El poder de las palabras - Simone Weil - E-Book

El poder de las palabras E-Book

Simone Weil

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Beschreibung

El síntoma más angustiante de la mayoría de los conflictos que ven el día en la actualidad es su carácter irreal. Tienen aún menos realidad que el conflicto entre griegos y troyanos. En el centro de la guerra de Troya había, al menos, una mujer que era, por cierto, la perfección de la belleza. Para nuestros contemporáneos el lugar de Helena lo ocupan palabras escritas con mayúscula. Si tomamos una de esas palabras, infladas a base de sangre y lágrimas, e intentamos estrujarla, la encontraremos vacía de contenido. Las palabras con contenido y con sentido no son mortíferas. Si en alguna rara ocasión, una de ellas se ve mezclada con alguna efusión de sangre, será más bien por accidente que por fatalidad, y se tratará entonces, por lo general, de una acción limitada y eficaz.

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Acerca de Simone Weil

Simone Weil nació en 1909 en París, Francia. A los 19 años ingresa en la École Normale Superiore, con la calificación más alta, seguida por Simone de Beauvoir.

Apasionada estudiosa del marxismo logró conocer a León Trotsky, con quien pudo discutir ideas respecto de la situación rusa del momento, así como también sobre la doctrina marxista y el régimen de Stalin. En 1934, por decisión propia, pidió una licencia y se sumó a trabajar junto a los obreros como operaria en la fábrica Renault.

Participó junto a grupos anarquistas en la Guerra Civil Española para pelear contra el régimen franquista y también intentó ingresar a Francia como combatiente. Poco tiempo después le diagnosticaron tuberculosis y, según las crónicas de la época, se negó a ingerir los alimentos prescriptos por su estado de salud. Murió el 24 de agosto de 1943. Toda su obra fue conocida en forma póstuma.

Ediciones Godot publicó Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social en 2021.

Índice

No empecemos otra vez la guerra de Troya

Meditaciones sobre economía

Para una apología del default

Meditaciones ante un cadáver

Meditaciones ante un cadáver

Progreso y producción

Hitos

Cover

Índice de contenido

Página de copyright

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Contenido inicial

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Página de legales

Weil, Simone / El poder de las palabras / Simone Weil. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : EGodot Argentina, 2022. Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y onlineTraducción de: Aníbal Díaz GallinalISBN 978-987-8928-08-1

1. Filosofía Política. I. Díaz Gallinal, Aníbal, trad. II. Título.

CDD 320.01

ISBN edición impresa: 978-987-8928-05-0

Títulos originalesNe recommençons pas la guerre de Troie Quelques méditations concernant l’économieEsquisse d’une apologie de la banquerouteMéditations sur un cadavreMéditation sur un cadavreProgrès et production

Traducción Aníbal Díaz GallinalCorrección Loreana VargasDiseño de tapa y colección Martín BoDiseño de interiores Víctor MalumiánIlustración de Simone Weil Max Amici

© Ediciones Godotwww.edicionesgodot.com.ar [email protected]/EdicionesGodotTwitter.com/EdicionesGodotInstagram.com/EdicionesGodotYouTube.com/EdicionesGodot

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina, 2022.

El poder de las palabras

Simone Weil

TraducciónAníbal Díaz Gallinal

No empecemos otra vez la guerra de Troya

[Écrits historiques et politiques, París, Gallimard, 1960. Escrito en 1937]

VIVIMOS EN UNA ÉPOCA en la cual la seguridad relativa que aporta a los hombres cierto dominio técnico sobre la naturaleza queda ampliamente compensada por el peligro de las ruinas y las masacres que provocan los conflictos entre grupos humanos. Si el peligro es tan grave, no cabe duda de que se debe en parte a la potencia que tienen los instrumentos de destrucción que la técnica ha puesto en nuestras manos. Pero esos instrumentos no funcionan solos y no sería honrado hacer recaer sobre la materia inerte una situación de la que nosotros somos enteramente responsables. Los conflictos más amenazadores comparten un rasgo común, que bastaría para calmar a los espíritus superficiales: contra toda apariencia, su verdadera gravedad reside en que carecen de un fin determinado. A lo largo de la historia humana se puede verificar que los conflictos más encarnizados son, sin comparación, aquellos que no tienen objetivo. Cuando esta paradoja se percibe claramente, constituye, tal vez, una de las claves de la historia y, ciertamente, de nuestra época.

