El hermano del novio - Michelle Reid - E-Book

El hermano del novio E-Book

Michelle Reid

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Beschreibung

Julia 941 Piers Danvers la había dejado plantada ante el altar, pero Rafe Danvers, su hermano, estaba esperando para ocupar su lugar. Rafe era el hermano mayor y cabeza del imperio familiar, y precisamente había sido él quien había convencido a Piers de que la abandonase. Y con esa misma determinación, insistía en que se casase con él. Aturdida como estaba, Shaan aceptó su proposición, más sorprendente aún porque hasta aquel momento, Rafe había actuado como si la despreciase. ¡Y de pronto quería decirle al mundo que era su esposa... y no sólo sobre el papel, sino de hecho y de derecho!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1997 Michelle Reid

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El hermano del novio, JULIA 941 - abril 2023

Título original: MARRIAGE ON THE REBOUND

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo

Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411418140

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LA habitación había quedado sumida en un terrible silencio. Nadie se movía. Nadie habló. El horror que era la pesadilla de toda joven envenenaba el aire.

Shaan se había dejado caer sobre la silla más próxima, su rostro blanco como la cera. Entre las rodillas, medio ocultas entre los pliegues de delicada seda y encaje estaban sus manos, frías como el hielo y apretando el papel que Rafe acababa de entregarle.

Querida Shaan, decía. Querida Shaan…

—¿Cómo ha podido hacerlo?

Las palabras de su tío rompieron el silencio con un sonido ahogado, rasposo y desolado.

Nadie le contestó. Shaan no podía y Rafe no estaba preparado para hacerlo. Se había quedado de pie junto a la ventana, ajena a todo ahora que su papel en aquella macabra jugada había concluido, mientras cerca de allí una iglesia abarrotada de invitados vestidos con sus mejores galas, aguardaba a unos novios que no llegarían.

Ya habrían empezado a sospechar que algo iba mal; el hecho de que Piers y Rafe no estuvieran en el altar ocupando su lugar era ya bastante mal augurio. Su tía estaría mordiéndose las uñas muerta de preocupación mientras Jemma, su única dama de honor, preciosa con su vestido rosa, estaría esperando a la puerta de la iglesia a una novia con la que ningún hombre quería ya intercambiar promesas.

—Dios… Ha escogido el último momento, ¿verdad? —bramó su tío.

—Sí —contestó Rafe, aunque aquella única sílaba sonó ahogada.

Shaan no hizo ningún movimiento. Sus ojos, marrón muy oscuro, parecían negros y sin fondo en un rostro tan completamente desprovisto de color. No veía casi nada con ellos. Estaba mirando hacia sí misma, hacia aquel lugar frío y oscuro de su mente en el que se alojaban el horror, el sufrimiento y la humillación, aguardando a que pasase el aturdimiento inicial para apoderarse de ella.

¿Estaría Rafe tan aturdido como ella? Probablemente. A pesar de su habitual bronceado, parecía pálido. Y se había vestido con un traje gris para asistir a la que iba a haber sido una boda de mañana. No podía haber albergado sospecha alguna de que Piers fuese a hacer algo así.

Piers…

Shaan clavó la mirada en sus propias manos, en los dedos que apretaban convulsivamente la hoja de papel.

—Siento tanto tener que hacer esto…

Los labios le temblaron, pero no el resto de su cuerpo, que se mantenía en una especie de helada inmovilidad que apenas le permitía respirar. Tenía la boca seca, tan seca que parecía tener la lengua pegada al paladar, y el corazón le latía de una forma extraña; unas pulsaciones intensas, gruesas, tanto que estaba empezando a sentirse mareada y con ganas de vomitar…

—Dios… —su tío se movió de repente—. Tengo que ir a decirle a toda esa pobre gente que espera en la iglesia que…

—No es necesario —lo interrumpió Rafe—. Ya me he ocupado yo. He pensado que sería… lo mejor —concluyó, a pesar de que la palabra le pareciese inadecuada, dada la situación.

En aquel preciso instante, el ruido de un coche que se detenía frente a la casa les indicó que la primera llegada horrorizada de la iglesia acababa de producirse.

