El ocaso de las sombras - Christian Jourdan - E-Book

El ocaso de las sombras E-Book

Christian Jourdan

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Beschreibung

En un intrigante escenario de 2014, el poderoso magnate Hermes Antille es encontrado muerto en su biblioteca, lo que desencadena una trama donde las pistas que deja la víctima en la escena de su muerte no conducen al asesino, sino a un enigmático proyecto empresarial. Santiago Moix, amigo masón de Antille, y la determinada agente Alejandra Segovia se sumergen en la investigación de las huellas simbólicas dejadas por el empresario, mientras que el inspector Greco desentraña el motivo de su muerte. En un mundo donde convergen nuevas y novedosas tecnologías emergentes, la novela se desenvuelve como un thriller policial de misterio y aventura, que se desarrolla en tres ciudades: Rosario (Santa Fe), San José (Entre Ríos) y San Diego (California). Entre símbolos masónicos y secretos empresariales, la historia plantea preguntas profundas sobre la trascendencia personal y la huella que dejamos en el mundo.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Jourdan, Christian Edsel

El ocaso de las sombras / Christian Edsel Jourdan. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2024.

366 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-894-3

1. Narrativa. 2. Novelas. 3. Novelas de Misterio. I. Título.

CDD A860

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2024. Jourdan, Christian Edsel

© 2024. Tinta Libre Ediciones

Prólogo del autor

Mi nombre es Christian Jourdan y mi existencia comenzó el 10 de octubre de 1975, en la ciudad de Paysandú, Uruguay. Aunque mis raíces se mezclan con la tierra argentina, mi nacionalidad es una circunstancia marcada por dos motivos insoslayables: el complicado embarazo de la Teresa, mi vieja, y la proximidad a una institución médica de mayor complejidad obstétrica para la época. Así, desde mi origen, mi vida se hizo lugar entre fronteras y culturas, un entrelazado que forjó mi identidad.

Crecí bajo el cielo expansivo de la hermosa provincia de Entre Ríos, específicamente en la ciudad de San José, cuna de la colonización, cerca de las orillas de “un cielo azul que viaja”, el río Uruguay. Fue en este rincón del mundo donde la Teresa, con su amor por la lectura, sembró en mí la semilla de la pasión por los libros. Mientras tanto, el Kelo, mi viejo, con su ejemplo, me enseñó la importancia de la perseverancia, un valor que floreció gracias al empuje constante de mi hermano mayor, Eduardo.

A lo largo de los años, he labrado mi camino en el mundo de la medicina. Me especializo en medicina transfusional y terapias celulares, y mi labor trasciende las fronteras de la práctica clínica convencional. Actualmente, formo parte del equipo de trasplante de médula ósea en el Hospital de Niños Víctor J. Vilela, en Rosario, Argentina. Esta dedicación ha sido mi manera de devolver a la vida lo que la vida me ha dado, centrándome en la atención de los pacientes más vulnerables, una tarea que ha marcado mi existencia.

Pero más allá de los confines de la medicina, he encontrado un refugio creativo en la escritura. Soy un escritor aficionado con la capacidad de tejer historias medianamente atractivas. En cada palabra, en cada párrafo, mi mente inquisitiva da rienda suelta a tramas intrigantes y giros argumentales que buscan mantener a los lectores ansiosos por resolver los enigmas que se esconden entre las líneas.

Mi objetivo es equilibrar la ciencia y la creatividad, ofreciendo al público experiencias literarias únicas y conmovedoras. Busco plasmar un testimonio de mi incólume voluntad por desentrañar los misterios más oscuros de la mente humana, fusionando esta pasión con la creación de narrativas que sumerjan a los lectores en un laberinto de suspenso y emoción.

Es necesario comprender desde el principio que gran parte de esta obra es ficción, salvo por ciertos elementos y hechos como los organoides, mencionados en la novela, que representan un tipo avanzado de terapia celular. Esta tecnología médica emergente, que presencié personalmente en jornadas en el Hospital Garrahan de Buenos Aires, sembró la semilla para la creación de esta novela.

Por otra parte, siempre me resultó intrigante la estructura erigida en el centro de la plaza Urquiza de mi pueblo, un obelisco blanco en conmemoración de los festejos de los cien años de la Revolución de Mayo. Un monumento que en las próximas páginas describiré con más detalle, junto con el misterio que rodea al mismo. De la misma manera, que los organoides y el obelisco de la plaza contribuyeron a la creación de esta novela, también lo hizo el falansterio del Loco Durandó, una historia tan verídica como increíble.

El futuro se transformó en presente a medida que mi visión literaria se convertía en realidad. Es que la única manera de transformar el futuro en presente es realizar y concretar lo programado, de lo contrario corre el riesgo de llamarse frustración, o dicho más elegantemente para este caso en particular: quimera artística.

Al emprender juntos este viaje literario, quiero dedicar estas páginas a mi amada familia, fuente inagotable de inspiración y apoyo. A mis amigos, aquellos que, según las expresiones de Atahualpa Yupanqui, son “uno mismo con otro cuero”, cuyas risas y palabras han tejido la trama de mi vida. Y a los valientes lectores que se aventurarán en los intrincados laberintos de mis historias. A todos ustedes, mi gratitud eterna.

En esta travesía literaria, los invito a explorar los rincones más oscuros de la psiquis de los personajes y a soñar con los horizontes que la ciencia y la creatividad pueden ofrecernos. Que esta novela sea un puente entre la realidad y la imaginación, una invitación a adentrarse en las profundidades de la mente humana, con la esperanza de que las emociones que broten de la ficción encuentren eco en sus corazones. Cierro este prólogo con el deseo sincero de que las páginas que siguen sean una experiencia única y conmovedora.

¡Bienvenidos al viaje, queridos lectores! Que la travesía sea tan reveladora y emocionante como la propia existencia.

Christian Jourdan

El ocaso de las sombras

(Trascendentia)

Introducción

Dentro de un intrincado tapiz, los conspiradores secundarios son como marionetas invisibles, movidas por los hilos de un titiritero oculto. Son estrellas fugaces que se cruzan sin conocerse. Cada uno es un pétalo en un jardín secreto, ignorante de sus compañeros en el oscuro bosque de maquinaciones. Un organizador maestro, con el rol de un alquimista de la suerte, entrelaza sus destinos sin que lo sepan.

La ignorancia es su fuerza y debilidad. Son piezas en un damero de ajedrez donde solo ven sus propios movimientos, permitiendo que el orquestador dirija la sinfonía de la conspiración desde las sombras.

Capítulo 1

Jueves, a mediodía en punto

Esa mañana del jueves 4 de septiembre del año 2014 a las 11:45, Santiago Moix se encontraba manejando su Chevrolet Vectra, modelo 2009, por las calles rosarinas lustrosas por la lluvia caída después de una larga sequía. El agua cubría el pavimento, reflejando la luz del sol que comenzaba a filtrarse tímidamente entre las nubes, creando un efecto de espejo que resaltaba la belleza de la ciudad, en contraste con el pasado árido que había experimentado por la gran sequía que azotaba la región. Cuando todavía en el pueblo futbolero rondaba el fantasma de la desazón por perder la final del mundial con Alemania, en su cabeza retumbaba la penosa noticia que daban los medios radiofónicos en la totalidad del dial del estéreo, acerca del reciente deceso del músico Gustavo Cerati, del cual él fuera un gran admirador. Ese fallecimiento dejaba un vacío en la industria musical y como una sinfonía sin su director, la música había perdido su guía. A las nueve de la mañana de ese jueves, el músico sufrió un paro respiratorio en su cama del hospital, tras haber estado en coma desde mayo de 2010 a causa de un accidente cerebrovascular.

