La gravedad y la gracia - Simone Weil - E-Book

La gravedad y la gracia E-Book

Simone Weil

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Beschreibung

Este libro reúne quizás los textos más íntimos de Simone Weil. El amor y la desgracia se entrelazan con las dos fuerzas que, según Weil, organizan todos nuestros comportamientos: la gravedad y la gracia. Escritos entre 1941 y 1942, estos textos fragmentarios extraídos de sus cuadernos tratan sobre los temas fundamentales del espíritu humano: la fe, el trabajo, el sufrimiento, la verdad, la contradicción y la injusticia.

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Seitenzahl: 207

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Simone Weil nació en 1909 en París, Francia. A los 19 años ingresa en la École Normale Superiore, con la calificación más alta, seguida por Simone de Beauvoir.

Apasionada estudiosa del marxismo, logró conocer a León Trotsky, con quien pudo discutir ideas respecto de la situación rusa del momento, así como también sobre la doctrina marxista y el régimen de Stalirx. En 1934, por decisión propia, pidió una licencia y se sumó a trabajar junto a los obreros como operaria en la fábrica Renault.

Participó junto a grupos anarquistas en la Guerra Civil Española para pelear contra el régimen franquista y también intentó ingresar a Francia como combatiente. Poco tiempo después le diagnosticaron tuberculosis y, según las crónicas de la época, se negó a ingerir los alimentos prescriptos por su estado de salud. Murió el 24 de agosto de 1943. Toda su obra fue conocida en forma póstuma.

Ediciones Godot publicó Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social, Apuntes sobre la supresión general de los partidos políticos y El poder de las palabras.

Weil, Simone / La gravedad y la gracia / Simone Weil. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : EGodot Argentina, 2025. Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y onlineTraducción de: Aníbal Díaz GallinalISBN 978-987-8928-51-7

1. Ensayo Literario. I. Gallinal, Aníbal Díaz, trad. II. Título. CDD 844

ISBN edición impresa: 978-987-8928-39-5

Título originalLa pesanteur et la grâce (1947)

Traducción Aníbal Díaz GallinalCorrección Candela Jerez y Federico Juega SicardiDiseño de tapa y colección Fran BoDiseño de interiores Víctor MalumiánIlustración de Simone Weil Max Amici

© Ediciones Godotwww.edicionesgodot.com.ar [email protected]/EdicionesGodotTwitter.com/EdicionesGodotInstagram.com/EdicionesGodotYouTube.com/EdicionesGodot

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina, marzo de 2025

La gravedad y la gracia

Simone Weil

TraducciónAníbal Díaz Gallinal

Índice

1. La gravedad y la gracia

2. Vacío y compensación

3. Aceptar el vacío

4. Desapego

5. La imaginación colmadora

6. Renunciar al tiempo

7. Desear sin objeto

8. El yo

9. Descreación

10. Desaparecer

11. Necesidad y obediencia

12. Ilusiones

13. Idolatría

14. Amor

15. El mal

16. La desgracia

17. La violencia

18. La cruz

19. Balanza y palanca

20. Lo imposible

21. Contradicción

22. La distancia entre lo necesario y el bien

23. Azar

24. El que debemos amar está ausente

25. El ateísmo purificador

26. La atención y la voluntad

27. Adiestramiento

28. La inteligencia y la gracia

29. Lecturas

30. El anillo de Giges

31. El sentido del universo

32. Metaxu

33. Belleza

34. Álgebra

35. La carta social…

36. El gran animal

37. Israel

38. La armonía social

39. Mística del trabajo

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Landmarks

Tapa

Inicio

Página de copyright

Portada

Índice

Capítulo 1

Notas al pie

Colofón

1. La gravedad y la gracia

TODOS LOS MOVIMIENTOS NATURALES del alma están regidos por leyes análogas a las de la gravedad de la materia, con la única excepción de la gracia.

Hay que esperar que las cosas sucedan conforme a la gravedad, salvo intervención sobrenatural.

