El legado oculto del jeque - Maisey Yates - E-Book
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El legado oculto del jeque E-Book

Maisey Yates

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Beschreibung

La atracción sería tan ardiente como la arena del desierto… La princesa Katharine siempre supo que su destino era un matrimonio de conveniencia política. Con pena en el corazón, se preparó para conocer a su futuro marido, el hombre al que llamaban La Bestia de Hajar… El jeque Zahir gobernaba un país encerrado en su palacio. Nadie debía ver su rostro desfigurado. Sin embargo, sus obligaciones le exigían continuar con la estirpe real… Cuando su futura esposa cruzó el umbral, pensó que saldría huyendo nada más verlo. Pero Katharine Rauch y su diáfana mirada lo cautivaron sin remedio.

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Seitenzahl: 199

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Maisey Yates. Todos los derechos reservados.

EL LEGADO OCULTO DEL JEQUE, N.º 2211 - febrero 2013

Título original: Hajar’s Hidden Legacy

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2634-2

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

No le llamaban la bestia de Hajar por casualidad. Katharine ya lo tenía claro. Zahir S’ad al Din intimidaba tanto como decían. Era completamente distinto al hombre que había conocido años atrás. Frío, distante, amedrentador... Pero ella no podía permitirse el lujo de dejarse apabullar. Además, ya estaba acostumbrada a esa clase de hombres, fríos, severos...

–Jeque Zahir –empezó a decirle, dando un paso hacia el impresionante escritorio.

Él no la estaba mirando. Sus ojos estaban fijos en el documento que tenía delante.

–He estado esperando una respuesta, pero no he recibido nada.

–No. No he mandado nada. Y por eso me pregunto qué haces aquí.

Katharine tragó con dificultad.

–Estoy aquí para casarme.

–¿Es eso cierto, princesa Katharine? Había oído ciertos rumores, pero no me lo creía –levantó la cabeza y, por primera vez, Katharine vio su rostro.

Era cierto. Intimidaba mucho. Tenía cicatrices en la piel del lado izquierdo de la cara, y el ojo de ese lado tampoco parecía mirar con tanta intensidad como el derecho. No obstante, aun así, Katharine sentía que él podía verlo todo dentro de ella, como si las heridas que le habían dañado la visión también le hubieran dado un sexto sentido, más de lo que cualquier mortal tenía. Muchos decían que era un fantasma, o una especie de dios. Mirándolo, era fácil adivinar por qué.

–Sí que llamé –no había hablado con él personalmente, pero sí con su consejero.

–No pensaba que dejarías tu palacio acogedor y viajarías desde tan lejos para ver rechazada una propuesta de matrimonio. Pensaba que había dejado muy claro cuál era mi postura al respecto.

Ella se puso erguida.

–Pensaba que me debías una conversación. Una conversación cara a cara, no una respuesta por correo. Y no he venido a que me rechacen. He venido a asegurarme de que se cumpla con el contrato. El trato se hizo hace seis años...

–Era Malik quien se iba a casar, no yo.

Pensar en Malik siempre la entristecía, pero su tristeza era por una vida truncada demasiado pronto. No había nada más. Él había sido su destino, su deber... Siempre le había tenido mucho cariño, pero nunca había llegado a amarlo. Al principio, perderle había sido un duro golpe. Todo había cambiado de repente. Se le habían abierto nuevas puertas, nuevos horizontes, un futuro distinto... Con el tiempo, sin embargo, se había dado cuenta de que en realidad todo seguía igual. En vez de Malik, sería Zahir, pero todavía seguía condenada a venderse por su país, aceptando un matrimonio de conveniencia. Ya no le importaba tanto, no obstante. Casi se había hecho a la idea. A fin de cuentas, cambiar de prometido tampoco suponía tanta diferencia. Sin embargo, mientras miraba a Zahir se daba cuenta de que la práctica no tenía nada que ver con la teoría. Él era... Era mucho más de lo que había esperado.

«Nunca se trató de ti, ni de tus sentimientos. Tienes que estar preparada para llegar hasta el final...».

