Sobre la belleza - Simone Weil - E-Book

Sobre la belleza E-Book

Simone Weil

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Beschreibung

Intelectual precoz, fervorosa política, comprometida con el sufrimiento ajeno, atada a la realidad de su época no solo por sus ideas, sino también por sus manos y su corazón, Simone Weil era, además, una buscadora de la belleza. O, más bien, una admiradora de ese misterio, como ella misma la definió, aunque ello no le impidió tratar de comprenderla y registrarla en sus escritos. En un ejercicio de búsqueda apasionada, Pau Matheu, filósofo y experto en la obra de Simone Weil, ha seleccionado y traducido pasajes que la intelectual francesa dedicó a la belleza: a describirla, a observarla, a intuirla, a intentar asirla para luego dejarla libre, como corresponde. Una recopilación distinta, única y exquisita que nos acerca a Weil de un modo singular y, con suerte, trae algo de redención a los años oscuros que le tocó vivir.

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Sobre la belleza

SIMONE WEIL

Traducción y selección de textos de Pau Matheu Ribera

Prólogo de Carmen Revilla Guzmán

Primera edición en esta colección: febrero de 2024

© de la traducción y la selección de textos, Pau Matheu Ribera, 2024

© del prólogo, Carmen Revilla Guzmán, 2024

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2024

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-10079-25-0

Diseño de cubierta: Sara Miguelena

Realización de cubierta y fotocomposición: Grafime

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

ÍNDICE

Prólogo de Carmen Revilla GuzmánBelleza y finalidadBelleza y necesidadBelleza y amor de DiosBelleza y desdichaBelleza y alegría puraBelleza y misterioBelleza y verdadBelleza y fragilidadBelleza y moralLa belleza y la civilización occidentalAperturas a la belleza del mundoBelleza y cienciaBelleza y arteBelleza y trabajoLa belleza y las necesidades del almaBelleza y orden social

PRÓLOGO

Simone Weil es una autora difícilmente clasificable. Para ella, la filosofía tiene que ver con el obrar; es pensamiento que se traduce en una acción, capaz de reconocer la necesidad que la realidad impone, evitando las ilusiones y engaños de la imaginación. Las experiencias que voluntariamente vivió la enfrentaron a la realidad como límite y contradicción ante nuestra capacidad de actuar y esas a veces breves —pero muy intensas y ricas en consecuencias creadoras— treguas que jalonan su existencia vienen a ser fases necesarias y decisivas en la elaboración de su pensamiento: son momentos de detenimiento y atención a lo real en los que la actitud que adopta es la que corresponde, exactamente, a la contemplación de la belleza, uno de los grandes temas weilianos, contrapunto de la experiencia de la desdicha (malheur).

Siguiendo su biografía se ve cómo su vocación filosófica, que es vocación de comprender, transmitir e intervenir, se fragua en la adolescencia, cuando adquiere la certeza de que la atención y el deseo abren la entrada al reino de la verdad. Muy pronto, sin embargo, percibe la cara dolorosa de la verdad: la desdicha de los seres humanos, sometidos a la necesidad implacable de un mundo regido por la fuerza. Decidida, desde muy joven, a situarse «en el corazón de la realidad», participa en círculos de discusión y acción política, acude a las fábricas y trabaja en ellas, observa el impacto de las situaciones socioeconómicas en la vida de los ciudadanos, interviene en la guerra… y todo esto le sirve para forjar un diagnóstico, extremadamente lúcido e implacable, de su presente y de las condiciones de vida en las que se desarrolla la existencia: el sometimiento al mecanismo necesario y ciego de la fuerza, que rige el mundo natural y también la vida social, hace de los seres humanos seres esencialmente frágiles y vulnerables, expuestos siempre a la desdicha y sujetos a múltiples necesidades, que han de ser cubiertas para conservar su dignidad. Estas necesidades, sin embargo, nos ponen en contacto justamente con lo que nos falta, algo que, en ocasiones, irrumpe en este mecanismo, deteniéndolo e incluso invirtiendo su dirección. Paralelamente, sus lecturas de obras literarias de primer orden, su estudio de la historia y de la ciencia, y el cultivo de su sensibilidad ante la belleza del mundo y del arte van contribuyendo a convencerla de que ese algo, «infinitamente pequeño», es también muy real y puede ser atraído, reconociendo que lo que no se tiene se recibe, y dirigiendo a ello el deseo y la atención. Por eso, escribirá, «no prestar atención a la belleza del mundo merece el castigo de la desdicha».

