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Rivaldo Villaba es un ingeniero agrónomo recién recibido. Junto a su madre y hermano viven en Pirayú, una pintoresca ciudad de Paraguay. Junto a su novia, Noemí, tienen planificado formar una familia y desarrollar su vida lejos de la gran ciudad. Rivaldo heredó de su padre un gran secreto, algo que descubrió cuando era un niño y que luego, una vez recibido, pudo desarrollar y explotar. Pero llevar adelante ese gran hallazgo, hizo que debiera compartir y difundir lo descubierto. Rivaldo toma todos los recaudos necesarios, para evitar que el gran beneficio no ponga en riesgo la integridad del resto de los seres vivos. Rivaldo tiene que enfrentar a un enemigo implacable, la corrupción y el poder. Los valores que le inculcaron sus padres, lo hacen optar por la mejor decisión, aquella que le permita poner la cabeza sobre la almohada y saber que hizo lo correcto. El lector se enfrentará a una historia atrapante y a un desenlace inesperado.
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Seitenzahl: 161
Veröffentlichungsjahr: 2022
SERGIO FORMICA
Formica, Sergio El pozo / Sergio Formica. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3376-0
1. Novelas. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
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El sol se asoma y, con su luz, da inicio a una jornada bastante calurosa en Pirayú, una ciudad muy tranquila del distrito de Paraguarí, uno de los lugares más coloniales y llamativos del Paraguay, por sus diversos colores edilicios.
Suena la campana de una vieja escuela del pueblo, el colegio 5672 Paz del Chaco, una construcción de arquitectura colonial, con sus paredes de color blanco y el techo de tejas rojas.
El ingreso al edificio se realiza por una puerta de grandes dimensiones, toda labrada en madera y con un color marrón intenso muy llamativo. El resto de las aberturas, por un capricho de la arquitectura, son de color verde oscuro.
Por sus aulas han pasado varias generaciones de pirayuenses, algunos ocupan cargos importantes en la gobernación y en otros lugares de prestigio de la ciudad.
Los alumnos van llegando y se ubican en el patio central para formarse, cantar el himno e izar el pabellón nacional.
—¡Buenos días, señorita Noemí! – van pasando de a uno frente a la maestra y ella gentilmente, con una sonrisa muy expresiva en su rostro, va saludando a cada uno.
—¡Buenos días, chicos! – responde a cada uno de ellos.
Noemí Cardozo es maestra de tercer grado de primaria. Vive, desde siempre, en Pirayú, junto a sus padres Gloria y Facundo. Es una bella mujer paraguaya de 26 años de edad, sencilla, humilde, muy atenta y servicial. De mediana estatura, piel morena y unos impresionantes grandes ojos color miel. Su cabello negro, lacio y largo le dan un marco a su rostro muy cautivador.
—¡Buenos días, clase! – saluda Noemí a sus alumnos.
—¡Buenos días, seño Noemí! – responden todos a coro.
Este es un ritual que se repite todas las mañanas y que permite que las futuras generaciones se formen para su educación.
Así como una campana indica el inicio de la jornada educativa, el mismo toque avisa que es momento de guardar sus útiles para regresar a sus hogares.
Todos, en perfecto orden, abandonan su lugar en la fila y, en la salida del colegio, está el reencuentro con sus familiares y el regreso a sus casas.
Noemí, con su guardapolvo de maestra y una mochila roja en su espalda, camina por la Avenida Mariscal López, a solo ocho cuadras está su domicilio.
En el trayecto suena su teléfono celular.
—¿Hola? – pregunta Noemí.
—Hola, mi amor, ¿cómo estás? – el que habla es Rivaldo Villalba, un asunceno que a los seis años vino con sus padres a Pirayú para quedarse. Son novios desde que iniciaron la escuela secundaria. Sus planes de matrimonio son a corto plazo.
—Hola, ¿cómo estas, Rivaldo?
—Bien –contesta él – tengo algo muy importante que comentarte, ¿a qué hora nos podemos ver?