Mientras sonaba Corazón delator de fondo, su mente se encontraba recorriendo los rincones que la nostalgia había forjado a fuego en su adolescencia, durante los años 90, añorando a San José, su pueblo natal en la provincia de Entre Ríos, a orillas del río Uruguay. Santiago evocaba los días soleados en los que se sentaba con sus amigos en los tres escalones de aquel obelisco que habían levantado los colonos franceses, suizos e italianos, allá por 1910 en el centro de la plaza principal, al que llamaban la Pirámide. Aquel monumento rodeado de cadenas verdes se alzaba majestuosamente en la encrucijada de caminos de piedritas y canteros con rosedales, palmeras, pinos y plátanos, entre otras especies. Era un paraíso de verdor en medio de la pequeña localidad.

En aquellos tiempos, San José contaba con quince mil habitantes y sus calles eran de ripio. Las risas de los niños y el bullicio de las charlas llenaban el aire, mientras las ruedas de las bicicletas y los kartings a rulemán se deslizaban sobre el camino y las veredas irregulares. La sencillez de la vida en aquel lugar, donde todos se conocían y se ayudaban estrictamente, era un tesoro que él llevaba en lo más profundo de su corazón.

Santiago volvió al presente cuando llegó al final de su viaje, puntual como siempre, para encontrarse con Matías Fontán, su leal amigo y hermano masónico. Los dos se reunían con una regularidad metódica, en el primer y tercer jueves de cada mes, al mediodía en punto, en el bar de la esquina de Laprida y La Rioja. Era como si el tiempo mismo se pusiera de acuerdo con su encuentro, marcando cada minuto con una precisión envidiable. Juntos formaban una combinación poderosa, ejercían el rol de dos pilares sólidos que sostienen una pesada estructura. Matías, con su habilidad meticulosa, ejercía el cargo de secretario, encargado de plasmar en papel cada detalle y evento que se suscitaba en la logia. Su escritura fluía con tanta elegancia y destreza que parecía dibujar catedrales de palabras. Por otro lado, Santiago, de profesión médico, de ojos celestes y cabello negro, destacaba en la tumultuosa ciudad con dedicación y ética. A sus treinta y nueve años, su delgada figura escondía una fortaleza interior singular, al igual que su compromiso con el bienestar de sus pacientes. Él cumplía el rol de hospitalario en su logia, lo que le confería una figura protectora que velaba por el bienestar y la salud de los miembros de la orden y sus familias. Su corazón compasivo y sus palabras reconfortantes eran un alivio para aquellos que necesitaban consuelo y apoyo.

Santiago entró presuroso al bar, esquivando las gotas de lluvia que caían con ímpetu, mezcladas con algunos rayos de sol que acribillaban las nubes. Visualizó el gesto que, como una señal de camaradería, le hizo Matías con la mano derecha en alto mientras se ponía de pie para recibirlo con un abrazo fraterno. Fue como si la lluvia, ante la magnitud de su amistad, se rindiera en reverencia y disminuyera su intensidad, imitando una melodía que se desvanecía en los susurros de aquel bar. En ese abrazo se fundieron la fortaleza de sus lazos y la alegría de su encuentro. Era un intervalo que les regalaba el tiempo, corriendo lentamente, permitiéndoles disfrutar a pleno de la compañía del otro.

—¿Cómo andás, querido? ¿Cómo te trató la lluvia? —le dijo su amigo mientras se palmeaban mutuamente la espalda en aquel cálido abrazo.

—Bien, bien… Una lástima la noticia de la muerte de Cerati, lo único… —replicó Santiago mientras corría la silla para tomar asiento.

—Sí, estoy viendo en la tele… —continuó Fontán estrujando los labios y levantando el ceño en señal de pena—. Una verdadera cagada pobre tipo, tanto tiempo vegetativo peleándola… pero ¿qué le vamos a hacer?

—Otro que la viene peleando es mi coterráneo Hermes —alegó Moix, refiriéndose a uno de los miembros más antiguos de la logia, de quien lleva especial seguimiento de su salud.

—¿Cómo anda el viejo? Vos que estás en el tema —le preguntó Fontán con preocupación—. Hace varios meses que no se lo ve en las tenidas1.

—Y… ahí, solo tengo noticias por su hijo José, al que ocasionalmente le envío algún mensaje. Sigue viajando cada tanto buscando esas terapias experimentales, pero es muy reservado al respecto, cuenta poco, solo detalles sueltos. Hace varios meses que no lo veo personalmente. Esporádicamente hablamos por teléfono. Está muy ocupado con el tema de la diversificación de su empresa.

—Recuerdo la última vez que tenía esos movimientos en el dedo índice derecho, ¿te diste cuenta? No siempre, pero cada tanto lo hace.

—Lo del dedo es raro porque no veo que sea un movimiento típico del contador de monedas del párkinson, es más bien un tipo de tic que tiene.

—¿Y a cuáles terapias te referís?

—Son terapias con tecnologías nuevas, aparentemente personalizadas para cada tipo de paciente. No sé muy bien en qué consisten porque él mucho no explica, ¿viste?... Sabés bien lo reservado que es con el tema de su salud y lo…

—¿Debe estar gastando mucha guita decís vos…? —interrumpió Matías.

—¡Naaa!, ¡eso es lo de menos! Yo creo que un tipo en la posición económica como en la que se encuentra Hermes, lo que va a priorizar es la calidad de vida por sobre el yute —explicaba Santiago mientras frotaba los dedos índice y pulgar de su mano derecha en clara referencia al dinero.

—¿¡Qué vida la de Hermes, eh!? ¡Cómo la laburó!, y ahora encontrarse en esta situación, no debe ser nada fácil de asumir para alguien en su posición… con tantas responsabilidades y semejante imperio a cargo… digo.