«Demasiado pronto», se dijo Shaan. «Todavía no estoy preparada. No puedo mirarles a la cara y…»

—¡Shaan!

Era la voz de Rafe áspera por la preocupación, y un segundo después sintió que alguien la sujetaba antes de que cayese al suelo hacia delante.

—No quiero ver a nadie –musitó; no estaba inconsciente, pero le faltaba muy poco.

—Claro que no.

Rafe estaba de rodillas delante de ella, sujetándola contra su pecho, y el fino velo de tul cubría su melena de cabello negro como el carbón que había caído cubriéndole la cara. Rafe temblaba, percibió vagamente.

—Es Sheila —su tío Thomas miraba desde la ventana—. Es tu tía, Shaan —murmuró con suavidad—. Querrá..

En aquel momento la puerta se abrió de par en par y Shaan empezó a temblar violentamente. Rafe maldijo entre dientes y se movió para poder acurrucarla mejor entre sus brazos y protegerla del aire del salón.

—¡Shaan! —gritó su tía, casi histérica—. ¡Mi niña!

—No —gimió ella contra el hombro de Rafe—. No…

No iba a poder soportarlo. No iba a ser capaz de resistir el dolor de su tía, ni el de su tío… ¡ni siquiera el suyo propio!

Rafe debió presentirlo porque se puso en pie, llevándola a ella pegada a él, y la tomó en brazos, de modo que su rostro, frío como el hielo, quedó pegado a su cuello caliente y tenso.

—Se ha desmayado —mintió—. Su habitación, señora Lester… dígame dónde está su habitación.

—Shaan…

Su tía Sheila, su serena y dulce tía Sheila, que raramente permitía que las tranquilas aguas que rodeaban su vida se alterasen, se vino abajo por completo, dejándose caer en una de las sillas para echarse a llorar desconsoladamente. Su tío Thomas se acercó a ella mientras Rafe, murmurando algo entre dientes, salió de la habitación sin esperar a que le indicasen a dónde debía dirigirse.

El recibidor estaba lleno de gente. Shaan sintió su horrorizada presencia aunque Rafe mantuvo su rostro oculto, e ignorándolos a todos, subió las escaleras como un escalador, empujado por la adrenalina.

Oyó que algunos de los presentes contenían la respiración, y también la voz de Jemma, que preguntaba algo con brusquedad. Rafe le contestó, pero Shaan no entendió sus palabras.

—¿Qué habitación?

Su voz sonó ruda, lo bastante como para conseguir penetrar la maraña que la rodeaba, pero aunque intentó concentrarse en la pregunta, no consiguió encontrar la respuesta. No sabía dónde estaban. Con otra maldición entre dientes, Rafe abrió una puerta con el pie, y luego otra, y otra, hasta que encontró una habitación que sólo podía ser la de la novia por toda la parafernalia nupcial que estaba esparcida por todas partes. Una vez dentro, la sentó a los pies de la cama y cerró de un golpe la puerta.

El silencio los engulló entonces, el mismo silencio denso y duro que los había engullido en el salón después de que Rafe le entregase la nota.

Él se quedó inmóvil, contemplando su cabeza baja, y de pronto se acercó a ella y tiró del velo de tul que aún llevaba puesto. Sin fijarse en la cantidad de horquillas que lo sujetaban a su pelo, lo rasgó y lo tiró al suelo.

—Lo siento —murmuró—, pero no puedo…

Y se alejó de ella con los puños metidos en los bolsillos.

La cabeza comenzó a dolerle por los arañazos de las horquillas, pero no le importó. Casi agradeció sentir ese dolor porque así supo que aún estaba viva. Y hasta comprendía por qué debía haberlo hecho. Tenía que resultar patética, sentada allí con su vestido de novia mientras su novio huía en dirección contraria.

De pronto la realidad le golpeó en la cara, y un asco que brotaba sin saber de dónde la empujó a ponerse en pie; la carta, que aún seguía llevando en el puño cerrado, cayó al suelo olvidada mientras ella intentaba ciega de rabia tirar de las diminutas perlas que cerraban el cuerpo del vestido por delante.

