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Este tercer "Libro de Lucía" comenzó con el relato de casos judiciales durante mi desarrollo profesional y algunas reflexiones que me inspiraron los mismos. Como verán, ellos son variados y se vinculan con los deberes y derechos de los hombres que, desde mi perspectiva personal, muchas veces fueron y son olvidados. No obstante, no alcanzó esto de dar curso a mi gusto por la escritura, para limitar mi genio geminiano y entonces nuevamente, ampliando el horizonte de las palabras en la primera parte de este libro –como en los libros anteriores– ubico relatos íntimos, los que di en llamar "Interiores" alguno de los cuales tenía guardados en mi computadora desde hacía bastante tiempo, otros son más cercanos y el resto muy actuales, como lo podrán comprobar luego, pudiendo resultar ellos luminosos u oscuros según se los vea, pero en todos me animo a compartir sentimientos, emociones, ilusiones y reflexiones sin sentirme, claro está, dueña de alguna verdad. Quienes me conocen saben de mi sinceridad. MARÍA LUCÍA CASSAIN
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Seitenzahl: 202
Veröffentlichungsjahr: 2024
Cassain, María Lucía El libro de Lucía III : los deberes y los derechos humanos olvidados / María Lucía Cassain. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-4939-6
1. Relatos. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
MARÍA LUCÍA CASSAIN
Parte I
El testamento (2018)
Otro testamento (2021)
Año 2021
Tu mirada 31/07/2021
Año 2022
Las Administraciones
Mi Carlitos 16/09/2023
Maestra Ciruela
Las guerras familiares
Una palabra
El registro de conducir
Enojo Eterno
La pesadilla
Parte II
1976/1983
Que parezca un accidente
Garín
El festival, presagio del horror
Mujer bonita
Los soldados, algunos recomendados
Dirección electrónica
¿De qué se trata, realmente?
Entre tomates y morrones
Dedicado como siempre “A mis seres amados”
A quienes continúan acompañándome y conviviendo en esta burbuja y en este plano de la vida, que me bancan mis “aires de escritora”, que soportan a “Tolerancia 0”, y a todas las “Lucía” que siento que soy, como la que se ganó el título de “La chica del mes” por la limpieza de la casa durante la pandemia, incluyendo a “Lupita Guerrero”, pseudónimo que adopté para escribir una crónica no breve y cinco o seis versos para las “Pepas” y otras amigas.
¡¡¡Gracias a todos!!!
Este es el nuevo compromiso que asumo el 10 de marzo de 2021, escribir “El libro de Lucía III”. No sé cuándo habrá de finalizar, pero trataré de que, entre su escritura, el reposo necesario, su relectura, y la corrección no pase demasiado tiempo. Me agradaría llegar a su impresión antes de que finalice este año, que vuelve a presentarse para todos plagado de incertidumbre.
En principio, seguiré con el relato de los casos que estuvieron a mi alcance en mi carrera judicial. Habré de incursionar en algunos que rocen las ideologías o la política, es inevitable, pero mi intención en este libro es la de apuntar a los Derechos y Deberes de los Hombres.
No será un compendio de delitos, sino en todo caso un recorrido por nuestros derechos, a la vida, a la dignidad, al honor, la libertad, la propiedad, a la salud, etc., a los deberes y derechos tantas veces olvidados.
Nuevamente, me asalta una mirada retrospectiva de los hechos delictivos y sigo pensando que, en nuestro país, solo parcialmente se han respetado los DERECHOS y los DEBERES HUMANOS y no me refiero exclusivamente al período 1976/1983.
Es que coincido con muchos argentinos en que, hay personas que han tratado de apoderarse de esos conceptos, pretendiendo adueñarse del pensamiento de un concierto internacional de naciones, que comprende tiempos anteriores a ese período y llega hasta la actualidad y que seguramente trascenderá el final de este libro.
