El precio del deber - El principe de los secretos - Lucy Monroe - E-Book
SONDERANGEBOT

El precio del deber - El principe de los secretos E-Book

Lucy Monroe

0,0
3,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 3,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

El precio del deber La vida le había enseñado al príncipe Maksim Yurkovich que el deber debía anteponerse al deseo. Su país necesitaba un heredero, así que, cuando descubrió que su amante no podía tener hijos, supo que debía romper la relación. Aun así, no pudo resistirse a pasar una última noche en su cama. Contra todo pronóstico, Gillian Harris se quedó embarazada, y Maks tendría que enfrentarse a la mayor crisis diplomática de su vida. Pero las reservas del príncipe ocultaban el corazón de un feroz guerrero cosaco; alguien que no dudaría en utilizar la pasión para convencer a la desconfiada Gillian de que debía ser su reina. El príncipe de los secretos El príncipe Demyan Zaretsky haría lo que fuera para proteger a su país. De modo que seducir a Chanel Tanner sería fácil, y casarse un desafortunado efecto secundario del deber. Sin saberlo, Chanel tenía en sus manos la estabilidad económica de Volyarus… y él debía asegurarla. Sin revelar su identidad ni su propósito, Demyan se propuso un plan de seducción destinado a hacer que Chanel se enamorara perdidamente de él. Pero, cuando supo que ella era virgen, descubrió algo que creía no tener: conciencia. Y el plan dio un giro inesperado. Un giro que aquel príncipe despiadado no había anticipado.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 334

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

N.º 21 - marzo 2014

© 2013 Lucy Monroe

El precio del deber

Título original: One Night Heir

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

© 2013 Lucy Monroe

El príncipe de los secretos

Título original: Prince of Secrets

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com.

I.S.B.N.: 978-84-687-4015-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Índice

El precio del deber

El precio del deber

Con mi más sincera gratitud a mis lectores, que han continuado conmigo a pesar de mis ausencias, provocadas por la enfermedad terminal de mi madre y posterior muerte, mis propios problemas de salud y los muchos otros desafíos que la vida nos ofrece a los mortales. Porque su apoyo y sus palabras de aliento significan mucho para mí y me han bendecido inconmensurablemente. Con todo mi amor, para vosotros.

También quiero agradecerle especialmente a la señora Gillian Wheatley, de Londres, por darme la inspiración visual para mi protagonista.

Advertencia legal necesaria: si bien la señora Wheatley comparte su nombre con la protagonista de este libro, el estilo de vida de Gillian Harris no está basado de ninguna manera en la señora Wheatley. Cualquier similitud es pura coincidencia y no intencional por parte del autor.

Capítulo 1

Furioso como un caballo desbocado, el príncipe heredero Maksim de Volyarus dio rienda suelta a su furia con una combinación de golpes de kickboxing contra su primo y compañero de pelea.

Demyan bloqueó los golpes, y el sonido de la piel al golpear las almohadillas se mezcló con su gruñido de sorpresa.

–¿Ocurre algo, Alteza?

Maks odiaba cuando su primo, que era cuatro años mayor que él y que se había criado a su lado como un hermano en el palacio familiar, se dirigía a él por su título.

Demyan era muy consciente, pero le gustaba provocarlo, sobre todo durante sus sesiones de entrenamiento. Decía que así la pelea era más intensa.

Aquel día ya habría sido suficientemente duro sin la irritación añadida. Aunque Maks no había advertido a su primo de ello.

–Nada que no se solucione borrándote esa expresión engreída de un puñetazo –Maks dio unos pasos hacia atrás antes de lanzarse de nuevo con otra combinación de golpes y movimientos rápidos.

Ambos tenían más o menos la misma fuerza y la misma estatura, y mantenían su metro noventa y dos de cuerpo en perfectas condiciones físicas.

–Creía que esta noche era la gran noche con Gillian –dijo Demyan–. No me digas que crees que te va a rechazar.

–Si se lo fuese a pedir, ella diría que sí –y un día antes esa certeza le había proporcionado un gran placer.

Pero ahora le atormentaba saber lo que no podría tener. A saber, Gillian.

–Entonces, ¿cuál es el problema? –preguntó Demyan mientras comenzaba con su ofensiva, lo que obligó a Maks a defenderse de una lluvia de puñetazos y patadas.

–Ya han llegado los resultados de sus pruebas.

–No estará enferma, ¿verdad? –preguntó Demyan con tono de verdadera preocupación. Y eso, viniendo de un hombre con reputación de frío y despiadado, habría resultado una sorpresa para cualquiera que lo viera.

Pero Maks sabía lo mucho que a Demyan le preocupaba su familia. Y, durante los últimos ocho meses, la dulce y hermosa Gillian había estado cada vez más cerca de unirse a ese grupo.

–Está bien –si no se tenían en cuenta sus ovarios disfuncionales–. Ahora.

–¿Qué quieres decir?

–Tuvo apendicitis cuando tenía dieciséis años.

–Eso fue hace diez años, ¿qué tiene eso que ver con su salud actual?

–Las trompas de Falopio.

Demyan se detuvo y se quedó mirando a Maks sin entender nada.

–¿Qué?

