El deseo de Kate - Nina Harrington - E-Book
SONDERANGEBOT

El deseo de Kate E-Book

Nina Harrington

0,0
3,49 €
2,49 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 3,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Siempre amigas.2º de la saga. Saga completa 3 títulos. ¡Se tomó muy en serio su papel de dama de honor! A Kate Lovat la habían reclutado para convertirse en dama de honor de urgencia. Eso significaba embutirse en el vestido de la dama de honor original, pero no era tan grave. Iba a pasar el día con Heath Sheridan, su amor del instituto, convertido ahora en un editor de éxito. Estaba viviendo su fantasía adolescente, con limusinas, vestidos elegantes y acompañada de Heath. Pero las chispas que saltaban entre ellos eran todavía más fuertes de lo que había imaginado, y Kate se dio cuenta enseguida de que había que tener cuidado con lo que se deseaba… ¡porque a veces se conseguía mucho más de lo esperado!

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 204

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Nina Harrington

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

El deseo de Kate, n.º 110 - agosto 2014

Título original: Last-Minute Bridesmaid

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4597-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Prólogo

Las fiestas del instituto eran el peor castigo del mundo. De hecho, debería haber una ley que se las prohibiera a todas las chicas que no habían conseguido encontrar pareja. Especialmente el Día de San Valentín.

Atrapada entre los grupos de adolescentes que habían formado una piña compacta al otro lado de la pista de baile, Kate Lovat apretó con fuerza el vaso de refresco vacío con las dos manos y trató de abrirse camino hacia la barra dando codazos.

Habría sido mucho más fácil si fuera unos cuantos centímetros más alta.

Ni siquiera las sandalias de tacón alto que había comprado en las rebajas de enero conseguían alzarla a la altura de los hombros de la camarilla de niñas pijas que se había hecho fuerte en la barra.

Desde aquella codiciada posición podían cotillear y hacer comentarios malévolos sobre lo que llevaban o dejaban de llevar las demás chicas de la fiesta, con quién habían ido de pareja, y en general, actuando con superioridad desde sus minivestidos de marca que apenas cubrían sus recursos trabajados en el gimnasio.

Kate había visto muchas veces aquellos recursos en el colegio a lo largo de los últimos tres años, y todavía tenían la capacidad de hacer que se sintiera como una adolescente de otra especie. De las que odiaban el ejercicio y preferirían comerse sus propios pies antes que pavonearse por el vestuario en tanga y tacones fingiendo que buscaban un secador de pelo, como solía hacer Crystal Jar-dine.

Lástima que ella les estuviera proporcionando tanta diversión.

Hasta el momento, la noche había sido un desastre, y ni siquiera podía confiar en que sus amigas la sacaran de aquella situación. Kate alzó la barbilla y buscó entre la piña de chicas a su equipo de respaldo. Amber se reía y charlaba con Sam en una esquina, ajena a todo lo demás. Saskia estaba haciendo todo lo posible por entretener a una prima suya de Francia que había llegado el día anterior, y Petra coqueteaba con todos los chicos de la sala mientras su pareja estaba en la barra.

No. Por una vez, estaba sola.

–Qué vestido tan bonito, Kate –murmuró Crystal con desprecio pasando a su lado–. Ha sido muy inteligente por tu parte encontrar algo de segunda mano de talla pequeña. ¿Será esa la razón por la que eres la única chica de la clase que ha venido sin pareja en San Valentín? Qué lástima. Con todo lo que te has esforzado en arreglarte.

La camarilla de Crystal se rio con suficiencia. Saskia las había bautizado como «las cristalitas», porque eran frías y transparentes al mismo tiempo. Kate no pudo evitarlo. Se pasó la mano por el costado de su vestido nuevo sin tirantes de color púrpura oscuro. No tenía demasiado pecho ni caderas para ser una chica de diecisiete años y un mes, pero había hecho lo que había podido con la ayuda de un sujetador de su amiga Amber.

–Ah, ¿te gusta el vestido? –Kate alzó la vista con expresión inocente y trató de pensar en una respuesta natural–. Lo he diseñado yo misma, pero no tenía muy claro el color de los guantes de noche.