–Eso era lo que yo pensaba. Pero cuando examiné los documentos con más atención...

Su padre se había ocupado de los términos legales del acuerdo matrimonial entre Malik y ella.

Poco le había importado entonces, no obstante. Su relación con él no había sido más que una maniobra política de sus padres. Solo lo había visto unas pocas veces y había aceptado su deber hacía la patria. Casarse con él era su contribución, el impuesto que pagaba por ser quien era.

Nunca había leído el documento personalmente... hasta unos meses antes...

–Bueno, sí. Pero si miras la manera en que está expresado, se ve que estoy prometida con Malik... a menos que él no esté en condiciones de heredar el trono de Hajar. En ese caso, tengo que casarme con su sucesor. Ese eres tú.

Era tan extraño estar delante de él, casi suplicándole que se casara con ella, cuando en realidad deseaba salir corriendo y no parar hasta estar bien lejos de allí. No quería casarse con él, al igual que él tampoco quería casarse con ella.

Pero su padre se estaba muriendo, demasiado pronto. Y el tiempo se le agotaba. Tras la muerte de Malik, lo del matrimonio había sido pospuesto de forma indefinida y nadie la había molestado durante un tiempo. Se había dedicado a servir a su país de otras formas, haciendo voluntariado en hospitales, buscando contactos para promover el turismo... Por fin había encontrado una forma de sentirse útil, libre de ataduras de género y físico. Pero todo eso parecía tocar a su fin. A su padre solo le quedaban unos meses y a Alexander, su hermano y futuro rey, le faltaban seis años para llegar a la mayoría de edad requerida para acceder el trono. Eso significaba que habría que nombrar a un regente, en caso de que su padre muriera de forma repentina, pero ella carecía de los atributos requeridos para ocupar el puesto. En otra época había sufrido mucho por ello, pero ya lo tenía superado. Estaba lista para pasar a la acción. Si no conseguía marido antes de la muerte de su padre, el hombre que quedaría a cargo del país sería su pariente varón más cercano. Y lo que ese pariente podría llegar a hacer con esa clase de poder la hacía temblar por dentro. Tenía que impedirlo a toda costa. Se lo había prometido a su padre. Le había prometido que conseguiría una alianza con Hajar, que se casaría con Zahir. Le había jurado que protegería a Alexander.

El fracaso no era una opción. No podía mirar a su padre a los ojos y decirle que había fallado. Ella era mujer y eso la hacía inferior a los ojos de todos, incluido su propio padre. Él siempre le exigía más y la alababa menos que a su hermano Alexander. Daba por sentado la valía de su único hijo varón, mientras que ella tenía que trabajar muy duro para demostrar su valía todos los días. Pero siempre había aceptado con valentía el desafío. Siempre había estado orgullosa de poder servir a su país, a su gente... Y ellos la necesitaban más que nunca en ese momento. Era su única esperanza. No podía tropezar, no en la última fase de la carrera. Pensando en ello sintió una ola de pánico que le revolvía el estómago.

–Yo no quiero una esposa –dijo él, bajando la vista de nuevo.

Ella cruzó los brazos y levantó la barbilla.

–Yo no he dicho que quisiera un marido. No se trata de querer o no querer. Se trata de una necesidad. Se trata de hacer lo mejor por nuestros respectivos países. Este matrimonio fortalecerá la economía de los dos países, y ya sea con Malik o... contigo... Es lo correcto.

Sus palabras sonaron frías, implacables. La dejaron helada por dentro, pero tenía que hacerlo, por su patria, por el futuro de su gente. Él la miró fijamente. Sus ojos oscuros y pétreos no mostraban interés alguno, sino más bien indiferencia. Era como mirar hacia el fondo de un pozo negro y profundo, vacío... Aquel rostro, desfigurado a causa de unas heridas terribles, le hacía parecer menos humano. Bajó la cabeza de repente.

–Puedes marcharte ya.

Ella lo miró con un gesto de perplejidad, boquiabierta.

