El despertar - Kate Chopin - E-Book

El despertar E-Book

Kate Chopin

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Beschreibung

La publicación de "El despertar" en 1899 desencadenó una cascada de críticas negativas que mostraban los condicionantes y prejuicios morales de los críticos norteamericanos de fin de siglo. Considerada a menudo como la Madame Bovary criolla, la protagonista, Edna Pontellier, es una mujer burguesa que entra en crisis al poner en duda el papel del matrimonio y la maternidad, manifiesta abiertamente su deseo sexual y decide romper con toda la seguridad que le otorga su privilegiado estatus social.

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Seitenzahl: 443

Veröffentlichungsjahr: 2016

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KATE CHOPIN

El despertar

Edición de Eulalia Piñero Gil

Traducción de Eulalia Piñero Gil

Índice

INTRODUCCIÓN

Las raíces europeas de Kate O’Flaherty

Los efectos de la guerra civil norteamericana

La ecléctica educación francesa

Una vida nueva en Nueva Orleans, 1870-1879

Los años en la aldea Cloutierville, 1879-1884

El inicio de una carrera literaria en Saint Louis

La conexión francesa: Guy de Maupassant y la impronta de la literatura gala

Kate Chopin y la revolución de la nueva mujer norteamericana

La primera colección de relatos: Bayou Folk

La segunda colección de relatos: A Night in Acadie

El fruto de una vocación y la búsqueda de una voz propia

La polémica recepción de El despertar

El redescubrimiento de Kate Chopin

El contexto literario de la literatura de mujeres del XIX y El despertar

El despertar y la rebelión de Edna Pontellier

La Venus de Nuevas Orleans o la sublimación del cuerpo de la mujer

La Bovary criolla o la búsqueda del placer

La transformación a través del arte

El mundo simbólico de El despertar

Edna Pontellier: Un espíritu solitario ante la dicotomía entre la fantasía y la realidad

ESTA EDICIÓN

BIBLIOGRAFÍA

EL DESPERTAR

I

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

IX

X

XI

XII

XIII

XIV

XV

XVI

XVII

XVIII

XIX

XX

XXI

XXII

XXIII

XXIV

XXV

XXVI

XXVII

XXVIII

XXIX

XXX

XXXI

XXXII

XXXIII

XXXIV

XXXV

XXXVI

XXXVII

XXXVIII

XXXIX

CRÉDITOS

INTRODUCCIÓN

Para Jesús e Irina, ellos son mi despertar.

LAS RAÍCES EUROPEAS DE KATE O’FLAHERTY

La trayectoria vital y literaria de la escritora norteamericana Kate Chopin tiene dos etapas claramente diferenciadas, según los estudiosos de su obra y biografía. Por un lado, la primera a la que corresponde su periodo juvenil en Saint Louis en el seno de una acomodada familia católica de orígenes franco-irlandeses, su matrimonio con Oscar Chopin, un empresario del algodón de Louisiana y el nacimiento de sus seis hijos entre 1871 y 1879. Por otro lado, la segunda etapa se inició con su dedicación plena a la escritura de manera profesional desde 1888 hasta 19041, tras el fallecimiento de su marido y su madre.

Catherine O’Flaherty nació en la ciudad de Saint Louis, Misuri, el 8 de febrero de 1850. Era la segunda hija del segundo matrimonio de Thomas O’Flaherty con Eliza Faris que contrajeron nupcias en la iglesia católica de San Francisco Javier en 1844. El padre de Catherine era un emigrante irlandés de Galway que hizo fortuna en la ciudad con la venta de provisiones a aquellos que se aventuraban a la conquista del oeste. Era un hombre hecho a sí mismo a base de esfuerzo y tesón que se convirtió en el paradigma del sueño americano que describe Benjamin Franklin en su autobiografía. En ese entonces, Saint Louis era la puerta y el enclave geográfico fronterizo del medio oeste desde el que los aventureros y exploradores iniciaban su periplo viajero para fraguar la expansión de la joven nación norteamericana hacia los territorios ignotos del mítico oeste.

Por su parte, Eliza Faris, madre de Catherine, aportó el abolengo francés al matrimonio pero su situación económica era precaria. Eliza nació en Charleville, una población en las afueras de Saint Louis, en el seno de una rancia familia criolla de origen francés que se sentía profundamente orgullosa de su herencia europea. Los ancestros de Eliza Faris fueron emigrantes franceses que llegaron a los Estados Unidos a principios del siglo XVIII. Los primeros años de la vida de Kate, como la llamaban sus familiares, transcurrieron en una casa señorial de dos plantas con porches y columnas en la fachada al estilo sureño y con elementos arquitectónicos franceses que ponían de manifiesto los vínculos europeos. Del mismo modo, la mansión mostraba, de alguna manera, el sincretismo cultural y la prosperidad de la familia O’Flaherty.

A muy temprana edad la pequeña Kate ingresó en el internado de las monjas del Sagrado Corazón en septiembre de 1855, cuando tan solo contaba con cinco años. No se sabe a ciencia cierta los motivos de este extraño episodio que se produjo en un momento en el que los O’Flaherty no tenían problemas aparentemente. La biógrafa más reconocida de la escritora, Emily Toth, ha especulado sobre las posibles razones para esta extraña decisión que otros investigadores no han logrado explicar.2 Según Toth, la próspera familia O’Flaherty tenía esclavos en el hogar, como era habitual en sus circunstancias económicas. Las esclavas eran a saber: una mujer de cincuenta años que sería la «mammy» o niñera de Kate, otra mujer de veintitrés años y sus dos hijas mulatas de uno y cuatro años de padre desconocido. Parece ser que era bastante común que los patriarcas del hogar tuvieran relaciones con las esclavas y que de las mismas nacieran niños mulatos que lógicamente tenían rasgos comunes a los hijos nacidos en el matrimonio de los amos. De acuerdo con Toth, Kate era una niña muy curiosa y se dedicaba a preguntar constantemente sobre el sorprendente parecido que mostraba la niña mulata de cuatro años que vivía con ellos, algo que posiblemente sacó de quicio a su padre y aterrorizó a su madre. Emily Toth señala que debió de haber serias discusiones en el hogar que llevaron a Thomas O’Flaherty a institucionalizar a la curiosa Kate en el prestigioso internado católico para evitar preguntas y aseveraciones un tanto incómodas para la estabilidad familiar.