Dos fuerzas rigen el universo: luz y gravedad.

Gravedad. De manera general, lo que esperamos de los demás viene determinado por los efectos de la gravedad en nosotros; lo que recibimos está determinado por los efectos de la gravedad en ellos. A veces eso coincide (por casualidad); a menudo, no.

¿Por qué cuando un ser humano manifiesta que tiene cierta necesidad de otro, este se aleja?: efecto de la gravedad.

Lear, tragedia de la gravedad. Todo lo que llamamos bajeza es un fenómeno de gravedad. Por otra parte, el término “bajeza” lo expresa.

El objeto de una acción y el nivel de energía que la alimenta, cosas distintas.

Hay que hacer tal cosa. ¿De dónde sacar la fuerza? Una acción virtuosa puede rebajarse si no hay energía disponible en el mismo nivel.

Lo bajo y lo superficial están al mismo nivel. Ama violentamente pero bajamente: frase posible. Ama profundamente pero bajamente: frase imposible.

Si es verdad que el mismo sufrimiento es mucho más difícil de soportar por un motivo elevado que por un motivo bajo (la gente que se quedaba parada, inmóvil de la una a las ocho de la mañana para conseguir un huevo, muy difícilmente lo habría hecho para salvar una vida humana), una virtud baja es quizá, en cierto sentido, mejor ante la prueba de las dificultades, de las tentaciones y de las desgracias que una virtud elevada. Soldados de Napoleón. De ahí el uso de la crueldad para mantener o elevar la moral de los soldados. No olvidarlo con relación a los desfallecimientos.

Es un caso particular de la ley que pone generalmente la fuerza del lado de la bajeza. La gravedad es como su símbolo.

Colas para alimentos. Una misma acción es más fácil si el móvil es bajo que si es elevado. Los móviles bajos encierran más energía que los móviles elevados. Problema: ¿cómo transferir a los móviles elevados la energía correspondiente a los móviles bajos?

No olvidar que, en ciertos momentos de dolor de cabeza, cuando la crisis se agravaba, yo tenía un intenso deseo de hacer sufrir a otro ser humano, golpeándolo precisamente en el mismo lugar de la frente.

Deseos análogos, muy frecuentes entre los hombres.

Varias veces, en este estado, he cedido al menos a la tentación de decir palabras hirientes. Obediencia a la gravedad. El pecado más grande. Se corrompe así la función de la lengua, que es la de expresar la relación de las cosas.

Actitud de súplica: debo necesariamente volverme hacia otra cosa distinta de mí misma ya que se trata de quedar libre de mí misma.

Intentar esta liberación mediante mi energía propia sería como una vaca que tropieza con su manea y cae de rodillas.

Entonces liberamos en nosotros mismos la energía con una violencia que nos degrada aún más. Compensación en el sentido de la termodinámica, círculo infernal del que solo pueden librarnos desde lo alto.

El hombre tiene la fuente de energía moral en el exterior, como la de energía física (alimento, respiración). Encuentra generalmente que su ser porta en sí el principio de su conservación, y por eso tiene esa ilusión, como en lo físico. La privación es lo único que hace sentir la necesidad. Y, en caso de privación, no puede evitar volverse hacia cualquier cosa comestible.

Único remedio a esto: una clorofila que permita alimentarse de luz.

No juzgar. Todas las faltas son iguales. Hay una sola falta: no tener la capacidad de alimentarse de luz. Porque, una vez abolida esta capacidad, todas las faltas son posibles.

“Mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me ha enviado”.

No hay ningún bien por encima de esta capacidad.

Bajar con un movimiento en el que la gravedad no intervenga. La gravedad hace bajar; las alas hacen subir: ¿qué ala a la segunda potencia puede hacer bajar sin gravedad?

La creación está hecha del movimiento descendente de la gravedad, del movimiento ascendente de la gracia y del movimiento descendente de la gracia a la segunda potencia.

