El jardinero - Rabindranath Tagore - E-Book

El jardinero E-Book

Rabindranath Tagore

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Beschreibung


Una de las más bellas obras de Rabindranath Tagore. Un libro mágico cuyos poemas son un vivo y sentido canto al amor y a la naturaleza y dan testimonio, una vez mas, de la espiritualidad y la exquisita sensibilidad de este poeta maravilloso. Escritos con anterioridad a su aclamado "Gitanjali" y publicados originalmente en 1913, estos poemas, ricos en la descripción de la naturaleza y la belleza, hablan de amor y de vida y harán vibrar intensamente las cuerdas más profundas del alma y del corazón de quien quiera detenerse a deleitarse con su lectura

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Veröffentlichungsjahr: 2019

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Rabindranath Tagore

EL JARDINERO

Traducido por Carola Tognetti

ISBN 978-88-3295-556-9

Greenbooks editore

Edición digital

Diciembre 2019

www.greenbooks-editore.com

ISBN: 978-88-3295-556-9
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Indice

1 al 30

31 al 60

61 al 85

1 al 30

1

El servidor: —¡Oh, Reina, ten piedad de tu servidor!

La Reina: —Terminó ya la asamblea, y todos mis servidores se han ido. ¿Por qué vienes tan tarde?

El servidor: —Mi hora llega cuando la de los demás ha pasado. Dime qué trabajo ordenas al último de tus servidores.

La Reina: —¿Qué puedo ordenarte, si es tan tarde?

El servidor: —Hazme jardinero de tu jardín.

La Reina: —¿Qué locura es ésta?

El servidor: —Renunciaré a cualquier otra tarea, abandonaré al polvo mis lanzas y mis espadas. No me envíes a lejanas cortes. No me pidas nuevas conquistas: hazme jardinero de tu jardín.

La Reina: —¿Y en qué consistirá tu servicio?

El servidor: —En llenar tus ocios. Conservaré fresca la hierba del sendero por donde vas cada mañana y donde, a cada paso tuyo, las flores deseosas de morir bendicen el pie que las pisa. Te meceré entre las ramas del septaparna mientras la luna, apenas levantada en la noche, intentará besar tu vestido a través de las hojas. Llenaré con aceite perfumado la lámpara que arde junto a tu lecho y adornaré tu escabel con maravillosas pinturas de azafrán y sándalo.

La Reina: —¿Y cuál será tu recompensa?

El servidor: —Que me des permiso para tener entre mis manos tus pequeños puños, que parecen capullos de loto, y para rodear tus brazos con cadenas de flores; que pueda teñir las plantas de tus pies con el zumo encarnado de los pétalos de ashoka, y recoger, con un beso, la mota de polvo que pueda posarse en ellos.

La Reina: —Tus ruegos han sido escuchados.

Serás el jardinero de mi jardín.

2

Poeta, la noche se acerca; tus cabellos blanquean.

Durante tus ensueños solitarios, ¿oyes el mensaje del más acá?

Es de noche, dijo el poeta, y escucho: tal vez alguien está llamando desde el pueblo, aunque ya es tarde.

Estoy velando: dos enamorados se buscan. ¿Les guiará su corazón? Los corazones errantes de dos jóvenes amantes se encontrarán; sus ojos ardientes suplican una armonía de amor que rompa el silencio y hable por ellos.

¿Quién tejerá sus cantos apasionados si yo me siento en la playa de la vida, contemplando la muerte y el más allá?

Desaparece la primera estrella de la noche.

El resplandor de una pira funeraria se extingue lentamente junto al río silencioso.

Desde el patio de la casa desierta, y a la luz de la luna pálida, se oye el coro de los chacales.

Si algún viajero, vagando lejos de su casa, viene hasta aquí a contemplarla noche y a escuchar, con la cabeza inclinada, el canto de las tinieblas, ¿quién se acercará a murmurarle los secretos de la vida si, cerrando mi puerta, me libero de todas mis obligaciones mortales?

No importa que mis cabellos empiecen a blanquear.

Siempre seré tan joven y tan viejo como el más joven y el más viejo del pueblo.

Unos sonríen simple y dulcemente, otros tienen un brillo malicioso en la mirada.

Éstos lloran abiertamente a la luz del sol, aquéllos esconden sus lágrimas en las tinieblas.

Todos me necesitan, y yo no tengo tiempo para meditar sobre la vida futura.

Tengo la edad de todos. ¿Qué importa si mis cabellos se blanquean?

3

Al amanecer, eché mi red al mar.

Arranqué al oscuro abismo extrañas maravillas: unas brillaban como sonrisas, otras como lágrimas, y algunas se coloreaban como las mejillas de una novia.

Cuando volví a casa, cargado con mi precioso botín, mi amada estaba sentada en el jardín y deshojaba, indolente, los pétalos de una flor.

Dudé un instante, luego dejé a sus pies todo cuanto había arrancado al mar y quedé silencioso.

Ella lo miró y dijo: “¿Qué son esas cosas tan raras? ¿Cuál es su utilidad?”

Avergonzado, incliné la cabeza y pensé: obtener esto no me ha costado esfuerzo alguno: ni siquiera lo he comprado; no son regalos dignos de ella.