Crystal respondió con una carcajada despectiva.

–¿Guantes de noche para una fiesta del instituto? ¿En qué época crees que estamos? Es muy embarazoso para las demás. De hecho, te sugiero que te los quites ahora mismo –y dicho aquello, empezó a tirar del guante de Kate antes de que ella tuviera tiempo de zafarse.

Kate contuvo el aliento sin dar crédito, dispuesta a decirle a Crystal dónde podía meterse su sugerencia, pero antes de que tuviera oportunidad de replicar, ocurrieron cuatro cosas en rápida sucesión.

El vaso de plástico que tenía en la mano se le cayó y chocó contra el suelo. Crystal parpadeó, sacó pecho y dio el golpe de melena que reservaba para los chicos, las otras chicas del grupo abrieron la boca y Kate supo al instante, sin necesidad de darse la vuelta, que un hombre muy guapo y muy alto acababa de invadir su pequeño mundo.

Sus sentidos parecieron ponerse en sintonía con el ruido de la música disco que salía del escenario y de la charla que solo podían hacer cuarenta adolescentes y sus parejas. Era como si hubiera estado esperando toda la noche, o mejor dicho, toda su vida, para aspirar aquel aroma que representaba clase, elegancia y belleza.

Pero no estaba preparada para aquel brazo masculino que la agarró de la cintura y la levantó prácticamente del suelo.

–Estás aquí, Kate. Te he estado buscando por todas partes.

Kate se dio despacio la media vuelta en el círculo de sus brazos y se encontró cara a cara con el mismísimo Heath Sheridan.

El hermanastro de Amber. El capitán del equipo universitario de polo, heredero del imperio Sheridan de la comunicación, el niño mimado de la alta sociedad, querido por niños y animales.

Y, para ella, el hombre de veintiún años más guapo del mundo.

Heath le sonreía con aquella sonrisa plena que Kate le había visto utilizar con anterioridad, en las escasas ocasiones en las que venía a Londres desde la hacienda Sheridan de Boston.

Pero a ella no le había tocado nunca ser la destinataria de aquella sonrisa. A aquella distancia podía ver las chispas doradas de sus increíbles ojos marrones y la pequeña cicatriz de la barbilla, que, según contaba Amber, se había hecho al caerse de pequeño del trineo.

Kate entrelazó las manos justo a la altura de la nuca de Heath para añadir un poco más de espectáculo para la boquiabierta audiencia.

–Estás preciosa, cariño –dijo Heath con la mirada clavada en su rostro–. Y ese vestido te queda divino. Siento que el vuelo a Londres se haya retrasado. ¿Podrás perdonarme?

Tenía la voz ronca y sensual, lo que provocó que Kate se sintiera mareada y falta de oxígeno.

–Por supuesto que sí, Heath –respondió en un susurro.

Heath le besó entonces la coronilla.

–Lo siento, señoras –dijo apartando los ojos un instante de ella para mirar a Crystal una décima de segundo–, pero me voy a llevar a mi preciosa novia de aquí. Hemos estado demasiado tiempo separados, ¿no crees, cariño?

A Kate se le escapó una risotada poco femenina y consiguió encogerse de hombros mientras sus pies volvían a tocar el suelo.

Con una sonrisa radiante y abrazándola con fuerza de la cintura, Heath la besó esa vez en la frente delante del grupo de pijas, que habían pasado de mirar con asombro a lanzar cuchillos con la mirada.

Dos minutos más tarde, Kate se vio al lado de Heath frente a Sam y Amber.

–¿Qué tal lo he hecho, Kate? –le susurró Heath al oído–. ¿Crees que esas chicas han captado el mensaje? Voy a ir a buscarte algo de beber antes de acompañaros a casa –levantó la cabeza y le guiñó un ojo–. Me tomo mi papel de pareja de fiesta muy en serio, así que no te atrevas a irte. Enseguida vuelvo.

Kate esperó a que la mano de Heath se le deslizara lánguidamente por el brazo y le diera la espalda antes de agarrar a Amber por el brazo y señalar el cuarto de baño con la cabeza.

