El libro del Yoga II - Osho - E-Book

El libro del Yoga II E-Book

OSHO

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Beschreibung

El yoga es una práctica espiritual concebida para lograr que la mente salga de su ensueño. Es la ciencia que nos enseña a estar en el aquí y en el ahora. Cuando dejamos de proyectarnos hacia el futuro o de retroceder al pasado, esto es, cuando nos fundamentamos en el eterno momento presente, realmente somos capaces de avanzar hacia nuestro interior y podemos afrontar la realidad tal cual es. Los Sutras de Patanjali, transmitidos hace más de dos mil años, describen la esencia del yoga y muestran el potencial transformador y liberador de esta práctica. En El libro del Yoga, Osho nos guía -con su habitual humor y claridad- a través de los aforismos de Patanjali, que interpela a la luz de su propia experiencia y su profunda visión de la vida. El conjunto es una obra maestra, en dos volúmenes, indispensable para aquellos embarcados en un camino espiritual de vida.

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OSHO

EL LIBRO DEL YOGA II

Más allá del espacio, el tiempo y el deseo

Traducción del inglés de Elsa Gómez

Titulo original: YOGA: THE SCIENCE OF THE SOUL. ABRIDGE VERSION. VOL. II, BY OSHO

© 1976, 2004 OSHO International Foundation

www.osho.com/copyrights. All rights reserved

© de la edición en castellano:

2011 Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

© de la traducción del inglés: Elsa Gómez

Primera edición en papel: Septiembre 2011

Primera edición en digital: Junio 2021

ISBN papel: 978-84-9988-020-4

ISBN epub: 978-84-9988-938-2

ISBN kindle: 978-84-9988-939-9

Composición: Pablo Barrio

Cubierta: Katrien Van Steen

OSHO® es una marca registrada de Osho International Foundation.

www.osho.com/trademarks

El material de este libro es una versión abreviada con una selección de textos de una serie de discursos titulados YOGA: THE SCIENCE OF THE SOUL dados por OSHO ante una audiencia. Todos los discursos de OSHO han sido publicados en forma de libros y están también disponibles en audio. Las grabaciones originales de audio y el archivo completo de textos se pueden encontrar on-line en la biblioteca de la www.osho.com

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Sumario

1. Higiene interior y la fuerza de la pureza2. La muerte de lo limitado3. Al retornar al origen te haces el amo4. La luz de la consciencia superior5. El interior del interior6. En un universo frío7. Secretos de la muerte y el karma8. Ser testigo de la astronomía interior9. La unión del sol y la luna10. Más allá del error de experimentar11. Dominio sobre los cinco elementos12. Sensibilidad: el dominio sobre los sentidos13. El último ataque del ego14. La soledad: la libertad empieza donde la dualidad termina15. Desechar la mente artificial16. El retorno a la mente original17. Más allá del tiempo y los efectos18. El estado supremo de conscienciaSobre el autorOSHO International Meditation ResortMás información

1. Higiene interior y la fuerza de la pureza

Sutras de Osho

El cuerpo necesita compañía, y tu alma más íntima necesita soledad.

Cuanto más enraizado en el cuerpo estés, más triste te sentirás. Cuanto más trasciendas el cuerpo, mayor será tu ligereza.

Cuando el cuerpo sea puro, verás surgir energías nuevas y extraordinarias.

Poco a poco tienes que comprender que no eres el cuerpo; después, poco a poco tienes que comprender que no eres la mente.

El mayor poder que pueda despertar en ti es el sentimiento de inmortalidad.

La no violencia, la ausencia de afán posesivo, el no robar y el ser auténtico nos dan pureza. Debemos recordar siempre que, para Patañjali, éstos no son conceptos moralistas. Aunque en Occidente se nos hayan inculcado como preceptos de moralidad, no ha sido así en Oriente, donde se consideran medios de higiene interior. En Occidente se nos ha enseñado a verlos como metas altruistas, mientras que, en Oriente, de altruistas no tienen nada, sino que, al contrario, se realizan en interés propio, puesto que atienden a la higiene interior. Te dan pureza, y, gracias a la pureza, lo imposible se hace posible, lo inalcanzable se puede alcanzar; gracias a la pureza, desaparece la bastedad del ser, y te vuelves delicado, sutil, suave, te conviertes en templo de lo divino, pues la pureza es en sí misma una invitación dirigida a la totalidad, para que venga a ti, para que se derrame en ti. Y un día, finalmente, llegará el océano y se derramará entero dentro de la gota de agua.

Cuando estas pautas se enseñan como conceptos moralistas, como se hace en Occidente –y como ha hecho en la India, también, Mahatma Gandhi, por ejemplo–, su cualidad cambia por completo. Cuando se dice: «No debéis ser violentos porque la violencia hace daño a los demás. No hagáis daño a nadie, pues la humanidad es una sola familia y hacerle daño es pecado», se ha situado todo en una dimensión absolutamente distinta. Patañjali dice: «No seas violento, ya que ser no violento te purifica. No hagas daño a nadie…, ni siquiera pienses en hacer daño a nadie, porque, en cuanto empieces a pensar de esa manera, caerás interiormente en la impureza». La cuestión para él no es el otro, sino tú. Por supuesto que, si no eres violento, los demás se benefician de ello, pero ésa no es la meta de la no violencia, sino únicamente una derivación, una sombra.

Si no eres violento porque piensas que no deberías causar daño a los demás, entonces no eres realmente no violento; eres un buen ciudadano social, civilizado, pero no se ha producido una transformación religiosa en tu ser. Tu no violencia hará de lubricante entre tú y los demás, y tu vida será más suave, pero no será más pura, porque la meta ha cambiado por completo la cualidad de la “no violencia”. La verdadera meta no es proteger al otro –ésa es otra cuestión, el otro ya está protegido–, sino volverte puro a fin de poder alcanzar la pureza suprema.

Las religiones orientales mantienen ese espíritu de interés propio, ese espíritu podríamos decir que egoísta, porque saben que no se puede ser de ninguna otra manera; saben que, cuando una persona piensa auténticamente en sí misma, los demás salen muy beneficiados. De hecho, el altruismo, el auténtico y verdadero altruismo, aflora de un profundo egoísmo. No son actitudes o sentimientos opuestos, no están en contradicción: el altruismo florece sólo en aquel que ha estado profundamente centrado en sí mismo, que se ha dedicado a sí mismo antes que a nadie. Pensar en uno mismo es lo natural, mientras que forzar a los seres humanos a que sean de otra manera es hacerlos innaturales, artificiales; y nada que sea innatural tiene la cualidad de Dios. Si algo –lo que fuere– es innatural, significará represión y no podrá ser fuente de pureza.

Así que esto es algo que debes recordar: que estas medidas no son metas moralistas. En realidad, en el mundo oriental nunca se nos ha enseñado que la moralidad fuera una meta, sino una sombra de la religión. Cuando la religión es real en una persona, la moralidad aflora espontáneamente, no es necesario preocuparse de ella, llega por sí sola. En Occidente, en cambio, se le ha enseñado a la gente que la moralidad es la meta…, de hecho, se le ha enseñado que la moralidad es la religión. No existe nada en las escrituras orientales semejante a los Diez Mandamientos, nada que se le parezca.

La vida no debería reducirse a cumplir mandamientos, puesto que vivir así es ser un esclavo. E incluso si esa esclavitud te lleva a alcanzar el paraíso, tu paraíso nunca lo será del todo, puesto que la esclavitud seguirá formando parte de él; y la independencia, la libertad, debe formar parte intrínseca del desarrollo humano.

De modo que estamos hablando de medidas higiénicas, que te purifican, que te dan salud interior.

