado a muchos monstruos —tanteó ella acercándose más a los barrotes. Él se quedó fascinado—. No vas a asustarme si te muestras.

Por primera vez, no luchó contra la sonrisa que le tensó los labios. Su lado atrevido estaba comenzando a despertar cosas que llevaban mucho tiempo dormidas en su interior, y le entusiasmaba la posibilidad de comprobar cuánto aguantaría esa criatura hasta que lograra someterla por completo.

Nyte resistió el impulso de plantar cara a su osadía y eliminar todo espacio que se interpusiera entre ellos. Todavía podía oler el aroma de la sangre que emanaba de la herida y recobró el sentido cuando sus dientes afilados hicieron acto de presencia.

Decidió salir de su mente y dejarla tranquila.

Astraea parpadeó como si se hubiera percatado de ello. Como si lo hubiera sentido. Lo buscó a pesar de que ya sabía dónde estaba.

Él no se mantenía medio oculto en las sombras por cobardía, sino porque no estaba seguro de lo que era cierto y de lo que no era más que leyenda sobre la doncella de las estrellas. Tenía que ser precavido.

—No puedes estar escondiéndote aquí y allá —dijo ella.

—Estoy justo aquí —respondió él—. Siempre he estado justo aquí.

Nyte no supo descifrar su reacción cuando por fin distinguió su forma entre la oscuridad. Lo miró durante un buen rato y no soltó ni una sola palabra, y eso lo enervó. Le enfureció tanto que estuvo a punto de romperle el cuello para dejar de ser el centro de atención.

En cuanto tuvo ese pensamiento, se imaginó sosteniendo su cuerpo inerte y frágil, preguntándose si volvería a despertar o si quizá no sería como él. Inmortal. No tendría sentido que la hija de dos dioses no lo fuera.

Notaba un movimiento extraño en el pecho y no sabía muy bien qué pensar. Sentía su corazón acelerado, como la adrenalina que precede a la guerra, y después un sobresalto que se parecía más bien al arrepentimiento.

Nyte había dado un paso fuera de las sombras sin ni siquiera darse cuenta. La barbilla de Astraea se alzó un poco para mantener su mirada gélida clavada en la suya.

Fuego contra hielo. «Qué clase de destrucción podrían llegar a cometer». Aquel sentimiento zumbaba entre ellos como si fuera un desafío, a la espera de que uno de los dos anunciara el primer acto de guerra para que la batalla pudiera comenzar al fin.

—Astraea —dijo él, solo para descubrir cómo sonaba al pronunciarlo, y, joder, desencadenó algo posesivo en su interior que le instaba a reclamar inmediatamente sus derechos.

—Caballero de la Noche.

De nuevo no le gustó cómo sonaba ese nombre en sus labios. Sobre todo por la forma en que lo pronunció, como juguetona. Era un nombre que conseguía poner de rodillas a los seres más malvados, pero ella lo pronunciaba como si le divirtiera provocar a una bestia peligrosa.

—Solo Nyte —la corrigió.

Quiso retractarse en cuanto esa palabra escapó de sus labios. Era mejor que siguiera usando el nombre que llevaba el monstruo que habitaba en su interior y que estaba deseando devorarla. El Caballero de la Noche quería que ella siguiera insistiendo hasta que Nyte no tuviera más opción que rendirse por completo y entonces ya no habría esperanza alguna para ella.

—No eres como me esperaba —observó ella.

El lento recorrido de sus ojos sobre él le dolió como si le clavaran miles de cuchillos. Todos sus gestos eran atentos y… decididos. Nyte tenía que averiguar qué tramaba, y cuando sus ojos volvieron a encontrarse, fue como si hubiera comenzado la carrera.

No la habían capturado. Por supuesto que no. Nyte ya lo había intentado, él mismo y, si alguien hubiera podido conseguir lo que a él se le había resistido, no le habría importado proporcionarle una espada para brindarle el placer, si era su deseo, de decapitarlo. Había algún idiota por ahí, quizá varios, que estaría ahora mismo alardeando de haber logrado capturar a la doncella de las estrellas. Y Nyte no veía el momento de salir de allí a buscarlo.

—¿Te importaría decirme qué era exactamente lo que esperabas de mí? —le preguntó.

Se le curvó la boca como si las historias que había oído le hicieran gracia.

—Que eras más mayor —comenzó ella. Lo volvió a recorrer con aquellos ojos plateados y, por las estrellas, no pudo evitar sentir cierta inquietud—. Mucho más mayor. Con barba y quizá un cetro.

—¿Un cetro?

Ella se encogió de hombros.

—Nadie sabe cómo funciona tu magia. Así que supuse que podrías manipular las mentes por medio de algún artefacto extraño.

Nyte no pudo evitar sonreír por la sorpresa. Un sentimiento muy extraño que no sabía cómo reprimir.

—¿Como tu llave?

Astraea apartó la mirada. Todo el mundo temía el arma legendaria de la doncella de las estrellas y él estaba deseando verla con sus propios ojos.

—Sirve para muchas cosas, pero no puede manipular mentes.

—Si está en el vacío, sabes que puedo encontrarla.

—Por eso mismo no está ahí. ¿Crees que no soy consciente de tus capacidades, Nyte? —Volvió a acercarse a los barrotes, pasó las manos pálidas alrededor de estos y apoyó la frente contra el frío metal—. Sé cuántas veces me has buscado. Y también sé que ese ha sido el mayor objetivo de tu padre.

—¿Me has estado observando?

—Por supuesto.

—Yo también sé muchas cosas sobre ti, Astraea. —A ella le gustaba escuchar cómo pronunciaba su nombre. Nyte lo sabía por la forma en que Astraea abría un poco más sus ojos cada vez que lo hacía—. ¿Saben tus guardianes que estás aquí?

Su expresión se apagó y esa fue la única respuesta que necesitaba.

La doncella de las estrellas había sido educada por seis guardianes mortales elegidos sabiamente por el Dios del Anochecer y la Diosa del Amanecer para criar a la verdadera líder que daría paso a la Edad Dorada. Se trataba de tres parejas unidas por un vínculo y que constituían una mezcla de todas las especies como muestra de paz y voluntad de infundírsela a ella. Una vez que Astraea alcanzó la madurez, los guardianes abandonaron sus formas mortales milenarias para poder descansar al fin y dejaron que sus espíritus, conocidos como la Serpiente, la Pantera y el Cuervo, siguieran guiándola.

