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El peligro se acerca, ¿los clanes de rastreadores serán capaces de mantenerse unidos contra el enemigo común? Para Sasa, los últimos meses han sido una montaña rusa de emociones. Esta aventura ha estado llena de peligros y descubrimientos. Ahora sabe qué la hace especial entre los rastreadores y cuál es el origen de los clanes. Sin embargo, el coste ha sido alto: a ella y a su familia los han expulsado del clan Mopa. Pero, lo que es peor, los laboratorios LAEXHU han descubierto su escondite y están dispuestos a acabar con los rastreadores. Sasa y su familia tendrán que huir y buscar la ayuda de otros clanes. ¿Los ayudarán los Boscosos, los Embajadores o tal vez los Mensajeros, el clan de Pulga, los cuales han descubierto la manera de convertirse en gigantes para enfrentarse a la humanidad entera? «La batalla de los clanes» es la tercera novela de la saga «Los rastreadores», escrita por Mara Blefusco y poblada de personajes tan entrañables y valientes.
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Seitenzahl: 216
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Mara Blefusco
LOS RASTREADORES 3
Saga
La batalla de los clanes
Imagen en la portada: Midjourney
Copyright ©2022, 2023 Mara Blefusco and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728499559
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
HOGAR, DULCE HOGAR
El restaurante tenía peor aspecto de lo que Sasa recordaba: las luces no funcionaban, el polvo formaba grandes pelusas rodantes y había moho en las esquinas más húmedas.
Sin embargo, el reencuentro la llenó de paz.
—Hogar, dulce hogar… —masculló Sasa.
Era extraño volver a ese sitio que ya no se sentía como una casa. Al menos, esta vez estaba su familia al completo. Sasa volvía con sus padres, Tisán e Hilota. Su hermano pequeño, Film, que aún no tenía más de diez años, pero era un genio para entender cualquier aparato eléctrico, y su hermano mayor Gorgoj, que, además, iba acompañado por su novia Seren.
A Sasa no le hacía ninguna ilusión volver allí. Pateó una lamparita de papel que había en el suelo. La decoración con dragones orientales, letras asiáticas y cenefas de un rojo descolorido se estaba cayendo a pedazos. Hilota, se giró para mirarla con una ceja alta. Sasa pensó que estaba a punto de regañarla pero, en vez de hacerlo, le dedicó una sonrisa divertida:
—¿Ya empiezas a refunfuñar?
—A mí me hace ilusión ver el sitio donde habéis vivido —reconoció su padre, Tisán.
—No te encariñes mucho con este sitio. —Hilota alzó la mano para recordar los pasos a seguir en esa extraña vuelta a casa—. Hablaremos con ellos, cogeremos nuestras cosas y nos iremos. Después de todo, el clan no se portó bien con nosotros.
Sasa resopló. Era una forma suave de decirlo.
Habían pasado tantas cosas en los últimos meses de su vida que su vida no había dado un giro, sino varias vueltas de campana. Sasa había vivido sus primeros trece años siguiendo las mismas normas que los rastreadores del clan Mopa. Principalmente: hacer caso de los adultos y evitar la mortal mirada de los seres humanos, que la convertiría en polvo si caía sobre ella.
Solo que eso era mentira, como todo lo que le habían contado.
De hecho, los rastreadores habían sido seres humanos en el pasado. Su diminuto tamaño era el resultado de un experimento que les habían hecho décadas atrás, antes de que sus padres nacieran. Habían intentado crear unos supersoldados con poderes sobrenaturales, y lo que habían conseguido era reducirlos hasta hacerlos más menudos que un lápiz. Sin embargo, en algunos casos, habían conseguido el objetivo.
Sasa era una de las afortunadas con un don especial. Siempre había sido ágil, pero había llegado a un punto en el que su equilibrio y su rapidez rozaban lo imposible. No era la única: su amigo Pulga podía encontrar cualquier cosa que buscara, y la Voz, la líder del clan, era una anciana inmortal. Descubrir que toda la vida les habían estado mintiendo no había sido agradable. ¡Y menos si el premio por descubrirlo era que les expulsaran del clan!
