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Como buena geminiana siempre en mí la dualidad, un libro con dos partes, y en cada una de ellas, una muestra de lo íntimo y de lo público, de lo personal y lo profesional en el mundo judicial, bajo el cuidado de mis amigas ideales "Prudencia" y "Paciencia" y además con la cara de póquer necesaria en el ejercicio de la magistratura y esto, sin perjuicio de la aparición en mi pensamiento de aquellas otras ideas sinceras –las opiniones del abogado famoso de la historieta El otro yo del Dr. Merengue– con quien muchas veces me sentía identificada. Esta es una muestra de circunstancias y hechos reales, legales y algunos de ellos, por qué no decirlo, también injustos y en la que, por cierto, no todo lo digo.
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Veröffentlichungsjahr: 2020
Cassain, María Lucía
El libro de Lucía : las lágrimas de la justicia / María Lucía Cassain. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-0612-2
1. Relatos. I. Título.
CDD A863
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
“A mis seres amados”
Prólogo de la autora
“Simplemente espero con estas líneas no cometer un crimen literario.”
Agradecimientos
A mi esposo Daniel por el aliento que me dio desde el momento en que me decidí a escribir estas páginas, a mi hija Lucrecia por ayudarme en su corrección y a Juan por el soporte tecnológico que me brindó.
Parte I
Tolerancia 0
El nacimiento de Tolerancia 0
Hoy, domingo 29 de marzo de 2015, comienzo a escribir este libro sin saber claramente de qué se va a tratar. Solo que, conociéndome, con seguridad va a estar relacionado con mis sensaciones personales, que por cierto son muchas diariamente, variadas, y que comúnmente tienen que ver con los valores y mi observación de las personas y las cosas.
Desde hace algún tiempo, en el que tomé conciencia del estrés crónico que padezco, me refiero a mí misma como “Tolerancia 0”. En cierto sentido ello me recordó a Rudolph Giuliani, alcalde de Nueva York que, con esa expresión aludía al combate del delito y cómo este debía realizarse en esa ciudad. En otro, me recordó que en muchos lugares no se puede tomar siquiera una copa de alcohol y luego conducir un vehículo. Bueno, en realidad Tolerancia 0 tiene algo que ver con esas menciones comunes, según se lo vea. Por un lado, por estar en la justicia penal y, por otro, porque le encanta tomar una copa de vino.
Creo que hoy representa para mí un grito silencioso de libertad.
Esto ocurrió porque un día, después de haber estado conversando varias horas con Patricia, mi médica y amiga, acerca de cómo me sentía en algunas ocasiones, como ser que al recibir algún comentario crítico, aunque insignificante, experimentaba un desagradable escozor, nerviosismo (se entiende en el cuerpo) y algún cambio de humor, llegamos a la conclusión de que mi nivel de tolerancia era 0, por lo que, y sin pensarlo demasiado adopté ese apodo para mí a partir de ese momento.
No lo recuerdo exactamente, pero creo que fue al día siguiente, en la primera oportunidad de ir a trabajar al Tribunal, cuando para sorpresa de todos anuncié que desde ese momento con ese apodo me identificaría y con él les quise significar que no tendría tantas “contemplaciones” con los procesados y condenados y, además, ese concepto lo hice extensivo delicadamente a mis colegas y colaboradores, intentando transmitirles de ese modo que no me dejaría llevar por mi sensibilidad, que dejaría en suspenso la paciencia y la piedad, que siento que son valores que junto a otros me caracterizan.
Nadie me creyó mucho, sin embargo comenzamos a comportarnos todos como si aquello fuera totalmente cierto. Alejandro, mi colega, les pedía a sus colaboradores más cercanos que consultaran con Tolerancia 0, es decir, conmigo, para acordar algunas decisiones y yo daba como siempre mis opiniones, que no resultaban muy distintas de aquellas que daba habitualmente, aunque impresionaban como si tuvieran una mayor severidad.
Un día se me ocurrió empezar a mandar mensajes por WhatsApp a quienes trabajan en mi vocalía, mis ayudantes, los más estrechos, avisándoles que iba en camino hacia el Tribunal y a señalarles aspiraciones de Tolerancia 0 para esa jornada (todo como un juego) y, por supuesto, comenzaron a ser contestados los mensajes con gran creatividad, agregándose además otras personas vecinas a mi propia oficina, conformándose así “un ala intolerante”.
