El hombre con el que aprendió a amar - Maisey Yates - E-Book
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El hombre con el que aprendió a amar E-Book

Maisey Yates

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Beschreibung

La solución era una noche inolvidable en la que ambos pudieran cumplir todos sus deseos... La primera vez que Maddy Forrester oyó la embriagadora voz de su jefe por teléfono, dedujo que era un hombre formidable. Sin embargo, nada habría podido prepararla para el momento en el que se encontró cara a cara con Aleksei Petrov. Él era lo último que Maddy necesitaba, pero lo primero que verdaderamente deseaba... Aleksei estaba decidido a no mezclar los negocios con el placer, pero le costaba resistirse a la atracción que sentía hacia su secretaria. Maddy representaba un problema que él no deseaba.

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Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Maisey Yates

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

El hombre con el que aprendió a amar, n.º 2342 - octubre 2014

Título original: The Petrov Proposal

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-5631-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Publicidad

Capítulo 1

Aquella voz siempre le ponía a Madeline el vello de punta. Después de llevar un año trabajando para Aleksei Petrov, el sorprendente efecto que el suave acento ruso de la voz de su jefe producía en ella debería haberse desvanecido.

No había sido así.

–Señorita Forrester –dijo. Su voz resonaba fuerte y clara a través del teléfono móvil y le provocaba un nudo en el estómago–, confío en que tenga todo preparado para esta noche.

Maddy examinó el salón de baile desde el lugar en el que se encontraba, justo en los escalones de entrada.

–Todo va como es debido. Las mesas están puestas, se ha terminado la decoración y la lista de invitados está confirmada.

–Tenía que comprobarlo, en especial después del incidente de la exposición de Diamantes Blancos.

Madeline se tensó, pero logró mantener la voz tranquila. Aquella era una de las ventajas, de las muchas ventajas, de tener un jefe al que nunca veía cara a cara. Mientras mantuviera la voz serena, su jefe no tenía por qué saber lo que ella sentía realmente. No podía ver la tensión de su rostro o de su cuerpo ni el modo en el que sus ojos expresaban sus estados de ánimo.

Madeline apretó tanto los puños que se clavó las uñas en las palmas de las manos.

–Yo no diría exactamente que eso fue un incidente. Se nos colaron algunas personas en la fiesta y consumieron unos platos que no estaban destinados a ellos. Sin embargo, lo resolvimos. Un par de invitados tuvieron que esperar su cena durante veinte minutos, pero eso no supuso un grave inconveniente para nadie.

Madeline no sabía que él se había enterado.

Aquel era el evento más importante del que ella se había ocupado para Petrova, el primer evento que había organizado desde que se mudó a Europa. Aleksei jamás había asistido a ninguna de las pequeñas exposiciones de las que ella se había ocupado en Estados Unidos. Él dirigía todos sus negocios desde Moscú y, en ocasiones, Milán. Así, reservaba su solicitada presencia para los eventos más esenciales, categoría a la que ciertamente pertenecía el evento que les ocupaba en aquellos momentos.

Su presencia iba a convertir aquel evento en una casa de locos. Muchas personas, tanto de la prensa como público en general, tratarían de colarse. Aleksei era un hombre de negocios brillante, un hombre de negocios que se había hecho a sí mismo y que había logrado transformar una pequeña empresa en el taller de joyería que producía las joyas más deseadas del mundo entero.

Como no era la clase de hombre que cortejara la atención de los medios, su éxito resultaba aún más fascinante para el público en general y para la prensa.

Además, aquella iba a ser también la primera vez que ella se encontrara cara a cara con su jefe. No sabía por qué, pero solo pensarlo le producía un nudo en el estómago.

–Estoy seguro de que los que tuvieron que esperar para cenar no pensaron lo mismo –comentó él secamente.

–El problema se produjo por la seguridad del evento, no por mi planificación. La seguridad de sus eventos no cae dentro de mi jurisdicción.

Una profunda carcajada resonó desde el otro lado de la línea telefónica.

–Su crueldad resulta siempre inspiradora, señorita Forrester.