Pero la mayoría no tenían la culpa, ni sospechaban del peligro que se cernía sobre ellos. Por una parte, la asociación que les había creado, LAEXHU, aún trataba de atraparles para experimentar con ellos. Por otra parte, el clan de Pulga, llamados Mensajeros, tenía planes aún peores: habían aprendido a convertirse en gigantes y querían enfrentarse a la humanidad entera.
—Ni siquiera se merecen que les advirtamos de nada —masculló Sasa.
—Vamos a intentar hacer las cosas bien —dijo Gorgoj, el hermano mayor de Sasa. Le encantaba llevarse bien con todo el mundo—. Además, si seguimos enfadándonos con todos los clanes, nos vamos a quedar sin nadie con quien hablar.
Seren, su novia, pertenecía a los Mensajeros. La chica había preferido quedarse en la calle, junto a Rizo, la ardilla más lista de todos los roedores. Así podían vigilar por si aparecía algún peligro.
—Espero que nos reciban bien —dijo Film, el pequeño de la familia.
—¡Seguro que sí! —Gorgoj sonaba muy confiado—. Y será bonito poder hablar con todos una vez más.
Sasa tenía tantas ganas de reencontrarse con su clan como de comer helado de lija. ¿Y si los encarcelaban por haber abandonado la aldea? Bueno, sabía de sobra que su madre era de armas tomar. Ella misma tampoco era la chica más dulce y tranquila del mundo. Si no los recibían bien, sabrían defenderse.
—¿Hola? —dijo su madre, atravesando la moqueta llena de polvo.
El recibidor tenía peor aspecto que cuando Sasa vivía allí… y ya era decir. Los cuadros de dragones que quedaban en la pared habían perdido color y estaban llenos de polvo. Había pelusas que le llegaban a la barriga, y olía a rancio y a húmedo. Tisán fue el primero en caminar sobre una alfombra de un rojo desvaído. Estaba todo tan silencioso que Sasa se preguntó si su clan se habría marchado en ese tiempo que ellos habían estado fuera… No sería tan extraño, después de la amenaza que se cernía sobre ellos.
Lo sopesó durante unos segundos... hasta que vio unas sombras que se movían en la barra de las cortinas. ¡No estaban solos!
—¡Cuidado!
—¿Qué? —preguntó Tisán.
Sasa no perdió un instante y se lanzó sobre su padre para apartarle de un empujón de la alfombra. ¡Justo a tiempo! Un instante después, la alfombra se elevó en el aire, convirtiéndose en una red que le hubiera apresado.
—¡Soy Hilota! ¡Vengo con mi familia! —gritó su madre, agitando un trozo de servilleta blanca—. ¡Venimos en son de paz!
—¿Hilota? —A Sasa le pareció distinguir la voz de su antigua vecina Neta entre las sombras—. ¿De verdad sois vosotros?
—Espero que no traigan otro humano… —refunfuñó una segunda voz.
Varios rastreadores se asomaron desde las alturas en las que les vigilaban y los escondites que habían preparado. Neta se asomó de un hueco detrás del rodapié, y Zarza salió a la vista de detrás del marco de la puerta.
—Esta vez he tenido la consideración de volverme del tamaño adecuado —dijo Tisán con sorna.
—¡Es Tisán! ¡Es uno de los nuestros de nuevo!
—Pero… ¡es imposible!
—¿Cómo has encogido? —preguntó el viejo Vito, entre maravillado y asustado.
—Es una larga historia —dijo Hilota.
—¿Quién es esa chica? —preguntó otro rastreador, mirando a Seren. Pero no hubo tiempo de responder antes de que una voz más gritara:
—¡Sasa!
La chica casi se alegró de escuchar la voz repipi de Delia, su antigua archienemiga. Delia era la chica más mimada del clan. A ella le habían permitido hacer todo lo que quería, ¡incluso salir a explorar! Sasa había tardado mucho más en ganarse el derecho a hacer lo mismo a pesar de ser mucho más hábil.