A veces, a propósito, evité escribir creando una expectativa mayor justamente (por la ausencia de mensaje), en otras oportunidades eran tan exageradas mis propuestas que todos empezaron a fantasear con las interpretaciones que podrían dárseles, si fueran interceptados estos correos (como está de moda) y en vez de originarme alguna preocupación se me ocurrió que los infiltrados podrían sostener que gozo de un cierto grado de locura, tal vez que padezco una incapacidad madurativa, que puedo no estar en condiciones de ocupar el cargo o que estoy obsesionada con la profesión. En fin, Ariel, el esposo de Marcela, es uno de los que ha expresado algún temor por la situación y mis juegos y Alejandro, mi compañero juez, no se queda lejos en su preocupación…
En realidad, debo decir que poco me importa si alguien interfiriera mis mensajes, ya que de ellos no se desprendería otra cosa que lo que soy, una persona con mucha imaginación, que me encanta ridiculizar algunas situaciones y con una importante cuota de humor, lo que creo que es un gran escape frente al horror que me produce la miseria humana.
Así, dije por ejemplo que anunciaba mi arribo al Tribunal para continuar la lucha contra la delincuencia organizada y agregué contra la desorganizada también y mis huestes contestaron hallarse prontas para esa misión. ¿Qué tal?, lo de las “huestes” lo dijeron ellos y ¡me encantó!
Continuaron las comunicaciones y las hacía personalizadas y el que recibía el mensaje debía difundirlo al resto del grupo, resultando así divertido para todos, y desde mí, una demostración del cariño y atención a cada uno de ellos, y hasta el punto resultó de esa manera que algunos se quejaron por no recibir mayor cantidad de mensajes e, incluso, debí integrar a más personas en este juego cordial y matutino.
Ocurre que Tolerancia 0 o sea yo, va siempre acompañada al Tribunal por dos fieles custodias, alternativamente, a quienes les encanta manejar mi camioneta y fueron bautizados (ellos mismos), uno como Jorge “el hombre del látigo” y el otro Jorge como “el hombre del rebenque “ y lo gracioso del caso es que, poco a poco, ambos me han ido alejando del volante del Jeep, circunstancia aprovechada por mí para escribir los WhatsApp, pero que, a la larga, reconozco que perjudica mi habilidad en el manejo, por lo cual en ocasiones los anoticio de que voy a manejar, y como obviamente si manejo no puedo escribir, cuando llegábamos mis colaboradores manifestaban lo extraño que les pareció no recibir ningún lineamiento especial de su jefa.
A modo de ejemplo van algunas de nuestras comunicaciones: “Tolerancia 0 avanza hacia los suyos para combatir lo que bien saben.– Matías contesta: Esperamos a Tolerancia renovados para iniciar una semana corta, pero llena de batallas”.
“Tolerancia 0 avanza hacia el teatro de operaciones QSL. Muy Campo de Mayo, ¿no?– Y Nicolás contesta: Copiado, Sra. jefe, personal alistado desde las 8.00 hs., esperando directivas de campo”.
“Tolerancia 0 avanza y anticipa a los suyos que no concurrirá los días 26 al 29 del corriente por cuestiones familiares y de playa. La justicia la dejará en sus manos. Difundir.– Y Sol contesta: ja, ja, ja… ¡nos parece perfecto! ¡La justicia queda en buenas manos!– Y Tolerancia 0 agrega: ¡¡¡Por las dudas en la valija me llevo todos los atenuantes!!!”.
Bueno, van pasando los días y anuncio, entre otros proyectos de Tolerancia 0, el de convertir el Partido de San Martín, donde funciona el Tribunal, en un polo turístico como una obra que se merece nuestro padre de la patria, sencillamente porque, en mi opinión, es un partido que deshonra su nombre por desidia de sus habitantes y de los intendentes de turno, lo que me resulta totalmente injusto.
Esta idea loca la hago conocer en la gran mesa del almuerzo que compartimos con mis compañeros jueces, los secretarios y el resto de los colaboradores y siento que escuchan la idea con estupor. Entonces comienzo a destacar (haciendo gala de mi nueva intolerancia) que ya no me banco la desidia generalizada de los vecinos de esta localidad a la que, en mi imaginación, refacciono, pinto, barro y emprolijo diariamente, cuando voy en camino al Tribunal, logrando transformarla en mi mente en un lugar muy armonioso y agradable, digno de recorrer, ser visitado y fotografiado, aun por extranjeros. Aquí aparece sin dudas la obra del “intendente mágico de frentes” ese cargo inexistente que alguna vez fantaseé ocupar y que algunos de mis afectos ya conocen.