Cuando el yogui alcanza el estado de pureza, siente repugnancia por su cuerpo y es poco propenso a entrar en contacto físico con otras personas.

Es difícil comunicar el significado de la palabra jugupsa. Se ha traducido siempre por “repugnancia”, dado que no existe una palabra equivalente en Occidente, pero ése no es su significado; se ha hecho una traducción totalmente inadecuada, puesto que la palabra “repugnancia” es ya de por sí repugnante. Pensar que en un yogui pueda surgir un sentimiento de repulsión por su cuerpo es sencillamente imposible de creer, teniendo en cuenta que los yoguis se han ocupado y han cuidado de sus cuerpos como nadie lo ha hecho jamás; tienen cuerpos magníficos. Fíjate en Mahavira o en el Buddha, en sus cuerpos bellamente proporcionados, como sinfonías de materia. No, no es posible que el yogui sienta “repulsión” por su cuerpo; el término es inapropiado. Hay que entender, primero, lo que significa jugupsa.

Jugupsa no implica rechazo; es una palabra muy difícil de explicar. Hay tres tipos de personas. Al primer tipo pertenecen aquellas que están locamente enamoradas de sus cuerpos; obsesionadas, de hecho. Son principalmente mujeres, mujeres que dedican al cuerpo toda su atención. Fíjate en una mujer: nunca está más feliz que cuando se mira en el espejo; puro narcisismo…, horas y horas delante del espejo, ensimismada. Mirarse en el espejo no tiene nada de malo, pero pasarse horas delante de él se asemeja mucho a una obsesión. Éste es el primer tipo de persona, tan obsesionada continuamente con su cuerpo que se olvida de que tiene una existencia más allá de él. Ha olvidado lo trascendental y se ha convertido sólo en el cuerpo; no posee un cuerpo, sino que el cuerpo la posee a ella. Éste es el primer tipo de ser humano.

La persona del segundo tipo es diametralmente opuesta a la del primero: está obsesionada, pero con lo contrario. No quiere saber nada de su cuerpo, su cuerpo le repugna tanto que ha roto el espejo; detesta su cuerpo, y lo maltrata de millones de maneras distintas. El primer tipo de persona lo adoraba obsesivamente, y el segundo se va al otro extremo: lo odia; quiere suicidarse.

Entre quienes fingen ser yoguis, hay muchas personas de este segundo tipo. Obviamente no son yoguis, pues un yogui no puede odiar su cuerpo. Y no por el hecho en sí de que sea suyo –da igual que sea su cuerpo, el de otra persona, o un objeto distinto–; el yogui sencillamente no puede odiar, porque el odio crea impureza, sea cual sea el objeto del odio. El yogui no puede odiar su cuerpo, y, sin embargo, a veces encontramos este tipo de yogui pervertido en la India, en las calles de Varanasi, por ejemplo, acostado sobre un lecho de púas o de clavos de acero afilados, torturando su cuerpo. Es exactamente lo contrario de la mujer que con regusto narcisista se recrea mirándose al espejo.

Existen estos dos tipos de personas y, entre ellas –exactamente en el medio–, está el tercer tipo, para el que Patañjali emplea la palabra jugupsa. La persona de este tercer tipo no siente aversión por su cuerpo ni está obsesionada con él, es decir, vive en profundo equilibrio. Cuida de su cuerpo porque el cuerpo es su instrumento, su vehículo; incluso lo trata como algo sagrado, puesto que lo es, dado que Dios lo creó, y ¿cómo puede no ser sagrado algo creado por Dios? Es un templo. No tiene sentido condenarlo, ni tiene sentido darle una importancia tan desmedida que uno se quede absorto en él.

El templo no debe tomarse por la imagen, ni debe tomarse por el santuario. El santuario es el núcleo más íntimo, y es la razón de ser del templo. Por eso, adorar los muros del templo es absurdo, y es igual de absurdo irse al extremo opuesto y dedicarse a destruirlo.

Lo único que hace falta es no identificarse. Uno tiene que saber: «Estoy en el cuerpo, pero mi ser trasciende el cuerpo; estoy en el cuerpo, pero no soy el cuerpo, no estoy confinado a él; estoy en el cuerpo, pero también más allá del cuerpo». El cuerpo no debe ser una limitación. Es un alojamiento, y un alojamiento precioso, todo sea dicho, por el que debemos estar agradecidos. No hay ninguna necesidad de luchar contra él; luchar contra él es insensato y pueril. Debemos usarlo, y usarlo de la manera correcta.

Jugupsa, diría que significa –si tengo que traducirlo de algún modo– que el yogui está desilusionado con el cuerpo. No asqueado, sino sólo desilusionado. No piensa que sea posible alcanzar por medio del cuerpo la dicha que el alma busca, no, pero tampoco piensa lo contrario, que destruyendo el cuerpo vaya a alcanzarla. El yogui ha abandonado esa dualidad; vive en el cuerpo como un invitado, y trata el cuerpo como templo.

Cuando el yogui alcanza el estado de pureza, siente jugupsa por su cuerpo y es poco propenso a entrar en contacto físico con otras personas.

Cuando dedicas al cuerpo una atención excesiva, ansías constantemente el contacto con otros cuerpos, te invade un deseo sensual de contacto corporal –al que llamas amor, pero que no es amor, que es simplemente lujuria–, porque el cuerpo no puede existir solo; el cuerpo existe como parte de una amplia red, junto con otros cuerpos.

El niño se forma en el vientre de la madre. Durante nueve meses, el cuerpo de la madre lo nutre; el cuerpo del niño nace del cuerpo de la madre como nacen las ramas de un árbol. Cuando está totalmente formado, sale del vientre por supuesto, pero se mantiene en estrecho contacto con la madre. Al pecho de la madre, no sólo se alimenta de su leche, sino que sigue absorbiendo la calidez del cuerpo materno, que es una necesidad física.

Si al niño le falta el calor, la calidez de la madre, nunca podrá ser un niño sano; su cuerpo sufrirá debido a esa carencia. Aunque se le den todos los nutrientes que necesita –alimentos sólidos, leche, vitaminas–, no se desarrollará con salud si la madre no le da ese calor… Y se lo da con amor, claro, porque se puede dar calor a otra persona aun no sintiendo afecto, un calor puramente físico que pasa de un cuerpo a otro debido al contacto, pero no calidez. Lo que convierte el calor en calidez es el amor; el amor los sitúa en dimensiones cualitativamente distintas. Y no es sólo calor físico lo que necesita el niño; si fuera así, cualquiera podría dárselo. Pero los experimentos han demostrado que no basta con colocar al bebé en una habitación caldeada con calefacción central; lo que la madre da al niño es una sutil vibración de amor, que le hace sentirse aceptado, amado, necesitado. Y eso le da raíces.

Ésta es la razón por la que el hombre se pasará luego la vida entera anhelando y buscando continuamente el cuerpo de una mujer, y la mujer se pasará la vida entera buscando el cuerpo de un hombre. El sexo opuesto resulta atractivo porque la polaridad de los cuerpos ayuda, da energía; la polaridad por sí misma crea una tensión, una energía que alimenta al otro, que le hace fuerte.

Esto es natural, no tiene nada de malo, pero cuando uno se vuelve puro –a través de la no violencia, de la ausencia de afán posesivo, de la autenticidad–, a medida que uno se va volviendo cada vez más puro, el foco de la consciencia va cambiando: del cuerpo, al ser. Y el ser puede estar absolutamente solo.