La gracia es la ley del movimiento descendente.

Abajarse es subir con relación a la gravedad moral. La gravedad moral nos hace caer hacia lo alto.

Una desgracia demasiado grande coloca al ser humano por debajo de la piedad: náusea, horror y desprecio.

La piedad desciende hasta cierto nivel y no más abajo. ¿Cómo hace la caridad para descender más abajo?

¿Los que han caído tan bajo tienen piedad de sí mismos?

2. Vacío y compensación

MECÁNICA HUMANA. QUIEN SUFRE busca comunicar su sufrimiento —ya maltratando, ya provocando piedad— con el propósito de disminuirlo, y de ese modo lo consigue efectivamente. El que está en lo más bajo, al que nadie compadece, no puede maltratar a nadie (si no tiene hijos o seres a los que amar), su sufrimiento permanece en él y lo envenena.

Es algo que se impone, como la gravedad. ¿Cómo librarse de ella? ¿Cómo librarnos de lo que es como la gravedad?

Tendencia a expandir el mal fuera de uno: ¡también me toca! Los seres y las cosas no me son tan sagrados. Ojalá no manchara ninguna cosa, aunque estuviera enteramente convertida en barro. No manchar nada ni siquiera con mi pensamiento. Ni siquiera en los peores momentos destruiría una estatua griega o un fresco de Giotto. ¿Por qué, entonces, otra cosa? ¿Por qué, por ejemplo, destruiría un instante de la vida de un ser humano que podría ser un instante de felicidad?

Imposible perdonar al que nos ha hecho un mal, si ese mal nos rebaja. Hay que pensar que no nos ha rebajado, sino que nos ha revelado nuestro nivel verdadero.

Deseo ver sufrir a otro exactamente lo que sufrimos. Y, por eso, los rencores de los miserables, salvo en los períodos de inestabilidad social, se dirigen hacia sus semejantes.

Es un factor de estabilidad social.

Tendencia a difundir el sufrimiento fuera de una. Si, por exceso de debilidad, no podemos provocar piedad o hacer mal a otro, hacemos mal a la representación del universo en él.

Todo lo bello y bueno aparece entonces como una injuria.

Hacer el mal al otro es recibir algo por eso. ¿Qué? ¿Qué ganamos (que deberemos pagar a su vez) cuando hicimos el mal? Hemos crecido. Nos hemos extendido. Hemos llenado un vacío dentro de nosotros creándolo en otro.

Poder hacer el mal a otro impunemente —por ejemplo, descargar la ira sobre un inferior que está obligado a callarse— es ahorrarse un gasto de energía, gasto que el otro debe asumir. Lo mismo ocurre con la satisfacción ilegítima de un deseo cualquiera. La energía que economizamos así se degrada de inmediato.

Perdonar. No podemos. Cuando alguien nos hizo un mal, se suceden reacciones dentro de nosotros. El deseo de venganza es un deseo de equilibrio esencial. Buscar el equilibrio en otro plano. Hay que ir uno mismo hasta ese límite. Ahí tocamos el vacío (ayúdate, el cielo te ayudará…).

Dolores de cabeza. En un momento determinado el dolor disminuye proyectándolo en el universo, pero en un universo alterado; el dolor es más vivo una vez que vuelve a su lugar, pero algo en mí no sufre y queda en contacto con un universo no alterado. Obrar así con las pasiones. Hacerlas bajar, llevarlas a un punto y desinteresarse de ellas. Tratar así, especialmente, todos los dolores. Impedir que se aproximen a las cosas.

La búsqueda de equilibrio es mala porque es imaginaria. La venganza. Incluso si de hecho se mata o tortura al enemigo, es, en cierto sentido, imaginaria.

El hombre que vivía para su ciudad, sus amigos, para enriquecerse, mejorar su situación social, etc. Una guerra y se lo llevan como esclavo, y a partir de entonces y para siempre, debe agotarse, hasta el límite extremo de sus fuerzas, solamente para existir.

