El príncipe de los secretos - Lucy Monroe - E-Book
SONDERANGEBOT

El príncipe de los secretos E-Book

Lucy Monroe

0,0
3,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 3,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

El príncipe Demyan Zaretsky haría lo que fuera para proteger a su país. De modo que seducir a Chanel Tanner sería fácil, y casarse un desafortunado efecto secundario del deber. Sin saberlo, Chanel tenía en sus manos la estabilidad económica de Volyarus… y él debía asegurarla. Sin revelar su identidad ni su propósito, Demyan se propuso un plan de seducción destinado a hacer que Chanel se enamorara perdidamente de él. Pero, cuando supo que que ella era virgen, descubrió algo que creía no tener: conciencia. Y el plan dio un giro inesperado. Un giro que aquel príncipe despiadado no había anticipado.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 171

Veröffentlichungsjahr: 2021

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Lucy Monroe

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El príncipe de los secretos, n.º 326 - noviembre 2021

Título original: Prince of Secrets

 

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-844-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

A Debbie, mi hermana y amiga. Dios bendijo inmensamente a nuestra familia cuando te trajo a ella. Y a Rob, mi querido hermano.

Porque juntos habéis llenado de generosidad, amor, esperanza y alegría a esta familia, y a mí personalmente.

Con todo mi amor, ahora y siempre.

Prólogo

 

 

 

 

 

–¿Qué estoy mirando? –le preguntó Demyan a su tío, el rey de Volyarus.

Ante él, sobre el escritorio, había una serie de fotografías. En todas aparecía una mujer bastante normal de pelo rizado y pelirrojo. Su único rasgo sobresaliente eran unos ojos grises que revelaban más emoción de la que él se permitiría mostrar en todo un año.

Fedir frunció el ceño mientras miraba las fotos durante varios segundos antes de mirar a Demyan a los ojos, de un negro igual al de los suyos.

Aquellos que confundían a Demyan por el hijo biológico de Fedir tenían razones para ello; el parecido era increíble. Pero Demyan era el sobrino del rey y, aunque había sido criado en el palacio como heredero sustituto y era solo tres años mayor que el futuro rey, en su cabeza él lo tenía muy claro.

Fedir se aclaró la garganta, como si las palabras que tuviera que pronunciar no fuesen de buen gusto.

–Esa es Chanel Tanner.

–¿Tanner? –preguntó Demyan, consciente de la coincidencia.

–Sí.

El apellido era bastante común, al menos en Estados Unidos. Demyan no tenía razón para dar por sentado que esa mujer estuviese emparentada con Bartholomew Tanner, uno de los socios originales de Yurkovich Tanner.

Salvo que el retrato del texano buscador de petróleo colgado en uno de los salones de palacio se parecía enormemente a la mujer de las fotos.

Bartholomew Tanner había ayudado a fundar la empresa mediante la cual Volyarus y la familia Yurkovich se habían enriquecido. En otra época Bartholomew había poseído una gran parte de las acciones.

–Se parece al barón Tanner –el título se lo había otorgado el abuelo del rey Fedir por ayudar a localizar reservas de petróleo y otros depósitos minerales de Volyarus.

Fedir asintió.

–Es su tataranieta y la última de su estirpe.

Demyan se recostó en su silla, arqueó las cejas y esperó a que el rey siguiera hablando en vez de hacer preguntas.

–Su padrastro, Perry Saltzman, se puso en contacto con nuestra oficina de Seattle en relación a un trabajo para su hijo. Al parecer el chico está a punto de graduarse en Empresariales con honores.

–¿Por qué me lo cuentas a mí? Maks es el que se encarga de cosas así –su primo además tenía gran habilidad para rechazar propuestas sin causar conflictos diplomáticos.

Él, en cambio, no era tan paciente. No haber sido educado como príncipe heredero tenía sus beneficios.

–Está de luna de miel –las palabras de Fedir eran ciertas, pero Demyan tenía la impresión de que había algo más.

De lo contrario, podrían haber esperado.

–Volverá dentro de un par de semanas.

Y, si el señor Saltzman estaba buscando un trabajo para su hijo, ¿qué hacía la mesa llena de fotos de su hijastra?

–No quiero que Maks lo sepa.

