El Largo Cuento de Dios - Pablo Andres Torrecilla - E-Book

El Largo Cuento de Dios E-Book

Pablo Andres Torrecilla

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Beschreibung

"El Largo Cuento de Dios" es un cuento largo de ficción, donde el autor desea, desde las primeras líneas, que nos pongamos en la piel del personaje, para que podamos sumergirnos en sus mismas vivencias, como persona común que es, sencilla, aunque inquisidora. Esto mismo lo lleva a hacerse muchas preguntas, y se encuentra con que el Creador de todo principio, comienza a darle respuestas, buscadas, pedidas, imploradas pero inesperadas y sorprendentes. Así comienza una entretenida aventura que Dios le propone, llena de lecciones de vida y donde el tomar decisiones, tendrá que ver con escalonados aprendizajes espirituales y la determinación de los valores humanos que todos llevamos dentro.

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Pablo Torrecilla Fiorano

El Largo Cuento de Dios

El largo cuento de Dios / Pablo Torrecilla Fiorano. - 1a ed. - Ciudad AutÛnoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3751-5

1. Cuentos. I. TÌtulo.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenido

Capítulo I - Leyes naturales

Capítulo II - La trampa de la Serpiente

Capítulo III- La comunidad

Capítulo IV- La cascada

Capítulo V- El oso y el cazador

Capítulo VI- La acción desarrollada

Capítulo VII- Amistad y despedida

Capítulo VIII- La fuente de agua

Capítulo IX- El océano de la Misericordia

Capítulo X- Recibiendo Amor

Capítulo XI- El reloj de arena

Capítulo XII- El mayor encuentro

Capítulo XIII- Los rosales del corazón

Capítulo XIV- La respuesta

Capítulo XV- El abrazo de Jesús

Capítulo XVI- Cerrar y abrir los ojos

Capítulo XVII- La última duda

Capítulo XIII- El sueño de Gerardo

Capítulo XIX- El sueño de Amelia

Epílogo

Las historias que creamos y contamosinfluencian las historias de otras personas y esas historias promueven la creación de más historias.

A través de nuestros mitos personales y nuestras historias, ayudamos a mejorar el mundo en que vivimos”

Dan MacAdamns

Capítulo I

Leyes naturales

Había una vez un hombre que ya no quería vivir más en este mundo, él era muy religioso y jamás cometería alguna locura como el querer terminar con su vida, pero ya no sentía más deseos de seguir y se sentía ansioso por conocer la gloria de Dios.

Un día después de reclamarle tanto en oración al creador de todo principio, que se lo lleve, a través de sus leyes naturales hacia el cielo, este le escuchó y le dijo:

—Gerardo, Gerardo, Gerardo, en verdad me has conmovido, te propongo algo, voy a llevarte conmigo, pero necesito probar tus acciones antes de que puedas llegar hacia mí.

Gerardo sorprendido, pero con muchísimo entusiasmo respondió:

—¡Oh sí mi Señor, deseo pasar todas las pruebas que quieras cuando quieras, pues estoy muy ansioso por estar contigo!, aquí en mi vida ya no encuentro la verdadera razón de las cosas y poco y nada ya me entusiasma. Creo que todo lo he hecho correctamente y me siento como perdido en este mundo.

—Está bien Gerardo, espera, espera hasta la madrugada de hoy, pues Yo me haré presente en forma de paloma para llevarte a andar por tus nuevos caminos.

—¡Gracias! ¡Gracias Señor! ¡Gracias por haber escuchado mis plegarias!

Gerardo trató de mantenerse calmo todo el día (sin lograrlo), no salió de su casa, ordenaba todas sus herramientas con insistencia, prefirió estar descalzo en algunas ocasiones, lo que le provoco perder de vista sus pantuflas. Entonces las buscaba por las habitaciones y si las hallaba, las dejaba debajo del sofá, y luego volvía metódica y cíclicamente a ordenar una y otra vez todas sus herramientas y a buscar sus pantuflas por doquier, olvidando que las había dejado debajo de su gran sillón.