¿Crueldad? Sí. Madeline tenía que reconocer que se había convertido en una persona un poco cruel. Sin embargo, amaba su trabajo, lo necesitaba y Aleksei esperaba siempre la perfección. Por lo tanto, no estaba dispuesta a cargar con los errores que hubiera cometido otro. Ciertamente, no había conseguido un ascenso en Petrova Gems cargando con los errores de los demás.

–Bien, he hablado con Jacob sobre las medidas de seguridad para esta noche y no creo que vayamos a tener más problemas.

–Me alegra saberlo.

–Estaba tratando de irritarme adrede, ¿verdad? –preguntó, realmente molesta.

Siempre era capaz de mantener la compostura con todo el mundo, pero Aleksei Petrov y su sensual y pecaminosa voz la turbaban más de lo que era capaz de soportar. Además, había algo sobre él… una razón más para alegrarse de que su relación laboral fuera a distancia.

–Tal vez. La habría despedido inmediatamente si pensara que es una incompetente, Madeline. Ciertamente, no la habría ascendido –dijo él.

Al escuchar su nombre en labios de Aleksei, el vello se le puso de punta una vez más.

–En ese caso, me tomaré mi nuevo puesto como un cumplido –replicó ella tratando de recuperar la compostura.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había permitido que un hombre se convirtiera en una distracción. Había seguido hacia delante con su vida, con su profesión, sin mirar atrás para recordar la criatura insegura y vulnerable que había sido hacía cinco años. No iba a permitir que Aleksei, ni su voz, destruyeran lo que tanto se había esforzado por crear.

–Sin embargo, para esta noche todo está perfectamente organizado –dijo. Tenía ganas de volver a centrar la conversación en el tema debido. En una zona más segura para ella.

–Me alegra saberlo.

En ese momento, Madeline se dio cuenta de que ya no estaba escuchando la voz de Aleksei tan solo a través del teléfono. Era más profunda, más rica… Llevaba el ambiente del salón de baile a la perfección y le hacía sentirse acalorada y arrebolada.

Experimentó una extraña sensación en la nuca.

Se dio la vuelta y se encontró frente a frente con un amplio torso masculino cubierto por una camisa a medida perfectamente abotonada. Sin embargo, ni siquiera esa prenda lograba ocultar los perfectos y duros músculos que se hallaban debajo.

Tragó saliva y, de repente, notó que tenía la garganta muy seca. Las manos le temblaban. La sensual voz de su jefe se presentaba por fin con el cuerpo que la albergaba. Y él era más guapo de lo que Madeline podría haber anticipado nunca.

Había esperado que las fotografías que había visto de él hubieran podido reflejar simplemente sus mejores ángulos y que Aleksei Petrov no fuera tan apuesto como parecía ser. Sin embargo, ninguna de aquellas fotografías le hacía justicia. Era alto, corpulento, fuerte, muy por encima del metro ochenta de estatura. Su rostro era arrebatador. Cejas oscuras y bien definidas, mandíbula cuadrada. Ojos profundos, castaños y cautivadores, pero, a la vez, completamente inescrutables. Duro. Todo en él resultaba inflexible…

A excepción de sus labios. Parecía que se pudieran suavizar para besar a una mujer. Madeline se lamió sus propios labios como respuesta a aquel pensamiento. Entonces, se dio cuenta de que se encontraba frente a su jefe, mirándolo como una idiota. El hombre que firmaba sus nóminas.

Genial.

–Señor Petrov –dijo. Entonces, se dio cuenta de que aún tenía el teléfono contra la oreja. Lo retiró rápidamente y bajó la mano–. Yo…

–Señorita Forrester –repuso Aleksei extendiendo la mano.

Ella se sintió terriblemente agradecida de que él le recordara de aquella manera cuál era el comportamiento normal en esa situación. Parecía que todos sus pensamientos habían sido borrados por completo de su cabeza.

Levantó la mano y estrechó la de él. Aleksei le devolvió el gesto con un firme apretón, completamente masculino. Su piel era muy cálida… Madeline le soltó la mano y trató de mostrarse tranquila. Flexionó los dedos para tratar de conseguir que el tacto de su jefe se le desprendiera de la mano.