Eso es atroz, imposible y tan así que no hay fin, por miserable que sea, al que no se aferre, aunque más no sea para castigar al esclavo que trabaja a su lado. No hay lugar para elegir los fines. Cualquier cosa es como una rama para el que se ahoga.

Aquellos cuya ciudad había sido destruida y que eran llevados como esclavos no tenían ni pasado ni porvenir: ¿qué objetos llenaban sus mentes? Mentiras y de las más ínfimas; las codicias más lastimosas; quizá más dispuestos a ser crucificados por robar un pollo antes que a la muerte en combate por defender su ciudad. Incluso con seguridad, o bien esos atroces suplicios no hubieran sido necesarios.

O bien era necesario poder soportar el vacío en el pensamiento.

Para tener la fuerza de contemplar la desgracia cuando se es desgraciado, es necesario el pan sobrenatural.

El mecanismo por el cual una situación demasiado dura se rebaja consiste en que la energía suministrada por los sentimientos elevados es, generalmente, limitada; si la situación exige que vayamos más lejos de ese límite, hay que recurrir a sentimientos bajos (miedo, codicia, ambición de obtener récords y honores exteriores) más ricos en energía.

Esta limitación es la clave de muchas vueltas atrás.

Tragedia de los que, siguiendo, por amor al bien, un camino en el que hay que sufrir, al final de cierto tiempo llegan a su límite y se envilecen.

Piedras en el camino. Tirarse sobre la piedra, como si, a partir de una cierta intensidad de deseo, esta debiera dejar de existir. O pasar como si uno mismo no existiera.

El deseo encierra el absoluto. Y si fracasa (una vez agotada la energía), lo absoluto se transfiere al obstáculo. Estado de ánimo de los vencidos, de los oprimidos.

Comprender que todas las cosas tienen un límite que no podemos rebasar (o muy poco) sin ayuda sobrenatural, pagándolo enseguida con un terrible abajamiento.

La energía liberada por la desaparición de objetos que constituían móviles siempre tiende a caer más bajo.

Los sentimientos bajos (envidia, resentimiento) son energía degradada. Toda forma de recompensa constituye una degradación de energía.

El contento de sí, luego de una buena acción (o de una obra de arte) es una degradación de energía superior. Por eso, la mano derecha debe ignorar…

Una recompensa puramente imaginaria (una sonrisa de Luis XIV) es el equivalente exacto de lo que hemos gastado, pues tiene exactamente el mismo valor de lo que hemos gastado; contrariamente a las recompensas reales que, como tales, están por encima, o por abajo. Solo las ventajas imaginarias suministran la energía para esfuerzos ilimitados. Pero es necesario que Luis XIV sonría de veras; si no sonríe, privación indecible. Un rey solo puede pagar recompensas que, en su mayoría, son imaginarias, de lo contrario terminará insolvente.

Equivalente en la religión a un cierto nivel.

A falta de recibir la sonrisa de Luis XIV, nos fabricamos un Dios que nos sonríe.

O bien, nos pavoneamos a nosotros mismos. Es necesario un premio equivalente. Inevitable como la gravedad.

Un ser amado que decepciona. Le escribí. Imposible que no me responda lo que me dije a mí misma en su nombre.

Los hombres nos deben lo que nosotros imaginamos que nos darán. Perdonarles esta deuda.

Aceptar que sean distintos a las criaturas de nuestra imaginación es imitar el renunciamiento de Dios.

También yo soy distinta de lo que imagino ser. Saberlo es el perdón.

3. Aceptar el vacío

“NOSOTROS CREEMOS POR TRADICIÓN lo que toca a los dioses, y vemos por experiencia en lo que toca a los hombres, que siempre, por necesidad de naturaleza, todo ser ejerce todo el poder de que dispone” (Tucídides). Como el gas, el alma tiende a ocupar todo el espacio que se le ha concedido. Un gas que se retraiga y deje un vacío sería contrario a la ley de la entropía. No ocurre lo mismo con el dios de los cristianos. Es un Dios sobrenatural, mientras que Jehová es un dios natural.

