El deslumbrante Kit Godden - Meg Rosoff - E-Book

El deslumbrante Kit Godden E-Book

Meg Rosoff

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Beschreibung

Esta es la historia de una familia, de un verano de ensueño en el que todo cambia para siempre. En una casa soleada junto al mar, la familia vuelve a reunirse en el caos feliz de cada verano, dejando atrás la rutina urbana londinense. Una joven adolescente, la mayor de cuatro hermanos, se prepara para disfrutar los días calurosos, las cenas ruidosas y divertidas junto con Hope, su prima treintañera, y su inseparable novio Malcolm. La novedad es que la pareja anuncia que se casan al final del verano. ¡Todo es luminoso y prometedor! Pero la atmósfera de los preparativos de boda, los baños en el mar, los juegos y los paseos en bicicleta, se ve interrumpida por la llegada de los hermanos Godden, que pasarán ahí las vacaciones. Una novela iniciática y excitante, tan poderosa y atemporal que se inscribe entre los clásicos de la mejor literatura contemporánea para todas las edades. «Una voz mágica e impecable».MARK HADDON

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Edición en formato digital: septiembre de 2021

 

Título original: The Great Godden

En cubierta: fotografía de © EyeEm/Alamy Stock Photo

© Meg Rosoff, 2020

© De la traducción, María Porras Sánchez

Diseño gráfico: Gloria Gauger

© Ediciones Siruela, S. A., 2021

 

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

 

Ediciones Siruela, S. A.

c/ Almagro 25, ppal. dcha.

www.siruela.com

 

ISBN: 978-84-18859-38-0

 

Conversión a formato digital: María Belloso

 

Para Catherine y Michael

 

Y nosotros estamos un poquito sobre la tierra

para aprender a sufrir los rayos del amor.

 

WILLIAM BLAKE

Capítulo 1

La gente habla de enamorarse como si fuera la cosa más milagrosa y trascendental del mundo. Te dicen que simplemente sucede, de repente lo sabes. Miras a la persona amada a los ojos y no solo ves a quien siempre soñaste que ibas a conocer, te ves a ti, a la persona en la que siempre has creído, la que te inspira placer y anhelo, en la que nadie había reparado nunca antes.

Eso fue lo que sucedió cuando conocí a Kit Godden.

Lo miré a los ojos y lo supe.

Lo malo es que todo el mundo lo supo. Todo el mundo se sentía justo igual que yo.

Capítulo 2

Cada año, cuando termina el curso, llenamos el coche con todos los trastos indispensables y nos dirigimos a la playa. Cuando los seis terminamos de encajar nuestras pertenencias en el vehículo, papá dice que no ve por las ventanillas y que no queda espacio para nosotros, de modo que sacamos la mitad de las cosas, pero de poco sirve: siempre termino sentada encima de una raqueta de tenis o una bolsa de zapatos. Cuando por fin arrancamos, todo el mundo está de un humor de perros.

El trayecto es una pesadilla, venga a alborotar y a discutir y mamá gritando que le va a dar algo como no cerremos el pico, y una vez al año papá aparca en el arcén y asegura que se queda allí sentado hasta que todo el mundo se calle de una puta vez.

Vamos a la playa desde que nacimos y, según esa teoría que afirma que ya antes existía vida, papá lleva viniendo desde que era pequeño y mamá desde que conoció a papá y nos trajo al mundo a los cuatro.

Se tardan horas, pero al fin salimos de la autopista y nos cambia el humor. La familiaridad de la ruta provoca un efecto especial en nuestro cerebro y comenzamos a gimotear quedamente, como los perros cuando se acercan a un parque. Se tarda media hora exacta desde la rotonda hasta la casa y nos sabemos de memoria cada centímetro del paisaje. Quien vea ciervos o caballos por la ventanilla o a un búho sentado en un poste o a Harry la Liebre brincando por la carretera gana puntos extra. Harry suele aparecer en mitad de la carretera el día que llegamos y reaparece el día que nos marchamos: es una prueba irrefutable de que nuestro mundo es una complicada simulación informática.

Las llegadas no son cualquier cosa. Aparcamos en el camino de hierba, salimos despedidos del coche y entramos entre gritos y empujones en la casa, que huele a tapicería antigua, a sal y a humedad hasta que abrimos todas las ventanas y dejamos que la brisa del mar entre a raudales.

La primera conversación siempre es la misma:

 

MAMÁ (soñadora): Echo tanto de menos este sitio.