Su señora de vez en cuando trataba de iniciar alguna conversación, pero él solo asentía sin responder, casi sin escucharla y menos comprender de qué cosas le hablaba.

Ella, ese día lo vivió como de costumbre. Se levantó, lavó su cara y sus dientes. Se peinó sentada frente al espejo, luego cambió su negra y negligé camisola de dormir por un atuendo sencillo, y salió a hacer las compras, pero antes realizó como de costumbre una parada en la estación de paso y su favorita, para desayunar.

Después volvió y siguió con su rutina de limpiar algunos muebles y ordenar algún pequeño desorden del ambiente hogareño, además organizó su tiempo para guardar la mercadería comprada y comenzar a preparar la comida, y también quiso pre cocinar algo para tenerlo casi listo para la noche. Mientras hacia todo esto intentaba llevar alguna conversación con Gerardo. Lo llamó a la mesa, le comentó en el almuerzo los nuevos precios de las cosas, y también pronunció y enunció palabras sobre la vida de sus hijos, que ya no vivían con ellos y se encontraban distantes.

A cierta hora de la tarde, comenzó a descender el sol, vislumbrándose un tenue crepúsculo de tintes anaranjados. La impaciencia en Gerardo parecía serlo todo, pero decidió aplacarla sentándose en un banco hecho de troncos, ubicado en el patio trasero de la casa. Allí quería estar tranquilo y esperar las horas, además se sentía agotado de tanto ordenar herramientas y de buscar pantuflas por miles de recovecos, y algunas que otras veces también por debajo de su sofá.

Amelia, que lo había observado todo el día, se alivió al verlo detenerse un poco, y mientras lavaba la vajilla, le pareció ver en su mirada una tranquilidad y paz distinta a la de todos los días, pero en seguida se dijo para sí misma que no era nada fuera de lo común en él, sobre todo cuando lo observaba desde allí, desde esa imperial ventana de la cocina que daba al patio y desde la cual se apreciaba ese noble corte de troncos de roble en forma de asiento, donde a Gerardo le gustaba echarse a descansar los atardeceres de otoño.

Finalmente llegó la noche y Dios apareció como lo había prometido, a través de una hermosa paloma blanca que se posó sobre la ventana, y Gerardo que estaba esperándolo quiso levantarse para ir hacia él.

—¡No!, ¡No lo hagas! – le dijo la voz de Dios en su interior– ¡podrías despertar a Amelia y ella tiene un hermoso sueño en este día!

—¿Pero ¿cómo haré para llegar hasta ti?

—Mírame, solo mírame profundamente, yo estoy en esta ave y tú al mirarme tomarás este lugar, este cuerpo y vivirás como paloma hasta la muerte física del ave y ahí nos volveremos a encontrar. Ahora solo mírame para entrar aquí.

Y Gerardo miró fijamente por un buen rato a la paloma y entre ambos, se midieron al principio, pero fue tan solo un instante, pues Gerardo enseguida entró en el cuerpo de esa ave. Entonces levantó sus alas instintivamente y comenzó a caminar aleteando por el borde de la cornisa. Como no era una casa demasiado alta y esa habitación estaba en el piso de arriba, no le dio temor alguno la altura, solo respiró profundo cargando el pecho de aire y se arrojó. Sin titubeos saltó. Su cuerpo comenzó a caer bruscamente, pero él confiaba. Se dejó arropar por el viento. Sintió el peso de su propio peso nuevo y lo logró. Comenzó a maniobrar, primero buche, luego pico, iris, párpados, plumas, alas y voló.

Volaba hacia arriba y hacia abajo, hacia cada uno de los costados y se podría decir que también hacia atrás, porque una vez que se sintió más seguro, se frenaba en seco levantando un poco el pico, y así podía sentir esa alocada sensación como de retroceso.

Estaba contento y emocionado, voló y voló hasta alejarse de su hogar, hasta pasar por un gran bosque, pero no se detuvo sobre esos árboles a descansar, sino que siguió volando a través de todo ese verde follaje, y era un paisaje como pintado de manchones fugaces, que no le atraían demasiado, pues era mayor toda su emoción de volar, revolotear y aletear por el cielo.