–Será solo un momento –le dijo distraídamente a Sam, que se limitó a sacudir la cabeza.

Estaba acostumbrado a que aquella pandilla de rebeldes se reuniera a la menor oportunidad. Al parecer, Petra había salido fuera con un chico, pero Saskia ni siquiera tuvo tiempo de preguntar qué estaba pasando antes de que Kate la metiera a toda prisa en el baño, lejos de los cubículos en los que varias chicas de la clase parecían estar llorando o sufriendo las ruidosas consecuencias del vino barato y los cócteles de vodka.

–¿A qué viene tanta prisa? ¿Se ha estado metiendo Crystal contigo otra vez? –preguntó Saskia–. Te he dicho muchas veces que lo que le pasa es que tiene celos.

Kate se puso entre sus dos mejores amigas y las abrazó antes de aspirar con fuerza el aire.

–Heath Sheridan acaba de rescatarme de las cristalitas y me ha llamado «cariño». Y ahora ha ido a buscarme algo de beber. ¡Ayúdame, Amber! ¿Qué hago? ¡Ni siquiera imaginé que se supiera mi nombre!

Amber se rio.

–Yo digo que adelante, que aceptes su ofrecimiento de llevarte. La casa de tu abuelo está a solo unas calles de aquí, y por lo que he visto, parece que Heath estará encantado de dejarte sana y salva en casa después de llevarme a mí.

–¿Sana y salva? Estamos hablando de tu hermanastro Heath. Ya sabes, el que sale con chicas guapas y ricas en la universidad. ¿Y qué me dices de esas revistas del corazón que no dejas de enseñarme? Siempre aparece del brazo de alguna dama sofisticada. Los chicos así no tienen tiempo para una futura estudiante de moda de diecisiete años.

Saskia le pasó el brazo por los hombros.

–Deja de menospreciarte. Eres preciosa y él lo sabe. Y no es ningún desconocido para ti. Has hablado con él antes y Amber lo adora.

Amber asintió.

–Así es. Mi madre no confiaría en nadie más para que me llevara a casa, ni siquiera en Sam. Adelante, Kate. No te va a decepcionar. Sé valiente.

¿Valiente? Eso estaba bien cuando estaba con sus amigas, pero era muy distinto verse sentada en el asiento del copiloto del deportivo de Heath una hora más tarde.

Estaba a solas con Heath Sheridan.

Escuchando su cálida voz mientras le hablaba de la conferencia a la que tenía pensado asistir al día siguiente. En la radio sonaba música pop, las farolas de la calle estaban encendidas. Hacía unos minutos habían dejado a Amber en su casa y acababan de detenerse en la acera frente a la tienda del abuelo de Kate. Ella le daba vueltas a la cabeza buscando algo inteligente que decir. Pero no se le ocurrió nada. Ya le costaba trabajo respirar, así que mucho más hablar.

Heath debía de pensar que era una completa idiota. Y eso resultaba humillante.

Él le abrió la puerta del coche. Si iba a decir algo, aquel era el momento.

–Gracias, Heath –dijo con la boca seca, y le tomó la mano mientras salía del coche con el mayor decoro posible–. Ha sido muy amable por tu parte traerme a casa.

Su respuesta fue rodearle la cintura con la mano, cerrar la puerta con la otra y subir con ella los cuatro escalones de la entrada de la tienda. Luego esperó a que Kate sacara la llave del bolso.

–Ha sido un placer, señorita –aseguró Heath tomándole la mano enguantada y llevándosela a los labios para besarle los nudillos.

Luego le soltó muy lentamente la mano y se dio media vuelta.

Iba a marcharse. Heath iba a marcharse.

Entonces fue cuando lo hizo. Kate Lovat, la estudiante que sacaba buenas notas pero tampoco era brillante, la diseñadora de modas aficionada y amante de los guantes, dio un paso al frente, agarró a Heath de las solapas de la chaqueta con las dos manos, se puso de puntillas todo lo que pudo, cerró los ojos y lo besó en la boca. Con fuerza.