—Hoy estoy libre después de las seis de la tarde, ¿podes pasar por mí por la Biblioteca Comunal?
—¡Me parece perfecto! – responde Rivaldo.
Rivaldo vive a solo quince cuadras de Noemí, su casa está ubicada al final de la calle Dr. Rodríguez. Este sector es el más antiguo de la ciudad, en contraste con la arquitectura colonial de los frentes de las edificaciones, su domicilio presenta una fachada muy moderna, un estilo con colores en su frente que van desde los grises a los colores pasteles. Unos amplios ventanales con marcos de madera y vidrios repartidos con grandes postigos de color caoba.
En el frente hay un amplio jardín con amapolas color escarlata, anaranjadas y blancas… pareciera que todo el barrio se funde con sus aromas.
Rivaldo vive junto a su madre Beatriz, ella enviudó cuando Rivaldo tenía quince años. También comparten su hogar con su hermano mayor David. Su otro hermano, César, de veinticinco años, ya no vive con ellos porque fue ordenado sacerdote católico y la suerte hizo que esté a cargo de la parroquia del lugar, Nuestra Señora de la Asunción.
—¡Mamáá! – expresa Rivaldo casi como un grito al ingresar a su hogar.
—¿Qué ha pasado hijo?, ¿por qué esos gritos? – exclama Beatriz un poco asustada.
—Algo maravilloso ha pasado, en media hora busco a Noemí y nos vamos a reunir para contarles de mi gran descubrimiento.
—Mamá, ¿puedes, por favor, llamar a David y César y ver si pueden estar como a las siete de la tarde aquí en casa? – pregunta exaltado Rivaldo.
—Sí, hijo, ¿pero qué les digo? – pregunta su mamá, parada al lado de una mesita con un teléfono fijo.
—Diles que tengo una gran sorpresa que contarles y que no es el casamiento con Noemí – expresa Rivaldo y esboza una sonrisa.
David heredó de su padre toda la maquinaria para la explotación minera y también unos terrenos en las sierras de Pirayú. Sus expectativas son iniciar una empresa que se dedique a explotar el cuarzo que hay en la zona.
Hace tres meses inició los trabajos de excavación a cielo abierto y ya está planificando la comercialización del material extraído.
En medio del ruido que los grandes molinos a bolas hacen al triturar la roca suena su celular
—¿Hola? – atiende su teléfono César.
—Hola, hijo, ¿cómo estás? – pregunta su mamá con una voz que desborda de ternura.
—¡Hola, mamá!, estoy bien, ya casi termina la jornada. ¿Qué pasó? Me sorprende tu llamada.
—Es que Rivaldo me pidió que te llamara y te dijera si puedes estar a las siete en casa, tiene algo importante que contarnos y aclaró que no es el casamiento.
—Es duro de roer ese chico – dice César y larga una carcajada –.
—Sí, es así – expresa su madre – ¿y por casa cómo andamos?, ya estoy vieja y quiero disfrutar de mis nietos – lo reprende Beatriz.
—Bueno, bueno, mamá, ya se va a dar. Yo no tengo novia, Rivaldo está más cerca de lograrlo – responde César, siempre con una sonrisa en su voz. –No hay problema, dile a Rivaldo que a las siete estaré allí. Adiós, mamá, nos vemos más tarde.
—Adiós, hijo, ten cuidado – exclamó su madre.
Una vez que cortó su llamada, hizo señas para que los operadores de la retroexcavadora y el molino a bolas apaguen todo. La jornada ha terminado y se dispone regresar a la ciudad.
En medio de esta gran ciudad en la que se ha transformado Pirayú, frente a la plaza central, está la imponente iglesia Nuestra Señora de la Asunción y, como el resto de la arquitectura del lugar, data de comienzos de 1800.
Su cúpula es de color rojo y su campanario blanco pueden ser divisados varios kilómetros antes de llegar frente a ellos.
Su interior es de estilo gregoriano, con una arquitectura anterior al Concilio Vaticano II.