Y ahora me pregunto: ¿tendrá que ver la suciedad barrial con la mugre humana?
Y continúo con mi cantinela… San Martín cruzó la cordillera de los Andes para liberar a los pueblos (un grande) y los vecinos que viven en la ciudad que lleva su nombre no pueden mantener siquiera sus propias veredas limpias, imposible pensar que pudieran buena y espontáneamente asear la de al lado, menos la de enfrente, y entonces siento una pena tan grande y pienso en el egoísmo y la miserabilidad de las personas, llegando simplemente a considerar que estas cosas son, entre otras, las que enojan a Tolerancia 0.
Si algún vecino pudiera entender el sentido de estas palabras y modificara su actuar en consecuencia, ¡¡me haría muy feliz!!, aunque sé que ello nunca va a ocurrir.
Esto de pensar en ser un “intendente mágico de frentes” no es algo novedoso y exclusivo en relación con mi persona ni con el partido de San Martín, en realidad el concepto tiene que ver con una postura personal acerca de la armonía y la belleza en general que arrastro desde siempre. ¿Obsesión estética? Aún no lo sé.
Cuando era estudiante tomaba todos los días el tren del Ferrocarril Sarmiento, colectivos para ir y venir a la facultad, al trabajo y a mi casa, y en algunas oportunidades hasta viajaba dos veces por día al centro, como así se daba en llamar a la Capital Federal, hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Me explico… Muy temprano a la mañana me levantaba para cumplir con mis obligaciones diarias que abarcaban ir en el colectivo de la línea 216 hasta la estación de Ramos Mejía, allí tomaba el tren hasta la estación de Once y luego nuevamente un colectivo hasta la Facultad de Derecho, circunstancias en las que observaba el amanecer a través de las ventanillas del colectivo de la línea 62 cuando avanzaba por la avenida Pueyrredón.
Luego, en horas del mediodía me dirigía al Juzgado de Morón, por cierto desandando el camino anterior y extendiendo el tramo del tren, dos estaciones más y después de trabajar regresaba a la estación de Once, nuevamente tomaba el colectivo a la Facultad y por último regresaba a Ramos Mejía. Es decir, viajaba muchas horas por día y si bien algunos de esos recorridos los utilizaba para estudiar o conversar con algún compañero, en otras oportunidades me dedicaba a observar a los pasajeros, embelleciéndolos en mi imaginación.
Así, les sacaba kilos a los excedidos, les combinaba la ropa que vestían, incluyendo accesorios, cambiaba los peinados, los estilos en general e incluso incursionaba en alguna cirugía plástica respecto de aquellos que tenían narices a veces muy prominentes.
Mediante este pintoresco recurso (si se quiere) no me aburría demasiado y, si en algún momento, como para cambiar un poco, dejaba el objetivo de las personas, pasaba hacia las modificaciones del exterior, el de la belleza de las casas, de los frentes, algunos laterales, terrazas y contrafrentes y lo aclaro porque eran los que se veían desde la ventanilla del tren o sea, un conjunto de grises en el atardecer, sobre los techos del barrio de Caballito rumbo a la estación de Once o antes del desvío a la subterránea estación llamada Plaza de Miserere, algo que realmente me deprimía.
Entonces, en el fragor del embellecimiento de las terrazas, patios traseros y algunos laterales se iba haciendo la noche, me olvidaba de los grises y la tristeza y terminaba por renovar mi espíritu ya en la facultad cuando me encontraba con mis compañeros, que en general eran alegres.
Una de mis compañeras, que trabajaba como yo y al volver a su casa tenía que preparar la cena para su marido, me sorprendió un día mientras daba clase un profesor, sacando de la cartera unos bifes envueltos en nailon transparente y, cuando me los mostró, yo no podía parar de reírme. Fue maravillosa la escena y cada día, al recordar ese episodio, como si fuera hoy esbozo una sonrisa.