—¡Ayúdame! —le rogó desesperada, con las manos y el cuerpo entero temblándole, la expresión que hasta entonces había sido de aturdimiento transformada en un odio torturado.

La seda se rasgó al tirar, pero no le importó… de pronto, su mayor preocupación era salir de aquel vestido, deshacerse de todo lo que pudiera conectarla, aunque fuera remotamente, con Piers o con el día de la boda.

—¡Ayúdame, por amor de Dios!

—¡No puedo, Shaan!

Rafe parecía sorprendido, y esa sorpresa le hizo mirarle.

—¿Por qué no? —le preguntó sugiriendo una condena—. Has hecho todo lo que podías hacer para destrozarme este día. ¿Por qué no puedes ayudarme a destrozar este vestido?

Su repentino ataque lo obligó a retroceder, y un músculo tembló en su mandíbula apretada. Sus ojos grises se oscurecieron al querer decir algo, y Shaan lo desafió irguiéndose, retándolo a que negase lo que acababa de decir. Pero Rafe no podía hacerlo, y apretó los dientes.

Dejándose llevar por una nueva ola de violencia interior, Shaan tiró del cuerpo del vestido y la rica seda se rasgó de parte a parte, lanzando los diminutos botones en forma de pera a todas partes; la cama, el suelo, la alfombra…

Rafe se quedó mirando uno de aquellos botones que fue a aterrizar a sus pies mientras Shaan se desprendía del vestido hasta quedar, de pie y temblando, con el body de encaje y las medias de seda.

—Esto es peor que una violación —murmuró entre dientes, abrazándose.

—Dios, Shaan, no… —contestó él, y dio un paso hacia ella con un brazo extendido que luego dejó caer, consciente de que no podía decir nada porque nada podía borrar el dolor y la degradación que estaba sintiendo, y se giró en dirección a la puerta.

—Voy a… a decirle a alguien que…

—¡No! —gritó ella, y Rafe se detuvo a un paso de la puerta—. No —repitió en voz más baja—. Puedes irte si quieres, pero no quiero que nadie se acerque a esta habitación.

Una cosa era permitir que Rafe presenciase su derrumbamiento, ya que él había sido el portador de la noticia, y otra muy distinta permitir que los demás también lo presenciasen. No quería ver a nadie. A nadie. Ni a Jemma, su mejor amiga, ni siquiera a su tía.

No le importaba estar en ropa interior delante de él. Es más, Rafe se había opuesto a ella desde el momento en que Piers se la había presentado como su…

—No.

Pensar en Piers azuzaba la sensación de náusea y tuvo que respirar profundamente varias veces para recuperar la serenidad. Se apretaba con tanta fuerza los brazos que podría haberse hecho sangre con las uñas. Entonces sintió algo frío rozar su piel y se miró la mano izquierda. Un diamante titiló a la luz, y de un tirón de lo sacó del dedo y volvió a mirar a Rafe.

—Ten —le dijo, tirándole el anillo a los pies—. Puedes devolvérselo cuando vuelvas a verlo. No lo quiero, y no quiero volver a verlo más.

Con la imagen de Rafe agachándose para recogerlo, entró rápidamente en el cuarto de baño de la habitación, cerró la puerta y se apoyó contra ella. Tenía una sensación pesada en su interior, como si todos los órganos hubieran colapsado hechos un montón en la boca del estómago.

Necesitaba una ducha. La piel le temblaba de repulsión y necesitaba desesperadamente hacerla desaparecer.

Fue al quitarse el body de seda blanca cuando vio la liga de satén y encaje azul pálido que llevaba en el muslo, justo por encima de una de las medias y una sonrisa triste se dibujó en sus labios al pensar en lo ridícula que debía haberla encontrado Rafe.

Las lágrimas le cegaron la visión, lágrimas que serían las primeras de muchas otras que vendrían después, y se las secó con rabia antes de entrar en la ducha. Con manos temblorosas giró los grifos y el agua empezó a caer. Shaan se quedó inmóvil, los ojos cerrados, la cabeza hacia atrás, sin preocuparse de si se escaldaba, siempre y cuando consiguiera borrar hasta el último vestigio de la novia.