El día de todos los santos, fiesta católica que los O’Flaherty celebraban, coincidió con los festejos por el primer tren que circulaba por el puente Gasconade del tramo de la línea férrea que unía Saint Louis con Jefferson City hacia el Pacífico. La inauguración era símbolo de orgullo y de progreso para el estado de Misuri, y fueron invitados los dignatarios y hombres ilustres de la ciudad, entre los que se encontraba Thomas O’Flaherty. Al llegar el tren al puente, la estructura de madera cedió y los vagones se precipitaron al río. Fallecieron más de treinta personas en este desgraciado accidente que ensombreció la alegría de todos aquellos que consideraban aquel avance en las comunicaciones férreas un paso más del sueño americano. Al poco de morir Thomas, la pequeña Kate abandonó el internado durante dos años. De ahí en adelante la niña viviría en un hogar administrado por su madre Eliza, su abuela y bisabuela que gozaron de una extraordinaria longevidad y se dedicaron a cuidar de Kate y sus hermanos. Así pues, la pequeña creció en el seno de un hogar donde las mujeres eran las dueñas de sus vidas y no había una figura masculina decimonónica que controlara su devenir doméstico. Las voces que conformaron las etapas más importantes en la vida de Kate eran de mujeres, empezando por la de su querida niñera negra «mammy», la de su madre, la de su amada bisabuela, las voces de las monjas francesas del Sagrado Corazón y la de su mejor amiga Kitty Gareshé. Era un mundo eminentemente femenino y plurilingüe en el que se hablaban lenguas como el francés y el inglés, pero también variantes dialectales del francés, como el patois de los criollos y otras propias de los esclavos negros.

En la reorganización de la familia O’Flaherty, tras el fallecimiento del padre, la bisabuela de Catherine, Madame Victoria Verdon de Charleville, se encargó personalmente de la educación de su bisnieta durante dos años. Esta dama de cultura francesa era una gran narradora de las historias y relatos de los criollos francófonos3 de su familia y de mujeres valientes e independientes que cambiaron el mundo. La joven Kate escuchaba aquellas historias de ambición, poder, matrimonios mixtos y amor materno en el correcto francés que hablaba su bisabuela. Sin duda, los relatos que seguía con embeleso fueron su primera escuela del arte de la narración. Igualmente, Madame Charleville la introdujo en la música porque parece ser que Kate tenía un don natural para el piano y era capaz de repetir de oído las melodías que escuchaba. La impronta afectiva y educativa de esta polifacética mujer fue fundamental en la educación de la joven, ya que con sus lecciones de vida le enseñó a ser independiente y crítica, aspectos que marcaron la vida y obra de la escritora. Asimismo, la armonía positiva de los afectos que se fraguaron en esta etapa, de claro contexto matrilineal, se ve reflejada en la obra de la escritora donde predominan los fuertes lazos de amistad, respeto y apoyo entre las distintas generaciones de mujeres.

LOS EFECTOS DE LA GUERRA CIVIL NORTEAMERICANA

Sin embargo, la felicidad del hogar materno contrastaba con los males sociales provocados por los cinco años que duró la guerra civil norteamericana que Kate vivió desde los once a los quince años. El conflicto en el estado fronterizo de Misuri, dividido sobre el espinoso problema de la esclavitud, también provocó la división entre la población sobre la secesión y los O’Flaherty, que tenían esclavos, apoyaron de forma apasionada a la Confederación, como muchos de sus vecinos. A pesar del ímpetu inicial, en julio de 1863 la gran mayoría de los simpatizantes de los confederados habían muerto, huido o desaparecido en los cruentos combates del terrible asedio de Vicksburg. Parece ser que algunos primos rebeldes de Eliza O’Flaherty murieron en esta sangrienta batalla. El avance de las fuerzas unionistas sobre Saint Louis tuvo huellas visibles en la casa de la familia O’Flaherty, que fue invadida por soldados alemanes quienes obligaron a la madre de Kate a izar una bandera de la Unión. No es difícil imaginar la delicada situación por la que atravesó esta familia en la que predominaban las mujeres que hacían todo lo que podían por evitar las agresiones de la soldadesca victoriosa. Meses más tarde, Eliza le escribió a su tío sobre el ultraje que habían sufrido porque el grupo de soldados germanos les daban órdenes a punta de bayoneta que muchas veces ni siquiera entendían. La humillante experiencia y la actitud abusiva de los soldados dejaron a la familia de Kate recuerdos muy amargos. En este sentido, el conflicto fratricida también dejó una huella duradera en los relatos de la escritora, que se centran, lógicamente, en la representación de la pérdida de los seres queridos, la soledad en el campo de batalla, el terror, la violencia y el dolor permanente de las mujeres que lloran a sus muertos: maridos, hijos y hermanos. La guerra fue una dolorosa experiencia para la escritora que, desafortunadamente, la hizo madurar antes de tiempo.

LA ECLÉCTICA EDUCACIÓN FRANCESA

En 1866, un año después del final del conflicto, la joven Kate siguió sus estudios con las monjas católicas del Sagrado Corazón cuyos valores entroncaban con la tradición intelectual de la mujer francesa. El ideario educativo de esta institución se basaba en promover el pensamiento y la conversación inteligentes entre las estudiantes. Si bien, es cierto que, como en cualquier institución religiosa estricta y disciplinada, la rígida rutina estaba marcada por las misas, los rezos y la devoción cristiana. En este singular contexto educativo, tanto Kate como su amiga Kitty Gareshé, aprendieron a coser y bordar, escritura, literatura, historia, botánica, jardinería, descubrimientos científicos y la formación del pensamiento y el juicio crítico. La ecléctica educación de las estudiantes incluía la redacción de ensayos literarios y cartas todas las semanas. En una de sus libretas, por ejemplo, hay evidencia de este sistema, ya que Kate tenía que escribir un ensayo sobre Isabel II de España en el que apunta que es una «reina amada por sus súbditos, pero tiene una mala reputación»4. Este dato es fundamental en la trayectoria vital de la escritora, puesto que, a pesar de lo que se podía esperar, no fue educada como una joven norteamericana decimonónica. Tradicionalmente lo que se esperaba de las jóvenes en esta época es que contrajeran matrimonio y procreasen muchos vástagos. Es decir, se las educaba en una ideología conservadora de carácter moralista, doméstica y piadosa de la vida. La formación que recibió Kate no estaba orientada hacia la domesticidad, ni hacia las prácticas de sometimiento que se consideraban socialmente aceptables. De hecho, la literatura o los deportes formaron parte de las actividades más queridas tanto de Kate como de su amiga íntima Kitty. Hay que tener en cuenta que Kate vivió en una época en la que en Saint Louis no había casi clubs de mujeres ni movimientos abolicionistas como en las ciudades de la costa este. La realidad es que las mujeres no podían estudiar ni medicina, ni derecho, ni siquiera otras carreras en la Universidad de Saint Louis. Así pues, los pilares educativos que recibió Kate por parte de las monjas del Sagrado Corazón tuvieron, sin duda, una importancia vital en el largo proceso de formación autodidacta que profesó esta ávida lectora y que continuó de forma intensa a partir de los dieciocho años. Los textos que degustó en sus clases de literatura de los clásicos franceses, españoles e italianos tuvieron un carácter formativo que la escritora reconoció en múltiples ocasiones. La larga lista de obras canónicas de la literatura occidental incluía a Cervantes, Shakespeare, Dante, Corneille, Grimm, Victor Hugo, Molière, Racine, Madame de Staël, Scott, Hogg, Gray, Goethe, Coleridge, Austen, Brontë y Dickens, entre otros muchos que le abrieron las puertas a otras literaturas y textos que desarrollaron su exquisito gusto por las obras clásicas. Asimismo, Kate también tuvo la oportunidad de leer novela norteamericana decimonónica escrita por mujeres, como las novelas populares de Susan Warner.

