El pragmatismo conceptualista de C. I. Lewis. Una revisión crítica - Victoria Paz Sánchez García - E-Book

El pragmatismo conceptualista de C. I. Lewis. Una revisión crítica E-Book

Victoria Paz Sánchez García

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Beschreibung

Este libro se propone, entonces, recuperar la filosofía de Lewis y dar a conocer para el ámbito hispanoparlante una de las teorías gnoseológicas más complejas, potentes y acabadas del siglo XX. En este sentido, ofrece una reconstrucción y una revisión crítica del pragmatismo conceptualista lewisia-no, haciendo hincapié en la compleja articulación entre su teoría del conocimiento y sus desarrollos en torno a la valoración, la ética, la racionalidad y la normatividad. De este modo, se pretende contribuir a una mejor comprensión de la importancia e incidencia de la perspectiva de Lewis, iluminando el carácter original y novedoso de sus aportes al campo del conocimiento.

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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Universidad Nacional Autónoma de México

Dr. Enrique Luis Graue Wiechers

Rector

Dr. Leonardo Lomelí Vanegas

Secretario General

Dr. Alberto Ken Oyama Nakagawa

Secretario de Desarrollo Institucional

Dr. León Olivé

Director del Seminario de Investigación sobreSociedad del Conocimiento y Diversidad Cultural

Colección del Seminario de Investigación sobreSociedad del Conocimiento y Diversidad Cultural

Secretaría de Desarrollo InstitucionalUniversidad Nacional Autónoma de México

El pragmatismo conceptualistade C. I. Lewis.Una revisión crítica

Victoria Paz Sánchez García

México, 2015

Contenido

Agradecimientos

Prólogo

Introducción

PRIMERA PARTE. LEWIS Y EL PRAGMATISMO

I. Contexto filosófico

II. Vida, obra y actualidad de su pensamiento

III. El compromiso con la tradición pragmatista

SEGUNDA PARTE. EL PRAGMATISMO CONCEPTUALISTA

IV. La teoría del conocimiento

V. Elementos constitutivos del conocimiento empírico

El elemento dado

El elemento a priori

VI. La dimensión pragmática del conocimiento

TERCERA PARTE. TENSIONES, CRÍTICAS E INTERPRETACIONES

VII. El problema metafísico: ¿realismo o idealismo?

La tesis de la realidad independiente

Articulación con un relativismo conceptual

La tesis metafísica realista como categoría a priori

VIII. El problema de la validación del conocimiento empírico: aceptabilidad racional y verdad, justificación y verificación

Recepción y lecturas de la propuesta lewisiana

¿Un pragmatismo fundacionalista?

Hacia una idea desmitificada de lo dado

El elemento pragmático: disolviendo las dicotomías

CUARTA PARTE. VALORACIÓN, NORMATIVIDAD Y RACIONALIDAD: BASE DE LAS DECISIONES PRAGMÁTICAS

IX. ¿Una herejía al pragmatismo clásico?

La distinción entre lo bueno y lo correcto

La valoración como prolegómeno a lo normativo

X. El rol de los valores en los procesos cognitivos: deconstruyendo la idea de neutralidad valorativa

¿Qué son los valores?

La dimensión valorativa de los hechos

La dimensión fáctica de los valores

Una distinción significativa entre hecho y valor

Hacia una teoría de la valoración en ciencia

XI. La dimensión normativa de la experiencia

Legitimidad de los principios normativos

Los imperativos racionales en la teoría lewisiana

XII. Reconstruyendo un modelo de racionalidad pragmatista

La concepción lewisiana del ser humano

Inteligencia y racionalidad

XIII. Valoración, normatividad y racionalidad: vinculaciones pragmáticas

QUINTA PARTE. CONCLUSIONES FINALES

Referencias

Aviso legal

COLECCIÓN DE PUBLICACIONES DEL SEMINARIO DE INVESTIGACIÓN SOBRE SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO Y DIVERSIDAD CULTURAL

El Seminario de Investigación sobre Sociedad del Conocimiento y Diversidad Cultural se creó por acuerdo del Rector Dr. José Narro Robles, el 23 de abril de 2009.

Entre sus objetivos se encuentran los siguientes:

I.

Promover los estudios interdisciplinarios e impulsar la investigación de las disciplinas académicas que aborden los diferentes aspectos filosóficos, económicos, políticos, culturales, epistemológicos, éticos y jurídicos de la generación, distribución, apropiación y aplicación del conocimiento en beneficio de la sociedad, prestando especial atención a la diversidad cultural de México.

II.

Diagnosticar y proponer soluciones sobre las políticas públicas económicas, educativas, culturales, de ciencia, tecnología e innovación, que beneficien a México para lograr una sociedad del conocimiento justa, democrática y plural;

III.

Presentar y discutir dentro y fuera de la comunidad universitaria el contenido y resultados de sus actividades;

IV.

Realizar transferencias de conocimientos y proponer mecanismos para fomentar y garantizar la protección intelectual de conocimientos tradicionales en México, y

V.

Realizar talleres, cursos, diplomados y ofrecer asesorías, encaminados al fortalecimiento del conocimiento y la diversidad cultural.

El Seminario tuvo como precedente el Proyecto con el mismo nombre, que formó parte del Programa Sociedad y Cultura: México Siglo XXI, que se creó por iniciativa del Dr. Juan Ramón de la Fuente, durante su rectorado, y se desarrolló exitosamente entre 2005 y 2007 bajo la dirección de la Dra. Maricarmen Serra Puche como Coordinadora de Humanidades.

El Seminario, como el Proyecto que lo precedió, ha conjuntado el esfuerzo de decenas de investigadores de diferentes facultades, institutos y centros de la UNAM y de otras instituciones de investigación y educación superior, logrando importantes resultados de un trabajo inter y transdisciplinario, en el que se discute la problemática de México para transitar hacia una sociedad del conocimiento, tomando especialmente en cuenta su diversidad cultural. Del proyecto anterior se derivaron numerosas publicaciones, incluyendo libros editados bajo el sello del Programa Sociedad y Cultura: México Siglo XXI de la Coordinación de Humanidades de la UNAM.

A partir de la creación del Seminario se ha retomado la idea de publicar libros originales y derivados de las investigaciones que se realizan en su propio seno. Esta Colección de Publicaciones del Seminario de Investigación sobre Sociedad del Conocimiento y Diversidad Cultural cumple así con la tarea de difundir los resultados de sus actividades para ponerlos a la consideración de investigadores, profesores, estudiantes y público en general, y de contribuir al debate nacional sobre las formas y políticas apropiadas para que nuestro país se encamine hacia una sociedad del conocimiento que sea justa, democrática y plural.

El Seminario agradece el valioso apoyo de la Secretaría de Desarrollo Institucional de la UNAM para la realización de la Colección.

León OlivéDirector del Seminario

A mis abuelos

Agradecimientos

Son muchas las personas que han contribuido para que este libro tenga lugar, que han sido un apoyo y un motor tanto en lo académico y filosófico como en lo personal y afectivo. Seguramente no me alcancen las palabras para manifestarles mi agradecimiento y hacerles saber que reconozco su presencia y aporte durante todo este tiempo. Pero al menos tengo que intentarlo, a riesgo de quedarme corta con las palabras.

A mi familia quiero agradecerle por la confianza plena con la que acompaña siempre todas mis decisiones. A mis padres, Mabel y Alberto, que me animaron de un modo incondicional en todos los sentidos. A mi hermana, Virginia, que me leyó y corrigió con infinita paciencia y buena disposición. A la más pequeña, Miranda, por sus sonrisas hermosas. A mi otra gran familia de la vida, elegida una y otra vez: mis amigos y amigas, por estar siempre de distintas formas y desde diferentes lugares. A Luciana Carrera, amiga y compañera en la filosofía, por compartir estos caminos conmigo. A María José Suarez, por ilustrar mi trabajo con sus bellísimos dibujos.