—Delia: será mejor que te mantengas alejada de esa familia de traidores —gruñó Forjub, un rastreador que se creía más fuerte y guapo de lo que era y tenía verdadera tirria a Sasa. Ella le lanzó una sonrisa de vuelta.
—Yo también me alegro de verte, Forjub. Tienes el pelo más brillante que antes, ¿ahora te echas mantequilla? —se burló Sasa.
—¿Ves? ¡Esa niñata solo trae cosas malas!
—Sasa, silencio —ordenó su madre, aunque ella estaba lo bastante cerca para ver cómo escondía una sonrisa y tuvo que aclararse la voz para volver a hablar—: Tenemos información importante que quiero compartir con la Voz.
—¿Y cómo sabemos que no es un plan perverso para robarnos? —Forjub las apuntó con un alfiler de manera amenazante.
—¿Crees que, si os quisiésemos robar, hubiéramos entrado saludando educadamente? —preguntó Sasa, ladeando la cabeza.
—Puede que estéis fingiendo para tenerlo todo más fácil.
—No tengo tiempo para esto. —Hilota sacudió la cabeza y lanzó una mirada a los rastreadores que se acercaban. Todos la conocían y muchos habían trabajado codo a codo con ella durante décadas—. Podéis vigilarme, si queréis. Podéis vigilar a Tisán, si pensáis que es una amenaza…
—Aunque preferiría que no lo hicierais —murmuró él. Puede que ya no fueran parte del clan Mopa, pero Sasa notaba en la mirada de sus antiguos compañeros que no deseaban echarlos a empujones. Y menos a su padre, que siempre había sido un hombre muy amable. De quien desconfiaban más era de Seren, que se sujetaba a la mano de Gorgoj.
—¿Y quién es ella? —preguntó Neta.
—Es mi novia —dijo su hermano—. No haría daño ni a un mosquito.
Hubo miradas entre ellos y algún murmullo de desconfianza. Hilota volvió a hablar con su tono más serio:
—Lo que tengo que contarle a la Voz es más importante de lo que podéis suponer. No me extrañaría si decidiera castigar a los que impiden que hablemos. —Le dedicó una mirada tan firme a Forjub que a pesar de ser un fanfarrón se agachó, incómodo.
—Solo sigo las normas. Hay que ser precavido.
Sasa sabía que, si había alguien dispuesto a hacer todo más difícil, era ese hombre que siempre parecía estar enfadado. Su madre tenía tan poca paciencia como ella.
—¿Quieres esposarme y llevarme atada? —preguntó Hilota con tono burlón al tiempo que se ponía las manos en las caderas.
—No. Pero os seguiré de cerca para asegurarme de que no intentáis nada raro.
—Como quieras. —Sacudió la cabeza y miró a sus hijos antes de encaminarse hacia la torre—. Encargaos de recoger las cosas que nos dejamos.
—Que la chica nueva venga con nosotros —añadió el guardia—. Después de todo, no la conocemos.
—Si no te importa, hermanita, me voy con ellos. —Ni siquiera Forjul parecía molesto con Gorgoj—. ¿Os acordaréis de coger mi camisa buena?
—A lo mejor se me olvida —gruñó Sasa—. Tú no me irás a abandonar también, ¿verdad, Film? ¡Que siempre me toca hacer el trabajo!
—Voy contigo. Quiero asegurarme de coger todo lo que necesito.
—Menos mal. Vamos a necesitar manos para cargar con todo.
—¡Yo os acompaño! —se ofreció Delia—. Para vigilar, claro.
La sonrisa que le ofrecía era demasiado amable para ser la de una captora. Dejaron a los vigilantes de la entrada atrás, que por suerte parecían mucho más interesados en sus padres que en ella, mientras se acercaban a la despensa del restaurante en la que los Mopa habían preparado sus hogares. Film iba delante, no le interesaba demasiado la charla de Delia.
—Bueno, ¡tendrás que contarme todo! —dijo esta con impaciencia.
—Creía que solo ibas a vigilarme —respondió Sasa, enfurruñada.