—Siempre me han dicho que la mejor forma de librarme de ti es no dirigirte nunca la palabra.

—Eso me ha dolido.

—Lo dudo.

—Entonces, ¿para qué has venido?

Astraea parecía pensativa. Como si estuviera decidiendo si sus guardianes tenían razón o si quizá debería confiar en su propia intuición.

—¿Qué sabes de los terremotos?

No esperaba que esa fuera la razón por la que había arriesgado su vida al venir allí.

—¿Y por qué debería darte esa información? —Nyte decidió que quería divertirse un poco. Eso era lo más divertido que había hecho en décadas.

—Porque también te afecta a ti.

—Ah, ¿sí?

Ella entrecerró los ojos, como si estuviera tratando de interpretar su expresión. Era adorable ver cómo lo intentaba.

—Las estrellas se están muriendo —dijo ella con cierto atisbo de horror—. Si este mundo se sume en la oscuridad, el desequilibrio sería catastrófico.

—A mí me gusta mucho la oscuridad.

—Eso parece.

—¿Me estás pidiendo ayuda? —Una sonrisa apareció en sus labios.

—Puede que pienses que la alteración de la magia solar solo afecta a los celestiales y a los humanos, pero te equivocas. Los vampiros se volverían incontrolables. Los moradores de la noche camparían a sus anchas y lo arrasarían todo, y este mundo no está preparado para eso. Tu padre no está preparado para hacerse cargo de algo que pronto le superaría como una plaga sanguinaria.

—Si no me equivoco, uno de tus guardianes era un morador de la noche.

Ella apretó los labios y sopesó cuánto estaba dispuesta a compartir con él.

—A él no le habría gustado ser libre durante el día. Es la única forma de conseguir que la mayoría de esa especie mantenga el control. Además, los celestiales comenzarían a perder su poder poco a poco. Y si acaso piensas que esa es razón suficiente para ignorar por completo los terremotos, déjame decirte que no llegas a entender lo que eso significaría realmente. Las almas no ascenderían a las estrellas, de modo que los sin alma se volverían insaciables a la par que codiciosos. La materia estelar ya no sería una sustancia con la que se pudiera comerciar. Sin el sol, nada crecería. Los humanos también morirían. Sin ellos, los fae serían el siguiente objetivo de los vampiros. Así que sí, se instauraría el reinado de los vampiros, pero sería un mundo solo habitado por monstruos. No habría nadie que los gobernara, no habría orden. Solo caos y sangre. Si tu padre quiere derrocarme para gobernar esta nación, primero hay que detener lo que está desestabilizando el equilibrio, sea lo que sea.

Nyte se quedó pensativo un instante. Había venido a proponerle una alianza. Aquella idea era tan fascinante como ridícula. Pero no revelaría sus intenciones con tanta facilidad. No le iba a decir que sabía que tenía razón y que a él también le preocupaba aquel desbarajuste que no paraba de empeorar. Los terremotos llevaban sucediendo desde hacía un siglo. Nyte no recordaba cómo era el mundo antes de que comenzaran a producirse. Pero se habían vuelto más frecuentes en las últimas décadas, y para que la doncella de las estrellas hubiera acudido a él, el efecto sobre los celestiales tendría que ser inminente y nefasto.

—¿Por qué no hablas con mi padre?

—Porque llevo un tiempo observándote —le recordó ella—. Y creo que ambos sabemos quién tiene realmente el poder de cambiar las cosas.

Nyte jamás admitiría el alivio inesperado que le producía saber que ella no le había contado nada de eso a su padre. Él jamás la entendería. Su decisión sería hacer caso omiso de cualquier advertencia y utilizar la información para obtener cierta ventaja sobre ella sin importar las consecuencias. Como enemigo de Astraea, Nyte no podía negar que era la acción más inteligente si se ejecutaba de la forma correcta.

Sin embargo, ¿cómo podía no ver la traición que suponía acudir a él?

Podría descubrir qué era lo que estaba causando los terremotos, matar a la doncella de las estrellas y proclamarse el nuevo rey de los celestiales. Entonces él mismo podría detener lo que estuviera causando aquella disrupción.

—Tienes frío. —Cambió de tema. Decidió que necesitaba tiempo para saber en qué se estaba metiendo exactamente.

La observación de Nyte hizo que se le escapara un escalofrío, como si lo hubiera estado reteniendo todo el tiempo. Para no mostrar debilidad.

—Diles a tus guardias que necesitarán retenerme aquí más de un par de noches gélidas para conseguir matarme —dijo ella cruzando la celda.

Las mangas del vestido morado oscuro que llevaba eran transparentes y mostraban sus increíbles tatuajes plateados y metálicos. La constelación que tenía en el pecho era la de la doncella de las estrellas. Era exquisita. Pero como el invierno todavía no había terminado, su atuendo no resultaba demasiado adecuado.

—Te han confiscado cosas —dijo él, sorprendido por la oscuridad que dejaba entrever en su tono.

No podía evitarlo. Solo imaginar unas manos tocándola despertaba sus ansias de arrancárselas del cuerpo a aquellos que hubieran considerado apropiado hacerlo sin su consentimiento.

—Hubo un hombre en particular con una cicatriz en el labio que me cacheó de modo muy concienzudo —dijo ella. Sin inmutarse por la agresión a la que había sido sometida—. Asegúrate de que no le hacen nada a mi daga, ¿vale? Le tengo mucho cariño.

Nyte se dio cuenta de que no llevaba ninguna vaina a la vista para portar armas, así que terminó con la vista clavada en su muslo, donde vio el destello del cuero negro cuando ella dio un paso y se le abrió el vestido. Una ira fría y asesina se abrió paso dentro de él con tanta rapidez que no le dio tiempo a reprimirla.

—¿Se supone que deberían darme miedo? —La voz de Astraea interrumpió el hilo de sus deplorables pensamientos.