Por eso, una persona que siente un intenso apego hacia su cuerpo, nunca puede ser libre, ya que ese mismo apego la conducirá a todo tipo de esclavitudes, de cárceles. Puede que ames a una mujer, que ames a un hombre, pero en el fondo de ti hay también una resistencia, porque el amante es también esclavitud. La relación te deja inmovilizado, incapacitado: por un lado te alimenta y, por otro, te aprisiona; no puedes vivir sin ella, y no puedes vivir con ella. Éste es el problema de todos los amantes; no pueden vivir separados ni pueden tampoco vivir juntos. Cuando están separados, piensan el uno en el otro; cuando están juntos, se pelean.

¿Por qué ocurre esto? El mecanismo es muy simple. Cuando no tienes al lado a una mujer a la que amar y que te ame, sientes un hambre atroz de la calidez que desprende el cuerpo de una mujer. Al cabo de un tiempo de estar con ella, ya no tienes hambre, estás saciado; y, es más, pronto estarás harto, pronto habrás tomado de ella más que de sobra y tendrás ganas de separarte un poco, de distanciarte, de estar solo. Todos los amantes, cuando están juntos, piensan: «¡Cómo me gustaría estar solo!», y, cuando están solos, tarde o temprano empiezan a sentir necesidad del otro, empiezan a imaginar y a soñar, y sienten: «¡Cómo me gustaría que estuviéramos juntos!».

El cuerpo necesita compañía, y el alma, el núcleo más íntimo, necesita soledad; ése es el problema. Tu alma más íntima puede estar sola –es un pico del Himalaya que se eleva, solo, hacia el cielo–, tu alma más íntima crece cuando está sola; pero tu cuerpo necesita relacionarse, necesita multitudes, calor social, clubes, sociedades, organizaciones…, dondequiera que estés rodeado de mucha gente, el cuerpo se siente bien. En una multitud, puede que el alma sienta que se muere de inanición, porque su alimento es la soledad, pero el cuerpo se siente a gusto; y en soledad, el alma se siente a la perfección, pero el cuerpo se siente hambriento de relaciones.

Si en la vida no entiendes esto, te conviertes en un ser muy desgraciado, innecesariamente; si lo comprendes, puedes crear tu ritmo, y satisfacer las necesidades corporales y también las necesidades del alma. A veces te relacionas, y a veces no; a veces vives acompañado, y a veces vives solo…, a veces la otra persona y tú sois dos picos del Himalaya, tan absolutamente solos que incluso la idea del otro está ausente. Éste es el ritmo.

Y de esto trata el yoga, de cómo cambiar el foco de atención, del cuerpo al alma, de lo material a lo inmaterial, de lo visible a lo invisible, de lo conocido a lo desconocido…, del mundo a Dios. Las palabras con las que lo expreses no tienen importancia; es un cambio de foco de atención. Cuando el foco ha cambiado completamente, el yogui está tan feliz en su soledad, tan dichoso, que el habitual ansia del cuerpo por estar con otras personas poco a poco desaparece.

Cuando el yogui alcanza el estado de pureza, se siente desilusionado con su cuerpo, porque ahora sabe que no se puede conseguir por medio del cuerpo el paraíso anhelado, que no se puede conseguir por medio del cuerpo la dicha soñada; es sencillamente imposible. En la actualidad, por medio de lo limitado intentas alcanzar lo ilimitado, por medio de la materia intentas alcanzar lo eterno, lo inmortal. El cuerpo no tiene nada de malo, pero tu esfuerzo es absurdo. No te enfades con el cuerpo, porque el cuerpo no te ha hecho nada… Es simplemente como si alguien intentara escuchar con los ojos; no es que los ojos estén defectuosos, sino que los ojos están hechos para ver, no para escuchar. El cuerpo está hecho de materia, no es inmaterial; está hecho de muerte, y no puede ser inmortal. Estás pidiendo lo imposible. No lo hagas.

Éste es el motivo de la desilusión: el yogui sencillamente comprende lo que es posible y lo que no es posible hacer con el cuerpo; lo que es posible hacer con él, lo hace, y no le pide aquello que es imposible. No se enfada con el cuerpo, no lo detesta. Le da todos los cuidados que necesita, porque sabe que el cuerpo puede ser una escalera, sabe que puede ser una puerta. El cuerpo nunca puede ser la meta, pero puede ser la puerta que conduzca a ella.

Se siente desilusionado con el cuerpo, y, cuando surge en él esta desilusión, «es poco propenso a entrar en contacto físico con otras personas». La necesidad de estar en contacto físico con otros languidece poco a poco; de hecho, éste es el momento exacto en que se puede decir que la persona sale de verdad del vientre materno, no antes.

En el yogui, la necesidad imperiosa de contacto físico desaparece, y, al suceder esto, nace de verdad. Por eso en la India decimos que es un individuo “doblemente nacido”, dwij. Éste es su segundo nacimiento, su nacimiento verdadero. Ahora ya no necesita a nadie; ahora es luz trascendental. Puede flotar sobre la tierra, puede volar por el cielo. Ya no está enraizado en la tierra; se ha convertido en una flor… No, en una flor no, porque la flor tiene en la tierra sus raíces; se ha convertido en la fragancia de la flor. Es completamente libre. Surca el cielo sin que nada lo ate a la tierra, y el deseo de tener contacto con el cuerpo de otras personas desaparece.

De la pureza mental nacen alegría, capacidad de concentración, control de los sentidos y una aptitud para la realización del ser.

Esta persona es tan dichosa, esta persona que ya no tiene necesidad de establecer contacto con los demás es tan dichosa en su libertad, está tan alegre, tiene un espíritu tan festivo que cada momento es para ella un intenso deleite. Cuanto más enraizado en el cuerpo estés, más triste estarás, porque el cuerpo es basto, es pesado, es materia; cuanto más lo trasciendas, más ligero te volverás. Jesús dijo a sus discípulos: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros […] y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es suave y ligera mi carga».1

«De la pureza mental nace alegría […]» Si estás triste, si estás siempre deprimido, si te sientes siempre desdichado, no hay nada que se le pueda hacer directamente a tu desdicha; cualquier cosa que se haga será en vano. El mundo oriental ha comprendido que, si estás siempre triste, pesaroso, deprimido, cansado por la inmensa carga que llevas a cuestas, ésta no es la enfermedad, sino tan sólo el síntoma. La enfermedad es que, en lo más profundo de ti, debes de estar totalmente enfocado en el cuerpo, luego la cuestión no es cómo disipar tu oscuridad y hacerte feliz; la cuestión no es ésa, sino cómo ayudarte a deshacer tu compromiso con el cuerpo, cómo ayudarte, para que tu enredo, tu idilio con el cuerpo vaya perdiendo fuerza.

Todos los días viene a verme gente que me dice: «Me siento triste, soy muy infeliz. Cada mañana me enfrento sin esperanza a un nuevo día. Consigo, no sé bien cómo, levantarme de la cama, pero he perdido la esperanza. He vivido lo suficiente para saber que cada día será uno más de una larga sucesión de días tristes. No sé qué hacer. ¿Puede usted darme algo que me saque de aquí, que me saque de esta tristeza?». Directamente, no se puede hacer nada; sólo se puede hacer algo de manera indirecta. La tristeza es sólo un síntoma, no es la causa, y si te dedicas a tratar el síntoma, la enfermedad no va a desaparecer.

Es la causa lo que hay que cambiar. La causa es que estás demasiado arraigado en el cuerpo, y tu tristeza será proporcional al grado de tu arraigo, como tu alegría será proporcional al grado de tu desarraigo. Cuando te hayas liberado del cuerpo completamente, serás una fragancia que flote en el cielo. Serás dichoso, receptáculo de esa bendición de la que habla Jesús, de la que Jesús habla siempre; del nirvana del Buddha, de eso a lo que Mahavira ha llamado kaivalya, soledad. Serás totalmente independiente y estarás totalmente solo. No necesitarás nada, pues te bastarás a ti mismo. Ésta es la meta, pero sólo podrás alcanzarla si avanzas con mucha cautela y no te enredas en los síntomas.