–¿Por qué?

–No estará de acuerdo con lo que hay que hacer. Ya conoces a mi hijo. Puede ser muy… recalcitrante.

–No lo entiendo.

Había pocas cosas que su primo no haría por su país. En su momento, había renunciado a la mujer que quería en vez de casarse con ella cuando supo que había pocas esperanzas de tener un heredero.

Fedir apiló las fotos y dejó encima una imagen en la que Chanel aparecía sonriendo.

–En 1952, cuando Bart Tanner accedió a ayudar a mi abuelo a encontrar petróleo, aceptó el veinte por ciento de las acciones de la empresa a cambio de sus esfuerzos, su experiencia, su personal especializado y toda la maquinaria necesaria.

–Eso lo sé –a todos los niños del país les enseñaban la historia del mismo.

Volyarus había sido fundado por uno de los últimos hetmans ucranianos, que había adquirido el archipiélago de islas con su propia riqueza canadiense. Junto con un grupo de nobles y campesinos había fundado Volyarus, que literalmente significaba “libertad de Rusia”, porque habían estado convencidos de que era cuestión de tiempo que Ucrania cayese por completo bajo el dominio ruso.

Habían acertado. Ucrania volvía a ser independiente, pero allí se hablaba más ruso que ucraniano. Habían pasado demasiados años bajo el yugo de la URSS.

El hetman Maksim Iván Yurkovich primero había invertido su riqueza en el país y se había convertido en su monarca. Para cuando su hijo fue coronado rey de Volyarus, la monarquía de los Yurkovich estaba bien asentada.

Sin embargo, las décadas posteriores no habían sido todas buenas para el pequeño país, y la riqueza de sus habitantes había empezado a declinar, hasta el punto de que incluso la Casa Real lo estaba notando.

–Bart murió siendo el dueño de esas acciones –aclaró Fedir.

–No.

–Oh, sí –el rey se puso en pie, dio vueltas por la habitación y se detuvo frente a una de las ventanas que daban a la ciudad–. El plan original era que su hija se casara con el hijo más joven de mi abuelo.

–¿El tío abuelo Chekov?

–Sí.

–Pero… –Demyan dejó la frase inacabada, pues no había nada que decir.

El duque Chekov se había quedado soltero, pero no porque la hija de Tanner le rompiera el corazón. Era gay y había pasado sus años supervisando los intereses mineros de Volyarus con un ayudante que había sido mucho más que eso.

En los años cincuenta, esa había sido su única oportunidad de ser feliz.

Los tiempos habían cambiado, pero algunas cosas seguían igual. El deber hacia la familia y hacia el país era una de ellas.

El rey Fedir se encogió de hombros.

–No importó. Fue un matrimonio concertado.

–Pero nunca llegaron a casarse.

–Ella se fugó con uno de los petroleros.

Eso debía de haber sido un gran escándalo en los cincuenta.

–Pero yo creí que el barón Tanner había dejado las acciones a los habitantes de Volyarus.

–Esa fue una invención de mi abuelo.

–El valor de esas acciones se ha utilizado para construir carreteras, escuelas… Maldita sea.

–Exacto. Devolverle el dinero con intereses a Chanel Tanner sería poner en peligro la estabilidad financiera del país.

–Ella no tiene idea de su legado, ¿verdad? –de no ser así, Perry Saltzman no se molestaría en buscarle trabajo a su hijo; se limitaría a demandar a Volyarus.

–¿Cuál es el plan?

–Casarse.

–¿En qué ayudaría eso? –aquel con quien Chanel se casara podría reclamar el mismo dinero al país.

–Había una cláusula en el testamento de Bartholomew. Si alguno de sus descendientes entraba a formar parte de la familia real de Volyarus, el dinero de las acciones sería para el pueblo, menos una parte anual destinada al mantenimiento y bienestar de su heredero.

–Eso no tiene ningún sentido.

–Lo tiene, si conoces el resto de la historia.

–¿Y cuál es?

–A la hija de Tanner la dejó plantada su amante, que ya estaba casado, con lo cual su ceremonia fue invalidada.

–Entonces podría haberse casado con el duque Chekov.

–Estaba embarazada de otro hombre. Había protagonizado un escándalo. Él se negó categóricamente.