—Algo tenía que decir para que no pusieran pegas —respondió la chica, echando hacia atrás el pelo largo y rubio, en un gesto de suficiencia—. Cada vez me respetan más por aquí, ¿sabes?
Sasa podría haber dicho que a lo mejor tenía que ver con que su padre fuera un mandamás del clan, el ayudante directo de la Voz. Pero Delia siempre se esforzaba en ser amable con ella. Además, era verdad que le estaba cubriendo las espaldas.
—Es largo de explicar.
—Bueno, ¡pues hazme un resumen!
—A ver… —Sasa se mordió el labio inferior. No podía hablarle de los experimentos y LAEXHU si no quería arriesgarse a que las condenaran como si fueran grandes mentirosas. La Voz se empeñaba en mantener esa parte de su historia bien oculta. A lo mejor podía contar algo de lo que había pasado después—. Nos fuimos con otro de los clanes cuando la Voz nos hizo elegir entre marcharnos o echar a mi padre solo porque le habían convertido en humano.
—¿Con qué clan?
—No importa —se apresuró a decir Sasa, recordando que ni siquiera habían escuchado hablar del clan de Pulga, el de los Mensajeros—. Ellos parecían muy amables. Descubrimos que había una especie de cura y se ofrecieron a ayudarnos.
—¿Una cura para la gente que crece?
—Algo así. Pero resulta que no lo hacían por ayudar a nadie. Solo querían conseguir la forma de usar eso en su favor. Aprendieron a hacerse gigantes. ¡Y digo gigantes de verdad! Tres o cuatro veces mayor que un humano.
—¡Eso es imposible! —Delia la miraba con los ojos abiertos de par en par.
—Lo vi con mis propios ojos. Tuvimos que huir porque estaban enloquecidos.
—Al menos esa cura funcionó con tu padre —dijo Delia—. Estaréis contentos con eso.
—Funcionó. —Sasa no pudo evitar sonreír—. Volvemos a ser una familia.
—Todo esto parece una locura —rio Delia.
Sasa asintió, pensando en todo lo que había cambiado su vida en ese último año mientras recorrían el camino que llevaba a su antigua casa. Cuando estaban cerca, se giró hacia Delia. —Nos ponemos al día luego —dijo para despedirse de ella—. Tenemos que recoger unas cosas personales.
Delia se encogió de hombros. Parecía un poco molesta de no haberle sacado más información, pero Sasa y Film tenían cosas más importantes de lo que preocuparse. Su casa no era más que un cartón. Lo habían dejado apartado del resto. La caja de comida para llevar en que habían construido un hogar volvía a ser solo un trozo de cartón desvencijado. Las estrellas de papel que decoraban las paredes se habían caído, arrugadas en el suelo. Sasa se preguntó si alguien les había echado de menos.
Film fue directo a su habitación. Estaban separadas por trozos de cartón que no les daban demasiada intimidad, y menos ahora que algunos se habían caído. Sasa prefirió encargarse de recoger lo que tenían que llevarse antes de entrar en la suya.
No tardaría mucho: unos apuntes de su madre que estaban debajo de la esponja que hacía de cama, unas camisas confeccionadas a medidas de Gorgoj y sus propias cosas. Se habían tenido que ir tan repentinamente que habían dejado allí casi todo lo que tenían.
Le resultó aún más difícil entrar en su cuarto. Parecía el de una extraña. Los trofeos de sus excursiones, de los que antes se sentía tan orgullosa, ahora le parecían ridículos. Se sentó en una cama que le parecía más incómoda y pequeña de lo que recordaba (a pesar de que últimamente había dormido en sitios más duros) y alzó la vista al techo.
Estaba todo cubierto de fotos de humanos. Antes le parecían fascinantes y envidiaba la libertad que creía que tenían. Pensaba que podían hacer lo que quisieran siempre que se les viniera en gana, sin preocuparse de mantenerse ocultos o de seguir las normas de las Voces. Sin embargo, los que había conocido tenían sus propios líderes y sus propias normas. No parecían tan felices en absoluto.