–¿Disculpa?

–Llevo unos diez minutos intentando deshacerme de ti. Sal de mi despacho.

–No lo haré –dijo ella.

Por un instante, no obstante, deseó dar media vuelta y salir de aquel oscuro despacho, salir a la luminosa mañana de Hajar, perderse en el mercado, fundirse con la multitud... Solo por un instante. Y entonces lo recordó. Recordó por qué tenía que hacer aquello. Si no lo hacía, John se apoderaría del trono, y si llegaba a modificar alguna ley para perpetuarse en el gobierno... Entonces ya no habría nada que hacer. Zahir se puso en pie. Ella dio un paso atrás. Era un hombre enorme, mucho más alto de lo que recordaba.

–¿No has curioseado ya bastante? ¿Por qué no vas y le vendes la historia de tu encuentro conmigo al mejor postor?

–No estoy aquí por eso.

–No. Claro que no. Solo quieres casarte conmigo. Vivir aquí, en el palacio.

Rodeó el escritorio dando dos zancadas largas. De repente, Katharine notó algo en el ritmo de sus movimientos. Era una ligera cojera... Se detuvo de golpe y cruzó los brazos.

–Conmigo. ¿Pero cómo iba a resistirse a una oportunidad tan buena la princesa Katharine Rauch, de ese idílico país de los Alpes? ¿Crees que vas a asistir a bailes de disfraces inspirados en Las mil y una noches todos los días? ¿Es eso? Yo no soy Malik.

–Lo sé –dijo ella, sintiendo que se le cerraba la garganta.

De repente él dio otro paso más. El corazón se le aceleró.

–Si crees que la diferencia entre Malik y yo no tiene importancia, entonces es que vives en una estúpida fantasía. La realidad es esta.

Se quedó allí de pie, en silencio...

Estaba hablando de sí mismo, de las cicatrices de aquel ataque que había matado a sus padres y a su hermano, y a muchas personas más que habían acudido a ver el desfile ese día. Todo se había desencadenado a causa de una lucha de poder en un país vecino; una vieja disputa por dinero y tierras. Los labios de Zahir se tensaron, dibujando una sonrisa que más bien parecía una mueca. Un lado de su rostro parecía sonreír, mientras que el otro lado de sus labios caía hacia abajo a causa de una gruesa cicatriz en la comisura.

–¿Es este el hombre al que quieres en tu cama por las noches? ¿Por el resto de tu vida?

Katharine se fijó en sus manos. Eran grandes, fuertes, llenas de cicatrices también... De repente sintió un calor que le subía por dentro, coloreándole las mejillas. Las palabras de Zahir pretendían ser una amenaza, pero en realidad habían sonado como una promesa. Más que repelerla, aquellas palabras la habían fascinado de una forma incomprensible. Él no la asustaba, pero ese sentimiento sí la llenaba de temor. No entendía cómo había ocurrido, pero esas palabras tan sencillas se le habían clavado en el pecho. Cada vez más nerviosa, ahuyentó esos pensamientos tan nocivos. No estaba allí para dejarse intimidar, sino para conseguir lo que necesitaba.

–Hay un acuerdo.

–Fuera –dijo él en un tono hosco.

–No puedo irme. Necesito asegurarme de que este matrimonio se celebre pronto, por el bien de nuestros pueblos. Si tú no eres capaz de verlo, yo...

Él dio otro paso más. Estaba tan cerca ya que Katharine podía sentir el calor que manaba de su cuerpo. Y no solo era calor, sino también rabia, furia... Dolor...

–No necesito compañía –dijo con contundencia.

Ella lo miró a la cara. Aquel rostro tenía una estructura exquisita, debajo de aquella piel dañada. Pómulos altos, una mandíbula cuadrada, una nariz perfecta, piel ligeramente bronceada, luminosa... Un recuerdo del hombre que había sido, pero hermoso de todos modos.