Bueno, de allí viene esto de ser el intendente “mágico” de frentes, que además creo que estaba motivada en alguna otra circunstancia la cercanía en mi niñez con la arquitectura, carrera que estudiaban mis hermanos mayores y en las que solía participar cuando tenían que hacer entregas en la facultad, no tenían mucho tiempo y entonces yo colaboraba algunas veces como autora de los pastitos que se pintaban en planos y maquetas.
Por supuesto lo hacía con felicidad y ese contacto con los proyectos que ellos diseñaban quizás alimentaron la fantasía de aquel intendente que hacía, y hace aún, que todos mis traslados terrestres sean objeto de pequeñas o grandes transformaciones en las construcciones y estética de las calles por las que transito, continuando siempre con las tareas de pintura y mantenimiento en las que incluyo pavimentos, veredas y jardines.
Sus amigas y otras cosas
Tolerancia 0, o sea yo, versión 2015, porque antes no existía, tiene una excelente amiga que se llama Prudencia, quien la acompaña en su interior y es tan buena en sus capacidades que muchas veces la deja salir para acompañar a otros que con urgencia la necesitan.
Esa amiga es tan importante, porque con sus sabios consejos, en ocasiones, ha evitado resultados catastróficos o muy desagradables en mí, en parientes, amigos, conocidos y aún en desconocidos, diría que ella tiene un sentido muy especial de la oportunidad y justamente ¡¡ese don la enaltece!!
Diría que Tolerancia 0 y Prudencia conforman hoy un binomio esencial. Ni qué hablar cuando se encuentran con “Piedad”, es que todas trabajando juntas constituyen así un trío que brilla y brilla y ¡¡no deja de brillar!! (modestia aparte).
Hablando de Piedad, esta fue siempre en mi vida la escultura más bella y lo cierto es que, aun sabiendo que Miguel Ángel era su autor, reconociendo mi ignorancia, solo sabía que esa obra estaba en Roma. Ahora, imagínense, el día en el que por primera vez entré al Vaticano y la vi. Recuerdo que estaba, junto a mi marido y mi hija con apenas dos años de edad y al verla sentí una emoción embriagadora, que se mantuvo en el tiempo en que permanecí allí, mientras observaba que la gente aplaudía, descubriendo en ese momento entre los aplausos y el brillo de los flashes que se reflejaban en el interior de la basílica, donde Juan Pablo II oficiaba la misa.
Un momento sublime… porque fue él quien, en una oportunidad, propuso en un viaje que hizo a la Argentina cambiar la “soledad” por la “solidaridad” y esas palabras que pronunció en la sede del Mercado Central ante miles de personas, entre las que me encontraba, tuvieron una honda repercusión en mi propia vida. La escultura de la Piedad aún no había sido objeto de ningún ataque, con lo cual la descubrí cuando no tenía un blindex de protección y la misa a la que asistí fue una verdadera sorpresa y una bendición. Cuando entre amigos alguna vez contaba esa experiencia mi hija me preguntó si el papa la había alzado en sus brazos. ¿Qué ocurrencia, no?
Bueno, pasando a otro tema, la verdad es que en mi presente se deben producir cambios tremendos, no porque sean malos, sino por lo movilizadores. Es tiempo de elaborar mi retiro de la Justicia, es la mudanza necesaria que debo realizar, dejar ese espacio que es mi lugar de trabajo, el Tribunal, con toda la carga emocional que tiene para mí y el desafío de encontrar otro que satisfaga mi intelecto y mi corazón.
Creo que el tiempo es hoy, por decir en estos meses, los acontecimientos externos me indican que aquel lugar con las reformas que se están produciendo no tienen demasiado que ver con los ideales por los que siempre luché, la corrupción apesta, está a la orden del día y en este sentido podría, aunque de un modo colateral, dañarme.
Todo el esfuerzo de mis años de juez tuvieron aquello de dar a cada uno lo suyo, y siempre volqué la pasión en ese servicio. Recuerdo que cuando me presenté en un grupo de terapia dije mi nombre y que trabajaba para la justicia, es decir, me presenté con sinceridad como quien soy y no por el cargo que ocupaba ya en ese momento (1987), y a esta manera de ser, algún amigo la llama humildad. Y si es así, además, me encanta.