Imposible saber cuánto tiempo estuvo así, porque no se permitió pensar, ni siquiera sentir, pero al final del túnel en el que la sumió el receso de su mente, oyó que llamaban a la puerta del baño, oyó voces, la de su tía desesperada y aguda, la de Jemma, clara y preocupada.

Los murmullos oscuros de Rafe se mezclaron con ella, diciendo Dios sabe qué. Ni lo sabía ni le importaba, siempre que consiguiera mantenerlas alejadas de ella. Después, el silencio volvió a caer, un silencio sólido que calmaba el calor de su corazón y la ayudaba a mantener la cara bajo el agua de la ducha.

Más adelante habría tiempo de sobra para soportar todas esas miradas de lástima. Aquellos minutos eran para sí misma, sólo para ella; unos minutos para intentar asimilar en qué se había convertido: en una novia plantada en el altar.

Un nervio le tembló en la mejilla. La humillación ocupaba el lugar en el que solía asentarse el corazón. Qué idiota había sido al imaginarse que Rafe Danvers iba a permitir que se casara con su hermano.

Lo había sabido desde aquel primer encuentro, yendo de la mano de Piers, que Rafe iba a hacer todo lo posible porque rompieran.

Piers… Una imagen de su rostro, sonriente y de facciones suaves, se apareció ante sus ojos para atormentarla. ¿Cómo había sido capaz de hacerle algo así?

—Shaan…

Los nudillos que sonaron en la puerta le hicieron dar un respingo, y a punto estuvo de resbalar en la ducha al oír aquella voz profunda al otro lado.

Así que todas aquellas otras voces preocupadas no habían conseguido doblegar a la de Rafe; tampoco había escapado como su hermano. Seguía estando allí, al otro lado de la puerta, dispuesto como siempre a aceptar sus responsabilidades hasta el final.

Rafe. El hermano mayor. El que había alcanzado el éxito. La cabeza del imperio Danvers. El hombre con la espalda lo bastante ancha como para soportar lo que el destino le echase encima.

Y ahora era ella la carga que Piers había echado sobre sus hombros.

—Shaan…

La voz venía de mucho más cerca, y abrió los ojos. A través de la nube de vapor, vio la figura de Rafe al otro lado de la puerta de la ducha esperándola con una toalla.

—¿Quién te ha dicho que podías entrar? —dijo, demasiado turbada como para preocuparse de su desnudez… ni interior ni exterior. El agua seguía cayéndole sobre el cuerpo.

Él no apartó la mirada de sus ojos… ni siquiera para echar un breve vistazo a su cuerpo.

—Vamos —le dijo con suavidad, extendiendo la toalla—. Ya llevas demasiado tiempo ahí dentro.

Shaan se echó a reír sin saber por qué, pero fue una risa carente de humor y más débil e indefensa que cualquier otra cosa. ¿Demasiado tiempo para qué? Al fin y al cabo, no pensaba ir a ninguna otra parte.

Volvió a cerrar los ojos y dejó que el agua siguiera batiendo contra su cara.

—Esconderte ahí no va a servir de nada, ya lo sabes.

—Déjame en paz, Rafe. Ya has conseguido lo que querías, así que ahora, déjame en paz.

—Me temo que no puedo hacer eso.

Soltó un extremo de la toalla para poder cerrar los grifos.

El nuevo silencio se vio envuelto en el vapor que subía de los azulejos mojados del suelo, y miró hacia abajo para verlo subir en espiral ciñendo su cuerpo, a lo largo de sus piernas, en torno a sus caderas, alrededor de sus senos.

—No me quería —murmuró con voz carente de emoción—. Después de todo lo que me había dicho, no me quería.

Sintió la toalla alrededor de los hombros y que las manos de Rafe la sostenían allí mientras la obligaba con gentileza a salir de la ducha.

—Sí que te quería Shaan —contestó él, abrazándola con el resto de la toalla—. Pero también quería a Madeleine. La verdad es que no tenía derecho a prometerle nada a otra mujer mientras siguiera queriéndola a ella.