Maks no estaba de humor para darle un respiro a su primo, así que aprovechó su falta de atención y lo lanzó al suelo con una patada.

Demyan se puso en pie de un salto, pero no fue a por más, como había esperado Maks.

–Déjalo ya y explícame qué tiene que ver la apendicitis de adolescente con las trompas de Falopio.

Demyan no era idiota. Sabía bien que el sistema reproductor de Gillian era de vital importancia para los Yurkovich, la familia real de Volyarus.

–Su sistema reproductor no funciona bien –contestó Maks mientras se ajustaba los guantes de pelea–. Hay menos de un treinta por ciento de probabilidades de que se quede embarazada.

Mucho menos según otros diagnósticos, y algo más según el de un especialista a quien Maks había consultado.

Demyan se apartó de la frente el pelo, del mismo color oscuro que el de Maks.

–¿Y con tratamiento de fertilidad?

–No tengo intención de convertirme en el próximo padre de sextillizos.

–No seas idiota.

–No lo soy. Sabes que no puedo casarme con una mujer que no sea capaz de engendrar al próximo heredero más otro de repuesto.

Demyan no respondió de inmediato. Ambos eran muy conscientes de los costes asociados a aquel asunto.

–Tú no eres tu padre. No tienes que casarte con una mujer a la que no amas solo para tener un heredero.

–No tengo intención de hacer eso. Tampoco me casaré con una mujer que me gusta y cuya esperanza de tener ese hijo sea mediante tratamientos de fertilidad a veces dolorosos y no siempre eficaces.

–Podrías adoptar.

–¿Igual que mis padres te adoptaron a ti?

–No me adoptaron oficialmente. Sigo siendo un Zaretsky. Tu padre nunca tuvo intención de que yo heredara el trono.

–Tú eras su repuesto –murmuró Maks con cierta amargura.

Demyan se encogió de hombros.

–El deber es el deber.

–Y mi deber me impide pedirle a Gillian Harris que se case conmigo –además, su sentido del honor lo instaba a romper con ella lo antes posible.

–¿No la amas? –preguntó Demyan.

–Ya sabes lo que pienso.

–El amor solo conduce al dolor... –dijo Demyan, citando uno de los refranes favoritos de la madre de Maks.

Maks añadió el resto.

–... y a poner en peligro el deber.

Ambos tenían razones para creerlo.

–¿Qué vas a hacer? –preguntó Demyan mientras recuperaba su pose de pelea.

–¿A ti qué te parece? –preguntó Maks ejecutando una sencilla combinación de golpes.

–La echaré de menos.

A Maks no le cabía duda. Una de las razones por las que había decidido pedirle a Gillian que se casara con él era que, a pesar de su educación en un pueblo pequeño, se llevaba sorprendentemente bien con su familia y había superado situaciones sociales que a muchas les habrían parecido abrumadoras.

Gillian era hija de un conocido corresponsal y desde pequeña había asistido a eventos en los que se codeaba con las personas más ricas y poderosas del mundo.

Demyan bloqueó la patada de Maks y respondió con otra de su cosecha.

–¿Vas a decírselo esta noche?

–Puede que no haga falta –seguramente, a la hermosa rubia de ojos azules le habían dado una copia de los resultados de las pruebas.

Gillian ya sabría cuál era la razón de sus reglas irregulares. También sabría cuáles eran las responsabilidades que conllevaba la posición de su prometido. Probablemente estaría esperando el final de la relación.

Dado que era una mujer más práctica que la mayoría, Maks esperaba que no se produjese una incómoda escena de ruptura.

–Sí, abuela, creo que esta será la noche –dijo Gillian con el teléfono sujeto entre la oreja y el hombro mientras daba brincos por la habitación intentando ponerse los zapatos.

–¿Te ha dicho ya que te quiere? –preguntó Evelyn Harris, la abuela de Gillian y la mujer que la había criado.

–No.

–Tu abuelo me ha dicho que me quiere todas las noches antes de dormir durante los últimos cuarenta y ocho años.

–Ya lo sé, abuela –pero Maks era diferente.

Él controlaba sus emociones como le exigía la realeza; como príncipe responsable que era, obedecía. Aunque dejaba escapar sus emociones cuando estaban haciendo el amor. En cierto modo.

Maks hacía el amor con la intensidad de un hombre concentrado en complacer y en perderse en la mujer que compartía su cama.

Durante los últimos siete meses, esa mujer había sido Gillian.

Llevaban saliendo un mes cuando se la llevó a la cama por primera vez. En su momento eso le había parecido extraño, teniendo en cuenta su reputación, pero después se había dado cuenta de que, por increíble que pudiera parecer, Maks buscaba algo más de ella que una simple compañera de cama.

Y, aunque se había mostrada más entusiasmada que asustada, también se había quedado de piedra.

Ella no pertenecía a aquel círculo. No era rica, ni famosa, ni poderosa, aunque a su padre le gustaba verla cuando estaba en la ciudad, y eso significaba acompañarlo a algún que otro evento de relevancia social. Como no podía dedicar todo el tiempo para visitarla, la incluía en su agenda, así que Gillian había asistido a muchos actos diplomáticos y de la alta sociedad.