No ejercer todo el poder del que disponemos es soportar el vacío. Eso es contrario a todas las leyes naturales: solo la gracia puede hacerlo.

La gracia colma, pero no puede entrar allí donde hay un vacío para recibirla. Y es ella la que hace ese vacío.

Necesidad de recompensa, de recibir el equivalente de lo que damos. Pero si, violentando esta necesidad, dejamos un vacío, se produce como una corriente de aire, y sobreviene la recompensa sobrenatural. No viene si tenemos otro salario: el vacío la hace venir.

Lo mismo con la cancelación de las deudas (lo que no concierne solo al mal que los otros nos han hecho, sino también al bien que les hicimos). Una vez más, ahí aceptamos un vacío en nosotros mismos.

Aceptar un vacío dentro de sí mismo, eso es sobrenatural. ¿Dónde encontrar la energía para un acto sin contrapartida? La energía debe venir de otra parte. Y, no obstante, es necesario al principio un desgarramiento, algo desesperante, para que se produzca el vacío. Vacío: noche oscura.

La admiración, la piedad (la mezcla de las dos, sobre todo) aportan una energía real. Pero es necesario prescindir de ella.

Hay que estar un tiempo sin recompensa, natural o sobrenatural.

Necesitamos una representación del mundo en que haya vacío con el fin de que el mundo tenga necesidad de Dios. Eso supone el mal.

Amar la verdad significa soportar el vacío y, en consecuencia, aceptar la muerte. La verdad está del lado de la muerte.

El hombre no escapa a las leyes de este mundo más que la duración de un relámpago. Instante de suspenso, de contemplación, de pura intuición, de vacío mental, de aceptación del vacío moral. Por esos instantes es capaz de lo sobrenatural.

Quien soporta un momento el vacío, o bien recibe el pan sobrenatural, o bien cae. Terrible riesgo, pero hay que correrlo. Y lo mismo un momento sin esperanza. Pero no hay que arrojarse en él.

4. Desapego

PARA ALCANZAR EL PLENO desapego no basta la desgracia. Precisamos una desgracia sin consuelos. Ninguna consolación representable. El consuelo inefable baja, entonces.

Perdonar las deudas. Aceptar el pasado sin pedir compensaciones al porvenir. Demorar el tiempo en el instante es también aceptación de la muerte.

“Se ha vaciado de su divinidad”. Vaciarse del mundo. Revestirse con la naturaleza de un esclavo. Reducirse al punto que ocupamos en el espacio y en el tiempo, a nada.

Despojarnos de la realeza imaginaria del mundo. Absoluta soledad. Entonces tendremos la verdad del mundo.

Dos maneras de renunciar a los bienes materiales.

Privarse de ellos en vista de un bien espiritual.

Concebirlos y sentirlos como condiciones de bienes espirituales (ejemplo: el hambre, la fatiga, la humillación oscurecen la inteligencia y dificultan la meditación) y a pesar de todo renunciar a ellos.

Esta segunda especie de renunciamiento es la desnudez de espíritu.

Mucho más los bienes materiales serían apenas peligrosos si aparecieran solos y no ligados a bienes espirituales.

Renunciar a todo lo que no es la gracia y no desear la gracia.

La extinción del deseo (budismo) o el desapego —o el amor fati— o el deseo del bien absoluto, siempre es lo mismo: vaciar el deseo, la finalidad de todo contenido, desear en vacío, desear sin apetecer.

Desapegar nuestro deseo de todos los bienes y esperar.

La experiencia prueba que esta espera es colmada. Se toca entonces el bien absoluto.

En todo, más allá del objeto particular que sea, querer en vacío, querer el vacío. Porque es un vacío para nosotros ese bien que no podemos ni representarnos ni definir. Pero el vacío es más pleno que todas las plenitudes.