La expresión de desconcierto que vio en su cara cuando abrió los ojos hizo que se diera la vuelta, metiera la llave en la cerradura y entrara a toda prisa.

–Buenas noches, Heath –susurró mientras apoyaba la espalda en la puerta. El corazón le latía a toda prisa–. Buenas noches. Y que tengas dulces, dulces sueños.

Capítulo 1

Once años después

Heath Sheridan iba a matarla.

Iba a aparecer allí y a despotricar diciendo que había cometido un gran error al confiarle algo tan importante como confeccionar los vestidos de dama de honor para la boda de su padre.

Kate Lovat levantó el brazo izquierdo y consultó la hora en el reloj por décima vez en los últimos cinco minutos. Luego se estremeció, suspiró en voz alta y cambió el peso de un pie a otro.

Amber le había advertido que Heath odiaba que la gente llegara tarde a las citas.

Después de todo, ya no era un estudiante rompecorazones. Era un importante ejecutivo del mundo editorial que tenía su propio imperio de medios de comunicación.

Aunque hubiera llegado tarde a aquel baile de San Valentín, aquello era distinto. Aquello era trabajo.

Y Kate iba a llegar oficial e irremediablemente tarde.

Ya llevaba un retraso de diez minutos. Si al menos no se hubiera topado con su amigo Patrick, su compañero de piso, cuando salía…

Por supuesto, Patrick quería comprobar que no se había dejado nado en el piso, y luego se pusieron a hablar de la fiesta de despedida, y luego llegó Leo para organizar lo de las fotos, y… Kate consiguió escaparse finalmente treinta minutos después. Pero siempre le pasaba lo mismo. En lo que se refería a sus amigos, estaba perdida.

Igual de perdida que con la dirección de su empresa.

Menos mal que para todo lo relacionado con el corte y la sastrería era una diosa.

Se dejó caer en una esquina del vagón de metro y agarró con fuerza la caja en la que llevaba su precioso vestido, que se iba para un lado cada vez que se movía el vagón.

El metro parecía ir más lento que nunca en el trayecto desde su estudio de diseño a la elegante sede de Sheridan Press, situada en el centro de Londres.

Iba a llegar tarde, pero no importaba. Había trabajado muy duro en aquellos vestidos y le habían quedado preciosos.

Conseguiría que Amber se sintiera orgullosa de ella y les demostrara a Heath y a los invitados a la boda que era una profesional excelente y creativa y que deberían encargar sus futuros diseños a Katheri-ne Lovat Designs.

Con un poco de suerte, aquella boda le proporcionaría justo el tipo de promoción que buscaba. Los tres primeros ya se le habían enviado a la novia y el cuarto y último lo había acabado justo cuando terminaba el plazo. Tal y como había prometido.

Ahora lo único que tenía que hacer era salir a la tormenta, entregar el último vestido… y todo habría terminado.

Kate bajó la vista hacia las botas de tacón y movió los dedos varias veces para que le volviera a circular la sangre.

De acuerdo, tal vez no fuera el calzado más sensato del mundo para cruzar la ciudad a pie, pero no debería estar lloviendo en julio. El metro ralentizó la marcha y se detuvo. Kate tragó saliva y esbozó una sonrisa para tratar de convencerse de que todo iba bien. El apartamento alquilado que compartía con Patrick no había subido el doble el alquiler. Patrick no había decidido dejar Londres y trasladarse a Hollywood para trabajar como asistente de vestuario en el cine.

Y, sobre todo, no estaba nerviosa por ver al hombre con el que se iba a encontrar en un minuto.

Heath Sheridan era el hermanastro de Amber. Nada más. Y su estúpido amor adolescente.

¿Y qué que se hubiera lanzado sobre él la última vez que lo vio? Los dos habían besado a mucha gente desde entonces. Seguramente Heath habría olvidado aquel vergonzoso incidente.

No había vuelto a verlo desde aquella noche, y desde luego, él no se había puesto en contacto con ella. Pero aquel fue el otoño que la madre de Heath se puso enferma, y regresar a Londres no estaba entre sus planes.