*

Mientras el sonido de las noticias se perdía en el bar, Santiago, sumido en la melancolía, dejó que su mente vagara hacia los recuerdos de su querido amigo, Hermes Antille. En un bisbiseo lejano, las memorias se desvanecían en el ambiente, como si el tiempo mismo se encargara de atenuar su resonancia. Hermes Antille, el íntimo amigo de su difunto padre, era un hombre excepcional. Originario del pintoresco pueblo de San José, en la provincia de Entre Ríos, habían compartido juntos el arduo servicio militar en el batallón de comunicaciones 181 en Bahía Blanca. Aquella amistad había trascendido generaciones y Hermes se convirtió en el guía y mentor de Santiago cuando este llegó a la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, en el año 1994, para estudiar medicina. Aunque su profesión era la arquitectura, Hermes dejó su pueblo natal en 1978, a los 42 años, junto a su esposa y sus tres hijos: Bárbara, José y María Belén, de tres, cinco y siete años, respectivamente. Vendieron su casa y una extensa parcela de tierra de unas 120 hectáreas en el ejido a las afueras de la ciudad de Colón y se aventuraron hacia Rosario, donde Sofía, la esposa de Hermes, contaba con familiares. Fue en esta ciudad donde Hermes prosperó en el ámbito de la construcción, convirtiéndose en uno de los pioneros en la compra de propiedades y en la tercerización de la comercialización de edificios desde el pozo. El concepto era ingenioso para esa época: realizar la preventa de los inmuebles a posibles compradores interesados, ofreciendo a los contratistas que llevarían a cabo la construcción una serie de departamentos como pago por sus servicios. De esta manera se establecía un intercambio mutuamente beneficioso, donde Hermes aseguraba ganancias futuras para sus socios mientras se encargaba de organizar todos los aspectos de la construcción, desde los permisos municipales hasta los planos de registro. La estrategia se mostró sumamente lucrativa, permitiéndole a Hermes acumular una fortuna considerable. Su éxito alcanzó su máximo esplendor en la década de los 90, cuando diversificó sus inversiones en el cultivo de soja, agentes de bolsa, importaciones y el desarrollo de tecnologías vanguardistas. Con el tiempo, dos de sus hijos, María Belén y José, se unieron a la empresa familiar; María Belén como abogada y asesora legal y José como administrador empresarial y contador. Asumieron roles clave en la administración y expansión del imperio que su padre había construido.

Sin embargo, la vida de Hermes Antille no había sido un sendero único de triunfos y aplausos. Cuando su hijo del medio, José, contaba con diecisiete años, la sombra de la tragedia se cernió sobre él. El joven cayó preso de la leucemia, esa enfermedad implacable que convierte el cuerpo en un campo de batalla. La lucha implicó largas y padecientes sesiones de quimioterapia, un combate en el que cada célula parecía ser un soldado en una guerra sin cuartel. Finalmente, el destino se inclinó hacia la victoria, cuando un trasplante de médula ósea exitoso se llevó a cabo y el donante era el propio Hermes. Desde ese entonces, Antille puso su foco de atención en la tecnología médica como futuro punto de inversión.

Para Santiago, la figura de Hermes Antille siempre se mantuvo activa en su vida. Recordaba vívidamente cómo fue recibido en aquella casa al comenzar sus estudios universitarios en 1994, cuando apenas tenía dieciocho años. La familia Antille lo acogió cálidamente, convirtiéndolo en uno de los suyos. Su estrecha relación con Bárbara, la hija menor de Hermes y también estudiante de medicina, facilitó su adaptación a la ciudad, mitigando la sensación de desarraigo que suele acompañar a los jóvenes estudiantes provenientes del interior. Santiago y Bárbara compartían el mismo período académico, aunque en diferentes comisiones. Aprovechaban cualquier momento para encontrarse en las cafeterías del CUAS II (siglas de Centro Universitario Área Salud) o del Hospital Centenario. Intercambiaban experiencias y construían una amistad sólida que perduró hasta que Bárbara, una vez recibida de médica, decidió mudarse a Ciudad de México para continuar con sus estudios, lugar con el que quedó maravillada desde sus vacaciones que, por aquel verano del año 2000, llevó adelante con sus amigas al terminar de cursar la carrera.

Sin embargo, más allá de las vivencias compartidas con la familia Antille, lo que más impresionaba a Santiago era la biblioteca de Hermes, situada en el tercer piso de su casa, con vistas al río en el encantador barrio de La Florida. Era un tesoro literario que abarcaba una amplia variedad de géneros, desde historia y filosofía hasta hinduismo, letras, matemáticas, música, viajes, astronomía, artes. También diferentes tipos de biblias: cristiana, Torá y Talmud, evangélica, protestante, el Corán e hinduista. Pero lo que más le llamaba la atención a Santiago, eran unos estantes distinguidos del resto, algo apartados en una gran biblioteca de madera antigua, ornamentadas con unas columnas a los costados, las que estaban coronadas arriba de sus capiteles por unas esferas, una con forma de globo terráqueo y otra decorada con estrellas y una banda que la atravesaba diagonalmente.

Entre los objetos que reposaban en las estanterías se encontraban tres rompecabezas en forma de cajas secretas, una colección de monedas y medallas con simbología desconocida para Santiago en aquel entonces. A través de las fotografías, descubrió a Hermes vistiendo un impecable traje negro con corbata a juego, camisa blanca y un curioso delantal blanco y rojo, con una banda triangular roja que colgaba de su cuello sosteniendo una especie de medalla. En otras imágenes, Hermes vestía un delantal y collarín azules, siempre rodeado de hombres que compartían su apariencia distintiva. Aquella biblioteca y su contenido representaban el alma y el legado intelectual de Hermes Antille, un hombre cuya mente estaba tan vastamente enriquecida como su fortuna. Para Santiago, aquel espacio se convirtió en un refugio de sabiduría y aprendizaje, un símbolo de la profunda conexión que había establecido con su guía. Los días transcurrían y el temor de que la enfermedad de Parkinson consumiera progresivamente el cuerpo de Hermes Antille, llevó al inevitable traspaso de responsabilidades a sus hijos. María Belén, con su brillantez como abogada y asesora legal, y José, como hábil administrador empresarial y contador, asumían poco a poco el liderazgo del imperio que su padre había levantado, aunque Hermes siempre tenía la decisión final. Hermes Antille dejó una huella imborrable en la vida de Santiago, no solo como mentor y amigo, sino también como una cantera de conocimiento. Su legado perduraría a través de las historias compartidas y la sabiduría transmitida a las generaciones futuras.

Mientras los ecos de sus recuerdos repercutían en aquel bar, Santiago se aferraba a las lecciones aprendidas y a la inspiración eterna que emanaba de la figura de su querido amigo, Hermes Antille. La remembranza se despegaba de sus recuerdos y hacía esbozar en Santiago una sonrisa cómplice encogiéndolo de hombros, mientras que, sentado frente a su amigo y hermano de la vida, Matías Fontán, retomaba la charla inicial.

—Es un tipo muy fuerte mentalmente. Un entrenador de básquet decía que “la cabeza es al cuerpo lo que diez es a uno”, bueno… la cabeza de Hermes te puedo asegurar que tiene una equivalencia de cien a uno. Tiene una estructura mental y de entendimiento única. Parecería como si verdaderos muros separaran unos pensamientos de otros sin que entren en conflicto, para así poder mantenerse con la cabeza fresca en el objetivo que tiene en ese preciso momento. Es muy racional y pensante, a la vez de mantener la mente en frío —explicaba Santiago con admiración.

—Sí, se nota la fortaleza que demuestra en cada reunión a la que asiste cada tanto —aseguraba Fontán—. Lo hace como si fuera la primera vez y permanece estoico hasta el final del ágape. Se nota su lucidez como la primera vez que charlé con él, es como que su mente permanece inmutable.

—Y, la enfermedad de Parkinson suele ser así, deteriora lo motor primero y lo cognitivo, por lo general, en una segunda etapa más avanzada. Por ser casi veinte años que está con todo esto avanza muy lento, inclusive tuvo una época de recaída. Recuerdo cómo sus manos temblaban con cada inicio de movimiento y después que empezó a realizar esos tratamientos de combinación de medicamentos en dosis personalizadas mejoró sorprendentemente. Por eso mi intriga, ¡no me dice qué tipo de tratamiento es! No existe cura para la enfermedad, los medicamentos del mercado solo la retrasan, pero a la larga avanza y deteriora más funciones. Él sigue como si nada… y sin decir nada, es muy reservado. —La expresión de Santiago denotaba cierta duda por todas sus facciones, la confusión lo aquejaba desde hace tiempo por la lenta evolución y aparente recuperación de una enfermedad que, en primera instancia, no tenía cura. Pero Hermes, ¿era capaz de burlar ese destino?