–¿Tanner pensaba que podría hacer cambiar de opinión al tío abuelo Chekov?

–Tanner pensaba que el hijo de ella se casaría con alguien de nuestra familia y vincularía el apellido Tanner a la casa de los Yurkovich para siempre.

–Ya estaba vinculado por los negocios.

–Eso no era suficiente –contestó el rey Fedir–. Deseaba un vínculo familiar con su apellido intacto, a ser posible.

–La familia era importante para él.

–Sí. No volvió a hablar con su hija, pero la mantuvo económicamente hasta que ella volvió a casarse, con una condición.

–Que su hijo llevase el apellido Tanner –tenía sentido.

–Exacto.

–Y presumiblemente tuvo un hijo.

–Solo uno.

–El padre de Chanel, pero has dicho que es la única Tanner viva por parte de Bart.

–Lo es. Tanto su abuelo como su padre murieron tras inhalar sustancias químicas en un accidente de laboratorio.

–¿Eran científicos?

–Químicos, igual que Chanel. Aunque trabajaban con subvenciones. Ella es ayudante de investigación.

¿La mujer pelirroja de las fotos era científica?

–¿Y nadie de la familia era consciente de que podían reclamar las acciones de Tanner?

–No. Él deseaba dejarle el dinero a la gente de Volyarus. Le dijo a mi abuelo que esa era su intención.

–Pero no lo hizo.

–Era buscador de petróleo. Es una profesión peligrosa. Murió cuando su nieto aún era joven.

–¿Y?

–Desde entonces mi abuelo pagó la educación de todos los niños de esa rama de la familia.

–Tampoco ha habido tantos.

–No.

–¿Incluyendo a Chanel?

–Sí. Al parecer, los gastos académicos que ella recibía fueron los que le dieron a Perry Saltzman la idea de contactar con Yurkovich Tanner y negociar con un acuerdo de hace más de cincuenta años.

–¿Y qué quieres que haga yo? ¿Buscarle un marido de Volyarus?

–Tiene que ser de la familia Yurkovich.

–Tu hijo ya está casado.

–Tú no.

Tampoco lo estaba su hermano pequeño, pero dudaba que Fedir le diese importancia. Era él quien había sido educado como heredero sustituto, casi como un hijo para el monarca.

–Quieres que me case con ella.

–Por el bien de Volyarus, sí. No tiene por qué ser un matrimonio permanente. El testamento no tiene ninguna estipulación al respecto.

Demyan no contestó de inmediato. Por primera vez en años, se le había quedado la mente en blanco por la sorpresa.

–Piensa, Demyan. Tú y yo sabemos que la economía de Volyarus es inestable, igual que la del resto del mundo. Sería una catástrofe si tuviéramos que devolverle a la señorita Tanner todo ese dinero.

–Estás siendo melodramático. Nadie garantiza que el engaño sea descubierto.

–Es solo cuestión de tiempo, sobre todo con un hombre como Perry Saltzman. La gente como él puede olisquear la riqueza y los contactos como si fuesen hurones.

–Pues nos negamos a darle el dinero. Nuestros recursos judiciales exceden a los de esa joven.

–Me parece que no. Hay tres países que estarían encantados de hacerse con el territorio de Volyarus, y Estados Unidos es uno de ellos.

–¿Crees que utilizarían las acciones no devueltas como forma de hacerse con una parte de Volyarus?

–¿Por qué no?

–Entonces, ¿me caso con ella, recupero el control de las acciones y después la dejo?

Algún día se casaría. ¿Por qué no con la heredera de Bartholomew Tanner? Si era tan amiga de Volyarus como lo había sido su abuelo, tal vez pudieran llevar una vida aceptable en común.

–Si resulta ser como el codicioso de su padrastro, sí –respondió Fedir–. Por otra parte, podría ser alguien con quien pudieras vivir cómodamente.

El rey no parecía creerse sus propias palabras.

Francamente, Demyan tampoco se las creía, pero su futuro estaba claro. El deber hacia su país y el bienestar de su familia hacían que no le quedase alternativa.