En 1867, Kate empezó a escribir un diario en el que poco a poco fue desarrollando su pensamiento sobre los textos literarios, sus estudios, la vida y fue esbozando sus primeros poemas y narraciones. De hecho, el día de su graduación en 1868, fue elegida para leer uno de sus textos porque ya destacaba por sus excelentes ensayos. En cuanto a su vida social, parece ser que Kate era consideraba una belleza irlandesa entre los jóvenes de Saint Louis, pero, según dicen los que la conocieron, era muy enigmática, poseía un carácter amistoso y mostraba una inteligencia poco habitual. Con todo, no se sentía especialmente atraída por las fiestas ni los bailes de sociedad muy al uso en su época. Cabe constatar en uno de sus diarios cómo Kate ya desarrolló un espíritu crítico hacia la interacción social en los bailes de sociedad, y en una de sus páginas confiesa que «bailo con gente a la que desprecio; me divierto con hombres cuyo único talento está en sus pies, me gano la desaprobación de la gente a la que honro y respeto, y vuelvo a casa al amanecer con mi mente en un estado que nunca deseé»5. Desde esta perspectiva, Kate rechazaba todo aquello que le quitara tiempo para leer y escribir, de hecho, tan solo le gustaba asistir a los conciertos que la magnífica actividad musical de Saint Louis ofrecía a la ciudadanía.

UNA NUEVA VIDA EN NUEVA ORLEANS, 1870-1879

A pesar de las pocas simpatías que mostraba por los rituales sociales, lo cierto es que la joven Kate conoció a Oscar Chopin, un joven de origen criollo, nacido en 1844, en las plantaciones familiares del condado de Natchitoches en el noroeste de Luisiana. La madre de Oscar era una mujer agradable y gentil de Luisiana, y su padre un médico francés que odiaba todo lo norteamericano y que hacía gala de un comportamiento cruel y violento. Oscar creció viendo cómo su padre pegaba brutales palizas a su madre, a quien ayudó en alguna ocasión a escapar. Cuando estalló la guerra civil, el doctor Chopin decidió volver a Francia para evitar que su hijo Oscar tuviera que participar en una contienda con la que, como francés, no se sentía identificado en absoluto. De esta forma, los otros hijos también podían estudiar en su país de origen y beneficiarse de las virtudes del sistema educativo francés. Cuando la familia regresó de París, Oscar tenía un importante bagaje educativo y también social. En poco tiempo parece ser que se hizo muy popular en el ambiente social y entre las jóvenes de Saint Louis. Por otro lado, Oscar se formó en el mundo de la banca en una compañía que pertenecía a la familia de su madre. Se desconoce cómo y dónde se conocieron Kate y Oscar, pero lo cierto es que la pareja se comunicaba en francés y su vida como pareja discurrió en esta lengua. Parece ser que el noviazgo duró poco porque se comprometieron en mayo de 1870 y se casaron en junio de ese mismo año en la iglesia de los Santos Ángeles de Saint Louis. Pasaron tres meses de luna de miel en Francia, Suiza y Alemania. Este período está muy bien documentado, puesto que Kate O’Flaherty Chopin, describió en su diario el periplo europeo con todo lujo de detalle. En especial muestra, según sus biógrafos Toth y Seyersted, su pasión por el arte, la arquitectura y la literatura europeas. Las ciudades natales de Beethoven, Goethe y Coleridge fueron lugares que visitaron con especial interés, y están retratadas en los diarios de Chopin con el preciosismo y el colorido en los detalles que se observa en la ficción de la escritora. En especial, Kate Chopin se sintió libre para caminar sola por las calles europeas, beberse una cerveza y fumar en público, actividades que no se consideraban propias de las mujeres y por ello estaban mal vistas en el caso de las damas de Nueva Orleans. Es curioso que estos aspectos concretos sean primordiales en la caracterización de algunas protagonistas de la ficción de Chopin, tal y como es el caso de Edna Pontellier en El despertar. La protagonista de la novela considera vital dar paseos y escapar del bullicio familiar para poder pensar y, lo más importante, aprender de la observación del mundo.

Cuando los Chopin regresaron a Nueva Orleans, donde establecieron su residencia, Kate estaba convencida de que iba a ser feliz en una ciudad fundamentalmente viva y con una variedad importante de gentes con orígenes criollos, afroamericanos, irlandeses, españoles y de otras nacionalidades que contribuían a un ambiente cosmopolita que atraía a la escritora. La felicidad inicial de la pareja también era fruto del nacimiento del primer hijo, Jean Baptiste, en 1871. En 1872, Oscar Chopin se estableció como intermediario en el comercio del algodón y su actividad comercial prosperó de tal forma que pronto instaló su negocio en la calle Carondelet, que era la zona más comercial y prestigiosa de la ciudad. En otro orden de cosas, el marido de Kate Chopin, también se unió en 1874 al «Primer Regimiento de Luisiana», una rama de la «Liga Ciudadana Blanca» que eran grupos armados que defendían la supremacía blanca durante el período de la reconstrucción de la nación. Estos grupos armados eran un claro recordatorio de la fragilidad del nuevo orden político y racial en el sur, y un síntoma indiscutible de la resistencia que había hacia las políticas de la Unión. Estos grupos se alzaron en armas y pidieron la dimisión del alcalde de Nueva Orleans. En las refriegas con las tropas federales murieron más de veinte hombres y el orden fue reestablecido. Al parecer, el incidente disuadió a Oscar de seguir en esta causa aparentemente perdida.

No se sabe por qué Kate Chopin volvió a Saint Louis para dar a luz a su segundo hijo, Oscar Charles en 1873 y también al tercero, George Francis, en 1874. Tal vez, los viajes a su ciudad natal estaban relacionados con la ayuda que le podía prestar su madre Eliza O’Flaherty en el parto y en el cuidado de los bebés, costumbre muy habitual en el siglo XIX. En todo caso, Kate Chopin estuvo siempre muy unida a su madre durante toda su vida, tal y como describen los diarios y cartas de la escritora. El nacimiento tan seguido de los primeros tres hijos de la pareja fue percibido con profunda satisfacción por parte de Kate. La maternidad era una experiencia gozosa para la escritora, quien no esperó mucho tiempo para tener dos hijos más, esta vez en Nueva Orleans: Frederick en 1876 y Felix Andrew en 1878. La pareja adoraba a sus hijos a quienes dedicaban todo el tiempo libre del que disponían con juegos y otras actividades. El hogar de los Chopin era fundamentalmente feliz. La escritora también parecía llevar una vida armoniosa con su marido, a quien amaba profundamente. Oscar, por fortuna, no reprodujo los terribles patrones paternos en su matrimonio con Kate. La fuerte identificación con su madre y su propia concienciación contribuyeron a que deseara una vida conyugal agradable. Sin duda, fue un hombre que hizo todo lo posible por conocer a su mujer y satisfacerla en sus necesidades de libertad e independencia, algo poco común en esa época.

