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Sebas despierta en Lisboa sin recordar qué ha sucedido y cómo terminó en ese lugar. Una nota le revelará que Irene, su pareja, ha sido secuestrada. En El enigma Pessoa nos adentramos en las calles de la capital portuguesa para descubrir y descifrar numerosas pistas y enigmas que llevarán al protagonista a desvelar un misterio oculto que trastocará su vida.
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Primera edición digital: mayo 2020 Campaña de crowdfunding: equipo de Libros.com Composición de portada: Raquel Pérez
Versión digital realizada por Libros.com
© 2020 Joaquín Pereira © 2020 Libros.com
ISBN digital: 978-84-18261-03-9
Com quem eu gostaria de fugir para Lisboa para escrever juntos.
«Tudo vale a pena
se a alma não é pequena».
Fernando Pessoa
«El lobo habitará con el cordero,
el puma se acostará junto al cabrito,
el ternero comerá al lado del león
y un niño chiquito los cuidará».
Isaías 11:6
«Porque el anhelo ardiente de la creación
es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios».
Romanos 8:19
«Entonces vi un nuevo cielo y una nueva tierra,
porque el primer cielo y la primera tierra
habían pasado…».
Apocalipsis 21:1
Portada
Créditos
El enigma Pessoa
Dedicatoria
Nota del autor
Hecho
Versión tuit
Espiral
Dormindo
25 de diciembre
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Fernando Pessoa
Capítulo V
Capítulo VI
Marqués de Pombal. Sebastião José de Carvalho e Melo
Capítulo VII
26 de diciembre
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Francisco Franco
Capítulo XII
Capítulo XIII
27 de diciembre
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Arturo
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
28 de diciembre
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Don Sebastião I
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Maika´i
29 de diciembre
Capítulo XXVI
Cristóbal Colón
Capítulo XXVII
Capítulo XXVIII
Sebastián
30 de diciembre
Capítulo XXIX
Capítulo XXX
Capítulo XXXI
Capítulo XXXII
Capítulo XXXIII
Capítulo XXXIV
Capítulo XXXV
31 de diciembre
Capítulo XXXVI
Capítulo XXXVII
Irene
1 de enero
Capítulo XXXVIII
Capítulo XXXIX
7 de mayo
Acordado
Joaquín
Anexos
Agradecimientos
Otros libros del autor
Mecenas
Contraportada
Las referencias a obras de arte, esculturas, rutas y arquitectura en Lisboa, Fátima, Sintra y Madeira son reales —así como sus exactas localizaciones—. Estas pueden ser vistas hoy.
La creencia sobre un imperio espiritual al que la humanidad se dirigirá como destino fue una de las creencias esotéricas de Fernando Pessoa.
Los diálogos y situaciones de los personajes históricos mostradas en la novela fueron creados dentro de la verosimilitud que permite la ficción en la trama de la historia.
Genetista afirma haber encontrado el gen «religioso» en humanos.
Por Elizabeth Day (15 noviembre 2004). LONDON SUNDAY TELEGRAPH LONDRES — El genetista molecular estadounidense Dean Hamer ha llegado a la conclusión, después de comparar más de 2.000 muestras de ADN, que la capacidad de una persona para creer en Dios está relacionada con la química cerebral. «Buda, Mahoma y Jesús compartían todos una serie de experiencias místicas, o alteraciones en la consciencia, y por ello probablemente portaban este gen», comentó. «Esto significa que la tendencia hacia lo espiritual es parte de la configuración genética. Esto no es algo que pase estrictamente de padres a hijos. Podría saltarse una generación, es como la inteligencia».
La esencia de mi ADN se mezcló con el vino de 101 para elevar a la humanidad. Bem-vindo ao Quinto Império: Tudo é cumprido. #ElenigmaPessoa
Caracol, árbol de la vida, serpiente enroscada, pétalos de flores, ramas de árboles, tornado; Fibonacci; iris, diafragma de lente fotográfico; galaxias, horóscopo, constelaciones, anunakis, mayas, celtas; Gaudí, Pessoa, da Vinci; humo del cigarro, rizos de cabello; sacacorchos, hélices, taladros, molinillos; vino, queso, caracola dulce; juego tradicional chino, ludo; catedral, escalera, ciudad, biblioteca, Quinta da Regaleira, imperios, señal de tránsito, logo de andamios; cábala, tarot, tiempo, historia… ADN.
Un chorro de luz y lluvia entran por la abertura, allá arriba, como la garganta de un dragón que devora una tormenta. Alrededor me circundan piedras verdosas resguardando una escalera de caracol sostenida por columnas.
