El hijo secreto del jeque - Maggie Cox - E-Book

El hijo secreto del jeque E-Book

Maggie Cox

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Beschreibung

Tenían una oportunidad de rectificar los errores del pasado… Cuando el jeque Zafir el Kalil descubrió que era padre de un niño, hizo todo lo posible para proteger a su hijo, ¡incluso casarse con la mujer que lo había traicionado y que había mantenido a su hijo en secreto! Darcy Carrick había madurado y no estaba dispuesta a ceder fácilmente ante la voluntad de Zafir. Hubo un tiempo en que su corazón se habría disparado con tan solo oír que Zafir quería que fuera su esposa, sin embargo, después de tanto tiempo hacían falta algo más que palabras cariñosas y seductoras para recuperar su amor...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Maggie Cox

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El hijo secreto del jeque, n.º 2553 - junio 2017

Título original: The Sheikh’s Secret Son

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9726-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

La caída desde el muro de granito sucedió en un instante, sin embargo, el tiempo pareció detenerse cuando Darcy vio que caía de pronto. Había perdido la concentración a causa del nerviosismo que le producía la idea de encontrarse con el propietario de la mansión para decirle que el último encuentro apasionado que habían compartido había producido un hijo…

Después, el intenso dolor que sintió en el tobillo al tocar el suelo hizo que tuviera algo más por lo que preocuparse. Blasfemando de manera poco femenina, se frotó el tobillo y puso una mueca de dolor. ¿Cómo diablos iba a ponerse de pie? La articulación se le estaba hinchando demasiado rápido, así que había perdido la oportunidad de mostrarse como una mujer serena, que era lo que tenía pensado.

Al cabo de un instante, un hombre fornido atravesó corriendo el jardín y se dirigió hacia ella. Era evidente que se trataba de un guarda de seguridad. Ella recordó que debía permanecer lo más tranquila posible, independientemente de lo que sucediera. Entonces, respiró hondo para tratar de controlar el intenso dolor que sentía.

Cuando el hombre llegó a su lado, Darcy se fijó en que su piel aceitunada estaba cubierta de una fina capa de sudor. El frío de octubre hacía que saliera vaho de su boca al respirar.

–Podía haberse ahorrado el esfuerzo. Es evidente que no voy a marcharme a ningún sitio. Me he torcido el tobillo.

–Es una mujer muy tonta por haberse arriesgado de esa manera. Le aseguro que el jeque no va a estar muy contento.

Al darse cuenta de que se refería al hombre al que deseaba ver se sintió como si la hubieran estampado contra la pared.

–Su Alteza es el propietario de este lugar y usted ha entrado en su propiedad sin permiso. He de advertirle que él no se tomará esta intrusión a la ligera.

–No… Supongo que no lo hará.

Desde luego, la reacción que tuviera su amante al verla no la haría sentirse peor de lo que ya se sentía. «O sí».

–Mire, lo que ha pasado ya es inevitable y, aunque tendré que explicarle a Su Alteza los motivos por los que estoy aquí, primero necesito que me ayude a ponerme en pie.

–No es buena idea. Será mejor que primero la vea un médico. Si se pone en pie puede que empeore su lesión.

Ella se fijó en que el guarda la miraba con cierta preocupación. Momentos después, el hombre sacó el teléfono del bolsillo y habló en un idioma que ella reconocía de cuando trabajaba en el banco. Para empeorar las cosas, al reconocer el idioma, una serie de imágenes del pasado invadieron su cabeza. Algo muy inoportuno, teniendo en cuenta que se había metido en un lío.

«Y todo porque se me ha ocurrido escalar un muro que nunca debería haber escalado, y me he lesionado».

¿Y qué más podía haber hecho si estaba desesperada por ver a su antiguo amante? Sus peores temores se habían hecho realidad. Él estaba comprometido e iba a casarse. Y daba igual cuántas veces tratara de asimilarlo, el corazón de Darcy rechazaba la idea como si fuera veneno.

Cuando el guarda colgó la llamada, Darcy se percató de que no iba a ayudarla a ponerse en pie. El hombre sacó un pañuelo del bolsillo y comenzó a secarse la frente.

–El médico está de camino. También he pedido que le traigan un poco de agua.

–No necesito agua. Solo necesito un poco de ayuda para ponerme en pie.