La numerosa familia Chopin pasaba los veranos en el paradisíaco enclave natural de Grand Isle, en el golfo de México, porque el clima y las condiciones ambientales eran mucho más saludables que las que se daban en Nueva Orleans en la época estival. Los calores y la tremenda humedad de la ciudad eran un caldo de cultivo favorable para la eclosión de las plagas de mosquitos que transmitían la malaria y la fiebre amarilla. Tan solo en el verano de 1878, más de 4.000 personas murieron de fiebre amarilla en la ciudad sureña. Por lo tanto, el traslado al centro turístico de Grand Isle tenía como fin primordial evitar enfermedades que eran mortales y riesgos innecesarios para la familia. Este paraje veraniego de singular belleza tan conocido por la escritora, se transforma en el lírico escenario del descubrimiento y despertar a una nueva vida de su personaje más famoso, Edna Pontellier, en El despertar.

La maternidad ocupaba gran parte del tiempo del que disponía Kate Chopin, los pocos momentos de descanso los pasaba observando a la gente de la ciudad, tomando notas o leyendo sus libros favoritos. Asimismo, cuando tenía ocasión, asistía al teatro y a la ópera. Parece ser que la fortuna hizo que Kate, amante del arte y la música, conociera al pintor francés Edgar Degas en uno de sus largos paseos. El artista pasó cinco meses en Nueva Orleans en 1872 y en sus conversaciones con Chopin, que al parecer tenían un carácter bastante intrascendente y chismoso, el pintor le informó que tenía un vecino un tanto pomposo llamado Léonce cuya mujer no lo amaba. Asimismo, le contó que tenía una amiga parisina que abandonó la pintura y se mudó a las provincias, donde se entristeció y se sentía bastante insatisfecha, se llamaba Edma Pontillon. Curiosamente, de aquella imprevista amistad salieron, veinticinco años más tarde, los dos nombres de los protagonistas principales de El despertar: Léonce y Edna Pontellier.

LOS AÑOS EN LA ALDEA DE CLOUTIERVILLE, 1879-1884

Una de las actividades favoritas de Kate Chopin era la correspondencia. La escritora empleaba gran parte de su tiempo libre en escribir cartas a su familia y amigos. De hecho, la correspondencia, género cultivado por muchas escritoras del XIX6, era una manera de poner sobre el papel las vivencias familiares y sociales de la escritora. Por otro lado, también le servía para mantener los vínculos familiares desde la distancia y estar informada sobre el devenir de sus seres queridos.

En 1879, la familia Chopin tuvo que abandonar Nueva Orleans por razones económicas y se mudaron al pueblo de Cloutierville, en el noroeste de Luisiana. En efecto, los prósperos negocios algodoneros de Oscar Chopin sufrieron un revés, ya que las pobres cosechas de algodón durante varios años afectaron la cadena productiva y provocaron vaivenes en los precios con resultados catastróficos para la economía familiar. Agobiado por las deudas y con la idea de no perder lo poco que le quedaba, decidió emprender un nuevo negocio de suministros en el condado de Natchitoches donde había nacido.

La realidad es que el cambio era necesario, pero las expectativas que tenía Kate Chopin de un mundo cosmopolita y vibrante se esfumaron por completo. El ámbito rural de Cloutierville lo único que le ofrecía era dos largas filas de casas separadas por una polvorienta carretera y un puñado de vecinos dispuestos a asistir a alguna fiesta privada donde se jugaba a las cartas, se bailaba y se degustaba comida cajún. En medio de la penuria económica que atravesaba la familia en 1879, Kate Chopin dio a luz a su única hija, a la que llamó Lélia en honor de la novela homónima de su admirada escritora francesa George Sand. La vida en Cloutierville no fue fácil para la escritora, quien siempre fue vista como una mujer un tanto exótica en aquellos parajes rurales. Su comportamiento, un poco extravagante para los lugareños, no seguía los parámetros de una mujer que tenía a su cargo seis hijos. No obstante, Kate reivindicaba su derecho a dar paseos a caballo, fumar cigarrillos, leer, caminar o simplemente acercarse a la tienda a ayudar a su marido. Desde luego que la escritora no mostraba la más mínima intención de convertirse en el ángel del hogar, ni de encerrarse para dedicarse íntegramente a las tareas domésticas. A pesar de las críticas recibidas y de que su comportamiento fuese considerado muy poco adecuado, Chopin se mostraba rebelde, y se reafirmaba en su independencia y en su derecho a no llevar una vida exclusivamente doméstica, tal y como hacía su admirada George Sand. En este sentido, su hija Lélia, también confesó al primer biógrafo Daniel Rankin, que su madre era muy servicial con la comunidad y cuando la gente recurría a ella siempre estaba dispuesta a ayudar7. Sin embargo, también era cierto que no frecuentaba las reuniones sociales del pueblo y prefería dedicarse a sus aficiones. Es curioso, por ejemplo, que, según cuentan los que la conocieron en la aldea, a Chopin le gustaba charlar con personas de orígenes raciales mixtos, o con indios, negros e incluso chinos que habían emigrado desde Cuba después de la guerra. Es decir, sentía una gran curiosidad por el diferente, por el otro que no era blanco y que quizás guardaba secretos e historias fascinantes radicalmente distintas a las convencionales. Este interés y su deseo de explorar y conocer a nuevas gentes queda patente en sus novelas y relatos, donde hay una gran galería de personajes con orígenes raciales y sociales diversos.

En el otoño de 1882, Oscar Chopin cayó gravemente enfermo por un ataque de malaria. El condado de Natchitoches, al que pertenece el pueblo de Cloutierville, era una zona muy pantanosa en la que abundaban los llamados bayous8, hábitats muy propicios para el desarrollo de insectos que transmitían la malaria y la fiebre amarilla, entre otras pandemias provocadas por estas plagas. En pocos meses la enfermedad minó la salud de Oscar, quien finalmente falleció el 10 de diciembre de 1882. La joven viuda tuvo que hacer frente a la realidad de criar sola a seis hijos y a las obligaciones económicas de deudas que ascendían a doce mil dólares. Meses más tarde, Kate Chopin fue nombrada tutora de sus propios hijos, y al mismo tiempo se hizo cargo de la tienda y de las plantaciones de algodón. No había mucho dinero, pero la joven madre supo administrar la hacienda familiar con mucho más acierto del que tuvo su marido en vida.

Kate Chopin era una viuda que suscitaba las suspicacias de las mujeres casadas de Cloutierville. Su falta de apego a los patrones de comportamiento convencionales que se asumían para una mujer casada ya provocaron todo tipo de comentarios por parte del vecindario. Cuando enviudó, su actitud no cambió y la indomable Kate continuó montando a caballo y dando paseos solitarios, excentricidades que, al parecer, enfurecieron aún más a muchas vecinas.