No. Aquello se trataba de una simple transacción laboral. Heath necesitaba el último vestido de las damas de honor aquel día y estaba dispuesto a pagar por que se lo entregaran en persona.

¿Qué más daba que la viera con el aspecto de una rata mojada? Seguramente no se daría ni cuenta ni de que llegaba tarde. Ni de que estaba empapada.

Y, si lo hacía, Kate podría bromear sobre sus problemas. Como hacía siempre.

Las puertas del vagón se abrieron y salió al andén con los demás pasajeros aspirando con fuerza el aire.

–Los números de la feria de exposiciones no son lo que buscábamos, Heath. Las presentaciones fueron brillantes, y todos los compradores con los que hablé estaban impresionados por la calidad de los libros, pero cuando llega el momento de hacer algún pedido, salen corriendo –explicó Lucas. Su desesperación quedaba clara a través del teléfono–. Las librerías no quieren tener ejemplares de los que solo se venden unas cuantas copias al año.

Heath Sheridan repasó las cifras de ventas que habían llegado a su ordenador unos minutos antes y sacó un cuadro comparativo de cómo iban las ventas de libros en cada región. Mirara donde mirara, los resultados eran los mismos.

Las ventas habían bajado en todas las categorías que habían convertido a Sheridan Press en una de las pocas editoriales internacionales que seguían teniendo éxito. La empresa se había hecho un nombre ciento veinte años atrás editando preciosos libros de referencia. Biografías, diccionarios y atlas. Libros diseñados para durar. Y ese era el problema.

Durante las últimas semanas había trabajado con Lucas y su talentoso equipo de marketing para crear una brillante campaña promocional centrada en destacar la inversión que había hecho Sheridan Press en tecnología digital para ilustrar los libros que todavía se encuadernaban a mano, de modo que cada libro era una obra de arte única.

Lástima que los libreros no lo vieran así.

Ese era precisamente el enfoque que buscaba su padre cuando le pidió a Heath que inyectara algo de sangre nueva a la empresa… y de paso salvara cientos de puestos de trabajo.

Cuando era niño había pasado mucho más tiempo viendo a los artesanos blasonando preciosas letras doradas en los libros que viendo deporte. Aquellos hombres habían entregado su vida a la familia Sheridan, igual que sus padres y sus abuelos antes que ellos.

No podía fallarles. Y no lo haría.

Heath aspiró con fuerza el aire antes de responderle al jefe de ventas de su padre en el lejano Oriente, que le estaba llamando desde Malasia.

–Sé que tu equipo y tú lo habéis hecho lo mejor posible, Lucas. Gracias por vuestro trabajo –dijo Heath tratando de inyectar un tono alegre a su voz–. A ver qué pasa en Hong Kong.

–Te llamaré cuando estemos allí. Y no te olvides de divertirte en la boda del año –le pidió Lucas–. Me alegro de no tener que pensar en un discurso como padrino de la boda de mi padre.

–Eh, voy a ser un padrino estupendo. Pero hablando de divertirse, ¿por qué no te llevas al equipo por ahí de fiesta el sábado por la noche? Los gastos corren de mi cuenta.

–Me parece bien. Te llamo esta semana.

Heath se despidió y colgó. Sentía una combinación de rabia y resignación. Los beneficios de She-ridan Media eran los que habían conseguido mantener a flote a Sheridan Press durante años.

Se suponía que aquel era el momento de recoger los beneficios de diez años trabajando como un mulo. ¿Cuándo fue la última vez que tuvo vacaciones? ¿Y cuántas relaciones habían fracasado por culpa del trabajo?

Tenía que haber una manera de salvar los libros enciclopédicos. Y, de paso, la relación con su padre.

Su padre le había pedido consejo profesional. Era un paso muy pequeño, pero un paso al fin y al cabo. Y eso era importante para reconstruir su frágil vida familiar. A los medios de comunicación les encantaba la idea, y Heath había enviado notas de prensa y había hecho entrevistas para el mundo editorial. Nuevas tecnologías y artesanía. Padre e hijo. Era un caballo ganador. Heath Sheridan era el equivalente a un caballero andante que acudía al rescate de otro respetable editor.