Nyte siguió el curso de su mirada y vio las sombras que se habían adentrado en la celda. Cuando la rodearon, fue consciente de las pesadillas que podían llegar a infligir cuando se fijaban un objetivo. La lealtad que mantenía con ellas era un acuerdo sellado en las profundidades más siniestras del infierno. Los latidos en el pecho de Nyte se aceleraron, preparándole para intervenir en cualquier momento, pero las sombras no estaban interesadas en atacar. Solo reaccionaban a la curiosidad que sentía por ella. Astraea reunió valor para extender la mano y tocar aquella oscuridad animada y él se preguntó si ese acto no había sido sumamente insensato por su parte.

Nyte apretó el puño y las emociones que irradiaron de él lograron que las sombras se dispersaran y desaparecieran de la nada como si fueran humo.

—Vuelve a buscarme si hablas en serio —le dijo, y se marchó sin pronunciar ninguna palabra más.

Caminó por los pasillos oscuros de la fortaleza que habían tomado hace años en Astrinus sin saber muy bien hacia dónde dirigirse, tan solo luchando contra el impulso de darse la vuelta.

—¿Tenemos a la escurridiza doncella de las estrellas?

Drystan se acercó y no le pilló por sorpresa porque apenas podía contener su impaciencia. El hermanastro menor de Nyte había empezado a unirse a los interminables planes y estrategias de su padre en una guerra que a menudo no era más que una paranoia contra los celestiales. Derrotarlos no iba a ser tarea fácil, y, aunque Nyte se entretenía con sus órdenes, nada que no fuera la muerte de la doncella le otorgaría lo que estaba buscando.

—Se habrá ido antes del amanecer —dijo Nyte con rigidez.

Casi pudo sentir el ceño fruncido de Drystan.

—Está en una celda encadenada con acero y nebulora.

Nyte se había percatado de las quemaduras alrededor de las muñecas de Astraea provocadas por la planta cósmica que dañaba a los de su especie. A pesar de todo, nada de eso iba a ser suficiente para retenerla.

—Sabrá cómo escapar.

—Padre ha triplicado la guardia alrededor de la fortaleza.

Dejó de caminar y se giró hacia Drystan cuando se aseguró de que nadie los iba a oír.

—Nunca subestimes a tus enemigos mientras tengan recursos para derrotarte. A Astraea le sobra con respirar.

Drystan curvó una ceja como si esperara que fuera una broma.

—Nunca antes le has reconocido tanto mérito a un enemigo —dijo Drystan mientras se cruzaba de brazos.

Su desconfianza puso de los nervios a Nyte, pero su hermano menor todavía tenía mucho que aprender sobre cómo catalogar a sus enemigos.

—Nunca antes había conocido a alguien que pudiera vencerme. Pero no te preocupes por mí, hermano. Eso sí, te advierto de que será mejor que no estés cerca de padre cuando descubra que la doncella de las estrellas ha escapado.

Astraea — Presente

Me sostuve una daga contra el corazón porque sabía que él vendría. Ese trato, nuestro vínculo, pensaba invocarlo cada vez que mi vida corriera peligro.

—Hay formas más tentadoras de llamar mi atención, Estrellita.

Quise evitar que su voz aterciopelada me estremeciera la piel. Deseé que la rabia convirtiera esa sensación en disgusto.

—Si lo que has dicho es cierto, esto no debería matarme —lo reté.

Quizá me estaba volviendo loca, pero el hecho de que me tuviera retenida en una celda de piedra y hierro, incluso aunque solo llevara allí un día, no había hecho más que aumentar mi resentimiento.

—No. Pero te dolerá. Mucho. —Curvó la mano alrededor de uno de los barrotes mientras veía cómo le bailaban los ojos dorados. El muy bastardo estaba disfrutando con esto—. Y solo hay un lugar en el que me gustaría escuchar tus gritos… En un lugar donde sepa que puedo poseerlos.

Bajé la mano con la que sostenía la daga roca de la tormenta y lo fulminé con la mirada.

—Tú no posees nada de mí —siseé.

Hice que la daga se desvaneciera en el vacío estelar. Comencé a moverme y traté de concentrarme; tenía que concentrarme. Aunque ya me había acostumbrado a recuperar ese único objeto, todavía no sabía cómo moverme a través del vacío como lo hacía Nyte.

Flexioné los puños mientras caminaba y me los imaginaba alrededor de su cuello en un intento de comprobar si eso me espoleaba para lograrlo.

—Astraea. —Su voz sonó más grave y clavé los ojos en él, pues odiaba escuchar aquel tono de súplica—. Solo un día más.

Solté una risa amarga.

—Espero que haya valido la pena —le dije. Apreté los dientes para aliviar el dolor que sentía en el corazón—. Que te hayas ganado su lealtad a mi costa.

—Eso no es así.

—Entonces, ¿qué cojones es?

Me escocían los ojos, pero no soltaría ni una sola lágrima por él.

—Protección.

—Control —lo corregí con frialdad, calmada—. Eso es lo que les has dicho. Me has obligado a encontrar la llave para mostrarles el poder que ejerces sobre mí. Deberías matarme con ella porque, en el momento en el que me liberes, pienso encontrar la forma de matarte yo a ti.

Había recogido la llave y bloqueado de alguna forma mi capacidad de recuperarla. Quizá debería estar agradecida porque ese cautiverio me había vuelto inestable y no estaba segura de lo que era capaz de hacer con el poder que nadie me había enseñado que tenía.

—Eres completamente increíble.

Mi resentimiento solo aumentó.

—Te he invocado porque quiero que me hables del vínculo. El que mencionó Drystan —le dije, y disfruté cuando se le borró la sonrisa de la cara.

—Tenías muchas cosas que procesar en ese momento, y Drystan no tenía ningún derecho a soltarte eso de repente —espetó Nyte.

—Pues me alegro de que lo hiciera —tanteé—. Quizá mi otro vínculo sea alguien más interesante que tú.

Una sombra me rozó antes de que lo hiciera su piel. Sus dedos ascendieron por mi brazo imitando a la oscuridad con una caricia parecida a la de una pluma.

—¿Por qué no te has puesto las cosas que te he traído?

—No quiero «cosas», lo que quiero es salir de aquí.

No miré el atuendo que había sobre la cama. Era tentador y muy bonito. Parecía un vestido, pero también había unos pantalones de cuero y unas botas altas. Me había empeñado en no aceptar nada de él.