Entonces, miró por encima del hombro en dirección al hermoso salón de baile. Todo estaba preparado a excepción de las joyas, que no se podían colocar en las vitrinas hasta pocos minutos antes de que empezara el evento. Hasta que llegaran los guardias de seguridad.

–Espero que todo esté a su gusto –dijo. Sabía que así sería. Ella no hacía las cosas a medias. Si no estaba perfecto, no le valía.

–No está mal –replicó él.

Madeline se volvió para mirarlo.

–Espero que esté muy bien –repuso algo tensa.

–Puede pasar –repitió él con una sonrisa.

Madeline tuvo que enfrentarse con el deseo de seguir mirando aquella boca tan fascinante y el de darse la vuelta y marcharse de allí. Trató desesperadamente de recuperar el control. Si él no la hubiera sorprendido, no habría ocurrido nada de todo aquello. Si ella hubiera sabido que él se iba a presentar de aquel modo, si no tuviera el aspecto de un Adonis bronceado, Madeline estaría bien.

«Recuerda la última vez que permitiste que tu cuerpo llevara la iniciativa».

–Me alegro de que le guste –comentó. Deseó poder disponer de nuevo del teléfono para hablar con él para que Aleksei no pudiera ver sus reacciones y, sobre todo, para que ella no pudiera verlo a él.

Aleksei bajó los escalones. Ella esperó mientras él examinaba las mesas y las relucientes lámparas blancas que colgaban del techo.

–Trabaja muy duro para mí –dijo él por fin.

–Así es –respondió ella agradecida.

–Siempre me he preguntado por qué decidió trabajar para ganarse la vida. Su familia tiene suficiente dinero como para haberla mantenido.

Por supuesto, él lo sabía todo sobre la familia de Madeline. Efectivamente, tenían mucho dinero, pero hacía ya al menos diez años que sus padres no le hablaban. De niña, no la habían apoyado en lo más mínimo y, evidentemente, no lo iban a hacer cuando ella era ya una mujer adulta. Madeline tampoco soñaría en aceptar ni un solo penique de su hermano. Gage ya había hecho más que suficiente por ella. Madeline no iba a permitir que él cuidara de ella el resto de su vida, aunque Gage lo habría hecho de buen grado.

Al menos, él tenía ya una esposa e hijos que evitaran que Gage siguiera preocupándose por su hermana. Ella siempre le estaría agradecida por todo lo que había hecho por ella. Gage era capaz de dejarlo todo para ayudarla cada vez que ella tenía un problema. A Madeline no le gustaba aprovecharse de su hermano de aquella manera.

–La vida no me reportaría satisfacción alguna si tuviera que disfrutarla gracias al éxito de otros. Quería labrarme mi propio éxito y ganarme mi propia reputación.

Este hecho se había convertido en algo especialmente importante después de que su reputación se hubiera visto destruida por una indiscreción de juventud, de la que la prensa se hizo eco sin pudor alguno. Sin embargo, no sentía rencor hacia los medios de comunicación. Todo lo ocurrido había sido exclusivamente culpa suya. Ni siquiera podía atribuirle lo ocurrido a su antiguo jefe, por mucho que le hubiera gustado hacerlo.

El único consuelo que tenía era que todo se había olvidado rápidamente. Otro escándalo había captado la atención de reporteros y público. Sin embargo, en los círculos en los que ella se movía, el daño era irreparable.

–Pues lo ha hecho. ¿Cuántas personas han tratado de arrebatarme sus servicios en los últimos meses?

–Ocho –respondió ella con voz seca–. Yo no sabía que usted tuviera conocimiento de ese hecho.

Aleksei asintió y regresó a la escalera. A medida que él se acercaba, la tensión atenazaba más aún el estómago de Madeline.

–Me aseguro de saber lo que ocurre en mi empresa, en especial cuando alguien tratar de robarme a uno de mis principales trabajadores.

–Los rechacé a todos. Me gusta el trabajo que hago para Petrova.