—¡Bueno! —exclamaba Santiago mientras golpeaba sus palmas y frotaba las manos—. Vamos a pedir algo para comer y organizamos lo de esta noche antes de que pase más tiempo… es que tengo que pasar de una disparada por el banco.

—Coincido —replicaba Fontán—. Qué te parece si…

Mientras ambos pedían un entrecot con guarnición de papas y una gaseosa, la estrepitosa lluvia se lanzaba sobre la ciudad como el último vendaval azotando la vereda y el techo de lona que la cubría, dejando de fondo sus voces que apenas se oían desde las mesas aledañas. En aquel momento, el bar se convirtió en un refugio cálido y acogedor, un santuario donde los problemas se disipaban. Las conversaciones entre ellos eran un río caudaloso. Cada palabra, una gota que se sumaba y alimentaba el curso de su amistad. Santiago y Matías se sumergieron en un océano insondable de recuerdos compartidos, risas que se propagaban con un ritmo contagioso y proyectos que desplegaban sus alas hacia el futuro. Con meticulosidad y esmero, trazaron los planes para el encuentro esperado con sus hermanos de la logia, en la tenida nocturna de ese jueves 4 de septiembre de 2014.

Capítulo 2

Pasos Perdidos

Después de la amena tenida, los integrantes de la logia se reunieron en el Salón de los Pasos Perdidos para seguir confraternizando de manera más informal. El término pasos perdidos se utilizaba comúnmente en las logias masónicas para referirse al área de transición entre el vestíbulo de la logia y el salón principal de reuniones. Este espacio se llamaba así porque es un lugar donde los masones se congregaban informalmente antes y después de las reuniones, para debatir asuntos masónicos y de la vida cotidiana de manera libre y sin formalidades ritualísticas. Muchas veces sucedía con un ágape de por medio, donde disfrutaban de alguna comida y bebida para amenizar la reunión.

Allí se encontraba el resto de los miembros, un verdadero crisol de credos, profesiones y pensamientos, algunas veces convergentes y otras tantas divergentes. Todos estaban dispuestos a disfrutar de un plato de arroz amarillo con pollo al disco, junto a unas copas de vino y la tradicional cassata tricolor de postre que coronaba la velada.

Hermes Antille, era un hombre de edad madura, de unos setenta y cinco años, emergía en el escenario de la mesa. Su figura, alta y esbelta, se alzaba como una acacia en el jardín de la existencia, enraizada en los principios masónicos que han moldeado su trayectoria. Su cabello plateado, como filamentos de luna tejidos en la noche, resplandecía con la experiencia acumulada a lo largo de los años. Pero lo que realmente distinguía a Hermes era su caridad. Su corazón latía al ritmo de la compasión y sus acciones estaban guiadas por el deseo sincero de ayudar a los demás.

Damián Rodríguez era perito forense de la Policía Federal, egresó con veintitrés años en 2005 con un excelente promedio. Su padre, Leonardo Rodríguez, masón grado 30, fallecido, le inculcó desde joven los preceptos de la orden más allá de los valores personales que creía correctos.

Raúl Castillo, de cincuenta y seis años, era un hábil abogado en derecho civil, que incursionó inicialmente en el derecho penal de donde se alejó sin dar demasiada explicación.

Néstor Fidalgo, despachante de aduana en el puerto de Rosario, oriundo de Venado Tuerto, con cuarenta y siete años, era uno de los miembros más nuevos del cuadro.

Mario di Federico, jubilado bancario, se estableció como gerente del Banco Nación de la ciudad desde principio de la década del 90 hasta previo a la crisis del 2001.

Benjamín Rosenbaum, joyero de quinta generación, supo hacer una gran amistad con Hermes Antille más allá de la condición masónica que ambos tenían.

Serkan Demir, obviamente el Turco, otro de los miembros con más años en la logia y de alto grado, quien prosperó en textiles, con tres locales en calle San Luis, de igual forma se expandió en el negocio de antigüedades donde tenía un modesto local en sociedad con Rosenbaum, pero con gran calidad de mercadería.

También estaban Sergio Bernard, comisario retirado; Juan Manuel Gómez Rossi, profesor de música del conservatorio de Bellas Artes; Tomás Fernández, tenía una ferretería en la zona sur de la ciudad desde hacía diecisiete años; Franco Torres, profesor de paleontología e idiomas antiguos de la Universidad de Rosario, dotado de un brillante dominio en la didáctica de la enseñanza; Nicolás Acuña, artesano ebanista, un prometedor expositor autóctono… y así continuaba la amalgama de sus veintiocho miembros activos, más los nueve que estaban en sueños, término utilizado cuando algún integrante se desafilia de su logia, pero sigue perteneciendo a la orden. En síntesis, se trataba de un heterogéneo grupo de hombres formándose introspectivamente como personas a través de un método poco ortodoxo, que disfrutaban, en esa ocasión, de una fraternal charla mediante un plato de comida y una copa de vino, dispuestos a lo largo de la mesa.

Nicolás Acuña, que estaba sentado próximo a Santiago, le preguntó agachando la cabeza y levantando la mirada, con cierta prudencia:

—Che, Santi, ¿cómo anda Hermes? ¿Tenés alguna noticia de esos viajes que venía haciendo a los Estados Unidos? parece que anda bien, por lo menos se lo ve fenómeno.

—Mirá… —contestó Santiago—. Sos el segundo que me pregunta hoy, el cuarto de la semana y el décimo de los últimos quince días. Y la verdad que ni idea, porque él es muy reservado al respecto y la verdad, yo no lo quiero invadir. Lo mejor es darle tiempo y que cuente solo lo que le pasa, que se descargue en su momento de manera espontánea en lugar de presionarlo y forzarlo a contar algo que no quiere.

—Me parece correcto, pero si tenés noticias me gustaría saber cómo anda y en qué se puede ayudar… no sabría de qué forma, pero solo tenés que decirme.

Nicolás jamás había olvidado aquella cirugía de urgencia a la que fue sometido su padre hace cinco años, cuando no contaba con obra social y el servicio público se encontraba saturado por la epidemia de gripe A (H1N1). La manera articulada en que trabajaron los miembros para agilizar dicha intervención aludía a un verdadero panal de abejas. Nicolás nunca se sintió en deuda, porque sencillamente no se lo hicieron sentir de esa manera. No fue un favor hecho para devolver, fue caridad de hermanamiento que siembra en sus miembros esa formación poco ortodoxa a la que se hace alusión, de manera desinteresada y altruista, que excede a los integrantes de la orden y se extiende al resto de las personas fuera de ella, a modo de filantropía.

—Gracias, Nico, lo voy a tener presente. —En esas instancias, entre tanta preocupación que recibía a cerca de la salud de Hermes, Santiago se encontraba en la disyuntiva de si abordarlo esa misma noche que lo tenía presente o seguir aguardando que lo promulgara por su cuenta.