Incluso los Mensajeros, que se habían revelado y querían enfrentarse a los humanos, tenían unas reglas muy duras entre ellos. Por no hablar de LAEXHU, que obedecían sin pestañear a la profesora Mortero. ¿De verdad había alguien libre?
Estaba perdida en sus pensamientos cuando una sirena sonó por todo el restaurante, haciendo vibrar las paredes de cartón. Sasa se cubrió los oídos con las manos y se encontró con su hermano, que tenía expresión asustada.
—¿Qué es eso? —preguntó el chico.
—¡La alarma!
¿Qué había pasado? ¡Si acababan de llegar! La alarma solo sonaba cuando había una emergencia. ¿Tendría que ver con ellos? Se puso en pie y se colgó la mochila al hombro:
—¡Vamos! ¡Tiene que estar pasando algo gordo!
REUNIÓN DE EMERGENCIA
Los Mopa estaban tan alterados con el sonido de la alarma que ni siquiera prestaron atención a Sasa, Film y Delia cuando atravesaron las calles. Sonaba solo en ocasiones importantes, para convocar al clan completo con toda urgencia. Por eso todos se dirigían hacia los aposentos de la Voz, situada en la nevera de la antigua cocina del restaurante. Los rastreadores se agitaban, se movían con nerviosismo y se empujaban unos a otros para llegar los primeros.
—¿Qué está pasando? —preguntó uno de los niños.
—Lo sabremos pronto, cielo —respondió su padre, con gesto preocupado.
—No quiero volver a cambiar de casa —lloriqueó su hermana.
Sasa se mordió el labio. ¿Su familia habría puesto en peligro al clan? Habían intentado tener cuidado con que nadie les siguiera, pero ya no solo tenían que preocuparse de los científicos de LAEXHU, sino también de los Mensajeros, el clan de Seren y su amigo Pulga, se había vuelto una amenaza.
La gente se reunía alrededor de la nevera. En el punto más alto habían preparado una barandilla con palitos de helado. Con la puerta abierta de par en par se convertía en el lugar perfecto para dar discursos. Distinguió a su madre y a varios de los rastreadores que la habían escoltado, a la Voz y a su portavoz: el padre de Delia. Era extraño que la Voz se dirigiera personalmente al clan. La líder del clan no se juntaba con el resto. Parecía que le gustaba crear aún más misterio con su presencia, ya de por sí extraña ya que vestía con ropas que ocultaban cada milímetro de su cuerpo. Si se dirigía en persona al resto, es que el asunto era muy grave.
—¡Sasa, Film! ¡Aquí! —les llamó Gorgoj.
Estaban a un lado y Sasa respiró aliviada. ¡Al menos no les tenían prisioneros! Gorgoj tenía una pose ridícula, más digna de un muñeco de acción que de una persona de verdad. A su lado, Seren estaba más pálida de lo normal.
—¿Qué pasa? —preguntó tan pronto como alcanzó a su familia.
—Un intruso —murmuró su madre—. Los espías han visto a un humano merodear alrededor y acercarse hasta esta puerta.
—Con el símbolo de LAEXHU —añadió Gorgoj.
—Puede que alguien nos haya seguido hasta aquí —su madre tenía un tono de voz tan bajo que casi no podía escucharla a pesar de estar a su lado—. Le he prometido a la Voz que sacaremos al clan de aquí.
A Sasa le costó tragar saliva. Una cosa era que su clan no les hubiera tratado bien, otra muy distinta, ponerles a todos en peligro. Se mordió el labio intentando aparentar tranquilidad.
—Pondremos a todo el mundo a salvo.
Su madre le dedicó una sonrisa diminuta, pero llena de orgullo. Estando al lado de su familia, era un poco más fácil ignorar las miradas acusadoras que su propio clan les lanzaba. Por suerte, la Voz hizo un movimiento y todo el mundo enmudeció.
La anciana no se dejaba ver, ni siquiera en un momento como ese. Su sombra se proyectaba contra una servilleta que hacía de pantalla. La luz hacía que pareciera el doble de su tamaño. Con un gesto solemne, alzó la mano para pedir silencio. Los rastreadores bajaron los gritos hasta convertirlos en un murmullo.