Pero no había nada hermoso en el otro lado de su cara, lleno de crueles cicatrices que enseñaban y anunciaban su dolor. Había algo en sus ojos, no obstante. Eran seductores, casi hipnóticos, rodeados de pestañas gruesas y oscuras, casi negras. Aunque era evidente que estaba ciego de un ojo, aquellos ojos eran increíbles, inteligentes, penetrantes... Le recordaban al hombre que había sido, no a la bestia de la que hablaban... Podía verle a través de ellos. Podía ver a ese hombre, Zahir, al que había conocido antes del ataque, tantos años antes. Apenas había hablado con él en aquella ocasión, pero le recordaba muy bien. Siempre había sido más tranquilo que su hermano. Su rostro era más serio, distante. Todo era hermoso en él, cautivador... Y lo seguía siendo, aunque no de la misma forma.

–No se trata de querer, Zahir –le dijo, llamándole por su nombre de pila–. Se trata de hacer lo correcto. Se trata de honor.

Él la miró durante unos segundos. Su expresión era hermética, pero estaba buscando algo dentro de ella. Katharine podía sentirlo.

–Estás dando por sentado, princesa, que yo tengo honor.

–Sé que lo tienes –le dijo. Era más una esperanza que una certeza.

–Fuera –repitió. Esa vez el tono fue suave y sutil, pero la orden fue igual de poderosa.

El fracaso era una nueva sensación para Katharine. Nunca antes había fracasado. Se había pasado toda la vida teniendo éxito, demostrando que era merecedora del respeto que su hermano recibía gratuitamente. Si alguien le encomendaba una tarea, la llevaba a cabo. No había trazado ningún plan alternativo, por si acaso fallaba su primera opción. Al subirse en el avión privado de su familia esa misma mañana, estaba llena de confianza; tanto así que ya había mandado al piloto de vuelta a Austrich. El fracaso no era una opción, de ninguna manera.

–Muy bien –le dijo en un tono rígido y seco. Dio media vuelta y salió del despacho; los puños apretados.

Él cerró dando un portazo y Katharine se sobresaltó.

«Maldito, maldito, malvado, mala bestia...», pensó para sí.

No había esperado algo así. Evidentemente existía la posibilidad de que él se negara, pero... era ella quien tenía la razón, y desde el principio había dado por sentado que él también lo vería así, que comprendería la situación.

Katharine se quedó en mitad del vestíbulo vacío, de brazos cruzados, tratando de contener el calor que manaba de su cuerpo, incluso estando en el desierto. No sabía muy bien qué hacer, adónde ir... A casa no podía regresar. Además, tampoco sería bien recibida. De repente se oyó el eco de unos pasos por el pasillo, justo detrás de ella. Katharine se dio la vuelta. Una mujer mayor se dirigía hacia ella. La reconoció de inmediato. Había sido la sirvienta personal de la jequesa, y había acompañado a la familia S’ad al Din a Austrich. Trató de recordar su nombre.

–¿Kahlah?

La señora se dio la vuelta. La saludó con una discreta reverencia y una sonrisa cálida. No había sorpresa alguna en su mirada, pero Katharine se imaginaba que las mujeres como ella habían sido entrenadas para no mostrar emociones de ninguna clase. Ella lo sabía mejor que nadie.

–Princesa Katharine, cuánto tiempo. ¿Cómo es que ha venido a Hajar?

–Yo... En realidad, tengo unos negocios que atender por aquí.

La mente de Katharine se puso en marcha. Zahir no la quería allí, pero no iba a volver a casa sin haber conseguido su objetivo.

–Me voy a quedar en el palacio durante toda mi estancia.

–Me alegro mucho, princesa Katharine. No hemos tenido invitados en... Bueno, ha pasado mucho tiempo –los ojos de la señora se llenaron de emoción durante una fracción de segundo.

Katharine estaba segura de que no había habido invitados desde el ataque. Todo en el palacio parecía distinto desde la última vez que había estado allí. Todo parecía más oscuro, más tranquilo. Se oían ecos a cada paso... Aquel lugar parecía desierto, vacío.