Los derechos de las personas fueron y siguen siendo sistemáticamente vulnerados todos los días. En los hogares cuando el destrato y la violencia física se instalan, cuando ingresan para robar en nuestra casa y nos matan. En la calle, cuando lo hacen para desapoderarnos de la cartera o un celular, cuando un grupo “piraña” nos rodea e invade nuestro cuerpo para sacarnos hasta las zapatillas, ni qué decir si nos cruzamos con una “manada” y sus atropellos sexuales, cuando ya no somos libres de dar un paseo ni caminando ni en automóvil sin sentir miedo a perder la vida y los bienes materiales e inmateriales, todo en un minuto, porque no podemos ir a estudiar ni a trabajar, porque no hay escuelas suficientes y/o no hay trabajo.
La corrupción de siempre en Argentina contribuye y nos impide que podamos vivir con tranquilidad, y lograr nuestro progreso general, espiritual y material. Los discursos mentirosos no nos dejan vivir en paz y en libertad, no se respetan ni nuestras opiniones ni nuestro disenso, no se preserva nuestra salud. En síntesis, no se alcanza a respetar nuestra dignidad ni como seres humanos ni como ciudadanos, no tenemos paz.
No se cumple con la Ley.
¡Creía que íbamos mal y veo que vamos peor!
Aclaro, no todos los derechos y deberes que trataré en este libro se han olvidado. Hay muchos más.
Como ya lo dijera inicié este libro en marzo del año 2021, diría que, con mucho entusiasmo, ya que en esos momentos había comenzado el proceso de edición del segundo que titulé “El Libro de Lucía II” y en pleno desarrollo de esta nueva aventura literaria, en el mes de mayo de ese año y pese a todos los cuidados que habíamos adoptado ingresó a nuestra casa el monstruo, se entiende el o la COVID y de un día para otro, como lo dijera después –casi risueñamente–, sentí que me sacaron de la ruta de mi vida.
Solo recuerdo que gracias a mi marido y mi hija, un equipo médico vino a buscarme en una ambulancia y entonces “yo solita” con un sobre en mis manos que contenía mis documentos y el teléfono móvil fui conducida en silla de ruedas a la misma y de ahí directo al Hospital Alemán.
Allí permanecí aislada en un box y luego de realizarme algunos exámenes quedé internada, lo que era previsible conforme mi estado.
Mi recuerdo de esos momentos es muy difuso, parece que volaba de fiebre porque cuando me preguntaron mi edad, me contaron que dije que tenía 168 años, entre otras incoherencias, a punto tal que una vez que me ubicaron en una habitación aislada, ingresó uno de los médicos a quien le dije que no sabía por qué estaba allí y el muy simpático me contestó que él tampoco lo sabía pero que, ya que estábamos íbamos a charlar y ya no sé más, se ve que seguí delirando y luego me quedé dormida.
En fin, no habré aquí de explayarme en la evolución de mi estado de salud, aunque si señalar que luego de diez días –que me resultaron interminables y que incluyó al inicio de la internación cuando recobré la conciencia, “ese momento especial” en el que pensé llegaba la hora de irme de este plano de la vida– comencé a evolucionar favorablemente y los médicos resolvieron al cabo de esos días, que ya estaba en condiciones de darme el alta hospitalaria y que debía continuar el tratamiento y la convalecencia en mi domicilio, junto a una máquina que me suministraba oxígeno, casi permanentemente.
La bautizamos con mi hija “Robotina” porque siempre se desplazaba conmigo por la casa.
En ese período de lenta recuperación, desde la Editorial Autores de Argentina me pidieron que relea “El Libro de Lucía II” para aprobar su corrección definitiva y realizar la impresión, y viene a mí el recuerdo del pesar que sentí, ya que mi cerebro también había resultado afectado por el coronavirus y no podía hacerlo, porque intentaba leer y no alcanzaba a comprender el texto que había escrito, más allá del enorme cansancio que me producía solamente intentar ensayar hacerlo.