Tenía que seducir a una científica sin refinar y después casarse con ella.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Demyan se puso las gafas de pasta negra antes de entrar en el edificio del laboratorio. Lo de las gafas había sido idea de su tío, junto con la chaqueta de lana gris de Armani que llevaba sobre la camisa del traje; sin corbata. Los vaqueros que llevaba para completar el atuendo habían sido idea suya y resultaban sorprendentemente cómodos.

Nunca había tenido unos. Había tenido que dar ejemplo a su primo pequeño, el príncipe heredero de Volyarus.

Había hecho un buen trabajo, aunque eran los dos muy diferentes.

Maksim era un tiburón de los negocios, pero también un gran político. Demyan dejaba la política para los diplomáticos.

Llamó a la puerta antes de entrar al laboratorio donde trabajaba Chanel Tanner. La habitación estaba vacía, salvo por la mujer que se encontraba trabajando en su hora de la comida, como de costumbre, según decía el informe del investigador.

Sentada frente al ordenador, escribía a toda velocidad mientras leía uno de los diversos libros abiertos sobre el escritorio.

–Hola –dijo él en voz baja, pues no quería asustarla.

No tenía por qué preocuparse. Chanel simplemente levantó una mano y ni se molestó y darse la vuelta.

–Déjalo en el banco que hay junto a la puerta.

–¿Dejar qué?

–El paquete. ¿Necesitas saber lo que hay dentro? Nadie lo pregunta nunca –murmuró ella mientras garabateaba algo.

–No tengo ningún paquete. Lo que tengo es una cita.

Chanel levantó la cabeza y giró la silla para mirarlo.

–¿Qué? ¿Quién? ¿Es usted el señor Zaretsky?

Demyan asintió, impresionado por la pronunciación perfecta de su apellido.

–No tenía que llegar hasta dentro de media hora –dijo ella. Se puso en pie de un salto, el bolsillo de su bata se enganchó en el borde de un libro y lo tiró al suelo–. Y los empresarios interesados en financiar nuestra investigación siempre llegan tarde.

–Y aun así he llegado pronto –Demyan atravesó la habitación y recogió el libro para devolvérselo.

Ella lo aceptó, frunció el ceño y su nariz se arrugó con encanto.

–Ya me he dado cuenta.

–Pasados unos segundos.

Chanel se sonrojó y el rubor difuminó sus pecas.

–Pensaba que era el del reparto. Suele flirtear. No me gusta, así que lo ignoro si es posible.

Tenía veintinueve años y podía contar con los dedos de una mano el número de citas que había tenido en el último año. Demyan pensaba que, en el fondo, debía de agradecer el flirteo.

Pero no a decírselo de forma tan directa, claro. En su lugar le dirigió la sonrisa que usaba con mujeres con las que quería acostarse.

–Pero ahora no parece ignorar…

–¿Está flirteando conmigo? –preguntó ella.

–Puede.

–¿Por qué?

–¿Por qué no?

–Soy una inepta en cuestión de hospitalidad, pero no estoy tan desesperada.

–¿Cree que es una inepta?

–Todo el mundo piensa que soy torpe socialmente, sobre todo mi familia. Pero dado que no les cuesta hacer amigos y tener una ajetreada vida social, me quito el sombrero ante sus conocimientos en la materia.

–A mí me parece que es encantadora –a Demyan le sorprendió darse cuenta de que era verdad.

Y más sorprendente resultó el hecho de que aquella científica le pareciese atractiva. No era su tipo habitual, pero le habría gustado que se quitase la bata para poder ver toda su figura.

–A algunas personas se lo parezco al principio, pero siempre se les pasa –suspiró con resignación, pero enseguida se recompuso–. No importa. Estoy acostumbrada. Tengo mi trabajo y eso es lo que realmente importa.

–Se muestra apasionada con su investigación.

–Es importante.

–Sí, lo es. Por eso estoy aquí.

–Desde luego que lo es. Usted va a hacer que nos sea posible extender los parámetros de nuestro estudio actual.

–Ese es el plan.

–¿Por qué ha venido?

–Pensé que eso ya había quedado claro.

–La mayoría de las empresas dona el dinero sin enviar a nadie a ver las instalaciones.

–¿Le ofende que Yurkovich Tanner no haya hecho eso?

–No. Me extraña, nada más.

–¿Sí?

