El orgullo del vaquero - Charlene Sands - E-Book

El orgullo del vaquero E-Book

Charlene Sands

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Beschreibung

Clayton Worth estaba dispuesto a rehacer su vida casándose con una mujer que pudiese darle un heredero. Sin embargo, un año de separación no había matado el deseo que sentía por Trish, que pronto sería su exmujer. Trish había vuelto al rancho, tan impredecible como siempre y como madre de una niña de cuatro meses, a pesar de que su negativa a darle hijos era lo que los había separado. Ambos creían que todo había terminado entre ellos... pero sus corazones tenían otras ideas.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2011 Charlene Swink

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El orgullo del vaquero, n.º 9 - septiembre 2018

Título original: The Cowboy’s Pride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2012

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-686-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

El cielo era de un azul limpio, sin nubes, el día lo bastante claro como para ver un taxi subiendo por la polvorienta carretera que llevaba hasta la casa principal del rancho Worth, en Arizona.

–Parece que por fin ha llegado tu mujer –dijo Wes.

Clayton Worth miró hacia la carretera y asintió con la cabeza. Su capataz sabía que Trisha Fontaine no sería su mujer durante mucho tiempo. Todo el mundo en Red Ridge sabía que su matrimonio estaba roto.

–Tápate las orejas –Clay se quitó los guantes de cuero, intentando tranquilizarse. Porque no debería importarle que Trish llegase tres días tarde y que no la hubiera visto en casi un año–. Los fuegos artificiales están a punto de comenzar.

Wes Malloy esbozó una sonrisa.

–Romper con alguien nunca es fácil –le dijo, antes de alejarse discretamente.

El capataz había ayudado a su padre a mantener el imperio ganadero heredado de su bisabuelo. Nada importaba a Rory Worth más que la familia y el rancho y en su lecho de muerte le había hecho prometer que seguiría trabajando para dejarle a sus hijos esa herencia.

Pero Clay no había podido cumplir esa promesa.

Trish no solo se había negado a tener hijos sino que lo había acusado de engañarla con Suzy, una acusación que le dolió en el alma. Que lo abandonase para volver a Nashville fue la gota que colmó el vaso. Y si había tenido alguna duda sobre el divorcio, desapareció al escuchar el mensaje en el que le decía que había ocurrido algo importante y no llegaría a tiempo para la apertura de Penny’s Song.

«Algo importante».

Debería haber estado allí. A pesar de la separación, el rancho para niños que estaban recuperándose de largas enfermedades, un rancho que ella lo había ayudado a crear, debería haber sido más importante para ella. Nunca pensó que Trish se olvidara de eso.

Y se había equivocado.

Clay se metió los guantes en el bolsillo trasero del pantalón y dio un paso adelante cuando el taxi se acercó. Pero al ver a Trish bajar del taxi se quedó sin aliento al recordar el día que la conoció, la primera vez que había visto esas larguísimas piernas en un evento benéfico en Nashville. Siendo una estrella de la música country, Clay a menudo había aparecido en galas benéficas porque sabía que su participación despertaba el interés de múltiples benefactores.

Se habían chocado por accidente detrás del escenario y él la había sujetado cuando estaba a punto de caer al suelo. Pero el vestido de Trish se había descosido hasta el muslo y al ver esa piel suave, firme, a Clay le había ocurrido algo extraño y poderoso. La invitó a cenar, pero Trish rechazó la invitación, esbozando una sonrisa mientras le ofrecía su tarjeta de visita, como un reto.

Y Clay nunca había podido resistirse a un reto o a una mujer hermosa.

Pero eso fue entonces.

–Hola, Trish.

–Hola, Clay –respondió ella.

Le sorprendía que su voz, ronca y suave, pudiera seguir afectándolo. Los suspiros de Trish le encendían la sangre y eso era algo que no había cambiado.

Llevaba la blusa arrugada y fuera del elástico de la falda de raya diplomática; un mechón de pelo rubio escapaba de la coleta y se le había corrido el carmín.