Ciertamente, nada en la biografía de Simone Weil es ajeno a la decisión teórica de atender a lo real y al compromiso ético y político de transformarlo; el contacto con la realidad va fraguando en ella una idea de la misma que, proporcionándole «certezas experimentales», le hace percibir las exigencias que impone. A partir de su formación intelectual y de la experiencia política, que adquiere ya desde sus años de estudiante y de actividad sindical, obtiene una imagen precisa de la dinámica del mundo humano, análoga a la del mundo natural y regida también por la fuerza; la experiencia del trabajo en las fábricas, decisiva en el replanteamiento de sus perspectivas, corroborará, matizándolo, este convencimiento. En la guerra encontrará un escenario privilegiado en el que observar lo que son de hecho las condiciones de existencia, por la fidelidad con la que ahí se muestran la presencia de la fuerza y sus efectos en los seres humanos, siempre sometidos al riesgo de cosificación que el contacto con esta produce, así como a la seducción de la mentira y el sueño, formas de defensa ante su impacto que velan la posibilidad misma de ver. Sobre este fondo, la experiencia mística supondrá el reconocimiento de un elemento sobrenatural en el mecanismo de la realidad, que quedaría así en suspenso, de tal manera que el proyecto político en el que trabajará hasta el final solo adquiere sentido «a la luz de lo sagrado», como factor que queda incorporado e integrado en su descripción de lo que es y en su programa de lo que debería ser.

Su existencia y el desarrollo de su pensamiento giran en torno a dos grandes ejes biográficos y teóricos —la vida política y la religión— que se cruzan. Como he indicado en otras ocasiones, este cruce es, en mi opinión, el aspecto más personal y representativo de su aportación, aunque también quizás el más problemático. Su contribución, recogida en una heterogénea pluralidad de textos, es, en último término, un proyecto político de renovación radical de la realidad social, basado en una elaborada concepción de la realidad que incorpora lo sagrado. Esta incorporación es consecuencia de una experiencia que le proporciona la certeza de su presencia, que consigue articular con sus reflexiones teóricas y políticas anteriores, y, sobre todo, que se da en el marco de una experiencia de la belleza, contrapunto de la de la desdicha (malheur), esto es, de la experiencia de la implacable dinámica de la realidad.

Se diría que en la vida y en la obra de Simone Weil se percibe desde el inicio —por su voluntad de exponerse en el contacto con la realidad y por la importancia que concede a la atención y al deseo como forma de atraer algo, casi imperceptible pero radicalmente nuevo y diferente— una predisposición a lo sagrado que, a partir de la experiencia también, se hará explícito: lo sagrado es, desde entonces, un orden de realidad sobrenatural y todo lo que en el mundo natural pueda tener un contacto con ella, habitualmente por su ausencia, porque se echa en falta, pero también porque deja su huella en la belleza del orden del mundo. El elemento religioso se incorpora así a su concepción de la realidad, entendida como proceso material regido por leyes necesarias, cuya mecánica preside los comportamientos humanos, y en la que es sobrenatural aquello que suspende el ejercicio de la fuerza y detiene su funcionamiento degradante.

La complejidad de la obra de Simone Weil admite una pluralidad de puntos de vista a la hora de leerla; exige, por ello mismo, un permanente esfuerzo de movilidad, de cambio de planos; en este sentido, el tema de la belleza constituye una perspectiva privilegiada.

De la belleza, sin embargo, nos dice que es un misterio. Sabemos que es perceptible en la naturaleza —puesto que corresponde al orden del mundo— y en el arte que nace de la inspiración —no del talento del artista y menos aún del artificio—. Sabemos también que acompaña la fragilidad y es gratuita; que alimenta, proporcionando una energía positiva; que se revela en la alegría, y que es objeto de una forma de deseo que no busca la apropiación. En definitiva, la belleza hace del universo una «patria», un medio en el que la vida propiamente humana es posible.

CARMEN REVILLA GUZMÁN

BELLEZA Y FINALIDAD1

1928

Las propiedades del círculo, como la de ser el lugar de los vértices de un triángulo del que vienen dados la base y el ángulo del vértice, no están contenidas de ningún modo en su definición, porque no podemos extraerlas de ella, aunque podamos demostrarlas. Esta propiedad, aunque demostrada, aparece como un hallazgo maravilloso, porque, cuando formé la idea del círculo, no podía preverla de ningún modo. Ahora bien, es en esos hallazgos, si hay que creer a Kant, donde reside la belleza de la geometría, siendo definida la belleza por un acuerdo milagroso entre la necesidad y la finalidad; este acuerdo se encuentra ciertamente en esta propiedad, que resuelve mediante el círculo un problema relacionado con el triángulo. La unidad que busca la razón se refleja en estos hallazgos, a los que somos llevados por una cadena de deducciones que en ningún caso tiene como fin dar satisfacción a la razón. Por ese motivo, las ideas matemáticas son objeto de una especie de veneración.2