A Cristina Di Gregori le debo un agradecimiento muy especial por haberme orientado y dirigido en todos los sentidos posibles y con absoluta generosidad; le debo, sin lugar a dudas, mi formación en la investigación y también en la filosofía. A Ana Rosa Pérez Ransanz, le agradezco profundamente la disposición y la confianza con la que acompañó mi trabajo en todo momento. A León Olivé por apoyar siempre nuestras investigaciones. A Oscar Esquisabel, Daniel Kalpokas y Hernán Miguel por las correcciones, comentarios y sugerencias que contribuyeron a enriquecer y mejorar este trabajo. A mis compañeros y compañeras del equipo de investigación, Federico López, Livio Mattarollo, Evelyn Vargas, Leopoldo Rueda y Chantal Rosengurt, por compartir proyectos, trabajos y discusiones y por colaborar conmigo tan desprendida y desinteresadamente. A Laura Agratti y Verónica Bethencourt, por enseñarme tanto.

Quiero agradecer también al Departamento de Filosofía de la FaHCE-UNLP por abrirme diferentes espacios de participación y de trabajo. Al Instituto de Investigación en Humanidades y Ciencias Sociales (IdIHCS), a la UNLP y a Conicet, por contribuir a mi formación y por facilitarme las condiciones para llevar adelante mis proyectos de investigación. A la UNAM por darme la oportunidad de publicar este libro.

Seguramente estas palabras de agradecimiento no alcanzan a dar cuenta de la cantidad de personas e instituciones que, de un modo u otro, han colaborado en estos años de trabajo y han influido singularmente en mi formación personal y profesional. A todos/as ellos/as les agradezco sinceramente. Espero que este libro logre reflejar todo ese trabajo. Si así no fuera, desde ya que corre por mi cuenta.

Prólogo

Clarence Irving Lewis forma parte de la tradición del pragmatismo clásico americano y ha sido, sin duda, uno de los epistemólogos más importantes de la filosofía norteamericana durante el siglo XX. Su largo paso por Harvard, como estudiante y como profesor, le significó una importante formación, una vinculación con grandes pensadores de la filosofía local y continental, y una indudable influencia en las generaciones que le sucedieron. Sin embargo, su filosofía no ha recibido la atención que merece en su propio contexto y, mucho menos, en la filosofía de habla hispana. Ha sido, además, objeto de diferentes interpretaciones y asociaciones, muchas de las cuales lo desvincularon de la corriente del pragmatismo clásico opacando sus más lúcidos aportes teóricos. Frente a este estado de la cuestión y teniendo en cuenta, por otra parte, el renovado interés que se registra en torno al pensamiento pragmatista, es que nos hemos propuesto recuperar la filosofía lewisiana.

En términos concretos, el presente libro se propone contribuir a una mejor comprensión de la importancia e incidencia de la perspectiva de Lewis al interior de la corriente pragmatista, determinando el carácter original y novedoso de sus aportes al campo del conocimiento y evaluando su potencial para pensar las prácticas cognitivas y científicas actuales. Esta tarea permitirá, asimismo, dar a conocer para el caso de la filosofía hispanoparlante lo que sin duda constituye una de las teorías gnoseológicas más complejas, potentes y acabadas del siglo XX; una que, no obstante, ha permanecido casi desconocida y sin traducciones al español. Dicho de otro modo, nuestro interés es recuperar en profundidad el pensamiento lewisiano e incorporarlo a las reflexiones actuales vinculadas a discusiones éticas, valorativas y gnoseológicas.

Ahora bien, en orden a cumplir este propósito consideramos de suma importancia enfatizar, por un lado, la filiación de Lewis a la corriente pragmatista y, por el otro, el carácter integral y global de su propuesta filosófica. Ambos aspectos son, según sostenemos en el presente libro, solidarios entre sí y se implican mutuamente: reconocer a Lewis como un pragmatista habilita una comprensión de su obra mucho más contundente y articulada, al mismo tiempo que partir de una consideración global de su propuesta pone de manifiesto su veta indudablemente pragmatista.

Con esta clave interpretativa en mente avanzaremos en la reconstrucción exegética de la teoría del conocimiento lewisiana, autodenominada “pragmatismo conceptualista”, a lo largo de diferentes escritos; situándola contextualmente; mostrando las influencias que recibió y que supo ejercer; sistematizando sus conceptos específicos y sus tesis fundamentales; abordando algunos de los problemas filosóficos más importantes a los que pretendió dar respuesta; y analizando sus puntos de tensión así como las principales críticas y objeciones que se le han formulado y que, indudablemente, han incidido de manera fundamental en su recepción para el terreno de la filosofía. Todo ello, con el propósito más específico de mostrar crítica y argumentalmente que la propuesta de Lewis tiene todavía mucho que aportar y que su incorporación a las reflexiones actuales puede resultar muy enriquecedora. Queda a juicio del lector determinar si esto es efectivamente así.

Introducción

En 1969 sale a la luz el último libro de C.I. Lewis, Values and Imperatives. Studies in Ethics (1969), publicado un año después de su muerte. Se trata de un conjunto de artículos y conferencias que anticipaban su última gran obra en torno a la ética —obra que lamentablemente nunca fue terminada. El editor y compilador de esta serie de trabajos, John Lange, hace un comentario sobre Lewis en su introducción al libro, que nos parece sumamente atinado y significativo y con el cual quisiéramos dar comienzo:

Recuerdo haberme preguntado —varios años atrás cuando era un estudiante de posgrado escuchando a Lewis— si él estaba veinte años atrás en el tiempo o adelante. Me inclino a pensar que ninguna de las dos —que sólo la periferia de su trabajo puede ser fechada, y que el contenido tiene poco respeto por los calendarios. Lewis, como Hume y Kant, será un filósofo que los hombres que consideran las cuestiones de nuestra disciplina volverán a visitar, generación tras generación, ésta o la siguiente, o la que le sigue. Entonces, si en ocasiones pareciera que Lewis torna difíciles algunas cuestiones naturales, se sale de las rutinas, hace cosas que se nos dice que no hagamos (…) creo que no hay mejor consejo que el simple ánimo para permanecer calmos: escuchar, tratar de entender, y si sienten que no lo ha dicho correctamente, tratar de decirlo correctamente uno mismo.1 (Lewis, C.I., 1969, pp. vii-viii).

Elegimos esta observación porque recoge varios puntos con los cuales coincidimos al respecto de los vínculos que pueden establecerse con la filosofía lewisiana al abordarla y analizarla, y porque nos da pie para introducir algunas consideraciones generales y preliminares.

En primer lugar, Lange señala una cierta ambivalencia al enfrentarse al pensamiento de Lewis que nosotros nos atrevemos a resumir del siguiente modo: como una oscilación entre, por un lado, una posición que por momentos parece ligada a conceptos y distinciones clásicas —algunas ya criticadas y superadas— y, por el otro, una posición anticipativa, crítica, propositiva e, incluso, novedosa. A nuestro juicio, esta indefinición también guarda relación con, y se pone de manifiesto en, la diversidad de interpretaciones que en algunos casos han acompañado la recepción de los distintos escritos lewisianos. Y es que, en efecto, es posible que si abordamos cada uno de sus escritos en forma aislada, nuestras impresiones difieran de acuerdo con la obra, al año en que fue escrita, al tema que se trate y, fundamentalmente, de acuerdo con quién esté discutiendo o dialogando Lewis allí. Puede ser, incluso, que en algunos casos lleguemos a conclusiones o interpretaciones de su propuesta muy distintas. En pocas palabras, es posible que a partir del abordaje puntual de alguno de sus escritos, o de algunos de sus párrafos o fragmentos, podamos construir lecturas que, tomadas luego en su conjunto, den como resultado una posición ambigua, poco comprensible e incluso contradictoria.