Jamás trates el síntoma, no pierdas el tiempo intentándolo; ve siempre a la causa.

Y esto no es una hipótesis, ni es una teoría. El yoga no cree en teorías, y Patañjali no es un filósofo, sino, indiscutiblemente, un científico del mundo interior: lo que dice es lo que han experimentado millones de yoguis. Es así sin excepción. ¿Te has dado cuenta, también en la vida cotidiana, de lo que sucede cuando estás alegre? Si te fijas, verás que, también en el día a día, cada vez que estás alegre te olvidas del cuerpo. Es siempre así; mientras que cuando estás triste, no puedes olvidarte de él.

De hecho, el ayurveda da una definición de la salud particularmente significativa; ninguna otra ciencia médica del mundo ha dado una definición semejante. En realidad, la medicina occidental ni siquiera da una definición de lo que es la salud; como mucho, puede decir que «cuando no hay enfermedad, estás sano». Pero eso no define la salud. ¿Qué clase de definición es ésa en la que se necesita introducir la enfermedad? Decir que «cuando no padeces ninguna enfermedad, estás sano» es dar una definición negativa, no una definición positiva. El ayurveda dice que, cuando no tienes cuerpo, estás sano. Es verdaderamente precioso lo que significa. Eso es lo que expresa la palabra videha: cuando no sientes el cuerpo…, cuando casi no eres el cuerpo.

Obsérvalo: la cabeza cobra presencia sólo cuando llega el dolor de cabeza; si no, ¿quién se acuerda de que tiene cabeza? Nunca eres consciente de ella, es el dolor de cabeza lo que te hace percibirla; el resto del tiempo, no tienes cabeza. Y si te acuerdas de la cabeza continuamente es porque debe de haber algún problema. Cuando la respiración es sana, no eres consciente de ella en absoluto; sólo cuando ocurre algo –cuando padeces asma, bronquitis o algo va mal–, tomas consciencia de que existe. Si la respiración es trabajosa, sonora, no puedes olvidarla; cuando las piernas están cansadas, sabes que existen; cada vez que algo va mal, eres consciente de ello, pero cuando todo funciona a la perfección, te olvidas.

Ésa es la definición de salud: cuando te olvidas del cuerpo completamente, estás sano. ¿Y quién puede olvidarse completamente del cuerpo? Sólo un yogui.

«De la pureza mental, nacen alegría, capacidad de concentración […]» La gente intenta concentrarse mientras se mantiene arraigada en el cuerpo, y entonces la concentración es muy difícil, casi imposible. Así, no te puedes concentrar ni durante un minuto, porque la mente divaga, surgen mil y un pensamientos, y, para cuando te quieres dar cuenta, estás ya muy lejos, soñando despierto. Te resulta casi imposible concentrarte en nada, y la razón es que estás demasiado enraizado en el cuerpo. Si miras con el cuerpo, no puedes concentrarte; si miras más allá del cuerpo, ¡concentrarse es tan sencillo!

La capacidad de concentración sobreviene en la persona pura de cuerpo, pura de consciencia, en la persona que se halla en estado de pureza.

«[…] el control de los sentidos […]» Éstas son las consecuencias, recuérdalo. No se pueden practicar; si intentas practicarlas, no las conseguirás nunca. Son hechos que suceden espontáneamente. Si has eliminado la causa fundamental, si ya no estás identificado con el cuerpo, sobreviene «el control de los sentidos». Entonces están bajo tu control: si quieres pensar, piensas, y, si no quieres pensar, te basta con decirle a la mente: «Párate». Es un mecanismo que se puede activar y desactivar, pero para ello hace falta autoridad. Si no eres tú quien manda e intentas hacerte pasar por el amo, te crearás a ti mismo más problemas aún, más confusión; sufrirás además derrota tras derrota, y los sentidos seguirán siendo los jefes. Ésta no es la manera de someterlos. Para someterlos, tienes que poner fin a tu identificación con el cuerpo; poco a poco tienes que comprender que no eres el cuerpo, y luego, poco a poco tienes que comprender que no eres la mente.

Tienes que convertirte en testigo de todo cuanto te rodea. El cuerpo constituye el primer círculo en torno a ti; después está la mente, que es el segundo, y el tercer círculo es el corazón. Justo detrás de estos tres círculos, está el centro, estás tú. Si estás centrado en ti mismo, estos tres sustratos te obedecerán; y si no estás centrado, serás tú el que les siga a ellos.

«[…] control de los sentidos y aptitud para la realización del ser.» Así es como uno se vuelve apto, capaz de descubrir y hacerse uno con el ser. Todo el mundo quiere esa realización, pero nadie quiere pasar por la disciplina…, nadie quiere madurar; lo que la gente quiere es una varita mágica. Muchos vienen a verme y me dicen: «¿No puede usted bendecirnos para que seamos seres realizados?». Si fuera así de fácil, si con mi bendición bastara, habría bendecido al mundo entero. ¿Por qué molestarse en ir bendiciendo a los individuos de uno en uno?, mejor una bendición al por mayor, y que el mundo entero se ilumine. Pero, entonces, ya lo habría hecho el Buddha, ya lo habría hecho Mahavira: asunto concluido; todas las personas del mundo estarían iluminadas.

No se puede hacer así. Nadie puede bendecirte; tienes que ganarte esa bendición. Tienes que pasar por una intensa disciplina, tienes que cambiar tu foco de atención, hacerte apto, convertirte en el instrumento perfecto. Si no, ya ha ocurrido a veces que alguien, por accidente, se ha encontrado cara a cara con el ser, pero la conmoción ha sido tremenda, eso no le ha ayudado a nadie; más bien al contrario, eso destroza la personalidad, puede volverte loco. Es como si pasara a través de ti una corriente de gran potencia para la que no estuvieras preparado; sería terrible, podría incluso fundirse el fusible…, te podrías morir.

Necesitas pureza, necesitas dejar de identificarte con el cuerpo y con la mente y desarrollar, hasta cierto grado al menos, la capacidad de ser testigo, porque sólo en la medida en que lo consigas podrás conocer el sí-mismo. No es algo que se consiga gratis; tienes que pagar por ello, y pagar en términos de ser. No sirven ni el dinero ni ningún otro bien; tienes que pagar con la purificación de la consciencia, con el desarrollo del ser. «[…] y aptitud para la realización del ser».

El contento reporta felicidad suprema.

La pureza, finalmente, reporta contento. Ésta es una de las palabras más profundas que existen, y tienes que comprenderla, sentirla, absorberla. “Contento” significa que, cualquiera que sea la situación, la aceptas sin ninguna queja; de hecho, no sólo la aceptas sin quejarte, sino que te alegras de ella con un profundo sentimiento de gratitud. Es un momento perfecto. Cuando la mente no se aparta de él, cuando no añoras ningún otro momento ni sueñas con un espacio distinto, cuando no pides ser de otra manera, cuando no pides nada, cuando no existe ya el pedir y estás sencillamente aquí, en el ahora, regocijándote del momento, como los pájaros que cantan en los árboles, como las flores que se abren, como las estrellas en movimiento, y vives este instante con el sentimiento de que esto es todo, la totalidad, la perfección, de que es imposible mejorarlo –cuando desaparece el futuro, el mañana–, hay contento. Cuando el ahora es el único tiempo que existe, cuando es la eternidad, hay contento; y en ese contento, dice Patañjali, «hay felicidad suprema».