Restablecer mi entendimiento, recuperar la movilidad física, reeducar los sentidos del gusto y el olfato y que mis pulmones funcionaran con cierta normalidad no resultó sencillo, diría que pasé por momentos depresivos y de desolación y todo ello repercutió en la redacción de este tercer libro que prácticamente quedó aletargado en el tiempo, con cortas intervenciones positivas desde mayo de 2021 y hasta ahora, en este marzo de 2023 en que regreso sobre las 80 páginas que había escrito y a las ideas que inspiraron estas humildes líneas.
Concluyo en que, las más de las veces nuestras intenciones resultan atravesadas por circunstancias inesperadas. El destino nos da sorpresas permanentemente.
Han pasado durante todo ese tiempo muchas cosas en mi vida, en mi hogar, en mis afectos, en mi barrio, en mi país y en el mundo. Entonces, me propongo no ser muy crítica con lo que ya he escrito, y también espero que, pese a todos los cambios que se han producido, al releer estas páginas pueda corregir poco, porque no sería muy bueno perder la espontaneidad de los relatos en el momento en que los redacté.
Estoy segura, no obstante, que realizaré agregados, porque algunos merecen una consideración especial por su actualidad, y deseo que algún día estos relatos les sean útiles a quienes los lean, por los motivos que fuesen, conforme las vivencias de cada uno. Es que tengo la esperanza de que sirvan, acaso como para volver a pensar en qué nos estamos convirtiendo los seres humanos y hacia dónde vamos.
Tal vez esta nueva introducción sería la tercera y la vencida, por eso de que no hay dos sin tres y en realidad fue la original que había escrito para este tercer libro:
¡Va!
Hace unos cuantos años, en el último de la escuela primaria de mi hija Lucrecia o “Lula” –como le gusta que la llame– uno de sus maestros me solicitó que fuera a dar una charla sobre la Constitución Nacional y los Pactos y Tratados Internacionales. Para mí resultó un compromiso muy importante, por un lado porque debía acaparar la atención de 90 jovencitos de entre 12 y 13 años de edad y por el otro, por el nivel de exposición que ese evento representaba para mi hija. Me pareció algo titánico, más difícil aún que dar una clase en la facultad de Derecho y Ciencias Sociales.
Fue así como decidí encarar el tema partiendo del “Holocausto”, recordándoles los horrores que significó la Segunda Guerra Mundial para muchas personas y que ello fue lo que determinó a los HOMBRES y a las NACIONES a asumir serios compromisos y a acordar acciones para evitar que en el futuro se repitieran ese tipo de hechos y terribles tragedias.
Comencé el abordaje de los Derechos Humanos, la reforma constitucional de 1994 y fui correlacionando los Derechos con los Deberes, y apuntando en los ejemplos que les brindaba, a su propia condición de niños, y a la Convención de los Derechos del Niño (1989).
Reconozco que en ese momento personal, estaba un poco enojada con ellos y sus rebeldías, las típicas de adolescentes, pero más aún las de esos chicos que no tienen hambre, no pasan frío ni excesivo calor, que no sufren la lluvia ni soportan inundaciones, la de los jovencitos que salen de vacaciones, practican deportes y casi no viajan en colectivos.
Entonces y a propósito, comencé por hacer un mayor hincapié en sus DEBERES: el de respetar a los padres, maestros, medioambiente, entre otras cosas que ya ni recuerdo, el deber que tenían de estudiar, de reconocer la igualdad entre las personas, la libertad, el trabajo, la diversidad cultural y ello, por supuesto sin dejar de mencionarles sus DERECHOS: a la vida, la dignidad, a tener una familia, a que se les brinde educación, a gozar de buena salud, esparcimiento y descanso. El de participar de algún culto religioso si lo deseaban o el de insertarse en la vida de la cultura, el arte o el deporte, según sus propias vocaciones, etc.
El lugar en el que en el que se desarrolló esa exposición resultó un aula grande, en la que debí usar un micrófono, lo que no me produjo ninguna simpatía, sin embargo, después de la misma supe que algunos de los oyentes quedaron muy satisfechos, ya que hubo algunas repercusiones que acariciaron mi ego. Varios profesores, alumnos y padres me lo hicieron saber, parece que algunas de mis palabras resultaron como “disparadores”, quizás de vocaciones o ideas ocultas o aletargadas hasta ese momento y debo admitir también, para ser justa, que durante la exposición observé que algún alumno se durmió… diría… muy plácidamente.
