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¿Te has preguntado alguna vez qué pasaría si solo midieras unos centímetros y tuvieras que vivir escondiéndote de las personas «grandes»? Después de su primera misión, Sasa se ha ganado el respeto de su clan, sin embargo, todavía no están a salvo, quedan aún muchos misterios por resolver y los laboratorios LAEXHU siguen suponiendo una amenaza para los rastreadores. Sasa y Film están dispuestos a hacer algo más que esconderse, aunque eso suponga internarse en el bullicio de la ciudad. Los dos hermanos, junto con el intrépido Pulga, se enfrentarán a bestias rabiosas, equilibrismos sobre el vacío y máquinas extrañas. ¿Serán capaces de demostrar que esta aventura no les queda grande? «El poder oculto» es la segunda novela de la saga «Los rastreadores», escrita por Mara Blefusco y poblada de personajes tan entrañables y valientes.
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Seitenzahl: 237
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Mara Blefusco
LOS RASTREADORES 2
Saga
El poder oculto
Imagen en la portada: Midjourney
Copyright ©2021, 2023 Mara Blefusco and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728499542
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
Cuando se encendió la luz, el hombre ahogó un grito. Su mujer arrugó la nariz y alzó la barbilla, sin ocultar el disgusto. Santi carraspeó y trató de sonar animado.
—Bueno, como pueden ver, el restaurante es amplio y tiene una buena distribución.
—Ya veo. Es ideal para acumular basura. Parece un vertedero —contestó la mujer con una mirada de desdén. Buscó un pañuelo en su bolso y se lo tendió a su marido—. Toma, querido. Mi marido es muy aprensivo con la suciedad.
—¡No es nada que no se pueda arreglar con una fregona y un poco de lejía! —Santi, el joven agente inmobiliario, intentó mantener la sonrisa, pero notaba el sudor acumularse en su frente.
Llevaba poco tiempo en la empresa. Su último trabajo, en aquel supermercado en el que las cosas parecían moverse solas, le ponía los pelos de punta. Por eso lo dejó en cuanto tuvo ocasión. Se suponía que trabajar para la inmobiliaria iba a ser mejor, ¡pero ese restaurante era un desastre! Su jefa le iba a echar una bronca monumental si tampoco lograba vendérselo a esos clientes.
Pero ¿cómo iba a hacerlo? ¡El sitio siempre estaba hecho un asco! Parecía que las manchas de la pared tenían vida propia y se multiplicaban entre visita y visita. Santi se fijó en la mugre que se acumulaba en las esquinas. ¡Habría jurado que, cuando esa misma mañana había intentado adecentarlas, no estaban así!
—La cocina está totalmente equipada.
—¿Para preparar comida basura? —protestó el señor, con los ojos lagrimeando y la nariz enterrada en el pañuelo—. ¡Nosotros nos dedicamos a la alta cocina francesa!
—Por supuesto —murmuró Santi—. Y por eso creo que les puede interesar. El local es muy espacioso y está en el corazón de la ciudad. ¡Ideal para que los mejores clientes reserven una mesa después de pasear por el centro!
—Nuestros clientes se morirían de vergüenza si tuvieran que poner un pie aquí dentro —refunfuñó la señora, pero siguió con la visita. Después de todo, el restaurante era muy barato y Santi no mentía: estaba situado en una de las calles más codiciadas.
—Como pueden ver, los aseos son amplios y…
El grito agudo del señor le hizo dar un respingo. Cuando se giró él también soltó un grito. Un montón de arañas de patas finas y largas salían del grifo del lavabo y correteaban por las paredes del baño. Parecían un grupo de alegres niños que se iban de excursión.
—¡Vámonos de aquí! —vociferó la mujer, que sacaba a rastras a su marido—. ¡Esto es repugnante! ¡No pienso volver a llamar a esta inmobiliaria!
«No es usted la única», parecía pensar el pobre Santi, que cerró de un portazo y se aseguró de darle las tres vueltas a la llave. Esperaba no tener que volver a ese sitio en mucho tiempo.
________
Quienes también lo esperaban eran los rastreadores que, tan pronto como se cerró la puerta, estallaron en vítores. El clan de los Mopa salió de sus escondites entre gritos de alegría y suspiros de alivio. Eran exactamente iguales que los humanos que vivían en las calles, a excepción de un pequeño detalle: y es que el rastreador más alto de todo el clan cabía (y de sobra) dentro de un vaso de agua.