En resumen, Trisha Fontaine Worth, que pronto sería su exmujer, era un precioso desastre.

–Lo sé, no lo digas. Estoy horrorosa.

Clay decidió no responder.

–¿El viaje ha sido incómodo?

Trish se encogió de hombros.

–Siento mucho haberme perdido la apertura de Penny’s Song. Intenté hablar contigo, pero no quería dejar un mensaje en el contestador.

Clay estaba furioso con ella por muchas razones, pero en aquel momento lo único que sentía era curiosidad. ¿Qué le pasaba? Nunca había visto a Trish tan… desastrada. ¿Qué había sido de la mujer capaz, organizada y siempre elegante que le había robado el corazón tres años atrás?

–Nunca pensé que te la perderías –dijo Clay. Se habían hecho daño mutuamente, pero en lo único que siempre habían estado de acuerdo, lo único que tenían en común, era la fundación Penny’s Song.

–Yo tampoco y te aseguro que intenté venir…

Clay escuchó una especie de gemido desde el interior del taxi.

–No me digas que has traído un perro.

–No, no, es la niña. Creo que se ha despertado.

¿La niña?

Trish se inclinó sobre el asiento trasero del taxi para sacar a un bebé envuelto en una mantita rosa.

–No pasa nada, cariño, ya hemos llegado –murmuró, antes de volverse hacia él–. Se ha dormido durante el viaje.

Clay dio un paso adelante para mirar al bebé de pelo rubio y ojos azules, del mismo tono que los de Trish. Él no sabía mucho sobre bebés, pero estaba seguro de que aquel tenía al menos cuatro meses. Y Trish lo había dejado un año antes, de modo que no era difícil hacer los cálculos.

Su corazón empezó a latir como loco.

–¿De quién es ese bebé?

Trish sacudió la cabeza.

–No es lo que crees. El bebé no es tuyo.

Clay tragó saliva. La implicación estaba ahí, bien clara, haciendo que se le encogiera el estómago.

Había tenido muchas relaciones cuando era una estrella de la música country, pero desde que conoció a Trish nunca la había traicionado. Ni cuando estaba de gira ni luego, cuando volvió al rancho de su familia. Incluso durante aquel año que habían estado separados le había sido fiel.

Y maldita fuera, esperaba lo mismo de ella.

–¿Pero es hija tuya?

Ella asintió con la cabeza, mirándolo con cierta tristeza.

–Sí, es mía.

Clay soltó una serie de palabrotas que habrían asustado hasta a sus compañeros de póquer. No sabía qué lo turbaba más, que hubiese mantenido en secreto el embarazo o que aquel bebé no fuera hija suya, lo cual significaría que Trish lo había engañado.

–¿Es mi hija?

Trish palideció, como si la hubiera insultado. ¿Creía que podía aparecer allí con un bebé que no era suyo como si fuese lo más normal del mundo? ¿Que le daría la bienvenida a su casa y las aceptaría a las dos sin cuestionarlo siquiera? Trish había ido allí para tramitar el divorcio y cuanto antes lo hiciese, mejor.

–No, Clay, no es tu hija –respondió, como si la idea fuera absurda y él fuese un idiota por pensarlo–. Pero no ha habido nadie más.

Atónito, Clay se echó el sombrero hacia atrás y cruzó los brazos sobre el pecho.

–Estoy esperando una explicación.

Ella respiró profundamente, su expresión se suavizó cuando miró al bebé.

–Voy a adoptarla.

¿Adoptarla?

Clay parpadeó, sorprendido. ¿No le había dicho Trish mil veces que no estaba preparada para ser madre? ¿No le había dicho que necesitaba tiempo? ¿No era ella la responsable de que no hubiera podido cumplir la palabra que le había dado a su padre en su lecho de muerte?

–No entiendo nada.

–¿Podemos hablar dentro? Meggie tiene calor.

Clay señaló la puerta.

–Lleva dentro al bebé, yo sacaré tu maleta del taxi.