No me importó, ya se sabe que no podemos agradar o acaparar la atención de todos y en mi opinión el propósito que me inspiró a aceptar la convocatoria fue alcanzado en aquel momento, aunque no llegara por igual a todos.
La “siembra” siguió su marcha en aquella mañana del Colegio Manuel Belgrano Hermanos Maristas de CABA.
Luego de tres introducciones no puedo menos que introducir nuevos agradecimientos.
A mis lectores, por el apoyo que me brindan en este proyecto anunciándoles que tal vez insertaré algunas fotos en los relatos, en la medida en que su contenido lo permita… Aclaro que, sigo teniendo conciencia de que no soy original y también que parece que “no tengo abuelita”. ¡Muchas Gracias!
A las personas que se han incorporado o reincorporado a mi vida durante este tiempo por la atención e ideas que me han aportado.
A ellas ¡Muchísimas Gracias!
Y también agradezco, profundamente, a los que ya no están físicamente a mi lado pero llevo en mi corazón por siempre.
En gran parte soy por ellos quien soy ¡Mil Gracias!
Hace muchos años atendí el teléfono fijo –instalado en mi casa– como si se tratara de la atención desde una empresa y al hacerlo, dije con entusiasmo: “¡Lucía, interiores!”.
El llamado era de mi hija, que al reconocer mi voz exclamó: ¡Ah, mamá! y me inquirió ¿a qué se debe esta nueva y decidida manera de contestar? Y entonces le respondí: que se refería a la atención para el asesoramiento de las almas y la decoración de interiores.
Se rio… diciéndome: ¡estás loca! y yo le repliqué ¡no, no lo estoy!
Aquí van… algunos de “esos Interiores”.
Ellos también son representativos de los Derechos y Deberes Humanos.
Estoy en vuelo hacia Madrid como escala para el destino final en Palma de Mallorca, allí Daniel cumplirá el día 18 sus setenta años. Por cierto no está muy contento y al mismo tiempo vivirlo no deja de ser un privilegio.
Me siento feliz de realizar este viaje, creo que en Buenos Aires las cosas quedaron bastante ordenadas, Lucre acompañada, Zulma asistiéndola y además con otros apoyos, si fuera preciso.
En lo que a mí respecta, estoy intentando acercarme nuevamente a la pasión que me despertaba el trabajo, por supuesto desde otro lugar pero aún no tengo demasiada voluntad como para comprometerme.
Por un lado, no ha finalizado el año sabático que me había propuesto regalar y por otro siento que me daría más placer en estos momentos, seguir conectada con la decoración interior, lo estético, justamente con lo que creo me salvó del hundimiento personal, tras tantas muertes incluida la de mi perra Lupita, mi amiga e hija canina desde hace muchísimos años.
Ayer conocí a un señor de 84 años que tiene videncias, me lo contó una amiga que me pidió la acompañara al estudio de su Escribano para que sea testigo de su testamento y allí concurrí con ella, a la cita en la Escribanía Miró. Que de coincidencias, la madre del Escribano era catalana y en este viaje pasaré unas horas en Barcelona. Joan Miró era uno de los pintores preferidos de mi hermano Enrique y juntos estuvimos en una exposición de algunas de sus obras cuando viajé a Fortaleza, donde él residía, un año antes de su muerte.
De ese pintor son las reproducciones que lucen en el living del departamento de mi hermano Joaquín en Mallorca. Miró era el nombre del restaurante elegido durante mis vacaciones en Punta del Este el último enero y recuerdo también, que hace muchísimos años hubo en Buenos Aires una muestra de pinturas que se llamó “De Cézanne a Miró” que no vi pero la rememoro por la cadencia de las palabras de esa famosa presentación.