Se había lanzado con entusiasmo a la posibilidad. Y a la oportunidad de pasar más tiempo con Charles Sheridan. Nunca habían tenido una relación fácil, y esa era la primera vez que trabajaban juntos.

Pero no contaba con que su padre le pidiera que fuera el padrino de su boda. Y menos teniendo en cuenta quién era la novia. Aquello había sido un giro inesperado.

Pedir ayuda o reconocer que tenía algún problema no había sido nunca el punto fuerte de Charles Sheridan. Tal vez debería contarle lo que Lucas le había dicho.

Heath abrió el teléfono y entonces escuchó un carraspeo educado. Alzó la vista y parpadeó. El coche se había detenido y el chófer estaba en la acera, sujetándole la puerta mientras le caía la lluvia a cántaros en los hombros y en la chaqueta.

Heath se disculpó, le dio una generosa propina y salió del coche que su padre había enviado a buscarle al aeropuerto. Se quedó unos instantes mirando el elegante edificio de piedra que era ahora la sede de Sheridan Press en Londres antes de que los reporteros se dieran cuenta de quién era y salieran del soportal de la entrada disparando las cámaras.

Heath se arrebujó dentro del abrigo para protegerse de la pesada lluvia y sonrió a la prensa.

Lidiar con ellos formaba parte de su trabajo.

–Señor Sheridan, aquí, señor Sheridan. ¿Es verdad que va a hacerse cargo de Sheridan Press cuando su padre se jubile?

–¿Qué se siente al ser el padrino de la boda de su padre? ¿Irá la vencida a la tercera para Charles Sheridan?

–Gracias a todos por salir a la calle con este típico día inglés de verano –Heath sonrió y saludó a las cámaras antes de girarse hacia la periodista que le había hecho la segunda pregunta–. Alice Jardine es una dama encantadora a la que mi padre conoce desde hace muchos años. Deseo que sean muy felices juntos. Por supuesto, me encantó que mi padre me pidiera que fuera el padrino de su boda este fin de semana. No suele ocurrir con frecuencia algo así. En cuanto a la editorial, todo sigue bien. Gracias.

Y dicho aquello, Heath entró en el edifico con una sonrisa.

Pero en cuanto le dio la espalda a la prensa, la voz de un hombre resonó detrás de él.

–¿Es verdad que Alice Jardine y su fallecida madre eran amigas, señor Sheridan? ¿Cómo se siente al respecto?

Las puertas se cerraron y Heath siguió andando por el suelo de mármol blanco del vestíbulo, haciendo oídos sordos a la pregunta. Cuando estuvo a solas en el ascensor soltó lentamente la presión del puño.

¿Que cómo se sentía respecto al hecho de que la mejor amiga de su madre se fuera a casar con su padre? ¿Cómo se sentía respecto al hecho de que Alice hubiera estado con su padre mientras su madre agonizaba en un hospital?

¿Cómo se sentía?

Heath se tiró de las mangas de la camisa hecha a medida y resistió la tentación de golpear algo con fuerza.

Pero eso no casaría con su cuidada imagen.

Heath Sheridan no se despeinaba ni protagonizaba estallidos emocionales ni perdía el estilo. No, era un Sheridan de Boston, y los Sheridan de Boston mantenían sus sentimientos bien enterrados.

¿Y qué si la elección de su padre le tocaba la fibra sensible? Podía lidiar con ello. Lo estaba haciendo, y así seguiría.

Resultaba irónico que le hicieran aquella pregunta en la puerta de la casa en la que su madre había pasado los primeros veinte años de su vida. La habían construido sus abuelos, que formaban parte de un grupo de artistas y escritores aristócratas de finales de mediados del siglo XX. Los detalles Art Decó eran impresionantes y muy originales, sobre todo en la biblioteca. Dos plantas de estanterías de madera se conectaban a una escalera de caracol que llevaba a una galería superior iluminada por un tejado en bóveda.