Así es que muchas veces se ha señalado la fuerte influencia e impronta kantianas que tiene Lewis aludiendo, por ejemplo, a su conceptualismo, al modo de conciliar filosóficamente elementos que la tradición mantenía irreconciliables (como lo dado sensible y las categorías). O, por el contrario, se han recuperado con énfasis las críticas lewisianas a la filosofía de Kant marcando su distanciamiento y diferenciación respecto de ella principalmente a partir de los rasgos absolutistas y trascendentalistas como, por ejemplo: la idea de una realidad nouménica, de una razón absoluta y universal, de un único esquema categorial de carácter trascendental; o del rechazo de los juicios sintéticos a priori y del formalismo ético.

Lo mismo ha ocurrido con las relaciones de Lewis con sus maestros J. Royce, B. Perry y W. James y, de un modo particular, con las posturas filosóficas que estos autores encarnaron. Así, se han recogido los argumentos lewisianos que hacen hincapié en los aciertos del idealismo, por ejemplo: el reconocimiento de la actividad legislativa de la mente en el conocimiento, la concepción inmanente de la experiencia y de la realidad y sus implicancias para la teoría del significado (sobre todo en Berkeley y Royce); o, por el contrario, los que refuerzan la posición realista: la idea de que es imprescindible reconocer un elemento dado, materia del conocimiento que señala la existencia de una realidad que nos trasciende epistémicamente y sin la cual no podríamos hacer distinciones gnoseológicas fundamentales. Del mismo modo, aunque en sentido inverso, se han enfatizado las críticas de Lewis al idealismo, por ejemplo: su carácter absolutista y las consecuencias que se siguen de ello para la lógica y la teoría de la verdad y la idea de que la realidad depende de la relación de conocimiento; o sus argumentaciones para dar cuenta de los errores que ha cometido el realismo, a saber: la separación del sujeto respecto de una realidad trascendente y las implicancias correspondentistas que la misma conlleva para la teoría del conocimiento y del significado, la idea de que la realidad del objeto es totalmente independiente de la relación de conocer, entre otras.

En una línea muy similar, se han puesto de manifiesto las coincidencias teóricas y metodológicas que guarda Lewis con el pragmatismo, particularmente con Peirce: la máxima pragmática y todas sus implicancias, la teoría del significado, algunas dimensiones de la noción de verdad como convergencia; con James: la idea de caos de experiencia que se hace consciente, el rol legislador y ordenador de la mente, la teoría de la verdad asociada al significado; con Dewey: sus críticas a las tradiciones del empirismo y el racionalismo clásicos y todo lo que ello trae aparejado, la concepción de la lógica como investigación y de las ideas como planes de acción, la teoría de la valoración; y con Royce: el carácter empírico e incluso pragmático de los fundamentos de los sistemas conceptuales, la distinción entre generalizaciones empíricas y leyes que constituyen el corazón de la polémica demarcación entre lo a posteriori y lo a priori y lo sintético y lo analítico. Al mismo tiempo, que puede, se ha otorgado relevancia a las críticas que el autor elevó a algunos pragmatistas y a las consecuentes desviaciones que planteó respecto de ellos, por ejemplo, en lo que concierne a la importancia que da Lewis a la justificación en los procesos cognitivos y a su distinción de los procesos de verificación, o a la idea de corrección y a su distinción respecto de la valoración.

Esta misma lógica encuentra terreno en lo que respecta a la relación de Lewis con el positivismo lógico y con la filosofía analítica, aunque de un modo mucho más complejo y difícil de determinar. Las asociaciones del filósofo a ambas corrientes han sido demasiado frecuentes y, por lo general, controvertidas. A nuestro modo de ver han sido, además, inadecuadas o erróneas; por lo menos en la mayoría de los casos. Podríamos decir que Lewis simpatiza con el Círculo de Viena, sobre todo con sus primeras declaraciones. No obstante, la posición general del autor frente a las principales tesis del empirismo lógico ha permanecido crítica y confrontativa (particularmente en lo que tiene que ver con la concepción verificacionista del significado y sus consecuencias para la significatividad de la experiencia humana, o con el naturalismo cientificista y las consecuencias inaceptables que trae aparejadas para la teoría de la valoración, la estética y la ética). Lo mismo vale para la filosofía analítica con quien comparte una clara tendencia a las formas minuciosas de análisis lógico y epistemológico y al establecimiento de precisas demarcaciones y distinciones conceptuales, pero respecto de la cual se distancia en varios puntos. Podríamos decir, en líneas generales, que para la perspectiva lewisiana la filosofía es mucho más que el análisis de conceptos y es servidora, en última instancia, de la acción y la experiencia humanas; lo cual conlleva un cambio de perspectiva y de unidad de análisis que no hace más que acentuar las distancias.

Lo que queremos señalar con este sucinto y hasta apurado racconto de influencias, coincidencias, críticas y distanciamientos es que, efectivamente, Lewis se presenta en principio como un filósofo susceptible de interpretaciones e impresiones por lo menos diversas. Éste es un punto que sin duda debe reconocerse y para el cual ofreceremos una explicación y una respuesta posible. Más concretamente, podemos anticipar que los ejes interpretativos que proponemos y que queremos defender se explicitan en torno a las siguientes tesis, a saber: (1) que Lewis es un pragmatista, a pesar de las importantes interpretaciones en contrario realizadas por destacados filósofos contemporáneos; (2) que su propuesta constituye un genuino sistema filosófico de ideas sólidamente articuladas sobre el trasfondo de su perspectiva pragmatista; (3) que si asumimos las dos tesis anteriores, muchas de las dificultades interpretativas que por momentos pone de manifiesto la teoría lewisiana se resuelven reforzando consistentemente dichas premisas; lo cual nos permite pensar que (4) en muchos casos Lewis ha sido mal comprendido precisamente porque se lo ha desvinculado del pragmatismo o porque se han desarticulado algunas partes de su teoría, de su sistema como un todo; y, finalmente, que (5) la interpretación en clave pragmatista de Lewis ofrece una perspectiva integral de su teoría que resuelve ciertas aporías al mismo tiempo que permite visualizar un conjunto de aportes que resultan significativos para las discusiones epistemológicas actuales no sólo en el campo del conocimiento —particularmente de la ciencia— sino también, y fundamentalmente, en el terreno de la valoración, la política y la ética.

Estamos convencidos de que la filosofía lewisiana se comprende más y mejor como el despliegue original de una posición que surge, se desarrolla y concluye con claros compromisos naturalistas y pragmatistas; una posición que se va desenvolviendo y complejizando gradualmente, tomando elementos de las distintas posturas que con ella entran en diálogo pero incorporándolas siempre en clave pragmática; una posición que se mantiene crítica a sus interlocutores —incluso a sus influencias más directas— pero que al mismo tiempo permanece permeable a sus aportes y objeciones. Ahora bien, esto de ningún modo significa sostener que no existen ambigüedades, contradicciones o críticas en general que sean genuinamente atribuibles a Lewis. Sólo quiere decir que, para una correcta formulación y evaluación de las mismas, la mesa de disección debe ser de matriz pragmatista y naturalista.

Desde esta perspectiva, entonces, volvemos a retomar la legítima duda de Lange acerca de si está frente a un filósofo más bien clásico y conservador o, por el contrario, uno progresivo o vanguardista. A nuestro modo de ver, la respuesta a esta cuestión no consiste tanto en negar ambas alternativas, tal como sugiere el editor, sino más bien contemplar un poco de ambas impresiones. La propuesta lewisiana tiene, efectivamente, rasgos que la asemejan a una filosofía del pasado; esto se debe principalmente al lenguaje y vocabulario que utiliza, y al modo quizás demasiado fiel de retomar —aunque no de adoptar— viejos problemas y viejas soluciones. Sin embargo, en lo que respecta a su contenido sustancial y propositivo, consideramos que Lewis supo leer adecuada e inteligentemente su contexto filosófico y que propuso novedosas ideas para pensarlo que tienen sentido y utilidad incluso hoy.