–Gracias –murmuró Trish–. Hay varias cosas en el maletero. He descubierto que los bebés necesitan mucho equipamiento.

 

 

Trish oyó a Clay hablando con el taxista mientras recorría el camino bordeado de lirios blancos y jacintos rojos. Todo estaba igual que antes, pensó mientras subía los escalones del porche que rodeaba la espaciosa casa de dos plantas.

La primera vez que Clay la llevó allí se había quedado sorprendida por la grandiosidad del rancho Worth, rodeado por las montañas Red Ridge. Aunque estaban locamente enamorados, habían decidido esperar un poco antes de tener hijos. Sin embargo, tras la muerte de su padre, Clay estaba decidido a tener un hijo lo antes posible.

El repentino cambio de planes la había dejado sorprendida porque entonces no estaba preparada para la maternidad. Ni siquiera lo estaba en aquel momento. Pensar que pudiese hacer mal algo tan importante como criar a un hijo le daba pánico y no quería cometer los mismos errores que sus padres. Pero Meggie había aparecido en su vida y Trish no estaba dispuesta a separarse de ella.

Una ola de nostalgia la envolvió al entrar en la casa.

–Oh, Meggie…

Una vez había sido feliz en aquella casa. Echaba de menos vivir en el rancho, pero no sabía cuánto hasta que entró allí, donde Clay y ella habían empezado su vida de casados y donde habían sido felices hasta que empezaron a aparecer obstáculos en su camino. Y aunque Clay la culpaba a ella, su obcecado marido también había sido responsable de la ruptura.

El ama de llaves salió de la cocina y se detuvo de golpe, mirando a Meggie con cara de sorpresa.

–Me alegro de verla, señora Worth. Bienvenida a casa –la saludó.

–Hola, Helen. También yo me alegro de verte –dijo Trish. Pero no estaba en casa. Y después de hacer lo que tenía que hacer no pensaba quedarse mucho tiempo–. Me alojaré en la casa de invitados mientras esté aquí.

–Sí, Clayton me lo ha dicho. Lo tengo todo preparado, pero no esperaba…

–Lo sé. Se llama Meggie.

Helen tocó la mantita de la niña.

–Es guapísima.

–Sí, lo es –Trish inclinó la cabeza para besar la frente de la niña. Habían atravesado el país para llegar hasta allí, un viaje que las había dejado agotadas a las dos.

El ama de llaves siempre había sido muy protectora y maternal con los hombres de la familia Worth y Trish sospechaba que no le caía particularmente bien después de haber abandonado a Clay. Por supuesto, dudaba que Helen conociese los detalles de su ruptura y ella no iba a contárselos.

–¿Quiere tomar un café? Acabo de hacerlo.

–No, gracias. Vamos a sentarnos en el salón un momento para esperar a Clay.

Helen asintió.

–Si puedo hacer algo por usted, dígamelo.

¿Qué tal un curso rápido de maternidad? Trish podría escribir un libro sobre lo que no sabía sobre criar a un bebé.

–Gracias –le dijo–. Me alegro de volver a verte, Helen.

La mujer sonrió.

–Estaré en la cocina si me necesita.

Trish entró en el salón y se detuvo de golpe, los recuerdos hicieron que se le encogiera el estómago. Unos recuerdos dolorosos que amenazaban con robarle la poca energía que le quedaba. No había esperado sentir aquella abrumadora tristeza, pero estar de nuevo allí, casi un año después de su partida, le recordaba las discusiones con Clay…

Durante los últimos meses discutían sin parar y una noche, cuando volvió al rancho después de un viaje inesperadamente cancelado, entró en el salón dispuesta a reencontrarse con su marido y terminar aquel día de una manera feliz… y se encontró a Clay con Suzy Johnson. En el sofá, juntos, tomando una copa de vino y riendo a saber de qué. Y esa escena era lo último que necesitaba.

Suzy era una chica del pueblo, amiga de la familia Worth de toda la vida, y estaba esperando en la cola para tener una oportunidad con Clay.