HIJOS: ¡Y nosotros!

PAPÁ: Ojalá estuviera más cerca.

HIJOS: Y tuviera calefacción.

MAMÁ (en tono severo): Pues ni lo está ni la tiene. Dejad de soñar.

 

Nadie se molesta en mencionar que siempre es ella la que saca el tema.

Mamá tiene el recogedor en la mano y barre las moscas muertas del alféizar de las ventanas, mientras papá guarda la comida y prepara el té. Yo corro al piso de arriba, abro el cajón de debajo de la cama y saco la sudadera vieja del año anterior. Huele a casa antigua y a playa y ahora yo también.

Alex comprueba en su portátil las cámaras de las cajas refugio de los murciélagos y Tamsin saca las cosas de la maleta a una velocidad sobrehumana porque mamá dice que no puede ir a ver al caballo hasta que no lo coloque todo. El caballo no es suyo, pero lo alquila durante el verano y no dudaría en salvarlo de un incendio horas antes de salvarnos a cualquiera de nosotros.

Mattie, que ha pasado de ser una chica plana con las facciones demasiado grandes a una diosa del sexo de dieciséis años, se ha puesto un vestido veraniego y botas de agua y camina hacia la playa porque para ella la vida es como un post de Instagram. En ese momento se ve guapísima y romántica, cosa cierta desafortunadamente.

Se oye un alegre alboroto cuando Malcolm y Hope suben al piso de arriba para darnos la bienvenida a la playa. Gomez, el basset hound de Mal, un perro muy grande y melancólico, ladra a todo volumen; Tamsin y Alex lo están besuqueando, no se le puede culpar.

Mal trae dos botellas enfriadas de vino blanco y, mientras todo el mundo reparte besos y abrazos, papá murmura:

—Ya era hora.

Y abandona el té y va en busca de un sacacorchos.

Tam se abalanza sobre Mal, que la coge en brazos y la sube en alto y le da vueltas como si todavía fuera una niña.

Hope nos obliga a colocarnos por orden de edad: Alex, Tamsin, Mattie y yo. Da un paso atrás para admirarnos, nos dice lo mucho que hemos crecido y lo guapísimos que estamos, aunque es obvio que se refiere a Mattie sobre todo. Estoy acostumbrada a que me incluyan en la narrativa de lo guapísima que está Mattie, la gente lo hace por cortesía. Tam suelta un bufido y rompe filas seguida de Alex. No es que no nos veamos en Londres, pero entre las clases y el trabajo, y que además viven en una zona distinta de la ciudad, no sucede a menudo.

—¡Cuando estéis listos, la cena os espera! —les dice Hope a voces.

Papá seca las copas con un trapo, las llena y reparte el primer vino del verano entre los mayores de edad, con una dosis reducida para mí, Mattie y Tamsin. Alex reaparece y ataca como un depredador cuando Hope deja la copa para ayudar a mamá con una maleta. Se la bebe de dos tragos y huye a esconderse entre los matorrales. Hope mira la copa vacía con el ceño fruncido, pero papá vuelve a rellenarla.

Todo son sonrisas y risas, todo el mundo irradia optimismo. Este año va a ser el mejor de todos: el tiempo, el mejor; la comida, la mejor; la diversión, la mejor.

Los actores están reunidos, da comienzo el verano.

Capítulo 3

Nuestra casa es pintoresca e incómoda a partes iguales. Para empezar, es más pequeña de lo que parece, cosa curiosa, porque casi siempre sucede al revés. Mi tatarabuelo la construyó para su esposa como regalo de bodas en 1913 siguiendo un estilo que mi madre define como post-victoriano-loca-en-el-ático. Perteneció a la familia hasta la década de 1930, cuando mi antepasado la vendió para saldar sus deudas de juego. Su hijo (mi bisabuelo) volvió a comprarla veinte años después, le devolvió su azul bígaro original y, desde entonces, todo el mundo evita mencionar que hubo un tiempo en el que no perteneció a la familia. También construyó una casa en la playa para albergar a más familiares que ahora pertenece a Hope. Desde que Mal apareció en escena pensamos en ella como en la casa de ambos, aunque técnicamente no lo sea.