—No es seguro.

—Nunca será seguro. Tienes una corte de vampiros planeando sobre nosotros que me quieren ver muerta.

—Te equivocas. Quieren que vivas ahora que han entendido que, mientras yo también lo haga, los celestiales seguirán siendo débiles.

El recuerdo de que nuestra existencia estaba condenada me hacía daño cada vez que lo pensaba.

—Entonces sí que los tienes controlados.

—Más o menos, sí. Podrían ser tus mayores aliados.

—Me obligarías a que lo fueran.

—Podría, sí.

A Nyte le encantaba ese jueguecito. Yo solo quería que ardiera.

Me alzó la barbilla poco a poco y yo mantuve una mirada gélida.

—Quiero que me pertenezcas —murmuró Nyte.

El siguiente latido de mi corazón me traicionó y casi se me escapa.

—Posesión —constaté.

—Alianza —me corrigió.

—Solo lo deseas tú.

—¿Estás segura?

—Tengo otro vínculo —le repetí para distraerle. Esa palabra que había dicho Drystan era clave y se había convertido en un bucle tormentoso.

—Supongo que a estas alturas ya entenderás por qué podías seguirme con tanta facilidad a pesar de que nunca estuve del todo ahí. Cuando estabas congelada en aquel lago de Alisus, me anhelabas. Durante las pruebas, me invocabas. Tu alma… Ojalá pudiera admitir que odio tener que decirte esto, pero en el fondo no es así. Yo soy tu único vínculo, Estrellita.

Suponía que una parte de mí siempre lo había sabido, de modo que la confirmación no me sorprendió. Al contrario, se me contrajo el estómago. Una reacción que desearía no haber tenido cuando no paraba de repetirme mentalmente aquellas palabras una y otra vez.

—Es imposible. Nuestra mera coexistencia está provocando el colapso de las estrellas.

Acercó sus labios para procurar calor a los míos.

—Traté de no ser egoísta por un instante y de ayudarte a que cruzaras el velo en vez de dejar que fueras a Vesitire y al Libertatem, pero, en cuanto te vi justo delante de mí, supe que jamás te iba a dejar escapar.

Nuestros alientos se entremezclaron y me debatí entre las ansias de besarlo y apuñalarlo.

—Tampoco es que lo intentaras mucho.

—Te aseguro que empujarte a los brazos de otro me rompió por completo.

Inclinó los labios hacia los míos y supe que era una idiota por dejar que mi ira se derritiera ante su calor, aunque solo fuera durante un instante. Presionó el cuerpo contra el mío, no contra la pared, sino con un brazo alrededor de mi espalda. Parecía estar deseando sentir cómo me curvaba hacia él casi sin esfuerzo.

Interrumpí el beso repentinamente al recordar lo irritada que estaba con él. Le empujé el pecho para ganar algo de espacio.

—¿Cómo puedo tener dos vínculos?

—Un truco del destino. Un vacío legal, si prefieres llamarlo así —me dijo—. Todo el mundo tiene un vínculo. Del mismo sexo o del contrario. Yo no pertenezco a este reino. No deberíamos habernos conocido, y es muy cruel que dos almas de dos mundos distintos se hayan encontrado para formar la colisión perfecta. Y, por si fuera poco, tú tienes dos de esos vínculos.

Por las estrellas. Nuestro caso era de lo más extraño. Magnífico a la par que trágico.

—¿Y qué significa eso exactamente? —susurré—. ¿Ser mi vínculo?

Apareció una luz en mi interior que traté de apagar de inmediato.

—Nada, a no ser que desees lo contrario.

Aquellas palabras me inquietaron. Traté de descubrir si así era como sentía él esta «cosa» que compartíamos. Un vínculo que podía unirnos el uno al otro.

—Los vínculos no entienden de sentimientos. Me dijiste que la atracción romántica no era necesaria.

—Lo entendiste mal —me explicó con cuidado—. Nunca dije que los vínculos no entendieran de sentimientos. Se trata de un pacto para toda la vida. Se jura proteger y fortalecer al otro. Juras vincular tu alma con la otra.

—¿Y qué ocurre si uno de los dos muere?

Noté cómo se me revolvía el estómago cuando percibí el tacto frío de sus sombras expandiéndose a nuestro alrededor.

—Si una pareja tiene un vínculo, a uno de los corazones le costaría seguir latiendo sin el otro.

La forma en la que lo dijo respondió a una pregunta sobre nosotros que no estaba preparada para escuchar en voz alta todavía.

—Has sabido todo este tiempo…

—Por supuesto.

—Todo lo que sientes por mí…

—No tiene nada que ver con esto. Hubo una vez en la que quise matarte. Fuiste mi enemiga en todos los sentidos en que es posible serlo. Yo era el hijo de mi padre, no sabía ser otra cosa, y tú eras un obstáculo que interfería en sus planes. Quería ser el gobernador de Solanis.

—No seguiste las órdenes de tu padre…

—No.

—¿Por qué?

—Me hiciste creer que los monstruos no nacían, sino que se hacían. Nunca fui su hijo, sino un soldado implacable. Incluso cuando ya no estabas, no lograba entender por qué te habías preocupado por mí. Te acercaste a un villano del que todo el mundo huía siendo la doncella de las estrellas, pero, con el tiempo, me permitiste conocer a Astraea. A ti, sin título alguno. Fue entonces cuando comprendí que había una luz que no solo podía tolerar, sino también anhelar.

Jamás negaría que Nyte era capaz de cometer actos atroces, pero no era ningún monstruo. Aunque también me preguntaba si no serían mis propios sentimientos los que me estarían traicionando al hacerme creer eso. Podía notar que se preocupaba por mí, muchísimo. Vino a buscarme, se quedó a mi lado y me guio en todo momento. Pero ¿cómo podía estar segura de que no había hecho todo aquello para lograr algo que yo todavía no había descubierto?

—Si yo vivo, los celestiales seguirán siendo débiles… —murmuré. Me acerqué a la pared y apoyé una mano sobre la piedra porque necesitaba sentir algo sólido, ya que mi mundo era tan frágil como el cristal—. ¿Cómo puedo estar segura de que no me estás reteniendo aquí para debilitarme a mí también?