Ahora bien —y este es un punto relacionado con otra de las observaciones de la cita introductoria—, resulta llamativo que la filosofía lewisiana no haya sido adecuadamente revisitada, tal como vaticinó Lange. Gran parte de sus comentadores y críticos fueron filósofos contemporáneos a él: profesores, colegas y alumnos; y la mayoría de ellos pertenecieron al contexto de la filosofía norteamericana y angloparlante. Pero no encontramos registros de que su filosofía, en particular su propuesta epistemológica, haya trascendido más allá de dicho contexto; por lo menos no hasta el momento. Peor aún es el caso de su recepción en la filosofía de habla hispana. Lewis casi no ha tenido lectores especializados o que lo aborden y analicen en profundidad.2 Esto es causa y a la vez consecuencia de que su obra permanezca, todavía, sin ser traducida al español.3 Lo mismo ocurre con sus fuentes secundarias.

Estas consideraciones, sin embargo, no reflejan la verdadera influencia que tuvo Lewis en el campo de la teoría del conocimiento durante el siglo XX. Si bien no es un punto que lleguemos a desarrollar en profundidad aquí, entendemos que Lewis ha tenido un influjo innegable y significativo en el posterior desarrollo de la filosofía analítica así como también en el delineamiento de muchas de las tesis centrales del denominado neopragmatismo. Estamos pensando, principalmente, en filósofos de la talla de W.O. Quine, N. Goodman y H. Putnam, o en la propuesta gnoseológica del filósofo latinoamericano Luis Villoro. Es, entonces, una deuda importante que queda pendiente la de tender cuidadosamente los puentes entre Lewis y estos autores y la de mostrar por qué no se registra en ellos una alusión específica a su filosofía. En lo que a los fines y objetivos generales del presente trabajo concierne, sin embargo, quedaremos conformes si logramos no sólo dar cuenta argumentalmente de las tesis que hemos presentado sino también, y fundamentalmente, de poder dar a conocer de manera clara y crítica lo que consideramos una de las teorías del conocimiento más sólidas y acabadas del siglo pasado, aunque no sin dificultades. Si algo de estas pretensiones —que no son pocas ni menores— se cumple, entonces quizás también habremos podido mostrar el potencial de la teoría lewisiana para continuar pensando los procesos cognitivos, particularmente la actividad científica, en un marco de consideraciones más amplio. Sobre todo para un contexto actual que se define de manera bastante más compleja y que exige reflexionar en torno a las prácticas de producción, legitimación, aplicación y divulgación del conocimiento desde una perspectiva que no deje al margen la reflexión acerca de la racionalidad de los procesos de decisión y elección, y de las valoraciones que le dan base y sentido. Es este fin más general hacia el cual se dirige, en definitiva, nuestra investigación. El presente trabajo es un esfuerzo por dar un paso hacia allí y el pragmatismo lewisiano es la herramienta analítica y filosófica para avanzar en dicho sentido.

Con estas consideraciones en mente nos hemos propuesto, en términos metodológicos, centrar nuestra investigación en el análisis crítico de la teoría del conocimiento de Lewis: el “pragmatismo conceptualista”. Dicha teoría está formulada principalmente en su obra capital Mind and the World Order (1929), no obstante, nuestra tarea es reconstruirla a lo largo de sus diferentes escritos pasando también por su segunda obra capital, An Analysis of Knowledge and Valuation (1946), y derivando luego en sus escritos éticos, los cuales tienen también una dimensión epistemológica relevante. Esto nos permitirá, finalmente, establecer las vinculaciones entre la teoría del conocimiento, la teoría de la valoración y la teoría ética o normativa en la propuesta de Lewis. Por otro lado, la perspectiva adoptada intentará poner en juego de manera simultánea una intención expositiva y explicativa de la teoría lewisiana, por un lado, y una mirada crítica de la misma y de los comentarios que ha recibido, por el otro.

El libro se estructura en cinco grandes partes, cada una de las cuales se apoya en cierto modo en la anterior. La primera de ellas tiene por objetivo mostrar la relación de Lewis con el pragmatismo. El capítulo I lo sitúa en su contexto filosófico; el capítulo II presenta en términos generales su trayectoria filosófica desde un punto de vista histórico y cronológico; y el capítulo III se concentra puntualmente en dar cuenta del efectivo compromiso de Lewis con lo que consideramos que constituye el núcleo central del pensamiento pragmatista y que se encuentra resumido en lo que llamamos su teoría de la experiencia o su teoría de la acción.

En la segunda parte, desarrollamos la teoría del conocimiento lewisiana: el pragmatismo conceptualista. En el capítulo IV presentamos algunas consideraciones preliminares y generales sobre sus compromisos gnoseológicos; en el capítulo V, introducimos los elementos constitutivos del conocimiento (el elemento dado y el elemento conceptual a priori); y en el último, el capítulo VI, hacemos hincapié en el punto más importante para comprender cabalmente su teoría: la tesis de la indistinguibilidad entre lo dado y lo interpretado y su anclaje en la dimensión pragmática. Esta tesis es, en definitiva, la bandera pragmatista de Lewis y aquella con la cual abordamos los puntos más complejos y críticos de su propuesta. Hemos decidido presentar, en un comienzo, estos pilares fundamentales del pragmatismo conceptualista con la convicción de que representan una base mínima sólida que nos permite pasar a abordar directamente las cuestiones gnoseológicas más relevantes para su posición. Confiamos en que a medida que desarrollemos el tratamiento lewisiano de dichos problemas irán apareciendo el resto de los elementos de su teoría y completándose, así, una visión más integral de su propuesta.

En la tercera parte, entonces, abordamos la teoría lewisiana incorporando algunas de las principales objeciones e interpretaciones que ha recibido. Para ello, centramos nuestro análisis en dos problemas sustantivos, a saber: el problema de la relación entre la mente y la realidad y el problema de la justificación del conocimiento empírico. Hemos seleccionado estas cuestiones no sólo porque son tópicos que han ocupado particularmente a Lewis, sino también porque reconocemos una serie de tensiones en torno a ellos. En algunos casos, estas tensiones son internas, es decir, son puntos críticos dentro de la misma teoría; puntos que Lewis se vio en la necesidad de aclarar, completar o modificar en la medida en que su pensamiento maduraba y era discutido. En otros casos, las tensiones son externas, es decir, están vinculadas a confrontaciones o discusiones con posiciones o interpretaciones alternas.

Cada uno de estos problemas recibe su tratamiento al interior de un capítulo. Continuando con la enumeración, en el capítulo VII reconstruimos la posición de Lewis frente a uno de los debates más importantes de comienzo del siglo XX en EEUU, a saber: aquel entre realismo e idealismo. Allí, analizamos las maniobras argumentales que propone el autor para respaldar su opción por el realismo y distanciarse de los compromisos idealistas, mostrando que en definitiva dicha distinción es poco significativa cuando se la enmarca en una metafísica de corte pragmatista. En el capítulo VIII, por otro lado, tratamos el problema de la justificación del conocimiento empírico, cuestión que también fue objeto de gran debate en el contexto norteamericano de la segunda mitad del siglo pasado, entre fundacionalistas y coherentistas. En este marco, Lewis ha sido considerado como un representante del fundacionalismo fuerte y, consecuentemente, ha sido blanco de las críticas al famoso Mito de lo dado. Nuestra intención es analizar estas lecturas argumentando que no se aplican a la posición lewisiana y que la misma está lejos de poder ser catalogada como fundacionalista.