Volviendo a la cita, por supuesto, como terrible curiosa que soy, le pregunté en el curso de la reunión al Escribano acerca de lo que veía de mi persona. No lo tomó a mal. Con una actitud muy prudente en primer lugar se refirió a mi amiga que me llevó hasta su despacho, diciéndome que era una persona que tenía mucha suerte, y luego de observarme un rato me dijo que yo también era una persona que tenía suerte y al mismo tiempo me señaló, que mi desempeño laboral –que le había comentado mi amiga– había sido importante, una gran pérdida mi retiro de la justicia recalcándome la seriedad, con la que sabía había ejercido la magistratura y especialmente en el fuero penal al que me había dedicado y calificara como el área más fuerte del derecho. No dijo más.
Hubo otra persona que también lo consultó, la otra testigo que llegó un rato después, a la que no le brindó tampoco demasiada información, sin embargo, a ella le hizo advertencias importantes, para que pudiera salir de su estado que dijo percibir debilitado, afectivamente, señalándole la existencia de la malicia y fuerzas negativas en la vida, en general, por lo que debía manejar el pensamiento.
Fue una advertencia muy fuerte percibiendo yo, que este hombre vio más de lo que nos llegó a decir a las dos. Calló, tal vez lo hizo por discreción o pudor. Casi al finalizar la reunión se acordó entre los presentes una cena para hoy a la noche, a la que no pude obviamente acceder por este viaje, pero le hice prometer a ese hombre que nos volveríamos a ver.
Me pareció una persona muy especial, fueron muy interesantes las anécdotas de su vida que nos relatara vinculadas a hechos de su niñez, su madre, su padre, el campo, su caballo y los “hombres malos” y a la afirmación de que veía muertos desde que era un niño. Me hizo acordar a una película que me había emocionado mucho que ya tenía olvidada.
No me asusté para nada, le creí. En su conversación expresó pensamientos y reflexiones muy profundas, y desde su persona transmitía mucha serenidad y paz.
Realmente un ser intrigante y creo haber sido afortunada en poder conocerlo. En algún momento, durante sus relatos relativos a las vicisitudes de su infancia y de su vida, lo que ocurría en presencia de sus dos colaboradoras de la escribanía, dos mujeres adultas, jóvenes, ambas abogadas, respetuosas de toda la situación, noté que ellas avalaban, con sus aportes y comentarios las serenas y sorprendentes expresiones del Escribano.
La lectura formal y la firma del testamento, más allá de la importancia del hecho en sí mismo por su contenido creo que no dejó de ser, un trámite administrativo inmerso en la profundidad y decisión de los sentimientos de mi amiga y en el marco de toda aquella interesante conversación.
Siempre dije y aún digo que hay que vivir “en estado de sorpresa” y justamente, todo lo ocurrido ayer, jueves 15 de marzo me encantó, desde la cita a las 9:30 h por WhatsApp para ser testigo de la firma del testamento –que me hizo mi amiga–, hasta el final del mágico encuentro que seguramente volverá a repetirse. Eso espero.
¡Gracias amiga por la confianza que depositaste en mí!
Recibí tu llamado en el móvil, eran las 14.30 h y en esos momentos me estaban arreglando las uñas de las manos. Me citabas para que esa tarde fuera a tu casa, te notaba muy ansiosa, te respondí que iría a visitarte en cuanto me desocupara, y quedamos en vernos luego.
A los pocos minutos me hiciste un nuevo llamado, me pedías si no tenía inconveniente en ser nuevamente testigo de un testamento. Te dije que no tenía ningún problema y quedaste en volver a comunicarte. Lo hiciste al ratito, me avisaste que se haría el jueves a las 14.00 h, quedando formalmente convocada para asistir, el Escribano Miró iría a tu casa, al igual que la otra testigo, asentí y quedamos en que la cita, no anulaba la visita que te haría momentos después.
Me sentí un tanto agobiada, tus llamados cambiaron el clima alegre que compartía con la manicura. Más allá de la confianza que ratificabas sobre mi persona, no tenía dudas acerca de que entre ese pedido y, entre vos y yo, se presentaba nueva e inexorablemente la idea de la muerte.