La Voz hizo un gesto a Sebastián, el padre de Delia, que apagó la alarma. El silencio pareció más impactante con el eco de la sirena resonando en sus oídos. La Voz dio un paso adelante y dejó pasar un par de segundos expectantes antes de hablar:
—Estamos en peligro —comenzó sin preámbulos—.
Un humano ha dado con este refugio, y tenemos pocos minutos para ponernos a salvo.
—¡Es culpa de Tisán e Hilota! —acusó una mujer. —Y de su hija —Forjul no perdía oportunidad para atacar a Sasa—. ¡Siempre dije que esa niña traería problemas!
—¡Tenemos que…!
—SILENCIO —bramó La Voz en un tono tan alto que incluso Sasa se encogió—. Los asuntos con Hilota y su familia los discutiremos en cuanto estemos a salvo. Y la familia se ha comprometido a sacarnos de aquí. Los Mopa empezaron a cuchichear con desconcierto y pánico. ¿Confiar en los mismos que habían traído el peligro? Y ¿dónde iban a ir?
Todas las miradas se clavaron en Hilota. La mujer alzó la barbilla y habló sin que le temblara la voz:
—Hay tantas cosas que no sabéis que es imposible poneros al día. Pero ese grupo que nos persigue sabe qué somos y quiere hacernos daño. Llevan años buscándonos y ahora nos han encontrado.
Se armó el caos entre los rastreadores. Los gritos se sucedían a las preguntas.
—Calma, por favor —intervino Sebastián cuando los murmullos asustados se volvieron a elevar.
—Sí, no sirve de nada dejarnos llevar por el pánico —continuó la Voz—. De momento, solo hay un humano, tenemos algo de tiempo antes de que lleguen sus refuerzos.
—Así que tenemos que salir de aquí antes de que lo hagan —insistió Hilota.
—¿Y dónde iremos? —gritó Vaco, un rastreador que solía ayudar a montar y reparar las casas.
Por primera vez, Hilota vaciló. Sasa se dio cuenta de que no estaba segura de qué hacer con un clan entero. ¡No había escondite cercano al que pudieran llegar! Si su madre perdía la confianza, no conseguirían salir de allí. Por eso se adelantó un paso y habló con tono firme.
—Iremos con los Boscosos.
—¿Qué? —preguntaron a la vez varios rastreadores y su madre.
—Son un clan aliado, nos darán refugio —insistió Sasa, con más seguridad de la que sentía—. Y tenemos que contarles lo que está pasando.
Puede que Hilota no estuviera tan convencida, pero sabía que no podían perder tiempo ni parecer inseguros delante del clan, así que asintió.
—Exacto. En tiempos de necesidad, los clanes debemos permanecer unidos.
—Procedemos a evacuar el clan —continuó Sebastian, con tono firme—. Coged lo imprescindible. Tenemos solo unos minutos, nos reuniremos en las cocinas. No vamos a dejar a un solo rastreador atrás.
Sasa recordó que en las cocinas habían diseñado una vía de escape utilizando el hueco de la campana por la que se escapaban los humos. Una vez que salieran, tendrían que encontrar una forma de atravesar la ciudad hasta el bosque. La mayoría de los Mopa empezaron a moverse, agitados, así que Sebastian tuvo que alzar la voz: —Necesitaremos que algunos se queden para detener al intruso.
—Yo me quedo —se ofreció Gorgoj con tono heroico.
—A ti te necesitamos en los túneles de fuga…
Sasa se giró hacia su hermano:
—Nos vemos a la salida.
—¡Sasa! —Delia la miró con los ojos muy abiertos—. No irás a ofrecerte. ¡Es peligroso!
—Será capaz de hacerlo —la tranquilizó Film con naturalidad—. ¡Buena suerte!
Sasa se giró y dejó a Delia con la palabra en la boca. No había tiempo que perder. Tampoco iba a esperar a que nadie le preguntase. Se dirigió a la entrada. Aún había pimienta por el suelo, pero varios rastreadores se esforzaban en poner la trampa a punto de nuevo.