En otro orden de ideas, cabe aclarar que el tratamiento de este último problema requirió que presentemos al comienzo algunas distinciones entre justificación y verificación y que desarrollemos algunas consideraciones en torno a la verdad. Con respecto a esto último, queremos señalar que somos conscientes de que una teoría de la verdad en el marco del pragmatismo lewisiano es una cuestión de indudable relevancia y que hubiera merecido, por lo menos, un capítulo aparte. Nuestro análisis, en cambio, aborda esta cuestión sólo en función del tratamiento de la justificación. Permanece, entonces, como una deuda en el saldo de nuestra investigación. Asimismo, reconocemos que tratar problemas de tal magnitud como los que abordamos en esta tercera parte conlleva grandes riesgos de omisiones y falencias; incluso si se da en el marco de una posición gnoseológica específica, como es nuestro caso. No obstante, esperamos que los resultados ofrezcan un panorama general de la cuestión que contribuya a despertar el interés por continuar profundizándolos.

La cuarta parte de este libro aborda una cuestión de una magnitud incluso mayor que las anteriores: la relación entre valoración, normatividad y racionalidad; relación que, según pretendemos mostrar, es de base pragmática. En el capítulo IX tratamos los vínculos e implicancias de la teoría del conocimiento de Lewis con su teoría de la valoración y de la ética, tomando como punto de partida la cuestionada distinción que introduce Lewis entre lo bueno y lo correcto. Esta distinción lewisiana ha sido entendida por varios intérpretes como un punto de alejamiento respecto del resto de los pragmatistas clásicos, particularmente, de William James y John Dewey. Analizaremos este punto, mostrando las implicancias que efectivamente tiene dicha distinción para la posición de Lewis y argumentando que representan más bien una continuación y profundización de ciertas tesis que son claramente pragmatistas. Finalmente, introducimos la teoría de la valoración lewisiana como un prolegómeno necesario a la normatividad. El capítulo X da continuidad a esta última tesis pero haciendo hincapié en la resignificación que hace Lewis de la noción de valor y de su rol en los procesos cognitivos. Gran parte de estos desarrollos están orientados fundamentalmente a romper la concepción dicotómica entre hecho y valor, o entre ciencia y valores, y a deconstruir la tesis de la neutralidad valorativa demandando la incorporación de una teoría de la valoración para el ámbito del conocimiento. En el capítulo XI trabajamos puntualmente la dimensión normativa, a partir del análisis lewisiano de los criterios de corrección. Este punto nos conduce directamente al problema de los fundamentos de legitimidad de la ética —y, por lo tanto, de cualquier tipo de normatividad. Es en este capítulo que se termina de articular la relación entre valoración y normatividad a partir de una concepción de la ley moral construida, a nuestro juicio y tal como pretendemos mostrar, pragmáticamente. El capítulo XII, por su parte, aborda lo que según el propio Lewis constituye el fundamento final de la normatividad y, según nuestra propia lectura, el pilar que sostiene toda la teoría lewisiana: una concepción de la naturaleza humana formulada en clave naturalista que se vincula íntimamente a un modelo de racionalidad de clara impronta pragmatista. El último capítulo de esta cuarta parte, el capítulo XIII, presenta algunas conclusiones preliminares en torno a la compleja interrelación que se da entre valoración, normatividad y racionalidad en la propuesta lewisiana.

Finalmente, en la parte última presentamos las conclusiones finales en las que intentamos recapitular de manera integral las tesis y conclusiones parciales que desarrollamos a lo largo de toda la obra, poniéndolas en relación con los objetivos generales ya señalados y confrontando, a partir de todo ello, los resultados obtenidos. Asimismo, dejamos planteadas algunas cuestiones que quedan pendientes y que constituirían los puntos de partida para futuras indagaciones vinculadas a la posibilidad de pensar y reconstruir un modelo de racionalidad pragmatista que pueda ser puesto a prueba y aplicado a las actuales reflexiones en torno a la racionalidad en ciencia y en ética. Como se pone en evidencia, el presente trabajo no podría abordar tal empresa sin pecar de extenso, de vago y de impreciso; y sin perder organicidad y consistencia; pero sí se permite señalar algunos rumbos próximos. Teniendo esto en mente y afirmando el potencial de la propuesta lewisiana para continuar avanzando en problemas gnoseológicos de interés para las agendas de discusión vigentes, es que establecemos algunas hipótesis de trabajo que orientarían dicha indagación y que se fundan en una capitalización de nuestras principales conclusiones. Queda a juicio del lector, sin embargo, evaluar si esto es posible y, en términos más generales, si lo propuesto en esta introducción tiene efectivamente lugar.

En lo que respecta a las citas y referencias bibliográficas, hemos optado por incluir los datos editoriales (autor, año de edición y páginas) en el cuerpo mismo del texto, para garantizar la continuidad de la lectura. En caso de utilizar siglas o abreviaciones, su uso se explicitará en la primera referencia que se haga de la obra aludida. Las traducciones al español de todas las citas y referencias directas, ya sea de textos fuentes o secundarios, son nuestras (salvo aclaración en contrario) y van acompañadas del texto original en nota al pie, para que el lector pueda confrontar la traducción. La bibliografía, por su parte, ha sido dispuesta al final e incluye sólo aquellas obras que han sido citadas.

1“I can recall wondering —several years ago when I was a graduate student listening to Lewis— if he were twenty years behind the times, or in front of them. I’m inclined now to think that he is neither —that only the periphery of his work can be dated, and that the substance has little respect for calendars. Lewis, like Hume and Kant, will be a philosopher whom men who consider the issues of our discipline will, generation after generation, this one or the next, or the one following, return to visit. Thus if it should upon occasion seem that Lewis upsets familiar apple cards, jumps out of ruts, does things which we are told can´t be done […] I think there is little advice better than the simple encouragement to remain calm: to listen, to try to understand, and if you feel that he has not said it right, to try to say it right yourself.” (Lewis, C.I., 1969, pp. vii-viii).

2Salvo algunos casos de excepción como ha sido, por ejemplo, la tesis doctoral del español doctor Ángel M. Faerna (Faerna, 1994).

3Con la excepción del capítulo VIII de Mind and the World Order de 1929, a cargo de la doctora Di Gregori y la profesora Duran.

Primera parte

Lewis y el pragmatismo

I

Contexto filosófico

La tradición del pragmatismo clásico americano es un movimiento filosófico surgido en Estados Unidos a finales del siglo XIX en torno a la obra de pensadores como Charles Sanders Peirce, William James, John Dewey, George Herbert Mead, F.C.S. Schiller y C.I. Lewis. Estos pensadores proponen, en reacción a las pretensiones fundacionalistas, absolutistas y racionalistas clásicas, una visión crítica y propositiva para abordar la problemática del conocimiento y de la investigación científica, y, algunos de ellos, la filosofía política y la ética, delineando así una perspectiva que ha sido discutida y sigue siéndolo por autores como Max Horkheimer, Jurgen Habermas, Willard van Orman Quine, Richard Bernstein, Donald Davidson, Hilary Putnam, Nelson Goodman, Richard Rorty, entre otros.