De pronto, consciente de que no le serviría de nada pedirle ayuda a aquel hombre, Darcy agachó la cabeza y permitió que su cabello color dorado cayera sobre sus mejillas. Confiaba en que así pudiera disimular el miedo que la invadía por dentro. Rendirse ante la debilidad era algo inconcebible para ella. La última vez que lo había hecho le había salido muy caro.

–¿Quién es el médico? ¿Pedirá una ambulancia para mí?

–No necesita una ambulancia. El médico es el mismo que atiende al jeque. Está muy cualificado y tiene un apartamento aquí.

–Entonces, supongo que no tengo mucha elección, aparte de esperar a que llegue. Confío en que traiga algún analgésico fuerte.

–Si necesita tomarse un analgésico también necesitará agua. ¿Quiere que llame a alguien para avisar de que ha tenido un accidente?

Darcy notó que se le aceleraba el corazón. Su madre no se tomaría la noticia con tranquilidad. Y menos cuando era especialista en hacer un gran drama a partir de una nimiedad. Lo último que necesitaba era que su hijo pequeño se contagiara del nerviosismo de sus padres.

–No. No hace falta. Muchas gracias –sonrió.

Darcy no se había fijado en las dos personas que se acercaban desde la casa con paso apresurado. Miró a otro lado, puso una mueca y se frotó el tobillo hinchado.

¿Sería la policía dispuesta a arrestarla por violación de la propiedad privada?

Como si hubiera notado su nerviosismo, el guarda se arrodilló ante ella y le dio una palmadita en el brazo como para consolarla. Ella lo miró sorprendida, algo que se reflejaba en el brillo de sus ojos azules. El comportamiento de aquel hombre no se correspondía con el de ningún guarda de seguridad de los que había conocido. Y en ese momento, cuando se sentía sola y asustada, agradecía un gesto de amabilidad.

–El doctor le curará el tobillo enseguida. No se ponga nerviosa.

–No estoy nerviosa. Estoy enfadada conmigo por haber escalado el muro. Solo quería ver la casa con la esperanza de… Tenía la esperanza de que si veía al jeque pudiera hablar con él –se mordió el labio inferior. Al ver que el hombre parecía interesado en sus palabras, continuó–. Leí en el periódico que se había mudado aquí. Yo solía trabajar para él, ¿sabe?

–Entonces, si quería verlo otra vez, debería haber llamado a su despacho para pedir una cita.

–Lo he intentado muchas veces, pero su secretaria me dijo que él tenía que dar el visto bueno a la cita. Ella nunca me devolvió la llamada, por mucho que yo lo intentara. En verdad, creo que él ni siquiera ha recibido mis mensajes.

–Estoy seguro de que sí los ha recibido. ¿Quizá Su Alteza tiene motivos para no contactar con usted?

–Rashid.

Al oír una voz grave, ambos volvieron la cabeza. Darcy se quedó asombrada al ver a un hombre con vestimenta árabe. Tenía los rasgos de su rostro bien grabados en la memoria, aunque la última vez que se habían visto había terminado partiéndole el corazón.

Curiosamente, a pesar de todo, su instinto fue recibirlo con familiaridad.

«Zafir…»

Por suerte controló su impulso a tiempo. La mirada de sus ojos negros era penetrante. Ella se estremeció, y se fijó en que, aunque parecía un poco más viejo, seguía siendo igual de atractivo y estaba segura de que tenía mucho éxito entre las mujeres de Katmandú.

«También tiene el cabello más largo».

Su melena oscura y ondulaba llegaba por debajo de sus hombros. El recuerdo de sus mechones sedosos entre los dedos provocó que ella deseara acariciárselo de nuevo.

–La joven se ha caído del muro, Alteza –intervino el guarda de seguridad con un tono tremendamente protector–. Se ha hecho daño.

–Hacer daño es lo que se le da bien.

Dolida por el comentario, Darcy abrió la boca para protestar. Era a él a quien se le daba bien hacer daño, no a ella. ¿O ya se había olvidado de ese pequeño detalle?

–¿Qué estás haciendo aquí y por qué has traspasado mi propiedad?