Todos ellos festejaban que, una vez más, habían logrado librarse de los molestos humanos. Todos excepto la chica pelirroja, que no se unió a la celebración: simplemente apoyó las manos en la cadera, sin esconder una gran sonrisa de orgullo.
—Buen trabajo, Sasa —reconoció Delia, entre jadeos.
Su antigua enemiga había llegado trepando hasta el lavabo. Sasa se acercó y le tendió la mano para que pudiera terminar de subir.
—No hacía falta, pero gracias —murmuró Delia agarrándose a ella.
—Ya… —Sasa se mordió la lengua para no reír.
Delia tomó aliento y se estiró, tratando de fingir que no le había costado ningún esfuerzo. Intentaba ser la imagen de la perfección. Por eso se apresuró a limpiarse el sudor de la frente y peinarse con los dedos su melena larga y rubia. Luego continuó hablando:
—Ya sabes que la idea de adiestrar arañas me sigue pareciendo asquerosa, pero reconozco que es efectiva.
—Tanto como el trabajo de la Patrulla Apestosa para dejarlo todo hecho una porquería —respondió Sasa, divertida.
—Patrulla Disuasoria —corrigió Delia, con las cejas alzadas y expresión digna—. Nuestra labor es muy importante. Vengo a ocuparme personalmente de que el moho se agarre bien a estas paredes.
Sasa se rio entre dientes. Parecía increíble que, hacía solo unos meses, todos la consideraran la más trasto e irresponsable de los Mopa. Había tenido que rescatar a un clan entero, el de los Embajadores, para que se la empezara a tomar en serio. Aún tenía trece años, sí, y sabía que le quedaba mucho para ser adulta, pero había demostrado saber arreglárselas sola y ser muy útil para los suyos.
Las arañas regresaban a las tuberías. Sasa estaba más que satisfecha: su misión había terminado con éxito. Se despidió de Delia con un gesto y corrió hasta el borde para dar un salto al vacío. Habían hecho agujeros para ayudarse a subir por detrás del lavabo, pero ¡no le hacía falta la ayuda de nadie!
Aterrizó en el toallero y lo recorrió manteniendo el equilibrio. Cuando alcanzó la otra punta, tomó impulso y saltó de nuevo, para aterrizar en el rollo de papel higiénico que colgaba de la pared. Se agarró con ambas manos al trozo de papel y se dejó caer al suelo. El papel higiénico se fue desenrollando hasta que Sasa aterrizó, sana y salva, al lado del váter. ¡La emoción ante una misión siempre la llenaba de energía, energía que no sabía cómo gastar!
—Algún día te partirás la crisma, Sasa —la regañó Tiara, la sanadora del clan, pero ni siquiera ella parecía preocupada de verdad.
Sasa se había ganado el respeto de los Mopa, ¡y eso le sentaba de maravilla! No podía evitar estar de buen humor. Sobre todo esa tarde: y es que su madre regresaba de una de sus misteriosas misiones. No es que Hilota se lo pusiera fácil, ¡al contrario! Sasa había aprendido que era más sencillo ganarse el respeto de un clan que el de su propia madre, que, a veces, la seguía tratando como si fuera una niña pequeña. Pero aun así tenía muchas ganas de volver a verla.
Sasa trotó por el restaurante asiático. Se habían asentado allí después de escapar por los pelos de un peligroso grupo de humanos. El grupo en cuestión se llamaba LAEXHU y conocían la existencia de los rastreadores. Eran los mismos que habían capturado a los Embajadores, ¡hasta que Pulga y ella lograron rescatarlos!
A veces, Sasa echaba de menos a su amigo. Había vuelto su mundo del revés. Gracias a él, había descubierto la existencia de un misterioso quinto clan de rastreadores: los Mensajeros, que tenían ideas muy distintas a los otros cuatro. Sasa había vivido una aventura inolvidable con Pulga, y le daba rabia no poder compartirla con nadie. «Es mejor que no sepan nada de esa tribu de salvajes», le había dicho su madre. Sasa aceptó a regañadientes. Era verdad que hablar de Pulga podría complicar las cosas. ¿Cómo reaccionarían todos al descubrir que había un quinto clan?