Hoy es casi un lugar común señalar que cuando se habla de pragmatismo no es recomendable pensar en una escuela filosófica claramente definida, sino que se trata más bien de un movimiento que de un sistema. En efecto, hay entre los denominados padres del pragmatismo diferencias notorias que ellos mismos se encargaron, en algunos casos, de señalar.4 Es posible, sin embargo, reconocer importantes afinidades. Entre ellas, podemos mencionar, a grandes rasgos, su manera particular de entender el significado en términos de posibilidades de experiencia; el lugar central que ocupa la idea de acción en sus desarrollos teóricos, es decir, los modos creativos que tiene el ser humano de actuar en el mundo; su compleja noción de experiencia entendida como una rica unidad interaccional del organismo activo con su ambiente natural; el énfasis y reconocimiento de la dimensión valorativa en todo proceso de experiencia humana y, en general, una clara preocupación por la conducta humana, lo social y la comunidad. Dicho más brevemente aún, el énfasis en la acción y, simultáneamente, en los intereses y valores que la determinan, en el conocimiento que la guía y orienta y en los efectos y consecuencias prácticas que le otorgan garantía y significatividad, son elementos claves para comprender la perspectiva pragmatista siempre en el marco de su renovada concepción de experiencia. Para el pragmatismo, el sujeto está inmerso en el mundo y comprometido creativamente con él, desarrollando múltiples modos de acción. La experiencia es, en este sentido, sistemáticamente más primaria que cualquier distinción entre la naturaleza y el hombre, el objeto y el sujeto, lo experimentado o experimentable y el experimentador, lo físico y lo mental, la realidad objetiva y la experiencia subjetiva, etc. Todas éstas son distinciones que se hacen al interior de una unidad integral, continua, indefinidamente rica y plena de interrelaciones.

Desde esta perspectiva, los análisis críticos y exegéticos contemporáneos sugieren que en este contexto se registra un claro rechazo a ideas o nociones que refieran a algo más allá de la experiencia a la hora de abordar cuestiones referidas a la realidad, el conocimiento o el significado. Más específicamente, no es posible pensar en una realidad fija, estable y estructurada, por un lado, y un sujeto más o menos autónomo que logra captar y reflejar su estructura, por el otro. Todo criterio de verdad que exija la correspondencia entre el cuerpo de conocimiento y el modo en que las cosas realmente son, al margen de cualquier experiencia posible, queda fuera de juego. Es necesario, entonces, descartar la idea de una realidad de “cosas en sí mismas” que, debido a una suerte de distorsión causada por procesos mentales mediadores, está siempre más allá de cualquier facultad cognitiva. Ser, es ser susceptible de experiencia. Todo aquello que no pueda ser objeto de experiencia alguna, simplemente no es considerado significativo. En este sentido, Sandra Rosenthal sostiene que el empirismo del pragmatismo es mucho más radical allí donde el empirismo tradicional no lo fue suficientemente, en la medida en que ignoró demasiado de lo que experimentamos (Rosenthal, 2007).

Este tipo de resignificaciones de temas centrales a la tradición filosófica que opera el pensamiento pragmatista conlleva un cambio fundamental de perspectiva que intenta dejar sin efecto viejos dilemas filosóficos en la medida en que se rechazan sus presupuestos fundamentales. Puede decirse que el pragmatismo ha transformado de una manera radical la naturaleza de los debates en los términos de la filosofía clásica. Si bien no es la única perspectiva que ha promovido el quiebre de las dicotomías o dualismos clásicos (sujeto-objeto, razón-experiencia, ciencia-moral, razones-emociones, racional-social, hecho-valor, entre otros), esta corriente de pensamiento juega un papel predominante en la revisión obligada de estas cuestiones como consecuencia de una nueva forma de dar sentido a la relación entre el hombre y el mundo.

Ahora bien, conviene advertir también que no menos interesantes y profusas han sido las críticas que se le han hecho a esta línea de pensamiento. A principios del siglo XX, desde la sociología durkheimiana en Francia y desde la Escuela de Frankfurt en Alemania el pragmatismo fue interpretado y reducido a un mero utilitarismo, acusado de sostener una doctrina según la cual toda investigación o conocimiento estarían orientados por el éxito o la utilidad de la acción, entendida ésta en su acepción más vulgar ligada a intereses personales e inmediatos. También ha sido interpretado en términos de cientificismo, como es el caso particular de Horkheimer5 quien, no obstante, reconoce aportes valiosos de esta filosofía para el pensamiento del siglo XX, especialmente la de Dewey.

Son diversos los factores que contribuyeron a deslucir el pensamiento pragmatista y a opacar su profundidad y originalidad. Uno de ellos ha sido sin duda la constante falta de acuerdo entre sus propios representantes así como también entre sus críticos, a la hora de determinar los orígenes o incluso el contenido mismo de sus principales afirmaciones. Tanto es así que a menudo se ha sostenido que hay distintos tipos de pragmatismo (Lovejoy, 1963) o tantos tipos de pragmatismo como filósofos pragmatistas (Schiller, F.C.S., 1927). El primero en reconocer esto fue el propio Peirce, quien pretendió distinguir su posición respecto de la de James.6 Dewey, por su parte, intentó sin mucho éxito diluir estas diferencias sugiriendo que se trataba de una cuestión de énfasis. Otro factor que puede señalarse es que el alcance de las ideas pragmatistas ha sido usualmente confinado a problemas relativos al significado, la verdad o el método, dejando de lado aportes importantes en torno, por ejemplo, a la racionalidad, los valores, la ética o la política. Conviene recordar, asimismo, que a partir de la influencia del positivismo y del empirismo lógico —introducidos por célebres pensadores, como Carnap, que radicaban en Estados Unidos debido a la persecución que sufrían por parte del nacionalsocialismo alemán—, y del subsecuente desarrollo de la filosofía analítica, el pragmatismo quedó opacado y hasta desplazado de importantes foros de pensamiento. En este sentido, como sugiere Hans Joas (1998), no podía esperarse que el mundo recibiera con atención a esta línea de pensamiento que era ignorada en su propia casa.

Sin embargo, la tradición pragmatista no se extinguió. Si bien estas discusiones parecieron diluirse por muchos años —por razones que la historiografía filosófica intenta precisar en estudios recientes—, han vuelto al ruedo de la reflexión actual con renovado interés. Para muchos críticos esta continuidad se manifestó y manifiesta, en primera instancia, en la existencia y reconocimiento de numerosas tesis pragmatistas en pensadores de la talla de Quine, Davidson, Goodman, BonJour, Putnam, Rorty, entre otros. En efecto, desde hace ya unas décadas, ha resurgido un claro interés en este pensamiento desde perspectivas interpretativas y exegéticas de innegable valor para el campo de la epistemología, de la vida social y de la ética, más allá de las coincidencias y divergencias que sin duda sigue suscitando.

Respecto de esta reconsideración que está teniendo el pensamiento pragmatista en la filosofía angloamericana de fines del siglo XX, Sandra Rosenthal advierte que el pragmatismo se enfrenta a una encrucijada clave: puede tomar aquel camino que le permite continuar emergiendo como una filosofía que desafía la asimilación, o puede nuevamente permitirse ser desmembrado y analizado en sus partes en un contexto de apropiación por parte de otros movimientos mostrándose, una vez más, como una filosofía inadecuada. Sólo si toma el primer camino, afirma Rosenthal,

…entonces el pragmatismo, al afirmar la fuerza de su recientemente hallada vitalidad en el escenario Americano contemporáneo, debe pasar de un ‘cuerpo de ideas sugerentes’ flojamente tejidas a un sistema unido que despliega la profundidad y el aliento adecuados para presentar una respuesta única y fuertemente entretejida a cuestiones filosóficas duraderas y de amplio alcance.7 (Potter, 1988, p. 207).

Como veremos a lo largo del trabajo, es éste el camino que recorremos para pensar al pragmatismo y, dentro de él, a la filosofía lewisiana. Lo entendemos como un sistema filosófico complejo y rico cuyas principales tesis deben ser consideradas siempre al interior del todo integral que les da sentido. En otras palabras, la lectura de la obra de C.I. Lewis que ofrecemos lo reconoce como un genuino pragmatista que ha elaborado un cuerpo teórico filosófico orgánico y consistente, tanto en sí mismo como respecto de su tradición. Esta lectura, según entendemos, ofrece la solidez y contundencia argumentativa necesaria para enfrentar ciertas interpretaciones, asociaciones y críticas que ha recibido la propuesta lewisiana y para ofrecer una revisión exegética acorde.