–Te diré por qué… Porque no devolvías mis llamadas ni contestabas a mis mensajes. Ni siquiera me concedías una cita para verte. Y sabes muy bien cuántas veces lo he intentado. Este ha sido mi último recurso. Sinceramente, preferiría haberte dejado tranquilo, pero tenía que verte.

–Que yo sepa, nunca he recibido esos mensajes.

–¿Bromeas? ¿Cómo es posible que no los hayas recibido? A tu secretaria le decía que era urgente y confidencial. ¿Por qué no me creyó?

–Eso no importa ahora… Si es cierto lo que dices, tendré que investigar al respecto. ¿Por qué querías verme, Darcy? ¿No me creíste cuando te dije que no quería volver a verte? No podías esperar que saliera algo bueno de nuestro encuentro.

Él se inclinó hacia ella y la miró de forma acusadora.

–¿Hace cuánto tiempo sabes que estoy aquí?

–Me he enterado hace poco. Salió un artículo en el periódico.

–¿Y pensaste que era tu oportunidad de vengarte de mí por lo que sucedió en el pasado?

–¡No! –exclamó ella–. Ese no es el motivo por el que quería encontrarte, Zafir. ¿Piensas que mi intención era chantajearte de algún modo? Si es así, no podrías estar más equivocado –las lágrimas se agolparon en sus ojos. Ella tragó saliva y pestañeó antes de continuar–. El artículo decía que estás comprometido y que vas a casarte.

–Y sin duda quieres felicitarme ¿no?

–No te tomes a broma mi sufrimiento –se cruzó de brazos, indignada. Al moverse, notó dolor en el tobillo y se quejó.

Él la miró preocupado y se volvió hacia su acompañante.

–Doctor Eden. Por favor, dele agua a la joven y échele un vistazo a su tobillo. Ahora. Puede que lo tenga roto.

Darcy se retiró el cabello del rostro y lo miró.

–Te alegrarías de así fuera, ¿verdad? –agarró la botella de agua que le ofrecían y bebió un buen trago.

Cuando el jeque se puso en pie, la miró con inquietud.

–Aunque deberían castigarte por lo que me hiciste, no me alegra nada que te hayas lesionado. Y una cosa más –dijo mientras el médico se agachaba para reconocerle el tobillo–: No me llames Zafir. El uso de mi nombre solo está permitido para un círculo selecto de familiares y amigos. Sin duda, señorita Carrick, debería dirigirse a mí de acuerdo a la jerarquía de mi cargo… Usted es mi subordinada.

Su tono furioso hizo que a Darcy se le encogiera el corazón y que sintiera ganas de llorar.

Hubo un tiempo en que había amado a aquel hombre más que a su propia vida. Sin embargo, parecía que él la odiaba, y todo por que se había creído las mentiras rencorosas de su hermano…

–Aunque no necesito hacerle una radiografía, diría que se ha hecho un esguince severo, señorita Carrick.

Al oír el diagnóstico del doctor, ella se alegró de que la situación no fuera tan grave como temía. Suspiró aliviada, pero al instante frunció el ceño. ¿A quién trataba de engañar? La situación era muy grave. Sospechaba que Zafir no pensaba dejarla impune por haber traspasado su propiedad. Era el hijo mayor de la familia que gobernaba el reino de Zachariah y, por tanto, no solo era un hombre importante, sino también poderoso. Además, ella sabía que si su motivo no hubiera sido comunicarle que tenía un hijo suyo, un heredero, nunca habría intentando verlo de nuevo.

–Debería llevarla a la residencia para poder curarle el tobillo –añadió el doctor.

–Iré a buscar la camilla, Alteza –propuso el guarda de seguridad que primero la había atendido.

–Eso no será necesario, Rashid –dijo Zafir–. Yo mismo llevaré a la señorita Carrick hasta la casa.

Darcy estuvo a punto de quejarse acerca de que la tratara como si fuera un paquete. En otros momentos, cuando había fantaseado con la idea de encontrarse de nuevo con Zafir y tener una conversación acerca de lo que había pasado en realidad, era algo completamente distinto. El hombre cálido y divertido para el que había trabajado y del que se había enamorado era una persona completamente distinta del frío desconocido que tenía delante.

Mordiéndose el labio inferior, Darcy murmuró:

–Creo que prefiero ir arrastrándome.

Darcy no estaba segura de si Zafir la había oído pero, al instante, él la había tomado en brazos.