Nuestra casa se construyó como residencia de verano, un disparate no apto para ser habitado durante todo el año; por eso no vivimos allí. Tiene muchas corrientes, no hay aislamiento y las tuberías se congelan si no se drenan y se llenan los retretes de anticongelante en noviembre, pero adoramos cada torre, cada torreón y cada ventana, a cuál más extraña, incluso la escalera que termina en un armario. Mi tatarabuelo debía de tener un sentido del humor tan disparatado como la casa porque toda ella rezuma personalidad e inutilidad. Eso sí, se ve el mar desde casi todas las ventanas.

Mi dormitorio es la atalaya. La mayoría de la gente no lo querría porque es ridículamente enano, más pequeño que un huevo. Una persona alta podría tocar las cuatro paredes a la vez si se tumbara con las piernas y los brazos estirados. La torre viene con una cama con cajones incorporada y una escalera de mano, y la escalera da acceso a un mirador diminuto, del tipo mirador de la viuda, así llamado porque las mujeres necesitaban un lugar por donde pasear mientras observaban el mar con el telescopio y esperaban a que sus maridos regresaran. O no. De ahí lo de viuda.

A mí me pertenece el telescopio de latón de mi bisabuelo. Estuvo en la marina y en sus últimos años pasó mucho tiempo haciendo lo mismo que yo: tirarse de pie todo el día en el torreón cuadrado mirando por el telescopio. No tengo ni idea de lo que vería..., probablemente las mismas cosas que yo: barcos, Júpiter, búhos, liebres, zorros y, de vez en cuando, alguien nadando en pelotas. El telescopio viene con la habitación, es una norma no escrita. Nadie tiene voz ni voto, se le entrega a la persona adecuada. En teoría, el telescopio y la habitación podrían haber sido de Mattie, Tamsin o Alex, pero me tocó a mí.

En mi familia hay muchas tradiciones, como quién hereda la casa y quién hereda el telescopio. Por otro lado, pasamos de las típicas tradiciones de las familias de abolengo, como que el primogénito se llame Alfred o la estupidez congénita, y es un alivio que el gen jugador no haya vuelto a dar signos de vida. Pero, deslices aparte, cuando se trata de conservar las propiedades de la familia de una generación a otra somos idénticos a la reina de Inglaterra.

Al otro lado de la casa hay un torreón. Antes de que naciéramos los cuatro, mamá y papá tenían ahí su dormitorio, un espacio romántico pero poco práctico, ya que cuando el viento sopla fuerte parece que vaya a despegar. Hace cinco años o así se mudaron un piso más abajo a una habitación con forma de habitación encima de la cocina. Como mamá es la encargada del vestuario de la National Opera, el torreón se convirtió en su taller de verano. El cuarto de Alex está al otro lado del vestíbulo y todo el mundo lo llama «el rompecuellos». Yo antes creía que se debía a un turbio episodio en el pasado, pero papá dice que se llama así porque es tan pequeño que siempre corres el riesgo de partirte la crisma. Lo bueno es que tiene una ventana hexagonal y es tan acogedor como un camarote.

Mattie y Tamsin compartieron habitación durante años, pero cuando Mattie cumplió doce tuvieron que separarlas para evitar un derramamiento de sangre. Incluso mamá y papá eran conscientes de que nadie en su sano juicio podía vivir con Mattie; por eso terminó siendo la propietaria en exclusiva de la casita de invitados del jardín, algo que hace que se sienta tan especial como imagina ser. Ahora Tamsin tiene la habitación para ella sola, y a todo el mundo le parece bien porque huele a caballo que no veas.

Entre los dormitorios hay un rellano grande con un ventanal con asiento incorporado donde te puedes tumbar a leer o jugar a las cartas con alguien o dedicarte a mirar el mar por la ventana. La tela de algodón con la que está tapizado está tan gastada que es difícil saber de qué color fue en su origen. Cuando éramos pequeños llamábamos a esta zona el cuarto de juegos, pero en realidad no es más que un pasillo.

El exterior de la casa está decorado con gabletes, ganchillos y canecillos, tan habituales en la arquitectura victoriana, tan llamativos que incluso los pescadores sacan fotos con el móvil. No ayuda que la fachada esté pintada de azul bígaro. Cuando le pregunté a papá por qué no la pintábamos de un color menos llamativo, se encogió de hombros y dijo:

—Siempre ha sido azul bígaro.

La clase de respuesta que oyes en mi familia. Excentricidad sin sentido.

Hope es la prima de papá, pero es mucho más joven; papá tenía veintidós años cuando Hope nació. Desde que empezaron a salir, Mal y Hope veranean siempre en la casita. Está construida a unos cien metros de la nuestra en dirección a la playa, en madera y cristal. Fue muy moderna para su época y tiene grandes terrazas de madera donde puedes sentarte a comer y a mirar el mar.