Es que aún conservo en mí cierto pudor en relación con los logros profesionales, no sé por qué, pero, bueno, son las 20.37 h del 4 de abril, voy a cenar y mañana seguiré escribiendo seguramente, ya que estoy muy entusiasmada.
Un día después
Ya es 5 de abril, y justamente hoy, pero hace 43 años, empecé a trabajar como “meritoria” en la Asesoría Pericial de Morón, en el Poder Judicial de la Provincia de Buenos Aires.
La oficina estaba ubicada en un viejo chalé alquilado, en el que funcionaban además una oficina de la Administración General y la Asesoría de Menores. Nuestra dependencia estaba reducida a una cocina, que hacía de mesa de entradas y un despacho en lo que habría sido un dormitorio de esa casa.
Su mobiliario consistía en una vieja camilla de metal oxidada, un escritorio antiguo y tres sillas, todo cubierto de polvo y tan así fue que lo primero que hice fue limpiar todo, es decir, el dormitorio, la cocina, el pasillo por el que se accedía desde un garaje, la vereda y la terminé baldeando, ante la mirada atónita de los policías uniformados que, como imaginarán, cubrían las guardias de la comisaría de Morón 1ra. y la Unidad Regional de Morón. Fue el 5 de abril de 1972.
Cuando terminé de limpiar me sentí muy feliz, preparada, en condiciones dignas de estar ocupando mi cargo de meritoria en esa oficina, de asistente de un médico legista y de un contador al principio y luego también de una perito calígrafo y, en ella a los pocos días y por primera vez, tuve contacto con un hombre que había matado a otro hombre.
Fue extremadamente fuerte la sensación, ocurrió durante la entrevista que le hizo el médico forense y con seguridad en esa ocasión recibí al detenido y la custodia que lo condujo a la oficina.
No recuerdo ni su nombre ni cómo había ocurrido el hecho, ni el tipo de arma que pudo haber usado, tampoco el móvil, ni quién había resultado la víctima, solo evoco vagamente la presencia de un hombre de unos cuarenta años sentado de un lado del escritorio con las manos apoyadas en sus piernas, sin esposas, enfrentado al médico que lo interrogaba y yo sentada en la otra silla al costadito, escuchando el diálogo que mantenían, suponiendo hoy que su sentido apuntaba a saber, sí aquel hombre había comprendido lo que había hecho.
Estaba como azorada, y lo disimulé, obviamente. Si bien tenía 19 años, la muerte violenta no era algo tan común ni cotidiano como lo es ahora, y para esa época no se visualizaban como hoy esos hechos, que tampoco eran tantos y además aparecían como muy lejanos a mi persona y entorno.
El segundo episodio muy cruento fue la revisación de una mujer que había dado recientemente a luz un hijo, lo que el perito médico comprobó con sencillez, enterándome luego de que, en razón de haber ocultado el embarazo a su familia, el día que nació lo arrojó por el incinerador del monobloc en el que residía en Ciudad Evita, en el partido de La Matanza.
Por supuesto que no podía creer (como se dice ahora) lo que había hecho esa mujer, no entraba en mi cabeza que se pudiera tomar una determinación así. Recuerdo que era rubia, tenía su cabello atado con una cola de caballo, me pareció muy tímida y tampoco sé si existió un diálogo con el médico, en realidad creo que solo escuché que pronunció su nombre, habiéndome impresionado la profunda tristeza que trascendía de su persona y que de sus pezones brotaba naturalmente leche en el momento en el que médico realizó su examen clínico.
Ese fue un día de un gran aprendizaje, yo aún no conocía la figura del infanticidio, ese homicidio atenuado que preveía el Código Penal en aquel tiempo y aseguro que no me resultó grato conocerlo de ese modo, pensaba en el bebé… y al mismo tiempo en esa pobre mujer… dándome cuenta por cierto de la presión familiar y social que debió haber sentido, por un lado, para vivir fajada todo el embarazo ocultándolo y al propio tiempo la gran soledad que debió haber sufrido, enterándome en ese momento también de la existencia del concepto médico del estado puerperal.
Como no hay dos sin tres, también me espanté con otro caso que llegó al médico legista por esos días, la violación de un muchachito que padecía el síndrome de Down, hecho por supuesto que me llenó de rabia e impotencia, también de desazón y tristeza.