–Espero que no tengas un cómplice en esta aventura. Si lo tenías, está claro que ya se ha ido. Quizá descubrió que no eras tan encantadora como parecías y aprovechó la primera oportunidad para marcharse.

Darcy decidió no contestar a su comentario y tragarse el dolor que le producía que él pensara que había estado con otro hombre y que la había abandonado.

Sin más preámbulos, él se dirigió hacia la casa con el doctor. Rashid los siguió desde atrás, atento por si surgía algún otro imprevisto.

Darcy no pudo evitar pensar en lo íntimo que resultaba estar entre los brazos de Zafir, a pesar de que sabía que él no sentía lo mismo.

 

 

Zafir tenía el corazón muy acelerado cuando dejó a Darcy sobre el sofá del estudio. Ni siquiera en sus sueños más salvajes había pensado en que tendría la oportunidad de volver a abrazarla de esa manera. Cuatro años atrás, cuando él la hizo desaparecer de su vida, prometió que ni siquiera volvería a pensar en ella. Sin embargo, siempre había sabido que estaba mintiendo. Le gustara o no, la imagen del rostro de aquella bella mujer estaba grabada en su corazón. Y al ver la mirada de sus ojos azules, se percató de que todavía tenían la capacidad de cautivarlo.

No obstante, sería idiota si se olvidara por un instante de que aquella mujer lo había traicionado.

Si su relación hubiera progresado, él le habría dado todo, aparte de amor eterno y fidelidad, pero ella lo había estropeado todo al tontear a sus espaldas y tratar de encandilar a su hermano.

Su comportamiento había sido inexplicable. Era evidente que para ella, la fidelidad no era más que un juego. Con aquella cara angelical y sus armas de mujer, podía salirse con la suya con cualquier hombre. Xavier, el hermano de Zafir, le había advertido más de una vez de lo que ella era capaz, aunque Zafir sabía que a su hermano le gustaba alterar la verdad de vez en cuando.

No obstante, ¿cómo no iba a creerse lo que había visto con su propios ojos?

Tras aquel incidente, Xavier no perdió el tiempo para darle detalles acerca de cómo era Darcy en realidad, y le contó que había visto cómo funcionaba Darcy en el banco que su familia poseía antes de que Zafir pasara a convertirse en el director de la sucursal de Londres.

La escena que había presenciado puso fin a todas sus esperanzas. Se había encontrado a Darcy dándose un abrazo apasionado con su hermano Xavier.

Al verlo entrar en la habitación, ella negó que hubiera hecho algo malo. Insistió en que estaba tratando de librarse de Xavier, en lugar de abrazándolo de forma voluntaria. Que el hermano de Zafir la estaba molestando, que llevaba meses haciéndolo y que debería ser él quien fuera castigado.

–Dígale a la doncella que traiga algo de beber para mi visita inesperada –le dijo Zafir a Rashid, sin perder de vista a Darcy–. ¿Qué prefiere, señorita Carrick? ¿Té o café?

–Nada.

Zafir se percató de que la mirada de Darcy transmitía nerviosismo y, curiosamente, se sintió molesto por ello. ¿Estaba preocupada por si llamaba a la policía y la acusaba de violación contra la propiedad? No tenía motivo alguno para no hacerlo. Daba igual lo que hubiera pasado entre ellos en el pasado, no tenía ninguna deuda hacia ella.

–Solo quiero saber qué piensas hacer respecto a todo esto –dijo ella, con nerviosismo.

–Perdone que interrumpa, Alteza –intervino el doctor Eden antes de acercarse al sofá donde Darcy estaba acostada–. Al margen de lo que decida hacer, le aconsejo que primero llevemos a la señorita Carrick al hospital para que puedan hacerle una radiografía.

Zafir asintió y sacó el teléfono móvil del bolsillo interior de la túnica árabe que llevaba. Marcó el número de teléfono directo de uno de los mejores hospitales de Londres y pidió una ambulancia. Darcy estaba sonrosada y apenas podía mantener los ojos abiertos. Cabía la posibilidad de que se desmayara.

–Doctor Eden, he de pedirle que tome la temperatura de la señorita Carrick. Me da la sensación de que no se encuentra nada bien.