—No me hizo ninguna gracia tener que menospreciarte en la azotea —me dijo con un tono oscuro. Tensé la espalda al notar su presencia por detrás. Me recorrió un escalofrío cuando me vi envuelta en sombras y unas manos me giraron por la cintura hasta que su cuerpo real me arrinconó contra la pared—. Ejerces demasiado poder sobre mí. Dime que lo sabes.

No podía ser cierto. ¿Cómo iba alguien tan influyente y dominante como Nyte a estar bajo mi control?

—Libérame del trato —le dije.

Apretó la mandíbula.

—Es para evitar que cometas estupideces.

—¿Como salvarte la vida, por ejemplo?

Trató de forzarme a través de nuestro pacto de sangre cuando estuvo en peligro y el dolor que sentí al desafiarlo fue inconmensurable.

—Exacto. Ya que podrías haber muerto de miles de formas distintas.

—Me arrepiento de aquella decisión.

—Pero ¿a que nos lo estamos pasando genial?

—Te odio.

—Ajá. —Parecía que Nyte no estaba dispuesto a concederme algo de espacio. El poco aire que corría entre nosotros se volvió intermitente—. Intenta volver a decir eso y verás lo que ocurre.

El desafío en su tono era tentador. Un idioma adormecido que ahora parecía despertar entre nosotros.

—Te…

Hice una pausa para mantener el suspense. Y una chispa dorada centelleó en sus iris.

—¿Sí? —me instó.

Un reto. No debería provocarlo, pero, joder, lo deseaba.

—Te odio.

Jadeé al notar el empujón repentino y familiar del vacío. El aire me rodeó y no tuve más remedio que rodearle el cuello a Nyte con los brazos, ya que lo único que podía ver eran las nubes a nuestro alrededor. Mi estado de incredulidad se vio eclipsado unos segundos por la belleza del paisaje iluminado por la luna y, por encima de nosotros, atesoré el mapa que formaron las estrellas.

—Una vez más —dijo Nyte.

Centré la vista de nuevo en él y me volvió a asaltar la sensación de irritación. Me tenía agarrada en una postura que le permitía soltarme con facilidad en cualquier momento. Batía sus alas grandes y del color de la medianoche sobre el cielo nocturno.

—También odio tus alas.

—¿Seguro? Vamos a comprobarlo.

Y entonces me soltó.

Se me encogió el estómago ante la caída en picado, y no tenía duda de que Nyte debía de estar divirtiéndose al ver cómo me agitaba.

Era un bastardo retorcido y exasperante.

Se lanzó a por mí. Casi no podía distinguir su figura oscura porque tenía la visión borrosa por el viento y el frío hacía que me escocieran los ojos.

—¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio! —grité mentalmente.

No estaba segura de que fuera eso exactamente lo que le hizo acelerar hasta que me alcanzó y me pasó una mano por la espalda para frenar nuestra caída poco a poco. Hasta que volví a sentir el peso de la gravedad.

Y después no sentí nada. Reinaba una quietud inquietante y confusa mientras la calidez aliviaba el frío que notaba por toda la cara. Tuve que parpadear unas cuantas veces para reorientarme. Habíamos sido devueltos desde el vacío y ahora estaba tumbada sobre una cama con Nyte y sus increíbles alas sobre mí. Su cuerpo estaba presionado contra el mío con delicadeza y me sentía demasiado mareada e impresionada como para reaccionar siquiera.

—Me encanta que me odies —me susurró con los labios sobre mi mandíbula—. ¿No te parece una sensación increíble? Es cuando te muestras más apasionada.

—Mi odio pronto encontrará algo afilado para clavártelo en el corazón.

—Buena chica, espero que recuerdes dónde debes apuntar esta vez.

Estaba posicionado entre mis piernas y no podía negar que me apetecía liberar mi odio de otras muchas formas ahora mismo.

—Libérame del trato —repetí.

—Astraea, te libero de nuestro pacto de sangre.

Separé los labios cuando sentí un tirón débil y, en ese momento, supe que había cumplido con su palabra. Me sentí tan aliviada de que no hubiera puesto más objeciones o de que simplemente me hubiera ignorado que me relajé sobre el colchón. Las alas de Nyte desaparecieron en una ola de brillo como si fueran polvo de estrellas. Se puso de lado junto a mí y fue entonces cuando me di cuenta de que nos encontrábamos en la habitación que me asignaron durante el Libertatem.

—¿Por qué no me hiciste encontrar la llave antes, cuando podrías habérmelo ordenado?

—Te estabas curando.

—Tu padre ha tenido en su poder el arma más mortífera y que además estuvo buscando durante siglos.

—Te estabas curando —repitió—. Si hubieras intentado invocarla en el estado en que te encontrabas, habrías muerto. Jamás haría peligrar tu seguridad, antes lo quemaría todo a mi paso.

Quería apartarlo de mi lado, pero, en cambio, la atadura que sentía hacia él se tensó mucho más de lo que me habría podido imaginar. Y cuando se marchara, el impacto de su ausencia sería mucho más doloroso. ¿Acaso no me acordaba de que estaba planeando abandonar el reino?

Abandonarme a mí.

—¿Qué hizo tu padre con la llave?

Nyte se apartó y se sentó al borde de la cama, dándome la espalda, mientras yo me apoyaba sobre los antebrazos.

—Consiguió entrar en el templo, pero no creo que le concedieran su deseo. Las puertas se abrieron, pero algo no fue bien.

—¿Tienes tú la llave?

—Está en el vacío estelar. La llave es un arma poderosa, pero es mucho más letal en tus manos. Ya tienes un poder sin precedentes sin ella, y sé que podrás recuperarla. La llave amplifica tus poderes. En manos de cualquier otra persona, puede ocasionar una catástrofe volátil susceptible de estallar en cualquier momento. Corrompe la mente de cualquiera que intente blandirla, porque fue creada solo para que tú la usases. Y, a cambio, te debilita como castigo por permitir que alguien más intente poseerla.

—Pero pude invocarla incluso cuando tu padre la robó.

—Esa vez sí. Pero es posible bloquearte esa capacidad, aunque mi padre no lo sabía.

—Pero tú sí. —Se me retorció el estómago al sentir la traición. Entonces me di cuenta de algo—. Ya lo habías hecho antes. En el pasado.