A nadie le había sorprendido más que a ella que al príncipe heredero Maksim Yurkovich de Volyarus le gustara una chica normal y corriente. Cierto era que, tanto Maks como su madre, la reina, habían comentado alguna vez que la realeza no tenía en cuenta la notoriedad en sus pretendientes. A pesar de eso, Gillian habría creído que Maks buscaba a alguien con más caché personal que ella.

Pero al parecer era cierto que no exigían pedigrí en sus parejas, como hacían otras familias reales del mundo.

Al menos, Gillian podía presumir de reputación intachable. Como solía decir su padre, era una chica de Alaska que se ganaba la vida como fotógrafa de postales navideñas. No había nada turbio, ni siquiera cuestionable, en su pasado. Sus padres no habían permanecido juntos y tampoco habían mostrado interés por criarla, pero se habían casado por compromiso antes de que ella naciera y no habían firmado los papeles del divorcio hasta un año más tarde.

–Será mejor que cuelgue, porque es evidente que vuelves a tener la cabeza en las nubes –le dijo su abuela por teléfono.

Gillian se metió el pelo detrás de la oreja y se ajustó el teléfono.

–Lo siento, abuela. No pretendía...

–Lo sé. Te pones a pensar en Maks y el resto de tu cerebro se apaga, sobre todo la parte conectada con tus oídos.

–No es así.

El resoplido de su abuela señaló que no estaba de acuerdo.

–Haz que el chico te diga que te quiere antes de acceder a casarte con él.

–Ya no es un chico, abuela –Gillian le había dicho lo mismo antes, pero no servía de nada.

–Tengo setenta y cinco años, Gillian. Para mí es un chico.

–Hay gente que nunca dice esas cosas –señaló Gillian para volver al tema que a su abuela le parecía de vital importante.

–Entonces hay gente con menos sentido común que un mosquito.

–Rich no lo dice, pero me quiere –incluso mientras lo decía, Gillian supo que no estaba segura de que fuera cierto.

Su padre no era un hombre cariñoso ni afectuoso. Rich Harris había hecho el mínimo esfuerzo por formar parte de su vida, pero también se había asegurado de que tuviera a dos personas que cuidaran de ella y la quisieran. Las dos mismas personas que lo habían criado a él.

–Tu padre es un idiota, por mucho que digan los del Pulitzer.

Gillian se rio, porque sabía que su abuela no hablaba en serio. Estaba muy orgullosa de su famoso hijo y aún albergaba la esperanza de que algún día retomara su papel como padre.

Ese barco había zarpado hacía mucho tiempo, pero Gillian nunca se lo diría. Le debía demasiadas cosas a su abuela como para hacerle daño.

–No dejes que él te oiga decir eso. Se llevaría la autocaravana.

–Me gustaría ver cómo lo intenta. Sigo teniendo una cuchara de madera y no me da miedo usarla.

Gillian no pudo evitar reírse. Su abuela había tenido la misma cuchara de madera durante toda su infancia, pero nunca la había azotado con ella.

–Te juro que no sé por qué ese hijo mío piensa de esa forma.

–Está bien, abuela. En sus sueños no entraba tener una familia. Eso no lo convierte en una mala persona.

–Bueno, pues tiene una hija, soñara o no soñara contigo.

–Lo sé –había pasado toda la vida sabiendo que, aunque no hubiese sido una niña deseada, sus padres le habían dado el regalo de la vida y hasta ahí iba a llegar su sacrificio.

–No quiero que te conformes –le dijo su abuela en ese tono que Gillian odiaba.

Era el tono de «me preocupo por ti», y se produjo cinco minutos antes de que la abuela decidiera que tenía que dejar cualquier aventura en la que estuvieran metidos el abuelo y ella para volar a Seattle a visitar a su nieta.

–Estoy bien, abuela. Mejor que bien –estaba a punto de prometerse con el hombre al que amaba con todo su corazón–. Y no necesito escuchar esas palabras en Maks.

Y era cierto. Necesitaba acciones. Necesitaba que Maks le diera prioridad, que la tratara como si le importara, cosa que hacía. Su vida era muy ajetreada, pero él nunca cancelaba una cita, no llegaba tarde ni ninguneaba sus intereses y su carrera como fotógrafa de estudio.

–Mmmm.

Ese sonido, en boca de su abuela, fue casi tan preocupante como su tono de mujer mayor de hacía unos minutos. Significaba que pensaba tener una charla con Maks.

Gillian suspiró. Maks tendría que ser fuerte para soportar todos los sermones que hicieran falta antes de casarse.

–¿Os lo estáis pasando bien el abuelo y tú en Las Vegas? –preguntó con la esperanza de cambiar de tema.

–Tu abuelo perdió dinero al blackjack, pero yo gané en las tragaperras.

–Entonces, ¿Rich tiene pensado cenar con vosotros la semana que viene?

–De momento no ha escrito para cancelarlo.

–Bien.

–Supongo que tendremos buenas noticias que darle.

–Eso creo –en ese momento sonó el timbre–. Es él. Tengo que colgar.

–Llámanos mañana, ¿entendido?

–Sí, abuela.

Con una sonrisa, Gillian corrió a abrir la puerta. Su mirada recayó en el sobre que contenía los resultados de sus últimas pruebas. No los había leído aún, pero no esperaba nada sorprendente.