Santiago se puso de pie tomando su copa de vino cortado con un poco de gaseosa y un par de hielos, gusto que se permitía los jueves, ya que era el comienzo de su fin de semana. En su momento había organizado para tener libre los viernes y extenderse en el tiempo durante la cena que tenía cada quince días con charlas hasta la madrugada, entre copa y copa. Miró a los ojos a Hermes, que se encontraba en el otro extremo de la mesa con la mano derecha sobre la falda, acompañado de ese movimiento rítmico que desde hacía ya un tiempo gobernaba su dedo índice y quien, con una sonrisa mordaz, anticipó el movimiento de acercamiento de Santiago, separó una silla vacía de la mesa y se la ofreció con tres palmadas en el asiento, al mismo momento que, cerrando los ojos y levantando la cabeza, se dirigió hacia él diciéndole:

—A ver… sentate, decime qué dudas tenés. ¿Qué te anda preocupando? Te veo desde hace un tiempo que das vueltas y como que no terminas de definir si preguntarme o no lo que hace rato tenés ganas de preguntarme, entonces decido entregarme —le dijo Hermes mientras levantaba las manos en señal de rendición—. Largalo de una vez que te vas a atorar, también te va a hacer bien y quizás, quién te dice, capaz nos hace bien a los dos.

«¡Viejo bicho!, me estaba esperando», pensó Santiago mientras lo miró con admiración.

—¿¡No se te escapa nada, eh!?... tan mal no debés estar entonces. —Ambos rieron.

—Yo ando demasiado bien… es más: mejor sería un pecado. Pero entiendo que todos estén preocupados por esto del párkinson. Te aseguro que está controlado. Los viajes a Estados Unidos que estuve haciendo fueron para esas terapias experimentales que te había comentado en su momento las cuales estoy respaldando monetariamente…

—¿De qué manera respaldando? —interrogó Santiago.

—Con plata… ¿cómo te pensás?, no solo soy inversionista, también me ofrecí a modo de cobayo, para que prueben. —Sonreía de costado mientras le lanzaba una guiñada.

La palidez del rostro de Santiago llegaba a confundirse con la blancura de aquel mantel que cubría la mesa. ¡No podía concebir cómo se había prestado a tamaña irresponsabilidad sin consultarle previamente!

—¿¡Pero o estás loco en serio o muy desesperado!?, ¿cómo que te ofreciste de cobayo? ¿Están probando tratamientos experimentales con tu cuerpo? ¿Quién los dirige y los avala? ¿Qué protocolos usan?... ¿De cuánto es la cohorte?... ¿Son randomizados? —La batería de preguntas arrojadas era incesante.

—¡Pará, pará…! —interrumpió Hermes a Santiago—. No los prueban directamente en mí, es más complejo, pero te aseguro que nada me administran directamente. Es muy revolucionario, creo que es el futuro en terapias personalizadas y decidí invertir en este tipo de tecnología médica, no solo para expandir capital y sacar ganancia, sino para dejar un legado el día de mañana. ¿Sabes qué?… pegate una vuelta mañana por casa, te invito a almorzar, aprovecha que tenés libre… y te cuento bien. Como hombre de ciencia que sos te va a gustar la iniciativa.

—Dale, pero quiero el detalle de en qué te metiste. Me hubiera gustado que me lo comentaras en su momento, solo para estar al tanto —advirtió Santiago.

—Tenés razón, disculpame… a veces actúo como un orate y me olvido de los que están a la vuelta. Pero la reserva tiene un porqué y te imaginarás que es la guita.

—¿Cómo es eso? —preguntó Santiago.

—Desde que comenzó la época de sequía intermitente, hace seis años, el tema de la importación del cultivo dejó de dar la ganancia que daba… No se pierde, se sigue ganando mucho, pero no con el mismo margen de antes. Con el holding abarcamos toda la cadena del comercio de la soja; desde la siembra, cosecha, transporte, almacenamiento, salida del país por el puerto, integramos empresas de diferentes sectores y mercados para operaciones de canje de valores… etcétera. Es todo demasiado grande y complejo, direccionado hacia un solo lugar. Cuando un negocio es tan grande y complejo, se escapan muchas cosas de las manos y algo me empezaba a oler mal. ¿Hasta cuánto dinero es suficiente?... ¿no? Así que decidí poner a la venta una gran parte de esas acciones y quedarme solo con la renta de los campos.

—Haya sequía o venga el diluvio, te pagan igual —agregó Santiago.

—¡Exacto! —exclamó Hermes—. Que, a la cadena de cosecha, transporte por la hidrovía e importación se las juegue otro, hoy en día es una lotería y un dolor de huevos. Tampoco es que vaya a vender todo el holding, solo algunas acciones de sus componentes. Así que tengo pensado derivar ese dinero a la inversión de más tecnología tanto médica como informática, creo que ahí está el futuro y el bienestar colectivo.

—Y el problema radica en… —Moix hizo una pausa para que Hermes completara la frase.

—El problema radica en la junta de accionistas que no quiere largar la cadena de importación. Se resiste de una manera poco convencional. Llegaron a querer sostener solo el transporte por la hidrovía del Paraná para poder concesionarla a otras empresas. Pero bueno, eso es historia, ya está cerrada la venta de las acciones y no hay marcha atrás. Lo importante es el futuro —terminó de explicar Hermes con cierto brillo en los ojos mientras sonreía orgulloso.

—Dale, mañana contame mejor y dame tu permiso para transmitírselo al resto que está preocupado por tu salud. Espero que no sea ninguna locura de las tuyas y tenga un respaldo científico serio.

—No te inquietes, está todo más que bien. ¿Te acordás del día de la primera entrevista que te hice para ingresar a la orden en ese café?, lo que me respondiste cuando te pregunté si creías en Dios…

Santiago afirmó con la cabeza y recordó aquel momento en voz alta:

—La energía no se crea ni se pierde, solo se transforma. Hacia dónde va es el interrogante. Ponele el nombre que quieras.

—Creo que tan equivocado no estabas —murmuró Hermes dibujando una sonrisa mientras entrecruzaba la mirada con su interlocutor.

Santiago comenzó a organizar en su mente la mañana siguiente. Tendría que levantarse no después de las nueve para desayunar algo liviano, salir a trotar una hora y alistarse para el almuerzo con Hermes, lo que le dejaría poco margen para la trasnoche si es que quería entrenar su tempo run.

Continuaron su charla cambiando súbitamente de tema. La atmósfera del ambiente en el salón se tornó una amalgama de risas y temas de variada índole con buena bebida de por medio. Mientras el murmullo de los comensales creado en el Salón de los Pasos Perdidos invadía el ambiente, fuera del recinto, estacionado a unos metros, permanecía un auto oscuro con las luces apagadas y un hombre entrado en años en su interior, que observaba la puerta principal de aluminio de entrada a la logia. Miraba pausadamente su reloj pulsera y suspiraba en señal de impaciencia. En la radio sonaba el tango Cambalache, sus estrofas describían el mundo corrupto y caótico en el que vivían, logrando fundirse con el ruido de la lluvia nocturna que caía estrepitosa sobre la ciudad de pobres corazones.