No lo negó.

—Quiero ayudarte. ¿Me crees?

Siempre terminaba cayendo en las trampas de Nyte por su falsa caballerosidad. Había una parte de mi corazón que quería creerlo.

Sacudí la cabeza.

—No me has dado muchos motivos para que te crea.

—Vincúlate conmigo.

Cada palabra sonó como un cuchillo. Abrí los ojos para comprobar si se trataba o no de una broma.

—Estás de coña.

—Eres la mitad de mi alma. E independientemente de que decidas vincularte conmigo o no, eso nunca cambiará. Les proporcionarás justo lo que ellos quieren. Los vampiros no se cansan nunca. Te aseguro que dejarán de verte como una amenaza si unimos nuestros poderes.

—Ya soy una amenaza —siseé—. Me convertiré en lo que más temen antes que darles la satisfacción de creer que tanto tú como ellos tienen poder sobre mí.

Nyte curvó los labios para tratar de reprimir su aprobación.

—A veces la clave del éxito es dejar creer a tu oponente que tiene ventaja sobre ti.

Nyte se puso en pie y me vi obligada a levantarme de la cama yo también. Éramos como dos polos opuestos. Estaba tan irritada que mis pies no se movieron ni un ápice, pero Nyte se dio por vencido una vez más. Llevaba cediendo más veces de las que él creía. Se acercó a mí y curvé las manos de forma inconsciente alrededor del poste de la cama para eliminar el espacio que nos separaba.

—Vincúlate conmigo —repitió en un murmullo bajo que me erizó la piel. Giré la cabeza hacia un lado y él me colocó unos mechones de pelo sobre el hombro para dejarme al descubierto el cuello—. El poder y la soledad corrompen. Juntos somos infinitos.

Se me entrecortó la respiración cuando apretó ligeramente su cuerpo contra el mío. Se me disparó el pulso al volver a pensar en sus dientes sobre mí.

—No puedes pedirme eso.

—¿Por qué no?

—Porque conoces mi pasado, pero yo no el tuyo.

—Todavía.

Nyte me presionó los labios sobre la garganta. Aquella seducción era una distracción para que no pudiera pensar con claridad, y traté de aferrarme a mi capacidad de raciocinio. Era adictivo de un modo atemporal e inagotable. Aferrada por él, me convertí en su presa y logró acallar la voz de la sensatez.

¿Hasta dónde podía fiarme de mí misma, de mi instinto? O quizá fuera eso lo que me había hecho perder en el pasado y debía tener cuidado de que la historia no se repitiera.

Así que, en ese momento, entre los brazos del que una vez fue mi enemigo y que quizá también lo fuera ahora, tenía que idear un plan. Un plan que quizá me desgarrara el alma. Aunque tal vez las heridas del corazón se convirtieran en la armadura de la mente.

El día anterior no había podido dejar de pensar en el velo. Me imaginé a los celestiales alados al otro lado.

A mi gente.

Aquel pensamiento me recorrió con la misma emoción que una vez fue terror al no saber si era digna de ser lo que creían que era. Lo que un día fui.

—Me vincularé contigo —le dije.

Su expresión cambió y sus preciosos ojos dorados me escanearon, sorprendido de que hubiera accedido, pero no le di más información. Parecía afectado por la insensibilidad de mi respuesta.

—Bien —me dijo, igual de frío.

Nyte se giró y se dirigió hacia la puerta.

—No más celdas —le dije.

Esta vez me acerqué a él. Él apretó la mandíbula.

—Si en algún momento terminas en una, tendrás los medios para salir de ella.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Sé lo que escondes.

Fuera lo que fuera, también se estaba escondiendo de mí.

—¿Y los vampiros?

—No te tocarán. Ya he ordenado a la mayoría que se marchen. Tan solo Tarran y unos pocos más andan por aquí, como parte de nuestro trato.

—¿Qué trato?

—Una vez que estemos vinculados, serás una de los nuestros. Serás una aliada, por supuesto, tu herencia celestial no se verá alterada en absoluto.

Tenía muchas más preguntas sobre qué era lo que cambiaría. Cómo me afectaría este lazo entre nosotros y si eso significaba que jamás podría escapar de él. Al menos no con vida.

—¿Cómo se supone que voy a descubrir qué significa mi herencia y qué puedo hacer si no puedo contactar con los celestiales en Althenia?

—Porque yo voy a entrenarte.

Eso me pilló por sorpresa.

—¿Para qué?

—Para que recuperes tus poderes. Para que les demuestres que sigues siendo poderosa. Te aseguro que este vínculo es una gran ventaja. Pero ellos no saben nada de mis planes de marcharme del reino. Esto es por ti. Para devolverte lo que te han quitado en contra de tu voluntad. Tu magia y tus alas. Vamos a hacer esto por ti, para que puedas terminar esta guerra cuando yo me haya ido. ¿Me crees?

Durante todo el tiempo que había permanecido en esa celda había estado practicando una invocación. Una maniobra.

Le coloqué la mano sobre el pecho y lo empujé contra la puerta pillándole completamente desprevenido. Con la otra mano invoqué el vacío y curvé los dedos sobre el mango frío y retorcido de mi daga roca de la tormenta.

Me tembló el corazón, pero no el pulso cuando le apunté con la daga curvada y morada bajo la barbilla.

—Si me vuelves a encerrar de nuevo, pienso clavarte esto en el corazón. Solo para ver cómo despiertas y volver a clavártela de nuevo.

Nyte sonrió, una mirada cálida que contrastaba con la mía gélida. Alzó la mano y, aunque apretó los dientes al sentir más presión de la daga, me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.

—Bienvenida de nuevo, Estrellita.

Nyte

Mantener el equilibrio sobre la barandilla de piedra del balcón de Astraea mientras ella dormía dentro sin tener ni idea de que me encontraba allí debería considerarse un acto totalmente inmoral. Pero creo que me equivoco. La verdad es que no me importa en absoluto.

Me protegí del aire frío del invierno con las alas, aunque tampoco tenía planeado quedarme mucho tiempo. Había venido para aliviar la necesidad que sentía de verla. A pesar de que habíamos estado juntos hacía unas horas.