4Incluso el nombre “pragmatismo” ha sido controversial en sus orígenes. Al respecto de la polémica Peirce-James y, en general, de los acuerdos y disidencias entre los autores identificados con esta línea de pensamiento, véase («Anuario filosófico», 2007, pp. 303 y ss.; Di Gregori & Hebrard, 2009, pp. 7 y ss.; Peirce & Hartshorne, 1960, pp. 5, 412 y ss.).

5Véase (Horkheimer, Sánchez, y Muñoz, 2002). Una lectura similar podría rastrearse en (Habermas, 1984).

6(Peirce & Hartshorne, 1960, pp. 5411-37).

7“…then pragmatism, in asserting the strength of its newly found vitality on the contemporary American scene, must pass from a loosely knit ‘body of suggestive ideas’ to a united system displaying the depth and breadth adequate to present a strongly interwoven and unique response to enduring and broadly ranging philosophic issues”. (Potter, 1988, p. 207).

II

Vida, obra y actualidadde su pensamiento

C. I. Lewis (1883-1964) ha sido considerado por algunos como el pensador norteamericano más influyente de su generación y uno de los exponentes más acabados y sistemáticos de la orientación pragmatista durante la segunda mitad del siglo XX. Su pensamiento se desarrolla en un clima más analítico y riguroso que sus antecesores. William James, Josiah Royce, Ralph Barton Perry y George Santayana fueron algunos de sus profesores en Harvard. Fue contemporáneo de Hans Reichenbach, Rudolf Carnap y los empiristas lógicos de la década de los 30 y 40. Fue profesor en la Universidad de California de 1911 a 1919 y en Harvard a partir de 1920 hasta su retiro en 1953, donde fue maestro de Willard Van Orman Quine, William Frankena, Roderick Chisholm, Nelson Goodman, entre otros. Es considerado el padre de la lógica modal, además de ser reconocido por sus contribuciones en teoría del conocimiento y, en menor medida, en el campo de la teoría del valor y de la ética.

Con respecto a este último punto, es notable que a pesar de su enorme esfuerzo por combatir el escepticismo en el terreno de la ética y por reivindicar la importancia de la reflexión filosófica en torno a los valores y a la valoración, esta dimensión clave de su obra lamentablemente se ha perdido o no ha sido adecuadamente retomada. Teniendo en cuenta este hecho, nos permitimos adelantar que forma parte de los objetivos de este libro recuperar dichos desarrollos teóricos en la medida en que, según entendemos, están en franca e ineludible conexión con su teoría del conocimiento de un modo muy particular, y con su concepción filosófico-pragmatista de manera más general.

Luego de esta pequeña digresión podemos comenzar diciendo que Lewis inicia sus estudios de grado en Harvard en 1902 y que se gradúa en tres años. En este período es particularmente digno de mencionar el famoso curso de metafísica al que asiste, dictado en partes iguales por Josiah Royce y William James. Entre el idealismo objetivo, el orden racional y el Absoluto infinito de Royce, por un lado, y la perspectiva pragmatista, el pluralismo y el universo finito y dinámico de James, por el otro, Lewis encuentra que ambas posturas tienen más en común de lo que aparentan y que, cada una a su modo, presentan méritos señalables: reconoce la fuerza de los argumentos jamesianos pero queda impactado por la consistencia del pensamiento de Royce. Las constantes discusiones que ambos pensadores mantenían dentro y fuera del curso influyó a tal punto en el pensamiento lewisiano que muchos años después, en su “Autobiografía” (1968), Lewis afirma que “… el ‘pragmatismo conceptualista’ de Mind and the World Order tenía sus raíces en aquel mismo terreno; de hecho el tenor general de mi propio pensamiento filosófico puede haber tomado forma bajo la influencia de aquel curso”.8 (Lewis & Schilpp, 1968, p. 5).

En 1908, Lewis vuelve a Harvard para sus estudios de posgrado. Toma un curso de Platón con Santayana, uno de Kant con Perry, repite el curso de metafísica con Royce (James se había retirado en 1907) y asiste a un seminario de epistemología con Perry. Sin lugar a dudas, el encuentro con la filosofía de Kant marca de una manera evidente la formación de Lewis, mientras que los dos últimos cursos renuevan y dan impulso a las líneas de pensamiento que habían comenzado con los fuertes intercambios argumentativos de aquel primer curso de metafísica.

En 1910, el filósofo presenta su tesis de doctorado “The Place of Intuition in Knowledge” [en adelante PIK], en la que aborda el debate filosófico más importante de su tiempo, aquel entre realismo e idealismo personificado en sus maestros de Harvard, Perry y Royce, respectivamente. Esta discusión —que vino a reemplazar aquélla entre monismo y pluralismo que sostenían Royce y James años antes— dio marco a la tesis lewisiana que pretendía abrir una vía intermedia con sesgos claramente kantianos y según la cual la posibilidad de conocimiento requiere tanto de un elemento dado en la experiencia como de la actividad legislativa de la mente. De este modo, Lewis argumenta contra el realismo directo de Perry que el objeto de conocimiento trasciende aquello que es meramente presentado a la mente en la medida en que el conocimiento requiere siempre de una interpretación de aquello que es dado. Y, contra el idealismo royceano, sostiene la necesidad de admitir un elemento dado que no es producto ni creación de la voluntad de la mente. Para Lewis el sujeto interpreta lo que le es dado sensiblemente en la experiencia adscribiéndole una categoría de realidad u otra, de modo tal que el tipo de realidad de un objeto es una cuestión que involucra una clasificación conceptual, un cierto modo de tornar inteligible la experiencia. El conocimiento requiere, así, un elemento meramente dado en la experiencia que es susceptible de posibles interpretaciones —aunque no de cualquiera—; y un elemento conceptual vinculado a dicha actividad interpretativa y por el cual el objeto conocido no puede ser nunca reducido a una mera experiencia inmediata, presente y pasiva.

Al respecto de cómo enfrenta y cómo aborda estas cuestiones el propio Lewis, y anticipándonos a un tema central sobre el cual volveremos más adelante, Eric Dayton entiende que a esta altura de su trayectoria Lewis todavía no logra explicar adecuadamente la relación del conocimiento con la realidad independiente. Según Dayton, es recién a partir de su encuentro con los manuscritos peirceanos que nuestro autor podrá dar respuesta a las cuestiones que se ponen de manifiesto en su disertación doctoral, a saber: ¿Cómo puede lo dado ser inteligible si es independiente de la mente? Si la mente no condiciona lo que le es dado, ¿cómo puede ser posible el conocimiento válido? Dayton sostiene que, llegados a este punto, sólo parece claro para Lewis que, si es posible el conocimiento justificado, entonces no puede aceptarse el realismo de Perry; pero tampoco el idealismo royceano cuya única salida es suponer la correspondencia entre la voluntad humana y lo absoluto en el conocimiento (Dayton, Eric, s. f.).

Volviendo ahora a Lewis y reconstruyendo su lectura del contexto en el que se hallaba inmerso, podemos decir que el autor reconocía que el clima filosófico en aquel entonces estaba dominado por tres escuelas de pensamiento: el idealismo absoluto, el pragmatismo y el nuevo realismo o neorrealismo; y el problema principal respecto del que disputaban giraba en torno a la naturaleza del conocimiento y a su relación con el objeto de conocimiento. El idealismo objetivo, que había dominado la filosofía americana y británica hasta ese entonces, estaba siendo fuertemente cuestionado tanto por el pragmatismo —con Dewey como principal exponente—, como por el neorrealismo —representado por Moore y Russell en Inglaterra, y por Perry y Montague en Norteamérica. De acuerdo con Lewis, las tres líneas de pensamiento partían del dictum jamesiano Lo real es lo que es conocido como tal, pero tomaban direcciones diferentes: 1) para el idealismo absoluto de Royce lo real no podía ser identificado con lo que era conocido como tal por un sujeto epistémico finito y falible, sino sólo con lo que sería conocido por un sujeto de conocimiento absoluto; 2) el pragmatismo de Dewey y James, en cambio, situaba el conocimiento dentro de las limitaciones mundanas del ser humano y sus fines prácticos; y 3) el neorrealismo, por su parte, insistía en una realidad de objetos independientes a la cual el conocimiento estaría dirigido (Lewis & Schilpp, 1968, pp. 9-10).