Capítulo 3

Los augustos misterios

Allá por 1994, cuando Santiago entró por primera vez a la biblioteca de la casa de Hermes y vio esa imponente estructura antigua de madera con las columnas a los lados y la decoración que la adornaba, quedó verdaderamente impactado. Miraba atónito esos libros antiguos forrados en cuero, una réplica del David de Miguel Ángel de poco más de un metro y medio de altura, la gran alfombra blanca circular de la habitación con la pequeña mesa redonda estilo provenzal ubicada en su centro, los planos apergaminados distribuidos en un escritorio junto a la fotografía del obelisco, enraizado en la plaza de su pueblo, señal de que Hermes tenía aún presentes sus orígenes en San José. Antille, que lo acompañaba por detrás, supo enseguida lo que tenía que hacer.

—Decime, Santi, ¿qué pensamiento te evoca esto? —le preguntó Hermes mientras le señalaba una escuadra y compás entrelazados tallados en madera, el símbolo universal de la masonería.

—Ni idea…, ¡qué sé yo! —respondió Santiago

«Esto va a ser más difícil de lo que esperaba», pensó Hermes.

—Pensá un poco, esforzate. Lo primero que te salga… ¡Dale!, va a estar bien igual, es una interpretación personal… lo primero que te salga.

Santiago entrecerró los ojos para agudizar la vista, con la esperanza de que las palabras aparezcan en su cabeza para darle una respuesta al viejo amigo de su padre y no pasar como un ignorante de dieciocho años. Buscó en lo más recóndito de su mente esa respuesta que satisfaga al buen Hermes.

«Pero esa escuadra y compás superpuestos uno encima de otro no me dice nada, simplemente un trozo de madera tallado que nada arroja, solo la figura geométrica que parecen dibujar en… entonces, ¿puede ser que la respuesta sea esa?, ¡tan escondido y a la vista al mismo tiempo!», pensó.

—Un rombo —le contestó Santiago.

—¡Interesante! —Hermes lo miraba fijo mientras se le borraba la sonrisa.

—¿Qué es interesante? —preguntó Moix.

—Tu respuesta. Tan primitiva, tan básica, pero acertada al mismo tiempo.

—No entiendo.

—El primer símbolo hecho por el ser humano fue encontrado en la caverna de Blombos al sur de África, hace más de setenta mil años atrás. ¿Y sabés cuál fue?

—Un rombo capaz…

—Uno no, varios. Es anterior a la escritura, inclusive algunos dicen que fue anterior al lenguaje. El hombre siempre buscó formas de comunicación. La fonética de la letra O se dibuja simbólicamente como un círculo, si unimos varios símbolos que llamamos letras formarán palabras que representan objetos, acciones, etcétera. Cada secuencia de palabras es una sucesión de símbolos más complejos que llamamos oración. De esa manera simbólica comunicamos nuestros pensamientos de manera escrita a la posteridad, trascendemos a través de ellos. Pero la complejidad de este tipo de símbolo —explicaba Hermes mientras sostenía la escuadra y el compás entre sus manos—. Encierra un contenido filosófico que, a través de cientos de años, el hombre ha escrito libros para interpretarlo y explicarlo por medio de metáforas y alegorías, y aún continúa haciéndolo. Por eso, estimado Santi, que tu respuesta en esta instancia haya sido un rombo me llama poderosamente la atención. Estamos parados justo al inicio del camino, donde comenzó todo: en el rombo.

Santiago lo miraba sin comprender demasiado a lo que se refería, a la vez estaba satisfecho por haber dado una respuesta que a Antille le había parecido interesante. Moix no quería defraudar la cordialidad con que lo recibía en su casa esos primeros meses de facultad. Claramente Hermes tenía la intención de, en un futuro, iniciarlo en el estudio de la Francmasonería. Vio el potencial del muchacho, pero todavía no estaba seguro, ya que en el devenir debe darse una retroalimentación, es decir, uno entra en la masonería y la masonería debe entrar en uno. Si este proceso fallara en una de sus instancias, la formación iniciática que esto conlleva corre el riesgo de fracasar.

*

El sonido de la alarma del celular puesta a las ocho treinta provocó una lenta apertura de los párpados de Santiago que se encontraban pesados, después de las poco más de cinco horas de descanso que obtuvo a continuación de la reunión en la noche previa. Se sentó en la cama y quitó el modo avión de su smart, activado para no ser molestado y contribuir al descanso sin interrupción. Al instante que se activaba la antena, una catarata de mensajes y llamadas perdidas volvió loco al aparato en un sonido continuado de notificaciones. Algunas eran de los integrantes de la logia, otras de algunos allegados. Abrió los innumerables mensajes y los comenzó a leer. Sus pupilas se dilataron, su corazón se aceleró y le comenzó a temblar el pulso. Corrió presuroso hacia el living y encendió la televisión, buscaba el canal local y ahí estaba el titular con letras blancas sobre un fondo rojo al pie de la imagen. En el plano que hacía la cámara se encontraba la casa de Hermes en el barrio La Florida, vallada con cinta amarilla y rodeada de policías. La llovizna continuaba cayendo tímidamente sobre la ciudad, siguiendo el derrotero del viento que la zamarreaba en toda dirección anárquica posible, mientras el titular de aquel zócalo en la pantalla atravesaba el alma de Santiago Moix, como el viento a la llovizna:

Encuentran sin vida al empresario Hermes Antille.

Santiago salió en su auto rumbo a la casa de Hermes, le tomó quince minutos llegar. En el trayecto las radios locales todavía replicaban la noticia de la muerte de Gustavo Cerati, en tanto que otras ya comentaban el hallazgo del cuerpo sin vida del empresario. En el camino, Santiago, con los ojos vidriosos por las lágrimas contenidas, no podía evitar el afloro del recuerdo de aquella vez que le dio a conocer su condición de masón.

*

Corría el año 1998 y Santiago, ya en quinto año de la carrera, se encontraba sentado frente a Hermes en la biblioteca de su casa, mirándolo fijamente desde hacía veinte segundos, en completo silencio. Parecería que la frase desprendida desde los labios de Antille oficiaba de detonante para tamaño mutismo en la charla:

—Soy masón y practico la masonería —le había confesado este, a lo que Santiago contestó con una pregunta después de la sepulcral pausa…

—¿Y para qué te sirve eso?

—Entre muchísimas cosas es un método de enseñanza que amplía la gama de ideas que se te puedan ocurrir a futuro. Así como la matemática te da agilidad mental, la masonería le brinda otras alternativas al pensamiento.

—¿Y qué método de enseñanza usa? Porque me dijiste que es un método. —Hasta ese momento el único método que conocía Santiago era el científico, ya que en la facultad había sido ayudante de catedra en Histología, Farmacología y Medicina y Sociedad

—A través de alegorías simbólicas, interpretamos símbolos y le damos un carácter filosófico para que los podamos aplicar a nuestra vida cotidiana, así nos construimos como persona. Todo tiene una interpretación alegórica, nada es literal, desde los símbolos hasta las leyendas que usamos para instruirnos. Te va a resultar interesante. Es un perfil que cada persona tiene oculto, y si encuentra el camino adecuado para llegar a él y lo explota de la manera correcta, la mente puede hacer cosas maravillosas, muchas a través del pensamiento, que al final es lo único que nos trasciende.