Si llegamos ahí, hemos solucionado el problema, ya que Dios colma el vacío. No se trata de ninguna manera de un proceso intelectual en el sentido que lo entendemos hoy. La inteligencia nada tiene que encontrar. Debe despejar. Solo es buena para las tareas serviles.

El bien es para nosotros la nada, ya que ninguna cosa es buena. Pero esa nada no es irreal. Todo lo que existe, comparado con ella, es irreal.

Apartar las creencias colmadoras de vacíos, endulzadoras de amarguras: la inmortalidad; la utilidad de los pecados: etiam peccata; el orden de la providencia en los acontecimientos. En resumen: los “consuelos” que buscamos ordinariamente en la religión.

Amar a Dios a través de la destrucción de Troya y de Cartago, y sin consuelo. El amor no es consolación, es luz.

La realidad del mundo está hecha por nosotros con nuestro apego. Es la realidad del yo que nosotros transportamos a las cosas. No es, de ningún modo, la realidad exterior. Esta solo se puede percibir por un desapego total. Aunque solo quedara un hilito, todavía estaríamos apegados.

La desgracia que obliga a apegarnos a los objetos más miserables pone al desnudo el carácter miserable de ese apego. Por ello aparece más clara la necesidad del desapego.

El apego es fabricante de ilusiones y todo el que quiera lo real debe estar desprendido.

Tan pronto sabemos que algo es real, ya no podemos apegarnos a eso.

El apego no es otra cosa que la insuficiencia en el sentimiento de la realidad. Estamos apegados a la posesión de una cosa porque creemos que, si dejamos de poseerla, cesa de ser. Mucha gente no siente con toda su alma que hay una diferencia absoluta entre el aniquilamiento de una ciudad y el exilio irremediable fuera de ella.

La miseria humana sería intolerable si no estuviera diluida en el tiempo.

Impedir que se diluya para que sea intolerable.

“Y cuando se hubieron saciado de lágrimas” (Ilíada); otro medio de hacer tolerable el peor sufrimiento.

No hay que llorar para no ser consolado.

Todo dolor no desapegado es dolor perdido. Nada más atroz, frío desierto, alma retorcida en sí misma. Ovidio. Esclavos de Plauto.

No pensar nunca en una cosa o en un ser que amamos y que no tenemos ante los ojos sin pensar que quizá esa cosa ha sido destruida o ese ser ha muerto.

Que este pensamiento no disuelva el sentimiento de la realidad, sino que lo haga más intenso.

Cada vez que decimos: “Hágase tu voluntad”, representarnos todos los males posibles juntos.

Dos maneras de matarse: suicidio o desapego.

Matar con el pensamiento todo lo que amamos: única manera de morir. Pero solamente lo que amamos. El que no odia a su padre, a su madre… Pero amen a sus enemigos).

No desear que aquello que amamos sea inmortal. Ante un ser humano, sea quien sea, no desear ni que sea inmortal ni que esté muerto.

El avaro, por deseo de su tesoro, se priva de él. Si se puede poner todo el bien en una cosa escondida en la tierra, ¿por qué no en Dios?

Pero cuando Dios se ha hecho tan pleno de significación como el tesoro para el avaro, entonces repetirse fuertemente que no existe. Comprobar que lo amamos, incluso si no existe.

Es él quien, por la operación de la noche oscura, se retira con el fin de no ser amado como el tesoro del avaro.

Electra llorando a Orestes muerto. Si amamos a Dios pensando que no existe, manifestará su existencia.

5. La imaginación colmadora

LA IMAGINACIÓN SE AFANA continuamente por cerrar todas las hendiduras por donde pasaría la gracia.

Todo vacío (no aceptado) produce odio, acritud, amargura, rencor. El mal que deseamos a lo que odiamos, y que imaginamos, restablece el equilibrio.

Los milicianos del Testamento español