La soledad de la escritora no duró mucho tiempo, según Emily Toth, quien apunta de manera bastante convincente que Kate Chopin tuvo un romance de dos años con Albert Sampite, un rico y atractivo terrateniente criollo de Cloutierville con fama de donjuán y de consolar a las viudas locales9. Obviamente no quedan testimonios escritos de esta supuesta relación amorosa, pero los descendientes de los implicados coinciden en afirmar en distintas épocas que sí tuvieron un idilio. Incluso Marie Sampite, hija de Albert, afirmó en varias ocasiones: «Kate Chopin rompió el matrimonio de mis padres»10. En cualquier caso, lo que sí se sabe es que Sampite era un hombre casado muy atractivo que tenía fama de mujeriego en el pueblo y también de ser bastante cruel tanto con su mujer como con los esclavos negros. Su vida transcurría entre el juego y la bebida, y le gustaba mucho deambular por Cloutierville. A simple vista, esta relación resulta poco convincente si se tiene en cuenta que Kate Chopin era una mujer indómita y poco amiga de los vínculos afectivos que supusieran subordinación incondicional o sometimiento, tal y como no solo se descubre en su relación con Oscar Chopin, sino en su imaginario literario de dos novelas y más de cien relatos. Por otro lado, también era cierto que Chopin tenía un gran atractivo y era una mujer glamurosa, apasionada y en esos momentos era verdaderamente vulnerable en el plano afectivo. En todo caso, quizás se trató de una relación esporádica de la que tan solo quedan rumores y testimonios verbales que no suponen una rúbrica definitiva sobre lo que realmente aconteció.

EL INICIO DE UNA CARRERA LITERARIA EN SAINT LOUIS

Aun cuando Kate Chopin se esforzó con decisión y ánimo por sacar adelante a su familia y continuar con el negocio heredado, lo cierto es que estaba sola en Luisiana y no contaba con el apoyo efectivo de ningún familiar directo. Por otro lado, en el pueblo de Cloutierville solo había una escuela primaria que ofrecía una formación educativa muy básica. Para la novelista, la educación de sus hijos era una realidad prioritaria para su futuro y era consciente de que las mejores escuelas públicas de los Estados Unidos estaban en ese momento en Saint Louis. Estas circunstancias hicieron que considerara muy seriamente la posibilidad de volver a Saint Louis con su madre y así lo hizo en 1884, regresando a su ciudad natal.

Así pues, la familia Chopin se reunió con la matriarca Eliza O’Flaherty, la madre que Kate tanto necesitaba en esos momentos en los que deseaba sentirse segura y apoyada por la que fue una figura esencial en su época juvenil. Con cincuenta y seis años y el pelo gris, la abuela Eliza también podía ser un pilar afectivo muy valioso en el crecimiento de los seis vástagos. Sin embargo, la alegría duró muy poco porque en 1885, al año de mudarse a Saint Louis, Eliza O’Flaherty falleció de cáncer. Sin duda, fue un durísimo golpe emocional para Kate Chopin, que estaba «literalmente postrada por el dolor»11 ante una pérdida tan sensible. Su madre había sido apoyo y guía durante los años en que se convirtió ella misma en madre y pasó por varios momentos difíciles. En Saint Louis contaba con otros familiares lejanos, pero no tenía fuertes vínculos afectivos con ellos. Por otro lado, su gran amiga de la adolescencia, Kitty Gareshé, había abrazado los hábitos y residía en Michigan, demasiado lejos como para hacer de paño de lágrimas. De forma inesperada, en un momento fundamental en su trayectoria como escritora, reapareció una figura masculina que tuvo gran influencia en Chopin: el Dr. Frederick Kolbenheyer12. Ya se conocían antes de la marcha de Chopin a Nueva Orleans y se mantuvieron en contacto por medio de la correspondencia. Este singular ginecólogo ayudó a Chopin en el parto de dos de sus hijos y a su cuarto hijo, Frederick, lo bautizó con el nombre del galeno en reconocimiento a su labor. Los ideales republicanos del médico, a pesar de sus orígenes aristocráticos polacos, le obligaron a abandonar Austria. No se trataba de un médico convencional, era también un pensador bastante radical y su formación filosófica agnóstica hacía de él un magnífico contertulio. Kate Chopin forjó una muy profunda amistad con él en un momento en el que tenía serias dudas sobre su fe católica. De hecho, el doctor le aconsejó que leyera textos de biología y antropología de Darwin, Huxley y Spencer que obviamente dejaron una impronta naturalista en su obra literaria. Por otro lado, el Dr. Kolbenheyer era un auténtico filántropo y ejercía la medicina con un profundo carácter social, atendiendo a los más pobres de Saint Louis. En efecto, este gran amigo de la escritora con el que conversaba horas y horas sobre literatura y filosofía tuvo una influencia fundamental en el desarrollo de Chopin como escritora, ya que la animaba a que desarrollara el gran talento que poseía y que debía plasmar en la escritura. Además, parece ser que su insistencia en que escribiera tenía un carácter terapéutico para que Chopin encontrara alivio y paz en el vacío y la tristeza en que la habían sumido las pérdidas de sus seres queridos. Quizás en un claro homenaje literario a su querido amigo, Chopin recrea la figura del ginecólogo en el doctor Mandelet de El despertar, que da sabios consejos al matrimonio Pontellier.

Con todo, el fallecimiento de su marido y de su madre supuso un cataclismo emocional en el devenir vital de Kate Chopin. Se desató una profunda crisis espiritual en la que tenía la sensación de estar totalmente sola en el mundo y los insondables vericuetos de la vida ya no tenían mucho sentido para ella. En medio de esta encrucijada espiritual, las consecuencias no tardaron en llegar y consideró que lo mejor era renegar de la religión católica porque tan solo encontraba consuelo en la lectura y en las anotaciones que hacía en su diario. Sin duda, a los treinta y ocho años, la vida de Kate Chopin iba a dar un giro trascendental. Decidió crear el primer salón literario de Saint Louis en el que convocaba todos los jueves a escritores, profesores, artistas y celebridades que visitaban la ciudad. En estas reuniones se charlaba sobre arte y literatura de manera vibrante e ingeniosa. Los encuentros se hicieron famosos porque eran el centro de confluencia de todos aquellos que estaban interesados en estos temas. De una forma admirable, Kate Chopin había llevado el estilo francés y la tradición del pensamiento crítico al mismo centro de la ciudad, y quizás de allí surgieron muchos temas que más tarde desarrolló en sus relatos.

El profundo escepticismo intelectual que caracterizó este periodo emocional de Chopin dio pasó a un fuerte deseo de crear y publicar que en verdad se convirtió en un aliciente certero en esta nueva etapa de su vida. Fruto de esta búsqueda es su primera publicación, que no fue precisamente literaria. En efecto, Chopin logró publicar una pieza musical titulada «Lilia. Polca» para piano en 188813, obra cuyo título es un claro homenaje a su única hija Lélia. Asimismo, este hecho confirma, una vez más, la importancia que tenía la música en su vida. Se desconocen, sin embargo, las emociones que pudieron inspirar la composición de esta obra, pero sí se sabe que las polcas, danzas de origen polaco, eran piezas muy populares entre los alemanes y los numerosos norteamericanos de origen alemán que residían en Saint Louis con lo cual se puede inferir que la pieza musical gozaría de cierta popularidad en esa época. Por otro lado, Chopin era una gran melómana y en Saint Louis el Teatro de la Opera Francesa fue el primero en llevar a escena las óperas Lohengrin y Tannhäuser de Richard Wagner, y quizás la pasión de Chopin por el compositor alemán se iniciara precisamente durante estas representaciones.