«Sí… Madeleine», se dijo en silencio. «El primer y único amor de Piers».

—Y tú tuviste que hacerla entrar de nuevo en su vida —lo acusó.

—Sí —suspiró él, masajeando suavemente su espalda—. No te lo vas a creer, Shaan, pero lo siento. Lo siento muchísimo…

Por alguna razón, aquella disculpa le llegó tan adentro que se volvió hacia él y con toda la rabia amarga, cegadora y calcinante, lanzó una mano que fue a estrellarse contra su cara.

Él admitió la bofetada sin tan siquiera parpadear, y no la soltó, sino que se quedó mirándola con aquellos ojos tan grises y tan fríos y los labios apretados en una línea.

Hubiera querido llorar, pero no pudo. Quería patalear, gritar, pegarle, soltar todo el dolor y la ira que la saturaban por dentro, pero no pudo. Lo único que fue capaz de hacer fue quedarse allí, en el círculo de sus brazos, y mirarlo con sus enormes ojos negros mientras se preguntaba si aquella mirada cenicienta contenía satisfacción o culpabilidad.

Se lo había advertido. Unas seis semanas antes, Rafe le había advertido que no se iba a limitar a hacerse a un lado y permitir que se casara con su hermano. Desde el instante en que se vieron por primera vez en el elegante espacio del recibidor de el casa de Rafe, su rechazo había estado allí, poniendo en pie de guerra unas defensas que ni siquiera sabía que poseía hasta que se encontraron con esa mirada.

Hasta aquel momento ella había sido simplemente Shaan Saketa, hija adorada de los difuntos Tariq y Mary Saketa, orgullosa de la mezcla de su sangre porque jamás la habían hecho sentirse de otra manera… hasta que aquellos ojos duros como el acero la habían mirado de arriba abajo.

Entonces, por primera vez en su vida, había experimentado los prejuicios, y la extraña combinación de pelo liso y negro como el carbón, ojos oscuros y piel tan blanca como la leche, que hasta entonces había hecho que la gente se volviera a mirarla admirada, se transformó de pronto en algo de lo que podía avergonzarse. Había estrechado la mano que Rafe le había tendido a modo de saludo, pero consciente por instinto de que no deseaba rozarse con ella, ni siquiera estar en la misma habitación.

Y sin embargo no sólo había estrechado su mano durante más tiempo del necesario, sino que la expresión de sus ojos le había helado la sangre en las venas. Aquel había sido el momento en el que Rafe Danvers le había hecho saber que era alguien no apto para entrar a formar parte de la gran familia Danvers.

Y su victoria había llegado al fin, lo que le permitía ser un poco caritativo. Ofrecer su consuelo a los que sufren.

Se separó de él y se ciñó la toalla para intentar dejar de temblar antes de salir de nuevo al dormitorio.

Milagrosamente no quedaba ni rastro de su atuendo nupcial. Habían limpiado por completo la habitación mientras había estado escondida en el baño. El vestido, los jirones de tela, los botones, todo había desaparecido, dejando sólo su bata de baño a los pies de la cama y las maletas, tan cuidadosamente preparadas la noche anterior, aún apiladas al lado de la puerta.

Dejó caer la toalla y se puso la bata, sin importarle que Rafe la hubiese seguido desde el baño. No le importaba mostrarle su desnudez, especialmente sabiendo que su cuerpo no despertaba el más mínimo interés en él.

Se volvió a mirarlo al tiempo que se ceñía el cinturón a la cintura. Él estaba de pie en la puerta del baño, sin apoyarse y tenso.

—Te he mojado el traje —le dijo, y él se encogió de hombros con indiferencia. Luego se acercó a la cómoda.

—Ten —le dijo, ofreciéndole un vaso medio lleno de algún licor.

—¿Medicinal? —se burló ella al aceptarlo. La conmoción que antes había dejado sus miembros lánguidos y como de goma ahora los había vuelto rígidos, tanto que hasta sentarse en el borde de la cama fue un ejercicio doloroso.

—Como quieras llamarlo —contestó él—. De hecho… —se volvió y tomó otra copa—, yo también necesito un poco de lo mismo —y se sentó junto a ella—. Bébetelo. Te ayudará.