Se hacía pruebas una vez al año, algo en lo que su padre había insistido después de que estuviera a punto de morir por apendicitis a los dieciséis años. Ella prefería interpretarlo como una manera de mostrar el afecto que nunca expresaba con palabras.

Maks parecía serio y estaba increíblemente atractivo con aquel traje negro de Armani cuando Gillian abrió la puerta.

–Llegas pronto –dijo ella con una sonrisa.

–Y aun así estás preparada. No eres una mujer cualquiera, Gillian Harris –no le devolvió la sonrisa, pero sus ojos marrones le recorrieron el cuerpo como una caricia.

Siempre hacía eso, y hacía que sintiese como si ninguna supermodelo pudiera rivalizar con su aspecto corriente.

Se echó a un lado para dejarlo entrar.

–Mi abuela no soportaba los retrasos.

–Y yo que pensaba que estabas tan ansiosa por verme que te habías vestido precipitadamente –bromeó él.

–Eso también.

Maks agachó la cabeza y le dio un beso suave en los labios. Ella le devolvió el beso y abrió ligeramente la boca porque le gustaba sentir sus alientos mezclándose.

Maks emitió un sonido incomprensible y empezó a besarla con más pasión. Pegó su cuerpo al de ella mientras entraban en el apartamento. Como ocurría con frecuencia cuando se besaban, para Gillian el tiempo se detenía y lo único que su cerebro registraba era el roce de sus labios y la presión de su cuerpo duro.

Cuando Maks se apartó, ambos estaban sin aliento.

Él se quedó mirando el sobre que había junto a la puerta. Gillian lo había abierto, pero su abuela había llamado antes de que pudiera echarle un vistazo al contenido. Pero no le preocupaba. A sus veintiséis años, aún era joven. Llevaba una vida sana y no tenía síntomas de enfermedad alguna.

Aun así, la abuela la habría reprendido. Menos mal que estaba en Las Vegas.

–Tienes los resultados –dijo Maks con voz extrañamente plana.

Ella asintió mientras lo conducía hacia el salón.

–¿Quieres algo de beber antes de irnos?

–Tomaré un chupito de Old Pulteney, si tienes.

–Ya sabes que sí –Gillian había tenido a mano la botella de whisky de veintiún años desde que él admitiera que era su bebida favorita.

Le sirvió dos dedos en un vaso sin hielo y se lo entregó.

–Gracias –Maks dio un sorbo más largo de lo habitual.

Ella sonrió, encantada con aquella muestra de nerviosismo en un hombre tan seguro de sí mismo.

–No me habías dicho que tuviste apendicitis con dieciséis años.

–No me lo habías preguntado –había visto la cicatriz, por muy pequeña y difuminada que estuviera.

Sin embargo le sorprendió que eso apareciese en su informe médico. Era evidente que el médico de Maks le había hecho un chequeo mucho más exhaustivo que el suyo propio. Aun así, no le sorprendía que Maks hubiera leído el informe con tanta atención.

Era propio de él.

Maks frunció el ceño y dio otro sorbo al whisky.

Sin entender por qué el hecho de haber tenido apendicitis pudiera ser importante, Gillian se sirvió un vaso de soda con hielo y una rodaja de lima. Tal vez Maks fuese como su padre y reaccionara con fuerza a la noticia de que había estado a punto de morir.

Cuando Rich había ido a visitarla al hospital, era la única vez que Gillian había visto auténtica preocupación en su expresión.

A su padre no le gustaba que le recordasen que había mostrado vulnerabilidad al preocuparse por ella, y Gillian dio por hecho que Maks sería igual, así que no lo mencionó.

–¿Adónde vamos a ir a cenar?

Maks había dicho que deseaba llevarla a algún lugar especial. Eso, sumado al hecho de que había pedido los resultados de su chequeo anual y había sugerido que se lo realizase su propio médico de cabecera, le hacía pensar a Gillian que la noche acabaría con una proposición de boda.

Y no tenía intención de echarse atrás.

Lo amaba enormemente. Tampoco se lo había dicho. No se lo había admitido a su abuela, pero le resultaba sorprendentemente difícil pronunciar esas palabras.

–Chez Rennet.

Era el primer restaurante al que la había llevado. No, él no había dicho las palabras, pero tenía una vena romántica que le resultaba difícil disimular.

–Genial. Me encanta la comida de Rennet –el chef y dueño del restaurante sentía además predilección por ellos.

Cenar en su restaurante siempre era agradable, y Gillian interpretó eso como otra prueba de que Maks deseaba que la noche fuese especial.

–Ya lo sé –de nuevo se puso serio.

Pero era normal, se pensó Gillian. Aquella era una noche seria, una velada que culminaría con el tipo de conversación que seguramente Maks solo pensaba tener una vez en su vida.

Antes no estaba nerviosa, pero saber lo importante que era para él esa noche empezó a provocarle mariposas en el estómago.

Iba a prometerse con un príncipe y, por primera vez, pensó en lo que significaría ser princesa.

La idea resultaba sobrecogedora.