Malcolm y Hope se conocieron estudiando Arte Dramático. Nadie pensó que la relación duraría porque ella parecía demasiado sensata como para salir con un actor. Pero llevan juntos doce años y los llamamos Malyhope, como si fueran una sola entidad. ¿Dónde están Malyhope? ¿Vienen Malyhope a cenar?

—Espero que Malcolm no pierda la esperanza con Hope —bromea papá mínimo una vez a la semana, aunque es un comentario de lo más estúpido, porque Hope está colada por Malcolm. El resto también, es guapo a rabiar y nunca se cansa de los juegos de mesa.

Mal y Hope tienen treinta y pocos años y son mucho más interesantes que nuestros padres. Nadie les gana en los temas veraniegos: emborracharse, cotillear, jugar al póker toda la noche. Los dos comenzaron como actores, pero Hope decidió un día que odiaba los castings y odiaba ser pobre, por eso ahora enseña teatro en una universidad de Essex. De vez en cuando hace voces en off porque es una imitadora nata, a diferencia de Mal. Siempre que Mal intenta poner un acento le sale una especie de irlandés y su acento americano es simplemente penoso. Nadie se lo dice a la cara, pero lo lógico sería que Hope se ganara la vida actuando y Mal enseñando teatro.

Solo he visto actuar a Hope en una ocasión, en el papel de Nora en Casa de muñecas. Yo tenía trece años, pero había que estar ciega para no darse cuenta de lo buena que era. No he visto nunca a nadie expresar tanto con tan poco, y nunca lo olvidaré. Cuando Malcolm actúa, se entrega en cuerpo y alma, pero va por el escenario como pollo sin cabeza.

Adoramos a Mal. Nos enseña cosas tan geniales como pelear con espada y reír convincentemente en escena. Mattie flirtea con él, pero como flirtea con todo lo que se mueve apenas es digno de mención. Malcolm le devuelve el flirteo para no herir sus sentimientos. Mattie no es estúpida, pero a veces creo que es la persona más superficial que he conocido. Dice que quiere ser médica, pero en su cerebro solo hay sitio para los zapatos y el sexo.

Mattie acaba de regresar de la orilla. Salvo los peces no había nadie para admirarla. Grita, sin dirigirse a nadie en particular, que baja a la playa para ayudar a Hope con la cena.

Oigo que Tamsin discute con papá porque quiere que la lleve al establo en coche. La norma dice que Tam puede ir a ver a Duke siempre que quiera, pero no que la lleven en coche cada vez que le apetezca ir. Tiene razón, se tardan cinco minutos en coche y veinte en bici, pero si sumas todos los cinco minutos del verano entiendes que papá pase del tema.

Mamá zanja la discusión y por unos instantes preciosos reina la paz.

Capítulo 4

—Tengo dos sorpresas —dijo Hope a la mañana siguiente de nuestra llegada, pero no nos contó nada por mucho que insistimos—. Os las anunciaré durante la cena.

No me gustan las sorpresas. Quiero hechos, señora, déjese de champán y de sonrisitas.

Eran casi las seis cuando aparté el libro que estaba leyendo y miré por la ventana. Tam, con pantalones de montar, caminaba por la playa en dirección a casa con una bandeja grande de algo que parecían algas, aunque seguramente tuviera que ver con la cena.

Con el telescopio se ve un buen trecho de playa y cualquier cosa entre la casa y el mar.

Nunca enfoco a los dormitorios, pero todo lo que sucede en el exterior es un objetivo válido. Puedo ver lo bastante bien el horizonte como para distinguir los nombres de los cargueros. Puedo ver lo bastante bien a la gente en el mar como para leer los labios, si supiera leer los labios. Ahora mismo estamos a un par de días para la luna llena y me encantan sus infinitos matices de azul aguado, como el fantasma de una auténtica luna.

La casa bulle ante la incógnita de las dos sorpresas de Hope. ¿Será que va a anunciar que está embarazada? Si es así, sería una noticia fantástica. Por mucho que quiera a Mal, es el tipo de persona que intercambiaría un bebé por un puñado de habichuelas mágicas sin pensárselo dos veces. Aunque si lo hiciera, se las arreglaría para convencer a todo el mundo de que estaba haciendo lo correcto y solo Hope se cabrearía con él. La cualidad más útil de Mal es un exceso de encanto endiablado que hace que todo el mundo ignore sus fallos. Pero agradeces hablar con él cuando no puedes con la vida o cuando no aguantas a tu familia, porque se le da bien escuchar, algo que no hace casi nadie.