Su trabajo le permitía tomar parte en tareas creativas y prácticas. Tenía a su disposición un enorme presupuesto, viajes pagados, un descuento con los principales diseñadores de joyas de todo el mundo y, hasta aquel momento, nunca había tenido que tratar con su jefe, al menos en un sentido físico.

Además, su trabajo le proporcionaba notoriedad. Cada evento que ella coordinaba terminaba reflejado en algunas de las revistas de más tirada del mundo. Sin duda alguna, era un trabajo de ensueño.

Sin embargo, en aquellos momentos, Madeline sentía deseos de aceptar la primera oferta que le hicieran y salir corriendo.

No lo haría. Ella era muy fuerte. No iba a dejar que un sentimiento pasajero enturbiara su éxito de modo alguno. Ya era mayor y, por lo tanto, más experimentada. Un rostro atractivo y unas bonitas palabras no iban a descentrarla.

Aleksei permanecía de pie frente a ella, observándola intensamente con sus ojos oscuros. Madeline contuvo el aliento.

–Prefiero sentarme cerca de las vitrinas –dijo él señalando los expositores de cristal.

–Por supuesto.

Madeline había pensado sentar a Aleksei en la parte frontal del salón de baile. Sin embargo, él era el jefe y no cabía discusión alguna.

–¿Y será para usted… y su acompañante? –preguntó ella. Esperaba que él no hubiera cambiado de opinión en lo de llevar un acompañante. Así habría otra barrera más entre ellos. Una barrera que ella no debería necesitar, pero que, aparentemente, requería.

–No. Voy a asistir solo. Mi acompañante tuvo que cancelar su asistencia hace un par de semanas.

Madeline respiró profundamente.

–No hay problema –mintió.

Podía sentirse atraída por un hombre sin hacer nada al respecto. La atracción entre hombres y mujeres era algo habitual. Ocurría todos los días. Además, ni siquiera había razón alguna para creer que él pudiera sentirse atraído por ella. Aunque lo estuviera, no pensaba considerarlo. Aleksei Petrov era su jefe.

Sin embargo, eso mismo le había pasado antes y había terminado saliendo en titulares.

–¿Y la colección estará aquí? –preguntó él indicando las vitrinas vacías.

–Sí. Cuando vengan los guardias de seguridad, traeremos las gemas.

–Creo que debería mover las vitrinas hasta allí –replicó él señalando la zona que quedaba junto a la ventana.

Madeline había considerado colocarlas allí. El reflejo de las gemas contra el cristal cuando oscureciera daría un efecto maravilloso. Sin embargo, había cambiado de opinión por motivos de seguridad.

–No es tan seguro.

–Pero se verán mejor –insistió él.

Madeline apretó los dientes. Tendría que mover los expositores. Genial. Y todo ello tan solo cinco horas antes de que comenzara el evento.

Sonrió.

–Estoy de acuerdo con usted desde un punto de vista estético, pero el equipo de seguridad me ha dicho que resulta mucho más fácil controlarlo todo si las gemas no están cerca de puertas o ventanas.

–¿De qué sirve invertir todo este dinero en una exposición si las gemas no se muestran en todo su esplendor?

Madeline se contuvo. Estaba justo delante de él, no hablando por teléfono, por lo que no podía realizar gesto alguno. Por lo tanto, la sonrisa debía seguir en su sitio.

–Como le he dicho, por razones de seguridad…

Él se encogió de hombros.

–En ese caso, doblaremos la seguridad.

–¿A menos de cinco horas de que empiece la fiesta? –le preguntó ella. La sonrisa se le borró de los labios.

–¿Me está diciendo que no puede hacerlo? –replicó él frunciendo el ceño.

La pregunta tuvo el efecto esperado. Por supuesto, Madeline estaba segura de que él sabía que así iba a ser. Todo su ser respondió al desafío. El corazón le latía con más fuerza y la adrenalina alcanzaba cotas máximas. ¿Que no podía hacerlo? ¡Por supuesto que podía! Parte de su trabajo era conseguir que lo imposible fuera posible y que hacerlo pareciera muy fácil. Esa era la parte que más le gustaba, la que le hacía sentirse poderosa, ejerciendo el control de la situación.