No podía dormir. Sentía un gran tormento al creer que, si me quedaba dormido, despertaría de nuevo en aquella cueva miserable bajo la biblioteca. Los demonios que me nublaban el juicio me hicieron tener visiones al verla y escuchar susurros al sentirla. Había venido para acordarme de que ya no tenía que mirar al cielo porque mi estrella caída había vuelto.

Pensaba que verla dormir en paz y a salvo sería suficiente.

Pero no lo era.

Las sombras se arrastraron hacia el pestillo mientras yo descendía hacia el balcón, sin emitir sonido alguno. Abrí la puerta. No me preocupé por hacer desaparecer las alas mientras me introducía en la habitación. No me quedaría mucho tiempo y ella jamás sabría que había venido. Astraea seguía enfadada conmigo, y tenía todos los motivos del mundo para estarlo, aunque era un tanto sádico que me gustara verla en ese estado. Quería que su parte más oscura y peligrosa se despertara gracias a mí. Y que ambos nos enfrentáramos a nuestros enemigos.

Rodeé la cama. Parecía una diosa bajo la luz de la luna, que extraía el brillo de su pelo plateado. Joder, era exquisita.

Y mía.

Estaba obsesionado con ella. Era incapaz de dejarla marchar incluso aunque la muerte y el tiempo se habían aliado para tratar de separarnos. Pero no era suficiente. Nunca nada lo sería.

La parte más oscura y marchita de mi ser volvió a la vida en su presencia. Era algo terrorífico, aunque hermoso, un recuerdo diario de lo que estaba en juego. No podía volver a perderla. No lo haría. Mi búsqueda de la persona que me la había arrebatado hacía tres siglos comenzó en el momento en que la luz desapareció de sus ojos azul plateado.

Se me encogió el corazón por el dolor, así que tuve que bloquear el pasado. Estaba ahí. Justo ahí. El impulso ganó ante la necesidad de sentirla.

Astraea dormía de lado con las manos bajo la mejilla. Le rocé con los dedos el pelo de la sien y sentí, maravillado, que ese simple movimiento conseguía aliviar siglos de tormento, aunque solo fuera durante un segundo.

Batió los párpados y exhaló una respiración profunda. Abrió los labios, medio dormida, y dijo:

—¿Nyte?

Joder, quise caer de rodillas al oír ese murmullo inconsciente que me llamaba.

—Estrellita —susurré.

El color azul de sus ojos se hizo más notable entre las sombras. Miró hacia arriba, por encima de mis hombros, antes de seguir la curva del ala.

—Son… hermosas —me dijo. No estaba del todo consciente.

No pude evitarlo. Me agaché y la besé. Noté cómo soltaba un suspiro suave que me apaciguó al instante, aunque no pude evitar sentir la necesidad de tumbarme a su lado.

—Duerme, cariño.

Astraea intentó negar con la cabeza, pero ya me había introducido en su mente para volver a adormecerla y vi cómo volvía a cerrar los ojos. No recordaría que esto había sucedido cuando despertara. Creería que había sido un sueño.

Tuve que reunir todas mis fuerzas para levantarme y alejarme de ella cuando en realidad no tenía más deseo que aferrarme a lo único que me hacía seguir con vida. Astraea no les tenía miedo a los monstruos, y cuando el peor de todos se había fijado en ella, habría logrado dominarlo a su voluntad sin ni siquiera ser consciente de ello.

Tan solo había una cosa que lograría librarla de mí.

Ella misma.

Iba a encontrar a su asesino e iba a hacerle pagar por cada año que nos había mantenido separados, de manera que cada día le pareciera un mes, y cada año, un siglo. No recordaría una existencia sin dolor.

Porque, por su culpa, la tortura y el horror solo tenían un significado para mí: vivir sin ella.

Me agaché a su lado.

—Te voy a contar otra verdad, Astraea. No soy capaz… de dejarte marchar. Me ofreciste la oportunidad de caminar a mi lado a través de los mundos y no he podido evitar reprimir los pensamientos más egoístas. Sé que no soy mejor que mis padres porque quiero que nuestro tiempo en este mundo se agote para que podamos encaminarnos juntos al siguiente y condenarlo de la misma forma que ha sucedido con este. No me importa la destrucción que causemos a nuestro paso, y no sé en qué me convierte eso. No sé si te horrorizarías si supieras lo que estoy dispuesto a hacer para mantenerte a mi lado. —No pude evitarlo de nuevo, así que me agaché y posé mis labios sobre su frente para poder respirar el único aroma que lograba traer algo de paz a la oscuridad más incesante—. Hay muchos tesoros en muchos lugares, y tú eres el mío.

Astraea

Noté un tirón que me sacó de un apacible descanso y el roce de algo familiar apaciguó la sensación de alarma inicial. Me senté y me froté los ojos para tratar de eliminar el sueño pesado que me atenazaba y después entrecerré los ojos hacia la oscuridad como si supiera que me iba a encontrar con alguien. Lo único que vi fueron las siluetas de los muebles que componían la habitación iluminada por la luz de la luna.

Aun así, no podía evitar sentir que no estaba completamente sola.

Salí de la cama y me puse una bata de algodón mientras sentía una atracción inexplicable hacia el balcón. Noté el pellizco del suelo helado bajo los pies descalzos, pero abrí las puertas de todas formas. Me fijé en la distancia hacia la barandilla. Conforme salí, se me tensó todo el cuerpo, pero no me importó la temperatura en cuanto miré hacia el tejado de la biblioteca ovalada y busqué una figura en medio de la oscuridad.

Un ángel me estaba observando.

Sus alas plateadas no podían ocultarse ni en la noche más oscura, pero era cauteloso, pues se mantuvo cerca de una pieza alta de la estructura, y, mientras no se moviera, nadie sospecharía que allí había un celestial.

El pecho me latió con rapidez, maravillado.

Coloqué las manos sobre la barandilla de piedra y traté de no pestañear, como si fuera a desaparecer en cualquier momento.

Quería que se acercara más. Si estuviera vestida, quizá me habría aventurado hacia allí con la esperanza de que se revelara.

Escuché unas voces al otro lado de la puerta de la habitación y aparté la vista un segundo de la silueta. Las voces pronto se perdieron por el pasillo. Cuando volví a mirar, el ángel había desaparecido.