Pero le gustaría volver a verlo pronto.
________
El clan de los Mopa había mejorado mucho en los meses que llevaban en el restaurante. En vez de vivir en tiendas de campaña hechas con servilletas y palillos o envases de comida para llevar, habían reconstruido su ciudad en la cocina. Las estanterías eran perfectas para hacer pisos de viviendas. Los Mopa habían trabajado sin descanso montando las paredes de plástico y cartón, abriendo ventanas y puertas y decorando cada una de las casas para convertirlas en un hogar. Sasa se sentía orgullosa de haber colaborado, aunque no tenía la vena artística de Trevor y Rope, amigos de Delia que habían pintado murales impresionantes.
Incluso había un pequeño parque en la parte baja del almacén a la que llegaba la luz. La encargada de cuidarlo era Neta, que seguía siendo vecina de Sasa y había demostrado tener muy buena mano con las plantas. El jardín tenía plantas con nombres tan divertidos como lengua de suegra o árbol de jade, y a los Mopa más pequeños les encantaba jugar en el parque que habían montado con juguetes para hamsters y columpios de canarios.
La nueva ciudad estaba bastante cerca del gran frigorífico, lo que les facilitaba mucho el almacenamiento de comida, y también contaba con tuberías que les llevaban agua. Aunque Sasa echara un poco de menos su antiguo hogar, tenía que reconocer que habían salido ganando con el cambio.
Su casa estaba en la balda superior de la estantería. Habían construido una larga escalera de mano con palillos y cordel, pero Sasa no lo necesitaba. Siempre había sido una rastreadora ágil, pero, ahora que (¡al fin!) podía entrenar en serio, sentía que no había dificultad capaz de detenerla.
Sasa trepó por la base de madera y se balanceó para caer en el tejado de la casa de Forbul, el insufrible guardia que no la soportaba. Antes de que el Mopa más engominado de todo el clan pudiera salir a ver qué había pasado, Sasa ya había saltado a la balda superior. El hilo dental que usaban para tender la ropa era lo bastante fuerte para sostenerla, así que lo utilizó para darse impulso y seguir trepando.
Aunque jadeaba al llegar a su balda, Sasa esbozaba una sonrisa enorme. ¡Estaba segura de que acababa de batir su propio récord! Una pena que no hubiera nadie para verlo. Inspiró profundamente y se permitió unos segundos para contemplar su clan desde lo alto.
Tener un lugar en el que estar a salvo era una sensación maravillosa. Saber que ella había ayudado a hacerlo posible era aún mejor.
Más tranquila, Sasa echó a andar hacia su casa, en la parte más alejada de la balda.
—Sasa de los Mopa, ¿otra vez metiéndote en líos? —preguntó una voz a su espalda.
Sasa se giró sin esconder la sonrisa.
—Esta vez me he portado mejor que nunca, mamá.
Hilota llevaba una pesada mochila a la espalda y caminaba con pasos rápidos a pesar de la expresión de cansancio. Sasa se acercó a ella.
—¿Te ayudo?
—No hace falta. Ya casi estamos en casa. ¿De verdad que no voy a escuchar una sola queja sobre ti?
—¿Es que no confías en mí? —bromeó Sasa.
—Estoy demasiado acostumbrada a que me reciban con la lista de normas que te has saltado mientras estaba fuera.
—Eso era cuando no me dejaban hacer nada —se defendió la chica, y le sostuvo la puerta a su madre.
Hilota dejó la mochila en el suelo y se sentó en el servilletero que habían convertido en un sofá de su tamaño, con un suspiro. Sasa se acercó a la mochila con pasitos pequeños, pero, por muy cansada que estuviera, su madre siempre parecía tener mil ojos en todas partes:
—Ni se te ocurra, Sasa. Mis misiones siguen siendo confidenciales.
—¡Venga ya! Si ya sé lo que haces… ¡Conozco todos los secretos! Como la existencia de los Mensajeros, aunque nadie sospeche que en realidad somos cinco clanes…
—Y así tiene que seguir —le advirtió su madre, cruzándose de brazos.
—Pero… no es justo. ¿Por qué les ocultamos la verdad? Tienen derecho a saberla.