En enero de 1889, Chopin publica su primer texto literario, un poema amoroso corto de dos estrofas y titulado «If It Might Be»14 («Si pudiera ser») en la prestigiosa revista America. Sin embargo, la escritora no deseaba dedicarse ni a ser compositora, ni poeta, sino a escribir relatos y novelas. De hecho, durante su carrera literaria, no escribió más de veinte poemas de carácter sentimental en los que principalmente lamentaba la muerte de su marido. Unos meses después logró publicar su primer relato «Más sabia que un Dios» («Wiser than a God»)15 en la revista Philadelphia Musical Journal que, desde luego, marca sus inicios como escritora y la rutina que esta profesión le exigía. Es llamativo que, una vez más, Chopin articule temáticamente su primera publicación con el tema de la música como trasfondo y con una pianista concertista, encarnando los valores de independencia, autonomía e integridad artística y personal. Este relato también marca el paradigma creativo e ideológico de Chopin en muchos otros aspectos al tratarse de una historia protagonizada por la joven artista Paula Von Stolz que vive en una ciudad parecida a Saint Louis y rechaza la oferta de matrimonio de George Brainard, un rico y apuesto pretendiente que la adora. Ella responde ante el estupor del joven, que el matrimonio no forma parte de sus prioridades en la vida16. Sin duda, la respuesta de la protagonista y su deseo de iniciar una carrera como concertista es un acto de asertividad que muestra independencia y control sobre su propia vida. Finalmente, la pianista hace realidad su sueño y desarrolla una exitosa carrera musical. Tal y como hemos señalado, Chopin va a centrar sus preocupaciones creativas en las circunstancias sociales de la mujer y en sus aspiraciones, pero desde una perspectiva realista y desde el conocimiento directo que ella tenía de la sociedad. Es decir, en una época en la que se estaba proyectando y desarrollando socialmente el proyecto social de «la nueva mujer» norteamericana, a partir de la premisa básica de redefinir el matrimonio en términos de igualdad, no todas las mujeres gozaban de libertad suficiente como para manifestarse con las sufragistas. En otras palabras, Chopin abogaba por la libertad intelectual y social de las mujeres, pero no cabe duda de que era consciente de la fuerte presión que las tradiciones y los convencionalismos ejercían sobre las mujeres a nivel individual.

Chopin empezó a escribir relatos que reflejaban el «ambiente y el colorido local», es decir, aspectos que constituían la idiosincrasia de la cultura criolla de Luisiana. En estos relatos es muy habitual que aparezcan palabras o expresiones en francés o patois, personajes que reflejan el mundo de las plantaciones, los conflictos raciales y las vivencias biculturales de sus habitantes. Se podría decir que la escritora plasma, de alguna forma, su propia realidad transnacional como mujer bilingüe y bicultural. En efecto, sus personajes más carismáticos viven entre dos culturas y piensan y hablan en dos idiomas, como es el caso de los personajes Robert Lebrun, Alcée Arobin, Mademoiselle Reisz y Madame Ratignolle en El despertar. Por otro lado, este tipo de relatos de ambiente y color regional le permitían tratar y desvelar verdades poco convencionales, tal y como hacían las escritoras Mary E. Wilkins Freeman y Sarah Orne Jewett, que escribían relatos de carácter regional, pero con mujeres protagonistas que eran rebeldes y en ocasiones rechazaban el matrimonio y las definiciones sociales masculinas.

LA CONEXIÓN FRANCESA: GUY DE MAUPASSANT Y LA IMPRONTA DE LA LITERATURA GALA

La ascendencia francesa de Chopin, su bilingüismo y biculturalismo, y su temprana inmersión en la cultura francesa criolla de la Luisiana la conectaron directamente con la tradición literaria europea y estableció un diálogo intertextual intenso con este acervo cultural. Asimismo, la novelista interaccionaba con las comunidades de origen francés de Saint Louis, con las que compartía no solo su amor por la literatura francófona, sino sus profundos conocimientos musicales y operísticos17. A finales de la década de los ochenta, Kate Chopin hizo un descubrimiento que cambiaría definitivamente sus horizontes literarios. La novelista reconocería que durante su solitaria vida de autodidactismo y de lectura de todo aquello que se publicaba en francés, el encuentro con el escritor coetáneo francés Guy de Maupassant (1850-1893) marcó su imaginario literario. Su despertar artístico empezó con el estudio concienzudo de su obra en 1888 y lo cierto es que su manera de contar historias maravilló a la escritora por su sentido de la realidad, de la vida sin artificios, de la falta de sentimentalismo y el análisis de temas como la soledad, las relaciones de pareja, el suicidio y la muerte con una mirada desprovista de juicios morales convencionales. En efecto, lo que atrajo a Chopin del escritor francés fue la forma directa y sencilla con la que los relatos se acercaban a la sociedad de su época y, sobre todo, a los conflictos del individuo, un modelo que Chopin consideraba valioso para su propio devenir literario. De hecho, un aspecto que le llamaba la atención de forma poderosa era que el escritor francés no perteneciera a la masa, que estuviera al margen de las corrientes literarias y reivindicara ser un gran individualista, algo con lo que ella se identificaba plenamente. Asimismo, y según Chopin, Maupassant había escapado de la tradición y de la autoridad, había seguido un camino de introspección y había mirado la vida con sus propios ojos. Se podría decir que, en esos momentos en los que Chopin buscaba con ahínco modelos literarios en los que apoyarse tanto en el fondo como en la forma, Maupassant se convirtió en un valioso ejemplo a seguir18.

Kate Chopin es, sin duda, la primera escritora norteamericana que se formó fuera de la trama ideológica protestante anglo-escocesa y de los parámetros de la historia cultural calvinista. Las cualidades estéticas e ideológicas de su obra muestran una sofisticación formal y un cosmopolitismo ajenos a consideraciones de orden moral o de juicios de valor convencionales. La escritora admiraba el realismo y el naturalismo francés, y en este sentido se alejaba de los dictados del escritor norteamericano William Dean Howells y la tradición literaria del realismo refinado que prefería representar aspectos más positivos de la vida, ya que eran considerados más norteamericanos y mucho más provechosos y educativos para la juventud. Ningún escritor norteamericano, según Howells, escribiría novelas como Madame Bovary de Flaubert o Anna Karenina de Tolstói, en las que se hablaba de temas y de partes del cuerpo a las que nunca se referiría una literatura respetable y edificante. Las cuestiones consideradas trágicas o inmorales, como el suicidio, la infidelidad o el adulterio, temas que en la literatura europea eran precisamente objeto del interés de los mejores escritores del momento, no encontrarían eco en la literatura norteamericana, salvo en Kate Chopin, quien los trató en un contexto local y con el realismo con el que lo hacían los escritores contemporáneos franceses. Sin duda, la dualidad cultural de la novelista le confería esa visión mucho más internacional, a pesar de que muchos críticos se empeñaran en circunscribirla al ámbito de la literatura regional y colorista.