Trish apretó los dientes, diciéndose a sí misma que no debía pensar en eso. No debía mirar atrás.

Se sentó en el sofá, tumbando a Meggie a su lado. La niña la miraba con sus ojitos brillantes, contenta de poder mover las piernecitas. Pero fue entonces cuando vio que tenía el pañal manchado.

–Ay, porras –murmuró, sacudiendo la cabeza al recordar que había dejado la bolsa de los pañales en el taxi. Ella era una persona inteligente, pero nunca hubiera podido imaginar lo difícil que era cuidar de un bebé.

La maternidad estaba dándole un revolcón.

–Ten paciencia conmigo, cariño. Sigo aprendiendo.

Clay entró en el salón en ese momento y a Trish se le aceleró el corazón. Casi había olvidado lo guapo que era. Casi había olvidado su cruda sensualidad. Eso y un encanto innato que hacía a la gente volver la cabeza. Al principio de su relación había luchado para no enamorarse, aunque no había rechazado ser su representante. Un contrato con una superestrella de la música, incluso en los años finales de su carrera, era muy importante y ella nunca mezclaba los negocios con el placer.

Pero Clay tenía otras ideas y, una vez que dejó de resistirse a lo irresistible, se había enamorado como nunca.

–Eres la mujer perfecta para mí –le había dicho él. Y Trish lo había creído durante un tiempo.

Clay se detuvo frente a ella, con la bolsa de los pañales en la mano.

–¿Esto es lo que necesitas?

Trish miró los vaqueros, que se le ajustaban a los muslos, la hebilla plateada del cinturón con la famosa W del rancho y el triángulo de vello oscuro que asomaba por el cuello de la camisa de cuadros. Antes le encantaba besarlo ahí…

Cuando levantó la mirada se encontró con unos ojos castaños que parecían ver dentro de su alma. Una vez había sido capaz de derretirle el corazón con esa mirada y se preguntó si estaría derritiendo el de Suzy Johnson.

–Sí, gracias.

Clay dejó la bolsa sobre la alfombra y se sentó frente a ella en un sillón.

–¿Vas a contármelo? –le preguntó.

Trish no sabía cómo empezar; en parte porque ni ella misma lo creía, en parte porque sabía cuánto deseaba Clay tener hijos. Que ella supiera, nadie había sido capaz de negarle nada a Clayton Worth, que se había convertido en una estrella de la música siendo muy joven y se había retirado con treinta y cinco años para dirigir el imperio Worth. Era un hombre sano, guapo, rico y admirado, un hombre acostumbrado a hacer las cosas a su manera. Todo en la vida le había resultado fácil, al contrario que a ella.

Trish había trabajado mucho para hacerse un nombre en la profesión y cuando Clay se mudó al rancho, ella mantuvo su negocio en Nashville, dividiendo su tiempo entre un sitio y otro. Entonces él parecía aceptar la situación. Sabía que tener un hijo hubiera significado que Trish renunciase a sus sueños.

De niña, sus padres habían estado tan ocupados cuidando de su hermano Blake, enfermo de cáncer, que ella había pasado a un segundo lugar. Cada momento, cada segundo de energía estaban dedicados a atender a su hermano.

Trish había aprendido pronto a defenderse por sí misma y a ser independiente, aferrándose a las cosas que la hacían fuerte: su carrera universitaria y más tarde su negocio.

La idea de dejarlo todo para formar una familia era algo inconcebible para ella.

–¿Recuerdas que te hablé de Karin, mi amiga del colegio que vivía en Europa? –le preguntó.

Clay asintió con la cabeza.

–Sí, lo recuerdo.

–Su marido murió hace un año. Karin volvió a Nashville destrozada y poco después descubrió que estaba embarazada.

Trish miró a Meggie, que había girado la cabeza para observar a Clay con curiosidad. La niña tenía buen instinto, pensó, intentando contener las lágrimas mientras le contaba la historia.