«El contento reporta felicidad suprema», luego el contento es la disciplina del yogui: tiene que estar contento. Si no hay nada capaz de provocarte descontento, nada capaz de provocarte intranquilidad, si no hay nada que pueda sacarte de tu centro, sobreviene la felicidad suprema.

Las austeridades destruyen las impurezas, y la consiguiente perfección del cuerpo y de los órganos de los sentidos provoca el despertar de poderes físicos y mentales.

El ser humano es como un iceberg: sólo una parte, una minúscula parte, se deja ver en la superficie; el resto, la parte más colosal, está oculta debajo. O se podría decir que el ser humano es como un árbol: la verdadera vida está en las raíces, escondidas bajo la tierra, y sólo son visibles las ramas; si las cortas, nacerán ramas nuevas, porque las ramas no son el origen, pero si cortas las raíces, el árbol se secará. Sólo una parte del ser humano, la parte superficial, es visible, mientras que la parte principal está debajo, oculta. Y si crees que el ser humano visible lo es todo, estás muy equivocado; entonces pasarás por alto el gran misterio del ser humano, pasarás por alto las puertas que hay dentro de ti y que pueden conducirte a lo divino.

Si crees que con saber el nombre de una persona, de qué familia proviene, con saber cuál es su profesión –que es médico, ingeniero o catedrático–, o con conocer su cara y su imagen la conoces, estás completamente engañado, porque todo esto es sólo la apariencia visible en la superficie. El verdadero ser humano está muy lejos de todo esto. Estos detalles te dan información sobre la persona y te permiten tratarla con familiaridad, pero no la conoces realmente. Desde el punto de vista social, es suficiente, no hay necesidad de más; para trajinar en el mercado, con un conocimiento superficial basta. Pero si quieres conocer de verdad a la persona, tienes que profundizar en ella, y la única forma de hacerlo es profundizando primero en ti.

A menos que conozcas lo desconocido que hay en ti, nunca serás capaz de conocer a nadie. La única manera de descubrir el misterio que es el ser humano es descubriendo el misterio que eres tú. Hay capas ocultas por debajo de las capas ocultas. El ser humano es infinitud. Cuanto más profundices en ti, más profundizarás en la existencia entera, en los demás también, porque existe un solo centro. Las periferias se cuentan por millones, pero el centro es uno.

El cuerpo se ha utilizado indebidamente desde hace demasiado tiempo. Has maltratado tu cuerpo, no sabes el misterio que es el cuerpo en sí. No es sólo piel, no es sólo huesos y sangre; es una asombrosa unidad orgánica, un grandioso dinamismo.

Hay ocultos muchos más misterios. El cuerpo no es más que la primera capa de muchos cuerpos –siete en total–, y, si profundizas en este cuerpo, te encontrarás con nuevos fenómenos. Detrás de este cuerpo basto se esconde el cuerpo sutil, y una vez que el cuerpo sutil despierta, te conviertes en un ser muy poderoso, pues descubres fuerzas de dimensiones desconocidas. Mientras este cuerpo está acostado en la cama, el cuerpo sutil puede moverse, ya que no tiene barreras de tiempo ni de espacio y la fuerza gravitatoria de la tierra no influye en él. Puede ir a cualquier parte; el mundo entero está abierto a él. Esto, como es obvio, le resulta imposible al cuerpo basto.

El cuerpo basto es meramente la superficie del cuerpo, la piel de los demás cuerpos. Y es que, detrás del cuerpo sutil, hay otros cuerpos más sutiles, hasta un total de siete, cada uno de los cuales corresponde a un plano de ser. Cuanto más profundizas en tu ser, más te das cuenta de que este cuerpo no lo es todo; pero te encontrarás con el segundo cuerpo sólo si has hecho de éste, del cuerpo físico, un cuerpo puro.

El yoga no cree en la tortura del cuerpo, no es una disciplina masoquista; cree en purificarlo, y, a veces, purificación y tortura pueden parecer semejantes. Veamos la diferencia. Puede que alguien haga un ayuno y esté únicamente torturándose; puede que simplemente deteste su cuerpo, que sea un suicida, un masoquista. Y puede que alguien distinto haga un ayuno y no sea un torturador, no sea un masoquista, no esté intentando destruir su cuerpo en modo alguno, sino que esté tratando de purificarlo, puesto que, en el ayuno prolongado, el cuerpo consigue cierta pureza.

Te pasas el día comiendo, sin darle jamás vacaciones al cuerpo, y el cuerpo va acumulando infinidad de células muertas, que acaban siendo para él una carga; y no sólo una carga, sino que son, además, toxinas, son venenosas, y hacen impuro al cuerpo. Cuando el cuerpo es impuro, no puedes ver el cuerpo que se oculta detrás de él. Para verlo, este cuerpo tiene que ser claro, transparente, puro; entonces, de repente, percibes la segunda capa: el cuerpo sutil. Cuando el cuerpo sutil sea puro, serás consciente del tercer cuerpo, luego del cuarto, y así sucesivamente.

Ayunar es una gran ayuda, pero uno tiene que saber con certeza que su objetivo velado no es destruir el cuerpo; no debería haber ningún tipo de condenación en la mente, y aquí es donde está el problema, puesto que casi todas las religiones han condenado el cuerpo. Los fundadores originales de esas religiones no lo condenaban, no lo envenenaban. Amaban sus cuerpos, amaban el cuerpo tanto que siempre intentaron purificarlo; su ayuno era una purificación.

Después aparecieron quienes les siguieron a ciegas, completamente ignorantes de la delicada técnica del ayuno, que empezaron a ayunar sin saber lo que hacían. Disfrutaban con ello. Disfrutaban porque la mente es violenta, y disfruta siendo violenta con los demás, disfruta del poder que eso le otorga, ya que el ser violento con otros le hace a uno sentirse poderoso. Pero ser violento con otros es arriesgado, porque esos otros se vengarán, así que el camino más fácil es ser violento con el propio cuerpo. Eso no conlleva riesgos, puesto que el cuerpo no puede vengarse, no puede hacerte daño; tú puedes dedicarte a hacerle daño al cuerpo sin que nadie reaccione. Es muy simple: puedes torturar al cuerpo y disfrutar del poder que supone tener al cuerpo dominado, en lugar de que él te domine a ti.

Si el ayuno es agresivo, violento, si en la mente hay ira y afán destructivo, no te servirá de nada; en vez de purificar el cuerpo, lo destruirás. Una cosa es limpiar el espejo y otra muy distinta es romperlo; no tiene nada que ver lo uno con lo otro. En el primer caso, cuando el espejo esté limpio de polvo, inmaculado, podrás mirarte en él y te reflejará; pero si rompes el espejo, no tendrás posibilidad de mirarte. De la misma manera, si destruyes el cuerpo basto perderás toda posibilidad de contacto con la segunda capa, el cuerpo sutil. Purifícalo, pero no seas destructivo.

¿Y por qué purifica el ayuno? La razón es que, cuando ayunas, el cuerpo no tiene que hacer el trabajo de la digestión, y puede ocuparse de desechar las células muertas, las toxinas. Es como si tu día libre, el sábado o el domingo, lo dedicas a limpiar la casa entera, pues durante la semana has estado tan ocupado que no has tenido tiempo de limpiarla. Cuando el cuerpo no tiene nada que digerir, porque no has ingerido ningún alimento, empieza espontáneamente un proceso de autolimpieza, y el cuerpo va desechando todo lo que no necesita, que es para él una carga. El ayuno es un método de purificación, y es magnífico ponerlo en práctica de vez en cuando: no hacer nada, no comer, solamente descansar; tomar la mayor cantidad de líquido posible y descansar, y el cuerpo se limpiará.

