El misterio de Cornish - Agatha Christie - E-Book

El misterio de Cornish E-Book

Agatha Christie

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Beschreibung

La señora Pengelley visita a Hércules Poirot porque sospecha que su marido la está envenenando. Cuando el detective Belga llega a la casa para investigar el caso, al día siguiente, descubre que es tarde porque la señora Pengelley ha muerto. Poirot se siente tan responsable por no haber dado crédito a las palabras de la señora Pengelley que llegará hasta las últimas consecuencias a la hora de resolver este intrincado caso.

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Seitenzahl: 23

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Capítulo 1

—La señora Pengelley —anunció nuestra casera. Y se retiró discretamente.

Muchas personas insólitas acudían a consultar a Poirot, pero, en mi opinión, la mujer que se detuvo, nerviosa, junto a la puerta acariciando la boa de plumas que llevaba en el cuello, era de las más comunes. Representaba unos cincuenta años, delgada y descolorida, llevaba un traje sastre y sobre los cabellos grises se había puesto un sombrero que no la favorecía casi nada. En un pueblo de campo uno se cruza todos los días con muchas señoras Pengelley. Poirot, se adelantó y saludó amablemente, al notar su evidente consternación.

—Madame, siéntese, por favor. Mi colega, el capitán Hastings.

La señora tomó asiento y preguntó:

—¿Usted es monsieur Poirot, el detective?

—A su disposición, señora.

Todavía muda, la visitante suspiró, se retorció las manos, se puso cada vez más roja.

—¿Puedo servirla en algo, madame?

—Sí, señor... Creo... Me pareció que...

—Continúe, madame, por favor.

La señora Pengelley intentó calmarse usando toda su fuerza de voluntad al sentirse animada por mi amigo.

—El caso es, monsieur Poirot... que no quisiera tener nada que ver con la policía. ¡No, no pienso acudir a ella por nada del mundo! Pero al mismo tiempo... me tiene preocupada. Sin embargo, no sé si debo...

La señora Pengelley se detuvo abruptamente.

—No tengo nada que ver con la policía —aseguró Poirot—. Mis investigaciones son estrictamente privadas.

Mistress Pengelley se aferró a la palabra.

—Privado, eso es. Es lo que deseo. No quiero habladurías, ni comentarios, ni noticias en los periódicos. Porque cuando la prensa se pone perversa, las pobres familias ya no vuelven a levantar la cabeza. Además, no estoy segura... Se trata de una idea, una idea terrible que se me ha ocurrido y que no me deja en paz —hizo una pausa para recobrar el aliento y luego continuó—: No quisiera juzgar mal al pobre Edward... pero en la actualidad suceden cosas tan terribles.

—Permítame... ¿Edward es su marido?

—Sí.

—¿Y qué es lo que sospecha?

—No me gusta ni siquiera decirlo, monsieur Poirot, pero como todos los días suceden cosas parecidas y los pobres desgraciados no sospechan...

Empezaba a descartar la posibilidad de que la pobre señora se decidiera a hablar claro, pero la paciencia de Poirot era inagotable.

—Explíquese sin temor, madame. Verá cómo se alegra cuando le demostremos que sus sospechas carecen de fundamento.

—Es muy cierto. Además; cualquier cosa será mejor que esta espantosa incertidumbre. Monsieur Poirot, temo que... ¡me están envenenando!

—¿Qué la lleva a creerlo?

Una vez superada la reticencia inicial, la señora Pengelley comenzó con una serie de explicaciones más adecuadas para un médico, que para un par de detectives.

—Así que, dolor y malestar después de las comidas, ¿correcto? —dijo Poirot pensativo—. ¿La ha visitado un médico, madame? ¿Qué dijo?