–Bueno, en ese caso es todo un honor ser la primera huésped en tanto tiempo –dijo, sintiendo una pequeña punzada de culpabilidad; una muy pequeña–. ¿Podrías enviar a algunos hombres a la entrada? Mi conductor sigue allí y mi equipaje está en el coche. Te agradecería que me alojaras en los mismos aposentos en los que estuve la última vez –le dijo, utilizando su voz más mayestática.

Mentir nunca se le había dado bien. Los ojos la delataban, pero, por suerte, Kahlah no la estaba mirando a la cara. La sirvienta no parecía tenerlas todas consigo, pero Katharine también sabía que no se atrevería a cuestionar su autoridad, por lo menos no delante de ella.

–¿La acompaño a sus aposentos, princesa?

–Si no te importa. Pero no te preocupes por el equipaje. Que me lo traigan todo cuando puedan. No quiero apurar a nadie.

Había metido suficiente ropa en la maleta para una estancia larga. Al salir de casa esa mañana, solo tenía una cosa clara: tenía que conseguir su objetivo, a cualquier precio. Las princesas no podían gobernar y a ella no le había quedado más remedio que resignarse y conformarse con el poco valor que le daban. Llevaba tiempo dedicada a los trabajos sociales, pero lo que se traía entre manos en ese momento era trascendental, importante. Esa era su oportunidad para cambiar las cosas de verdad, para ser algo más que una cara bonita en la realeza.

–Oh, pero no es problema –dijo Kahlah.

–Te lo agradezco mucho –dijo Katharine, retorciendo el anillo de zafiros que llevaba en la mano derecha. Los nervios y la culpa la habían hecho ponerse ansiosa. Bajó las manos. Las princesas no podían permitirse ese lujo. Kahlah la guio con un gesto.

–Por aquí, princesa.

Katharine echó a andar, mirando a su alrededor. No quería encontrarse con la mirada de la empleada. Se dedicó a memorizar lo que la rodeaba, el camino hasta sus aposentos. No había nada parecido al palacio real en la capital de Hajar, Kadim. El lugar era pura opulencia. Todo estaba hecho de mármol, con ribetes de oro, y el suelo era un mosaico de jaspe, jade y obsidiana. Pero no relucía igual que cinco años atrás.

–¿Pero qué demonios pasa aquí? –Zahir prácticamente gruñó al entrar en el atrio del palacio y encontrarse con un desfile de maletas.

Había algunas que eran casi tan grandes como él.

El portero se detuvo de golpe y lo miró, pero no a los ojos. Nunca lo hacían.

–Estamos trayendo las pertenencias de la princesa Katharine, tal y como nos ordenaron, jeque Zahir.

–¿Pero quién lo ordenó?

El hombre se apartó un poco, nervioso.

–La princesa Katharine.

Zahir no le dejó terminar la frase. Dio media vuelta y echó a andar hacia los aposentos de las mujeres. Vio a una sirvienta que salía de uno de los dormitorios. Cerrando la puerta, se escabulló en la dirección opuesta, comportándose como si no le hubiera visto. Probablemente sí que le había visto, pero casi todo el personal le evitaba cuando era posible. Se acercó a la puerta, abrió, y allí estaba ella, de pie en mitad de la estancia. Se había soltado el pelo. Su dorada melena le caía sobre los hombros. Su vestido, azul y sencillo, ceñido en la cintura con un cinturón, no era nada insinuante, pero la forma en que le dibujaba las curvas le volvía loco.

–¿Qué estás haciendo aquí exactamente, latifa? –le preguntó. El apelativo «belleza» se le escapó de los labios.

Y era cierto. No podía negarlo. Ella se volvió hacia él. Sus ojos verdes parecían de hielo.

–Me quedo –le dijo, con soberbia.

–Te dije que te fueras.

–De tu despacho.

–Del país. Y sabías muy bien lo que quería decir.

–Me temo que no puedo aceptar eso –dijo. Cruzó los brazos.