—Es más complicado que eso. La Voz tiene sus motivos.
La Voz, la autoridad máxima del clan Mopa, decidía lo que debían hacer y se la obedecía sin discusión. A Sasa no le agradaba demasiado. Después de todo, era la representante de todas las normas. Y ahora que sabía que les había ocultado tantas cosas, ¡le caía aún peor! En su viaje había descubierto que cada clan tenía su propia Voz, y todas parecían igual de antipáticas.
Su madre se levantó para ir a la cocina y evaluó la casa con la mirada.
—Cualquiera diría que no habéis limpiado esto desde que me fui.
—Yo lo hice cuando me tocó —respondió Sasa, lo cual era bastante parecido a la verdad—. Gorgoj se ha saltado su turno. Díselo a él.
—¿Y Film? —Había una nota de preocupación en su voz—. ¿Ha estado bien?
—Claro que sí. No tiene nada que ver con el niño asustado que era antes. Ha crecido mucho. ¡Y no solo de tamaño!
—¿Hablando de mí a mis espaldas?
El aludido bajó las escaleras y le dio un abrazo enorme a su madre. El hermano más pequeño de la familia había dado un estirón en los últimos tiempos, y ya superaba el hombro de Sasa. Pero ese no era el cambio más grande. Tras la desaparición de su padre, Film se había convertido en un niño tímido que vivía atemorizado. Había estado meses sin hablar, y parecía asustado cada vez que salía de su cuarto. Pero, a pesar de todo, había seguido a Sasa en su aventura por el gigantesco mundo de los humanos para encontrar a su madre.
El viaje le había ayudado a crecer. Había perdido su miedo y esa inseguridad que le hacía caminar encogido y con la mirada baja. Por lo demás, seguía siendo el mismo: igual de amable y cariñoso.
—Me alegro mucho de que estés en casa —dijo, aún abrazado a su madre.
—Y yo de estar de vuelta —respondió Hilota dándole un beso en la cabeza—. Espero que hayas hecho algo más que estar encerrado entre pantallas y cables. ¿Has salido a pasear, para que te dé el aire?
—No demasiado —confesó Film. Siempre lo habían fascinado todas las cosas relacionadas con la informática, y, aunque hubiera perdido el miedo, prefería pasarse horas y horas jugueteando con sus máquinas.
—Pues ahora que he vuelto se acabó eso de estar todo el día encerrado. ¡Parecéis polos opuestos, una no para en casa y el otro podría vivir perfectamente sin pisar la calle!
—¿Ves? Uno de cada tipo —respondió Sasa, divertida—. No sé de qué te quejas.
—¿Y dónde está vuestro hermano mayor?
—En los túneles de emergencia. Últimamente trabaja día y noche. Pero dijo que hoy estaría de vuelta para la cena.
—Bien. Da gusto tener a toda la familia reunida en casa.
—A casi toda la familia —apuntó Sasa.
Su madre le lanzó una mirada de advertencia. Sabía por qué lo decía y no le gustaba la idea.
—Sasa, no empieces con eso.
—Pero...
—Pero nada. A mí también me gustaría pensar que tu padre va a volver algún día, pero no es así.
—¿Por qué no me crees?
—¡Porque tu padre está muerto! —exclamó Hilota, elevando la voz.
Sasa torció el gesto. Su madre se negaba a creer que se hubiera reencontrado con su padre, sobre todo desde que decidió acompañarla a ver los laboratorios de LAEXHU, en los rascacielos. No encontraron nada allí. Ni un solo científico, ni las celdas diminutas, ni ninguna de esas máquinas. Y, por supuesto, tampoco había ni rastro de su padre.
Los Embajadores a los que habían rescatado estaban demasiado confusos para decir nada con seguridad, pero ¿acaso Sasa no había tenido razón en todo lo demás? ¿Por qué a su madre le costaba tanto confiar en ella?
—Lo vi con mis propios ojos. ¡Me sacó del laboratorio! ¡Era humano! —insistió.
—¿No te das cuenta de que eso es IMPOSIBLE? —Hilota terminó la pregunta en un grito y se apoyó en la mesa de la cocina, hecha con un túper, para calmarse—. Lo siento, Sasa. Entiendo que quieras creerlo y que la imaginación te haya jugado una mala pasada. Yo también lo echo de menos. Pero eso es imposible. Por no hablar de que, si un humano te hubiera mirado directamente, te habrías convertido en polvo.