Estaba en el primer año de la facultad, viajaba en colectivo y en tren todos los días, como ya lo dije, y si bien podían haber malas personas en el acotado mundo que me rodeaba en esos medios de transporte y en los lugares que frecuentaba, no eran habituales las situaciones de violencia extrema, más bien estaba inmersa en un ambiente de trabajo, estudio, aprendizaje, esperanzas y ansias de superación.
Pues bien, la cercanía con aquellos tres hechos espantosos produjo un enorme sacudón en mi persona y despertó aún más la pasión hacia el ejercicio del derecho penal.
Hoy, no tengo más que un salpicado registro de las personas con las que tuve contacto profesional directo que mataran a otro ser humano y vienen a mi mente figuras de hombres, mujeres, viejos, jóvenes, locos y cuerdos. Fueron muchos en cantidad los homicidios y algunos de esos hechos merecen ser contados, tal vez lo haré…
En general, la mayoría de los homicidas fueron hombres, y excepcionalmente mujeres y en mis primeras impresiones estas solamente cometían ciertos y determinados delitos, los hurtos en los comercios (las famosas mecheras), los abortos, porque necesaria y físicamente estaban involucradas y el homicidio del marido o la pareja, casi siempre como producto de la violencia familiar ejercida previamente sobre ellas o sus hijos.
Al respecto recuerdo un caso en que una mujer, harta de los golpes hacia ella y los hijos propinados por un marido alcohólico, sin hallar otro escape a su situación, un día esperó a que se durmiera y lo mató golpeándolo reiteradamente con un sifón en la cabeza.
Hoy, las cosas para las mujeres no han cambiado mucho, pero ahora, además, también se agregó que están involucradas en el narcotráfico y comprometidas con la delincuencia de hijos y esposos que viven del robo y los secuestros extorsivos (aun con el resultado de homicidios) como “un trabajo”, y demuestran la decadencia moral de nuestra sociedad.
Lo digo porque, cuando en 1993 arribé a la Justicia Federal advertí que las mujeres además de aquellos hechos que mencioné vendían droga al menudeo, es decir, desde sus casas, y al tiempo en que realizaban las tareas propias domésticas y el cuidado de los hijos, vendían “porros” y “ravioles” como si tal cosa… Aun, en presencia de los niños, los que tomaban como natural la actividad de su mamá. Qué pena le produce esta degradación moral a Tolerancia 0.
Pero, bueno, siguiendo con la misión que creo tener en este mundo, relaciono mi existencia en muchos sentidos con la limpieza, el orden y el aseo, algo sobre lo que bromean quienes me conocen bien, o sea, mis afectos, hasta el punto de que soy famosa porque me levanto y no puedo salir de casa sin hacer la cama y dejar todo mínimamente ordenado y es que, en mi fantasía y desde muy pequeña, pensaba que de sorpresa podía presentarse “alguien” en cualquier momento y yo y las cosas a mi alrededor debían estar prestas, para una correcta recepción.
Mis amigas me cargan por esto que califican una manía y, además, por otras características de mi personalidad suelen apodarme “la Adecuada” y bueno… qué voy a hacer, no me disgusta ni esta manera de ser, ni el mote que me adjudican, no me quejo y creo que no molesto a los otros con estos comportamientos. En algún caso, por ejemplo en “el barrido”, he descubierto que poseo una carga genética especial. Es que el afán en el uso de la escoba lo comparto con un hermano y sobrinos, ni qué decir si por ahí me encuentro en algún lugar donde hubiera muchas hojas, me empeño inmediatamente.
Viene a mi memoria que hace unos cuantos años en una quinta que alquilamos un grupo de amigas, en las tardes, tomaba una vieja escoba y barría todos los senderos de baldosas que encontraba, los alrededores de la pileta, galerías y algún patio y ese contacto con los pisos y la actividad que desplegaba producía en mi persona una satisfacción hermosa, creo que era tranquilidad y paz, y justamente, al cabo de muchos años he descubierto que no soy la única de la familia que tiene ese poder de atracción hacia la escoba.
Esto del aseo y la limpieza es en un sentido, ya que, en otro, no me parece casual mi inclinación laboral, porque en muchas oportunidades mi deber es y ha sido mantener a personas en prisión y puede pensarse que ello puede significar preservar a la sociedad de la convivencia con los violentos y esto de alguna manera es correrlos de su seno para procurar un cierto orden y limpieza, en fin, tranquilidad social para el resto, en cierto modo la posibilidad de permitir una convivencia en paz.