Su abuela siempre la reprendía por su costumbre de ignorar aquello a lo que no deseaba enfrentarse, y eso había estado haciendo mientras salía con Maks. Pero su comportamiento serio aquella noche la obligaba a evaluar lo que significaría para ambos aquel acontecimiento.

Y le daba igual.

Habría abandonado las comodidades de la civilización y se habría mudado a la Antártida solo para estar con él.

No permitiría que le asustara la idea de ser princesa y de vivir al menos la mitad del año en la isla báltica de Volyarus.

Lo amaba. Amaba a Maks.

Definitivamente, podría vivir con Maksim de Yurkovich, príncipe heredero de Volyarus.

Capítulo 2

La cena estuvo maravillosa. Aunque Maks no dejó de estar serio en ningún momento, encandiló a Gillian con su gentileza habitual.

En varias ocasiones pareció estar a punto de sacar un tema importante, pero no llegó a hacerlo.

Después de la cena, la llevó a escuchar jazz en directo, una de sus aficiones favoritas.

Gillian se relajó e incluso le alivió que la música les impidiera hablar. Además, la tensión de Maks pareció aligerarse.

Después de eso, Gillian le preguntó si deseaba volver a su apartamento y, tal y como imaginaba, él aceptó.

Cuando llegaron, Maks dejó el abrigo en el respaldo de uno de sus sillones y se quedó de pie como si no supiera qué hacer. Era tan raro en él que Gillian se compadeció y le sugirió que tomaran otra copa.

–Prefiero no beber más.

–No tienes que conducir. No si no quieres.

Le ofreció su cama para pasar la noche de una manera ambigua, como había hecho en tantas ocasiones antes.

Normalmente aceptaba, salvo cuando tenía reuniones por la mañana o algún viaje que le exigiera marcharse muy temprano y molestarla.

De modo que le sorprendió cuando empezó a dudar.

–¿Crees que es buena idea?

–Sí –contestó ella con firmeza.

–Tenemos que hablar.

–Después –de pronto supo que deseaba que hubiera palabras de amor entre ellos, aunque solo fueran por parte de ella antes de que Maks se declarase.

Se lo diría mientras hacían el amor. Podría declararse más tarde.

–¿Estás segura de que es una buena idea?

–Sí –Gillian no sabía de dónde le salía aquella necesidad, pero no soportaba la idea de aceptar casarse con él sin admitir sus sentimientos.

–Eres una mujer única, ¿verdad?

Gillian no estaba tan segura, pero le gustaba el modo en que la miraba, como si fuera algo especial, así que no lo negó. Además, ¿no se suponía que Maks debía de pensar que era extraordinaria? Su futuro sería bastante sombrío si para él fuese como cualquier otra mujer.

Sin duda él le parecía un hombre superior a todos los demás.

Maks le dio la mano y tiró de ella hacia el pasillo que conducía al dormitorio.

–Ven. Tengo intención de hacerte el amor cómodamente.

Habían tenido encuentros sexuales en el salón en muchas ocasiones, pero a Gillian no le importaba que Maks considerase aquella una ocasión especial e importante. Tal vez a él también le costase expresar su amor y aquella fuese su manera de demostrárselo.

Sin importar cuál fuese su razonamiento, el corazón se le aceleró mientras dejaba que la guiase hasta el dormitorio. Le soltó la mano antes de acercarse a la mesilla y encender la lámpara. Hecho de bronce, el ramillete de tres calas tenía bombillas en cada una de las flores de cristal y proyectaba un brillo dorado en la habitación.

Maks le había regalado el cuadro de una mujer rubia de pie con la cabeza agachada en un campo de flores, que estaba colgado en la pared. Él decía que le recordaba a ella.

A Gillian la imagen le parecía demasiado etérea como para parecerse a ella, pero le encantaba.

Maks se dio la vuelta para mirarla y el contraluz de la lámpara proyectó sombras en sus rasgos cincelados.

–Eres un regalo para mí –dijo antes de suspirar–. Necesitaba esto.

Gillian sonrió y sintió las emociones agolpándose en su garganta, pero aun así se sentía incapaz de darles voz.

Él pareció entenderlo, porque se acercó y le dio un beso apasionado que les permitió perderse durante un tiempo. Cuando se separaron, ambos respiraban entrecortadamente y ella estaba envuelta entre sus brazos.

–Das muy buenos besos.

–O a lo mejor eres tú –bromeó él.

–Eres tú quien tiene experiencia –Gillian no era virgen cuando se conocieron, pero, a juzgar por su poca experiencia, era como si lo fuera.

A Maks nunca le había importado y siempre se había mostrado extremadamente paciente e incluso encantado de mostrarle los placeres de dos cuerpos unidos.

–Estamos tan bien así... –dijo él, y su voz sonó algo triste.

Pero no tenía nada por lo que entristecerse, así que Gillian debía de haber malinterpretado su tono. ¿O sería de esos hombres que creían que el matrimonio acababa con el sexo?

De ser así, le demostraría que se equivocaba.

Era una mujer del siglo XXI que creía que las mujeres no solo debían disfrutar del sexo, sino que además debía estar muy presente.

Pero no le dijo nada de eso, sino que se concentró en quitarle el traje. Él ayudó quitándose los zapatos y los calcetines y sacándose la camisa por encima de la cabeza.