—No me he imaginado nada, mamá —respondió Sasa con el ceño fruncido—. ¡Estoy harta de que seas la persona que menos confía en mí!
Se marchó de la cocina antes de que pudiera retenerla. Sasa salió de casa con los puños apretados y los brazos tan tensos que le temblaban. ¡Sabía que el que la había salvado era su padre, lo sabía! Tenía ese momento muy claro en sus recuerdos: Pulga guiaba a los Embajadores por las tuberías, ella se tuvo que quedar atrás para cubrirles las espaldas. La huida precipitada de LAEXHU, el miedo a desintegrarse cuando un humano la encontró… Y la emoción, aquella emoción tan fuerte que ni siquiera podía ponerle palabras, cuando reconoció a su padre, supuestamente muerto años atrás, en el cuerpo de un gigante.
—No me lo imaginé —murmuró para sí, molesta.
Ojalá pudiera volver a hablar con Pulga. Sabía que él no dudaría de ella.
Alzó la cabeza cuando escuchó unos pasos. Film se sentó a su lado.
—Yo sí que te creo —dijo tras unos momentos de silencio.
—¿De verdad? ¿O solo lo dices para que me quede contenta?
—No mentirías con eso. Además, yo estaba con papá el día que, según dicen, aquel gato se lo comió. Pero no recuerdo nada. Pudo haber pasado otra cosa.
—Gracias. —Sasa logró esbozar una pequeña sonrisa para su hermano, que se la devolvió con ganas.
—Te acabará escuchando. Solo necesita un poco de tiempo. Son muchas cosas de golpe. Y los padres siempre se creen que tienen que saber más que los hijos.
Sasa asintió. Al menos tenía a Film de su parte. Solo se lo había contado a su madre y sus hermanos, y Gorgoj tampoco la creía. Tenía terminantemente prohibido hablar con cualquier otra persona de lo que le había pasado, a pesar de lo importante que era. Incluso estaría dispuesta a hablar con la Voz, pero justo en aquel momento estaba de viaje, en un concilio con las otras Voces.
Entonces tomó una decisión. En cuanto volviese, iría a hablar con la Voz. No era solo que su padre siguiese vivo (lo que era increíble), ni que se hubiese convertido en un humano (lo que era imposible). Sasa había comprobado en su propia piel que la mirada de los humanos no les hacía ningún daño. ¡Se había pasado años viviendo atemorizada por algo inofensivo!
Este descubrimiento podría cambiar la vida de todos los rastreadores para siempre. Podrían salir fuera, comunicarse con los humanos, ¡incluso hacerles frente si era necesario! No tendrían que pasarse el día escondiéndose en el hueco entre dos plantas, en una oficina abandonada o en un restaurante para alquilar.
Sasa ni siquiera había podido despedirse bien de Pulga, y mucho menos explicárselo. Si lo hubiera hecho, seguro que su amigo ya habría convencido a los Mensajeros de que era verdad. El clan de Pulga la había sorprendido. Eran mucho más valientes, y permitían a los niños salir a explorar desde pequeños, sin sobreprotegerlos como hacían los Mopa. Y las casas, las viviendas, las ropas…, todo era muy distinto a lo que ella conocía.
—¿Estás muy enfadada con mamá? —le preguntó Film, sacándola de sus pensamientos.
—No. Pensaba en los Mensajeros.
—Ojalá me hubieras llevado contigo —protestó su hermano, que solo la había acompañado en la primera mitad de su aventura.
—Me parecía que ya habías vivido demasiadas emociones fuertes. Recorrimos la ciudad de punta a punta y estuvimos con el clan de los Boscosos. ¿Qué chico de nuestra edad puede decir eso? Creo que hasta le dimos envidia a Gorgoj.
—No lo creo. ¡Ya lleva años participando en misiones!
—Y aun así nunca ha hecho algo parecido —repuso Sasa. Le estaba bien empleado a su hermano mayor, siempre tan presumido.
—Seguro que pronto estará de vuelta. ¿Vamos dentro a preparar la cena? —propuso Film—. Mamá tenía pinta de estar agotada.