Consiguió que la sonrisa reapareciera.

–Por supuesto que no es problema alguno, señor Petrov. Hablaré con Jacob y me encargaré de que así sea.

–Quiero que esta colección se muestre en todo su esplendor.

–Naturalmente, pero a mí me preocupaba que fueran todas piezas únicas.

Él soltó una seca carcajada.

–Soy consciente de ello, Madeline. Yo las creé.

–Creo que todo el mundo es consciente de eso –replicó ella. La tensión la estaba poniendo demasiado nerviosa. Tenía que relajarse.

Aquella era la primera colección que Aleksei había diseñado desde hacía seis años. Todas las demás colecciones que Petrova Gems había comercializado habían sido creadas por sus afamados diseñadores. Todas las piezas que diseñaba el propio Aleksei se vendían por millones de dólares en las subastas.

Eso se traducía en atención de los medios de comunicación. Las acreditaciones eran innumerables.

El trabajo suponía la seguridad de Madeline. El trabajo era donde se sentía segura, el lugar en el que destacaba. Sin embargo, aquello iba a ser mucho más importante que cualquier otra exposición de la que ella se hubiera ocupado antes. Desgraciadamente, la prensa y ella no tenían exactamente una buena relación. En realidad, creía que los reporteros la adoraban. Ella suponía jugosos titulares para sus periódicos. Era Madeline la que tenía un problema con ellos.

–Por supuesto que sí, Madeline. Y eso es por el diseño. Esto tiene que ver con los negocios, la publicidad, y eso se traduce en la atención de los medios. Eso significaba dinero. Mucho dinero. Y precisamente para eso estoy yo en el mundo de los negocios.

–¿De verdad quiere que los medios vengan en masa a la fiesta?

–Lo que quiero es publicidad –dijo él–. No me gastaría tanto en montar una exposición si no tuviera pensado que se hablara de ello en todos los medios de comunicación. No estoy organizando una fiesta para mi propio divertimento.

Ella se mordió el interior del labio inferior y forzó una sonrisa.

–Por supuesto que no, señor Petrov –comentó. Dudaba que Aleksei hiciera nada para divertirse.

Él se permitió mirar de nuevo a su coordinadora de eventos. Estaba completamente seguro de que Madeline no se sentía muy contenta con él en aquellos momentos, pero se imaginó que ella se creía que lo estaba ocultando mejor de lo que lo estaba haciendo en realidad.

Siempre le había gustado su voz cuando hablaba con ella por teléfono. Era una voz profunda y muy sensual, aunque no intencionadamente. Incluso cuando ella estaba hablando de la necesidad de aumentar el presupuesto para un evento. Sin embargo, nunca se había imaginado que la mujer igualaría a la voz. Jamás lo hubiera creído posible.

Sin embargo, excedía la sensualidad que contenía su suave y cálida voz. Cabello castaño y ondulado que le caía en cascada hasta los hombros, ojos azules enmarcados por espesas pestañas. Su cuerpo era lo que le había desatado por completo la libido. Aunque fuera políticamente incorrecto, sus curvas le resultaban cautivadoras. Senos rotundos, esbelta cintura y redondeadas caderas que atraían la atención con su suave contoneo cada vez que caminaba. Madeline Forrester parecía ejercer un poderoso efecto sobre él, como si se tratara de un licor de alta graduación. Resultaba embriagadora.

Se metió la mano en el bolsillo y agarró con fuerza el teléfono móvil. De repente, deseó poder llamar a Olivia, no porque echara de menos a la mujer que había sido su amante hasta hacía unas pocas semanas, sino porque necesitaba algo que le ayudara a distraer su atención de Madeline. Olivia se había estado acercando demasiado. Se había empezado a preguntar por qué Aleksei solo quería verla para eventos especiales y para mantener relaciones sexuales con ella. Había comenzado a querer que él fuera a Milán solo para verla. En ese momento, fue cuando Aleksei se dio cuenta de que había llegado el momento de terminar con aquella relación. No conseguía satisfacción alguna hiriendo a las mujeres. Siempre dejaba muy claras desde el principio sus intenciones.