Al final de la nave principal hay una luz prendida, es la sacristía y suena un teléfono de línea fija. Un antiguo aparato de color negro con un sonido de campanilla.
Tras la insistencia del sonido, por fin alguien atiende.
—¿Hola? – expresa el Padre César.
—Hola, hijo, soy mamá – responde Beatriz.
—¡Mamá!, qué alegría escucharte, ¿cómo estás? – contesta César, que ya no imposta su voz de sacerdote y ahora responde como el hijo mimoso que siempre fue.
—¡Está todo bien, hijo! Te molesto porque Rivaldo me pidió que te llamara y te pidiera si podías estar a las siete en casa. Tiene algo importante que contarnos.
—¡Casamiento! – expresó César casi de inmediato.
—No, hijo, no es casamiento, pero es algo importante, ¿podrás?
—Estoy ocupado a esa hora con las confesiones, pero le pediré al padre José que me reemplace e iré, ¡no me puedo perder lo que sea que Rivaldo quiere contar! – expresa César mientras esboza una sonrisa.
—Bueno, hijo, te espero, ¡muchos besos! – responde Beatriz con ese tono maternal muy característico en su dulce y suave voz.
Rivaldo se recibió hace unos meses de Ingeniero en Agronomía. No siguió los pasos de su padre que fue un reconocido Ingeniero de Minas. Su vocación por la agricultura y el sustentamiento global de los alimentos lo llevaron a realizar una brillante carrera en la Facultad de Ciencias Agrarias en Asunción.
Son las 18 horas y, casi con una puntualidad ejemplar, Rivaldo está a la puerta de la Biblioteca Comunal. Viste una camisa a cuadros gris y blanca, un jean ya gastado y zapatillas deportivas blancas. Su metro setenta, su cabello color negro, corto y bien prolijo, demuestran una persona muy tranquila. Con ambas manos en los bolsillos, espera a la sombra de un árbol.
A la puerta de la biblioteca asoma Noemí, el contacto visual es inmediato y ella apura su paso para unirse en un profundo beso y un abrazo.
—¿Cómo estás, mi amor? – pregunta Noemí.
—Estoy más que bien, ahora nos vamos a mi casa, ¡he organizado una reunión familiar para contarles algo grande! – contesta Rivaldo muy exaltado y alegre.
—¿Puedo tener una primicia? – lo mira seductoramente Noemí.
—No, la regla es para todos por igual – contesta Rivaldo mientras esboza una sonrisa, toma su mano y parte en sentido a su casa.
Ambos caminan, él la abraza y se alejan por la Avenida Mariscal López.
Al domicilio de la calle Dr. Rodríguez ya están llegando Rivaldo y Noemí. Es la hora establecida para la reunión convocada por Rivaldo.
—¡Hola, mamá! – saluda con un beso a su madre.
—¡Hola, como están! – Beatriz saluda a Noemí con un abrazo y los invita a que pasen al living.
—Mamá, ¿te confirmaron mis hermanos su asistencia? – pregunta intrigado Rivaldo.
—Si, hijo, ya deben estar por llegar, voy a preparar una limonada y he horneado unas galletas de limón – responde su madre, siempre muy hacendosa.
Todos se acomodan en un living, de amplios sillones color blanco, el cuarto está muy bien decorado, tiene unos grandes ventanales con cortinas colores beige y sus paredes, de color blanco, se encuentran adornadas con artesanías regionales de Pirayú, en las que prevalecen el azul, el rojo y el blanco, que en conjunto representan los colores vivos de Paraguay.
—¡Buenas tardes! – saluda a todos el Padre César… solo César ya en el ámbito de su casa.
—¡Hola, César! – saludan todos al unísono levantando su mano derecha como en un juramento.
En medio de los saludos, ingresa David, que ya había pasado por la cocina y venía con un par de galletas en sus manos.
—¡Hola a todos! – saluda, saboreando su preciado botín, que ha sacado sin el consentimiento de su madre.