Analizando la posición que desarrolla Lewis al examinar las posturas en juego, Sandra Rosenthal (2007) afirma que ya es posible reconocer allí una impronta filosófica que caracterizará a Lewis a lo largo de toda su trayectoria: si bien los argumentos de las distintas posiciones no terminan de convencerlo, no puede dejarlos de lado sin antes comprender cabalmente sus puntos fundamentales y darles una respuesta satisfactoria; más aún, Lewis recupera los distintos puntos de vista trazando una vía intermedia muchas veces conciliadora pero no por ello menos crítica y original. Esto se pone de manifiesto, y acordamos con Rosenthal, no sólo respecto de la disputa metafísica concreta entre Royce y Perry, sino también en torno a la cuestión de la validez y la verdad que discuten las tres corrientes. En efecto, Lewis se asume dividido entre el idealismo y el realismo, teniendo claro que no puede aceptar la metafísica idealista pero tampoco las críticas que se le hacen dado que, según él, éstas no logran percibir correctamente el punto y el peso del argumento idealista de Royce así como sus bases epistemológicas. Lewis no está de acuerdo con Royce en que la realidad de los objetos depende de la experiencia o de la relación de conocer; pero tampoco con Perry en que los objetos reales son completamente independientes de la relación de conocimiento. Por otra parte, sí acuerda con Royce en que toda definición de lo real debe incluir las construcciones activas de la mente y en que el conocimiento es siempre analizado en términos de experiencias posibles; y con los neorrealistas en que, si bien los objetos no están nunca inmediatamente dados, sí existe un elemento dado en el conocimiento. Resumiendo, en clave kantiana Lewis sostiene que sin la actividad de la mente lo dado no tiene relevancia alguna, mientras que sin un elemento dado la actividad de la mente no tendría fundamento; más adelante enfatizaremos, no obstante, los aspectos no kantianos de su posición.

Por otro lado, en cuanto a las discusiones que se desprendían en torno a la justificación y a la verdad entre el idealismo, el realismo y el pragmatismo, Lewis sostiene que es posible conservar los distintos puntos de vista siempre y cuando se hagan las distinciones pertinentes, a saber: que la validez (esto es, la justificación) de las creencias empíricas aceptables depende de la relación con los datos9 a partir de las cuales son juzgadas (es decir, concierne a la relación con sus premisas), mientras que la verdad es una noción metafísica o, dicho de otro modo, semántica (Lewis & Schilpp, 1968, p. 11). De este modo, Lewis dice apartarse del pragmatismo de James y Dewey en la medida en que considera que el primero funde y confunde justificación y verdad, mientras que el segundo elude la cuestión al no introducir una distinción clara entre ellas; y se acerca más a Royce quien sostiene que, si bien las creencias pueden y deben cambiar, no sucede lo mismo con los criterios a partir de los cuales se las evalúa. No obstante concluye que, una vez que se ha aprendido la lección del empirismo de que el conocimiento empírico no puede nunca ser asegurado con certeza y que, por lo tanto, su justificación no garantiza su verdad, no existe contrariedad alguna entre la insistencia pragmatista en que la función vital del conocimiento consiste en el asesoramiento justificado de la acción y en que las creencias son autentificadas [attested] por su funcionamiento [working], por un lado, y la insistencia del idealismo en una verdad absoluta que se erige en el límite al cual debe tender progresivamente el conocimiento. Pero no existe contrariedad alguna siempre y cuando —y aquí sigue a Perry y, con él, a Kant— no se confunda la idea de verdad como ideal regulativo válido con un principio metafísico constitutivo de una realidad trascendental. En este sentido, Lewis sostiene que las consideraciones de los idealistas, de por sí legítimas, sólo “pueden justificar un ‘como si’ pragmático, pero no el postulado de una realidad trascendental”10 (Lewis & Schilpp, 1968, p. 12).

En definitiva, lo que Lewis está queriendo decir de un modo un tanto complicado y poco claro es que la verdad debe entenderse como un ideal regulativo cuyo fundamento es, finalmente, pragmático: dicho principio funciona o es útil para guiar la acción; no es ni absoluto ni trascendental sino que constituye un valor que surge y se reconoce en la experiencia y que no tiene un carácter necesario ni inmutable. Lo que Lewis debería mostrar, no obstante, es en qué sentido la verdad como concepto metafísico resulta útil para la acción y el pensamiento del hombre. Sobre esta cuestión volveremos más adelante.

Cabe señalar, asimismo, que esta distinción que Lewis establece entre justificación y verdad es realmente anticipatoria de un problema central de la filosofía reciente. Podemos decir, anticipándonos a uno de los capítulos centrales de este trabajo, que esta distinción lewisiana está en el corazón mismo de sus trabajos en lógica y en teoría del conocimiento y que constituye una de las contribuciones más importantes que hace el filósofo tanto al interior de la tradición pragmatista como a los contextos de discusión contemporáneos. Hasta aquí, entonces, en lo que concierne a la lectura lewisiana en torno a las discusiones filosóficas que tenían lugar durante su formación de posgrado, y a las posiciones de sus principales protagonistas.

Después de recibir su Ph. D, Lewis obtiene un cargo en la Universidad de Berkeley donde permanece hasta 1918. Durante este período resulta importante señalar el creciente interés que desarrolla el autor por los estudios en lógica simbólica, nuevamente bajo la influencia de Royce y de la obra kantiana. Si bien la lógica no era muy apreciada en aquel entonces ni por filósofos ni por matemáticos, Lewis estaba convencido de que dicha disciplina tenía mucho que ofrecer, sobre todo en relación con la teoría del conocimiento.11 Además, acababa de publicarse el volumen I de Principia Mathematica de Bertrand Russel y Alfred North Whitehead, cuyos desarrollos en torno a la implicación material suscitó importantes críticas en Lewis. De hecho, es en reacción a dicha obra que comienza a trabajar en un sistema lógico basado en la implicación estricta y publica en 1918 A Survey of Symbolic Logic.

Según Lewis, la lógica exclusivamente extensional —y la relación de implicación material— sobre la cual se basa todo el desarrollo de los Principia, era defectuosa como paradigma de deducción lógica y hacía estragos respecto de las afirmaciones e inferencias más ordinarias. Esta cuestión, a juicio del autor, excedía el campo de la lógica abstracta proyectando consecuencias indeseables para el conocimiento en general y la ciencia en particular. En efecto, la implicación material tiene la propiedad de que una proposición falsa puede implicar cualquier proposición y que una proposición verdadera puede estar implicada por cualquier proposición, lo cual anula la significatividad de los condicionales contrafácticos y mina toda la idea de verificación en ciencia. A esto se le suma el creciente descontento de Lewis frente a las soluciones idealistas o cuasi-idealistas en lógica, solidarias también de las propuestas del mismo tenor que se desarrollaban en torno al problema del conocimiento y que Lewis discutía incansablemente. En efecto, el idealismo requiere postular el carácter absoluto de la verdad lógica porque si la forma lógica que da base a la actividad interpretativa de la mente puede variar o ser de algún modo contingente, entonces el idealismo ya no tiene cómo fundar la verdad del conocimiento.

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