La renuncia
Comienza la semana de trabajo y me siento en este mes de abril de 2015 intelectualmente en forma, especialmente lúcida, libre, resuelvo las situaciones que se me plantean con facilidad y holgura, pasan los días con algunos requerimientos extras, pero no extraordinarios y en mi sesión de terapia expreso mis intenciones de jubilarme, de la fe que tengo respecto de la existencia de Dios, de su mano alcanzando las cosas, armonizando algunas relaciones de mi vida familiar, que en ciertos momentos (por lo bizarras) me pasan por encima.
Y llego así al miércoles 8 de abril, y me sorprendo recibiendo el llamado de Marta, una colega a quien respeto y quiero, que me comunica que la Cámara de Casación me designó para integrar un juicio seguido a militares y civiles que actuaron durante la dictadura militar de 1976–1983 en Campo de Mayo.
Y, lo digo especialmente porque antes de recibir esa comunicación telefónica y antes de ingresar a mi despacho y como al pasar le pedí a Marcela, una de mis manos derecha (lo aclaro porque en realidad tengo dos, ya que la otra es Soledad) que debía ayudarme a redactar la renuncia a mi cargo de juez de Cámara a partir del 1 de septiembre próximo, fecha tentativa que elegí al azar como para alejarme del Tribunal.
No significa ello que no pudiera hacerlo sola, sino que la colaboración especial requerida a Marcela lo era, por lo que debo decir o no decir en esa oportunidad, ya que estará dirigida a la presidenta de la nación argentina, con quien disiento reiteradamente por un lado, y por el otro, por el propio e inmenso peso de la decisión.
Justo es señalar que en ciertos temas delicados al extremo considero que Marcela aporta una cuota importante de su saber y Soledad es mi elegida para otros temas que requieren una energía especial máxima. Diría prudencia una, temeridad la otra, ambas excelentes. Y desde hace muy poco tiempo se ha incorporado a mi grupo, aunque lo comparto, el joven Nicolás, que viene a ser algo así como el experto en tecnología moderna con la cual reconozco que todavía estoy en veremos.
Y hago hincapié en estas circunstancias porque justamente mi terapeuta ante mis reiterados reclamos insinuó que, la próxima semana, comenzaríamos a elaborar esa renuncia a mi cargo, tentativamente, para los finales del verano español que tanto me agradan.
Ella, Ethel, como otros, no está muy convencida de mi retiro, se preguntan qué puede sentir una persona al dejar de ser juez, y la pregunta estoy convencida de que puede tener una respuesta según cada quien.
Tengo claro para mí que desde pequeños los seres humanos adquirimos la capacidad de distinguir entre lo que está bien y lo que está mal y a medida que va transcurriendo el tiempo vamos apreciando con los estudios (aclaro, cuando tenemos la oportunidad) lo que nos gusta y lo que no nos gusta. Y así, cada uno de nosotros en una etapa posterior vamos elaborando nuestra inclinación y tal vez en ese camino volcando nuestra pasión hacia las diversas actividades que nos ofrece la vida, lo técnico, lo humanístico, lo comercial, en fin, en mi caso particular resultó que fui afianzando determinados valores que se relacionaban con la justicia y el rechazo que sentía hacia las injusticias y entonces, luego de abrazar la carrera de abogacía en la Facultad de Derecho de la UBA, adquirí el título de abogada a los veintitrés años de edad. La vida me permitió elegir.
Simultáneamente durante mis estudios, fui acumulando experiencia trabajando en el fuero penal como ya lo relaté (primero en la Asesoría Pericial y a los pocos meses en un Juzgado Penal) y reafirmando aquellos valores aprendidos de justicia y verdad, surgió de una manera natural la decisión de realizar toda la carrera judicial y de alcanzar en su transcurso aquella meta, el cargo de juez, en el afán de poder lograr además de “dar a cada uno lo suyo”, como dijo Ulpiano, intentar “administrar las injusticias naturales de la vida”, lo que sostuvo un amigo y que aprecié como una gran verdad. Para mí implicó un gran desafío.
Comprendí desde el inicio de mis estudios que para inclinarme por el derecho penal era necesario su ejercicio desde el poder, ya que mi condición de mujer exigía un cierto marco de protección.
