El porvenir de una ilusión - Sigmund Freud - E-Book

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Sigmund Freud

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Beschreibung

¿En que consiste el valor de las ideas religiosas? ¿Cuál es el significado psicológico de las representaciones religiosas ? Con estas preguntas, Freud presenta un análisis critico de la relación entre la cultura y la religión.

El porvenir de una ilusión examina el papel que la fe puede desempeñar en la vida del ser humano, lo que significa para el hombre y por qué, como especie, nos inclinamos hacia ella.

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Sigmund Freud

Sigmund Freud

EL PORVENIR DE UNA ILUSIÓN

Traducido por Carola Tognetti

ISBN 979-12-5971-131-1

Greenbooks editore

Edición digital

Enero 2021

www.greenbooks-editore.com

ISBN: 979-12-5971-131-1
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Indice

EL PORVENIR DE UNA ILUSIÓN

EL PORVENIR DE UNA ILUSIÓN

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T ODO aquel que ha vivido largo tiempo dentro de una determi- nada cultura y se ha planteado repetidamente el problema de cuáles fueron los orígenes y la trayectoria evolutiva de la misma, acaba por ceder también alguna vez a la tentación de orientar su mi- rada en sentido opuesto y preguntarse cuáles serán los destinos futu- ros de tal cultura y por qué avatares habrá aún de pasar. No tarda- mos, sin embargo, en advertir que ya el valor inicial de tal investiga- ción queda considerablemente disminuido por la acción de varios factores. Ante todo, son muy pocas las personas capaces de una vi- sión total de la actividad humana en sus múltiples modalidades. La inmensa mayoría de los hombres se ha visto obligada a limitarse a escasos sectores o incluso a uno solo. Y cuanto menos sabemos del pasado y del presente, tanto más inseguro habrá de ser nuestro juicio sobre el porvenir. Pero, además, precisamente en la formación de este juicio intervienen, en un grado muy difícil de precisar, las espe- ranzas subjetivas individuales, las cuales dependen, a su vez, de fac- tores puramente personales, esto es, de la experiencia de cada uno y de su actitud más o menos optimista ante la vida, determinada por el temperamento, el éxito o el fracaso. Por último, ha de tenerse tam- bién en cuenta el hecho singular de que los hombres viven, en gene- ral, el presente con una cierta ingenuidad; esto es, sin poder llegar a valorar exactamente sus contenidos. Para ello tienen que considerar- lo a distancia, lo cual supone que el presente ha de haberse converti- do en pretérito para que podamos hallar en él puntos de apoyo en que basar un juicio sobre el porvenir.

Así, pues, al ceder a la tentación de pronunciarnos sobre el porvenir probable de nuestra cultura, obraremos prudentemente teniendo en

cuenta los reparos antes indicados al mismo tiempo que la inseguri- dad inherente a toda predicción. Por lo que a mí respecta, tales con- sideraciones me llevarán a apartarme rápidamente de la magna labor total y a refugiarme en el pequeño sector parcial al que hasta ahora he consagrado mi atención, limitándome a fijar previamente su si- tuación dentro de la totalidad.

La cultura humana -entendiendo por tal todo aquello en que la vida humana ha superado sus condiciones zoológicas y se distingue de la vida de los animales, y desdeñando establecer entre los conceptos de cultura y civilización separación alguna-; la cultura humana, repeti- mos, muestra como es sabido al observador dos distintos aspectos. Por un lado, comprende todo el saber y el poder conquistados por los hombres para llegar a dominar las fuerzas de la Naturaleza y ex- traer los bienes naturales con que satisfacer las necesidades huma- nas, y por otro, todas las organizaciones necesarias para regular las relaciones de los hombres entre sí y muy especialmente la distribu- ción de los bienes naturales alcanzables.

Estas dos direcciones de la cultura no son independientes una de otra; en primer lugar, porque la medida en que los bienes existentes consienten la satisfacción de los instintos ejerce profunda influencia sobre las relaciones de los hombres entre sí; en segundo, porque también el hombre mismo, individualmente considerado, puede re- presentar un bien natural para otro en cuanto éste utiliza su capaci- dad de trabajo o hace de él su objeto sexual. Pero, además, porque cada individuo es virtualmente un enemigo de la civilización, a pe- sar de tener que reconocer su general interés humano.

Se da, en efecto, el hecho singular de que los hombres, no obstante serles imposible existir en el aislamiento, sienten como un peso into- lerable los sacrificios que la civilización les impone para hacer posi- ble la vida en común. Así, pues, la cultura ha de ser defendida contra el individuo, y a esta defensa responden todos sus mandamientos, organizaciones e instituciones, los cuales no tienen tan sólo por ob- jeto efectuar una determinada distribución de los bienes naturales, sino también mantenerla e incluso defender contra los impulsos hos-

tiles de los hombres los medios existentes para el dominio de la Na- turaleza y la producción de bienes. Las creaciones de los hombres son fáciles de destruir, y la ciencia y la técnica por ellos edificada pueden también ser utilizadas para su destrucción.