El conocimiento y devoción por Maupassant llevaron a Chopin a trabajar intensamente en la traducción de ocho relatos de 1892 a 1898. Este periodo coincide con la escritura de su novela El despertar y los temas de los relatos: el suicidio, el divorcio, la locura, la soledad, el desencanto y el amor son cuestiones verdaderamente centrales tanto en esta novela como en el resto de su producción literaria. Por lo que se podría afirmar que los relatos de Maupassant constituyen una influencia literaria fundamental tanto en el fondo como en la forma en la citada novela. Desafortunadamente, tan solo llegó a publicar tres de sus cuidadas traducciones: «Suicide», «It» y «Solitude», ya que ofreció una colección de seis relatos del escritor francés que ella tituló Mad Stories (Historias de la locura), a la editorial Houghton Mifflin, pero la empresa declinó la oferta19. Resulta bastante obvio que tanto «Solitude» como «Suicide» tienen una directa relación con los temas que se exploran en El despertar.

Cabe constatar que, a pesar de la admiración que Chopin mostraba por Maupassant, la escritora también muestra diferencias en cuanto a cuestiones como su visión de la vida en aspectos relacionados con el género. Es decir, la novelista coloca en el centro de sus novelas y relatos la experiencia de la mujer y sus tribulaciones, mientras que el escritor francés no mostraba mucho interés por los personajes femeninos, que, en su gran mayoría, aparecen subordinados a los masculinos. Según han señalado algunos críticos, la posición androcéntrica de Maupassant se contrapone claramente a la prevalencia de la mujer como centro gravitatorio de la innovación literaria de los textos chopinianos20.

Si a lo largo de su vida Chopin mantuvo una profunda admiración e interés por la literatura francesa, para la mayoría de lectores norteamericanos, Guy de Maupassant era demasiado subido de tono. Más aun, las bibliotecas públicas norteamericanas rechazaban sus obras junto a las de Émile Zola y Gustave Flaubert porque las consideraban inmorales.

No cabe duda de que Kate Chopin aplicó su formación y conocimiento de la literatura francesa a sus relatos, en especial, su concepto de la simplicidad, la concisión, la claridad, la lógica, la precisión, la economía de medios y el control de la forma. Pero también su herencia celta está presente en cuestiones fundamentales de su obra como son el finísimo sentido del humor, el calor y la alegría de los irlandeses.

Kate Chopin también admiraba a Émile Zola por su sinceridad y su manera peculiar de retratar la realidad francesa, a pesar de que su reseña sobre Lourdes es muy crítica con respecto a lo que ella considera un «sentimentalismo rampante»21. La realidad para Chopin se asentaba en una base fundamentalmente cambiante y era caleidoscópica, algo que según la escritora norteamericana la diferenciaba de Zola. En este mismo sentido, Chopin hacía hincapié en la importancia que tenía la búsqueda de la verdad. En otro orden de cosas hay que destacar de igual modo la nada desdeñable influencia de las heroínas de dos escritoras a las que Chopin también admiraba: Madame de Staël y George Sand. Ambas escritoras francesas revolucionaron las formas sociales de la mujer y su percepción como artistas.

Según Thomas Bonner, Chopin también seguía el ideario realista de Flaubert por el cual el realismo empieza por lo más cercano, según el mundo local y es primordial facilitar la geografía, el mapa de dónde transcurren las vidas de los protagonistas. Y eso es precisamente lo que hace Chopin en sus historias y, en especial, en las que tienen lugar en Luisiana22. Sin embargo, la cartografía sureña de Chopin tiene unos personajes protagonistas que en nada se parecen a los de sus coetáneos norteamericanos. Son personajes que buscan su realización personal por medio del trabajo fuera del hogar y de nuevos patrones de coexistencia igualitarios que poco o nada reproducían los valores patriarcales.

KATE CHOPIN Y LA REVOLUCIÓN DE LA NUEVA MUJER NORTEAMERICANA

A los cuarenta años, Kate Chopin era una mujer sabia y cosmopolita. Según los que la conocían, era muy ingeniosa y tenía un talento especial para entretener a sus visitantes. Su hija Lélia decía que a su madre le gustaba mucho explorar el lado positivo de la vida, pero al mismo tiempo tenía sus momentos de tristeza. No le agradaba hacer juicios morales y reconocía que la vida estaba hecha fundamentalmente de paradojas y que, por tanto, en ocasiones resultaba hermosa, pero al mismo tiempo brutal23.

Kate Chopin tenía la clara aspiración vital de convertirse en escritora, de manifestar en papel sus vivencias y su mundo creativo de mujer independiente, pero al mismo tiempo deseaba vivir de su trabajo literario. Algo que desafortunadamente nunca consiguió porque la remuneración que obtenía con los derechos de autor fue siempre bastante escasa. No obstante, mantuvo a su familia de los ingresos que le proporcionaban sus tierras y de alguna propiedad que le dejó su marido. A pesar de esta descorazonadora realidad, Chopin se preparó una habitación para escribir, tal y como Virginia Woolf aconsejaría casi tres décadas después en Una habitación propia (1929), con un amplio escritorio, una silla Morris24 y una Venus desnuda en la estantería. Los manuscritos que sobreviven demuestran que era una escritora muy meticulosa y revisaba los textos muchas veces antes de enviarlos a las editoriales.

En 1890 publica su primera novela At Fault25, costeando la primera edición de su propio bolsillo. La trama de la obra muestra, sin duda, ciertos paralelismos con la vida de Chopin. El personaje principal, Thérèse, es una joven viuda de Luisiana que se tiene que encargar de los negocios de su esposo ya fallecido. La viuda se siente atraída por David, un hombre divorciado del norte. Thérèse es muy católica y le insta a David a que regrese con su ex mujer que es alcohólica. Finalmente, la ex mujer fallece, dejando el camino libre a Thérèse y a David para que se casen. Esta es básicamente la línea argumental de la narración, pero también se desarrollan otras tramas secundarias y reflexiones sobre el amor y la vida de Luisiana. La novela se acerca a temas tan espinosos como el divorcio y el alcoholismo, y hay críticos que no dudan en valorarla como un texto que dramatiza los grandes cambios que la sociedad norteamericana estaba experimentando en cuestiones como la economía, la industrialización del sur, las clases sociales, la raza, el género e incluso el matrimonio26.