Estoy a medio camino del fondo. Me siento como si descendiera al estómago del dragón. Siento frío, como nunca había sentido. Debe ser el aliento de la muerte. No se siente miedo, el miedo ocurre cuando todavía hay esperanza de sortear lo inevitable.
¿Pero cómo es posible? ¿De dónde salió ese perro? Es un galgo. Me observa. No es una mirada de amenaza. Más bien es como si me esperara. Lo sé, desea que lo siga. Cuando lo comprendo sale corriendo hacia abajo como si hubiera leído en mi mirada que lo había entendido. Ya voy.
Uno, dos, tres, cuatro… quince peldaños. Un rellano. Uno, dos, tres, cuatro… quince peldaños. Otro rellano. El pozo tiene nueve rellanos. ¿Cuántos círculos tenía el infierno? Sí, esto es un pozo, no es un dragón. He salido por un momento del delirio. ¿Estaré drogado?
Los escalones están empapados. Corro. El chorro de agua y luz que cae produce unos brillos que se parecen a ángeles que suben y bajan en una especie de danza.
Casi llego al final. Temo resbalarme. Y es como si hubiera dictado una orden: termino en el piso. Me paro más apenado que adolorido y lo veo, el galgo está en el centro del foso, esperándome. Una rosa de los vientos lo rodea en el adoquinado que cubre el piso bajo sus patas.
Ya voy. Ya estoy cerca. No… Otra vez huyes. ¿Acaso este no era el final? ¿Acaso nunca hay final? Huele a cigarro, algo anda mal.
Ahora lo veo. Hay una gruta que inicia en la pared de enfrente. Cuando estaba en medio de la garganta era imposible que viera esa salida. ¿Es una salida? Siento como si una esperanza hace tiempo perdida hubiera retornado.
Veo la silueta del perro alejándose por la gruta. Una luz sinuosa ilumina el piso. Al fondo oigo una cascada. Mientras atravieso, rozo las paredes y noto que tienen la forma de un coral.
Salgo de la gruta y llego a un estanque en el que se asoman algunas piedras formando un tramo que lo atraviesa. Paso por una fuente que tiene una estatua de un ave con el cuello largo y el de pico curvado. ¿Ibis?, «El último animal que se refugia antes de un huracán, y el primero en reaparecer después del paso de la tormenta». ¿Dónde habré leído eso? Quizá para uno de mis reportajes del periódico donde trabajaba.
¿A dónde fue el galgo? Una voz me llama: «Sebastián… Sebastián…». Es Irene. ¿Qué hace aquí? ¿Dónde está?
Volteo y a mis espaldas una niebla va borrándolo todo. No puedo volver atrás. Salto de piedra en piedra y atravieso el estanque. En frente se abre la boca de una cueva. Es inevitable. Debo entrar.
Todo está oscuro. Camino en un infinito espacio oscuro. Un punto blanco aparece al fondo. Mientras me acerco va aumentando y veo que es una estatua. Es una mujer con un cisne. ¿De dónde sale la luz que la ilumina? Me acerco y noto que su rostro es el de Irene. Esta abre los ojos y me grita: «¡Despierta!».
—Acorda, rapaz. Wake up. Despierta.
—¿Dónde estoy? —Sangre, mi boca sabe a sangre.
—Estás en la plaza del Pelourinho. ¿Recuerda cómo llegó aquí? ¿Es español?
—Venezolano, soy venezolano, pero también periodista.
Me cuesta abrir los ojos. La claridad me lastima. No entiendo muy bien lo que veo: una especie de pedestal se eleva al cielo como una petrificada espiral de crema batida. ¿Sigo soñando?
Podría decir que estoy encima de una torta de bodas formada por cinco capas de biscocho de vainilla. Pero no es así. Primero porque falta la novia, Irene. Segundo porque la alargada espiral de crema batida que tiene en el centro la convertirían en una torta de cumpleaños, si no fuera porque en su extremo no hay una llama sino una esfera armilar.
Alrededor de la torta se extienden cinco círculos concéntricos parecidos a hélices dentadas.
Luego de los círculos hay una plazoleta cuadrada con triángulos blancos y negros que agrupados forman figuras cinéticas. Desde donde estoy contemplo la plaza y me hace marear. Parece querer succionarme.
Pelourinho. Recuerdo que me trajo aquí Irene mientras me mostraba la ciudad. Se trata de la picota de Lisboa, el lugar donde antaño llevaban a los delincuentes a pagar sus culpas frente a los pobladores honorables. Pero ¿qué hago aquí? Estoy golpeado. ¿Dónde está Irene?