—¿Y cómo hago para instruirme? ¿Voy a una escuela o a algún curso? —Antille se hecha a reír en tanto le palmea tres veces la pierna con su mano derecha.

—No, nada de eso. Antes tenés que renacer como hombre nuevo…

Hermes comenzó a comentarle más en detalle, pero sin develar ningún secreto, en qué consistía renacer como hombre nuevo. Santiago quedó anonadado ante aquel relato, no dejó pregunta sin hacer, pero Hermes había dejado bastante sin contestar, por lo que la intriga fue aún mayor.

Y así fue como Hermes Antille dio a conocer la existencia de la orden a un, por entonces, estudiante avanzado de medicina, Santiago Moix, quien quedó maravillado con todo lo que escuchaba. Ese fue el clic que necesitaba para encender la llama que llevaba dentro sin saberlo y empezar a recorrer el próximo año el camino iniciático hacia los augustos misterios.

Capítulo 4

Oriente eterno

Santiago aparcó el vehículo a tres manzanas de la residencia de Hermes. Corrió por las calles bajo una lluvia ligera, con su gabardina inflada por el viento. Mientras se acercaba a la casa, una presencia policial casi fantasmal, con vehículos de la policía científica y patrulleros, se alzaba a su alrededor, recordándole la magnitud del suceso. Los medios, ya sean radio, televisión o prensa escrita, como buitres hambrientos, tejían su intrincado enredo de informaciones confusas e inciertas sobre el acontecimiento, dejando a todos en un estado de ansiosa especulación. Una cinta amarilla de precaución trazaba un interrogante alrededor del jardín frontal de la imponente mansión, resguardando el horror que se hallaba al otro lado. Santiago avanzó, con temor y duda. Anhelaba descubrir por sí mismo lo que había ocurrido. Las primeras impresiones que los medios habían transmitido eran confusas y ambiguas. Todo lo que decían era que Hermes había sido hallado muerto en circunstancias misteriosas. A Moix, no le había sido posible contactar a ningún pariente de Hermes y, de manera inexplicable, había evitado responder a los mensajes y llamadas de los miembros de la orden a la que pertenecía.

Santiago llegó hasta la cinta amarilla adentrándose en el área, pasó por alto a los curiosos que, a pesar de la persistente llovizna, observaban atentamente. Fue entonces cuando vio a José Antille, el segundo hijo de Hermes, salir de la residencia. Su relación con José había sido cordial, pero no tan íntima como la que mantenía con Bárbara, o incluso con la difunta Sofía, esposa de Antille. En cambio, su relación con María Belén siempre había sido distante.

José, al primer giro de cabeza hacia su izquierda, cruzó miradas con Santiago. Aquella expresión acongojada y llena de dolor que el hijo de Antille transmitía, no había manera alguna de describir. José tenía una relación excelente con Hermes, fue todo lo que un padre quería de un hijo y fue todo lo que un hijo esperaba recibir de su padre. Se dirigió hacia Santiago y se fusionaron en un efusivo y triste abrazo. José rompió en llanto incontrolable mientras Moix le repetía que todo iba a estar bien. José relajó sus músculos para soltar suavemente a Santiago.

—¡No entiendo lo que pasó, mucho menos la manera en que dicen que pasó! Es todo muy inverosímil, no tiene sentido —con voz resquebrajada dijo José.

—Contame bien qué sucedió, ¡no te entiendo, José! —le preguntó Santiago.

—La forma en que lo hallaron, ¡como estaba tendido en el piso cerca de la alfombra! Siguen buscando rastros por toda la casa, recién me hicieron salir. Están los peritos forenses y algunos detectives.

—¿Dónde lo encontraron? ¿Qué fue bien lo que le pasó? — indagó Moix.

—No sé, hablan de unas heridas… parece que entró alguien, y cuando papá llegó antes de tiempo de la tenida, lo sorprendió adentro… pero no se dio cuenta de que había una persona extraña en la casa. Dicen que el tipo se escondió en la biblioteca y allí lo emboscó. Parece que fue un robo al boleo, pero tampoco está claro qué se robó —contestó José, exaltado.

Santiago levantó la cabeza sobre el hombro de José, vio salir por la puerta del frente a Damián Rodríguez, su hermano de logia que oficiaba de perito forense en el caso. Damián era masón no reconocido, es decir, él no quería ser reconocido como masón fuera de la orden, era algo que lo mantenía con absoluta reserva para no generar suspicacias entre los conspiranoicos de turno. Santiago, que era masón reconocido, no pretendía llamarlo, ya que lo dejaría expuesto ante José y ante el resto de los allí presentes, cámaras y fotógrafos de por medio. Pero el azar jugó a su favor.

—Señor Antille —llamó Damián a José—, ¿puede pasar, por favor? Necesitamos que vea algo y ver si nos puede aportar alguna información.

—Necesito que él me acompañe —respondió José llevando su mano sobre el hombro derecho de Moix—. Es amigo personal y allegado de mi padre y de la familia.

—Desde luego —respondió Damián arrojando una sonrisa cómplice a Santiago.

Lo cierto es que Damián se había acercado intencionalmente a José Antille con el propósito de que la jugada saliera de la forma esperada: introducir a Santiago en la casa para que viera el escenario que iba a presenciar. En el trayecto, Damián le murmura a Moix:

—Pensé que José nunca te lo iba a pedir—le susurró Damián cerca del oído.

—¿Qué cosa?

—Que entres. Necesito que veas esto y que me digas que no estoy loco. Si presento lo que realmente veo a mis colegas me deschavo enseguida con mi condición masónica. Necesito que otro lo haga por mí.

—No entiendo nada de lo que me decís.

—Cuando veas la escena te vas a dar cuenta enseguida.

Los tres se dirigieron dentro de la casa, atravesaron la puerta y subieron la escalera en caracol de pinotea hasta el tercer piso, donde se encontraba la biblioteca que ocupaba toda la planta. Se preparaban para entrar. Se percibía la presión en el ambiente y la perplejidad en los rostros de los investigadores presentes, quienes habían completado la recolección exhaustiva de pruebas, de esta manera habría más libertad para recorrer el cuarto y ver los detalles gruesos que ya habían sido captados en fotografías. El paisaje que se desplegaba frente a Santiago era un retrato vívido y sombrío de una escena verdaderamente dantesca. El ambiente se encontraba iluminado en forma tenue con lámparas de filamentos de carbono dimerizables, estilo vintage, que tenía dispersas por la habitación para crear una atmósfera amena a la vista.

El cuerpo sin vida de Hermes yacía sobre su perfil izquierdo en el borde de la alfombra circular blanca, abrazado a un crucifijo de madera oscura que antes se encontraba en una de las paredes. Al otro lado de la alfombra, casi enfrentado al occiso, la estatua réplica del David se hallaba tumbada con marcas de huellas de manos ensangrentadas, como si hubiera sido derribada y arrastrada para ser puesta deliberadamente. Hermes vestía la misma ropa con la que había asistido a la tenida la noche previa. Santiago caminó lento y se colocó de frente mirándolo desde los pies hacia la cabeza. Tendido sobre el charco de sangre que teñía su pelo canoso, sobre el parietal izquierdo, junto con parte de la alfombra blanca, logró visualizar una herida sobre el mismo lado en el cuello. El rastro de sangre hasta el cuerpo describía un camino que parecía anárquico en un principio.