En efecto, una de las transformaciones sociales primordiales que se estaban produciendo en la Norteamérica más progresista era el surgimiento de la nueva mujer27. Factores tan esenciales como la mejora de la educación superior de las norteamericanas y su incipiente acceso a las profesiones tradicionalmente vetadas para ellas, favorecieron el cuestionamiento de los papeles asignados a la mujer y la redefinición de la sexualidad. En definitiva, las nuevas generaciones de mujeres solteras, educadas e independientes económicamente, se cuestionaban de forma clara y abierta la validez de una educación social que promovía el sometimiento de la mujer, sobre todo, en el ámbito de la institución del matrimonio. Cabe constatar del mismo modo que las nuevas mujeres también deseaban cambiar las actitudes sociales y se les podía ver en la ciudad de Nueva York solas, independientes, sin caballeros que las acompañaran y sin llevar el anillo de casadas. En otras palabras, eran mujeres que buscaban su realización fuera de los esquemas tradicionales del hogar28.

Este fenómeno social y literario floreció entre la última década del siglo XIX y las dos primeras décadas del XX a ambos lados del Atlántico. Entre otras cuestiones primordiales, favorecía el derecho de la mujer a la independencia económica, la libertad política y la priorización de las aspiraciones artísticas frente a las domésticas. Los movimientos feministas que se fundaron por todo el país, como la «Asociación Nacional Norteamericana para el Sufragio de la Mujer», reclamaban como prioridad política el derecho al voto de la mujer y la premisa económica de a igual trabajo igual remuneración. La fuerza de las movilizaciones de mujeres por todo el país culminaría con el reconocimiento del derecho al voto de las ciudadanas norteamericanas en la décimo novena enmienda de la constitución promulgada en 1920.

Por otro lado, la escritora y economista Chalotte Perkins Gilman abogaba por la independencia económica real y la profesionalización de las tareas domésticas como las únicas vías efectivas para lograr la emancipación real de la mujer en la sociedad norteamericana de fin de siglo. Asimismo, y quizás fruto de la tendencia asociacionista de las norteamericanas, las feministas consideraban que la unión de las mujeres con su capacidad de apoyo, de sostén y de amistad, cooperación y afectividad podía coadyuvar en la creación de redes sociales que pudieran promover la estabilidad económica y psicológica de las mujeres. La búsqueda de lazos afectivos y plataformas de apoyo entre los colectivos femeninos son, lógicamente, el fruto de los parámetros de actuación efectiva que promovía el movimiento de «La Nueva Mujer» y su ideal de mujer del siglo XX. En el ámbito literario norteamericano, el movimiento social tuvo un impacto clarísimo en la obra de escritoras como Kate Chopin, Edith Wharton, Charlotte Perkins Gilman, Alice James, Sui Sin Far, Ellen Glasgow, Willa Cather y Gertrude Stein29, que abanderaban el ideario y lo ponían de manifiesto en los artículos periodísticos, ensayos y relatos que incidían en la necesidad de llevar a cabo cambios sustanciales y en la búsqueda de nuevos papeles sociales para la mujer norteamericana. Sin duda, el activismo de este colectivo tuvo un impacto duradero tanto en el ámbito social como en el político, tal y como demuestran los documentos gráficos y escritos de la época. Asimismo, la presencia de la mujer en distintos foros y sus reivindicaciones fueron la semilla que más adelante germinó en la consecución de los derechos civiles de los años sesenta del siglo XX. Con sus reivindicaciones se ganó mayor presencia en instituciones, empresas y, en general, en el mundo de lo público. En suma, lo que pretendían estas mujeres, al igual que los grupos étnicos, era tener visibilidad social y acceso al poder.

En lo que se refiere al canon de la literatura norteamericana, la nueva mujer cambió radicalmente el panorama y le insufló una vitalidad creativa inusitada. En efecto, las escritoras se acercaban al hecho literario influidas por los patrones realistas del Bildungsroman masculino centrados en el determinismo darwiniano del naturalismo que se desarrollaba en la vorágine social de ciudades como Chicago y Nueva York. Sin embargo, y a pesar de la clara influencia de estas corrientes, las escritoras buscaban realidades alternativas donde se desarrollaba la conciencia femenina, sus aspiraciones, su necesidad de contar experiencias de exclusión en el patriarcado de una manera iconoclasta, hablando de la salud, de la identidad de la mujer y cuestionando la tiranía de la medicina tradicional que las sometía a internamientos forzados para controlar la insatisfacción y la desafección por un sistema que las sometía hasta en la ropa que debían usar. Claro ejemplo de esta tiranía es el espeluznante relato «El empapelado amarillo» (1892) de Charlotte Perkins Gilman que muestra sin tapujos, el internamiento forzoso de una mujer que sufría depresión postparto y a la que su marido-médico obliga a tomar fármacos para inmovilizar su cuerpo y su mente. No solo la encierra en una habitación empapelada de amarillo que repele profundamente a su esposa, sino que a la vez le prohíbe todo tipo de actividad intelectual y creativa. En suma, se trata de un relato que dramatiza, hasta sus últimas consecuencias, la manipulación de la mujer por la ciencia y en el contexto de la institución matrimonial. Al final, la protagonista se vuelve loca, pero hasta ese momento es consciente de que desea seguir leyendo, pintando y relatando su impuesta reclusión. En definitiva, las mujeres que se salían del guión pre-establecido para la mujer autómata, la que nacía para decorar, y no la que decidía pensar sobre su situación, tenía que pagar un precio muy alto que, en ocasiones, podía incluso acarrearles el ostracismo y la muerte30.

Tal y como hemos señalado, en la nueva ficción de estas escritoras se aborda de forma general y sin tapujos los peligros del matrimonio, la construcción social del género y la explotación social de la mujer. Pero, además, abundaban en temas como la prostitución, la locura, la enfermedad, la creatividad y las utopías en las que las mujeres imaginaban su emancipación sexual, el amor libre, la maternidad en solitario, las familias monomarentales e incluso burdeles donde las mujeres podían pagar por los servicios sexuales de jóvenes atractivos. En este contexto creativo y social, Kate Chopin habla abiertamente en su obra sobre aspectos tan trascendentales de la identidad individual de la mujer como son su propia sexualidad y la necesidad de ganarse un espacio real de desarrollo intelectual y espiritual en la sociedad.

A pesar de que la obra de Chopin se identifica con los valores fundamentales que defendía el movimiento de la nueva mujer, la escritora nunca tuvo un papel relevante como activista. De hecho, no se unió al movimiento de las mujeres a favor del sufragio, ni tampoco perteneció a ninguna comunidad literaria de escritoras. Estos aspectos de su vida nos hablan sobre su independencia y del claro deseo de no pertenecer a ningún grupo organizado, porque, según han señalado sus biógrafos, después de ser miembro de una asociación de mujeres de beneficencia y literatura durante dos años se dio de baja. En otras palabras, parece ser que a Chopin no le convencían los didactismos, ni las prédicas, ni tampoco las convenciones literarias. Era una creadora independiente, celosa de su privacidad y una gran observadora del comportamiento humano sin necesidad de pertenecer a asociaciones o a grupos organizados de activistas.

LA PRIMERA COLECCIÓN DE RELATOS: «BAYOU FOLK»