Hizo girar el líquido ámbar en el vaso antes de acercárselo a los labios desvaídos. Él hizo lo mismo, y sus brazos se rozaron con el movimiento.

Era muy extraño que fuese el mismo hombre que se había pasado las últimas seis semanas evitándola a toda costa quien pareciera feliz de poder estar tan cerca de ella como le fuese posible.

Shaan lo miró entonces. La tensión se palpaba en su mandíbula, en las líneas duras de su perfil. No se parecía nada a Piers. Los dos hermanos eran radicalmente distintos. Rafe tenía el pelo oscuro, y Piers era rubio, tan rubio que no le había sorprendido en demasía saber más tarde que eran sólo medio hermanos. Lo que también explicaba el lapso de diez años entre sus edades. Piers era el más atractivo de los dos, el poseedor de una despreocupada sonrisa que encajaba con su carácter abierto y sin complicaciones.

O eso le había parecido a ella, se corrigió mientras tomaba otro sorbo de brandy, y el licor se abrió paso a llamaradas en su garganta. Por lo menos así recuperaría algo del calor perdido.

—¿Qué ha pasado con todo lo que había aquí? —preguntó.

—Tu tía y tu amiga lo recogieron todo mientras estabas en el baño. Necesitaban… sentirse útiles.

—Me sorprende que Jemma no te haya echado —murmuró.

—¿Y por qué no tu tía?

—No. Mi tía jamás ha sido descortés con alguien en su propia casa.

—No como yo, ¿no?

—No como tú —admitió, sin querer preguntarse por qué estarían manteniendo aquella absurda conversación precisamente en su dormitorio.

—Sí que intentó echarme —admitió tras otro sorbo—, pero la convencí de que con mi presencia aquí podrías llevar todo esto mucho mejor.

—Porque a ti no te importa.

Sabía exactamente por qué se había aferrado a él y no a otra persona.

—Eso no es del todo cierto, Shaan —contestó, casi malhumorado—. Sé que no te lo vas a creer, pero yo supe desde el principio que Piers no era hombre adecuado para ti. Sí, es cierto —accedió al recibir una mirada cargada de ironía— …que me he sentido aliviado de que recuperara la cordura antes de que fuera demasiado tarde, pero no me siento precisamente orgulloso de la forma que ha tenido de hacerlo. Y tampoco le perdonaré por el daño que te ha hecho hoy. Nadie —añadió con dureza— …tiene derecho a hacerle daño a otro ser humano de la forma en que te lo ha hecho a ti. Si te sirve de consuelo, puedo decirte que ni Madeleine ni él se sienten bien por…

—No, no me sirve —le cortó, poniéndose de pie—. Y no quiero oírlo.

Se llevó el vaso a los labios y apuró su contenido quedándose así, con la espalda arqueada, los ojos cerrados, la respiración contenida, mientras absorbía el calor del licor.

No quería sentir nada aún. No estaba preparada. Ni siquiera quería pensar… ni en ella, ni en Rafe, y mucho menos en Madeleine y en Piers.

—Está bien, Rafe —dejó el vaso y se volvió hacia él de pronto. Seguía estando tremendamente pálida, pero sus labios empezaban a recuperar algo de color—. Sé que todo esto ha sido una odisea para ti y te doy las gracias por haberte comportado como un hermano, pero ya estoy mucho mejor y te agradecería que te marchases.

Antes de que todo se le echara encima, antes de que empezase el verdadero dolor, antes…

Pero él negó con la cabeza y ni siquiera hizo ademán de levantarse de la cama, y Shaan dio un respingo de alarma cuando él tiró de ella por la cintura para que se sentara de nuevo junto a él.

—Todavía no voy a marcharme —le informó—. He de hacerte una proposición, y quiero que me dejes terminar antes de decir nada. Sé que estás aturdida y sé que no estás en condiciones de tomar decisiones de ningún tipo, pero voy a obligarte a tomar esta determinación por la sencilla razón de que, si accedes, podremos salvar al menos tu orgullo de todo este desastre.