A veces, si crees que es necesario un ayuno más prolongado, puedes hacerlo también, pero siempre con un profundo sentimiento de amor por el cuerpo. Si tienes la sensación de que el ayuno está perjudicando al cuerpo en cualquier sentido, ponle fin. Si el ayuno está siendo de ayuda, te sentirás más energético, más vivo; te sentirás rejuvenecido, vitalizado. Así que éste debería ser el criterio que deberías tener en cuenta: si empiezas a sentirte débil, si sientes que un sutil temblor se apodera del cuerpo, estate atento, porque habrá dejado de ser una purificación para convertirse en una acción destructiva. En ese caso, pon fin al ayuno.

De todos modos, antes de empezar, uno debería conocer a fondo la técnica del ayuno; de hecho, debería ayunar cerca de alguien que lo haya hecho ya durante un largo período de tiempo y conozca bien el camino, que conozca todos los síntomas: qué empezará a suceder si se vuelve destructivo; qué sucederá en caso contrario. Después de un verdadero ayuno purificador, te sentirás como nuevo, más joven, más limpio, más ligero, más feliz, y el cuerpo funcionará mejor porque se ha deshecho de su carga. Pero el ayuno sólo es necesario si has estado comiendo desordenadamente; si no es así, no hay necesidad de ayunar. El ayuno es necesario sólo cuando ya has dañado al cuerpo…, y todos hemos comido desordenadamente.

El ser humano ha perdido el norte. Ningún animal come como el ser humano; cada animal ingiere un determinado tipo de alimentos. Si metes a unos búfalos en el jardín, comerán sólo una clase precisa de hierba, no se lo comerán todo, ni comerán cualquier cosa; son muy sibaritas, y tienen una particular sensibilidad para elegir sólo el alimento que les conviene. El ser humano, en cambio, está completamente perdido, no tiene sensibilidad alguna en cuanto a los alimentos que ingiere; come constantemente, lo que sea. De hecho, no hay nada que en un lugar u otro del mundo no coma el ser humano. En algunos sitios, la gente come hormigas, en otros come serpientes, y en otros, perros. El ser humano ha comido de todo. Está loco; no sabe lo que está en consonancia con su cuerpo y lo que no. Está complemente confundido.

Atendiendo a su naturaleza, el ser humano debería ser vegetariano, puesto que su cuerpo está hecho para esa clase de alimentos. Incluso los científicos coinciden en que la estructura de nuestro cuerpo demuestra lo inapropiado de ingerir alimentos no vegetarianos. El ser humano proviene del mono, y los monos son vegetarianos, vegetarianos absolutos, luego si Darwin estaba en lo cierto, nosotros también deberíamos serlo. Hay formas en que se puede juzgar si una especie animal es vegetariana o no; depende del intestino, de su longitud. Los animales no vegetarianos tienen un intestino muy pequeño –como ocurre en el caso de los tigres y de los leones, por ejemplo–, dado que la carne es un alimento ya digerido y no se necesita un largo intestino que la digiera. El trabajo de digestión ya lo hizo el animal, el animal cuya carne te estás comiendo; esa carne está ya digerida, así que no necesitas para nada un intestino de gran longitud. El ser humano tiene uno de los intestinos más largos que existen, y eso significa que es vegetariano. Necesitará hacer una digestión prolongada, y habrá abundante excremento que evacuar.

Si, siendo vegetariano, el ser humano come carne habitualmente, su cuerpo ha de soportar una carga. En el mundo oriental, todos los grandes meditadores –el Buddha, Mahavira– han recalcado este hecho, y no ya basándose en el concepto de la no violencia –eso es secundario–, sino en que, si de verdad quieres entrar en meditación profunda, el cuerpo tiene que estar ligero, tiene que fluir con naturalidad; tiene que estar libre de cargas, y un cuerpo no vegetariano es un cuerpo muy pesado.

Simplemente observa lo que pasa cuando comes carne. ¿Qué le sucede al animal cuando se le mata? Nadie quiere que le maten, eso es obvio, la vida quiere prolongarse; ese animal no muere voluntariamente. Si alguien te mata, no estarás encantado de morir. Si un león salta sobre ti y te mata, ¿qué le sucederá a tu mente? Pues lo mismo sucede cuando matas a un león: vive una agonía, siente miedo, angustia, ansiedad, ira, violencia y tristeza; todo eso experimenta el animal. Y esa violencia, esa angustia, ese dolor se extienden por todo su cuerpo. El cuerpo entero se llena de toxinas, de venenos; todas las glándulas del cuerpo segregan venenos, porque el animal se está muriendo absolutamente en contra de su voluntad. Y tú luego te comes esa carne, llena de todas las sustancias venenosas que ha segregado el cuerpo del animal, introduces en tu cuerpo esa energía que es de por sí venenosa, y el cuerpo carga con todo ese veneno.

Por otra parte, esa carne que estás comiendo pertenecía al cuerpo de un animal, que tenía un propósito específico en esta tierra; en el cuerpo de ese animal había un determinado tipo de consciencia. Tú estás en un plano de consciencia más elevado que él, y, cuando te comes su carne, tu cuerpo desciende al plano más bajo, al plano del animal, lo cual crea una escisión entre tu consciencia y tu cuerpo; y esto provoca tensión, provoca ansiedad.

Deberíamos comer lo que es natural, natural para nosotros. Come tantas frutas, hortalizas y frutos secos como puedas… Y la belleza de esto es que no puedes comer de estos alimentos más de lo necesario. Todo aquello que es natural te da siempre satisfacción, sacia el cuerpo, te satura; te hace sentirte lleno. Lo que no es natural, nunca te dará un sentimiento de plenitud. Cuando comes helado, no te sientes saciado jamás; de hecho, cuanto más comes, más ganas tienes de seguir comiendo. Porque no es un alimento, sino que el paladar le está jugando una treta a la mente: no estás comiendo para satisfacer la necesidad del cuerpo, sino simplemente por el placer de saborear el helado; es la lengua la que tiene el control.

Y no debería ser así, puesto que la lengua no sabe nada sobre el estómago, no sabe nada sobre el cuerpo; la lengua tiene un propósito específico que cumplir, que es saborear los alimentos. Naturalmente, la lengua tiene que juzgar qué alimento es idóneo para el cuerpo –para mi cuerpo– y cuál no, pero eso es todo. Es el guardián que hay en la puerta, no es el dueño de la casa. Y si el guardián se erige en dueño, por fuerza reinará la confusión.

Los ejercicios de yoga tienen el propósito de eliminar todas las sustancias venenosas que se han acumulado en el cuerpo. Los movimientos de yoga las liberan; por eso el cuerpo del yogui tiene elasticidad propia. Los ejercicios yóguicos son totalmente distintos de cualquier otro tipo de ejercicio. No fortalecen el cuerpo, sino que lo hacen más flexible, y, cuando tienes un cuerpo más flexible, tienes fuerza en un sentido diferente: eres más joven; los ejercicios de yoga hacen que el cuerpo sea más líquido, más fluido, evitan que se produzcan bloqueos en el cuerpo. El cuerpo existe como unidad orgánica y tiene su propio ritmo, un ritmo que en nada se parece al alboroto del mercado; es más bien como una orquesta. Cuando existe ese profundo ritmo interior y no hay bloqueos, el cuerpo es puro. Los ejercicios de yoga pueden ser enormemente beneficiosos.