—¿Dónde puedo ayudar? —preguntó.
—¿Te ha mandado la Voz, eh? —preguntó Zarza.
Al contrario que los demás rastreadores, Zarza no parecía estar tan asustada. A lo mejor le animaba la idea de ir con los Boscosos, después de todo, ella venía de ese clan. Había nacido en el clan de los Boscosos, pero se había enamorado de Sebastián y llevaba muchos años viviendo con los Mopa. Aunque era la madre de Delia no se parecía en nada a su hija. Zarza era seria y decidida.
—Alguien tiene que retrasar al intruso —respondió Sasa.
—Puedes vigilar por la ventana y avisarnos cuando se acerque —sugirió otro de los guardias, un hombre bonachón llamado Vitor, antes de murmurar para sí mismo—: estoy muy mayor para seguir haciendo esto.
Sasa trepó por la pared con la agilidad de una lagartija. Aprovechaba el gotelé para sujetarse con las manos e impulsarse cada vez más hacia arriba. Siempre había sido ágil, pero desde que entrenaba en serio era capaz de hacer cosas que parecían imposibles. ¡Y que seguramente lo eran para cualquier otro que no tuviese su poder!
—Espero que sea el último ataque del día —murmuró para sí misma—. ¡Yo también necesito un poco de calma!
Llegó a la ventana, que era estrecha y estaba cubierta de páginas de papel de periódico para que no se viera el interior desde la calle. A ella le bastó apartar una esquina para vigilar a las personas que pasaban. Y el estómago se le encogió cuando vio una silueta parada en la puerta del restaurante.
Era un chico joven, con gafas y el pelo mal peinado. Tenía la nariz pequeña y ojos asustados, pero lo que más le llamó la atención a Sasa era el sello cosido a su chaqueta: el logo atravesado por un rayo que identificaba al grupo de LAEXHU. Al fijarse más, Sasa sintió un tirón en el estómago. Lo había visto antes, aunque no supiera recordar dónde.
—Está a punto de entrar —advirtió.
El intruso se giró hacia atrás. Parecía temer ser descubierto y Sasa pudo verle mejor la cara. No era un hombre muy mayor, parecía casi de la misma edad de Gorgoj. Y tenía cierto aire inocente.
De pronto, lo recordó. Lo había visto en el rascacielos. Era el chico joven que acompañaba a la profesora Mortero.
Sasa frunció el ceño. ¿Por qué enviarían a ese chico el primero? Se asomó para ver mejor la calle, pero no estaban Arbeteta y Lejardi, los dos matones a los que ya conocía bien. ¡O estaban bien ocultos! A lo mejor el chico solo iba delante para informar al grupo, pero entonces, ¿por qué intentaba abrir la puerta? Algo no encajaba. No tenía ningún arma encima, ni sitio donde capturarlos, ni siquiera llevaba apoyo de LAEXHU. Aun así, nada de eso le impidió forzar la cerradura.
Con un chasquido, la puerta quedó abierta. Los rastreadores esperaron en el mayor de los silencios a que el chico se adentrara en el local con pasos lentos, casi asustados. A Sasa cada vez le parecía más rara la situación. ¿Podría ser un cebo? El chico se adentró en el recibidor.
—¿Hola?
El equipo de seguridad hizo una cuenta atrás con los dedos. Después, cerraron la puerta y empezó el ataque defensivo:
—¡A por él! —gritó uno de los guardias, cegándolo con la pimienta.
El chico gritó y se llevó las manos a los ojos. Tan pronto como lo hizo, varios rastreadores lanzaron gomas elásticas para atarle de pies y manos. Sasa distinguió a Zarza y Vito, que le envolvieron desde las piernas hasta los hombros con film de plástico antes de que otros dos usaran un rodillo para hacerle caer al suelo.
—¡Au! —El chico trató de revolverse—. ¡No! ¡Os equivocáis! ¡Vengo a ayu... arrg!