Te fui a ver, tal como habíamos quedado, me recibiste en camisón y maquillada. Con ingenua picardía te pregunté de dónde venías, por lo bien que lucías pese a estar con el camisón puesto, en la creencia sincera de que habías regresado de algún lugar y te pusiste cómoda, simplemente. Sin embargo, me aseguraste que no habías salido y que te habías maquillado para recibir a una amiga. Me puse contenta con tu respuesta, pasamos al living y como siempre tomaste asiento en tu sillón preferido, el de reina, yo lo hice en otro, luego de acercarte la bandeja con el yogurt y el flan que estabas por comer.
En esa situación me dijiste que querías modificar el testamento, disponiendo una donación para una fundación muy afamada vinculada a la salud, por considerar que ello sería una acción trascendental, en el sentido justamente, de constituir un aporte que beneficiaría a la sociedad.
De seguido pensé y te lo expresé, si era bueno para vos hacerlo estaba bien, aunque en mi fuero íntimo me hubiera gustado más escucharte decir otra cosa, como por ejemplo que habías hallado una “personita” que no tuviera ningún recurso a la que quisieras ayudar, como a aquella niña que vi en un programa de televisión, un domingo a la tarde que le decía a una periodista que quería estudiar para ser médica cuando fuera grande y ese reportaje transcurría en una provincia del norte argentino, sentada en la puerta de su casa de adobe y con piso de tierra.
Un poco desilusionada con lo que habías resuelto cambié de conversación, sentía una cierta incomodidad con el tema y te propuse mirar juntas algún programa en la televisión.
Ya enfrentadas a esa pantalla grande que parecía que estábamos en un cine elegimos ver algo por YouTube. Buscamos distintas propuestas, estábamos indecisas, luego aburridas con lo elegido, cambiamos varias veces hasta quedarnos con una producción de la revista Hola vinculada al matrimonio de Harry, el nieto de la reina de Inglaterra, reparando en los modelos y los tocados que lucían los que concurrieron a la ceremonia. Se hizo muy largo y entonces decidí que regresaría a casa.
Nos despedimos, salí por la puerta de servicio como siempre y vos, protestándome porque quise hacerlo bajando por la escalera y no por el ascensor. Era solo un piso, te replicaba, nos besamos y me fui.
Esa noche no podía dormir, no lograba conciliar el sueño, no es algo extraordinario me pasa comúnmente, sin embargo esa noche no podía sacarte de mi pensamiento y en los mismos me dije, que sería bueno que pudieras ir a algún lugar –tipo un spa– por una semana, para que te mimen, te preparen exquisitas comidas, te den unos deliciosos masajes y luego me dormí pensando en que al día siguiente te haría la propuesta y juntas buscaríamos el lugar apropiado. Por lo visto en la tarde te noté como “débil”, me parecía que no estabas alimentándote bien y pensé que unos días de superconfort te ayudarían a sobrellevar el “bajón” anímico que experimentabas en esos momentos.
No sé si me mentiste, pero esa tarde me habías asegurado que harías un cambio en tu vida, que comenzarías a tomar una medicación nueva para el dolor y que habías aceptado que no podías seguir viviendo sola. Toda una decisión para una persona independiente como vos.
Pensé en la frustración que me transmitiste, que habías sentido en esos días. Estabas ilusionada por haber encontrado a una mujer buena y sencilla para acompañarte, en la que ibas a apoyarte y creo que la noticia de que en realidad no se concretaría esa convivencia, por razones ajenas a vos y exclusivamente relacionadas con temas familiares de esa persona, te hizo sentir otra vez muy vulnerable. Sola. Lo hablamos esa tarde mientras veíamos la ceremonia nupcial.
Al día siguiente recibo un llamado telefónico, habías muerto durante la noche. Subí inmediatamente a tu departamento, me recibió tu sobrina y quien había sido tu secretaria y amiga de toda tu vida. Estaban presentes también la señora que te hacía los quehaceres en el hogar que te había encontrado allí, inerte en tu cama y otra vecina y amiga que sé, que te quería mucho y vos la querías mucho.