Todo el mundo lleva una increíble cantidad de inmundicia acumulada en el estómago, ya que éste es el único espacio del cuerpo donde se pueden reprimir las cosas. No hay otro; si quieres suprimir lo que sea, tiene que ser en el estómago. Si quieres llorar, porque tu esposa ha muerto, porque ha muerto tu amada, tu amiga, pero no está bien visto que llores –pues te hace parecer débil llorar por una mujer–, lo reprimes; ¿y dónde escondes ese llanto? Naturalmente, lo escondes en el estómago, que es el único lugar disponible, el único lugar hueco que hay en todo el cuerpo donde puedes forzarlo a entrar. Y no hay persona que no haya reprimido todo tipo de emociones: de amor, de sexo, de ira, de tristeza, de desconsuelo…, incluso de risa, ya que no está bien visto que te rías a carcajadas; se considera grosero, vulgar, te hará parecer un zafio. Lo has reprimido todo, y debido a esta represión, no puedes respirar profundamente, tienes que conformarte con una respiración superficial, pues si respiraras profundamente, las heridas de la represión liberarían su energía; y eso te da miedo, todo el mundo tiene miedo de entrar en el estómago.

Los niños, cuando nacen, respiran desde el abdomen. Observa a un niño mientras duerme, y verás que el abdomen sube y baja; no el pecho, ningún niño respira desde el pecho, sino desde el abdomen. Todavía no han reprimido nada, son completamente libres; tienen el estómago vacío, y ese vacío confiere al cuerpo una belleza particular.

Cuando hay demasiadas emociones reprimidas en el estómago, el cuerpo se divide en dos partes, la inferior y la superior; entonces ya no eres uno, sino dos –la parte inferior es la parte desechada–. Se ha roto la unidad, y la dualidad ha entrado en tu ser. Ya no puedes ser bello, no puedes ser elegante; llevas dos cuerpos en vez de uno, y siempre habrá una brecha entre ellos. No puedes caminar con elegancia, es como si tuvieras que cargar con las piernas. De hecho, si el cuerpo es uno, las piernas te llevan a ti, pero si el cuerpo está dividido en dos, eres tú el que tiene que llevarlas a ellas.

Tienes que arrastrar el cuerpo; es una especie de carga. No puedes disfrutar de él, no puedes disfrutar de un paseo, ni de nadar, ni de correr, porque el cuerpo no es uno. Para poder hacer todos estos movimientos y disfrutar de ellos, el cuerpo tiene que estar unido. Debes crear de nuevo una armonía: el estómago necesita volver a estar completamente limpio.

Para limpiar el estómago, es necesaria una respiración profunda, porque cuando inspiras y espiras profundamente, el estómago arroja todo lo que se ha acumulado en él; al espirar, el estómago se libera. De ahí la importancia del pranayama, de una profunda respiración rítmica. Debería ponerse el énfasis en la espiración, a fin de que el estómago se libere de todo aquello con lo que innecesariamente ha cargado.

Y cuando el estómago no cargue ya con las emociones reprimidas, si sufres de estreñimiento desaparecerá de repente. Cuando reprimes las emociones en el estómago, aparece el estreñimiento, dado que el estómago no tiene libertad para realizar sus movimientos; lo tienes bajo control, no te atreves a dejarlo en libertad. Si reprimes las emociones, el estreñimiento aparecerá como consecuencia. Realmente, es una dolencia más mental que física; pertenece a la mente más que al cuerpo.

Pero recuerda, no estoy separando la mente del cuerpo; son dos aspectos del mismo fenómeno, y no dos entidades separadas. En realidad, decir “mente y cuerpo” no es hablar con propiedad; la expresión correcta sería “mente-cuerpo”. Tu cuerpo es un fenómeno psicosomático: la mente es la parte más sutil del cuerpo; el cuerpo, la parte más basta de la mente, y ambos influyen el uno en el otro, corren paralelos. Si reprimes algo en la mente, el cuerpo empezará un viaje de represión, y si la mente se libera de todo, el cuerpo se liberará también. Por eso hago tanto hincapié en la catarsis, porque la catarsis es un proceso de limpieza.

El ayuno, una alimentación natural, la respiración rítmica y profunda, los ejercicios de yoga, llevar una vida cada día más natural, más flexible, más elástica, reprimir cada vez menos las emociones, dejar que el cuerpo hable y atender a su sabiduría son a lo que me refiero por austeridades; y «las austeridades destruyen las impurezas». Austeridad no significa torturar al cuerpo, sino encender en el cuerpo un fuego vivo para que el cuerpo se purifique, igual que cuando echas oro al fuego, y todo lo que no es oro se quema dejando sólo el oro puro.

Las austeridades destruyen las impurezas, y la consiguiente perfección del cuerpo y de los órganos de los sentidos provoca el despertar de poderes físicos y mentales.

Cuando el cuerpo se haya purificado, sentirás nacer nuevas energías, verás abrirse ante ti nuevas dimensiones, se abrirán de repente nuevas puertas, nuevas posibilidades. El cuerpo encierra un gran poder oculto; cuando lo libere, no podrás creer todo lo que llevaba dentro de sí, ni que siempre haya estado tan cerca.

Cada sentido tiene un sentido oculto detrás de él. Los ojos esconden detrás de ellos una visión oculta, una capacidad de ver el interior de las cosas. Cuando los ojos son puros, cuando están limpios, ya no ves las cosas sólo como aparentan ser en la superficie, sino que empiezas a ver su profundidad; se abre una dimensión nueva. Actualmente, cuando miras a una persona no ves su aura, sólo ves su cuerpo físico. Pero el cuerpo físico está rodeado de un aura, que puede ser de diferentes colores. En cuanto tus ojos estén limpios, verás el aura, y eso te permitirá saber, sobre cualquier ser humano, muchas cosas que no habrías podido saber de ninguna otra manera. Nadie te podrá engañar; es imposible, porque el aura de cualquier persona te revelará su ser.

Si se acerca a ti alguien rodeado de un aura de deshonestidad e intenta convencerte de que es un hombre honesto, el aura no te podrá engañar, puesto que el hombre no tiene control sobre ella, es imposible que lo tenga. El aura de la deshonestidad tiene un color diferente al aura de una persona honesta. El aura de una persona pura es de un blanco inmaculado, y, a medida que la persona es más impura, más tenderá el blanco a hacerse gris. Cuando la impureza es acentuada, el aura se acerca aún más al negro, y el aura de una persona absolutamente deshonesta es absolutamente negra. El aura de una persona confundida cambia de color, nunca es del mismo color; incluso si la observas sólo unos minutos, la verás cambiar. La persona confundida es una persona que no está asentada en lo que es, y su aura es cambiante.

La persona meditativa tiene un aura de cualidad muy silenciosa; está rodeada de calma, de sosiego. La persona ansiosa, intensamente inquieta, que vive en tensión, tiene un aura de la misma cualidad; intentará quizá forzar una sonrisa, y tal vez hasta lo consiga, tal vez su máscara sea convincente, pero, cuando se acerque a ti, su aura te mostrará la realidad.

Y lo mismo sucede con los oídos. Así como los ojos tienen la capacidad de una profunda visión interior, los oídos tienen la capacidad de oír lo que se oculta en lo más profundo. Entonces ya no oyes lo que una persona está diciendo, sino que oyes la música; no te importan las palabras que usa, sino el tono, el ritmo de su voz…, una cualidad interna de la voz que dice cosas que las palabras no pueden encubrir, no pueden cambiar. Tal vez la persona intente ser educada, pero la grosería resonará en el timbre de su voz; tal vez intente parecer distinguida, pero el sonido de su voz revelará su vulgaridad; tal vez intente demostrar su seguridad, su certeza, pero su voz pondrá de manifiesto la cualidad dubitativa de esa persona.

Y si eres capaz de oír el sonido mismo y eres capaz de ver el aura y de percibir la cualidad del ser que está a tu lado, empezarás a ser capaz de muchas otras cosas, cosas muy sencillas que empiezan a ocurrir una vez que la austeridad comienza.