–Pareces ansioso, ¿no? –bromeó ella.

–No tienes ni idea –prácticamente le arrancó el vestido para quitárselo. El sujetador y las bragas desaparecieron sin la delicadeza habitual y sin que Maks se parase a apreciar su ropa interior de encaje.

Segundos más tarde ya estaban desnudos. Entonces él la miró y devoró su cuerpo con aquellos ojos marrones.

Gillian sintió la respuesta de su cuerpo a esa mirada; se le endurecieron los pezones más aún y sus paredes internas se contrajeron con el deseo de que las penetraran.

El calor la invadió por completo e hizo que el rubor se apoderase de sus mejillas.

Apenas se habían tocado y ya deseaba tener sexo con aquel hombre más que nunca. Porque saber que aquella intimidad era el preludio de una vida juntos había incrementado su pasión de una manera inimaginable.

La expresión de sus ojos indicaba que a él le afectaba de igual modo. Parecía desesperado por el deseo de estar con ella.

Sin pensárselo dos veces, Gillian se acercó a sus brazos y se dejó llevar hasta la cama. Maks consiguió retirar las sábanas sin dejarla caer.

Ella ayudó rodeándole el cuello con los brazos y él le cubrió de besos la mandíbula y su propio cuello. Después se detuvo para inspirar cuando llegó con los labios al hombro.

La sutil fragancia de la colonia de Armani de Maks, mezclada con su propio aroma masculino, desencadenó en el cuerpo de Gillian una respuesta que no pudo evitar, aunque lo hubiera querido.

Le encantaba sentir que su cuerpo iba preparándose para la posesión, disfrutaba con cada primaria y visceral reacción a cosas como su olor o el roce de su mano en su cadera al dejarla sobre el colchón.

–Tú eres todo lo que deseo –le susurró Maks al oído–. Si tan solo...

Gillian no supo lo que iba a decir. En cuestión de segundos, ya ni siquiera le importaba. Maks había empezado a deslizar las manos por su cuerpo y a proporcionarle un placer inigualable.

Era aquel un momento tan profundo que no imaginaba que su noche de bodas pudiera ser mejor o más especial.

Ella también lo tocó; recorrió su cuerpo con las manos, disfrutó del firme tacto de sus músculos, de las cosquillas que le hacía en los dedos el vello de su torso.

Aquel hombre asombroso, literalmente un príncipe y un magnate, todo en uno, le pertenecía. Y, por difícil que le resultase de creer, la prueba era evidente. Estaba desnuda, en la cama con él, y era libre de acariciar su cuerpo como deseara.

–Demyan y tú os mantenéis en muy buena forma –murmuró.

A Maks le cambió la cara al oír el nombre de su primo. En otra ocasión, Gillian le habría preguntado al respecto, pero no esa noche.

Lo que estaban haciendo era demasiado importante.

–Nuestro entrenamiento de hoy ha sido duro –respondió Maks, como si se hubiera dado cuenta de que su reacción había resultado extraña.

–Eso parece –dijo ella mientras le acariciaba un hematoma que acababa de ver.

–Eso no es nada –contestó Maks con la típica arrogancia y el orgullo que le impediría admitir que Demyan pudiera haberle hecho pasar un mal rato en el entrenamiento.

Era difícil llegar a conocer a su primo, pero Maks y él estaban muy unidos y a Gillian le gustaba saber que tenía un amigo en quien poder confiar.

Se inclinó hacia delante, le besó el hematoma y después la piel de alrededor.

–Me gusta –murmuró Maks.

Gillian lo sabía. Le encantaba que lo mimaran, incluso en la cama. Pero daba lo mismo que recibía, así que a ella no le importaba dar.

Maks la tumbó boca arriba y se colocó encima. La miró a los ojos intensamente.

–Eres perfecta para mí. Demasiado perfecta.

La aprisionó contra el colchón y empezó a besarla con voracidad hasta que el calor entre ellos se convirtió en fuego.

Resultaba imposible pensar o sentir cualquier otra cosa que no fuera el placer de sus cuerpos en aquel momento.

Gillian deseaba que la penetrara, así que abrió las piernas a modo de invitación.

Pero, en vez de aceptar, Maks se apartó y dejó de besarla.

–Aún no.

–Sí –exigió ella.

Pero él negó con la cabeza y adoptó una expresión feroz e intensa. Empezó a tocarla de nuevo, en esa ocasión con el claro propósito de volverla loca de placer.

Encontró el punto exacto que la hacía estremecerse de deseo y la zona de la cara interna de su muslo que sabía le desataba las ganas de sentirlo dentro. Acarició la curva de su cintura y después centró la atención en sus pechos; los lamió y los acarició hasta que empezaron a dolerle los pezones con la necesidad de que se los tocara también.

Y solo entonces él capturó uno entre los labios y lo mordió ligeramente.

Gillian gimió y experimentó un conato de orgasmo.

Maks dejó escapar una carcajada profunda y le succionó el pezón mientras su cuerpo se retorcía con voluntad propia. Le pellizcó el otro pezón con el pulgar y el índice antes de acariciarlo suavemente con el pulgar. Hizo eso mismo una y otra vez mientras ella gemía pidiendo más.