Después de un buen tiempo de atravesar todo el bosque por arriba, ya no resistió más y tuvo la necesidad de bajar a tierra, y descendió a aquel lugar después del bosque, en toda una llanura amarillenta donde rebotaba el sol y parecía haberse mudado el resplandor de este astro luminoso allí y para siempre. Este lugar en donde se detuvo estaba descampado pero lleno de malezas multiformes, y su cuerpo ahí tan pequeñito estaba realmente perdido. Además, sus fuerzas ya no le respondían, tenía hambre y sed, y solo quería estar quieto sobre ese césped y descansar. En eso vino un león y de un solo zarpazo le dio la muerte, para después devorar al ave.

Al momento mortal del ataque, su alma se desprendió fugazmente en forma de una pequeña esfera de luz flotando en el aire, y se le apareció Dios a su lado, de la misma forma que él, pero del doble de su tamaño, mucho más radiante y con una especie de rayos de luz desde su centro que emanaban tibio calor y gratos fulgores hacia él que, se encontraba flotando y elevándose a su lado, y Dios le dijo:

—Haz aprovechado al máximo tus dones, pero te olvidaste de alimentarte y descansar, que es esencial para vivir.

¿Ya puedo ir contigo Señor? Le preguntó Gerardo.

—¡Aún no!, ahora serás conejo, porque todavía debes aprender más.

Apenas terminaron sus palabras, la esfera de luz del Señor se fundió dentro de la esfera de luz de Gerardo y este se hizo conejo, y al descender lentamente, pronto se encontró entrando en el bosque de a pequeños saltos, ese mismo bosque que había pasado de largo como paloma.

Capítulo II

La trampa de la Serpiente

Como conejo corrió y corrió saltando enamoradísimo de su nuevo cuerpo, además, llevaba el pensamiento consigo de que cada vez estaba más cerca de Dios, y esto le alimentaba el alma. Corrió y saltó por muchos lugares, atravesando plantas exóticas y pastizales, y al hacerlo sentía el rebotar ligero y casi acolchonado de sus largas patas traseras. Podía saltar pequeños troncos cortados y esconderse debajo de cortezas de éstos ya huecas. Podía jugar y desparramar hojas secas de todos los matices, marrones, amarillas, rojas, y blancuzcas transparentes por doquier. Con sus nuevas habilidades también podía realizar acróbatas saltos, pero fue un poco más despacio esta vez, pues se hizo tiempo para comer, beber y descansar.

Así vivió cuatro días sin frío, porque su piel lo protegía y en ese bosque, pudo encontrar de todo para alimentarse. Fueron cuatro días de gracia, de apreciar el mundo natural de una manera distinta a como lo venía haciendo en toda su vida, por primera vez se sentía más tranquilo y relajado. Hasta que su suerte se terminó, cuando fue preso de una Anaconda que venía observándolo desde el primer día en que pisó el bosque y ésta le tendió una trampa.

La serpenteante en cuanto tuvo una oportunidad comenzó a seguirlo, y esperó hasta la cuarta noche, siempre oculta detrás de unos matorrales altos, y ya cuando Gerardo se dignaba a echarse a dormir dentro del hueco de un árbol seco, elegido como su madriguera, la gran serpiente entró por ese hueco cerrándole toda posibilidad de escapatoria.

Otra vez el alma de Gerardo se desprendió en forma de esfera transparente y se encontró con la esfera de luz flotante, también transparente y más fulgúrea, que era Dios, y sentía como esta forma a su lado lo elevaba y él pensó que esa debería ser tan sólo una, de las maravillosas formas de Dios.

¡Estás mejorando Gerardo, me agrada lo último que estás pensando sobre mis distintas formas, ya que hay muchísimas maneras de verme y de encontrarme, pero a muchos les falta la Fe para hacerlo!

—¡Oh Dios mío! ¿Qué prueba me darás ahora? ¿Todavía no puedo conocerte en toda tu gloria?