Veo que mis padres se dirigen a la playa, les gusta nadar a esta hora. Mamá lleva un bañador a rayas blancas y verdes y el sombrero panamá que papá le regaló por su cumpleaños el año anterior. Papá lleva pantalones cortos y chanclas. Caminan uno cerca de la otra.

Después de nadar, mamá encenderá la barbacoa y papá se encargará de adobar lo que haga falta y estorbar. Malyhope aparecerán con más fuentes de ensalada y botellas de vino listas para el descorche. Y para ser bebidas. Los adultos se emborracharán. Y quizá también los menores si nadie está al tanto.

Lo que no alcanzo a ver desde mi ventana me lo imagino con una claridad cristalina. Por ejemplo: justo ahora, Mal está en su salón jugando al ajedrez con Alex. Mal se estremece cada vez que Alex realiza una jugada decente. Los dos hacen trampas como piratas y nadie más quiere jugar con ellos. No recuerdo si Alex siempre fue de hacer trampas o si es algo que ha aprendido de Mal, que asegura que está estudiando la mente criminal por si alguna vez le toca interpretar a Moriarty.

Por fin bajo de mi habitación. Hope llega y todo el mundo quiere saber cuáles son los secretos, pero ella insiste en que todavía no es el momento. Mal dice que acepta sobornos en metálico.

—Vaya tela —murmura Alex—. Ya puede ser importante.

Mattie mira con ojos soñadores y da por hecho, como hace siempre, que los secretos tienen algo que ver con ella. No está del todo equivocada.

Son más de las ocho y media cuando nos sentamos a cenar. La mesa está iluminada con fanales auténticos, y velas en tarros por si acaso no bastan. Alex se ha situado en un extremo, por eso, cuando Mal levanta la botella para rellenar las copas de todos, mamá y papá no ven que una copa es suya.

Por fin, Hope se levanta y da unos toquecitos en la copa con una cuchara, como si la gente no estuviera mordiéndose las uñas esperando el momento. Nos llegan vítores desde el extremo de la mesa donde está Alex, y el sonido del codazo que Tamsin le propina y que lo tira al suelo. Se queda ahí tirado sin parar de reír.

—Os prometí dos sorpresas —dice Hope.

Con cierta pomposidad, pienso. Está nerviosa.

—¿Gemelos? —interviene papá, y Mal casi se atraganta.

—Nada de gemelos —dice Hope—. Aunque Mal y yo nos vamos a casar, así que nunca se sabe.

Mal farfulla:

—Dios no lo quiera.

Pero todo el mundo ya está aplaudiendo y se inclinan sobre la mesa para felicitarlos. Hope los rechaza.

—Venga ya —dice—, si llevamos viviendo juntos una eternidad.

Papá le tiende la mano a Mal.

—Buen trabajo, Mal.

Hope pone los ojos en blanco.

—¿Por conocer a una mujer y no parar hasta echarle el guante?

Papá se ríe.

—La boda será el último fin de semana del verano, sin historias, una ceremonia corta. Nada de familia salvo la más cercana, algunos buenos amigos, una buena comida, nada de carpa. Algo sencillo sencillísimo.

—Como Mal.

Mamá manda callar a Alex.

—¿Sin vestido blanco? —Mattie parece abrumada.

—Mal que se ponga lo que quiera —contesta Hope.

Y, por fin, se besan, un beso dulce, de comedia. Gritos de ovación.

Hope nos silencia con una mano en alto.

—Una cosa más. Ya que casi toda mi familia está sentada en esta mesa me gustaría aprovechar el momento para daros las gracias por ser más estupendos y menos exasperantes de lo que podríais ser. Eso es todo.

Con la capacidad innata para robar una escena que siempre le ha caracterizado, Alex vomita sobre la hierba. Mamá lo agarra del cuello de la camisa y lo arrastra dentro de casa. Oímos gritos amortiguados y, cuando Alex por fin sale, está de color verdoso. Mamá lo sigue con un cubo de agua y cara de malas pulgas.

—¿Puedo ser la dama de honor? —Mattie ya ha elegido el vestido y las flores que llevará.

—¿Y yo qué? —pregunta Tamsin.