Gillian estaba rogando con su cuerpo y con algunos «por favor» inarticulados cuando él le separó los muslos y la penetró, por primera vez sin preservativo.

La idea de que pudieran estar engendrando un bebé incrementó su éxtasis hasta el punto de que todo su cuerpo se estremeció con el clímax en la primera embestida.

Maks no se detuvo y ella no se lo pidió. Siguió penetrándola, aumentando el placer, que no había desaparecido del todo, hasta que Gillian tuvo un segundo orgasmo.

Maks aguantó en la misma posición dentro de ella y gritó triunfante cuando alcanzó el suyo.

Después, la miró con tanta intensidad que un escalofrío le recorrió el cuerpo.

–Gracias.

Ella negó con la cabeza, pero no le salieron las palabras. Ni siquiera las dos que tanto deseaba decir, aunque tal vez no fueran necesarias. Después de aquello, Maks tenía que saber lo que sentía. Ella no dudaba de sus sentimientos. Un hombre no podía hacerle el amor a una mujer con esa pasión y no sentir nada.

–Debería haberte preguntado lo del preservativo.

–No. No importa –contestó Gillian. No necesitaban barreras entre ellos.

Maks asintió y se tumbó a su lado con expresión sombría.

–Me gustaría quedarme a pasar la noche. ¿Puedo?

–Sí –Gillian no entendía por qué sentía la necesidad de preguntarlo, aunque tal vez fuera por la intensidad del momento vivido.

Tanto que merecía unos modales especiales.

Gillian se despertó envuelta entre sus brazos. Supo por su respiración que él ya estaba despierto.

De pronto las palabras que tanto le costaba decir estaban en la punta de la lengua. Se incorporó y lo miró con la luz de la mañana entrando por la ventana del dormitorio.

–Te quiero, Maks.

Había sido muy fácil. Las palabras prácticamente le habían salido solas, pero descubrió que no se sentía cómoda mirándolo a los ojos. Sobre todo porque él parecía sorprendido por la noticia.

¿Cómo podía extrañarle? ¿O quizá había elegido ella un mal momento para decírselo?

Nunca le había dicho eso a un hombre y no sabía si existían protocolos en el mundo de Maks que dictasen que había que decirlo después de darse los buenos días.

Aquello le parecía ridículo, aunque no sería la primera cosa de la vida de la realeza que le parecía absurda.

Volvió a meterse bajo las sábanas y se acurrucó a su lado.

–Podría acostumbrarme a esto.

–Es una pena que no podamos.

Oyó las palabras, pero no tenían sentido, así que no hizo caso.

–Lo de anoche fue asombroso.

–Sí –respondió él con seriedad, casi como si se arrepintiese.

Gillian no entendía nada.

Tal vez estuviera cansado. Había mostrado mucha energía a lo largo de la noche. No se habían dormido después de hacer el amor la primera vez, sino que lo habían hecho tres veces más. Maks se había mostrado insaciable y ella nunca había experimentado tanta libertad al responder.

–Lo siento –agregó él.

Por mucho que Gillian hubiera preferido fingir que no sabía por qué se disculpaba, no podía.

Pero sí que podía decirle que no importaba. No necesitaba que Maks admitiese su amor por ella, siempre y cuando la necesitara como había demostrado que la necesitaba la noche anterior.

–No pasa nada –contestó mirándolo a los ojos.

–Sí que pasa. Creo que lo de anoche fue un error.

De pronto a Gillian se le ocurrió algo que podría explicar aquel comportamiento tan extraño.

–¿Quieres fingir que no nos acostamos?

–Por muy bien que estemos juntos, no será ninguna farsa. No puede serlo. No sería justo para ti ni para mí, si te soy sincero.

Ella frunció el ceño.

–No lo comprendo. ¿Quieres que dejemos de acostarnos juntos?

¿Hasta que estuvieran casados? Una boda real necesitaba un año o dos de preparativos. No era de extrañar que la noche anterior Maks se hubiera mostrado insaciable.

Pero ¿por qué prescindir de los preservativos? ¿Acaso albergaba la esperanza de haberla dejado embarazada para verse obligados a casarse antes?

–Seguir haciéndolo solo hará que la ruptura sea más dura, por no mencionar que aumentará las probabilidades de que la prensa descubra nuestra relación. Hasta ahora hemos tenido suerte de que nos hayan dejado en paz.

–¿Ruptura? ¿Por qué íbamos a romper? –preguntó ella completamente desconcertada.

–La ruptura es inevitable –contestó él con una expresión poco esperanzadora–. Espero que lo comprendas.

Capítulo 3

–No. Imagina que mi cociente intelectual es muy bajo y explícamelo –Gillian sentía la garganta tensa y le costaba hablar.

–No puedo casarme con una mujer incapaz de darle un heredero al trono. Es retrógrado, lo sé, pero aun así es como deben ser las cosas.

–¿No puedo darte un heredero al trono? –preguntó ella, aún confusa.

–Dijiste que habías leído los resultados de tus pruebas.

–Dije que había recibido los resultados.

–He visto el sobre. Estaba abierto.

–Mi abuela me llamó antes de que pudiera hojear los resultados.