Por aquellos años, los setenta, las mujeres que se dedicaban a este no eran muchas, eran rechazadas, no alcanzaban niveles superiores, en fin, el machismo imperante hacía que no fueran incluso bien vistas y algunas hasta perdían sus rasgos femeninos con tal de pertenecer.
Entonces, mi propuesta personal y el desafío fue lograr ejercer la magistratura, desde mi condición, sin perder ese atributo y al propio tiempo demostrar a mis colegas hombres que era posible ser valiente, severa y al mismo tiempo muy eficaz y femenina.
La presencia de la mujer en la justicia me parecía y me parece muy necesaria en ese especial ejercicio profesional, ya que muchos temas tenían y tienen tantos aspectos sensibles y delicados que era importante en mi concepto abandonar el machismo que predominaba en esos momentos, como ya lo dije, dando paso a lo “sutil”, que creo que tiene que ver bastante conmigo y con lo femenino.
No fue fácil el camino y recorrerlo con dignidad me costó un gran esfuerzo físico y mental, de lo que no me arrepiento, además durante la dictadura militar había un “tufillo” misógino al extremo y no era para menos, en atención a la formación profesional y además a las circunstancias históricas que atravesaba nuestro país y en general todo Latinoamérica.
La opinión de que las mujeres “son para las casas” que aún escucho, aunque un colega lo diga de una manera risueña, pero reiterada (como si fuera una broma), en realidad, forma parte de un pensamiento patriarcal que se corresponde con los hombres y algunas mujeres de mi generación. Ellas también son misóginas y tienen prejuicios y desconfianza de otras mujeres.
Sin embargo, nunca me amilané frente a ello, y al contrario, supe rodearme en mi tarea de mujeres, apostando a sus cualidades que para mí son muchas y superan ampliamente el prejuicio masculino vinculado a la ausencia laboral, por la licencia por maternidad, como un elemento que obstaculiza el desarrollo del trabajo grupal o que este se perjudica por tres meses u otras licencias previstas en las leyes laborales como ser por enfermedad de hijos, marido o padres que en oportunidades las obliga a abocarse a ellos, irremediablemente.
Es que esto siempre me pareció un disparate digno de desagradecidos, como si ellos mismos no hubieran nacido de una mujer, no hubieran sido cuidados y educados como hijos o atendidos como maridos o padres. Ingratitud creo que sería la palabra correcta para aplicar a estos casos de discriminación.
¡Qué broncas se agarró Tolerancia 0, más de una vez escuchando este tipo de argumentos de hombres universitarios!, por señalar alguna cualidad que supone cierto nivel de cultura elevada y sin que esto pueda ofender a algunos colegas debo decir que, cuando me integré en un Tribunal, viendo el machismo imperante y el destrato que recibían algunas mujeres que se desempeñaban allí, no tuve más remedio que dar aviso de que, a partir de determinada fecha, las mujeres que se desempeñaban en ese ámbito laboral corrían por cuerda floja a mi persona. Quedó claro por cierto, aunque a regañadientes al principio.
Y para quienes lean esto y no sean conocedores del ambiente tribunalicio, aclaro que suele suceder que en un juzgado o tribunal tramite una causa y que de esta puedan desprenderse otras conexas a esa principal y estas justamente son las “causas que corren por cuerda floja” a aquella principal.
En fin, tal vez por tener conciencia de lo relativo del alcance del poder o por las propias limitaciones de su ejercicio correcto, he logrado no “creérmela”, como se dice vulgarmente ahora y por eso pude, a diferencia de otros, mantener la humildad que me caracteriza según algunos amigos.
Pues bien, dejar de cumplir un rol, aunque sea el de juez, en esta vida no me parece algo que deba alarmarme sobremanera, quizás sean los demás los que me enaltecieron de un modo inadecuado o exagerado respecto de mis posibilidades, vinculándolas a determinadas jerarquías sociales o políticas, pero a mi entender, sin llegar hasta el punto extremo de descalificación de ese rol o de negar su peso en la sociedad, que lo tiene por cierto y es importante, no me parece necesario embarcarme en un “duelo” con mayúsculas.
Por lo pronto, me siento muy bien con mi individualidad, tranquila con mi conciencia, satisfecha con mi carrera, confiada y diría que segura de mi siembra, en mi capacidad de adaptación a las más diversas circunstancias de la vida.