Ya están todos reunidos y Beatriz ha servido un vaso de limonada a cada uno y puesto a disposición una bandeja enlosada, color amarillo, en el centro de la mesa del living, repleta de galletas de limón, una especialidad que sabe que les encanta a sus niños, como ella aun los llama.
—Bueno, ¡gracias por venir! – comienza Rivaldo la reunión ante sus hermanos, madre y su novia. –Los he convocado porque creo que lo que tengo para comentarles es asunto de toda la familia y en esto incluyo a Noemí porque ya es parte de la misma– Noemí esboza una sonrisa, toma su mano y se sonroja.
—Desde hace un tiempo, mucho antes de recibirme, estoy detrás de un tema. Esto, inicia hace muchos años, una tarde fuimos a nuestro terreno de la montaña, en donde hoy David está desarrollando su negocio de minería, y encontramos una piedra de color verde que parecía una esmeralda. Sin decirle nada a papá, la puse en mi bolsillo y me la traje – comienza su relato Rivaldo, ante la mirada atenta de todos.
—Cuando volvimos – continúa– jugué a que esa piedra era un tesoro y la enterré en una maceta que tenía mamá con una planta que era un arbolito – en ese momento del relato Beatriz asiente con la cabeza y una sonrisa del recuerdo que eso le trae a su mente – Luego de dos semanas, sorprendentemente, la plantita, que solo tenía treinta centímetros de alto, paso a medir más de un metro y medio. Lo llamé a papá y le comenté lo sucedido. Desenterramos la piedra y papá me hizo prometer que no debía comentar de esto a nadie. Le pregunté ¿Por qué, papá?, este mineral tiene un componente que permite que las plantas evolucionen en forma acelerada, es como si fuera mágico.
Recuerda cómo su papá lo tomo por los hombros y lo miró a los ojos – hijo, tú sabes que te quiero y quiero lo mejor para ti. Te repito que la humanidad no está preparada para esto, por favor, no lo comentes con nadie, ya que algo grave puede llegar a pasar. Rivaldo lo miró sin comprender el mensaje de su padre, pero entendió que le quería advertir de algo muy serio.
A esta altura del relato, todos ya estaban con la boca semiabierta, no esperaban escuchar esta historia.
—¿Y qué pasó luego? – pregunta Noemí más que intrigada.
—Luego de eso, con papá trasplantamos el árbol a lo que es ahora la entrada al terreno de la montaña, al lado de la tranquera.
—¿Estás hablando del árbol cuyo tronco tiene casi dos metros de diámetro? – pregunta David sorprendido.
—Así es, David, – responde Rivaldo – nunca dejó de crecer, y es por eso que tomé la decisión de seguir la carrera de ingeniería en agronomía, quería llegar a entender de qué se trataba todo eso y por qué el miedo de papá a que saliera a la luz.
—¡Nunca nos hablaste de esto, Rivaldo! – interpela su mamá.
—No, mamá, he respetado la decisión de papá y hasta no poder entender de qué se trata no he querido hablar del tema.
—Bueno, por el amor de Dios, Rivaldo, y ¿qué has averiguado? – se exalta su hermano sacerdote.
—Ok, el último año de facultad he iniciado una serie de estudios y, luego, una vez que he podido montar mi laboratorio y comprado instrumental más tecnológico, he podido encontrar la sustancia que produce esa magia.
Todos se sirven un poco más de limonada, menos David que se levanta y busca una cerveza; César le dice ‘Otra para mí’. Lo que vendría a continuación tenía que poder digerirse con un poco de alcohol.
—Hace dos meses – continúa Rivaldo el relato y todos en sus asientos con la espalda erguida atentos a todos los detalles – fui a el lugar en donde David ha iniciado las excavaciones y encontré entre las piedras removidas, vetas de este color verde ya tan familiar para mí. Las llevé hasta el laboratorio y empecé a investigarlas.
—¿Y a que conclusión llegaste, hijo? – interroga su madre.
—El resultado de la investigación es que es un mineral que no está en la tabla periódica de los elementos químicos. Es una sustancia, entre el potasio y el zinc, pero tiene propiedades nutrientes que son incomparables con lo que se conoce hasta el momento.