—Está bien.
Sasa se puso en pie y lanzó una última mirada al pueblo antes de seguir a Film de vuelta al interior de la casa. No solo habían cambiado de pueblo, ella también se sentía diferente. Más mayor, aunque no hubiera pegado el mismo estirón que Film.
En su antiguo hogar, nadie confiaba en ella y la trataban como a una niña pequeña e irresponsable. Ahora estaban orgullosos de ella y la escuchaban cuando hablaba. Pero seguía habiendo secretos. Su padre, los humanos, el quinto clan, los experimentos de la malvada organización que trataba de atraparlos…
Y todos esos secretos se acumulaban y la hacían sentir tan hinchada como un globo a punto de reventar. A veces sentía que le faltaba muy poco para estallar y contarlo todo, sin escuchar a su madre, ni a la Voz, ni a nadie. ¿No tenían todos ellos derecho a saber la verdad?
—¿Sasa?
—Ya voy —respondió a su hermano, y lo siguió de vuelta a casa.
—Y fue una misión arriesgada, pero logré conseguir la bolsa de cacahuetes.
Sasa intercambió una sonrisa divertida con Film. Antes, el niño idolatraba a Gorgoj, su presumido hermano mayor. Todas sus aventuras (especialmente las inventadas) le parecían maravillosas. Ahora, en cambio, estaba tan poco impresionado como ella.
Sin embargo, eso no afectaba al humor de Gorgoj. Sasa apostaría a que su hermano estaba profundamente enamorado de sí mismo, y no se cansaba de escucharse, ni siquiera cuando la propia Hilota llevaba ya un buen rato sin prestarle atención.
—¿Tienes que volver a trabajar esta noche? Es muy tarde.
—Solo unas horas más, y luego pienso dormir hasta el mediodía.
—¿Puedo ir contigo? —preguntó Sasa.
—¿Quieres hacer mi turno? No pienso quejarme.
—Gorgoj, es una niña —lo regañó su madre. Sasa arrugó la nariz—. No va a trabajar como una adulta.
—Solo quiero ver cómo son los túneles. Nunca nos dicen nada sobre ellos.
—Hay quien insiste en que, cuanto más secreto sea todo, mejor. —Gorgoj se encogió de hombros—. Después de todo, la otra vez alguien debió de contarles a los humanos cómo encontrarnos. Si yo no los hubiera escuchado hablar, nos habrían capturado a todos.
—Nosotros también estábamos allí —protesto Film.
—Sí. Menos mal que os mantuve a salvo.
—Puedo ir, entonces —insistió Sasa, con su tozudez habitual.
—A mí me parece bien. ¿Mamá, algún problema?
Hilota frunció los labios durante unos segundos antes de contestar.
—No. Siempre que no volváis muy tarde ni salgáis del clan sin permiso —se apresuró a añadir.
—Film, ¿te apuntas? —Sasa se removía en la silla, impaciente por ponerse en marcha.
—No, gracias. Prefiero quedarme en casa.
—No me digas que vas a seguir perdiendo el tiempo con los videojuegos. —Hilota usó el mismo tono con el que antes regañaba a Sasa cada vez que se escapaba.
—¡No son solo videojuegos! Ayer encontré la forma de apagar la luz desde el móvil que me trajiste, Gorgoj.
—¡Así que fuiste tú el que provocó el apagón! —lo acusó Sasa.
—Es muy interesante. —Film era tremendamente hábil con todo lo relacionado con la informática. Sabía usar ordenadores, al contrario que la mayoría de rastreadores, y siempre era el primero en aprender a jugar a cualquier videojuego—. Imagínate la de cosas que podríamos llegar a controlar...
—Solo digo que te iría bien estirar un poco las piernas.
Pero no hubo manera de convencer a Film. Gorgoj ya estaba terminando de cenar, así que Sasa se levantó y empezó a recoger: la emoción le hacía cosquillas en el estómago.
______
Los túneles de emergencia empezaban detrás de la campana extractora de la cocina. Estaban más allá de la Torre, donde vivía la Voz. La máxima autoridad del clan Mopa había elegido un frigorífico desconectado para instalarse. Allí se celebraban reuniones secretas y se tomaban decisiones importantes, menos en momentos como ese en el que la Voz se encontraba de viaje.