EMOS pasado inadvertidamente de lo económico a lo psicoló- gico. Al principio nos inclinamos a buscar el patrimonio cultu- N qué consiste el singular valor de las ideas religiosas? Hemos hablado de una hostilidad contra la civilización, engen- drada por la presión que la misma ejerce sobre el individuo, impo- niéndole la renuncia a los instintos. Supongamos levantadas de pron- to a sus prohibiciones: el individuo podrá elegir como objeto sexual a cualquier mujer que encuentre a su gusto, podrá desembarazarse sin temor alguno de los rivales que se la disputen y, en general, de todos aquellos que se interpongan de algún modo en su camino, y podrá apropiarse los bienes ajenos sin pedir siquiera permiso a sus dueños. La vida parece convertirse así en una serie ininterrumpida de satisfacciones. Pero en seguida tropezamos con una primera difi- cultad. Todos los demás hombres abrigan los mismos deseos que yo, y no han de tratarme con más consideración que yo a ellos. Resulta, pues, que en último término sólo un único individuo puede llegar a ser ilimitadamente feliz con esta supresión de las restricciones de la civilización: un tirano, un dictador que se haya apoderado de todos los medios de poder, y aun para este individuo será muy deseable que los demás observen, por lo menos, uno de los mandamientos NA investigación que avanza libre de objeciones exteriores, cómo un monólogo, corre cierto peligro. Es muy difícil ceder, además, a la tentación de apartar a un lado aquellas ideas propias que tratan de interrumpirla, y todo ello se paga con una sensación de inseguridad que luego se quiere encubrir por medio de conclusiones demasiado radicales. Así, pues, situaré frente a mí un adversario que siga mi exposición con desconfiada crítica y le cederé la palabra de OLVIENDO a nuestra investigación, ¿cuál será, pues, la signi- ficación psicológica de las representaciones religiosas y dónde podremos clasificarlas? REO ya suficientemente preparada la respuesta a las dos inte- rrogaciones que antes dejamos abiertas. Recapitulando nuestro examen de la génesis psíquica de las ideas religiosas, podremos ya formularla como sigue: tales ideas, que nos son presentadas como dogmas, no son precipitadas de la experiencia ni conclusiones del pensamiento: son ilusiones, realizaciones de los deseos más anti- guos, intensos y apremiantes de la Humanidad. El secreto de su fuerza está en la fuerza de estos deseos. Sabemos ya que la penosa sensación de impotencia experimentada en la niñez fue lo que des- pertó la necesidad de protección, la necesidad de una protección amorosa, satisfecha en tal época por el padre, y que el descubrimien- to de la persistencia de tal indefensión a través de toda la vida llevó luego al hombre a forjar la existencia de un padre inmortal mucho más poderoso. El gobierno bondadoso de la divina Providencia miti- ga el miedo a los peligros de la vida; la institución de un orden mo- ral universal, asegura la victoria final de la Justicia, tan vulnerada dentro de la civilización humana, y la prolongación de la existencia terrenal por una vida futura amplía infinitamente los límites tempo- A conclusión de que las doctrinas religiosas no son sino ilusio- nes, nos lleva en el acto a preguntarnos si acaso no lo serán también otros factores de nuestro patrimonio cultural, a los que con- cedemos muy alto valor y dejamos regir nuestra vida; si las premisas en las que se fundan nuestras instituciones estatales no habrán de ser calificadas igualmente de ilusiones, y si las relaciones entre los se- xos, dentro de nuestra civilización, no aparecen también perturbadas por toda una serie de ilusiones eróticas. Una vez despierta nuestra desconfianza, no retrocederemos siquiera ante la sospecha de que tampoco posea fundamentos más sólidos nuestra convicción de que la observación y el pensamiento, aplicados a la investigación cientí- fica, nos permiten alzar un tanto el velo que encubre la realidad ex- terior. A revisión antes propuesta no parece que debiera tropezar con grandes dificultades. Supone, desde luego, una renuncia, pero sólo para conquistar quizá algo mejor y evitar un grave peligro. Sin embargo, se vacila temerosamente en emprenderla, como si hubiese de traer consigo peligros aún mayores para la civilización. Cuando San Bonifacio derrumbó al árbol sagrado de los sajones, los circuns- tantes esperaban que la ira de los dioses fulminase al sacrílego. Nada E permite usted contradicciones difíciles de conciliar. Comienza usted por afirmar que las críticas de este género son inofensivas, pues nadie se deja despojar por ella de la fe religiosa. ¿Para qué pu- blica usted, pues, ésta si no ha de alcanzar con ella su propósito de perturbar dicha fe, claramente revelado luego? Pero, además, reco- noce usted en otro lugar que puede haber un grave riesgo en que un determinado núcleo social averigüe que ya no se cree en Dios. Dócil hasta entonces, negaría en adelante toda obediencia a los preceptos culturales. Su argumento de que la motivación religiosa de los pre- ceptos culturales significa un peligro para la civilización, reposa en- teramente en la hipótesis de que el creyente puede convertirse en incrédulo. ¿No hay aquí contradicción palmaria? ODO eso suena muy bien. ¡Una Humanidad que ha renunciado a todas las ilusiones y se ha capacitado así para hacer tolerable