–Karin se había quedado sola, de modo que yo estuve a su lado cuando Meggie nació. Fue algo tan…

No pudo terminar la frase. Pero ver nacer a Meggie, tan arrugada y pequeñita, y oírla llorar por primera vez, había sido una experiencia absolutamente increíble para Trish. Nunca había esperado sentir algo así.

–Karin tuvo complicaciones en el parto y estuvo muy delicada durante varios meses, pero el mes pasado sufrió una infección contra la que no pudo luchar.

Trish cerró los ojos, intentando contener el dolor.

–Lo siento mucho –murmuró Clay.

–Me hizo prometer que cuidaría de su hija si algo le ocurría a ella y eso es lo que estoy haciendo.

Jamás había pensado que tendría que cumplir esa promesa. Jamás pensó que Karin pudiese morir, pero había sido así y ahora su hija dependía de ella.

–Soy la tutora legal de Meggie –le explicó– y pienso adoptarla en cuanto sea posible.

Clay miró a la niña de nuevo.

–¿No tiene familia?

–La madre de Karin está en una residencia y los padres de su marido murieron hace años, de modo que yo soy su única familia –respondió Trish, mientras sacaba un pañal de la bolsa e intentaba ponérselo, tarea nada fácil para ella–. Estoy haciendo lo que puedo, pero todo esto es nuevo para mí… Meggie tuvo fiebre la semana pasada y no podía viajar con ella enferma, por eso no he podido venir antes.

Había aceptado alojarse en la casa de invitados durante un mes, mientras organizaba la gala de inauguración de Penny’s Song. Y mientras estuviera allí terminarían legalmente con su matrimonio.

–En estas circunstancias, me sorprende que hayas venido.

–Penny’s Song sigue siendo importante para mí, Clay. Tal vez más que para mucha gente después de ver lo que sufrió mi hermano. Y más ahora que tengo una hija –Trish hizo una mueca al darse cuenta de lo que había dicho, pero no había amargura ni enfado en los ojos de Clay y eso hizo que se enfrentase a una amarga realidad.

«Va a divorciarse de ti. Ya no le importas».

Había recibido los papeles del divorcio unos meses después de marcharse del rancho, pero no había tenido valor para terminar con su matrimonio. Encontrarse cara a cara con Clay cerraba el círculo y se le encogía el corazón de pena. Una vez estuvieron tan enamorados… pero todo había cambiado. Ahora tenía una hija y debía ordenar su vida. Vería el final de un sueño y el comienzo de otro, se dijo.

Después de cerrar el pañal, Trish tomó a Meggie en brazos para apretarla contra su corazón.

–Ya estás limpita.

La niña le echó los bracitos al cuello, apoyando la cabeza en su hombro y haciéndole cosquillas con sus rizos.

–Deberías habérmelo contado, Trish.

–Y tú deberías haber respondido a mis llamadas.

Clay hizo una mueca. Los dos eran testarudos cuando creían que tenían razón, por eso habían discutido tan a menudo.

–Además, ya no compartimos nuestra vida –siguió Trish.

Él se pasó una mano por la cara.

–Te acompaño a la casa de invitados.

Con la niña en brazos, Trish se levantó del sofá y tomó la bolsa de los pañales, pero cuando iba a colgársela al hombro Clay se la quitó de la mano.

–Deja, la llevaré yo.

Sus dedos se rozaron y Trish tuvo que disimular un suspiro. Y cuando miró a Clay, en sus ojos vio un brillo que no podía disimular. También él había sentido esa conexión, esa descarga.

Se quedaron en silencio durante un segundo, sin moverse, mirándose a los ojos…

–¿Estás ahí, Clay? –escucharon entonces una voz femenina–. He hecho galletas para los niños y he pensado que te gustaría probarlas.

Suzy Johnson acababa de entrar en la casa con una sonrisa en los labios, un vestido de flores azules y una bandeja en la mano.

–Ah, perdón –dijo al ver a Trish–. La puerta estaba abierta y… en fin, no sabía que…

–No pasa nada –dijo Clay–. Gracias por las galletas.

La joven miró a Meggie y estuvo a punto de dejar caer la bandeja.