—Pero, hermano, –dice David – ¡esto es fantástico! Esto podría revolucionar la industria alimenticia, esto permitiría multiplicar la capacidad de alimentos que necesita el mundo, podríamos decir que terminaría con el hambre mundial.
Rivaldo mira seriamente a David, repasa con su mirada a todos los presentes y continúa.
—Creo que podría ser así, pero hay un problema: que esta sustancia, a la que he bautizado como Z9 está encapsulada en una cobertura de dos minerales, cianuro y arsénico, que son mortales para el ser humano.
Todos miran con cara de desilusión a la gran noticia que parecía estar dando David.
—Pero estoy trabajando en eso, – dice Rivaldo – estoy muy cerca de poder aislar el Z9 en forma sencilla y de esa forma estaría en condiciones de poder producirse en forma industrial.
—¿Por qué tu papá te habrá dado ese mensaje? – pregunta Noemí.
—No lo sé, –dice Rivaldo– tampoco sé hasta dónde avanzó con esta investigación y a qué conclusiones puede haber llegado para tomar tal determinación. Pero lo voy a averiguar y podré sacar a la luz qué es lo que le preocupaba a papá.
—Esta era la gran noticia que tenía que compartir y los mantendré al tanto de lo que siga descubriendo con mi investigación en el laboratorio.
—La verdad es que estoy sorprendido, – dice David – hasta que tengas alguna conclusión todo el material de la excavación lo voy a depositar en un lugar especial dentro del terreno y cuando llegues a alguna conclusión, tomaremos la decisión de cómo seguir.
Dichas estas palabras, la reunión se dio por terminada, y cada uno se despidió para continuar con sus actividades.
Pasaron dos semanas desde que Rivaldo dio la noticia de su gran descubrimiento.
Su hermano sacerdote, el Padre César, fue invitado a una conferencia sobre Las Misiones Católicas en el Mundo.
Esta se desarrollaba en los salones de la Iglesia de San Juan de Pirayú, dependiente de la Iglesia Virgen del Rosario.
César llega muy temprano y va a ver a los organizadores.
—Buenos días – saluda César, mientras se presenta ante unas personas que están en un escritorio.
—Buenos días, Padre – responde una de las colaboradoras y lo mira un poco incrédula. César es muy joven y, a pesar de estar en una iglesia conservadora, él no usa el cleriman en el cuello que lo identifica como miembro del clérigo. – ¿me dice su nombre?
—Padre César, Villalba de Iglesia Nuestra Señora de la Asunción–
—Padre César, César, aquí está – dice la señora mientras lo mira por encima de sus lentes – bienvenido, Padre César, al final de esa puerta blanca está la sala de conferencia.
—Muchas gracias – expresa César y se dirige hacia el lugar indicado.
La conferencia es dictada por Los Misioneros Pasionistas, una congregación dedicada a tener misiones cristianas en el mundo.
El tema central son las necesidades que muchas personas del considerado Tercer Mundo están padeciendo en los cinco continentes.
Una vez terminada la conferencia, y luego de los aplausos a los disertantes, todos han sido invitados a disfrutar de un almuerzo.
—Como decía un sacerdote amigo – dice unos de los religiosos que caminaba junto a César – después de la Mística está la Mástica – y ambos se ríen.
César se presenta:
—César Villalba, de la Parroquia Nuestra Señora de Asunción – y le estrecha la mano.
—Piero Ayala, soy Vicario de la Nunciatura en Asunción.
Y juntos se dirigen hasta el comedor y toman sus lugares uno al lado del otro.
Es un gran salón con mesas de seis personas cada una y una vajilla muy austera, todo el mobiliario también es muy sencillo, con sillas de madera que demuestran su uso y paso del tiempo. Los Pasionistas, como son llamados estos religiosos, se destacan por la austeridad de todas sus acciones.
—Muy buena la presentación y las perspectivas que han dado para el trabajo misionero – rompe el silencio César haciendo este comentario a todos los integrantes de la mesa.