1942

La belleza es la única finalidad de aquí abajo. Es una finalidad que no contiene ningún fin, como bien dijo Kant.3 Una cosa bella no contiene ningún bien, excepto ella misma en su totalidad, tal como se nos aparece. Vamos hacia ella sin saber qué pedirle. Ella nos ofrece su propia existencia. No deseamos otra cosa, la poseemos, y, no obstante, aún la deseamos. Ignoramos totalmente qué es lo que deseamos. Querríamos ir detrás de la belleza, pero ella es solo superficie. Es como un espejo que nos retorna nuestro propio deseo de bien. Es una esfinge, un enigma, un misterio dolorosamente irritante. Querríamos alimentarnos de ella, pero es objeto únicamente de nuestra mirada, solo aparece a cierta distancia.4

Justamente por el hecho de no contener ningún fin, la belleza constituye, aquí abajo, la única finalidad. Porque aquí abajo no hay fines. Todas las cosas que tomamos como fines son en realidad medios. Es una verdad evidente. El dinero es un medio para comprar, el poder es un medio para mandar. Es así, de un modo más o menos visible, con todo lo que llamamos bienes.

Solo la belleza no es un medio para otra cosa. Únicamente ella es buena en sí misma, pero no encontramos ningún bien en ella. En ella misma, parece ser una promesa y no un bien. Pero no da otra cosa que sí misma, no da nunca otra cosa.

Sin embargo, como ella es la única finalidad, está presente en todas las empresas humanas. Aunque todas ellas persiguen únicamente medios —porque aquí abajo solo existen medios—, la belleza les da un resplandor que los colorea de finalidad. Sin ese resplandor no podría haber deseo, ni, por ello, tampoco energía para la acción.5

Todos los hombres, incluso los más ignorantes, incluso los más viles, saben que solo la belleza tiene derecho a nuestro amor. También los más auténticamente grandes lo saben. Ningún hombre está por encima o por debajo de la belleza. Las palabras que expresan la belleza vienen a los labios de todos cuando quieren alabar aquello que aman. La única diferencia es que algunos la saben discernir mejor que otros.6

Los distintos tipos de vicio, el uso de estupefacientes en el sentido literal o metafórico del término, constituyen la búsqueda de un estado en el que la belleza del mundo devenga sensible. El error consiste precisamente en buscar un estado especial. También la falsa mística forma parte de ese error. Si el error se encuentra en el alma de un modo suficientemente profundo, el hombre no puede no sucumbir a él.

De una manera general, todos los apetitos de los hombres, desde los más culpables hasta los más inocentes, desde los más comunes hasta los más singulares, están relacionados con un conjunto de circunstancias o un entorno en el que los hombres creen tener acceso a la belleza del mundo. La predilección por uno u otro conjunto de circunstancias se debe al temperamento, a las trazas de la vida pasada y a causas que normalmente son imposibles de conocer.7

Solo hay un caso, que por otro lado es frecuente, en el que la atracción del placer sensible no es la del contacto con la belleza: cuando, al contrario, proporciona un refugio contra ella.

El alma solo persigue el contacto con la belleza del mundo o, a un nivel más elevado, con Dios; pero, al mismo tiempo, huye de ese contacto. Cuando el alma huye de algo, huye siempre o bien del horror de la fealdad o bien del contacto con lo que es verdaderamente puro. Porque todo lo mediocre huye de la luz;8 y en todas las almas, excepto en aquellas que están próximas a la perfección, hay una gran parte mediocre. Esa parte cae presa del pánico cada vez que aparece un poco de belleza pura, de bien puro; se esconde detrás de la carne, la utiliza como velo. Así como un pueblo guerrero, para tener éxito en sus conquistas, necesita realmente recubrir su agresión con un pretexto cualquiera —siendo la calidad del pretexto, por otro lado, totalmente indiferente—, así mismo la parte mediocre del alma necesita un ligero pretexto para huir de la luz. La atracción del placer o el miedo del dolor le proporcionan ese pretexto.9

De todos modos, la preocupación por la belleza del mundo, percibida bajo imágenes más o menos deformes o embrutecidas, nunca está ausente de ninguna de las ocupaciones humanas, sea la que sea. Por ese motivo, no hay en la vida humana ninguna región que pertenezca únicamente al ámbito de la naturaleza. Lo sobrenatural se encuentra secretamente presente en todas partes; la gracia y el pecado mortal están presentes en todas partes bajo mil formas diversas.