–No se preocupe, Alteza –lo tranquilizó el doctor–. Es normal que una persona se sienta débil tras un accidente, pero estaré encantado de hacer lo que me pide.

–Bien.

Poco tiempo después, Zafir se sintió más tranquilo al ver que Darcy no tenía fiebre. Mientras esperaban la ambulancia, Darcy permaneció en silencio, perdida en su pensamiento.

Él no tenía ni idea de en qué estaba pensando. Tiempo atrás no habría tenido ni que preguntárselo. Sus pensamientos habían llegado a estar muy sincronizados, como los de unos enamorados, pero él todavía albergaba el dolor de su traición como si tuviera una herida abierta que no se iba a curar nunca.

El sonido de la sirena de la ambulancia inundó la habitación. Zafir se apresuró hacia la puerta y Rashid lo acompañó.

–Cuide de la señorita Carrick. ¡No la pierda de vista! –le ordenó al doctor gritando por encima del hombro.

–¿Qué crees que voy a hacer? ¿Un truco de magia para desaparecer? Ojalá –masculló Darcy con sarcasmo.

Zafir no perdió tiempo en contestar. Cuando los hombres que estaban en la puerta se presentaron, Zafir los guio hasta el estudio. Darcy tenía la cabeza apoyada en el sofá, y aunque se notaba que estaba más relajada después del accidente, no podía ocultar que estaba preocupada.

Igual que Zafir. No tenía ni idea de qué consecuencias podía tener el hecho de que ella se hubiera caído del muro del jardín, ni que hubiera reaparecido en su vida de forma repentina. En realidad, seguía sorprendido de volverla a ver, y no había decidido si denunciarla o no. La mayor parte de las personas de su círculo no habrían dudado en hacerlo.

¿Es que no había aprendido que no podía confiar en ella?

No era más que una oportunista… Jezabel.

Tratando de no pensar más en ello, ordenó al médico de la ambulancia que hiciera lo que fuera necesario y se la llevaran al hospital.

Darcy iba vestida con unos pantalones vaqueros, un jersey de lana y una chaqueta color mostaza. Mientras la colocaban en la camilla, Zafir observó que estaba más delgada que la última vez que la vio. ¿Habría comido de manera adecuada?

Recordaba que Darcy solía perder el apetito cuando estaba nerviosa y, aunque sabía que no debería importarle si había algo que la inquietaba, puesto que Darcy no significaba nada para él, comentó:

–Yo la acompañaré al hospital.

–Por supuesto, Alteza –contestó el médico–. Solo para tranquilizarlo, creo que va a ser un procedimiento sencillo. La joven se pondrá bien enseguida… Ya lo verá.

Era un hombre regordete y con cara afable, de unos cuarenta y tantos años y, curiosamente, al oír sus palabras, Zafir se tranquilizó, al menos por un par de minutos.

 

 

Una vez en el hospital, los médicos metieron a Darcy en la sala de curas. Zafir entró con ella y el doctor Eden los esperó fuera.

Darcy seguía inquieta por lo ocurrido. El olor a hospital la ponía nerviosa, y la presencia de Zafir mucho más. Sin embargo, lo que más le preocupaba era su hijo. Sami se había quedado a cargo de su madre durante el día pero, ¿y si necesitaba quedarse una noche en el hospital?

Darcy nunca le había contado a su madre quién era el padre de Sami, así que pensó cómo se lo diría para no ponerla muy nerviosa. Sabía que su madre pensaría que se había vuelto loca cuando le contara que había escalado el muro de la residencia del jeque para poder hablar con él. Y sobre todo cuando lo que había conseguido era torcerse un tobillo.

«¿Merecía la pena?», sabía que le preguntaría su madre–. «Podrías haber concertado una cita con él. ¡Mira cómo has terminado!»

Y eso sería antes de que le contara a su madre que su exjefe se había puesto furioso al verla, sin que todavía le hubiera dicho a él que la había dejado embarazada y que tenía un hijo suyo.

Teniendo en cuenta que estaba comprometido para casarse, la noticia no sería bien recibida. ¿Y cuáles serían las consecuencias para ella? ¿Y si él le pedía la custodia de Sami? ¿O si quería llevarlo a Zachariah, alejado de ella y de todo lo que había vivido durante sus cuatro años de vida? Eso sería impensable.