–¿Cómo sabrá si esto merece la pena o no? Quiero decir que incluso las personas que no son de fiar pueden hacer que su laboratorio parezca impresionante a ojos de un novato.

–Me parece a mí que la Universidad de Washington sí es de fiar.

–Lo sé, pero ya sabe lo que quiero decir.

–Definitivamente, no conoce la diplomacia.

–¿Ah, no?

–Prácticamente acaba de llamarme estúpido.

–No.

–Estaba implícito.

–No es verdad. No más estúpido que yo, que puedo quedarme mirando el motor de mi coche todo el día y no saber dónde está el conversor catalítico.

–Está debajo del motor.

–¿De verdad?

–Lo pillo, pero usted sabía que el sistema de su coche tiene uno. Igual que yo conozco los rudimentos de una investigación de laboratorio.

–Sé lo del conversor catalítico porque a mi madre se lo robaron una vez. Supongo que los jóvenes delincuentes los roban y los venden. Mi madre estaba furiosa.

–Tenía derecho a estarlo.

–Supongo, pero obtener una licencia de armas y guardar una pistola en la guantera de su coche me parece demasiado. Tampoco es que estuviera en el coche cuando se lo robaron.

–Estoy seguro de que tiene razón.

–¿El inglés es su segunda lengua?

–Sí –pero la gente no solía notarlo–. No hablo con acento.

–Es usted de Volyarus, ¿verdad?

–Sí –contestó él con los ojos desencajados por la sorpresa.

–No se sorprenda. Mi tatarabuelo ayudó a descubrir los campos petrolíferos de Volyarus. ¿Realmente pensaba que no sabría que la oficina de Seattle de Yurkovich Tanner es solo un satélite? Me pagaron la universidad. Probablemente sería algún antiguo acuerdo con Bartholomew Tanner.

–Le concedieron el título de barón, lo que la convierte a usted en noble de Volyarus.

–Ya lo sé, pero mi madre no –y a juzgar por su tono no quería que lo averiguara–. Además, solo heredaría el título si fuera sucesora directa y sin hermanos mayores.

–¿Y tiene hermanos mayores? –preguntó a pesar de saber la respuesta.

–No.

–Entonces es usted lady Chanel.

–Prefiero ser solo Chanel –respondió ella con desdén.

–¿Su madre es francesa?

–No. Pero le encanta la marca Chanel.

–¿Le puso el nombre de una marca? –sus investigadores no le habían revelado ese hecho.

–Es igual que si unos padres llaman a su hija Mercedes, o algo así –respondió ella a la defensiva.

–Por supuesto.

–Acertó con el nombre más de lo que creía.

–¿Por qué dice eso?

–A mi madre le encantan los diseños, pero no sabía que Coco Chanel fundó su firma porque creía en la elegancia informal. Llevaba pantalones cuando las mujeres usaban falda. Creía que la belleza debía ser sencilla y cómoda.

–¿De verdad?

–Oh, sí. Mi madre es más de la escuela de «para estar guapa hay que sufrir». Preferiría que yo también lo fuera, pero ya ve que no lo soy –Chanel señaló su bata, bajo la que llevaba unos sencillos pantalones beiges y una camiseta azul.

Tal vez la camiseta no fuese alta costura, pero se aferraba a su figura y revelaba unas curvas inesperadas. No tenía sobrepeso, pero tampoco estaba escuálida y tenía unos pechos generosos.

–Está mirándome los pechos.

–Mis disculpas.

–Muy bien –suspiró–. No me ofende, pero no estoy acostumbrada. Mi bata no es que sea muy sexy, y los hombres de por aquí están más interesados en mis datos que en mí.

–Qué tontos.

–Si usted lo dice.

–Claro que lo digo.

–Está flirteando de nuevo.

–¿Va a intentar ignorarme como al chico del reparto?

–¿Voy a volver a verlo para poder ignorarlo?

–Oh, desde luego que me verá.

 

 

Por mucho que a Chanel le costara creerlo, aquel atractivo empresario había dicho la verdad.

Sí que deseaba volver a verla. No le había dado su número, pero la había llamado para invitarla a cenar, lo que significaba que se había tomado la molestia de buscarlo. Extraño.

Y halagador.

Después la había llevado a ver una película independiente que había mencionado que deseaba ver.