Cuando se lucha por conseguir algo bien definido, cada cual puede calcular el valor global del desafío y los gastos estimados que conllevará la lucha, decidir hasta dónde valdrá la pena llevar el esfuerzo; no es extraño, por lo general, que cada uno de los bandos enfrentados encuentre un compromiso que sea más conveniente aún que ganar una batalla. Pero cuando una lucha ya no tiene objetivo, entonces carece de medida común, de balance, de proporción; no hay comparación posible; ya todo acuerdo es inconcebible. Entonces la importancia de la batalla se mide únicamente por los sacrificios que exige. Por este mismo hecho, los sacrificios ya cumplidos reclaman siempre nuevos sacrificios. Si las fuerzas humanas no encontraran por sí mismas felizmente su propio límite, no habría razón alguna para dejar de matar y de morir. Esta paradoja es tan violenta que escapa a todo análisis. Sin embargo, todos los hombres cultos conocen el ejemplo más perfecto; mas una suerte de fatalidad nos lleva a leer sin comprender.

En la Antigüedad, griegos y troyanos se masacraron entre sí durante diez años a causa de Helena. A ninguno le importaba demasiado —salvo a Paris, un soldado amateur—, que fuera por Helena: todos convenían en maldecir su nacimiento. Su persona era tan evidentemente desproporcionada con esa guerra monumental, que, a los ojos de todos, era solamente un símbolo del reto verdadero. Pero nadie podía definir entonces nunca el verdadero motivo de la guerra, pues no existía. Por eso no era mensurable. La envergadura del desafío solo se podía presumir por las muertes que había causado y las masacres previsibles. Por lo demás, sus dimensiones eran ilimitadas. Héctor presentía que la ciudad sería destruida, su padre y sus hermanos masacrados, su mujer degradada por una esclavitud peor que la muerte. Aquiles sabía que libraba a su padre a las miserias y humillaciones de una vejez en desamparo. La masa de la gente sabía que una ausencia tan larga destruiría sus hogares; nadie pensaba que estaba pagando un precio demasiado alto porque todos perseguían una nada cuyo valor únicamente se medía por el precio que había que pagar. Minerva y Ulises, para avergonzar a los griegos que querían que cada cual volviera a su casa, creían encontrar un argumento suficiente en la evocación de los sufrimientos de sus camaradas muertos. Tres mil años después, para desestimar las propuestas de paz blanca, encontramos en boca de Poincaré exactamente el mismo argumento que ellos sostenían. En nuestros días, para explicar este deplorable encarnizamiento de acumular ruinas inútiles, la imaginación popular recurre a veces a las supuestas intrigas de las congregaciones económicas. Pero no tiene sentido buscar tan lejos. En la época de Homero los griegos no tenían una organización para los comerciantes del bronce, ni comités de herreros. A decir verdad, en el espíritu de los contemporáneos de Homero, los dioses de la mitología griega desempeñaban el rol que nosotros atribuimos a las misteriosas oligarquías económicas. Para empujar a los hombres a las catástrofes más absurdas basta la naturaleza humana, no se precisan ni dioses ni conjuraciones secretas.

Para quien sabe mirar, el síntoma más angustiante de la mayoría de los conflictos que ven el día en la actualidad es su carácter irreal. Tienen aún menos realidad que el conflicto entre griegos y troyanos. En el centro de la guerra de Troya había, al menos, una mujer que era, por cierto, la perfección de la belleza. Para nuestros contemporáneos el lugar de Helena lo ocupan palabras escritas con mayúscula. Si tomamos una de esas palabras, infladas a base de sangre y lágrimas, e intentamos estrujarla, la encontraremos vacía de contenido. Las palabras con contenido y con sentido no son mortíferas. Si en alguna rara ocasión, una de ellas se ve mezclada con alguna efusión de sangre, será más bien por accidente que por fatalidad, y se tratará entonces, por lo general, de una acción limitada y eficaz. Pero escríbanse con mayúscula palabras vacías de significado: por poco que las circunstancias ayuden, los hombres