Sasa a veces se preguntaba dónde tenían lugar los concilios de las Voces, pero no esa noche. ¡La construcción del túnel de emergencia era mucho más emocionante! Habían encargado la tarea a un equipo de rastreadores que trabajaban sin descanso. Incluso se habían fabricado impermeables de un color amarillo chillón con el plástico de una bolsa de basura, para no ponerse perdidos de la arenilla y el polvo de los escombros. Aunque había guardias vigilando la entrada, les dejaron pasar sin ninguna objeción.
Algunos de los rastreadores del equipo aseguraban los túneles que otros excavaban en la estructura. El ruido se hacía más intenso a medida que los dos hermanos se acercaban. Sasa vio que habían construido excavadoras añadiendo el motor y la broca de un taladro a pequeños coches teledirigidos; los controlaban con un conductor y otro rastreador a los mandos. Allí dentro todos llevaban cascos hechos con cáscara de nuez y un brillante led al frente, para iluminarse en la oscuridad.
—Tened cuidado —advirtió un capataz—. Los pasillos aún no son seguros.
—¿Conseguiréis que den a la calle? —preguntó Sasa.
—No todos. Estamos trabajando en varios túneles, para tener más de una salida. Aunque ojalá nunca haga falta usarlos.
—¿Qué está haciendo ella aquí? —Forbul se quitó el casco al tiempo que se acercaba con el ceño fruncido. La cáscara de nuez le había despeinado el pelo, que como siempre llevaba demasiada gomina: ahora parecía un puñado de cables negros y rígidos que salían en todas direcciones.
—Viene conmigo. —Gorgoj tenía la habilidad de mantener la calma y el tono amable con todo el mundo, al contrario que Sasa, que no pudo evitar poner cara de disgusto.
Forbul nunca la había soportado. Y sí, Sasa reconocía que se había escapado muchas veces cuando aún no tenía permiso para ir por su cuenta, pero lo de ese guardia era injustificado. Y, ahora que se había ganado el respeto de todo el clan, el odio de Forbul había ido a más. Ella tampoco le adoraba, precisamente, y no entendía por qué aún lo tenían en cuenta. ¿Nadie más notaba que era un borde y un prepotente?
—Me da igual con quién venga, solo nosotros tenemos permiso para estar aquí y conocer los túneles. Os recuerdo que aún no sabemos quién nos traicionó.
—Está claro que no fui yo —protestó Sasa—. ¡Encontré al clan de los Embajadores!
—¿A nadie más le parece sospechoso que una cría fuera capaz de hacer eso? —Los ojos de Forbul ardían de rabia y torció el labio con suspicacia.
Entonces el capataz intervino:
—Calma, aquí estamos todos en el mismo bando.
—No vayamos a perder los nervios acusándonos entre nosotros. —Gorgoj lograba, de alguna forma milagrosa, no perder la sonrisa—. Mi hermana ha hecho mucho por los rastreadores, no es justo que se la acuse de traición. Forbul, eres un guardia experimentado y respetado por todos. Seamos civilizados.
—No tiene permiso para estar aquí —insistió Forbul, y el capataz suspiró.
—Eso es cierto. Sasa, lamentablemente te tengo que pedir que te vayas.
Forbul esbozó una sonrisa y Sasa dejó escapar el aire en un resoplido.
—Me marcho yo, no hace falta que me echéis. Y tranquilo, no pienso traicionaros en cuanto me deis la espalda.
—Solo cumplo con mi deber y velo por la seguridad del clan —respondió Forbul con gesto burlón.
Sasa le lanzó una mirada de odio antes de darse la vuelta y alejarse a zancadas. Tenía los puños apretados y los brazos tensos.
—¡Te veo en casa! —se despidió Gorgoj, antes de intentar apaciguar los ánimos entre sus compañeros.
Sasa pateó un guijarro que rebotó contra la pared antes de llegar a la salida. Estaba de tan mal humor que ni siquiera se despidió de los guardias que le habían dejado pasar, aunque no hubiera sido culpa de ellos. Bajó la escalera de mano hasta llegar al principio de la campana. En vez de utilizar la rampa que habían instalado, se dejó caer a la encimera. Aterrizó con las rodillas dobladas y se puso en marcha de nuevo.