Aparecen entonces poderes más extraordinarios, a los que el yoga llama siddhis; poderes mágicos, milagrosos. Parecen milagros porque no entendemos su mecanismo, no entendemos cómo funcionan, pero una vez conocido el mecanismo, no son milagros. De hecho, los milagros son imposibles. Todo lo que sucede, sucede de acuerdo con una ley; si no la conocemos, decimos que es un milagro, pero, una vez conocida la ley, el milagro deja de ser tal.

Hace poco que en la India han llevado la televisión a las aldeas. Por primera vez, los aldeanos han visto a Indira Gandhi en los televisores, en las “cajas de imágenes” como ellos los llaman. Al principio no podían creerlo; les parecía imposible. Daban vueltas alrededor de la “caja”, escudriñaban por todos los lados…., ¿cómo podía ser que Indira Gandhi estuviera escondida en el televisor? Para ellos era un milagro, un milagro increíble; sin embargo, una vez que conoces la ley, el asunto es muy sencillo.

Todos los llamados milagros se fundamentan en leyes ocultas. El yoga dice que no hay milagros en este mundo, puesto que “milagro” significa aquello que va en contra de la ley, y eso no es posible; ¿cómo podría haber ni la más remota posibilidad de que algo se opusiera a la ley universal? No hay posibilidad alguna. Si algo es milagroso, es porque la gente no sabe nada sobre ello.

Los siddhis empiezan a ser posibles a medida que profundizas en la pureza y la perfección. Si eres capaz, por ejemplo, de hacer que el cuerpo astral salga del cuerpo basto, puedes hacer muchas cosas que se considerarán milagrosas. Puedes visitar a la gente, y la gente te verá, pero no podrá tocarte; puedes incluso hablar con ella a través de tu proyección astral. Puedes curar a la gente; si eres de verdad puro, te bastará con posar las manos sobre una persona para que se produzca un milagro, pues estarás rodeado de un poder sanador y, allá adonde vayas, las curaciones tendrán lugar automáticamente. No es que tú lo hagas, sino que tu pureza te habrá convertido en instrumento de las fuerzas infinitas. Pero uno tiene que adentrarse en sí mismo, tiene que buscar su núcleo más íntimo.

El mayor poder que despierta en ti es el sentimiento de inmortalidad. No es que ahora tengas una teoría, un sistema, una filosofía que postulen que eres inmortal. No, ahora tienes un sentimiento, ahora tienes una base sólida: lo sabes. No es una cuestión teórica; sabes que no hay tal cosa como la muerte. Este cuerpo desaparecerá, se descompondrá en los elementos que lo constituyen, pero tu consciencia no puede desaparecer. La mente se desintegrará, se dispersarán los pensamientos, pero tú, el ser, el testigo, permanecerá para siempre.

Lo sabes porque ahora eres capaz de ver tu cuerpo desde un espacio muy, muy lejano, eres capaz de ver tu cuerpo separado de ti; puedes salirte de él y mirarlo, puedes dar vueltas alrededor de tu propio cuerpo. Ahora sabes que el cuerpo quedará atrás cuando llegue la muerte, pero tú no. Ahora eres capaz de ver que la mente es un mecanismo, de verla funcionar como una biocomputadora. Eres “el que ve”, no la mente. Ahora el cuerpo y la mente continúan funcionando, pero tú no estás ya identificado con ellos.

Éste es el mayor milagro que pueda sucederle al ser humano: saber que es inmortal. Entonces el miedo a la muerte desaparece, y, a la vez que él, desaparecen todos los miedos.

Y cuando el miedo desaparece, aflora el amor. Cuando no tienes miedo, sólo entonces, el amor aflora. Porque ¿cómo puede surgir el amor en una mente dominada por el miedo? Es posible que busques amistad, que busques una relación, pero la buscas desde el miedo…; lo que quieres es olvidarte de ti mismo, ahogarte en la relación. Eso no es amor. El amor aparece sólo cuando has trascendido la muerte, porque el miedo y el amor no pueden existir juntos. Si tienes miedo a la muerte, ¿cómo puedes amar? Desde ese miedo, quizá intentes encontrar compañía, pero la relación que entables será una relación de miedo.

Ésa es la razón por la que reza el noventa y nueve por ciento de la gente, pero su plegaria no es una verdadera oración, porque no nace del amor, sino del miedo; su Dios es producto del miedo. Apenas un uno por ciento de las personas religiosas llegan a ser realmente conscientes de su inmortalidad; es una experiencia que se da en muy raros casos. Cuando ocurre, la oración no nace ya del miedo, sino del amor, de la pura gratitud, del puro agradecimiento.

La unión con lo divino sobreviene mediante el estudio del ser, svadhyaya.

Éste es un sutra muy importante: «La unión con lo divino sobreviene mediante el estudio del ser». Uno tiene que estudiarse a sí mismo, pues es la única manera de alcanzar lo divino. Patañjali no dice: «Ve al templo», «Ve a la iglesia»; no dice: «Haz los rituales». No, porque ésa no es la forma de ser uno con lo divino. Ve a tu interior, svadhyaya, estúdiate a ti mismo, porque lo divino está oculto detrás de ti, dentro de ti; es tu núcleo más íntimo. Tú eres el templo; entra en él y estúdiate a ti mismo, porque eres un fenómeno asombroso. Estudia todo lo que eres, y el día que te hayas estudiado por completo, lo divino se te revelará, porque es tu ser más profundo. Así que estúdiate a ti mismo.

Este estudio es en realidad lo mismo a lo que Gurdjieff se refería por “recuerdo de sí”; el término svadhyaya que emplea Patañjali significa exactamente lo mismo que el “recuerdo de sí” de Gurdjieff: recuérdate y observa. Observa cómo te relacionas con la gente, porque la relación es un espejo; cómo te relacionas con los extraños, cómo te relacionas con aquellos que conoces, con tu sirviente, con tu jefe… Obsérvalo. Haz de cada relación un espejo, un reflejo, y observa cómo cambias de máscara. Observa tu codicia, tus celos, tu miedo, tu ansiedad, tu afán de posesión. Estate atento a todo y obsérvalo.

¡No necesitas hacer nada! Ésa es la belleza de este sutra. Patañjali no te dice: «¡Haz algo!», te dice: «Estúdiate a ti mismo», porque el estudio mismo, la percepción consciente en sí bastará. Y tendrá lugar una transformación, el día que te encuentres cara a cara con la totalidad de tu ser.

Obsérvate en todos los distintos estados de ánimo: cuando estés triste, obsérvate; obsérvate cuando estés alegre, obsérvate cuando sientas indiferencia, cuando sientas desesperación, cuando estés rebosante de esperanza; obsérvate en el deseo y en la frustración. Hay millones de estados de ánimo alrededor de ti; obsérvalos todos, deja que cada uno de ellos sea una ventana por la que mirar hacia tu interior. Obsérvate desde los colores del arco iris; obsérvate cuando estés solo, cuando no estés solo. Vete a la montaña, quédate aislado, y obsérvate; vete a la fábrica, a la oficina, y observa cómo cambias, en qué cambias.

No relajes la atención ni por un momento. El Buddha dice: «Y luego, cuando te vayas a la cama, sigue observando. Cuando estés a punto de quedarte dormido, observa cómo te duermes». Observa constantemente, no permitas que nada pase sin observarlo. Porque este recuerdo de sí, este estudio de sí mismo, lo hará todo. No te hace falta preguntar: «¿Y qué hago después de observar?», porque la respuesta es nada, no necesitas hacer nada. Una vez que observas tu odio totalmente, desaparece.