Lo último que recuerdo fue una discusión que tuve con ella mientras recorríamos los locales de Barrio Alto. Ella estaba feliz de conocer la ciudad donde nació el personaje motivo de su tesis de grado: Fernando Pessoa. Yo no podía evitar seguir deprimido luego de haber renunciado al periódico donde trabajaba.
—Te usó como un pincel humano y pintó esa espiral en la calzada con tu sangre —me dice el policía, y por primera vez siento miedo—. Vamos a llevarlo al hospital.
Entonces es eso. Esa mancha marrón rojiza alrededor de la plaza —sobre los círculos dentados— está hecha con mi sangre. Pensaba que era un adorno o una especie de instalación publicitaria.
—Se llevaron a Irene. La secuestraron —¿Cómo puedo saberlo? ¿De dónde me vino esa idea?
—¿Irene? ¿Había otra persona con usted?
Mientras le explico al funcionario que estaba en la ciudad con mi novia pasando las fiestas de Navidad, me ayudan a levantarme. Entonces suena mi celular en el bolsillo de mi pantalón. Logro tomarlo a tiempo. En la pantalla leo Maika’i —el seudónimo que como hacker usa mi amigo Miguel—. No puedo contestarle ahora. Todo me da vueltas. Me dejo conducir por los policías. Espero aún estar soñando, pero ya debería estar despierto.
Cierro los ojos mientras me trasladan en la ambulancia y me van llegando los olores de Lisboa —ciudad que los griegos antiguos llamaban Olissippo, pues creían que fue fundada por Ulises tras huir de Troya.
Algunos dicen que Lisboa huele a sardinas y a viejo, y también a albahaca cerca de la fiesta de San Antonio —el que les otorga novio a las jóvenes lisboetas que le ofrecen esta planta—. Otros dicen que huele a confitería, a tienda de algodones, a tabaquería, a un taller de motocicletas o una carbonería. A muchos les huele a sésamo y a café. A todos les huele a mar, aunque el Tajo sea un río. Para mí Lisboa huele a nostalgia, más bien a saudade —esa palabra intraducible que parece contener la piedra filosofal para transformar el dolor en dicha—, esa especie de tristeza cayada con la que mi madre condimentaba las comidas de mi infancia.
Recuerdo cuando días atrás recorría esas mismas calles, pero en uno de esos autobuses de color rojo de turistas. Irene estaba a mi lado tomando fotografías de todo lo que la sorprendía. ¿Por qué no me contagié de su alegría?
La última imagen que viene a mi cabeza de ella es verla sentada frente a una puerta en Barrio Alto tomándose una caña. Estaba vestida con la pañoleta de colores que le recogía su cabello rojizo, aquella bufanda azul que era su favorita, el suéter verde que le regalé apenas llegamos a Lisboa, sus blue jean que tanto me gustaban porque le quedaban ajustados y sus botas marrones.
—No vas a estar nunca en paz si te crees superior a todo el mundo —me decía Irene, aunque no entendía del todo lo que me quería decir—. Deberías intentar andar por el camino de la gente sencilla.
Mis ropas aún conservan el olor de su perfume Chanel Nº5. Estuvimos bailando desde la medianoche de Navidad hasta el amanecer. Mientras caminábamos de local en local tarareaba ese tema de la cantante francesa Zaz. ¿Cómo es que se llamaba? Si jamais j’oublie, Si alguna vez olvido. No paraba de cantarlo desde que arribamos a Portugal. Tanto que llegué a pensar que me estaba enviando un mensaje cifrado. Ahora es inevitable que asocie el perfume Chanel Nº5 con esa canción. Lo huelo en mi franela ensangrentada y recuerdo la letra:
Rappelle-moi le jour et l’année
Rappelle-moi le temps qu’il faisait
Et si j’ai oublié
Tu peux me secouer
Et s’il me prend l’envie de m’en aller
Enferme-moi et jette la clé
En piqure de rappel
Dis comment je m’appelle.
«Y si me entran ganas de largarme. Enciérrame y bota la llave». ¿Me estabas avisando que ibas a partir? ¿Me estabas pidiendo ayuda y no te entendía?
Si jamais j’oublie
Les nuits que j’ai passé
Les guitares et les cris
Rappelle moi qui je suis
Pourquoi je suis en vie
Si jamais j’oublie
Les jambes à mon cou
Si un jour je fuis
Rappelle-moi qui je suis
Ce que je m’étais promis.