Santiago volteó rápidamente la cabeza mientras cerraba los ojos y apretaba los dientes en señal de impotencia, esperaba que el sordo dolor que embargaba sus emociones se desvaneciera, al igual que la imagen de su amigo tendido sin vida que se grabó en su retina. Una opresión recorría su pecho hasta cerrarle la garganta en señal de angustia. Al abrir nuevamente los ojos, logró ver arriba del escritorio las fotos desparramadas del obelisco del pueblo y de una de las cuatro placas conmemorativas que se encuentra sobre una sus caras. También se hallaban varias copias de pergaminos y gráficos antiguos impresas en papel. El ventanal detrás del escritorio se encontraba abierto, arrojando la vista del río Paraná y su costanera que ofrecía la casa al borde del pequeño acantilado. Uno de sus vidrios cerca del picaporte estaba roto.

Mientras José era interpelado por uno de los investigadores en un extremo de la biblioteca, Santiago y Damián se encontraban apartados del resto junto al ventanal.

—Creemos que huyó de la casa por allí —advirtió Damián acercándose por detrás.

Ante esto, Santiago preguntó:

—¿No entró por el mismo lugar?

—No, los vidrios rotos están del lado de afuera, regados en el balcón, aparentemente intentó abrir el ventanal que estaba trabado por dentro, no pudo, lo forzó aún más y rompió un vidrio accidentalmente. Cuando pudo destrabar la ventana, la abrió y salió por el balcón. No hay huellas digitales ni pisadas, se deben haber borrado por la lluvia.

—¿Y por dónde creen que pudo haber entrado?

—Estamos en eso, faltan resolver algunos detalles. ¿Pero te diste cuenta de la disposición del cuerpo? ¿No viste nada raro o familiar?, decime que no soy el único que lo ve.

Santiago sabía exactamente a lo que se refería Damián, lo advirtió desde que vio la imagen de Hermes tendido junto a la alfombra. Reconoció que la escena había sido plantada intencionalmente evocando una imagen simbólica de la orden masónica, muy antigua y rica en su contenido. La alfombra blanca tenía a un lado al cuerpo de Antille abrazado a una cruz de madera y enfrentado, por el otro borde, a la estatua réplica del David. En el centro de la alfombra permanecía la pequeña mesa redonda estilo provenzal sobre la que se encontraba un puzzle que consistía en una caja secreta triangular con un ojo grabado en una de sus caras, mirando al ventanal que da al río. Esta pequeña caja evocaba al delta luminoso, otro símbolo empleado por la orden.

—¿Y qué me contás? —le preguntó Damián.

—El asesino montó un circumpunto usando la alfombra redonda como círculo y a modo de barras paralelas laterales el cuerpo de Hermes y la estatua del David a ambos lados. La mesa central es el punto dentro del círculo. El cuerpo y la estatua no solo son las barras paralelas…

—¿Y qué otra cosa crees que pueden ser? —consultó Damián.

—Simbolizan a San Juan Bautista y San Juan Evangelista. Hermes tiene el rol de San Juan Bautista porque está abrazado a la cruz de madera. El delta luminoso ocupa el lugar central dentro del punto, que es la mesa, y mira al ventanal que está en el este u oriente.

—¡Me caga la madre! —exclamó Rodríguez en voz baja—. ¡Tenés razón!... San Juan Bautista y Evangelista, el asesino no solo dibujó las paralelas con el cuerpo y con la estatua, también personificó a los santos… ¿Pero con qué motivo?

—Eso es lo que tienen que dilucidar. ¿Por qué dejar esa escena? ¿Acaso es un loco que quiere ser descubierto o pretende jugar al gato y al ratón?, no tiene mucho sentido. De lo que podemos estar seguros es de que conoce la simbología de la orden.

—Yo no me guiaría por eso, en Internet tenés miles de páginas contando los secretos de la masonería. En estos tiempos los augustos misterios perdieron el carácter de misteriosos. —Santiago asintió con la cabeza dando la razón a Damián.

—¿Pudieron abrir la caja puzzle? —preguntó Moix.

—Todavía no, pero creo que nadie intentó. Es muy probable que la levanten como prueba.

—Retenela acá, sé cómo abrirla.

—Bancá que hablo con mi superior, pero no te prometo nada.

Damián se dirigía a donde se encontraba su superior, en el extremo noroeste de la biblioteca. El inspector Mauricio Greco era un hombre de apariencia algo desprolija, un poco excedido de peso con cabello largo y entradas pronunciadas. A pesar de su aspecto, era una mente extremadamente inteligente y poseía una impresionante trayectoria en la fuerza policial. Su habilidad para resolver casos complejos lo hacía destacar entre sus colegas y lo convertía en un formidable investigador. Santiago veía cómo Damián le comentaba al oído, en voz baja, la situación. Después de unos segundos ambos se aproximaron.

—¿Qué tal, doctor? Mi nombre es Mauricio Greco, soy el inspector a cargo —se presentó extendiéndole la mano. Santiago hizo lo mismo y se saludaron con un apretón mientras Greco continuaba.

—Lamento mucho la pérdida de su amigo. Damián me dice que usted lo conoce desde que era niño y que es íntimo de la familia.

—Así es, me alojó en esta casa cuando vine del pueblo a estudiar medicina. Forjamos una gran amistad desde entonces —contestó Moix.

—También me dice que sabe cómo abrir ese juguete triangular.

—Desde luego, es una caja secreta. Tiene una serie de trabas que se van girando hasta encontrar el punto de apertura. Hermes me las solía mostrar ni bien las compraba y después presumía cuando lograba descifrarlas. Disfrutaba ver los intentos fallidos de los demás por abrirlas y se regocijaba enseñando el secreto para destrabarlas. Era como un gurí chico con estas cosas.

—Bien entonces. El equipo ya levantó las huellas de la caja, a primera vista impresionó que son de una sola persona, en cuanto a abrirla prefiero que sea alguien que sepa y no la rompa algún bestia de los nuestros —explicó el inspector. Los tres se dirigieron hacia el centro de la escena. Santiago miró con desasosiego cómo los forenses terminaban de cerrar la bolsa mortuoria eclipsando el rostro de su amigo, la imagen parecía transcurrir en cámara lenta por su cabeza.

—Bueno, veamos qué se puede hacer, trate de ser cuidadoso, es lo único que le pido —decía Greco mientras le ofrecía un par de guantes de nitrilo azul a Santiago—. Tome, póngase estos guantes, lo que haya dentro de la caja está sin examinar y necesitamos recabar huellas.

Santiago se colocó los guantes y tomó suavemente la caja que se encontraba en el centro de la mesa y se disponía a abrirla. Tenía un mecanismo sencillo de molinete encastrado en la parte posterior que atravesaba tres lados. Eso impedía que una traba metálica se deslizara y liberara la tapa. El secreto era girar el molinete oculto hasta que la traba de metal encastrase en un orificio que se encontraba en el mismo molinete giratorio y destrababa la tapa. Después de un par de vueltas y movimientos, la traba se liberaba.

—¡Listo! ¿Y ahora qué hago? —preguntó Santiago.

—Llevémoslo al escritorio y abramos la tapa con cuidado, necesitamos ver qué contiene —dijo el inspector.