Lo que prefería era mantener a una amante circunstancial. Era mejor que salir los fines de semana a buscar una mujer diferente. Después de todo lo que había experimentado en sus treinta y tres años, se sentía demasiado viejo.

–¿Qué va a hacer esta noche? –le preguntó.

–Tengo la intención de hacer el trabajo por el que usted me paga y coordinar la exposición.

–Creía que ya habría terminado su trabajo.

–Lo importante, sí, pero me gusta asegurarme de que todo sale como es debido. No quiero que nadie se quede sin su cóctel de gambas, por ejemplo.

–Me parece bien que tenga que supervisar eso, pero no quiero que ande correteando por aquí con vaqueros y unos auriculares en la cabeza.

–Yo nunca hago eso.

–Bien. Me gusta que en esta clase de eventos todo ese tipo de cosas pasen desapercibidos. Lo único en lo que los invitados deberían fijarse es en las joyas.

–Le aseguro, señor Petrov, que esa también es mi intención.

–En ese caso, preferiría que se vistiera como si fuera a asistir a la fiesta en vez de como una empleada.

Se dio cuenta de que aquel comentario molestó a Madeline. El brillo de sus ojos contrastaba con la expresión serena y tranquila de su rostro.

–Había pensado en ponerme unos pantalones y una camisa negros, como el resto del personal de servicio.

–Usted no forma parte del personal de servicio. Usted trabaja directamente para Petrova Gems. Deseo que su atuendo refleje ese hecho.

Así era como él se ocupaba de sus asuntos. Impecablemente. En el mundo del diseño, la imagen era algo fundamental. No importaba nada más que lo externo. Mientras lo externo reluciera, nada más importaba.

–Debería disfrutar de la fiesta –añadió.

Madeline frunció los labios.

–Yo nunca mezclo los negocios con el placer.

–Ni yo. Prefiero que mis momentos de placer no se vean interrumpidos.

Madeline se sonrojó. Ese hecho sorprendió a Aleksei. No sabía que aún quedaran personas en el mundo que se pudieran sonrojar por un comentario tan casual.

–Con lo de disfrutar me refiero a charlar con los invitados, a escuchar las conversaciones, a descubrir qué es lo que más les gusta y lo que no les atrae. Otra razón para que su atuendo la ayude a relacionarse.

–¿Acaso tengo que realizar una encuesta de opiniones?

–No exactamente, pero siempre viene bien conocer las críticas para poder aprender de ellas.

Una extraña expresión se reflejó en el rostro de Madeline.

–¿Las críticas de los medios de comunicación?

–A veces.

–No quiero decir nada que no deba, señor Petrov, pero usted me ha contratado para coordinar sus eventos, por lo que…

–¿Quiere que confíe en usted en vez de darle órdenes?

Ella asintió.

–Lo siento –añadió él–. Efectivamente, la contraté para coordinar mis eventos, pero soy un perfeccionista. Por lo tanto, mientras yo esté aquí, me ocuparé de que todo se haga de acuerdo con lo que yo considero que debe hacerse.

Aquel comentario alteró a Madeline tanto que estuvo a punto de borrarle de nuevo la sonrisa del rostro.

–Le aseguro que yo hago todo como usted considera que debe hacerse, tanto si está aquí como si no.

–Eso ya lo veremos.

–En ese caso, si me perdona, tengo que ocuparme de algunos detalles de última hora, detalles que tienen que ver con cambiar los asientos y doblar la seguridad.

El tono gélido de su voz y el hecho de que ella se atreviera a hablarle de aquella manera le resultó a Aleksei muy divertido. Estaba acostumbrado a que todo el mundo se plegara inmediatamente a sus deseos, sin dudas ni reservas. Aquello era algo que siempre le había gustado de Madeline, incluso aunque solo había hablado con ella por teléfono. Le gustaba el hecho de que ella tuviera sus propias opiniones.

Se metió la mano en el bolsillo de nuevo y volvió a tocar el teléfono móvil. Podría llamar a Olivia. Podría llamar a muchas mujeres que le habían dado sus números de teléfono recientemente, números que había guardado pero que jamás había marcado.