–Cualquiera pensaría que, con algo tan importante, harías algo más que hojear –su discurso solo se volvía tan formal cuando estaba muy enfadado.

¿Por qué iba a enfadarse él?

–He estado sana desde mi apendicitis a los dieciséis.

–La operación que se te realizó para mantenerte con vida dejó dañadas tus trompas de Falopio –dijo Maks con la actitud de un hombre al que no le gustaba tener que dar explicaciones.

Incapaz de soportar por más tiempo aquella falsa sensación de intimidad, Gillian salió de la cama y se puso la bata. Después se apartó para poner distancia entre ellos sin abandonar la habitación.

–¿De qué estás hablando?

–La probabilidad de que te quedes embarazada es muy baja.

–¿Y los tratamientos de fertilidad?

–El tratamiento de fertilidad podría ser una opción para ti con otra persona –respondió él como si estuviera dándole una buena noticia.

–Pero no contigo.

–Casarme contigo sabiendo que tendríamos que usar esos tratamientos sería una jugada poco inteligente por parte de nuestra casa.

–Yo no me casaría con tu casa.

No se casaría con nadie. El dolor al darse cuenta de aquello estuvo a punto de hacer que cayera al suelo de rodillas.

Lo que significaba aquella conversación era que iba a perder a Maks.

–Eso no es cierto. Soy príncipe y algún día seré rey. Nací con unas obligaciones y unos deberes que solo pueden entender los funcionarios electos de este país. Pero ellos desempeñan su cargo de manera temporal, mientras que yo siempre tendré que anteponer mi pequeño país a todo lo demás.

Eso ella ya lo sabía. Volyarus era una de las pocas monarquías auténticas que quedaban en el mundo y, como príncipe heredero, a Maks su vida no le pertenecía. Pero sí sus decisiones.

–No me quieres –era lo único que importaba, y además cuadraba con su decisión de no recurrir a los tratamientos de fertilidad.

–El amor... Eso no es algo que tenga libertad para perseguir.

–El amor es o no es. No es algo que tengas que perseguir –había aprendido de niña que, por mucho que lo intentara, no podía hacer que alguien la quisiera.

No. El amor no podía forzarse. Y tampoco podía negarse. Aunque, en ese momento, habría renunciado a volver a ver a sus abuelos o a sus padres con tal de parar el torrente de emociones que amenazaba con ahogarla.

–Has dicho que me quieres. Lo siento –dijo él, y parecía haber auténtico arrepentimiento en las profundidades marrones de sus ojos.

Aquel arrepentimiento le dolió a Gillian tanto como las palabras que lo acompañaban, pues el remordimiento demostraba que eran sinceras. El dolor le envolvió el corazón y empezó a extenderse por todo su cuerpo.

Apenas podía respirar por la agonía. Se mantenía en pie por pura voluntad.

Maks lo sentía...

Gillian deseaba llorar, quería gritar, pero lo contuvo todo junto con el dolor.

–Fuera –dijo en voz baja, aunque sabía que él la había oído.

–No estás pensando racionalmente.

–Desde nuestra primera cita, has tenido mucho cuidado para que los medios de comunicación no nos vieran.

–Sí.

No le preguntó «por qué» porque ya no le importaba saber cuál era su razonamiento.

Simplemente quería que se fuera para poder dejar salir su dolor.

–¿Crees que, si llamara a seguridad del edificio para que te echaran de mi apartamento, todos esos esfuerzos se irían por la borda?

Maks se quedó con los ojos desencajados ante aquella amenaza.

–No vas a llamar a seguridad.

Realmente no la conocía tan bien como creía.

Gillian se dio la vuelta y pulsó el botón de alarma situado en la caja de seguridad de su dormitorio.

–Tienes un minuto, tal vez dos, antes de que lleguen. Si quieres que te pillen aquí, por favor, quédate –no se dio la vuelta para mirarlo mientras hablaba y tampoco levantó la voz.

Si lo hacía, acabaría gritando. Lo sabía. Pero no había gritado un solo día de su vida y no iba a empezar en aquel momento.

Y menos con él.

Oyó blasfemias e improperios en ucraniano junto con el roce de la ropa mientras Maks se vestía apresuradamente.

Después oyó que él detenía en la puerta. Gillian pudo sentirlo a pesar de no haberse dado la vuelta.

–Lo siento –le oyó decir antes de marcharse.

Y entonces se quedó sola. Incapaz de soportar la embestida de aquella agonía emocional, se dejó caer al suelo.

Todos los sueños que había alimentado durante esos meses quedaron hechos pedazos. Todas las esperanzas que había albergado se esfumaron mientras su corazón se desangraba.

Nueve semanas más tarde, asombrada e incrédula, Gillian estaba sentada en un banco del parque frente a la consulta de su doctora.

Destrozada por la noticia que acababa de recibir, no podía hacer más que contemplar los edificios que rodeaban aquella pequeña porción de naturaleza.

Las palabras de su doctora le parecían imposibles. «Estás embarazada».

Era altamente improbable. Y aun así era cierto.

Estaba embarazada. De nueve semanas.

Una noche de sexo sin protección con un hombre decidido a sacarla de su vida y habían engendrado a un bebé.