Zahir fue hacia ella y entonces la vio retroceder un milímetro. Después de todo, no le era indiferente. Sus rasgos feos y monstruosos la asustaban, por muy segura de sí misma e impasible que quisiera parecer. Pudo oler su perfume, ligero y floral, femenino... Tal y como había ocurrido un momento antes, incluso las sirvientas huían de él. ¿Cuánto tiempo hacía que no estaba tan cerca de una mujer?

–Lo que no se puede aceptar es que aparques tu real trasero donde no eres bienvenida –le espetó, esperando darle un buen susto.

Pero ella apenas arqueó una ceja. Su expresión siguió siendo plácida.

–Me temo que los cumplidos no me hacen mucho efecto.

El temor que había demostrado un momento antes se había esfumado de su rostro. No era de las que se dejaban intimidar fácilmente. El mito del jeque enloquecido y desfigurado, encerrado en su palacio, no iba a funcionar con ella. Y la idea del salvador, casi inmortal, tampoco.

Era hora, por tanto, de sacar a la bestia.

–¿Quieres casarte, Katharine? –le preguntó en un tono feroz–. ¿Quieres ser mi mujer? –se acercó un poco más, deslizó un dedo sobre una de sus mejillas, suave como el pétalo de una flor–. ¿Quieres calentarme la cama y dar a luz a mis hijos?

Katharine se puso roja.

–No.

–Eso pensaba yo.

–No me hace falta. No para lo que quiero.

–¿No necesitas herederos?

Ella lo miró con dureza.

–No de ti. Y si todo sale como espero, no los necesitaré en absoluto.

Él apretó los dientes y trató de no imaginar cómo sería engendrar un heredero con ella.

–¿Por qué?

–Porque si mi padre muere antes de que Alexander alcance la edad legal para gobernar, necesitaré que seas nombrado regente, en lugar de mi primo. Yo soy mujer y no se me permite ocupar el trono. No puedo proteger a mi hermano. Si John termina en el trono, habrá una guerra civil casi con toda seguridad, un golpe de estado quizá... Si se llega a la guerra, el conflicto sin duda afectara a tu país, por lo menos en lo que a comercio se refiere.

–¿Entonces qué me propones exactamente?

–Lo que quieras. Necesito este matrimonio, por mi gente. Seré tu esposa en la cama si quieres, o tu esposa de puertas para afuera. La decisión es tuya. Si te niegas, ambos terminaremos con las manos manchadas de sangre, la sangre de mi pueblo.

Capítulo 2

Sangre. Ya se había derramado suficiente en el mundo. Y él ya tenía las manos bastante manchadas. Nunca conseguiría quitársela... Pero ya no más.

–Explícate.

Ella respiró hondo.

–Si mi padre muere antes de que Alexander alcance la mayoría de edad, se tiene que nombrar a un regente, que ocupe el trono hasta que mi hermano pueda tomar el poder. Si yo estoy casada, ese puesto será para mi consorte. De lo contrario, será para el pariente varón más cercano. Resulta que si mi pariente varón más cercano obtiene un mínimo de poder, sin duda hará todo lo que esté en su mano para conservarlo. Con él al frente del país, terminaremos en una crisis económica total, o peor, en una guerra civil, y todo para que él se reafirme en el trono. No pienso quedarme de brazos cruzados y ver cómo ocurre delante de mis ojos, no si puedo evitarlo.

Había fuego, pasión, en las palabras de Katharine, algo que él ya no tenía. No solo se preocupaba por su gente, sino que asumía todo el peso de la responsabilidad, tal y como había hecho Malik. Hubiera sido la esposa perfecta para él... Como siempre, pensar en Malik, en su familia, le hizo sentir esa presión en el pecho, le recordó que no tenía derecho a estar allí.

No estaba hecho para dirigir un país, elaborar leyes y mantener el delicado equilibrio entre dos países vecinos. Él era un hombre de acción, aunque pudiera parecer una broma... Su cuerpo, limitado en todos los sentidos, era como el de un extraño, incluso después de cinco años. Era como estar encerrado en una celda de castigo. Pero no había llave, ni puerta.