La tensión que notaba se esfumó al instante y sentí una pizca de decepción. El frío me hizo temblar, así que me abracé para entrar en calor. Sin la ayuda de la adrenalina, el viento me envolvió con fuerza y me entraron escalofríos mientras comenzaba a tiritar. Me apresuré a volver dentro, pero, en cuanto crucé la puerta del balcón, jadeé y se me formó un nudo en la garganta del miedo, que me dejó completamente paralizada.

El reflejo de una figura encapuchada y agazapada junto a unas alas plateadas enormes era tan espectacular como sobrecogedor. Se me aceleró el pulso, pero traté de bloquear cualquier cosa que pudiera atraer a Nyte, ya que llegaría en cualquier momento para ahuyentarlo si percibiera un cambio repentino en mis emociones.

—¿Quién eres? —susurré al notar la garganta seca.

Estaba demasiado asustada para darme la vuelta. Noté el zumbido de mi magia y, a pesar de que todavía no sabía cómo usarla correctamente, estaba segura de que podría defenderme el tiempo suficiente para dar la voz de alarma.

—Eres tú de verdad —dijo él. Una voz baja y profunda que estuvo a punto de hacerme reaccionar. ¿Quizá me era familiar?

—Depende de quién creas que soy.

Cuadré los hombros antes de girarme por completo. La capucha ocultaba gran parte de su rostro, pero podía ver un lado de su mandíbula, que tenía el pelo corto y que quizá sus ojos eran de color marrón oscuro. Creía reconocer su atuendo: cuero con tonos morados y una espada larga envainada a un lado.

—Astraea. —La forma en que pronunció mi nombre despertó algo dormido en mi interior. Debería saber quién era ese hombre.

Se bajó con cuidado de la barandilla y se alzó en el balcón mientras se quitaba la capucha. Llevaba el pelo castaño por los hombros, medio atado hacia atrás, aunque algunos mechones le caían sobre el rostro. Era hermoso. Sin embargo, di un paso atrás cuando avanzó hacia mí, y no supe distinguir de dónde procedía aquel sentimiento de desconfianza.

Se detuvo y me estudió con cuidado como si supiera que un movimiento en falso me haría gritar.

—Llevo esperándote mucho tiempo. No me puedo creer que al fin estés delante de mí. Aunque… no me imaginé que nuestro primer encuentro terminaría siendo así.

Sus palabras resonaron en mi pecho y me apretaron el nudo del estómago. Apoyé una mano en el marco de la puerta para evitar marearme mientras procesaba quién era, pero ¿por qué estaba calculando al mismo tiempo cuánto tardaría en entrar en la habitación y dejarle fuera?

—Auster. —Finalmente lo reconocí.

Asintió una sola vez y el mundo dejó de parecerme firme. Ese hombre era mi otro vínculo.

—No deberías estar aquí —dije—. Si él te encuentra…

—No le tengo miedo. Y no pienso dejar que siga envenenándote la mente durante más tiempo.

—No lo ha hecho. —Me di cuenta de lo ingenua que debía de sonar.

Nyte era su mayor enemigo, y yo, la causa de que ambos estuvieran enfrentados.

—¿Por qué has venido? —le pregunté.

—Por ti, por supuesto. He estado buscándote por todas partes. Desde que volviste hace cinco años.

—Pero ¿por qué esta noche? No puedo huir contigo.

—¿Por qué no?

Auster dio un paso y yo volví a tensarme. Pareció darse cuenta y casi me sentí culpable al ver la decepción en sus ojos. No pude evitar comparar ese momento con las sensaciones que experimenté la primera vez que vi a Nyte. Si me hubiera propuesto huir con él después del baile en la mansión Goldfell, ¿habría aceptado su oferta? No creo, pero no porque no lo hubiera deseado. Mi negativa se habría debido al miedo a las terribles consecuencias por parte de Goldfell. Sacudí la cabeza porque, aunque en ese momento sabía muchas más cosas sobre mí y sobre el mundo, seguía sintiendo cierto recelo hacia Auster a pesar de que la seguridad que me ofrecía parecía desinteresada. ¿O acaso me equivocaba?

—No he venido a pedirte que huyas conmigo esta noche —me dijo. Auster esbozó una sonrisa suave, aunque triste—. Tan solo quería verte, y tenía la esperanza de que tú también quisieras verme a mí.

Me relajé al darme cuenta de que no me iba a agarrar y salir volando, o seguir presionándome para persuadirme de que me fuera con él. Él tenía recuerdos de los dos que yo ya no atesoraba, pero traté de hacerle caso a mi instinto. Gracias a él averigüé que Nyte no suponía una amenaza antes de descubrir quién era realmente. Cuando escuché por primera vez hablar de Auster, no negaré que me tentó la idea de conocerlo en persona. Quizá hasta me aliviaba que hubiera venido de repente porque, de otra forma, tal vez habría rechazado cualquier otra invitación como una cobarde redomada.

—Escribiste a Nyte —le dije, recordando la irritación de este antes de que convirtiera la nota en humo—. ¿Qué fue lo que le dijiste?

Auster frunció un poco los ojos. Parecía que el sentimiento de odio hacia Nyte era más que mutuo.

—Suponía que no te lo diría —dijo con resentimiento—. Le pedí poder verte y me ignoró. Por eso he venido esta noche; espero que no se lo cuentes.

—¿Por qué no?

—Si mantuvo en secreto mi petición, estoy seguro de que encontrará la forma de impedir que puedas volver a verme.

—Han pasado muchas cosas esta última semana; estoy segura de que no quería agobiarme.

La mirada de Auster me hizo sonrojarme de vergüenza. Como si fuera muy ingenua y me hubieran manipulado para creer que Nyte solo tenía las mejores intenciones en mente. No dijo nada, pero sentí una punzada de dolor con su silencio porque ya no sabía si podía seguir fiándome de él o no.

Estaba demasiado exhausta y confundida.

—Astraea, ¿accederías a volver a verme? Hay muchas cosas que todavía tienes que aprender porque no sabíamos que regresarías sin tus recuerdos. Tienes que encontrar alguna forma de venir a verme sin que él lo sepa. Ya te perdí una vez por su culpa y no pienso dejar que te vuelva a hacer daño.